¿Podemos imaginar qué clase de pensamientos se agolpaban en la mente del pecador mientras colocaba la mano sobre la cabeza del animal, a sabiendas de que, por su pecado, debía derramar la sangre de una víctima inocente? ¿Qué sentimientos experimentaría cuando, con su propia mano culpable, degollaba al animal?
El sistema de sacrificios es cosa del pasado. La cruz del Calvario permanece levantada entre el cielo y la tierra. El Cordero pascual que murió en la cruz, resucitó al tercer día. Gracias a su victoria sobre la tumba, ahora oficia como “ministro del santuario, y de aquel verdadero tabernáculo que levantó el Señor y no el hombre” (Hebreos (8:1, 2). Desde allí, por virtud de su sangre derramada, puede “salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos” (Hebreos 7:25).
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Dios los bendiga!!!
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