Lección 5: “El extranjero dentro de tus puertas” | Deuteronomio | Escuela Sabática 4T 2021
Lección 5: Para el 30 de octubre de 2021
“EL EXTRANJERO DENTRO DE TUS PUERTAS”
LEE PARA EL ESTUDIO DE ESTA SEMANA: Marcos 12:29–31; Deuteronomio 10:1–19; Salmo 146:5–10; Mateo 7:12; Deuteronomio 27:19; Santiago 1:27–2:11.
PARA MEMORIZAR:
“Amaréis, pues, al extranjero; porque extranjeros fuisteis en la tierra de Egipto” (Deut. 10:19).
Como leímos la semana pasada, cuando un escriba le preguntó acerca de “el primer mandamiento de todos” (Mar. 12:28), Jesús respondió afirmando que Dios es uno, y luego dijo: “Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Este es el principal mandamiento” (Mar. 12:30).
Sin embargo, Jesús prosiguió, y expresó algo sobre lo que el escriba no había preguntado: el segundo Mandamiento. Sabiendo lo importante que era, Jesús dijo: “Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que éstos” (Mar. 12:31).
¿Ningún mandamiento mayor que estos? Jesús conectó el amor a Dios y el amor al prójimo en un solo mandamiento, y ese mandamiento era el mayor de todos.
Una vez más, Jesús no inventó algo nuevo, algo que los judíos no habían escuchado antes. El llamado a amar a Dios por sobre todo y la idea de amar al prójimo y de amar a los demás como una forma de expresar nuestro amor a Dios fueron tomados del libro de Deuteronomio.
Sábado
El Salvador era el que había instruido a los hebreos en el desierto; desde la columna de nube y de fuego había enseñado una lección muy diferente de la que el pueblo estaba recibiendo ahora de sus sacerdotes y maestros. Las provisiones misericordiosas de la ley se extendían aun a los animales inferiores, que no pueden expresar con palabras sus necesidades y sufrimientos. Por medio de Moisés se habían dado instrucciones a los hijos de Israel al respecto… Pero mediante el hombre herido por los ladrones, Jesús presentó el caso de un hermano que sufría. ¡Cuánto más debieran haberse conmovido de piedad hacia él que hacia una bestia de carga! Por medio de Moisés se les había advertido que el Señor su Dios, era “Dios grande, poderoso, y terrible”, “que hace justicia al huérfano y a la viuda; que ama también al extranjero”. Por lo cual él ordenó: “Amaréis pues al extranjero”. “Amalo como a ti mismo”. Deuteronomio 10:17-19; Levítico 19:34 (El Deseado de todas las gentes, p. 463).
Los mandamientos de Dios son abarcantes y de gran amplitud. En unas pocas palabras, despliegan todo el deber del hombre. “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas… Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Marcos 12:30, 31. La longitud y la anchura, la profundidad y la altura de la ley de Dios están abarcadas en esas palabras, pues Pablo declara: “El cumplimiento de la ley es el amor”. Romanos 13:10. La única definición que encontramos en la Biblia para el pecado es que “pecado es infracción de la ley”. 1 Juan 3:4… “No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno”. Romanos 3:12. Muchos están engañados acerca de la condición de su corazón. No comprenden que el corazón natural es engañoso más que todas las cosas y desesperadamente impío. Se envuelven con su propia justicia y están satisfechos con alcanzar su propia norma humana de carácter. Sin embargo, cuán fatalmente fracasan cuando no alcanzan la norma divina y, por sí mismos, no pueden hacer frente a los requerimientos de Dios.
Podemos medirnos a nosotros por nosotros mismos, podemos compararnos entre nosotros mismos; quizá digamos que nos portamos tan bien como este o aquél, pero la pregunta por la que se demandará una respuesta en el juicio es: ¿Llenamos los requisitos de las demandas del alto cielo? ¿Alcanzamos la norma divina? ¿Están en armonía nuestros corazones con el Dios del cielo? (Mensajes selectos, t. 1, pp. 376, 377).
Vi que cualquier cosa que divida los afectos, o substraiga del corazón algo del amor supremo que le debe a Dios, o impida una fe ilimitada y una confianza total en él, asume el carácter de un ídolo y toma su forma. Se me mostró el primer gran mandamiento: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas”. Aquí no se permite la separación de nuestros afectos de Dios. Nada debe dividir nuestro amor supremo por él ni nuestro deleite en él. La voluntad, los deseos, planes, propósitos y placeres, todos deben mantenerse bajo sujeción (Exaltad a Jesús, p. 136).
“CIRCUNCIDAD VUESTRO CORAZÓN”
Deuteronomio 10, la continuación de Deuteronomio 9, es básicamente la reafirmación del pacto que Dios había hecho con Israel. De hecho, gran parte de este libro es una especie de renovación del Pacto. Es decir, incluso después de su terrible pecado en Horeb, en el que no bien Moisés los dejó por un tiempo cayeron en la idolatría, el Señor todavía no había terminado con ellos.
Lee Deuteronomio 10:1 al 11. ¿Qué sucedió aquí que nos ayuda a comprender
que Dios perdonó el pecado de su pueblo y reafirmó la promesa del pacto
que hizo con ellos y con sus padres?
Moisés rompió las tablas de los Diez Mandamientos (Deut. 9:17), una señal del Pacto quebrantado (Deut. 32:19). “Para demostrar cuánto aborrecía ese crimen, arrojó al suelo las tablas de piedra, que se quebraron a la vista del pueblo, dando a entender en esta forma que así como ellos habían roto su pacto con Dios, así también Dios rompía su pacto con ellos” (PP 331).
Por ende, el hecho de que Dios le haya dicho a Moisés que cortara nuevas tablas “como las primeras” y que escribiera en ellas las palabras que estaban en las primeras muestra que Dios aun así había perdonado al pueblo y no había terminado con él.
Lee Deuteronomio 10:14 al 16. ¿Qué quiere decirles Dios aquí? ¿Cuál es el significado de las imágenes que el Señor utilizó?
Aquí hay una mezcla de imágenes: el prepucio, el corazón, la cerviz. Sin embargo, la idea es clara. La circuncisión era una señal del Pacto, pero es solo una señal externa. Dios quería su corazón; es decir, su mente, sus afectos, su amor. La imagen de la cerviz simplemente indicaba cuán tercos eran en su renuencia a obedecer al Señor. Y, básicamente –aquí y en otros lugares–, el Señor les estaba diciendo que acabaran con sus lealtades divididas y lo sirvieran con todo su corazón y su alma.
■ Piensa en todas las veces que el Señor perdonó tus pecados. ¿Qué debería decirte eso acerca de su gracia?
Domingo
Después requirió que Abraham y su descendencia se circuncidaran, lo que era un círculo cortado en la carne, como señal de que Dios los había cortado y separado de todas las naciones para que constituyeran su tesoro especial. Mediante esa señal se comprometían solemnemente a no contraer matrimonio con personas provenientes de otras naciones, porque si lo hacían podían perder su reverencia por Dios y su santa ley, y llegarían a ser semejantes a los pueblos idólatras que los rodeaban.
Mediante el acto de la circuncisión aceptaban solemnemente cumplir su parte de las condiciones del pacto hecho con Abraham, es a saber, mantenerse separados de todas las naciones y ser perfectos. Si los descendientes de Abraham se hubieran mantenido separados de las otras naciones, no habrían caído en la idolatría. Al mantenerse separados de las otras naciones, la gran tentación de participar de sus costumbres pecaminosas y de revelarse contra Dios no hubiera existido para ellos. Perdieron en gran medida su carácter peculiar y santo al mezclarse con las naciones que los rodeaban. A fin de castigarlos, el Señor trajo hambre sobre la tierra, lo que los obligó a descender a Egipto para preservar su vida. Pero Dios no los olvidó mientras estaban en Egipto, por causa de su pacto con Abraham (La historia de la redención, pp. 149, 150).
Es Dios el que circuncida el corazón. Toda la obra es del Señor de principio a fin. El pecador que perece puede decir: “Soy un pecador perdido, pero Cristo vino a buscar y a salvar lo que se había perdido. Él dice: ‘No he venido a llamar a justos, sino a pecadores’. Marcos 2:17. Soy pecador y Cristo murió en la cruz del Calvario para salvarme. No necesito permanecer un solo momento más sin ser salvado. Él murió y resucitó para mi justificación y me salvará ahora. Acepto el perdón que ha prometido” (Mensajes selectos, t. 1, p. 459).
Cuando colocamos nuestra vida en completa obediencia a la ley de Dios, considerando a Dios como nuestro Guía supremo, y nos aferramos a Cristo como nuestra esperanza de justicia, Dios obrará en nuestro favor. Esta es una justicia de fe, una justicia oculta en un misterio del cual los mundanos no saben nada y que no pueden entender. Sofistería y contienda forman parte del séquito de la serpiente, pero los mandamientos de Dios —diligentemente estudiados y practicados— nos abren una comunicación con el cielo y hacen que distingamos lo verdadero de lo falso. Esta obediencia da como resultado en nosotros la voluntad divina que produce en nuestra vida la justicia y perfección que se vieron en la vida de Cristo (Comentarios de Elena G. de White en Comentario bíblico adventista del séptimo día, t. 1, p. 1132).
Cada verdadero retorno al Señor imparte gozo permanente a la vida. Cuando el pecador cede a la influencia del Espíritu Santo, ve su propia culpabilidad y contaminación en contraste con la santidad del gran Escudriñador de los corazones. Se ve condenado como transgresor. Pero no por esto debe ceder a la desesperación, pues ya ha sido asegurado su perdón. Puede regocijarse en el conocimiento de que sus pecados están perdonados y en el amor del Padre celestial que le perdona. Es una gloria para Dios rodear a los seres humanos pecaminosos y arrepentidos con los brazos de su amor, vendar sus heridas, limpiarlos de pecado y cubrirlos con las vestiduras de salvación (Profetas y reyes, p. 493).
“AMARÉIS AL EXTRANJERO”
En medio de estas amonestaciones, Moisés declara: “He aquí, de Jehová tu Dios son los cielos, y los cielos de los cielos, la tierra, y todas las cosas que hay en ella” (Deut. 10:14). Qué expresión tan poderosa de la soberanía del Señor, una idea que también se encuentra en otros lugares de la Biblia: “De Jehová es la tierra y su plenitud; el mundo, y los que en él habitan” (Sal. 24:1).
Lee Deuteronomio 10:17 al 19. ¿Qué otra declaración hace Moisés acerca
del Señor también? Más aún, ¿qué le ordena Dios a su pueblo como resultado
de esa declaración?
Jehová no solo es el Soberano del cielo y de la Tierra; también es “Dios
de dioses y Señor de señores” (Deut. 10:17). Esto no significa que haya otros
dioses, dioses menores, como los supuestos dioses que adoraban los paganos
a su alrededor. Más que hablar de que solo él es el único Dios (“Ved ahora que
yo, yo soy, y no hay dioses conmigo” [Deut. 32:39]), más bien es una forma
de afirmar su supremacía total sobre todos los demás poderes, reales o
imaginarios, ya sea en el cielo o en la Tierra.
El pasaje también dice que él es “el gran Dios, poderoso y terrible, que
no actúa con parcialidad ni acepta sobornos” (NVI). Todo esto es parte del
mensaje mayor: Jehová es tu Dios; y tú, su pueblo. Debes obedecerle.
Qué contraste tan poderoso se presenta aquí también. Sí, Jehová es Dios de dioses y Señor de señores, el Gobernante soberano y Sustentador de la creación (Col. 1:16, 17), pero también se preocupa por los huérfanos, las viudas y los extranjeros, y muestra su cuidado al satisfacer sus necesidades físicas inmediatas. El Dios que toma nota cuando un gorrión cae al suelo (Mat. 10:29) conoce la difícil situación de los marginados de la sociedad. En otras palabras, es como si el Señor le estuviera diciendo al pueblo: “Está bien, tal vez sean los elegidos, son especiales y los amo, pero también amo a los demás, incluyendo a los necesitados y los desamparados que hay entre ustedes. Y, así como yo los amo, ustedes también deben amarlos. Esta es una de las obligaciones del Pacto y también es importante”.
■ Lee Salmo 146:5 al 10. ¿Cuál es el mensaje del Salmo que refleja lo que Dios está diciendo aquí, y qué debería significar esto para nosotros hoy, como cristianos?
Lunes
En la creación del hombre resulta manifiesta la intervención de un Dios personal. Cuando Dios hubo hecho al hombre a su imagen, el cuerpo humano quedó perfecto en su forma y organización, pero estaba aún sin vida. Después, el Dios personal y existente de por sí infundió en aquella forma el soplo de vida, y el hombre vino a ser criatura viva e inteligente. Todas las partes del organismo humano fueron puestas en acción. El corazón, las arterias, las venas, la lengua, las manos, los pies, los sentidos, las facultades del espíritu, todo ello empezó a funcionar, y todo quedó sometido a una ley. El hombre fue hecho alma viviente. Por medio de Cristo el Verbo, el Dios personal creó al hombre, y lo dotó de inteligencia y de facultades…
Sobre todos los órdenes inferiores de los seres, Dios dispuso que el hombre, corona de su creación, expresara el pensamiento divino y revelara la gloria de Dios. Pero no por ello tiene el hombre que enaltecerse como Dios (El ministerio de la curación, pp. 322, 323).
El Dios que repara en la caída de un gorrión, también percibe vuestro proceder y sentimientos; advierte vuestra envidia, vuestros prejuicios, vuestros intentos de justificar vuestro proceder frente a cualquier injusticia. Cuando juzgáis mal las palabras y los actos de otro, y vuestros propios sentimientos están agitados, de modo que hacéis declaraciones incorrectas, y se sabe que estáis en desacuerdo con ese hermano, entonces inducís a otros, por su confianza en vosotros, a considerar a esa persona como vosotros lo hacéis; y muchos quedan contaminados por la raíz de amargura que aparece de ese modo…
También Dios requiere que cuando hayáis cometido una injusticia, por pequeña que sea, confeséis vuestra falta, no solo al que ofendisteis, sino a aquellos que por vuestra influencia fueron inducidos a considerar a vuestro hermano en forma equivocada, y a anular la obra que Dios le encomendó… y la bendición del Señor reposará sobre vosotros. Así es como moriréis al yo, y Cristo se formará en vosotros (Sons and Daughters of God, p. 309; parcialmente en Hijos e hijas de Dios, p. 311).
Cristo no admitía distinción alguna de nacionalidad, jerarquía social, ni credo. Los escribas y fariseos deseaban hacer de los dones del cielo un beneficio local y nacional, y excluir de Dios al resto de la familia humana. Pero Cristo vino para derribar toda valla divisoria. Vino para manifestar que su don de misericordia y amor es tan ilimitado como el aire, la luz o las lluvias que refrigeran la tierra.
La vida de Cristo fundó una religión sin castas; en la que judíos y gentiles, libres y esclavos, unidos por los lazos de fraternidad, son iguales ante Dios. Nada hubo de artificioso en sus procedimientos. Ninguna diferencia hacía entre vecinos y extraños, amigos y enemigos. Lo que conmovía el corazón de Jesús era el alma sedienta del agua de vida (El ministerio de curación, pp. 15, 16).
PORQUE EXTRANJEROS FUISTEIS EN EGIPTO
“Amaréis, pues, al extranjero; porque extranjeros fuisteis en la tierra de
Egipto” (Deut. 10:19). ¿Cuál es el mensaje para el antiguo Israel aquí? ¿Cuál
debería ser el mensaje de este versículo para nosotros también?
Siglos antes, el Señor le dijo a Abram: “Ten por cierto que tu descendencia morará en tierra ajena, y será esclava allí, y será oprimida cuatrocientos años” (Gén. 15:13; ver además Gén. 17:8; Hech. 13:17). Esto es, por supuesto, lo que sucedió; y en los primeros capítulos del Éxodo la dramática historia de su redención y la salvación de Egipto (Éxo. 14:13; 15:13) se registró para la posteridad como anuncio de la redención y la salvación que se nos ha dado en Cristo Jesús. En este versículo, el Señor quiere que recuerden dónde habían estado y lo que habían sido, es decir, extranjeros en otra tierra.
En otras palabras, el Señor les dice: “Recuerden cuando eran marginados y esclavos de la sociedad; estaban a merced de quienes eran más fuertes y podían abusar de ustedes”. Aunque Israel era una nación escogida, llamada por Dios “reino de sacerdotes” (Éxo. 19:6), y aunque había algunas diferencias entre ellos y los extranjeros que vivían entre ellos (especialmente en lo respectivo a algunos servicios religiosos), en materia de “derechos humanos”, el extranjero, la viuda y el huérfano debían ser tratados con la misma equidad y justicia que los israelitas nativos demandaban para sí mismos.
Lee Mateo 7:12. ¿Cómo encapsula el versículo lo que el Señor estaba diciendo al antiguo Israel acerca de cómo debían tratar a los débiles que hubiera entre ellos?
Esta advertencia a Israel acerca de cómo debían tratar a los marginados
de ninguna manera era la norma en el mundo antiguo, donde en algunos
casos los marginados eran tratados como animales, o aún peor.
En contraste, Israel debía ser diferente, una luz para las naciones. Y esa
diferencia se luciría en el Dios al que adoraban, en cómo lo adoraban y en
todo el sistema de verdades que Dios les había dado. Sin embargo, su trato
amable hacia los marginados podría haber sido un poderoso testimonio al
mundo de la superioridad de su Dios y de su fe, que en cierto sentido era
el objetivo de su existencia como pueblo: dar testimonio al mundo acerca
de su Dios.
Martes
Los que creen la Palabra de Dios lean las instrucciones contenidas en Levítico y Deuteronomio. Allí verán qué clase de educación se daba a las familias de Israel. Si bien el pueblo elegido por Dios debía destacarse y ser santo, separado de las naciones que no le conocían, tenía que tratar bondadosamente al extranjero. No debía despreciarlo porque no pertenecía a Israel. Los israelitas tenían que amar al extranjero, porque Cristo moriría tan ciertamente por él para salvarlo como lo haría para salvar a Israel. En sus fiestas de agradecimiento, cuando ellos recordaban las bendiciones de Dios, el extranjero debía ser bienvenido. En el tiempo de la cosecha, había que dejar en el campo una porción para el extranjero y el pobre. Así los extranjeros también participaban de las bendiciones espirituales de Dios. El Señor Dios de Israel ordenó que fuesen aceptados si decidían formar parte de la sociedad que lo reconocían como Señor. De esta manera, conocerían la ley de Jehová y lo glorificarían mediante su obediencia.
Dios también desea hoy que sus hijos compartan sus bendiciones con el mundo, tanto en las cosas espirituales como en las temporales. Las preciosas palabras que siguen acerca del Salvador se dijeron para beneficio de cada discípulo de todas las épocas: “Ríos de agua viva brotarán de su corazón”. Juan 7:38.
Pero en vez de compartir los dones de Dios, muchos de los profesos cristianos se enfrascan en sus propios y mezquinos intereses y privan egoístamente a sus semejantes de las bendiciones de Dios (Testimonios para la iglesia, t. 6, pp. 276, 277).
Dios no aprobará ningún medio por el cual un hombre, aun en el menor grado, domine u oprima a su prójimo. La única esperanza para el hombre caído es contemplar a Jesús, y recibirlo como su único Salvador; tan pronto como el hombre comienza a formar una regla de hierro para otros hombres; tan pronto como empieza a enjaezar a los hombres y a guiarlos siguiendo los dictados de su propia mente, deshonra a Dios, y pone en peligro su propia alma y las almas de sus hermanos…
Él [Dios] espera que sus obreros sean bondadosos. ¡Cuánta misericordia revela el trato de Dios! Véase Deuteronomio 10:17-20; 2 Crónicas 20:5-7, 9; 1 Pedro 1:17. Pero las reglas de Dios han sido descuidadas, y se ha ofrecido fuego extraño ante el Señor (El ministerio de publicaciones, p. 154).
“Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos”. Mateo 7:12.
En la seguridad del amor de Dios hacia nosotros, Jesús ordena, en un abarcante principio que incluye todas las relaciones humanas, que nos amemos unos a otros…
En nuestro trato con otros, pongámonos en su lugar. Comprendamos sus sentimientos, sus dificultades, sus chascos, sus gozos y sus pesares. Identifiquémonos con ellos; luego tratémoslos como quisiéramos que nos trataran a nosotros si cambiásemos de lugar con ellos. Esta es la regla de la verdadera honradez. Es otra manera de expresar esta ley: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Mateo 22:39. Es la médula de la enseñanza de los profetas, un principio del cielo. Se desarrollará en todos los que se preparan para el sagrado compañerismo con él (El discurso maestro de Jesucristo, pp. 113, 114).
“JUZGAD JUSTAMENTE”
Como creyentes, hemos sido llamados a reflejar el carácter de Dios. Pablo escribió: “Hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros” (Gál. 4:19). Después de todo, originalmente habíamos sido hechos “a imagen de Dios” (Gén. 1:27), una imagen que luego el pecado desfiguró. Y, como vimos, cuando Moisés habló del poder y la majestad de Dios, también dijo que Dios no aceptaba sobornos y que se preocupaba por los débiles y los marginados. Dios hace esto; por lo tanto, nosotros también debemos hacer lo mismo.
Lee los siguientes pasajes de Deuteronomio. ¿Cuál es el tema común
entre todos ellos? Deuteronomio 1:16; 16:19; 24:17; 27:19.
Es casi proverbial el hecho de que los débiles, los pobres y los marginados no obtengan el mismo tipo de “justicia” en la mayoría de los tribunales humanos que quienes tienen dinero, poder y conexiones. No importa el país, la época, la cultura, ni cuán elevados sean los principios de justicia y equidad consagrados en constituciones o leyes, o lo que sea; la realidad sigue siendo la misma: los pobres, los débiles y los marginados casi nunca obtienen la justicia que otros reciben.
Por eso, es notable lo que el Señor mismo estaba diciendo aquí. Esta injusticia, que está en todas partes, no debe cometerse en Israel, entre el pueblo de Dios, los que lo representarán ante el mundo. En cierto sentido, para usar un término de la era moderna, el Señor quería que hubiera “igualdad ante la ley” en el antiguo Israel.
Pero, esto va más profundo que un asunto de mera jurisprudencia. “Santos seréis, porque santo soy yo Jehová vuestro Dios” (Lev. 19:2). Ellos sabían quién era el Dios verdadero, tenían las formas correctas de adoración y daban las ofrendas correctas. Eso está bien. Pero, en definitiva, ¿de qué servía todo eso si maltrataban a los débiles y los pobres de entre ellos? Vez tras vez, en los escritos de los profetas, el Señor critica a los opresores de los pobres y los necesitados de Israel. ¿Cómo ser “santo” y maltratar a los demás al mismo tiempo? No se puede, sin importar cuán estricta sea la adhesión a los ritos religiosos correctos.
■ Lee Amós 2:6; 4:1; 5:11; Isaías 3:14 y 15; 10:1 y 2; y Jeremías 2:34. ¿Qué dicen los profetas que refleja lo que el Señor había advertido sobre el antiguo Israel? Estas palabras ¿qué nos dicen a nosotros hoy?
Miércoles
Moisés repitió al pueblo las palabras del Señor, y le anunció el nombramiento de los setenta ancianos. Las instrucciones que el gran jefe les dio a estos hombres escogidos podrían muy bien servir como modelo de integridad judicial para los jueces y legisladores de los tiempos modernos: “Oíd entre vuestros hermanos, y juzgad justamente entre el hombre y su hermano, y el que le es extranjero. No tengáis respeto de personas en el juicio: así al pequeño como el grande oiréis: no tendréis temor de ninguno, porque el juicio es de Dios”. Deuteronomio 1:16, 17 (Historia de los patriarcas y profetas, pp. 399, 400).
Es extraño que profesos cristianos hagan caso omiso de las enseñanzas claras y positivas de la Palabra de Dios y no sientan remordimiento de conciencia. Dios coloca sobre ellos la responsabilidad de cuidar del infortunado, el ciego, el cojo, la viuda y el huérfano; pero muchos no hacen el menor esfuerzo por tenerlo en cuenta. A fin de salvar a los tales, Dios frecuentemente los pone bajo la vara de la aflicción y los coloca en situaciones similares a las que ocupaban las personas que necesitaban comprensión y apoyo, pero que no lo recibieron de sus manos.
Dios considerará responsable a la iglesia, como un cuerpo, por la conducta equivocada de sus miembros. Si se permite que en cualquiera de sus miembros exista un espíritu egoísta e indiferente hacia el infortunado… Él ocultará su rostro de su pueblo hasta que cumplan con su deber y quiten el mal que hay entre ellos. Si cualquiera que profesa el nombre de Cristo representa mal a su Salvador olvidándose de su deber hacia el afligido, o si en cualquier forma procuran sacar ventaja de la lesión de los desafortunados, robándoles así de sus recursos, el Señor considera a la iglesia responsable por el pecado de sus miembros hasta que hayan hecho todo lo que pueden para remediar el mal existente. Él no oirá la oración de su pueblo mientras el huérfano, el cojo, el ciego y el enfermo que están entre ellos sean descuidados (Testimonios para la iglesia, t. 3, p. 567)
Debe haber un poder que obre en el interior, una vida nueva de lo alto, antes de que el hombre pueda convertirse del pecado a la santidad.
Nadie recibe la santidad como derecho de primogenitura o como obsequio de parte de algún otro ser humano. La santidad es el don de Dios por medio de Cristo. Los que reciben al Salvador llegan a ser hijos de Dios. Son sus hijos espirituales, nacidos de nuevo, renovados en justicia y verdadera santidad. Sus mentes son cambiadas. Con visión más clara contemplan las realidades eternas. Son adoptados en la familia de Dios, y llegan a adquirir su semejanza, transformados por su Espíritu de gloria en gloria. Después de albergar un amor supremo por sí mismos, llegan a albergar un amor supremo por Dios y por Cristo… Aceptar a Cristo como Salvador personal y seguir su ejemplo de abnegación, he aquí el secreto de la santidad (La maravillosa gracia de Dios, p. 120).
RELIGIÓN PURA ANTE DIOS
Lee Deuteronomio 24:10 al 15. ¿Qué principios importantes se expresan
aquí con respecto a cómo debemos tratar a los que están bajo nuestro
control?
Una vez más, vemos la preocupación del Señor por la dignidad humana básica. Puede ser que alguien te deba algo, y sea hora de recobrarlo, pero muéstrale un poco de respeto, un poco de dignidad, ¿sí? No irrumpas en su casa para exigirle. Espera afuera y deja que él salga y te lo dé. Deuteronomio 24:12 y 13 parece decir que si algún pobre te da su manto como “garantía”, al menos debes dejarlo dormir con él durante la noche. Los otros versículos hablan de cómo tratar a los pobres que trabajan para ellos, que pueden ser oprimidos con tanta facilidad. No los opriman, porque a los ojos de Dios es un pecado, y por cierto grave. Nuevamente, si Israel debía dar testimonio como pueblo santo que anda en la verdad en medio de un mundo lleno de errores, idolatría, maldad y pecado, seguramente tendrían que ser amables con los más débiles y marginados de entre ellos. De lo contrario, su testimonio no serviría para nada.
Lee Santiago 1:27 a 2:11. ¿Qué dice Santiago aquí que refleja lo que el Señor le estaba diciendo a su pueblo en Deuteronomio? ¿Qué importancia tiene el hecho de que en estos versículos Santiago vincule el maltrato a los pobres con los Diez Mandamientos?
Aunque no hay nada en los Diez Mandamientos que tenga relación directa con usar favoritismo hacia los ricos en desmedro de los pobres, adherirse estrictamente a la letra de la Ley y, al mismo tiempo, maltratar a los pobres o los necesitados constituye una burla de la propia profesión de fe y de cualquier pretensión de guardar los Mandamientos. Amar a tu prójimo como a ti mismo es la máxima expresión de la Ley de Dios, y esta es Verdad Presente tanto ahora como lo fue en la época de Santiago, y como lo fue cuando Moisés le habló a Israel en las fronteras de la Tierra Santa.
■ ¿Por qué nosotros, como adventistas del séptimo día, que nos tomamos en serio la observancia de la Ley, debemos cerciorarnos de tomar en serio las palabras de Santiago y Deuteronomio? Según lo que leemos en Santiago, ¿por qué creer en la observancia de la Ley solo debería fortalecer nuestra determinación de ayudar a los pobres y los necesitados de entre nosotros?
Jueves
La ley dada por Moisés ordenaba que se tratase con tierna consideración a los pobres. Cuando uno de estos daba su ropa como prenda o como garantía de una deuda, no se permitía al acreedor entrar en la casa para obtenerla; tenía que esperar en la calle hasta que le trajeran la prenda. Cualesquiera fuesen las circunstancias, era necesario que fuera devuelta la prenda a su dueño antes de la puesta del sol. Deuteronomio 24:10-13. En los días de Cristo se daba poca importancia a estas reglas misericordiosas, pero Jesús enseñó a sus discípulos que se sometieran a la decisión del tribunal, aunque este exigiese más de lo autorizado por la ley de Moisés (El discurso maestro de Jesucristo, p. 63).
Cristo demostró que nuestro prójimo no es meramente quien pertenece a la misma iglesia o fe que nosotros. No tiene que ver con distinción de raza, color o clase. Nuestro prójimo es toda persona que necesita nuestra ayuda. Nuestro prójimo es toda alma que está herida y magullada por el adversario. Nuestro prójimo es todo aquel que pertenece a Dios.
Mediante la historia del buen samaritano, Jesús pintó un cuadro de sí mismo y de su misión. El hombre había sido engañado, estropeado, robado y arruinado por Satanás, y abandonado para que pereciese; pero el Salvador se compadeció de nuestra condición desesperada. Dejó su gloria, para venir a redimirnos. Nos halló a punto de morir, y se hizo cargo de nuestro caso. Sanó nuestras heridas. Nos cubrió con su manto de justicia. Nos proveyó un refugio seguro e hizo completa provisión para nosotros a sus propias expensas. Murió para redimirnos. Señalando su propio ejemplo, dice a sus seguidores: “Esto os mando: Que os améis los unos a los otros”. “Como os he amado, que también os améis los unos a los otros”. Juan 15:17; 13:34 (El Deseado de todas las gentes, pp. 464, 465).
La verdad divina ejerce poca influencia sobre el mundo, cuando debiera ejercer mucha influencia por nuestra práctica. Abunda la mera profesión de religión, pero tiene poco peso. Podemos aseverar ser seguidores de Cristo, podemos afirmar que creemos toda la verdad de la Palabra de Dios; pero esto no beneficiará a nuestro prójimo a menos que nuestra creencia penetre en nuestra vida diaria. Lo que profesamos puede ser tan sublime como el cielo, pero no nos salvará a nosotros ni a nuestros semejantes a menos que seamos cristianos. Un ejemplo correcto hará más para beneficiar al mundo que todo lo que profesemos.
Ninguna práctica egoísta puede servir a la causa de Cristo. Su causa es la causa de los oprimidos y de los pobres. En el corazón de los que profesan seguirle, se necesita la tierna simpatía de Cristo, un amor más profundo por aquellos a quienes estimó tanto que dio su propia vida para salvarlos. Estas almas son preciosas, infinitamente más preciosas que cualquier otra ofrenda que podamos llevar a Dios. El dedicar toda energía a alguna obra aparentemente grande, mientras descuidamos a los menesterosos y apartamos al extranjero de su derecho, no es un servicio que reciba su aprobación (Palabras de vida del gran Maestro, p. 316).
PARA ESTUDIAR Y MEDITAR:
Es difícil imaginar que aun en las mejores épocas, como en los reinados de David y Salomón, cuando la nación de Israel había sido tan bendecida por Dios, sin embargo, quizá haya oprimido tanto a los pobres, los desamparados y los marginados de entre ellos.
“Por eso, como pisotean al desvalido y le imponen tributo de grano, no vivirán en las casas de piedra labrada que han construido, ni beberán del vino de los selectos viñedos que han plantado. ¡Yo sé cuán numerosos son sus delitos, cuán grandes sus pecados!” (Amós 5:11, 12, NVI).
“El Señor entra en juicio contra los ancianos y jefes de su pueblo: ¡Ustedes han devorado la viña, y el despojo del pobre está en sus casas!” (Isa. 3:14, NVI).
PREGUNTAS PARA DIALOGAR:
1. Israel necesitaba recordar que habían sido “extranjeros” en Egipto, que era una de las razones por las que debían tratar a los extranjeros y los marginados de Israel como desearían haber sido tratados cuando eran marginados. ¿Cómo se relaciona esta verdad con el evangelio, con la idea de que, mediante la sangre de Jesús, hemos sido liberados de la esclavitud del pecado? ¿Por qué, y de qué formas paralelas, lo que Jesús ha hecho por nosotros debería afectar la forma en que tratamos a los demás, especialmente a los desamparados de entre nosotros?
2. Piensa en esto. Podemos adorar en el día apropiado, comprender la verdad sobre la muerte, el infierno, la marca de la bestia, y demás. Está bien. Pero ¿qué significa todo esto si tratamos a los demás de manera desagradable u oprimimos a los débiles de entre nosotros o no administramos justicia de manera justa cuando necesitamos juzgar una situación? Especialmente debido a la verdad que tenemos, ¿por qué debemos tener mucho cuidado de no pensar que todo lo que Dios requiere de nosotros es únicamente conocer la verdad en sí misma? ¿Por qué es una trampa potencialmente peligrosa para nosotros?
3. ¿Qué papel debería desempeñar nuestra fe para ayudarnos a comprender lo que comúnmente se conoce como “derechos humanos”?
Viernes
Cada día con Dios, 9 de octubre, “Imitemos el modelo”, p. 289;
Historia de los patriarcas y profetas, “Dios cuida de los pobres”, pp. 570-577.
"LA VERDAD PRESENTE, EN DEUTERONOMIO"
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Dios lo bendiga!!!
Lección 5
EL SÁBADO ENSEÑARÉ...
Parte I: RESEÑA
Texto clave: Deuteronomio 10:1.
Enfoque del estudio: Deuteronomio 10:1-19; Salmo 146:5-10; Mateo 7:12; Santiago 1:27–2:11.
Introducción:
Esta historia en que Dios reescribe nuevas tablas de su Ley es una historia de la gracia y el amor paciente de Dios por Israel. En la antigüedad, cuando se violaba un pacto, la renovación del pacto implicaba la preparación de nuevos tratados. Es en el contexto del vergonzoso suceso de Horeb que Moisés insta a Israel a renovar su pacto y a preparar un nuevo juramento de lealtad en el que se especificaba el requisito de Dios para su pueblo. Estos versículos reúnen varios temas en torno al principio del amor, a saber, el amor a Jehová (el primer Mandamiento), el amor como respuesta al amor y el perdón de Dios, y amar al prójimo y, más específicamente, amar al extranjero (el segundo Mandamiento), porque Dios lo amaba.
Temática de la lección:
- El Nuevo Pacto. Aunque el Pacto es eterno, siempre existe la necesidad de renovarlo (circuncisión del corazón).
- La circuncisión del corazón. Las imágenes, una especie de mezcla de metáforas, revela una verdad teológica crucial.
- Amar al extranjero. Amar al prójimo es una cosa. Pero ¿a los extranjeros también?
Parte II: COMENTARIO
El Nuevo Pacto
Hay una paradoja en la renovación de un pacto que es eterno. Lógicamente, un pacto eterno no necesita renovación. La lección que se extrae de esta paradoja tiene que ver con la fidelidad de Dios versus la infidelidad de su pueblo. Fíjate que el “nuevo pacto” no implica una nueva Ley. Es la misma Ley, que se reescribe en las nuevas tablas. Lo que Dios requiere ahora es simplemente una interiorización de la Ley.
La ley escrita en las tablas de piedra debe estar escrita en el corazón del pueblo. La renovación del Pacto es la renovación del corazón. El mecanismo de este proceso es el amor. Jeremías, quien usa por primera vez la expresión “nuevo pacto”, lo define en los siguientes términos: “No como el pacto que hice con sus padres el día que tomé su mano para sacarlos de la tierra de Egipto; porque ellos invalidaron mi pacto, aunque fui yo un marido para ellos, dice Jehová. Pero este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová: Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo” (Jer. 31:32, 33).
Curiosamente, Jeremías registra la misma experiencia de un documento de pacto roto. El profeta, al igual que Moisés, también tuvo que reescribir su libro (Jer. 36:27, 28). Asimismo, cuando el apóstol Pablo se refiere al “nuevo pacto” (2 Cor. 3:6), lo entiende como un pacto espiritual que está escrito “no en tablas de piedra, sino en tablas de carne del corazón” (2 Cor. 3:3).
Preguntas para analizar y reflexionar: ¿Cómo se aplica la noción bíblica de “nuevo pacto” en el libro de Deuteronomio a nuestra comprensión de la relación entre el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento? ¿Por qué el “nuevo pacto” implica la misma Ley? ¿Por qué en Sinaí Dios escribió la Ley en piedras y no directamente en el corazón de la gente?
La circuncisión del corazón
La exigencia de Dios a Israel de que circuncidara su corazón no debe tomarse literalmente, por supuesto. Moisés menciona que es “incircunciso de labios” (Éxo. 6:12, 30, RVA) para sugerir que sus labios están cerrados y que no puede hablar con fluidez (“yo soy torpe de labios” [Éxo. 6:30]). Jeremías deplora que Israel tenga oídos incircuncisos, lo que significa que no puede escuchar la palabra de Jehová (Jer. 6:10). Debido a que la circuncisión es la señal del Pacto (Gén. 17:10-13), la circuncisión del corazón es una imagen que simboliza la circuncisión interior que Pablo describirá más adelante como la conversión del creyente (Rom. 2:28, 29). Este es un procedimiento que solo Dios puede realizar (Deut. 30:6).
Moisés no sugiere que la circuncisión de la carne sea mala. Antes de entrar en la tierra de Canaán, los hombres de Israel tendrán que circuncidarse como señal del Pacto (Jos. 5:2). La circuncisión del corazón concierne a los que ya están circuncidados en la carne, a los que están bajo el Pacto. Después de la circuncisión de la carne, la renovación del Pacto no es una nueva circuncisión que anularía la anterior, sino una profundización del mismo Pacto y de sus leyes. Después de recibir la letra de la Ley, ahora son llamados a hacer que su compromiso se arraigue en el corazón. Esto implica no solo abstenerse de hacer el mal. Más importante que esto es no desear hacer el mal. No solo abstenerse de hacer el mal, sino dedicar toda la vida a hacer el bien. Solo el amor hará que este compromiso sea posible. Por eso, en esta etapa Dios exige un pacto sobre la base del amor y, por ende, este es más exigente y más cabal.
Preguntas para analizar y reflexionar: ¿Qué hace que un pacto basado en el amor sea más exigente que un pacto basado en la Ley? Al mismo tiempo, ¿cuáles son los riesgos de enfatizar el amor a expensas del rigor de la justicia? La imagen de la circuncisión del corazón ¿qué relación tiene con la imagen de una cerviz endurecida?
Amar al extranjero
Lo más intrigante es que la primera aplicación del mandamiento de amar al Señor es amar al extranjero. ¿Por qué Dios requería que Israel amara al extranjero? Aquí se pueden enumerar dos series de razones. Analicen y mediten en ellas en clase: (1) razones para justificar este requisito y (2) razones para prepararlos para la santidad.
¿Por qué amar al extranjero?
- Porque Dios ama al extranjero (Deut. 10:18). Esta razón está arraigada en la fe en el Creador, que es dueño de los cielos y la Tierra (Deut. 10:14). En esta razón están implícitos dos principios. En primer lugar, está el principio de que Dios ha creado al extranjero a su imagen (imago Dei). El segundo principio deriva del primero; es el principio de la imitación de Dios (imitatio Dei) por parte de sus siervos.
- Porque Israel solía ser extranjero (Deut. 10:19). Esta razón se basa en el principio de “amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Lev. 19:18).
- Prepararse para conocer a Dios. Dios pertenece a otro orden (Deut. 10:17). Él es el Santo, y es esencialmente diferente de nosotros los seres humanos. La mejor pedagogía para amar a Dios podría ser aprender a amar al diferente, al extranjero.
- Prepararse para conocer a otros. Como exesclavos, los israelitas tuvieron que aprender a ver a los demás no solo como amos crueles a los que odiaban sino como “prójimo” con quienes comunicarse, compartir y amar. Porque la experiencia del amor se enriquece y se fortalece cuando se vive entre dos pueblos diferentes.
- Prepararse para perfilar y cumplir su propio destino como extranjeros. Como exnómadas en el desierto, los israelitas tuvieron que aprender el camino de la santidad y el valor de vivir con diferentes personas sin comprometer su identidad santa. Del mismo modo, Abraham, José y Daniel tuvieron que aprender a vivir con la tensión entre conciliar el deber de la santidad con el deber del amor.
Amar a los huérfanos y a las viudas
El pacto de Deuteronomio no define el “amor”, pero deja en claro que el amor es una categoría divina. Es solo a través de Dios que Israel puede comprender y cumplir el mandamiento del amor. Por otro lado, es importante notar que la única vez que se describe el amor es en acción a través de la administración de la justicia de Dios en favor de los huérfanos y las viudas (Deut. 10:18; comparar con Deut. 24:17-22).
Preguntas para analizar y reflexionar: ¿Por qué el requisito de amar al huérfano y a la viuda se relaciona con el requisito de amar al extranjero? ¿Qué tienen en común el forastero, la viuda y el huérfano?
Parte III: APLICACIÓN A LA VIDA
En Los miserables –del escritor francés Víctor Hugo–, el ladrón Jean Valjean comprende finalmente el valor del perdón y la misericordia cuando su anfitrión le entrega la plata que había robado; de lo contrario, habría ido preso. Considera y analiza los siguientes casos:
- Eres el anciano o el pastor de una iglesia. Una joven de tu iglesia tuvo un hijo después de una relación extramarital. Varios años después, la pareja se acerca a ti y te pide que realices su ceremonia de matrimonio (ambos son adventistas). ¿Cómo abordarías este caso?
- ¿Cuáles son las motivaciones que guían tus decisiones políticas? ¿Eliges tu partido político sobre la base de una agenda nacionalista, de intereses egoístas, o te inclinas más por la justicia social y el cuidado de los pobres, las viudas y los huérfanos?
- Un mendigo borracho te pide dinero porque dice que tiene hambre y no ha comido de verdad en muchos días. ¿Cómo responderás a su solicitud si no tienes garantía de que no usará el dinero para comprar alcohol?
- ¿Qué le dirías a una persona de tu comunidad de fe que te dice que no le agradas pero que, a causa de Dios, se ve obligada a amarte? ¿Cómo le respondes?
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