Lección 13: La resurrección de Moisés | Deuteronomio | Escuela Sabática 4T 2021
Lección 13: Para el 25 de diciembre de 2021
LA RESURRECCIÓN DE MOISÉS
LEE PARA EL ESTUDIO DE ESTA SEMANA: Números 20:1–13; Deuteronomio 31:2; 34:4; 34:1–12; Judas 9; 1 Corintios 15:13–22.
PARA MEMORIZAR:
“Pero cuando el arcángel Miguel contendía con el diablo, disputando con él por el cuerpo de Moisés, no se atrevió a proferir juicio de maldición contra él, sino que dijo: El Señor te reprenda” (Jud. 9).
Como hemos visto durante todo el trimestre, Moisés es protagonista humano en el libro de Deuteronomio. Su vida, su carácter, sus mensajes, impregnan el libro. Aunque Deuteronomio trata sobre Dios y su amor por el ‘am yisra’el, “el pueblo de Israel”, Dios a menudo utilizó a Moisés para revelar ese amor y hablarle a su pueblo Israel.
Ahora que llegamos al final de nuestro estudio de Deuteronomio, llegamos también al final de la vida de Moisés, al menos su vida aquí. Como lo expresó Elena de White: “Moisés sabía que debía morir solo; a ningún amigo terrenal se le permitiría asistirlo en sus últimas horas.
La escena que le esperaba tenía un carácter misterioso y pavoroso que le oprimía el corazón. La prueba más severa consistió en separarse del pueblo que estaba bajo su cuidado y al cual amaba; el pueblo con el cual había identificado todo su interés durante tanto tiempo. Pero había aprendido a confiar en Dios, y con fe incondicional se encomendó a sí mismo y a su pueblo al amor y la misericordia divinos” (PP 504).
Así como la vida y el ministerio de Moisés revelaron mucho sobre el carácter de Dios, así también su muerte y su resurrección.
Sábado
Durante muchos años, Moisés y Aarón habían caminado juntos, ayudándose mutuamente en sus cuidados y en sus labores. Juntos habían arrostrado innumerables peligros, y habían compartido la señalada bendición de Dios; pero ya había llegado la hora en que debían separarse… En algún sitio más allá de las montañas de Edom, estaba la senda que conducía a la tierra prometida, aquella tierra de cuyas bendiciones Moisés y Aarón no gozarían. Ningún sentimiento rebelde había en su corazón. Ninguna murmuración salió de sus labios, aunque una tristeza solemne embargó sus semblantes cuando recordaron lo que les impedía llegar a la herencia de sus padres…
A causa del pecado que cometió en Cades, se le negó a Aarón el privilegio de oficiar como sumo sacerdote de Dios en Canaán, de ofrecer el primer sacrificio en la buena tierra, y de consagrar así la herencia de Israel. Moisés había de continuar llevando su carga de conducir al pueblo hasta los mismos límites de Canaán. Había de llegar a ver la tierra prometida, pero no había de entrar en ella. Si estos siervos de Dios, cuando estaban frente a la roca de Cades, hubieran soportado sin murmuración alguna la prueba a que allí se los sometió, ¡cuán diferente habría sido su futuro! Jamás puede deshacerse una mala acción. Puede suceder que el trabajo de toda una vida no recobre lo que se perdió en un solo momento de tentación o aun de negligencia (Historia de los patriarcas y profetas, pp. 451-453).
El tiempo presente es un momento de solemne privilegio y sagrada confianza. Si los siervos de Dios cumplen fielmente el cometido a ellos confiado, grande será su recompensa cuando el Maestro diga: “Da cuenta de tu mayordomía”. [Lucas 16:2.] La ferviente labor, el trabajo abnegado, el esfuerzo paciente y perseverante, serán recompensados abundantemente. Jesús dirá: Ya no os llamo siervos, sino amigos [ver Juan 15:15]. El Maestro no concede su aprobación por la magnitud de la obra hecha, sino por la fidelidad manifestada en todo lo que se ha hecho. No son los resultados que alcanzamos, sino los motivos por los cuales obramos, lo que más importa a Dios. Él aprecia sobre todo la bondad y la fidelidad (Obreros evangélicos, p. 282).
Os ruego que obréis con el sincero deseo de glorificar a Dios. Depended de su poder; sea su gracia vuestra fuerza. Por el estudio de las Escrituras y la oración ferviente, tratad de obtener un claro concepto de vuestro deber y luego cumplidlo fielmente. Es esencial que cultivéis, la fidelidad en las cosas pequeñas, y al hacerlo adquiriréis costumbres de integridad en las responsabilidades mayores. Los pequeños incidentes de la vida diaria pasan con frecuencia sin que los notemos; pero son estas cosas las que forman el carácter. Cada acontecimiento de la vida es grande para bien o para mal. La mente necesita ser educada por las pruebas diarias, a fin de adquirir fuerza para resistir en cualquier situación difícil. En los días de prueba y peligro, necesitaréis ser fortalecidos para permanecer firmes de parte de lo recto, independientes de toda influencia opositora (Testimonios para la iglesia, t. 1 p. 554)
EL PECADO DE MOISÉS: PRIMERA PARTE
Una vez tras otra, incluso en medio de su apostasía y sus peregrinaciones
por el desierto, Dios proveyó milagrosamente para los hijos de Israel. Es
decir, aun cuando no lo merecían (y muchas veces fue así), la gracia de Dios
fluía hacia ellos. En la actualidad, nosotros también somos receptores de
su gracia, aunque tampoco lo merezcamos. En definitiva, no sería gracia si
la mereciéramos, ¿verdad?
Además de la abundancia de alimento que el Señor les había proporcionado
milagrosamente en el desierto, otra manifestación de su gracia fue
el agua, sin la cual perecerían rápidamente, especialmente en un desierto
seco, caluroso y desolado. Sobre esa experiencia, Pablo escribió: “Y todos
bebieron la misma bebida espiritual; porque bebían de la roca espiritual
que los seguía, y la roca era Cristo” (1 Cor. 10:4). Elena de White también
agregó que “dondequiera que les hacía falta agua en su peregrinaje, fluía
de las hendiduras de las rocas y corría al lado de su campamento” (PP 436).
Lee Números 20:1 al 13. ¿Qué sucedió aquí, y cómo entendemos el castigo
que el Señor le dio a Moisés por lo que había hecho?
Por un lado, no es difícil ver y entender la frustración de Moisés. Después
de todo lo que el Señor había hecho por ellos, las señales, los prodigios y la
liberación milagrosa, aquí estaban finalmente, en los límites de la Tierra
Prometida. Pero, de repente les falta agua, y comienzan a conspirar contra
Moisés y Aarón. El Señor ¿no podría proveerles agua ahora como lo había
hecho tantas veces antes? Por supuesto que sí; podía hacerlo y lo volvería
a hacer.
Sin embargo, considera las palabras de Moisés cuando golpeó la roca,
incluso dos veces. “¡Oíd ahora, rebeldes! ¿Os hemos de hacer salir aguas de
esta peña?” (Núm. 20:10). Prácticamente podemos escuchar la ira en su voz,
porque comienza llamándolos “rebeldes”.
El problema no era tanto su enojo en sí, que era bastante malo pero entendible,
sino cuando dijo: “¿Acaso tenemos que sacarles agua de esta roca?”
(NVI), como si él o cualquier ser humano pudiera sacar agua de un roca. En
su ira, en ese momento aparentemente se olvidó de que era solo el poder de
Dios que obraba en medio de ellos el que podía hacer ese milagro. Él, más
que nadie, debería haberlo sabido.
■ ¿Con qué frecuencia decimos o incluso hacemos cosas en un ataque de ira, y hasta creemos que la ira es justificada? ¿Cómo podemos aprender a detenernos, orar y buscar el poder de Dios para decir y hacer lo correcto antes de decir y hacer lo incorrecto?
Domingo
En todas sus peregrinaciones, los hijos de Israel estuvieron tentados a atribuir a Moisés la obra especial de Dios, los milagros portentosos que se habían efectuado para liberarlos del yugo egipcio. Acusaron a Moisés de haberlos sacado de la tierra de Egipto. Era cierto que el Señor se había manifestado maravillosamente a Moisés. Lo había favorecido especialmente con su presencia. A él Dios le había revelado su extraordinaria gloria. En el monte lo había hecho participar de una intimidad sagrada con él y había hablado con Moisés como un hombre habla con un amigo. Pero el Señor había dado una prueba tras otra de que era él mismo quien estaba trabajando para la liberación de ellos.
Al decir “¿os hemos de hacer salir aguas de esta peña?”, Moisés virtualmente dijo al pueblo que estaban en lo correcto al creer que él estaba haciendo las obras portentosas que se estaban realizando en favor de ellos. Esto determinó que Dios demostrara a Israel que tal declaración de Moisés no estaba fundada en la verdad… Para desvanecer para siempre de la mente de los israelitas la idea de que un hombre los estaba guiando, Dios estimó necesario permitir que el dirigente de ellos muriera antes de que entraran en la tierra de Canaán (Comentarios de Elena G. de White en Comentario bíblico adventista del séptimo día, t. 1, pp. 1129, 1130).
Los siervos de Cristo no han de actuar según los dictados del corazón natural. Necesitan tener una íntima comunión con Dios, no sea que, bajo la provocación, el yo se levante y ellos dejen escapar un torrente de palabras inconvenientes, que disten mucho de ser como el rocío y como las suaves gotas que refrescan las plantas agostadas. Esto es lo que Satanás quiere que hagan; porque estos son sus métodos. Es el dragón el que se aíra, es el espíritu de Satanás el que se revela en la cólera y las acusaciones. Pero los siervos de Dios han de ser representantes suyos. Él desea que trafiquen únicamente con la moneda del cielo, la verdad que lleva su propia imagen e inscripción. El poder por el cual han de vencer al mal es el poder de Cristo. La gloria de Cristo es su fuerza. Han de fijar sus ojos en su hermosura. Entonces podrán presentar el evangelio con tacto y amabilidad divina (El Deseado de todas las gentes, p. 319).
Seremos capaces de aprender a controlar la lengua mediante la ayuda que Cristo puede conceder. Aunque él fuera probado severamente en lo que se refiere a hablar palabras airadas y apresuradas, nunca pecó con sus labios. Hizo frente con una paciente calma, a las burlas, a la mofa, y al ridículo de sus compañeros de trabajo, junto al banco de carpintero. En lugar de contestar con enojo, comenzaba a cantar uno de los hermosos salmos de David; y sus compañeros, antes de comprender lo que estaban haciendo, se unían con él en el himno. ¡Qué transformación se realizaría en este mundo si los hombres y las mujeres siguieran el ejemplo de Cristo en el empleo de las palabras! (Nuestra elevada vocación, p. 293)
EL PECADO DE MOISÉS: SEGUNDA PARTE
Vuelve a leer Números 20:12 y 13. ¿Qué razón específica le dio el Señor a
Moisés por la que no podría cruzar debido a lo que hizo? Ver además Deuteronomio
31:2 y 34:4.
Según este pasaje, el pecado de Moisés implicaba algo más que solo su
intento de ocupar el lugar de Dios, que ya era malo de por sí. También mostró
falta de fe; algo difícil de esperar en alguien como Moisés. Después de todo,
este era el hombre que, desde la zarza ardiente (Éxo. 3:2-16) en adelante, había
tenido una experiencia con Dios diferente de la mayoría. Sin embargo, según
el texto, Moisés no “cre[yó] en mí”; es decir, mostró una falta de fe en lo que
el Señor había dicho y, como resultado, fue incapaz de “santificarme” ante
los hijos de Israel. En otras palabras, si Moisés hubiera mantenido la calma
y hubiera hecho lo correcto al mostrar fe y confianza en Dios en medio de
la apostasía, habría glorificado al Señor ante el pueblo y nuevamente habría
sido un ejemplo para ellos de verdadera fe y obediencia.
Fíjate también que Moisés desobedeció lo que el Señor le dijo específicamente
que hiciera.
Lee Números 20:8. ¿Qué le había dicho el Señor a Moisés que hiciera? Sin embargo, ¿qué hizo Moisés (Núm. 20:9-11)?
En el versículo 9, Moisés toma la vara “como él le mandó”. Hasta aquí,
todo bien. Pero, según el versículo 10, en lugar de hablarle a la roca, de la
cual el agua habría brotado como una expresión asombrosa del poder de
Dios, Moisés la golpeó, no una sino dos veces. Sí, golpear una roca y que
saliera agua de ella fue milagroso, pero sin duda no tan milagroso como si
simplemente le hablaba y esperaba para ver que sucediera lo mismo.
Por supuesto, a simple vista quizá parezca que el juicio de Dios sobre
Moisés fue excesivo: después de todo lo que Moisés había pasado, finalmente
no se le permitiría cruzar a la Tierra Prometida. Siempre que se ha contado
esta historia, la gente se pregunta por qué, debido a un acto imprudente, se
le negó lo que había estado esperando durante tanto tiempo.
■ ¿Qué lección crees que habrán aprendido los hijos de Israel con lo que le sucedió a Moisés?
Lunes
Algunos considerarían… que el pecado [de Moisés] debería pasarse por alto sin mucha atención; pero Dios no piensa como el hombre. Cuando las colinas de Canaán estuvieron a la vista, los israelitas murmuraron porque el arroyo que había corrido dondequiera ellos acampaban, cesó de hacerlo. Las quejas del pueblo fueron dirigidas contra Moisés y Aarón, a quienes acusaron de traerlos al desierto para que muriesen. Los guías fueron a la puerta del tabernáculo y se postraron sobre sus rostros. Nuevamente “la gloria de Jehová apareció”, y se le mandó a Moisés: “Toma la vara, y reúne la congregación, tú y Aarón tu hermano, y hablad a la peña a vista de ellos; y ella dará su agua, y les sacarás aguas de la peña”. Números 20:6, 8.
Los dos hermanos, ya ancianos, se dirigieron a la multitud, Moisés con la vara de Dios en su mano. Mucho tiempo habían soportado pacientemente la rebelión y la obstinación de Israel; pero ahora, finalmente, aún la paciencia de Moisés cedió… Y en vez de hablarle a la roca la golpeó dos veces con la vara.
El agua manó abundantemente para satisfacer a la muchedumbre. Pero se había cometido un gran error. Sus palabras habían sido el resultado de sentimientos de exasperación… “¿Extraeremos nosotros agua?”, interrogó, como si el Señor no cumpliría lo que prometió. Jehová declaró a los dos hermanos: “No creísteis en mí para santificarme delante de los hijos de Israel”. Vers. 12 (Alza tus ojos, p. 297).
Cuando parecen asentarse densas nubes sobre la mente, es cuando se debe dejar que la fe viva atraviese las tinieblas y disipe las nubes. La fe verdadera se apoya en las promesas contenidas en la Palabra de Dios, y únicamente quienes obedezcan a esta Palabra pueden pretender que se cumplan sus gloriosas promesas. “Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho”. Juan 15:7. “Y cualquiera cosa que pidiéremos la recibiremos de él, porque guardamos sus mandamientos, y hacemos las cosas que son agradables delante de él”. 1 Juan 3:22…
Pregunté al ángel por qué no había más fe y poder en Israel. Me respondió: “Soltáis demasiado pronto el brazo del Señor. Asediad el trono con peticiones, y persistid en ellas con firme fe. Las promesas son seguras. Creed que vais a recibir lo que pidáis y lo recibiréis” (Primeros escritos, pp. 72, 73)
LA MUERTE DE MOISÉS
¡Pobre Moisés! Después de haber llegado tan lejos, de haber vivido tantas cosas, finalmente se quedó fuera del cumplimiento de la promesa hecha a Abram muchos siglos antes: “A tu descendencia daré esta tierra” (Gén. 12:7).
Lee Deuteronomio 34:1 al 12. ¿Qué le sucedió a Moisés y qué dijo el Señor
acerca de él que mostraba lo especial que era?
“En completa soledad, Moisés repasó las vicisitudes y las penurias de
su vida desde que se apartó de los honores cortesanos y de su posible reinado
en Egipto, para echar su suerte con el pueblo escogido de Dios. Evocó
aquellos largos años que pasó en el desierto cuidando los rebaños de Jetro;
la aparición del Ángel en la zarza ardiente, y la invitación que se le diera de
librar a Israel. Volvió a contemplar los milagros portentosos que el poder
de Dios realizó en favor del pueblo escogido, y la misericordia longánime
que manifestó el Señor durante los años de peregrinaje y rebelión. A pesar
de todo lo que Dios había hecho en favor del pueblo, a pesar de sus propias
oraciones y labores, sólo dos de todos los adultos que componían el vasto
ejército que salió de Egipto fueron hallados bastante fieles para entrar en la
Tierra Prometida. Mientras Moisés examinaba el resultado de sus labores,
casi le pareció haber vivido en vano su vida de pruebas y sacrificios” (PP 505).
Deuteronomio 34:4 dice algo muy interesante. “Esta es la tierra de que
juré a Abraham, a Isaac y a Jacob, diciendo: A tu descendencia la daré”. El
Señor estaba usando palabras casi literales de lo que había dicho vez tras
vez a los patriarcas y a sus hijos, acerca de darles esta tierra. Ahora se lo
estaba repitiendo a Moisés.
El Señor también dijo: “Te la he hecho ver con tus ojos, mas no pasarás
allá” (Deut. 34:4, JBS, énfasis añadido). No hay forma de que Moisés, allí
parado donde estaba, pudiera haber visto con una visión normal todo lo que
el Señor le señaló, desde Moab hasta Dan, Neftalí y demás. Elena de White
es clara: fue una revelación sobrenatural, no solo de la tierra, sino de cómo
sería después de que hubieran tomado posesión de ella.
En cierto sentido, casi parecería como si el Señor se hubiera estado burlando
de Moisés; como diciéndole: “Podrías haber estado aquí si simplemente
me hubieras obedecido como debías”, o algo así. No obstante, el Señor le
estaba mostrando a Moisés que, a pesar de todo, incluso a pesar del error de
Moisés, Dios iba a ser fiel a las promesas del pacto que había hecho con los
padres y con el mismo Israel. Como veremos, el Señor tenía también algo
mejor reservado para su siervo fiel aunque defectuoso.
Martes
El Señor anunció a Moisés que se acercaba el tiempo señalado para que Israel tomara posesión de Canaán; y mientras el anciano profeta se hallaba en las alturas que dominaban el río Jordán y la tierra prometida, miró con profundo interés la herencia de su pueblo. ¿No podría revocarse la sentencia pronunciada contra él a causa de su pecado en Cades? Con hondo fervor imploró: “Señor Jehová, tú has comenzado a mostrar a tu siervo tu grandeza, y tu mano fuerte; porque ¿qué dios hay en el cielo ni en la tierra que haga según tus obras, y según tus valentías? Pase yo, ruégote, y vea aquella tierra buena, que está a la parte allá del Jordán, aquel buen monte, y el Líbano”. Deuteronomio 3:24, 25.
La contestación que recibió fue: “Bástate; no me hables más de este negocio. Sube a la cumbre del Pisga, y alza tus ojos al occidente, y al aquilón, y al mediodía, y al oriente, y ve por tus ojos: porque no pasarás este Jordán”. Vers. 26, 27 (Historia de los patriarcas y profetas, p. 494).
Dios no quiso que nadie subiera con Moisés a la cumbre del Pisga. Allí este se mantuvo de pie, sobre la elevada prominencia de la cumbre de ese monte, en la presencia de Dios y de los ángeles celestiales. Después de haber contemplado Canaán a su satisfacción, se reclinó a descansar como un guerrero fatigado. Lo asaltó el sueño, pero era el sueño de la muerte. Los ángeles tomaron su cuerpo y lo sepultaron en el valle. Los israelitas nunca pudieron encontrar el lugar donde fue sepultado. Ese funeral, celebrado en secreto, tenía como propósito evitar que la gente pecara contra el Señor cometiendo idolatría con su cuerpo.
Satanás se alegró muchísimo de haber conseguido éxito al lograr que Moisés pecara contra Dios. Por causa de esa transgresión cayó bajo el dominio de la muerte. Si hubiera seguido siendo fiel, y su vida no hubiera sido malograda por esa única transgresión, al no dar gloria a Dios cuando salió agua de la roca, podría haber entrado en la tierra prometida y haber sido trasladado al cielo sin pasar por la muerte (La historia de la redención, p. 177).
Cristo se identificó con los seres humanos, para que estos pudieran ser uno en Espíritu y vida con él. En virtud de esta unión en obediencia a la Palabra de Dios, su vida llega a ser la vida de ellos. Cristo dice al penitente: “Yo soy la resurrección y la vida”. Para Cristo la muerte es un sueño: silencio, tinieblas, sueño. Se refiere a ella como si fuera un breve momento. “Todo aquel que vive y cree en mí —dice— no morirá eternamente”… Y para el creyente la muerte es asunto de poca importancia. Para él la muerte no es nada más que un sueño.
El mismo poder que resucitó a Cristo de los muertos resucitará a su iglesia, y la glorificará con Cristo como esposa suya, por encima de todos los principados y potestades, por encima de todo nombre, no solo de este mundo, sino de los atrios celestiales, o sea, del mundo superior. La victoria de los santos que duermen será gloriosa en la mañana de la resurrección (Mi vida hoy, p. 304).
LA RESURRECCIÓN DE MOISÉS
“Y murió allí Moisés siervo de Jehová, en la tierra de Moab, conforme al
dicho de Jehová. Y lo enterró en el valle, en la tierra de Moab, enfrente de
Bet-peor; y ninguno conoce el lugar de su sepultura hasta hoy” (Deut. 34:5,
6). Por lo tanto, con estos pocos versículos, Moisés, tan crucial en la vida de
Israel, un hombre cuyos escritos perduran, no solo en Israel, sino también
en la iglesia y en las sinagogas en la actualidad, murió.
Moisés murió, fue sepultado, el pueblo hizo luto, y eso fue todo. Por cierto,
el principio de las palabras de Apocalipsis se aplica aquí: “Bienaventurados
de aquí en adelante los muertos que mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu,
descansarán de sus trabajos, porque sus obras con ellos siguen” (Apoc. 14:13).
Sin embargo, la muerte de Moisés no fue el capítulo final de la historia
de su vida.
Lee Judas 9. ¿Qué sucede aquí y cómo ayuda este versículo a explicar la
presencia de Moisés más adelante en el Nuevo Testamento?
Aunque solo tenemos un atisbo, qué escena increíble se describe aquí.
Miguel, Cristo mismo, disputó con el diablo sobre el cuerpo de Moisés. ¿Cómo
es esto? No cabe duda de que Moisés era pecador; de hecho, el último pecado
que se le conoce, asumir como propia la gloria que era de Dios, era el mismo
tipo de pecado (“Sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante
al Altísimo” [Isa. 14:14]) que hizo que el mismo Lucifer fuera arrojado del
cielo en primer término. La disputa sobre su cuerpo debió de haberse motivado
porque Cristo ahora estaba reclamando para Moisés la resurrección
prometida.
Pero ¿cómo pudo Cristo hacer eso por un pecador como Moisés, que había
violado su Ley? La respuesta, por supuesto, solo podría ser la Cruz. Así como
todos los sacrificios de animales apuntaban a la futura muerte de Cristo,
obviamente el Señor ahora, anticipando la Cruz, ordenó que el cuerpo de
Moisés resucitara. “Como consecuencia del pecado, Moisés había caído bajo
el dominio de Satanás. Por sus propios méritos, era legalmente cautivo de la
muerte; pero fue resucitado a la vida inmortal por el derecho que tenía a ella
en el nombre del Redentor. Moisés salió de la tumba glorificado, y ascendió
con su Libertador a la Ciudad de Dios” (PP 512).
■ ¿Cómo nos ayuda este relato a comprender la profundidad del plan de salvación: que incluso antes de la Cruz fuese Moisés a la vida eterna?
Miércoles
Miguel, o sea Cristo, y los ángeles que sepultaron a Moisés, descendieron del cielo después que permaneció en la tumba por algún tiempo y lo resucitaron para llevarlo al cielo.
Cuando Cristo y los ángeles se aproximaron a la tumba, Satanás y sus ángeles aparecieron junto a ella y montaron guardia en torno del cuerpo de Moisés para que no fuera retirado de allí. Al acercarse Cristo y sus ángeles, Satanás resistió ese avance, pero fue obligado a retroceder por la gloria y el poder de Cristo y sus ángeles. El adversario reclamó el cuerpo de Moisés por causa de esa única transgresión; pero Cristo mansamente recurrió a su Padre al decir: “El Señor te reprenda”. Judas 9. Cristo dijo a Satanás que sabía que Moisés se había arrepentido humildemente de ese único error, que no había más manchas en su carácter, y que su nombre permanecía en los libros del cielo sin mácula alguna. Entonces el Señor resucitó el cuerpo de Moisés que el diablo había reclamado (La historia de la redención, pp. 177, 178).
Dios no creó el mal. Solo hizo lo bueno, que era semejante a sí mismo. Pero Satanás no quedaría satisfecho con conocer y hacer la voluntad de Dios. Su curiosidad se esforzaba por extenderse a lo que Dios no se proponía que él conociese. El mal, el pecado y la muerte no fueron creados por Dios; son el resultado de la desobediencia, la cual tuvo su origen en Satanás. Pero el conocimiento del mal que hay ahora en el mundo fue introducido por la astucia de Satanás. Estas son lecciones duras y costosas; pero los hombres las aprenderán, y muchos nunca quedarán convencidos de que es una dicha ignorar cierta clase de conocimiento, el que brota de los deseos frustrados y los propósitos no consagrados. Los hijos e hijas de Adán son tan plenamente curiosos y presuntuosos como lo fue Eva al buscar el conocimiento prohibido. Alcanzan una experiencia, un conocimiento que Dios nunca quiso que tuviesen, y el resultado será, como lo fue con nuestros primeros padres, la pérdida del hogar edénico. ¿Cuándo aprenderán los seres humanos lo que ha sido expuesto tan plenamente ante ellos? (Testimonios para la iglesia, t. 5, pp. 475, 476).
El mismo Salvador misericordioso que designó esas ciudades temporales de refugio proveyó por el derramamiento de su propia sangre un asilo verdadero para los transgresores de la ley de Dios, al cual pueden huír de la segunda muerte y hallar seguridad. No hay poder que pueda arrebatar de sus manos las almas que acuden a él en busca de perdón. “Ahora pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús”. “¿Quien es el que condenará? Cristo es el que murió; más aún, el que también resucitó, quien además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros”, “para que … tengamos un fortísimo consuelo, los que nos acogemos a trabarnos de la esperanza propuesta”. Romanos 8:1, 34; Hebreos 6:18 (Historia de los patriarcas y profetas, p. 553).
LA RESURRECCIÓN DE TODOS NOSOTROS
Con la luz superadora del Nuevo Testamento, la exclusión de Moisés de la
Tierra Prometida no parece un gran castigo, al fin y al cabo. En lugar de una
Canaán terrenal y más adelante una Jerusalén terrenal (que durante toda
su historia conocida ha sido un lugar de guerra, conquista y sufrimiento),
“Jerusalén la celestial” (Heb. 12:22) es, incluso ahora, su hogar. ¡Una morada
mucho mejor, de seguro!
Moisés es el primer ejemplo bíblico de la resurrección de los muertos que
se conozca. Enoc fue llevado al cielo sin haber visto la muerte (Gén. 5:24), y
Elías también (2 Rey. 2:11), pero hasta donde llega el registro escrito, Moisés
fue el primero en haber resucitado a la vida eterna.
No sabemos cuánto tiempo Moisés durmió en la tierra, pero en lo que a él
respecta, tampoco importa. Él cerró los ojos al morir, y si fueron tres horas
o trescientos años, para él fue lo mismo. También es lo mismo para todos
los muertos a lo largo de la historia; la experiencia de ellos, al menos en lo
que respecta a estar muertos, no será diferente de la de Moisés. Cerramos
los ojos al morir, y lo siguiente que sabremos es la segunda venida de Jesús
o, desgraciadamente, el Juicio Final (ver Apoc. 20:7-15).
Lee 1 Corintios 15:13 al 22. ¿Qué gran promesa tenemos aquí, y por qué
las palabras de Pablo tienen sentido solo si entendemos que los muertos
duermen en Cristo hasta la resurrección?
Sin la esperanza de la resurrección, no tenemos ninguna esperanza. La
resurrección de Cristo es la garantía de la nuestra; habiendo “efectuado la
purificación de nuestros pecados” (Heb. 1:3) en la Cruz como nuestro Cordero
sacrificial, Cristo murió y resucitó de entre los muertos y, a causa de su
resurrección, tenemos la garantía de nuestra resurrección, siendo Moisés el
primer ejemplo de un ser humano caído y resucitado de entre los muertos.
Como consecuencia de lo que Cristo haría, Moisés resucitó; y por causa de
lo que Cristo ha hecho, nosotros también resucitaremos.
A pesar de que al final flaqueó, podemos encontrar en Moisés un ejemplo
de salvación por fe, fidelidad y confianza en Dios. Y, en todo el libro de Deuteronomio,
podemos ver a Moisés procurando llamar al pueblo de Dios a
una fidelidad similar. También nosotros, que estamos en la frontera de la
Tierra Prometida, recibimos el mismo llamado.
■ ¿No es este mismo Dios el que nos llama a la fidelidad? ¿Qué podemos hacer para asegurarnos de no cometer los mismos errores que Moisés advirtió en Deuteronomio?
Jueves
Pablo dirigió los pensamientos de los hermanos corintios a los triunfos de la mañana de la resurrección, cuando todos los santos que duermen se levantarán, para vivir para siempre con el Señor. “He aquí —declaró el apóstol— os digo un misterio: Todos ciertamente no dormiremos, mas todos seremos transformados, en un momento, en un abrir de ojo, a la final trompeta; porque será tocada la trompeta, y los muertos serán levantados sin corrupción, y nosotros seremos transformados….entonces se efectuará la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte con victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿dónde, oh sepulcro, tu victoria?” …
Glorioso es el triunfo que aguarda al fiel. El apóstol, comprendiendo las posibilidades que estaban por delante de los creyentes corintios, trató de exponerles algo que los elevara del egoísmo y la sensualidad y glorificase su vida con la esperanza de la inmortalidad. Fervorosamente los exhortó a ser leales a su alta vocación en Cristo. “Hermanos míos amados —les suplicó—, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es vano” (Los hechos de los apóstoles, p. 258).
Para el creyente, la muerte es asunto trivial. Cristo habla de ella como si fuera de poca importancia. “El que guardare mi palabra, no verá muerte para siempre”, “no gustará muerte para siempre”. Para el cristiano, la muerte es tan solo un sueño, un momento de silencio y tinieblas. La vida está oculta con Cristo en Dios y “cuando Cristo, vuestra vida, se manifestare, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria”. Juan 8:51, 52; Colosenses 3:4.
La voz que clamó desde la cruz: “Consumado es”, fue oída entre los muertos. Atravesó las paredes de los sepulcros y ordenó a los que dormían que se levantasen. Así sucederá cuando la voz de Cristo sea oída desde el cielo. Esa voz penetrará en las tumbas y abrirá los sepulcros, y los muertos en Cristo resucitarán. En ocasión de la resurrección de Cristo, unas pocas tumbas fueron abiertas; pero en su segunda venida, todos los preciosos muertos oirán su voz y surgirán a una vida gloriosa e inmortal. El mismo poder que resucitó a Cristo de los muertos resucitará a su iglesia y la glorificará con él, por encima de todos los principados y potestades, por encima de todo nombre que se nombra, no solamente en este mundo, sino también en el mundo venidero (El Deseado de todas las gentes, p. 731).
El día mismo en que se corta el cordón de plata y se quiebra el tazón de oro (Eclesiastés 12:6), perecen los pensamientos de los hombres. Los que bajan a la tumba permanecen en el silencio. Nada saben de lo que se hace bajo el sol. Job 14:21. ¡Descanso bendito para los exhaustos justos! Largo o corto, el tiempo no les parecerá más que un momento. Duermen hasta que la trompeta de Dios los despierte para entrar en una gloriosa inmortalidad (El conflicto de los siglos, p. 537).
PARA ESTUDIAR Y MEDITAR:
“Cuando exclamaron airadamente: ‘¿Os hemos de hacer salir aguas de
esta peña?’, se pusieron en lugar de Dios, como si dispusieran de poder ellos
mismos, hombres sujetos a las debilidades y las pasiones humanas. Abrumado
por la continua murmuración y rebelión del pueblo, Moisés perdió de
vista a su Ayudador omnipotente, y sin la fuerza divina se lo dejó manchar
su foja de servicios con una manifestación de debilidad humana. El hombre
que hubiera podido conservarse puro, firme y desinteresado hasta el final
de su obra fue vencido al fin. Dios quedó deshonrado ante la congregación
de Israel, cuando debió haber sido engrandecido y ensalzado” (PP 442).
“En el monte de la transfiguración, Moisés estuvo presente con Elías,
quien había sido trasladado. Fueron enviados como portadores de la luz
y la gloria del Padre para su Hijo. Y así se cumplió por fin la oración que
elevara Moisés tantos siglos antes. Estaba en el ‘buen monte’, dentro de la
heredad de su pueblo, testificando en favor de aquel en quien se concentraban
todas las promesas de Israel. Tal es la última escena revelada al ojo
mortal con referencia a la historia de aquel hombre tan altamente honrado
por el Cielo” (PP 512).
PREGUNTAS PARA DIALOGAR:
1. En cierto sentido, sí, Moisés resucitó y fue llevado al cielo poco después de su muerte. Pero, al mismo tiempo, al pobre Moisés (suponemos) le toca ser testigo del terrible desastre que sucede aquí abajo. Qué bueno es que la mayoría de nosotros resucitará al menos después de que todo el conflicto en la Tierra haya terminado, antes de la Segunda Venida. Por consiguiente, ¿en qué medida esto es una bendición mayor que la que experimentó Moisés?
2. La historia de la muerte de Moisés y su posterior resurrección, ¿en qué medida nos muestra que el Nuevo Testamento, aunque a menudo se basa en el Antiguo Testamento, nos lleva más lejos que este y, de hecho, puede arrojar mucha luz nueva sobre él?
3. La historia de la vida de Moisés, incluyendo su golpe en la roca en un ataque de ira, ¿sirve como ejemplo de lo que significa vivir por fe y ser salvo por fe, sin las obras de la Ley? Explica.
4. En clase, dialoguen sobre la promesa de la resurrección al final de los tiempos. ¿Por qué esto es tan básico para todas nuestras esperanzas? Además, si podemos confiar en Dios para esto, es decir, en que nos resucitará de la muerte, ¿no deberíamos poder confiar en él para todo lo demás? Después de todo, si él puede hacer eso por nosotros, ¿qué no podría hacer?
Viernes
Reflejemos a Jesús, 1 de noviembre, “Los hijos de Dios han de ser portaluces”, p. 311;
En los lugares celestiales, 7 de enero, “Solo un Redentor”, p. 15.
"LA VERDAD PRESENTE, EN DEUTERONOMIO"
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Dios lo bendiga!!!
Lección 13
EL SÁBADO ENSEÑARÉ...
Parte I: RESEÑA
Texto clave: Judas 9.
Enfoque del estudio: Números 20:1-13; Deuteronomio 34; 1 Corintios 15:13-22.
Introducción:
Esta lección tratará sobre el último capítulo del libro de Deuteronomio, la conclusión. El comienzo de esa conclusión se asemeja al comienzo de la introducción del libro. Ambos pasajes sitúan a Moisés en “los campos de Moab […] enfrente de Jericó” (Deut. 34:1; comparar con Deut. 1:5; comparar con Núm. 36:13), justo antes de la posesión de la Tierra Prometida. Este inclusio marca los límites (principio y final) del libro. No obstante, esta vez Moisés ha subido a la cima del monte y tiene una visión de todo el país.
Por cierto, este pasaje sobre la muerte de Moisés continúa en Deuteronomio 32:48 al 52 (antes de la bendición de Moisés en Deuteronomio 33), en el que descubrimos que Moisés ha llegado a ese lugar por orden de Dios (Deut. 32:48), y donde Dios explica por qué Moisés no podrá disfrutar de la Tierra Prometida. En esta lección, nos centraremos en la resurrección de Moisés, un hecho que no se relata explícitamente en el libro, aunque se sugiere a través de algunos indicios textuales. Exploraremos la importancia del evento de la resurrección de Moisés para nuestra interpretación de la resurrección de la humanidad y para nuestra esperanza en el Reino de Dios, la nueva Tierra Prometida.
Temática de la lección:
- La justicia y la gracia
- La muerte y la resurrección
- El Gran Conflicto
Parte II: COMENTARIO
Al igual que el libro de Deuteronomio, el libro de Génesis termina con una muerte sin sepultura, y con la misma asociación de la perspectiva de la Tierra Prometida (Gén. 50:26). El libro del Génesis, como todo el Pentateuco, comienza con la Creación y el Jardín del Edén, y termina con la imagen de la Tierra Prometida, a menudo un símbolo del cielo nuevo y la Tierra Nueva. La importancia de estos dos acontecimientos se repetirá en las Escrituras. Este patrón literario está presente en la estructura de varios libros de la Biblia: Isaías comienza con la Creación (Isa. 1:2) y termina con la alusión de la creación de “los cielos nuevos y la nueva tierra” (Isa. 66:22), y la esperanza de una adoración eterna (Isa. 66:23), en contraste con el efecto de la muerte (Isa. 66:24).
El libro de Eclesiastés comienza con la creación del mundo (Ecl. 1-11) y termina con la destrucción del mundo (Ecl. 12:1-7) y el Día del Juicio (Ecl. 12:14). El libro de Daniel comienza con una referencia a la Creación, donde Daniel justifica su dieta aludiendo al relato de la Creación del Génesis (Dan. 1:12; cf. Gén. 1:29). El mismo patrón estructural vuelve a aparecer en el Nuevo Testamento. Juan, que comienza su Evangelio con la alusión al evento de la Creación (Juan 1:1-10), termina su libro apocalíptico con la esperanza del establecimiento del Reino de Dios (Apoc. 21:22, 23).
Se podría plantear que este mensaje estructural ha determinado la estructura canónica de toda la Biblia, que comienza con la Creación (Gén. 1-2) y termina con la expectativa de la esperanza mesiánica (Mal. 4:5; Apoc. 22:20). Fíjate también que esta asociación de pensamientos ha inspirado la única definición bíblica de fe: “Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera [la esperanza en el reino de Dios, cf. Heb. 11:13-16], la convicción de lo que no se ve [la Creación, cf. Heb. 11:3]”. Esta observación literaria es importante, porque da testimonio de la gran importancia de la historia de la resurrección de Moisés al final del libro de Deuteronomio y su mensaje relevante para los lectores de la Biblia.
El juicio de Moisés
Dios recuerda la ocasión de la transgresión de Moisés contra él (Deut. 32:51) en Meriba de Cades, cuando golpeó la roca dos veces. Según Elena de White, “Moisés demostró que desconfiaba de Dios” (PP 441). La respuesta de Dios sugiere que fue una cuestión de fe: “no creísteis en mí” (Núm. 20:12). En lugar de orar e invocar a Dios por el milagro, Moisés golpeó la roca, como si la solución a la sed de los israelitas fuera el agua que salía de la roca en sí y no el Creador mismo.
El error de Moisés fue no dirigirse a Dios, no glorificarlo. Más bien, se comportó como un mago egipcio al enfocarse en el poder de su acto simbólico –como si fuese mágico– más que en el poder de Dios. Incluso se incluyó a sí mismo en la expresión “os”, asumiendo la capacidad de sacar agua: “¿Os hemos de hacer salir aguas […]? (Núm. 20:10; énfasis añadido). La transgresión de Moisés es el error de cualquier líder: la tentación de reemplazar a Dios.
Preguntas para analizar y reflexionar: Lee Números 20:1 al 13. ¿Qué otros errores cometió Moisés en su respuesta al pueblo para merecer este juicio de Dios? ¿Qué diferencia hay entre hablarle a la roca y golpearla?
La resurrección de Moisés
El texto de Deuteronomio no menciona la resurrección de Moisés. Deuteronomio 32:48 al 50; 33:1; y 34:5 se refieren específicamente a su muerte, pero no dicen nada sobre su resurrección. Sin embargo, varias evidencias del texto bíblico apuntan a la idea de la resurrección, como la extraña frase: “[…] ninguno conoce el lugar de su sepultura hasta hoy” (Deut. 34:6). Esta última parte del versículo bíblico y el mismo hecho de que se mencione a Dios como el único que participó de ese entierro indica que hubo algo especial en el entierro de Moisés.
Además, la frase hebrea ‘al pi YHWH, “conforme al dicho de Jehová” (Deut. 34:5), significa literalmente “en la boca de Jehová”. A partir de esta expresión, un antiguo midrash (comentario) judío afirma que Moisés murió con un beso de Dios, que evoca inconfundiblemente el aliento de vida de Dios (Gén. 2:7), lo que sugiere la re-creación milagrosa de Moisés. La información sobre la salud perfecta de Moisés (Deut. 34:7) cuando murió sugiere que Moisés no murió de muerte natural. Dios mismo le quitó la vida y luego lo resucitó de entre los muertos.
Moisés ensalzó con cánticos el poder de Dios para resucitar muertos (Deut. 32:39). Además, la asociación con la tierra que se ha prometido a los patriarcas (Deut. 34:4), una reminiscencia del jardín del Edén (Gén. 15:18; cf. Gén. 2:13-15), refuerza la intención de esa resurrección. A Moisés no se le permitió entrar en la Tierra Prometida terrenal, pero entró en la Tierra Prometida celestial, una herencia que aguarda el pueblo de Dios al momento de la resurrección (Dan. 12:2, 3, 13).
Para Elena de White, la visión de Moisés del país de Canaán desde el monte Nebo está relacionada con su visión de la Tierra Nueva, “la buena tierra”: “Otra escena aún se abre ante sus ojos: la Tierra libertada de la maldición, más hermosa que la tierra de promisión cuya belleza fuera desplegada a su vista tan breves momentos antes. Ya no hay pecado, y la muerte no puede entrar en ella. Allí las naciones de los salvos y bienaventurados hallan un hogar eterno. Con alborozo indecible, Moisés mira la escena: el cumplimiento de una liberación aún más gloriosa que cuanto hayan imaginado sus esperanzas más halagüeñas. Habiendo terminado para siempre su peregrinación terrenal, el Israel de Dios entraba por fin en la buena tierra. Otra vez se desvaneció la visión, y los ojos de Moisés se posaron sobre la tierra de Canaán tal como se extendía en la lontananza. Luego, como un guerrero cansado, se acostó para reposar” (PP 510).
Preguntas para analizar y reflexionar: ¿Por qué Moisés relaciona la visión del país de Canaán con la visión del Reino de Dios? ¿Por qué Dios resucitó a Moisés y no a Abraham ni a Daniel? ¿Por qué el libro de Deuteronomio termina con la muerte de Moisés y no con su resurrección, como es el caso de otros héroes bíblicos?
El Gran Conflicto
Es significativo ver que en la Epístola de Judas el acontecimiento de la resurrección de Moisés exhibe, en miniatura, el gran conflicto entre Dios y Satanás. La disputa entre Miguel –el gran guerrero (Jesucristo)– y el diablo acapara todo el destino del mundo. Por un lado, está Satanás, que pretende tener buenas razones para retener a Moisés en la tumba, por no ser justo. Por otro lado, está Jesucristo, que defiende y salva a Moisés mediante el poder de su sangre.
Pregunta para analizar y reflexionar: Compara Génesis 3:15 con Judas 9. Enumera los temas comunes entre estos dos pasajes. ¿Por qué Satanás estaba tan ansioso por retener muerto a Moisés?
Parte III: APLICACIÓN A LA VIDA
La importancia de la transgresión de Moisés
Busca casos, en la Biblia o en la historia, en los que un líder político o religioso haya reemplazado a Dios. ¿Cuáles son los resultados de esta usurpación de las prerrogativas y la soberanía divinas de Dios?
Analiza los siguientes casos y busca una solución para abordarlos:
- Un evangelista se jacta de la gran cantidad de bautismos que ha realizado. ¿Cómo deberíamos explicar nuestro éxito en la evangelización?
- Un miembro de tu iglesia relata un milagro de curación que Dios ha realizado en su favor. Sin embargo, en tu iglesia, otro miembro está muriendo de la misma enfermedad. ¿Cómo explicas esa diferencia? El miembro que ha sido sanado ¿cómo debe dar testimonio del trato que recibió de parte de Dios?
- ¿Qué te enseña el error de Moisés acerca de tus propios errores?
La importancia de la resurrección de Moisés
Para ti, como mortal, ¿cuál es la importancia vivencial y teológica de la resurrección de Moisés? ¿Cuánto fortalece tu fe en la realidad personal de la resurrección? La realidad histórica de la resurrección de Moisés ¿confirma la esperanza de tu propia resurrección?
Eres pastor y debes oficiar un funeral, predicando acerca de la historia de la resurrección de Moisés. ¿Qué puntos desarrollarás para consolar a la familia? ¿Qué argumentos usarás para afirmar la fe en la resurrección de esa persona? ¿Cómo ayudaría esta historia a consolar el dolor de la familia?
¿Cómo contribuye la historia de la resurrección de Moisés a tu comprensión de la resurrección de Jesús?
"LA VERDAD PRESENTE, EN DEUTERONOMIO"
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Dios los bendiga!!
Algunas cosas están mal escritas, y están enaltecido más a Moisés que a Jesús
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