Lección 4: “Amarás al Señor tu Dios” | Deuteronomio | Escuela Sabática 4T 2021
Lección 4: Para el 23 de octubre de 2021
“AMARÁS AL SEÑOR TU DIOS”
LEE PARA EL ESTUDIO DE ESTA SEMANA: Deuteronomio 6:4, 5; 10:12; Efesios 2:1–10; Apocalipsis 14:6, 7; Deuteronomio 4:37; 11:1; Marcos 12:28–30.
PARA MEMORIZAR:
“Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas” (Deut. 6:5).
En la religión judía, una de las oraciones más importantes se extrae de Deuteronomio 6. Se la conoce como el “Shemá”, basado en la primera palabra hebrea de la oración, de la raíz, shemá‘, que significa “escuchar”, o incluso “obedecer”; una palabra que aparece una y otra vez, no solo en Deuteronomio sino en todo el Antiguo Testamento.
La primera línea del Shemá –en hebreo– dice así: Shemá, Israel, Adonai
Elohenu, Adonai ejad.
Significa: “Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es” (Deut. 6:4).
En la tradición judía, esta Escritura se repite como una oración, con los ojos
tapados, con la intención de que nada distraiga de pensar en Dios. Esta
primera línea del Shemá se considera una afirmación de la naturaleza monoteísta
de Adonai Elohenu, “Jehová nuestro Dios”, y la lealtad de Israel solo
a él y a ningún otro “dios”. De hecho, también se podría leer como “Jehová
es nuestro Dios”.
Esta línea es parte del primer discurso que Moisés les dio a los hijos de Israel cuando estaban a punto de entrar en la Tierra Prometida. Sin embargo, lo que sigue a esa línea de apertura es una poderosa expresión de la verdad que sigue siendo tan esencial ahora como lo fue entonces.
Sábado
El hombre gana todo obedeciendo al Dios guardador del pacto. Los atributos de Dios son impartidos al hombre capacitándolo para proceder con misericordia y compasión. El pacto de Dios nos asegura del carácter inmutable del Señor. ¿Por qué, pues, los que pretenden creer en Dios son inestables, volubles, indignos de confianza?, ¿por qué no rinden su servicio cordialmente, como si estuvieran bajo la obligación de agradar y glorificar a Dios? No es suficiente que tengamos una idea general de lo que Dios exige. Debemos conocer por nosotros mismos cuáles son sus órdenes y cuáles nuestras obligaciones. Las condiciones del pacto de Dios son: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo”. Estas son las condiciones de la vida. “Haz esto —dijo Cristo—, y vivirás” (Comentarios de Elena G. de White en Comentario bíblico adventista del séptimo día, t. 7, pp. 943, 944).
El amor de Cristo es una cadena de oro que une a los seres humanos finitos, que creen en Jesucristo, con el Dios infinito. El amor que el Señor tiene por sus hijos, sobrepasa todo conocimiento. Ninguna ciencia puede definirlo o explicarlo. Ninguna sabiduría puede sondearlo.
El egoísmo y el orgullo entorpecen el amor puro que nos une en espíritu con Jesucristo. Si se cultiva verdaderamente este amor, lo finito se unirá con lo infinito, y todo se centrará en el Infinito. La humanidad se unirá con la humanidad, y toda se unirá con el corazón del Amor Infinito. El amor santificado de unos hacia otros es sagrado. En esta gran obra, el amor cristiano de unos hacia otros —más elevado, más constante, más cortés y más desinteresado de lo que se ha visto—, preserva la ternura cristiana, la benevolencia cristiana, la cortesía, y reúne a la hermandad humana en el abrazo de Dios, reconociendo la dignidad con la cual Dios ha investido los derechos del hombre (Nuestra elevada vocación, p. 175).
Un amor supremo hacia Dios y un amor abnegado hacia nuestros semejantes, es el mejor don que nuestro Padre celestial puede conferirnos. Tal amor no es un impulso, sino un principio divino, un poder permanente. El corazón que no ha sido santificado no puede originarlo ni producirlo. Únicamente se encuentra en el corazón en el cual reina Cristo. “Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero”. En el corazón que ha sido renovado por la gracia divina, el amor es el principio dominante de acción. Modifica el carácter, gobierna los impulsos, controla las pasiones, y ennoblece los afectos. Ese amor, cuando uno lo alberga en el alma, endulza la vida, y esparce una influencia ennoblecedora en su derredor.
[El apóstol] Juan se esforzó por hacer comprender a los creyentes los eminentes privilegios que podían obtener por el ejercicio del espíritu de amor. Cuando ese poder redentor llenara el corazón, dirigiría cualquier otro impulso y colocaría a sus poseedores por encima de las influencias corruptoras del mundo. Y a medida que este amor llegara a dominar completamente y a ser la fuerza motriz de la vida, su fe y confianza en Dios y en el trato del Padre para con ellos serían completas. Podrían llegar a él con plena certidumbre y fe, sabiendo que el Señor supliría cada necesidad para su bienestar presente y eterno (Los hechos de los apóstoles, p. 440).
AMAR A DIOS
Después de que Moisés les relatara a los hijos de Israel la historia de su pueblo, comenzó a darles instrucciones sobre lo que debían hacer para tomar la tierra y prosperar en ella. De hecho, se podría argumentar que la mayor parte de Deuteronomio es simplemente eso: el Señor comunicando a su pueblo lo que tenía que hacer para cumplir con su parte del pacto establecido con ellos en cumplimiento de la promesa hecha a sus padres.
Deuteronomio 6 comienza así: “Estos, pues, son los mandamientos, estatutos y decretos que Jehová vuestro Dios mandó que os enseñase, para que los pongáis por obra en la tierra a la cual pasáis vosotros para tomarla; para que temas a Jehová tu Dios, guardando todos sus estatutos y sus mandamientos que yo te mando, tú, tu hijo, y el hijo de tu hijo, todos los días de tu vida, para que tus días sean prolongados” (Deut. 6:1, 2).
Lee Deuteronomio 6:4 y 5. ¿Qué mandato les da Jehová Dios a los hijos
de Israel en el versículo 5? ¿Qué significa este mandato?
¿”Amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón”? Qué interesante es que aquí, en medio de la Ley, en medio de todas las advertencias, las reglas y las disposiciones, se exhorte al pueblo a amar a Dios. Y no solo a amarlo, sino a amarlo “de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas”, lo que indica la naturaleza absoluta de este amor.
Amar a Dios con todo el corazón, el alma y las fuerzas significa que nuestro amor por él debe ser supremo sobre nuestro amor por todo y por todos los demás, porque él es el fundamento y la base de todo nuestro ser, nuestra existencia y todo lo demás. El amor por él debe poner en la perspectiva adecuada nuestro amor por todo lo demás.
En hebreo, la palabra “tu” para “tu Dios, tu corazón, tu poder” [RVA], está en singular (no dice “vuestro Dios”, “vuestros corazones”, etc.). Sí, Dios le estaba hablando al pueblo como unidad, pero esa unidad depende de la fortaleza de las partes. El Señor quiere que cada uno de nosotros, aunque sea parte de un cuerpo más grande, sea fiel a él en forma individual, y el fundamento de esa fidelidad debe ser nuestro amor por él, por quién es él y por lo que ha hecho por nosotros.
■ ¿Qué significa para ti amar a Dios con todo tu corazón, tu alma y tus fuerzas?
Domingo
Todos deberían aprender… que son individualmente responsables ante Dios. Si aman a Dios con todo el corazón, serán sabios para la salvación. Harán su voluntad y su luz siempre será su gloria y no se apagará porque reconocen, temen y sirven a su Señor. La solemne obra que recae sobre cada ser consiste en considerar que es siervo de Jesucristo…
El asunto más importante consiste en servir al Señor con corazón indiviso, y tratar de ser, con el corazón y la mente, propiedad del Señor. Todos los que acudan al Salvador en procura de consejo recibirán la ayuda que necesitan, si vienen humildemente, y se aferran con firmeza de esta promesa: “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá”. Mateo 7:7…
Levante las normas, mi hermano, comenzando con una entrega completa, y continuando con la sencilla obediencia a todos los mandamientos del Señor, de acuerdo con sus directivas especiales. No se debe descuidar ninguna de las cosas importantes especificadas en su Palabra (Cada día con Dios, p. 126).
Dios pide la totalidad de los afectos del hombre: todo su corazón, toda su alma, toda su mente y toda su fuerza. Reclama todo lo que le pertenece al hombre, porque él ha derramado todo el tesoro del cielo, al darnos todo lo que poseía de una sola vez, sin reservar nada de lo más grande que el cielo puede hacer…
Cuando comencé a escribir acerca de este tema, seguí avanzando en ello y traté de sobrepasar el límite, pero no lo logré. Cuando lleguemos a las mansiones celestiales, Jesús mismo nos conducirá a los que estemos vestidos de ropas blancas, hechas blancas en la sangre del Cordero, hacia el Padre. “Por eso están delante del trono de Dios y le sirven día y noche en su templo: y el que está sentado en el trono tenderá su pabellón sobre ellos”. Apocalipsis 7:15 (Nuestra elevada vocación, p. 14).
La atmósfera de la iglesia es tan frígida, su espíritu es de tal naturaleza, que los hombres y mujeres no pueden sostener o soportar el ejemplo de la piedad primitiva nacida del cielo. El calor de su primer amor está congelado, y a menos que sean bañados por el bautismo del Espíritu Santo, su candelero será quitado de su lugar, si no se arrepienten y hacen las primeras obras. Las primeras obras de la iglesia se veían cuando los creyentes buscaban amigos, parientes y conocidos, y con corazones desbordantes de amor les contaban la historia de lo que Jesús era para ellos y lo que ellos eran para Jesús…
Nuestro Redentor dice: “El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él”. “Lo que habéis oído desde el principio, permanezca en vosotros. Si lo que habéis oído desde el principio permanece en vosotros, también vosotros permaneceréis en el Hijo y en el Padre”. Si conocemos a Dios, y a Cristo Jesús a quien él ha enviado, un gozo inefable llenará el alma. ¡Oh, cuánto necesitamos la presencia divina! (Testimonios para los obreros, pp. 167-170).
TEMER A DIOS
Moisés les dijo a los hijos de Israel que amaran a Dios con todo lo que tenían. Era un mandato. Sin embargo, pocos versículos antes, Moisés les dio otro mandato: “Que temas a Jehová tu Dios” (Deut. 6:2).
Lee Deuteronomio 10:12. ¿Qué dice este texto sobre el amor y el temor,
y cómo lo entendemos?
En un versículo se les dice que teman a Dios; en otro, que lo amen; y en este versículo se les dice que lo teman y lo amen al mismo tiempo. Según la interpretación común de la palabra “temor”, esto puede parecer una contradicción, pero no lo es. El temor de Dios (en el sentido de admiración y respeto por quién es él, su autoridad, su poder, su justicia y su rectitud, especialmente en contraste con nuestra pecaminosidad, debilidad y total dependencia de él) debería ser una reacción natural. Somos seres caídos, seres que hemos violado la Ley de Dios y que, si no fuera por su gracia, merecemos la condenación y la muerte eterna.
Lee Efesios 2:1 al 10. Estos versículos ¿cómo deberían ayudarnos a entender cómo temer y amar a Dios al mismo tiempo?
A pesar de que éramos “hijos de ira” (por eso deberíamos temerle), Cristo murió por nosotros y así nos dio una nueva vida en él, que incluye librarnos del pecado y la condenación del pasado (por eso debemos amarlo).
Y así como esto se aplica a nosotros hoy, este mismo principio se aplicó al antiguo Israel: habían sido cautivos en Egipto, condenados a la esclavitud y la opresión, y solo el amor de Dios por ellos y la misericordia hacia ellos fue lo que los guio a su gran redención. “Acuérdate que fuiste siervo en tierra de Egipto, y que Jehová tu Dios te sacó de allá” (Deut. 5:15). No es de extrañar, entonces, que amen y teman a Dios al mismo tiempo. Y, si ellos hicieron eso, ¿cuánto más deberíamos amarlo y temerlo nosotros, al contar con la gran verdad de la muerte de Jesús en la Cruz en nuestro favor?
■ Lee Apocalipsis 14:6 y 7. ¿Cómo debemos entender que el mandamiento “temed a Dios” debe ser el primer mandamiento del mensaje del Señor para los últimos días al mundo? A la luz de lo que sabemos sobre lo que se avecina en el mundo, ¿por qué ese mandato tiene tanto sentido?
Lunes
La humildad y la reverencia deben caracterizar el comportamiento de todos los que se allegan a la presencia de Dios. En el nombre de Jesús podemos acercarnos a él con confianza, pero no debemos hacerlo con la osadía de la presunción, como si el Señor estuviese al mismo nivel que nosotros. Algunos se dirigen al Dios grande, todopoderoso y santo, que habita en luz inaccesible, como si se dirigieran a un igual o a un inferior. Hay quienes se comportan en la casa de Dios como no se atreverían a hacerlo en la sala de audiencias de un soberano terrenal. Los tales debieran recordar que están ante la vista de Aquel a quien los serafines adoran, y ante quien los ángeles cubren su rostro. A Dios se le debe reverenciar grandemente; todo el que verdaderamente reconozca su presencia se inclinará humildemente ante él, y como Jacob cuando contempló la visión de Dios, exclamará: “¡Cuán terrible es este lugar! No es otra cosa que casa de Dios, y puerta del cielo”. Génesis 28:17 (Historia de los patriarcas y profetas, pp. 256, 257).
El corazón que probó el amor de Cristo, anhela incesantemente beber de él con más abundancia, y mientras lo impartimos a otros, lo recibiremos en medida más rica y copiosa. Cada revelación de Dios al alma aumenta la capacidad de saber y de amar. El clamor continuo del corazón es: “Más de ti”, y a él responde siempre el Espíritu: “Mucho más”. Dios se deleita en hacer “mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos”. Efesios 3:20…
Dios derramó su amor sin reserva alguna, como las lluvias que refrescan la tierra. Dice él: “Rociad, cielos, de arriba, y las nubes destilen la justicia; ábrase la tierra, y prodúzcanse la salvación y la justicia; háganse brotar juntamente”. Isaías 45:8 (Palabras de vida del gran Maestro, pp. 22, 23).
El primer ángel de (Apocalipsis 14) llama a los hombres: “Temed a Dios y dadle gloria”, y los invita a alabarlo como creador de los cielos y la tierra. Para hacer esto, deben obedecer su ley… Sin la obediencia a sus mandamientos, ninguna adoración puede ser agradable para Dios, “pues este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos” 1 Juan 5:3.
Muchos maestros religiosos dicen que Cristo, por su muerte, nos liberó de la ley, pero no todos tienen este punto de vista… La ley de Dios, por su misma naturaleza, es inalterable. Es una revelación de la voluntad y el carácter de su Autor. Dios es amor, y su ley es amor. Sus dos grandes principios son el amor a Dios y al hombre. “El cumplimiento de la ley es el amor”. Romanos 13:10. El carácter de Dios es justicia y verdad, y tal es la naturaleza de su ley. El salmista dice: “Tu ley la verdad”; “todos tus mandamientos son justicia”. Salmo 119:142, 172. El apóstol Pablo declara: “La ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno”. Romanos 7:12. Una ley tal, expresión de la mente y la voluntad de Dios, tiene que ser tan perdurable como su Autor (Reflejemos a Jesús, p. 54).
ÉL NOS AMÓ PRIMERO
Incluso en medio de los estatutos y las ordenanzas de Deuteronomio y todas las amonestaciones que advierten a la nación judía que el pueblo debe obedecer “sus mandamientos, sus decretos y sus estatutos”, ellos debían amar a Dios ante todo y con todo su corazón, alma y fuerzas. Por supuesto, tenían buenas razones para hacerlo.
Lee Deuteronomio 4:37; 7:7, 8 y 13; 10:15; 23:5; y 33:3. ¿Qué enseñan estos
versículos sobre el amor de Dios por su pueblo?
Una y otra vez en Deuteronomio, Moisés le contó al pueblo del amor de Dios por sus padres y por ellos. Pero, más que con palabras, el Señor reveló este amor con sus acciones. Es decir que, a pesar de sus defectos, sus fracasos, sus pecados, el amor de Dios por ellos se mantenía firme; un amor que se manifestó poderosamente en su trato con ellos.
“Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero” (1 Juan 4:19). ¿Cómo nos ayuda este versículo a entender por qué debemos amar a Dios?
El amor de Dios por nosotros es anterior a nuestra existencia, en el sentido de que el plan de salvación estaba en marcha mucho antes de “la fundación del mundo” (Efe. 1:4).
Como dijo Elena de White: “El plan de nuestra redención no fue una reflexión ulterior, un plan formulado después de la caída de Adán. Fue una ‘revelación del misterio que por tiempos eternos fue guardado en silencio’. Fue una manifestación de los principios que desde las edades eternas habían sido el fundamento del Trono de Dios” (DTG 13).
Cuán dichosos somos todos porque Dios es, efectivamente, un Dios de amor, un amor tan grande que lo hizo ir a la Cruz por nosotros, un amor abnegado por el que “se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Fil. 2:8). En consecuencia, hoy tenemos una revelación del amor de Dios por nosotros que los hijos de Israel probablemente ni siquiera podrían haber imaginado.
■ En lugar de ser amor, ¿y si Dios fuera odio, o si fuera indiferente? ¿Qué tipo de mundo sería este? ¿Por qué la revelación del amor de Dios por nosotros es algo en lo que verdaderamente deberíamos regocijarnos?
Martes
Dios quería hacer de su pueblo Israel una alabanza y una gloria. Se dio a ellos toda ventaja espiritual. Dios no les negó nada favorable a la formación del carácter que había de hacerlos sus representantes.
Su obediencia a la ley de Dios había de hacerlos maravillas de prosperidad delante de las naciones del mundo. El que podía darles sabiduría y habilidad en todo artificio, continuaría siendo su maestro, y los ennoblecería y elevaría mediante la obediencia a sus leyes. Si eran obedientes, habían de ser preservados de las enfermedades que afligían a otras naciones, y habían de ser bendecidos con vigor intelectual. La gloria de Dios, su majestad y poder, habían de revelarse en toda su prosperidad. Habían de ser un reino de sacerdotes y príncipes. Dios les proveyó toda clase de facilidades para que llegaran a ser la más grande nación de la tierra.
En una forma muy definida Cristo, mediante Moisés, les había presentado el propósito de Dios, y había aclarado las condiciones de su prosperidad: “Tú eres pueblo santo a Jehová tu Dios —dijo él—: Jehová tu Dios te ha escogido para serle un pueblo especial, más que todos los pueblos que están sobre la haz de toda la tierra… Conoce, pues, que Jehová tu Dios es Dios, Dios fiel, que guarda el pacto y la misericordia a los que le aman y guardan sus mandamientos, hasta las mil generaciones. Deuteronomio 7:6, 7 (Palabras de vida del gran Maestro, pp. 230, 231).
Dios mismo es la fuente de toda misericordia. Se llama “misericordioso, y piadoso” Éxodo 34:6. No nos trata según lo merecemos. No nos pregunta si somos dignos de su amor; simplemente derrama sobre nosotros las riquezas de su amor para hacernos dignos. No es vengativo. No quiere castigar, sino redimir. Aun la severidad que se ve en sus providencias se manifiesta para salvar a los descarriados. Ansía intensamente aliviar los pesares del hombre y ungir sus heridas con su bálsamo. Es verdad que “de ningún modo tendrá por inocente al malvado”, Éxodo 34:7pero quiere quitarle su culpabilidad.
Los misericordiosos son “participantes de la naturaleza divina”, y en ellos se expresa el amor compasivo de Dios. Todos aquellos cuyos corazones estén en armonía con el corazón de Amor infinito procurarán salvar y no condenar. Cristo en el alma es una fuente que jamás se agota. Donde mora él, sobreabundan las obras de bien (El discurso maestro de Jesucristo, p. 23).
La hermosura del carácter de Cristo ha de verse en los que le siguen. Él se deleitaba en hacer la voluntad de Dios. El poder que predominaba en la vida de nuestro Salvador era el amor a Dios y el celo por su gloria. El amor embellecía y ennoblecía todas sus acciones. El amor es de Dios; el corazón inconverso no puede producirlo u originarlo. Se encuentra solamente en el corazón donde Cristo reina. “Nosotros amamos, por cuanto él nos amó primero”. 1 Juan 4:19. En el corazón regenerado por la gracia divina, el amor es el móvil de las acciones. Modifica el carácter, gobierna los impulsos, restringe las pasiones, subyuga la enemistad y ennoblece los afectos. Este amor atesorado en el alma endulza la vida y derrama una influencia purificadora sobre todos los que están en derredor (El camino a Cristo, pp. 59, 60).
“SI ME AMAN, GUARDARÁN MIS MANDAMIENTOS”
Israel, la nación en su conjunto, fue llamada a amar a Dios. Pero esto era algo que solo podía suceder de a uno. Como un solo ser humano al que se le dio libre albedrío, cada israelita tenía que tomar la decisión de amar a Dios, y mostraría ese amor a través de la obediencia.
¿Qué tienen en común los siguientes versículos? Es decir, ¿cuál es el tema
común entre ellos? Deuteronomio 5:10; 7:9; 10:12; 11:1; 19:9.
¿Cuánto más clara podría ser la Palabra de Dios? Así como Dios no solo dice que nos ama, sino además ha revelado ese amor por nosotros mediante lo que hizo y todavía hace, el pueblo de Dios también mostrará su amor a Dios por sus acciones. Y en estos textos vemos que el amor a Dios está indisolublemente ligado a la obediencia a él.
Por eso, cuando Juan dice cosas como: “Pues este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos” (1 Juan 5:3), o cuando Jesús dice: “Si me aman, guardarán mis mandamientos” (Juan 14:15, RVA-2015), estos versículos simplemente expresan esta enseñanza básica. El amor a Dios siempre se expresará mediante la obediencia a Dios. Siempre ha sido así, y lo seguirá siendo. Y esta obediencia a Dios significa obediencia a su Ley, los Diez Mandamientos, que también incluye el cuarto Mandamiento, el sábado. Guardar el cuarto Mandamiento no es más legalismo que guardar cualquiera de los otros nueve.
Aunque la obediencia a cualquiera de los mandamientos puede ser legalismo, ese tipo de obediencia no se hace realmente por amor a Dios. Cuando realmente amamos a Dios, especialmente por lo que él ha hecho por nosotros en Cristo Jesús, queremos obedecerle, porque eso es lo que él nos pide que hagamos.
Cuando Moisés le dijo una y otra vez a Israel que amara y obedeciera a Dios, lo hizo después de haber sido redimidos de Egipto. Es decir, el amor y la obediencia del pueblo eran en respuesta a la redención que Dios había hecho en su favor. El Señor los había redimido. Ahora responderían obedeciendo fielmente sus mandamientos. ¿Hay alguna diferencia hoy?
■ ¿Cuál es tu experiencia al tratar de obedecer a Dios? Es decir, ¿cuáles son tus motivaciones para obedecer a Dios? ¿Por qué deberías hacerlo por amor a él? ¿Qué papel debería desempeñar también el temor, según la concepción bíblica?
Miércoles
Mantengamos en alto a Cristo. Somos colaboradores de Dios. Se nos han proporcionado poderosas armas espirituales para derribar las fortalezas del enemigo. De ningún modo debemos representar mal nuestra fe introduciendo elementos anticristianos en nuestra obra. Debemos exaltar la ley de Dios como el medio de unirnos con Jesucristo y con todos los que guardan sus mandamientos. También debemos manifestar amor por las almas por las cuales Cristo murió. Nuestra fe debe ser un poder que tiene en Cristo su origen. Y la Biblia, su Palabra, debe hacernos sabios para la salvación (Cada día con Dios, p. 97).
Tenemos el deber de reflejar el carácter de Jesús. Deberíamos dejar que la hermosa imagen de Jesús aparezca en todas partes, sea que estemos en la iglesia, en nuestros hogares, o en alguna reunión social con nuestros vecinos. Pero no lo podremos hacer a menos que estemos llenos de la plenitud de él. Si llegáramos a conocer mejor a Jesús, lo amaríamos por su bondad y excelencia y desearíamos llegar a participar de tal manera de su carácter divino, que todos supieran que habíamos estado con Jesús y aprendido de él…
Los pecadores se verán constreñidos a confesar que no somos hijos de las tinieblas, sino hijos de la luz. ¿Cómo lo sabrán? Por los frutos que llevemos… Debe haber una profunda obra de la gracia, el amor de Dios en el corazón, y este amor se expresa mediante la obediencia…
Nuestros corazones pueden estar colmados de toda la plenitud de Dios; pero hay algo que debemos hacer. No debemos acariciar nuestras faltas y pecados, sino abandonarlos, y apresurarnos a colocar nuestros corazones en orden. Después de hacer esto, tomemos la llave de la fe y abramos el almacén de las ricas bendiciones de Dios (Exaltad a Jesús, p. 260).
Cristo le da suma importancia a la obediencia de su pueblo a los mandamientos de Dios. Deben tener un conocimiento inteligente de ellos, y aplicarlos a su vida diaria. El hombre no puede guardar los mandamientos de Dios a menos que esté en Cristo y Cristo en él. Y no es posible que esté en Cristo si tiene la luz de sus mandamientos y pasa por alto el menor de ellos. Mediante su firme y voluntaria obediencia a su Palabra, dan evidencia de su amor por el Enviado de Dios.
El no guardar los mandamientos de Dios implica no amarlo. Nadie guardará la ley de Dios a menos que ame al Unigénito del Padre. Y con no menos seguridad, si alguien lo ama, expresará su amor mediante su obediencia. Todos los que amen a Cristo serán amados por el Padre, y él se les manifestará. En todas sus emergencias y perplejidades tendrán el auxilio de Jesucristo (Cada día con Dios, p. 140).
EL PRIMER MANDAMIENTO
Por mucho que algunos teólogos, por diversas razones, busquen separar el Antiguo Testamento del Nuevo Testamento, no se puede, al menos sin despojar al Nuevo Testamento de su verdadero significado. El Nuevo Testamento, en su revelación de Jesús y sus explicaciones teológicas de su vida, muerte, resurrección y ministerio sumosacerdotal, apunta al cumplimiento de muchas de las profecías y los tipos del Antiguo Testamento. En muchos aspectos, el Antiguo Testamento forma el trasfondo, el contexto, la base del Nuevo Testamento. Ambos testamentos revelan la bondad y el amor de Dios.
Esta es una de las razones por las que, vez tras vez, el Nuevo Testamento, incluso Jesús, cita al Antiguo Testamento.
Lee Marcos 12:28 al 30. ¿Cuál fue la pregunta sobre el “primer mandamiento
de todos”? ¿Qué responde Jesús y de dónde obtiene su respuesta?
Es interesante que un escriba, alguien que había dedicado su vida a interpretar la Ley y cómo debía aplicarse, haya hecho esta pregunta. No obstante, por más que entendían que había muchísimas leyes para obedecer (la tradición rabínica posterior las clasificó en 613 mandamientos), no es de extrañar que buscaran sintetizarlo todo en una sola pregunta.
Y ¿qué hace Jesús? Va directamente a Deuteronomio 6, comenzando
con el: “Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es” (Deut. 6:4), y luego
cita el siguiente versículo también, que indica amar a Dios con todo el corazón,
el alma y las fuerzas. Apuntó a la aseveración clave de que el Señor
es su Dios, su único Dios y, sobre la base de esa gran verdad, son llamados
a amarlo supremamente.
¿Hay acaso una “Verdad Presente” mayor que este mandamiento? En los
últimos días, cuando se desarrollen los acontecimientos finales y todos sean
llamados a decidirse por uno u otro bando de una manera muy dramática,
los mandamientos de Dios (Apoc. 14:12) jugarán un papel crucial.
En última instancia, el bando que elijamos –incluso de cara a la persecución–
se basará en si realmente amamos a Dios o no. Ese es el tema decisivo,
y podremos llegar a amar a Dios con todo nuestro corazón, alma y fuerzas
solo cuando lleguemos a conocerlo por nosotros mismos y experimentemos
personalmente su bondad, su amor y su gracia. Si es necesario, es algo por
lo que valdrá la pena morir.
■ Si alguien te preguntara: “¿Cómo llegan las personas a amar a un Dios que nunca han visto personalmente?”, ¿qué dirías? Comenten, en clase, sus respuestas.
Jueves
Que cada uno de nosotros considere personalmente lo que está anotado en los libros del cielo acerca de su vida y carácter, y acerca de nuestra actitud hacia Dios. ¿Ha ido en aumento nuestro amor a Dios durante este año que pasa? Si en realidad Cristo mora en nuestros corazones, amaremos a Dios, nos deleitaremos en obedecer sus mandamientos, y nuestro amor se profundizará y fortalecerá continuamente. Si representamos a Cristo ante el mundo, la pureza se manifestará en nuestro corazón, en nuestra vida y en nuestro carácter; nuestras conversaciones serán santas; y no se revelará ningún engaño en nuestros corazones ni en nuestros labios. Examinemos nuestra vida pasada y veamos si hemos dado evidencia de nuestro amor al Señor Jesús al esforzarnos por asemejarnos a él, al trabajar como él lo hizo, con el fin de salvar a aquellos por quienes murió (Exaltad a Jesús, p. 319).
La muerte y la resurrección de Cristo completaron su pacto. Antes de ese tiempo se revelaba por medio de símbolos y sombras que señalaban hacia la gran ofrenda que sería hecha por el Redentor del mundo, ofrecida como promesa por los pecados del mundo. Los creyentes eran salvados antiguamente por el mismo Salvador de ahora; pero era un Dios velado. Veían la misericordia de Dios en símbolos. La promesa hecha a Adán y a Eva en el Edén era el evangelio para una raza caída. Se había dado la promesa de que la simiente de la mujer heriría la cabeza de la serpiente, y que esta le heriría el calcañar. El sacrificio de Cristo es el glorioso cumplimiento de todo el sistema hebreo. Ha salido el Sol de justicia. Cristo nuestra justicia está brillando esplendorosamente sobre nosotros (Comentarios de Elena G. de White en Comentario bíblico adventista del séptimo día, t. 7, p. 944).
La razón por la cual no estamos más gozosos consiste en que hemos perdido nuestro primer amor. Seamos, pues, celosos y arrepintámonos, no sea que nuestro candelero sea quitado de su lugar.
El templo de Dios está abierto en el cielo, e inunda su umbral la gloria de Dios destinada a toda iglesia que ame a Dios y guarde sus mandamientos. Necesitamos estudiar, meditar y orar, Tendremos entonces visión espiritual para discernir los atrios interiores del templo celestial. Percibiremos los temas de los himnos y agradecimientos del coro celestial que está alrededor del trono. Cuando Sión se levante y resplandezca, su luz será muy penetrante y se oirán preciosos himnos de alabanza y agradecimiento en las asambleas de los santos…
Dios enseña que debemos congregarnos en su casa para cultivar los atributos del amor perfecto. Esto preparará a los moradores de la tierra para las mansiones que Cristo ha ido a preparar para todos los que le aman. Allí se congregarán en el Santuario de sábado en sábado, de luna nueva en luna nueva, para unir sus voces en los más sublimes acentos de alabanza y agradecimiento a Aquel que está sentado en el trono y al Cordero para siempre jamás (Testimonios para la iglesia, t. 6, p. 368).
PARA ESTUDIAR Y MEDITAR:
“La Cruz de Cristo será la ciencia y el canto de los redimidos durante toda la Eternidad. En el Cristo glorificado contemplarán al Cristo crucificado. Nunca olvidarán que el Ser cuyo poder creó los innumerables mundos y los sostiene a través de la inmensidad del espacio –el Amado de Dios, la Majestad del cielo, a quien los querubines y los serafines resplandecientes se deleitan en adorar– se humilló para levantar al hombre caído; [nunca olvidarán] que llevó la culpa y la vergüenza del pecado, y sintió el ocultamiento del rostro de su Padre, hasta que la maldición de un mundo perdido quebrantó su corazón y le arrancó la vida en la Cruz del Calvario. Que el Hacedor de todos los mundos, el Árbitro de todos los destinos, dejase su gloria y se humillase por amor al hombre despertará eternamente la admiración y la adoración del Universo. Cuando las naciones de los salvos miren a su Redentor y contemplen la gloria eterna del Padre brillar en su rostro; cuando contemplen su Trono, que es desde la eternidad hasta la eternidad, y sepan que su reino no tendrá fin, prorrumpirán en un cántico de júbilo: ‘¡Digno, digno es el Cordero que fue inmolado, y nos ha redimido para Dios con su propia preciosísima sangre!’ ” (CS 709, 710).
PREGUNTAS PARA DIALOGAR:
1. Lee la declaración anterior de Elena de White. ¿Qué dice que debería ayudarnos a entender por qué nuestro amor por Dios debería ser el mayor amor que tenemos? Piensa en lo que significa el hecho de que Dios, “el Ser cuyo poder creó los innumerables mundos y los sostiene a través de la inmensidad del espacio”, fue quien pendió de la Cruz por nosotros. ¿Por qué esta verdad debería ser la base de nuestra relación con Dios?
2. Medita en la idea de amar y temer a Dios al mismo tiempo. ¿Cómo hacer ambas cosas y por qué deberíamos hacerlas?
3. Una cosa es amar a Dios cuando las cosas van bien en nuestra vida. ¿Qué sucede cuando las cosas no van bien, cuando ocurre una tragedia? ¿Por qué, en esos momentos, amar a Dios es aún más importante que cuando las cosas van bien?
4. Repasa la pregunta final del estudio del jueves. ¿Cuáles son los diversos enfoques que podrías adoptar para explicarle a alguien que no es creyente lo que significa amar a Dios? Los seres humanos ¿cómo podemos amar a alguien a quien nunca hemos visto físicamente? ¿Por qué no importa que nunca lo hayamos visto, al menos en persona?
Viernes
Exaltad a Jesús, 17 de mayo, “El principio del amor en la ley”, p. 145;
A fin de conocerle, 18 de julio, “Ricas profanidades del conocimiento”, p. 205.
"LA VERDAD PRESENTE, EN DEUTERONOMIO"
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Dios lo bendiga!!!
Lección 4
EL SÁBADO ENSEÑARÉ...
Parte I: RESEÑA
Texto clave: Deuteronomio 6:5.
Enfoque del estudio: Deuteronomio 6:4-6; 7:9; 4:37; 10:15; 23:5; Marcos 12:28-30; Efesios 2:1-8; 1 Juan 4:19.
Introducción:
En las Escrituras hebreas, la palabra “amor” aparece principalmente en el libro de Deuteronomio y en Cantar de los Cantares. Esta afinidad entre estos dos libros ya sugiere la naturaleza relacional especial del amor. Debido a que el libro de Deuteronomio trata esencialmente del Pacto, es decir, de la relación entre Dios y su pueblo, el amor es un tema importante en este libro. Lamentablemente, el libro de Deuteronomio no contiene una definición clara de “amor”. El amor es misterioso y está más allá de nuestro entendimiento (ver Efe. 3:17). No obstante, el amor aparece asociado con Dios, con el temor y con la Ley.
Temática de la lección:
En esta lección, abordaremos tres temas complejos y los difíciles interrogantes que se derivan de cada uno:
- El amor y Dios. ¿Qué es el amor? Si Dios eligió a su pueblo porque lo amaba, no porque este lo amara a él (Deut. 7:8), entonces, ¿qué es el amor? Si el amor comienza con Dios y no tiene ninguna motivación en el objeto del amor, ¿por qué amó Dios? En respuesta, desde un punto de vista humano, ¿cómo podemos amar a un Dios a quien no podemos ver? (Ver 1 Juan 4:20.)
- El amor y el temor. Si “en el amor no hay temor” (1 Juan 4:18), ¿cómo podemos amar a Dios y temerlo al mismo tiempo?
- El amor y la Ley. ¿Cómo podemos amar a Dios libremente cuando se nos manda amarlo? ¿Cómo conciliar el aspecto imperativo de la Ley y el carácter espontáneo del amor?
Parte II: COMENTARIO
Lee Deuteronomio 6:1 al 9.
Los Mandamientos (Deut. 6:1)
La construcción de la primera oración “estos, pues, son los mandamientos” podría indicar que la frase “los mandamientos” se refiere a lo que sigue: a los “estatutos y decretos” (Deut. 6:1; cf. Deut. 5:1), que Dios le ha ordenado a Moisés que “enseñase”. Asimismo, esta frase de transición alude a los Diez Mandamientos, que recién acababa de recordarles (ver Deut. 5:1-20). Curiosamente, el mismo verbo tsawah, “mandar”, que Moisés usó en su introducción, reaparece aquí en medio del mandamiento del amor (Deut. 6:6); y aquí también, como en la introducción (Deut. 6:1), viene vinculado al verbo “enseñar”. Esta repetición podría sugerir que, cuando Moisés hable de “los mandamientos”, tendrá en mente el mandamiento de amar en primer lugar. Así, cuando Jesús identifique el mandamiento del amor como “el primer mandamiento” (Mar. 12:29-31), estará en armonía con el orden mismo de la “ley de Moisés”.
Preguntas para analizar y reflexionar: ¿Por qué el mandamiento de amar al Señor del amor incluye todos los demás mandamientos? ¿Por qué el mandamiento de amar al prójimo es semejante al mandamiento de amar a Dios, y no solo otro mandamiento distinto (Mar. 12:31)?
Para que temas a Jehová (Deut. 6:2)
Si seguimos el razonamiento de Moisés, el propósito de “los mandamientos” es “para que temas a Jehová tu Dios”. En otras palabras, amar a Dios significa, ante todo, “temer a Dios”, reconocer que hay un Dios. El amor implica la existencia de la otra persona que amamos. Amar a Dios no es amar un principio abstracto, una sabiduría profunda ni una historia hermosa. Amar a Dios no es una teología ni una tradición cultural. Amar a Dios es amarlo como Persona. Temer a Dios significa tener y albergar el fuerte sentido de su presencia en todas partes y en todo momento. Dios está presente no solo en la iglesia o cuando oramos. También está presente en la oficina, en la cocina, en el dormitorio, en el mercado. Dios está presente cuando estamos con gente o cuando estamos solos, en la luz o en la oscuridad. (Ver Sal. 139:2-12.)
Preguntas para analizar y reflexionar: ¿Qué significa amar a Dios como Persona? ¿Por qué no es posible amar a Dios sin reconocer que Dios es una persona? Lee Eclesiastés 12:13 y 14. ¿Por qué el temor de Dios está asociado con Dios como Juez?
Guardar todos sus estatutos y todos sus mandamientos (Deut. 6:2)
Por lo tanto, temer a Dios es andar con él, vivir continuamente en su presencia. No podemos amar a alguien y tomar otro camino en el que él esté ausente. El amor lleva a los Mandamientos. En primer lugar, el amor lleva a los Mandamientos porque los mandamientos de Dios son la expresión de su amor: “por cuanto Jehová os amó” (Deut. 7:8). En segundo lugar, el amor conduce a la obediencia de los Mandamientos porque amamos al Señor: “los que le aman y guardan sus mandamientos” (Deut. 7:9). Ten en cuenta que la sintaxis hebrea de esta frase sugiere que la conjunción “y” (waw, en hebreo) puede entenderse como introduciendo una frase clarificadora o explicativa: “los que le aman, es decir, los que guardan sus mandamientos”. La observancia de los mandamientos de Dios no se suma al amor; es amor. Porque amamos a Dios, amamos su Ley (Sal. 119:70, 92, 97).
Preguntas para analizar y reflexionar: El hecho de que “amar a Dios” signifique guardar sus mandamientos, ¿cómo afecta nuestra comprensión del amor? Nuestro rechazo a los mandamientos de Dios ¿cómo afectará nuestro amor por él? ¿Por qué nuestra observancia de los mandamientos de Dios afectará nuestra comprensión de quién es él como Persona y, por lo tanto, nuestro amor por él?
Amarás a Jehová tu Dios (Deut. 6:5).
El hecho de que Dios nos ordene amar no es un problema, porque “Dios es amor” (1 Juan 4:8). “Amar a Dios” es el Mandamiento porque no puede ser de otra manera; es el imperativo absoluto debido a quién es Dios. Por lo tanto, como Dios es amor, el Mandamiento abarca la totalidad de nuestro ser. El amor nace del corazón, es decir, de lo que no se ve: de nuestros pensamientos, sentimientos e intenciones más profundos. Claramente, el mandamiento que concluye el Decálogo, “no codiciarás” (Deut. 5:21), establece la clave subjetiva para interpretar todos los Mandamientos. No es suficiente abstenerse de cometer adulterio ni de matar; ni siquiera debemos pensar en ello ni desearlo (Mat. 5:28).
Nuestra respuesta de amor a Dios es imperiosa; emana de nuestro corazón hoy (Deut. 6:6). No es solo un acto de memoria o una esperanza para el futuro. Es actual e involucra nuestra vida diaria. Amar a Dios, que está siempre presente con su amor, es hacer que Dios sea relevante en nuestra vida actual. Por ende, abarca “todo”. No solo “todo tu corazón”, sino también “toda tu alma”, que significa “toda tu persona”. Implica intensidad. No podemos amar a Dios de una manera mediocre ni deslucida.
Preguntas para analizar y reflexionar: Nuestro amor por Dios ¿se limita a la obediencia de sus mandamientos? ¿Es posible amar a Dios sin sus mandamientos? ¿Por qué? Y ¿qué sería, entonces, el fanatismo? ¿Cómo afecta el fanatismo la autenticidad de nuestro amor por Dios? ¿Por qué el fanatismo es contrario al amor de Dios?
Las repetirás (Deut. 6:1, 7).
Así como a Moisés se le ordenó enseñar los mandamientos de Dios (Deut. 6:1), a nosotros se nos ordenó repetirlos (Deut. 6:7). Dado que el mandamiento de enseñar los mandamientos de Dios tiene su origen en el amor de Dios, la misión de enseñarlos no puede derivar de la intención de forzar ni del deseo de sacar provecho personal. Si la gente acepta a Jesús bajo la amenaza de la espada o bajo la perspectiva de algún beneficio, no entenderá el significado de la Ley de Dios y quién es Dios en realidad. Es revelador que este pasaje bíblico haya sido elegido para explicitar la misión de Israel como testigo de Dios. Hay una curiosidad cuando se observa la primera línea del Shema’ en el texto hebreo (“Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es”, Deut. 6:4): la letra ’ayin –que cierra la primera palabra, shema’– y la letra dalet –que cierra la última palabra (‘ejad) pueden juntarse para formar la palabra “testigo” (’ed). Así, para los antiguos escribas que copiaron cada letra de la Torá, esta línea condensaba la esencia misma de la identidad de Israel y su misión como pueblo de Dios de testificar al mundo, en todas partes, en cualquier momento, por la mañana y por la noche, al nacer y al morir, quién es Dios; es decir, el Dios único, que amaba a su pueblo.
Preguntas para analizar y reflexionar: ¿Qué significa enseñar los mandamientos de Dios? ¿Cuál es la conexión entre la noción de un Dios único y la noción de un Dios de amor que desea ser amado? La misión ¿se limita a la Ley? ¿Cómo una interpretación así de limitada distorsionaría el sentido mismo de la Ley?
Parte III: APLICACIÓN A LA VIDA
Lee Deuteronomio 6:8 y 9. Este texto, junto con otros (comparar con Éxo. 13:9, 16; Deut. 11:8), se usa como referencia para justificar la tradición judía de los tefilín (filacterias); es decir, la práctica de atar este texto en la mano y entre los ojos. Aunque no hay evidencias convincentes de esta práctica en tiempos bíblicos como una aplicación literal de este pasaje, esta tradición parece ser muy antigua; está documentada en el Nuevo Testamento (Mat. 23:5), en los escritos de Flavio Josefo y en algunos artefactos de Qumrán. Sin embargo, lo que queda en claro es la importancia simbólica de este ritual. Visita una sinagoga o busca en Internet una demostración de este ritual, para visualizarlo mejor.
Medita en las lecciones de fe y devoción que simbolizan todas las expresiones de esta práctica:
- Las atarás. La Ley de Dios debe estar estrechamente relacionada con nuestra persona física. El hecho de atar sugiere también la idea de fidelidad y una relación amorosa con Dios.
- En tu mano. La Ley de Dios debería afectar nuestras acciones.
- Entre tus ojos. La Ley de Dios debería afectar nuestra mente y nuestro discernimiento.
- Las escribirás en los postes de tu casa. La Ley de Dios debería afectar nuestro hogar.
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