Lección 4 de Primarios
EL GRAN ESCAPE
¿Has tratado de abrir una puerta y descubres que está cerrada con llave? Pedro estaba en la cárcel encerrado tras varias puertas cerradas. ¿Cómo iba a poder abandonar ese lugar tan frío y oscuro?
Hechos 12:1-19; Los hechos de los apóstoles, pp. 116-124.
“Pero mientras mantenían a Pedro en la cárcel, la iglesia oraba constante y fervientemente a Dios por él” (Hechos 12:5).
Dios escucha y contesta nuestras oraciones cuando oramos unos por otros.
Al principio Pedro no podía dormir. Estaba acostado sobre el suelo duro y frío. Sus manos estaban encadenadas a las de dos guardias. Le dolía todo el cuerpo. Su único consuelo era saber que otros creyentes estaban orando por él.
Otros catorce soldados estaban por afuera resguardando la celda. Era imposible un escape. Todos los maltratos de su arresto lo hacían sentir muy cansado. Pronto se quedó profundamente dormido.
De pronto, Pedro sintió que alguien lo tocaba. Al abrir los ojos vio una luz brillante. Un ángel se dirigió a él.
—Levántate rápidamente —le ordenó el ángel.
Pedro pensó que estaba soñando, hasta que las cadenas se le cayeron de las muñecas.
—Ponte tu ropa y tus sandalias —le dijo el ángel—. Envuélvete en tu manto y sígueme.
Pedro obedeció. Sentía como si todavía estuviera soñando. Silenciosamente, el ángel guió a Pedro, pasando frente a todos los catorce guardias. Al llegar a la puerta de la prisión, la puerta se abrió por sí misma. Ya afuera, al caminar por la calle, el ángel desapareció.
Pedro supo entonces que no se trataba de un sueño; estaba perfectamente despierto.
“Sé que Dios envió su ángel para rescatarme de las manos de Herodes”, se dijo a sí mismo.
Pedro se dirigió entonces a la casa de la madre de Juan Marcos. Sabía que los creyentes se habían reunido allí para orar. Pedro tocó suavemente en la puerta de entrada. Rode, una joven sirvienta, vino a abrir.
—¿Quién es? —preguntó antes de abrir.
—Rode, Rode —le contestó Pedro—, soy Pedro.
—¡Pedro! —gritó jubilosamente Rode—. ¡Aquí está Pedro!
Y sin abrir la puerta, Rode corrió adentro de la casa a contárselo a los demás. Pedro se quedó allí afuera, sorprendido de que no lo había hecho entrar. Entonces acercó su oído a la puerta. Podía escuchar una voz que decía:
—Rode, ¿te has vuelto loca?
—No, es verdad —decía Rode.
Pedro tocó nuevamente.
—Pedro está en la cárcel —decía otra voz.
—Pero yo lo escuché —decía Rode.
Pedro volvió a tocar la puerta.
—Lo están vigilando cuatro cuadrillas de soldados —dijo alguien más.
—Yo conozco su voz —insistía Rode.
Pedro tocó aun más fuerte.
Una de las mujeres se acercó a Rode y le puso la mano sobre el hombro.
—Entonces, querida niña, seguramente es su ángel —le dijo.
—¡Estoy segura de que es Pedro! —dijo Rode casi llorando.
Pedro no quería despertar a todo el vecindario, pero tuvo que tocar fuerte una vez más.
—¿Qué es ese ruido? —preguntó alguien. Todos se miraron unos a otros y luego a Rode.
—Parece que alguien toca a la puerta —dijo otro.
Todos se apresuraron hacia la puerta. La abrieron rápidadamente y casi gritan de alegría al verlo. Pero Pedro les hizo la seña de que guardaran silencio.
Entonces hablaron en susurros al hacerlo pasar a la casa.
Todos comenzaron a hablar al mismo tiempo, diciendo:
—¡Alabado sea Dios, Pedro, porque estás sano y salvo. Hemos estado orando por ti toda la noche!
Alguien le trajo a Pedro un asiento cómodo y Pedro se sentó. Entonces les contó cómo el ángel lo había ayudado a escaparse. Cuando terminó su relato, les dijo:
—Tengo que irme a un lugar más seguro. Cuéntenle a Santiago y a los demás lo que ha pasado. Gracias por sus oraciones. Sé que por eso vino el ángel a librarme de la cárcel.
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Dios les bendiga!!!
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