Lección 12: Morir como una semilla | En el crisol con Cristo | Escuela Sabática 3T 2022
Lección 12: Fecha
MORIR COMO UNA SEMILLA
LEE PARA EL ESTUDIO DE ESTA SEMANA: Filipenses 2:5-9; Romanos 12:1, 2; 1 Samuel 2:12–3:18; 13:1-14; Zacarías 4:1-14.
PARA MEMORIZAR:
“De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto” (Juan 12:24).
La ilustración de Jesús de un grano de trigo que muere es una analogía fascinante
de nuestra sumisión a la voluntad de Dios. En primer lugar, cae. El grano que
cae de la espiga no tiene ningún control sobre dónde o cómo caerá al suelo.
No tiene control sobre el suelo que lo rodea y que luego lo cubrirá.
En segundo lugar, espera. Mientras el grano permanece en la tierra, no sabe
qué le deparará el futuro. No puede “imaginarse” cómo será la vida en el futuro,
porque es solo un grano de trigo.
En tercer lugar, muere. El grano, probablemente, no podrá convertirse en
espiga a menos que abandone su situación cómoda y segura como grano. Debe
“morir”; es decir, debe renunciar a lo que siempre ha sido antes, una semilla,
para poder transformarse en una planta que produzca frutos.
Un vistazo a la semana: Si sabemos que la voluntad de Dios es lo mejor
para nosotros, ¿por qué nos cuesta tanto aceptarla? ¿Qué ejemplo de sumisión
nos ha dejado Cristo? ¿De qué manera comprendes que se aplica a tu vida la
analogía del grano de trigo?
Sábado
Texto
SUMISIÓN PARA EL SERVICIO
Lee Filipenses 2:5 al 9. ¿Qué mensaje importante hay para nosotros en
estos versículos?
La cultura contemporánea nos incita a todos a exigir y hacer valer nuestros
derechos. Y todo esto es bueno y, muchas veces, debería ser así. Pero, como ocurrió
con Jesús, la voluntad de Dios quizá requiera que renunciemos a nuestros
derechos libremente para servir al Padre de modo que esto tenga un impacto
eterno en el Reino de Dios. Ese proceso de renunciar a estos derechos puede ser
difícil e incómodo, ya que crea las condiciones de un crisol.
Fíjate cómo actuó Jesús (Fil. 2:5-8). Estos versículos describen tres pasos
que Jesús dio para someterse a la voluntad del Padre. Y, al principio, Pablo nos
aconseja encarecidamente: “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también
en Cristo Jesús” (Fil. 2:5).
Para estar en condiciones de salvarnos, Jesús renunció a su igualdad con el
Padre y se trasladó a la Tierra en la condición de un ser humano y sus limitaciones
(Fil. 2:6, 7).
Jesús no vino como un ser humano extraordinario y glorioso, sino como
siervo de otros seres humanos (Fil. 2:7).
Como siervo humano, Jesús no tuvo una vida larga y tranquila, sino que se
hizo “obediente hasta la muerte”. Pero, ni siquiera murió de una manera noble
y gloriosa. No, él fue “obediente hasta la muerte, y muerte de Cruz” (Fil. 2:8;
énfasis de edición).
¿En qué esferas de la vida este ejemplo de Jesús es un modelo para nosotros? Si los derechos y la igualdad son buenos y deberíamos protegerlos, ¿cómo explicarías la lógica de tener que renunciar a ellos en ocasiones? Ahora lee Filipenses 2:9. ¿En qué sentido este versículo nos ayuda a comprender la lógica de la sumisión a la voluntad del Padre?
■ Ora para que el Espíritu Santo te dé sabiduría: “¿A qué derechos me aferro en este mismo momento que en realidad podrían ser una barrera para someterme a la voluntad de Jesús y servir a mi familia, mi iglesia y los que me rodean? ¿Hasta qué punto estoy dispuesto a soportar la incomodidad para servir a los demás en forma más eficiente?”
Domingo
Texto
MORIR ESTÁ ANTES QUE CONOCER LA VOLUNTAD DE DIOS
Muchos cristianos procuran sinceramente conocer la voluntad de Dios para su vida. “Si pudiera conocer la voluntad de Dios para mi vida, sacrificaría todo por él”. Pero, aun después de prometerle esto a Dios, todavía podemos estar confundidos acerca de cuál es su voluntad. La razón de esta confusión la encontramos en Romanos 12:1 y 2. Pablo describe cómo podemos conocer la voluntad de Dios, y presenta un argumento importante: si quieres saber cuál es la voluntad de Dios, ¡primero tienes que sacrificarte!
Lee Romanos 12:1 y 2. Pablo escribe que seremos capaces de “comprob[ar]
cuál [es] la buena voluntad de Dios” (Rom. 12:2) cuando:
1. Tengamos una verdadera comprensión de las “misericordias de Dios” para
nosotros (Rom. 12:1).
2. Nos ofrezcamos como sacrificio vivo a Dios (Rom. 12:1).
3. Nuestra mente se renueve (Rom. 12:2).
Solo la mente verdaderamente renovada puede comprender la voluntad
de Dios. Pero esta renovación depende primero de nuestra muerte a nosotros
mismos. No fue suficiente que Cristo simplemente sufriera por nosotros, tenía
que morir.
Pide al Espíritu Santo que te muestre en qué aspectos no estás completamente “muerto”. ¿A qué cosas necesitas renunciar a fin de llegar a ser un “sacrificio vivo” para Dios?
Cuando algunos aspectos de nuestra vida todavía no murieron al yo completamente, Dios permite que los crisoles nos llamen la atención. Sin embargo, el sufrimiento no solo nos ayuda a enfrentar nuestro pecado, sino también nos da una idea de cómo Jesús se entregó a sí mismo por nosotros. Elisabeth Elliot escribe: “La entrega de los anhelos más caros a nuestro corazón es quizá lo que más se aproxime al concepto de la cruz. [...] Nuestra propia experiencia de crucifixión, aunque inconmensurablemente menor que la de nuestro Salvador, nos brinda una oportunidad de empezar a conocerlo, al acompañarlo en sus sufrimientos. En todas las formas de nuestro sufrimiento, él nos llama a esa comunión” (Quest for Love, p. 182).
■ Lee Romanos 12:1 y 2 con oración. Piensa en las cosas a las que debes renunciar para convertirte en un sacrificio. ¿Cómo te ayuda esto a comprender los sufrimientos que Jesús enfrentó por ti en la Cruz? ¿Cómo puede este conocimiento ayudarte a tener comunión con Jesús y sus sufrimientos?
Lunes
Texto
DISPOSICIÓN A ESCUCHAR
“Y vino Jehová y se paró, y llamó como las otras veces: ¡Samuel, Samuel!
Entonces Samuel dijo: Habla, porque tu siervo oye” (1 Sam. 3:10).
¿Alguna vez escuchaste esa voz suave y apacible del Espíritu Santo, pero la
ignoraste? Por ende, todo salió mal y luego pensaste para tus adentros: Oh no,
¿por qué no escuché?
Primero de Samuel describe la historia de un anciano y sus dos hijos malvados
que no escucharon a Dios, y de un niño que sí oyó. Aunque recibieron
fuertes advertencias de parte de Dios, los que debían cambiar de conducta no
lo hicieron.
Lee esta historia en 1 Samuel 2:12 a 3:18. ¿Qué contraste se evidencia aquí entre los que escuchan a Dios y los que no?
Los hijos de Elí tenían otras cosas en mente antes que las cosas de Dios. Y,
si bien Elí habló con sus hijos después de escuchar lo que Dios quería, aparte
de eso parece que no hizo nada más. Y sus hijos obviamente no estaban preparados
para someter los detalles de su vida a la voluntad de Dios. ¡Qué contraste
con el joven Samuel!
El predicador Charles Stanley describe cuán esencial es cultivar la disposición
a escuchar la voz de Dios en lo que él llama “poner el cambio en punto
muerto”. Dice: “El Espíritu Santo [...] no habla por el simple hecho de transmitir
información. Habla para obtener una respuesta. Y sabe cuándo nuestra agenda
acapara tanto nuestra atención que es una pérdida de tiempo sugerir algo que
la contradiga. En esos casos, a menudo guarda silencio. Él espera hasta que
pongamos el cambio en punto muerto para escuchar y finalmente obedecer”
(The Wonderful Spirit-Filled Life, pp. 179, 180).
■ ¿Qué crees que quiere decir Stanley con “poner el cambio en punto muerto”? Cuando piensas en tu disposición a escuchar a Dios, ¿qué cosas a menudo te impiden poner “el cambio en punto muerto para escuchar y finalmente obedecer”? ¿Qué necesitas hacer en tu vida para cultivar esa disposición a escuchar la voz de Dios y decidir ser obediente a sus indicaciones?
Martes
Texto
AUTOSUFICIENCIA
Cuando Eva pecó en el Jardín del Edén, no fue simplemente porque dudó de
la palabra de Dios. La raíz del problema era que ella creyó que tenía suficiente
sabiduría para decidir por sí misma lo que era bueno. Confió en su propio juicio.
Cuando dependemos de nuestro propio juicio en lugar de confiar en la palabra
de Dios, nos exponemos a todo tipo de problemas.
La historia de Saúl describe los pasos hacia la autosuficiencia, y la tragedia
que llega tan rápidamente. Samuel ungió a Saúl como rey de Dios (1 Sam. 10:1).
Luego dio instrucciones específicas a Saúl (1 Sam. 10:8), pero Saúl desobedeció.
Lee la siguiente parte de la historia en 1 Samuel 13:1 al 14. ¿Qué hizo Saúl que lo llevó a su propia ruina?
Hay tres pasos que llevaron a Saúl por el camino descendente de la autosuficiencia
poco después de ser ungido rey. El problema era que ninguno de
estos pasos era malo en sí. Sin embargo, contenían las semillas de la tragedia
porque avanzó independientemente de Dios. Fíjate el orden en que ocurrió la
caída de Saúl.
1. Saúl dijo: “Vi”: la dispersión de sus tropas y la ausencia de Samuel (1 Sam.
13:11). Saúl estaba bajo presión y evaluó con sus propios ojos lo que estaba
sucediendo.
2. Saúl pasó de “vi” a “me dije”: que los filisteos los conquistarían (1 Sam.
13:12). Lo que vio con sus propios ojos dio forma a lo que dijo, o supuso, sobre
la situación.
3. Saúl pasó de “me dije” a “me esforcé”, y ofreció sacrificio (1 Sam. 13:12). Lo
que Saúl pensó dio forma a sus sentimientos.
Todos hemos hecho esto: Confiamos en la vista humana, lo que nos lleva a
confiar en el pensamiento humano, lo que nos lleva a confiar en los sentimientos
humanos. Y luego actuamos sobre la base de estos sentimientos.
■ ¿Por qué crees que fue tan fácil para Saúl seguir su propio juicio, a pesar de que las claras instrucciones de Dios todavía resonaban en sus oídos? Si sabemos que somos tan frágiles y tenemos un conocimiento tan imperfecto, ¿por qué seguimos tratando de confiar en nosotros mismos? ¿Qué podemos hacer para aprender a confiar en los mandatos de Dios más que en nosotros mismos?
Miércoles
Texto
SUSTITUTOS
Como vimos ayer, la sumisión a la voluntad de Dios puede verse socavada
cuando dependemos de nuestra propia fuerza. También es posible confiar en
otros sustitutos de Dios. Cuando algunos se sienten deprimidos, salen a comprar
algo que los haga felices. Cuando algunos se sienten incompetentes, persiguen
la fama. Cuando otros tienen dificultades con su cónyuge, buscan a otra persona
que les dé intimidad y excitación.
Muchas de las cosas que usamos pueden aliviar la presión, pero no necesariamente
resuelven el problema ni nos enseñan a manejar mejor la situación la
próxima vez. Solo la ayuda sobrenatural de Dios puede hacer eso. El problema
es que muchas veces dependemos de sustitutos de Dios en lugar de depender
de Dios mismo.
Es probable que usemos estos tres sustitutos en lugar de Dios:
1. Utilizar la lógica humana o la experiencia pasada, cuando lo que necesitamos
es una nueva revelación divina.
2. Bloquear los problemas de nuestra mente cuando lo que necesitamos son
soluciones divinas.
3. Escapar de la realidad y esquivar a Dios cuando lo que necesitamos es
tener comunión con Dios para recibir poder divino.
Zacarías nos ayuda a concentrarnos en lo que realmente importa cuando nos
vemos tentados a utilizar sustitutos. Después de muchos años a la distancia, los
exiliados finalmente regresaron de Babilonia e inmediatamente comenzaron a
reconstruir el Templo. Pero hay una increíble cantidad de resistencia a esto (algo
de contexto se puede encontrar en Esd. 4–6). Por eso Zacarías se acercó con este
mensaje de ánimo a Zorobabel, quien estaba dirigiendo la obra.
Lee este mensaje en Zacarías 4. ¿Qué quiere decir Dios en Zacarías 4:6? ¿Cómo podría el Espíritu Santo afectar la finalización de un proyecto de construcción? ¿Qué nos enseña esto sobre la relación entre el Espíritu Santo y las cosas prácticas que hacemos?
Dios no impidió que hubiese oposición al Templo ni salvó a Zorobabel del estrés de hacerle frente. Y Dios no siempre nos protegerá de los adversarios. Pero, cuando llegue la adversidad, Dios puede usarla como un crisol para enseñarnos a depender de él.
■ Cuando estás estresado, ¿cuál es tu primera reacción? ¿Comer? ¿Mirar televisión? ¿Orar? ¿Entregarte a Dios? Tu respuesta ¿qué te dice sobre ti mismo y las cosas que necesitas aprender o cambiar?
Jueves
Texto
PARA ESTUDIAR Y MEDITAR:
Lee Elena de White, Patriarcas y profetas, “Elí y sus hijos”, pp. 621-628; y “La
presunción de Saúl”, pp. 669-678.
La sumisión a la voluntad de Dios se da cuando morimos a nuestros deseos
y ambiciones. Esto abre el camino para un verdadero servicio a los demás. No
podemos vivir para Dios sin transformarnos en un sacrificio vivo y vivir constantemente
dispuestos a escuchar la voz de Dios. Para que verdaderamente
podamos someter nuestra voluntad a la voluntad de nuestro Padre, debemos
reconocer los peligros de confiar en nosotros mismos y en los sustitutos de la
palabra y el poder de Dios. Como la sumisión a la voluntad de Dios es la base
de una vida semejante a la de Cristo, Dios puede permitir que los crisoles nos
enseñen a depender de él.
“La negligencia de Elí se presenta claramente delante de cada padre y madre
de la Tierra. Como resultado de su afecto no santificado o de su falta de disposición
para realizar un deber desagradable, recogió una cosecha de iniquidad
en sus hijos perversos. Tanto el padre que permitió la impiedad como los hijos
que la practicaron fueron culpables delante de Dios, y el Altísimo no aceptaba
ni sacrificios ni ofrendas por sus transgresiones” (CN 259).
PREGUNTAS PARA DIALOGAR:
1. En la clase, hablen de la increíble condescendencia del Hijo de Dios al venir a la Tierra como ser humano para morir por nuestros pecados. ¿Qué nos dice esto a cada uno de nosotros sobre lo que significa el sacrificio y la abnegación por el bien de los demás? Aunque por supuesto no podemos hacer nada que se equipare con lo que hizo Jesús, el principio está allí y siempre deberíamos tenerlo presente. ¿Cómo podemos, en nuestra propia esfera, emular el tipo de sumisión y abnegación que Jesús nos mostró en la Cruz?
2. Para muchos, someterse a Dios sin saber qué sucederá luego puede ser algo aterrador. ¿Qué consejo darían a alguien que confía en sí mismo en vez de confiar en Dios? ¿Qué le dirían para ayudarlo a disipar sus miedos por desconocer el futuro o no poder controlarlo?
3. Como clase, dediquen tiempo a orar por los conocidos que tienen dificultades para someterse a la voluntad de Dios, para que puedan ver que confiar en la voluntad de Dios es el único camino hacia una paz duradera. Al mismo tiempo, ¿qué cosas prácticas pueden hacer por estas personas para ayudarlas a ver que pueden entregarse a Dios y que este es el mejor camino? En otras palabras, ¿cómo puede utilizarlos Dios para ayudar a otros a conocer su amor y su disposición a proveerles lo que necesitan?
Viernes
Texto
"EN EL CRISOL CON CRISTO"
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Lección 12
EL SÁBADO ENSEÑARÉ...
Parte I: RESEÑA
Texto clave: Juan 12:24.
Enfoque del estudio: 1 Samuel 2:12–3:18; 13:1–14; Zacarías 4; Romanos 12:1, 2; Filipenses 2:5–9.
Introducción:
La muerte es un elemento fascinante en todas las religiones. En el cristianismo bíblico, la muerte tiene dos connotaciones. Por un lado, la muerte es el resultado y el castigo por el pecado. Por otro lado, nuestra vida con Dios comienza con la muerte: la muerte al pecado. Solo cuando experimentamos esta muerte al pecado podemos disfrutar plenamente de la vida en el Reino de Dios. La muerte al pecado nos lleva a vencer y enfrentar la muerte definitiva, que es el resultado del pecado. Pero ambos eventos son posibles debido a la muerte de Cristo en nuestro lugar.
Temática de la lección:
La lección de esta semana destaca dos temas principales:
1. La muerte al pecado establece el contexto para el Espíritu Santo y su presencia. El Espíritu mismo implementa personalmente la transformación de nuestro carácter a la imagen de Jesucristo, y nos da poder para llevar una vida de servicio abnegado y de obediencia a Dios.
2. Si no experimentamos la muerte al pecado, continuaremos una vida de egocentrismo y de servicio egoísta; una vida de pecado que, de hecho, conduce a la muerte.
Parte II: COMENTARIO
El árbol del conocimiento del bien y del mal (Gén. 2:9, 17)
¡Qué nombre para un árbol! Pero Dios designó al árbol con este nombre en el Jardín del Edén cuando instruyó a nuestros padres sobre cómo preservar su vida: “De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Gén. 2:16, 17).
Hay dos aspectos que son importantes para nuestro análisis. En primer lugar, el texto bíblico no indica que hubiese alguna sustancia venenosa ni psicoactiva en el fruto del árbol prohibido. Al contrario, Dios creó todo “bueno”, y “bueno en gran manera”; no creó nada incompleto, imperfecto, malo ni malvado (Gén. 1:21, 31; ver también Gén. 2:1-3). El pecado y el mal no estaban presentes en la creación perfecta de Dios, sino que “entr[aron] en el mundo” por el acto de Adán y de Eva (Rom. 5:12). Además, durante la tentación, la serpiente insiste en que, si Eva come del árbol prohibido, “serán abiertos vuestros ojos” y “seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal” (Gen 3:4, 5). Eva, entonces, vio “que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría”, y comió y le dio a su esposo también (Gén. 3:6). El resultado del consumo de la fruta prohibida fue que “fueron abiertos los ojos de ambos, y conocieron que estaban desnudos” (Gén. 3:7). Además, el árbol no se llama “el árbol del conocimiento” de Dios ni del conocimiento en general, sino “el árbol del conocimiento del bien y del mal” (NVI), lo que lo relaciona con la moral.
Por lo tanto, el nombre del árbol y la narración de Génesis 2 y 3 indican que lo que cambió fue la perspectiva de Adán y de Eva, su punto de vista, su actitud y su relación con Dios. Su decisión fue una cuestión de desobediencia moral, o rebelión contra Dios. La expresión “conocer el bien y el mal”, en la Biblia, se refiere a la madurez moral, cuando una persona se vuelve adulta y autónoma, o un juez moral (ver Deut. 1:39; 2 Sam. 14:17; 1 Rey. 3:9; Isa. 7:16; Heb. 5:14). La cuestión en torno al árbol del conocimiento del bien y del mal era quién era el juez y quién era la fuente y la norma de la moralidad. Al prohibirles comer del fruto del árbol, Dios se constituyó como la Fuente suprema de moralidad en la Tierra de la misma manera que lo era en el Universo. Al comer del árbol, Eva y Adán decidieron que ellos eran la fuente de la moralidad. Una cosa es que alguien ejerza la moralidad y distinga entre el bien y el mal a través del prisma de la revelación de Dios (Deut. 30:14-16; 2 Sam. 14:17; 1 Rey. 3:9; Heb 5:14). Pero otra cosa es autodefinirse como la fuente y la norma de la moralidad en contra de la revelación y el mandato de Dios; hacer esto equivale a autoproclamarse Dios, rebelarse contra Dios y querer derrocar su Trono.
Esto es exactamente lo que sugirió la serpiente (Gén. 3:4, 5), y esto es exactamente lo que Satanás había hecho en el cielo y continúa haciendo en la Tierra (Isa. 14:13, 14; Eze. 28:2, 12-17). Por lo tanto, la serpiente le sugirió a Eva que, al comer del fruto prohibido, “serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal” (Gén. 3:5). Este ser “como Dios” no significó volverse de naturaleza divina, sino ser la fuente de su propia moralidad, y definir por propia cuenta lo que es bueno y lo que es malo. Esta independencia es autosuficiencia y autonomía respecto de Dios, un acto de sedición que constituye reemplazar a Dios, o sustituirlo, por nosotros mismos o por alguien o algo más.
En segundo lugar y, por consiguiente, comer del árbol del conocimiento del bien y del mal, rebelarse contra Dios e intentar sentarse en su Trono, conduce a la muerte. Por eso, inmediatamente Dios les advirtió a Adán y a Eva que comer del árbol prohibido conduce a la muerte (Gén. 2:17). Dios es la única Fuente de vida (Gén. 2:7; Deut. 30:20; Juan 1:1-4; 4:13, 14; 6:32-35; 11:25-27; 15:1-5; Rom. 6:23; Col. 1:16, 17). Que una criatura se siente en el Trono de Dios equivale a alejarse de la única Fuente de vida, que es lo mismo que entregarse a la muerte.
Pero, esa muerte no es una muerte habitual. Es una separación voluntaria de Dios, una decisión de no vivir según el gobierno de Dios (1 Juan 3:4; Isa. 14:9, 10, 16; Eze. 28:2, 9, 16, 17). Esta separación es la esencia del pecado y de la muerte. No sabemos qué habrán pensado Adán y Eva cuando escucharon la palabra “muerte”, pero seguramente pensaron en algo sombrío. Pero nosotros, después de más de seis mil años de pecado, sabemos muy bien que la muerte es una tragedia.
La muerte como solución a... la muerte
¿Existe una solución para la muerte? ¡Sí! Y lo sabemos por la esencia del evangelio: “La paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Rom. 6:23). Sin embargo, ¿cómo recibimos este regalo de la vida eterna? Paradójicamente, el regalo de la vida eterna viene acompañado de... ¡la muerte! Aquí se denotan dos tipos de muerte. En primer lugar, Jesucristo murió en nuestro lugar y por nosotros; él tomó nuestra muerte sobre sí mismo y nos dio la esperanza de la vida eterna (Juan 3:16; Rom. 3:25; 5:8; 2 Cor. 5:21; 1 Ped. 1:18-20). En segundo lugar, también se indica nuestra propia muerte. Pero esta muerte no es un castigo por el pecado; Jesús murió esa muerte en nuestro lugar. Más bien, nuestra muerte es al pecado mismo. Es necesaria esta muerte (al pecado) si queremos disfrutar de la vida eterna y del Reino de Dios. El pecado es un poder controlador que nos mantiene separados de Dios (Rom. 7:18-20, 23, 24). Para salvarnos de su poder, ¡necesitamos morir al pecado y estar vivos para Jesús y el Espíritu Santo (Rom. 7:4-6)! El bautismo simboliza esta muerte (Rom. 6:1-4). Pablo presenta la descripción más hermosa de este proceso: “Porque si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección; sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado. Porque el que ha muerto, ha sido justificado del pecado. Y si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con él; sabiendo que Cristo, habiendo resucitado de los muertos, ya no muere; la muerte no se enseñorea más de él. Porque en cuanto murió, al pecado murió una vez por todas; mas en cuanto vive, para Dios vive. Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Rom. 6:5-11).
Con “muertos al pecado”, la Biblia quiere decir exactamente eso. No dice que conseguimos la vida eterna muriendo literalmente. No podemos pagar nuestros pecados con nuestra propia muerte. No hay mérito salvífico en nuestra muerte. La única muerte literal que cuenta para nuestra salvación es la muerte de Jesucristo en la Cruz. La Biblia tampoco usa “muertos al pecado” para comunicar una indiferencia hacia el mundo, como en el budismo, por ejemplo. Dios creó el mundo perfecto para nuestro gozo y para que lo cuidemos (Gén. 1:26-28; 2:15). La muerte al pecado, entonces, significa aceptar el señorío de Dios y la obra del Espíritu Santo en nuestra vida, y rechazar el control del pecado (Rom. 8:1-11). Disfrutamos al obedecer a Dios y servirlo. Somos transformados a la imagen y la mente de Cristo, quien no consideró aferrarse al poder, sino que se inclinó hacia la Tierra y adoptó nuestra condición y nuestro lugar con el propósito de salvarnos (Fil. 2:2-8).
Parte III: APLICACIÓN A LA VIDA
1. Es cierto que tenemos lo que llamamos derechos fundamentales. Pero vivimos en un mundo de pecado muy complicado, un mundo que, la mayoría de las veces, tiende a ignorar o pisotear nuestros derechos. Vuelve a leer Filipenses 2:1 al 9. ¡La encarnación del Hijo fue el crisol de los crisoles! El ejemplo de Jesús ¿cómo te ayuda a transitar los diversos crisoles causados por el pecado, aunque esto signifique perder tus derechos fundamentales? ¿Cuál es el elemento crucial para ti en este pasaje que cambia tu perspectiva sobre cómo superar las pruebas de la vida?
2. La historia de Samuel es más que meramente escuchar como un acto auditivo de registrar las palabras que alguien nos dirige; se trata de obedecer a lo que escuchamos. El mismo nombre del profeta significaba “Dios oyó” (ver 1 Sam. 1:20). Dios oyó y fue misericordioso con Ana (1 Sam. 1:17, 19, 20, 27). Samuel escuchó y obedeció a Dios. Al darse cuenta de que Samuel al principio no reconocía la voz de Dios, Elí enseña a Samuel cómo relacionarse con Dios: “Habla, Jehová, porque tu siervo oye” (1 Sam. 3:9). De hecho, el resto del libro de Samuel (en realidad, toda la Biblia) tiene que ver con escuchar y obedecer, o la falta de obediencia: en algún momento, la gente dejó de escuchar a Dios. Un gran problema en nuestra vida es que nos escuchamos unos a otros, escuchamos a Dios (a través de su Revelación), pero podríamos no tomar en serio sus palabras o desobedecerlas. ¿Cómo puedes oír y escuchar mejor a los miembros de tu familia? ¿Cómo puedes escuchar y obedecer mejor a Dios? Piensa en tres formas de mejorar significativamente tu manera de escuchar y relacionarte con los demás y con Dios.
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