Lección de Escuela Sabática de Adultos 3er Trimestre 2020, Escuela Sabática Adultos 3er Trimestre 2020, Lección 3er Trimestre 2020,
Lección 2: Para el 11 de julio de 2020
LEE PARA EL ESTUDIO DE ESTA SEMANA: Marcos 5:15–20; 16:1–11; Hechos 4:1–20; 1 Juan 1:1–3; Gálatas 2:20; Hechos 26:1–32.
Hay un poder inusual en el testimonio personal. Cuando nuestros corazones se calientan por el amor de Cristo y somos cambiados por su gracia, tenemos algo importante que decir sobre él. Una cosa es compartir lo que Jesús ha hecho por otra persona. Otra muy distinta es compartir personalmente lo que ha hecho por nosotros.
Es difícil argumentar en contra de la experiencia personal. La gente puede debatir su teología o su interpretación de un texto, o incluso burlarse de la religión en general. Pero cuando un individuo puede decir: “Una vez estuve sin esperanza, pero ahora tengo esperanza; estaba lleno de culpa, pero ahora tengo paz; no tenía un propósito, pero ahora tengo un propósito”, incluso los escépticos se ven afectados por el poder del evangelio.
Aunque algunas personas pueden experimentar conversiones repen-tinas y dramáticas, como la del apóstol Pablo en camino a Damasco, la con-versión ocurre con mayor frecuencia a medida que una persona reconoce cada vez más la preciosidad de Jesús, un profundo aprecio por su asombrosa gracia y un supremo sentido de gratitud por la salvación que ofrece libre-mente. Es este testigo el que el mundo necesita y anhela desesperadamente.
LOS TESTIGOS MENOS PENSADOS
Lee Marcos 5:15 al 20. ¿Por qué crees que Jesús envió a este hombre a Decápolis para testificar a su familia y sus amigos, en lugar de nutrirlo en su nueva fe manteniéndolo con él?
La palabra Decápolis proviene de dos palabras: deca significa diez y polis significa ciudades. La región de Decápolis era un área de diez ciudades a lo largo de las costas del Mar de Galilea en el primer siglo. Estas ciudades estaban unidas por un idioma y una cultura comunes. El endemoniado era conocido por muchas personas en esa región. Había infundido miedo en sus corazones a través de su comportamiento violento e impredecible. Jesús vio en él a alguien que anhelaba algo mejor, por lo que milagrosamente liberó al hombre de los demonios que lo atormentaban.
Cuando la gente del pueblo escuchó que Jesús había permitido que los demonios poseyeran su manada de cerdos, y que los cerdos se habían lan-zado por un acantilado hacia el mar, salieron a ver qué ocurría. El Evangelio de Marcos registra: “Vienen a Jesús, y ven al que había sido atormentado del demonio, y que había tenido la legión, sentado, vestido y en su juicio cabal; y tuvieron miedo” (Mar. 5:15). El hombre estaba completamente restaurado: física, mental, emocional y espiritualmente. La esencia del evangelio es restaurar a las personas quebrantadas por el pecado a la totalidad para la cual Cristo las ha creado.
¿Qué mejor persona para llegar a estas diez ciudades de Decápolis que un endemoniado transformado que podría compartir su testimonio con toda la región? Elena de White lo dice muy bien: “Como testigos de Cristo, debemos decir lo que sabemos, lo que nosotros mismos hemos visto, oído y sentido. Si hemos estado siguiendo a Jesús paso a paso, tendremos algo oportuno que decir acerca de la manera en que nos ha conducido. Podemos explicar cómo hemos probado su promesa y la hemos hallado veraz. Podemos dar testimonio de lo que hemos conocido acerca de la gracia de Cristo. Este es el testimonio que nuestro Señor pide, y por falta del cual el mundo perece” (DTG 307). A menudo Dios utiliza los testigos menos pensados, que son cambiados por su gracia para marcar una diferencia en nuestro mundo.
■ ¿Cuál es tu propia historia? Es decir, ¿cuál es tu propia historia de conversión? ¿Qué les dices a los demás sobre cómo llegaste a la fe? ¿Qué puedes ofrecerle a un incon-verso, que podría beneficiarse de la experiencia que puedes compartir?
PROCLAMANDO AL CRISTO RESUCITADO
Era temprano el domingo por la mañana, y las dos Marías se dirigían rápidamente a la tumba de Cristo. No iban a pedirle nada. ¿Qué podría darles un hombre muerto? La última vez que lo habían visto, su cuerpo estaba ensangrentado, magullado y quebrado. Las escenas de la Cruz es-taban profundamente grabadas en sus mentes. Ahora, simplemente es-taban cumpliendo con su deber. Con tristeza, se dirigieron a la tumba para embalsamar su cuerpo. Las tenebrosas sombras del desaliento envolvían su vida en la oscuridad de la desesperación. El futuro era incierto y ofrecía pocas esperanzas.
Cuando llegaron a la tumba, se sorprendieron al encontrarla vacía. Mateo registra los eventos de esa mañana de resurrección con estas palabras: “Mas el ángel, respondiendo, dijo a las mujeres: No temáis vosotras; porque yo sé que buscáis a Jesús, el que fue crucificado. No está aquí, pues ha resucitado, como dijo. Venid, ved el lugar donde fue puesto el Señor” (Mat. 28:5, 6).
Las mujeres ahora estaban llenas de alegría. Sus nubes oscuras de tris-teza se desvanecieron con la luz del sol del amanecer de la resurrección. Su noche de tristeza había terminado. La alegría inundó sus rostros, y las canciones de regocijo reemplazaron sus lágrimas de lamento.
Lee Marcos 16:1 al 11. ¿Cuál fue la respuesta de María cuando descubrió que Cristo había resucitado de entre los muertos?
Después de que María se encontró con el Cristo resucitado, corrió a contar la historia. Las buenas noticias son para compartir, y ella no podía guardar silencio. ¡Cristo estaba vivo! Su tumba estaba vacía, y el mundo debía saberlo. Después de encontrarnos con el Cristo resucitado en la ca-rretera de la vida, nosotros también debemos correr para contar la historia, porque las buenas noticias son para compartir.
Qué fascinante es, también, que a pesar de todas las veces que Jesús les había dicho lo que sucedería, que sería muerto y luego resucitado, los discípulos, aquellos que Jesús escogió específicamente, se negaron a creer el testimonio de María. “Ellos, cuando oyeron que vivía, y que había sido visto por ella, no lo creyeron” (Mar. 16:11). Por lo tanto, si incluso los propios discípulos de Jesús no creyeron de inmediato, tampoco deberíamos sor-prendernos si los demás tampoco aceptan nuestras palabras de inmediato.
■ ¿Cuándo fue la última vez que fuiste rechazado al dar testimonio? ¿Cómo respon-diste y qué has aprendido de esa experiencia?
LAS VIDAS TRANSFORMADAS MARCAN LA DIFERENCIA
“Entonces viendo el denuedo de Pedro y de Juan, y sabiendo que eran hombres sin letras y del vulgo, se maravillaban; y les reconocían que habían estado con Jesús” (Hech. 4:13).
La iglesia del Nuevo Testamento explotó en crecimiento. Hubo tres mil bautizados en el día de Pentecostés (Hech. 2:41); miles más fueron añadidos a la iglesia unas semanas después (4:4). Pronto las autoridades reconocieron lo que estaba sucediendo. Estos creyentes del Nuevo Testamento habían estado con Cristo. Su vida había cambiado. Habían sido transformados por su gracia, y no podían guardar silencio.
Lee Hechos 4:1 al 20. ¿Qué sucedió aquí? ¿Qué sucedió cuando las au-toridades intentaron silenciar a Pedro y a Juan? ¿Cuál fue su respuesta?
Estos creyentes eran nuevos en Cristo y tenían que contar su historia. Pedro, un pescador gritón, fue transformado por la gracia de Dios. Santiago y Juan, los hijos del trueno que tenían dificultades para controlar su tempe-ramento, fueron transformados por la gracia de Dios. Tomás, el escéptico, fue transformado por la gracia de Dios. Los discípulos y los miembros de la iglesia primitiva tenían sus propias historias que contar, y no podían guardar silencio. Observa esta poderosa declaración de Elena de White en el libro El camino a Cristo: “Tan pronto como uno va a Cristo, nace en el corazón un vivo deseo de hacer conocer a otros cuán precioso amigo ha encontrado en Jesús; la verdad salvadora y santificadora no puede perma-necer encerrada en el corazón” (CC 66).
Observa también lo que dijeron los líderes religiosos en el versículo 16. Ellos reconocieron abiertamente la realidad del milagro que se había reali-zado: el hombre sanado estaba de pie justo allí, delante de ellos. Incluso con todo esto, se negaron a cambiar su actitud. Y, sin embargo, a pesar de este desafío abierto, Pedro y Juan no retrocedieron en su testificación.
■ ¿Qué relación hay entre conocer a Cristo y compartirlo? ¿Por qué conocer a Cristo personalmente es tan esencial para que podamos ser testigos de él?
COMPARTIR NUESTRA EXPERIENCIA
En Hechos 26, encontramos al apóstol Pablo compareciendo como prisio-nero ante el rey Agripa. Aquí, hablando directamente con el rey, Pablo dio su propio testimonio personal, relatando no solo su vida como perseguidor de los seguidores de Jesús, sino también, después de su conversión, su vida como testigo de Jesús y la promesa de la resurrección de los muertos (Hech. 26:8).
Cuando Pablo se convirtió en el camino a Damasco, nuestro Señor le habló y le dijo: “Para esto he aparecido a ti, para ponerte por ministro y testigo de las cosas que has visto, y de aquellas en que me apareceré a ti” (26:16). Compartir nuestra fe es siempre una experiencia dinámica. Cuenta la historia de lo que Cristo ha hecho por nosotros en el pasado, lo que está haciendo en nuestra vida hoy y lo que logrará por nosotros en el futuro.
Testificar nunca se trata de nosotros. Siempre se trata de él. Él es el Dios que perdona nuestras iniquidades, sana todas nuestras dolencias, nos co-rona de favores y misericordias y nos sacia de bien (Sal. 103:3–5). Testificar es simplemente compartir nuestra historia de su asombrosa gracia. Es un testimonio de nuestro encuentro personal con este Dios de sublime gracia.
Lee 1 Juan 1:1 al 3 y compáralo con Gálatas 2:20. ¿Qué similitudes ves? ¿En qué se parece la experiencia de Juan a la de Pablo?
Aunque Juan y Pablo tuvieron experiencias de vida diferentes, ambos tu-vieron un encuentro personal con Jesús. Su experiencia con Jesús no ocurrió en un punto particular en el pasado y luego terminó. Fue una experiencia continua y diaria de regocijo en su amor y caminar a la luz de su verdad.
¿Es la conversión algo solo del pasado? Observa la declaración de Elena de White sobre aquellos que piensan que su experiencia de conversión pasada es lo único que importa: “¿Qué significa la conversión? Algunos piensan, cuando digo que deben convertirse: ‘¿Por qué no creen que sé algo sobre religión?’ Como si, al saber algo sobre religión una vez, no necesitaran ser convertidos diariamente; pero todos los días, cada uno de nosotros, deberíamos convertirnos” (Manuscript Releases, t. 4, p. 46).
■ Independientemente de cuáles hayan sido tus experiencias pasadas, incluso si son poderosas y dramáticas, ¿por qué es importante tener una relación con el Señor día a día, para sentir su realidad y su bondad y poder día a día? Lleva tu respuesta a la clase el sábado.
EL PODER DE UN TESTIMONIO PERSONAL
Observemos nuevamente a Pablo ante Agripa. El apóstol Pablo compa-rece ante este hombre, el último en la línea de reyes judíos, los macabeos, y de la casa de Herodes. Agripa profesaba ser judío, pero en el fondo era romano. (Ver CBA 6:431.) El anciano apóstol, cansado de sus viajes misioneros y marcado por la batalla en el conflicto entre el bien y el mal, está allí de pie, con el corazón lleno del amor de Dios y su rostro radiante con la bondad de Dios. Más allá de todo lo que haya sucedido en su vida, cualquier persecución y dificultad que haya experimentado, puede declarar que Dios es bueno.
Agripa es cínico, escéptico, endurecido y realmente indiferente a cual-quier sistema de valores genuino. En contraste, Pablo está lleno de fe, com-prometido con la verdad y firme en defensa de la justicia. El contraste entre los dos hombres no podría ser mucho más evidente. En su juicio, Pablo solicita hablar y recibe permiso de Agripa.
Lee Hechos 26:1 al 32. ¿Cómo testificó Pablo a Agripa? ¿Qué podemos aprender de sus palabras?
La amabilidad abre corazones donde la acritud los cierra. Pablo es in-creíblemente amable con Agripa aquí. Lo llama un “experto en costumbres y controversias judías” (Hech. 26:3, NTV). Luego se lanza a una exposición sobre su conversión.
Lee la historia de la conversión de Pablo en Hechos 26:12 al 18 y luego observa cuidadosamente su efecto en Agripa en Hechos 26:26 al 28. ¿Por qué crees que Agripa reaccionó como lo hizo? ¿Qué le impresionó del tes-timonio de Pablo?
El testimonio de Pablo de cómo Jesús cambió su vida tuvo un poderoso impacto en un rey impío. No hay testimonio tan efectivo como una vida cambiada. El testimonio de una vida genuinamente convertida tiene una influencia asombrosa en los demás. Incluso los reyes impíos son movidos por vidas transformadas por la gracia. Incluso si no tenemos una historia tan dramática como la de Pablo, todos deberíamos poder contarles a los demás lo que significa conocer a Jesús y ser redimidos por su sangre.
PARA ESTUDIAR Y MEDITAR:
Lee Elena de White, Los hechos de los apóstoles, “Por poco me persuades”, pp. 357-361.
La esencia de la vida cristiana es una relación con Jesús que es tan rica y plena que deseamos compartirla. Por importante que sea tener la doctrina correcta, no puede sustituir a una vida transformada por la gracia y cam-biada por el amor. Elena de White lo deja en claro cuando dice: “El Salvador sabía que ningún argumento, por lógico que fuera, podría ablandar los duros corazones, o traspasar la costra de la mundanalidad y el egoísmo. Sabía que los discípulos habrían de recibir la dotación celestial; que el evangelio sería eficaz solo en la medida en que fuera proclamado por corazones encendidos y labios hechos elocuentes por el conocimiento vivo de aquel que es el Ca-mino, la Verdad y la Vida” (HAp 25, 26). En el libro El Deseado de todas las gentes, Elena de White añade este pensamiento poderoso: “El maravilloso amor de Cristo enternecerá y subyugará los corazones cuando la simple exposición de las doctrinas no lograría nada” (DTG 767).
Hay quienes tienen la idea de que dar su testimonio personal es tratar de convencer a otros de las verdades que han descubierto en la Palabra de Dios. Aunque es importante, en el momento apropiado, compartir las ver-dades de la Palabra de Dios, nuestro testimonio personal tiene mucho más que ver con la liberación de la culpa, con la paz, la misericordia, el perdón, la fuerza, la esperanza y la alegría que hemos encontrado en el don de la vida eterna que Jesús ofrece tan libremente.
PREGUNTAS PARA DIALOGAR:
1. ¿Por qué crees que nuestro testimonio personal es tan poderoso para influir sobre los demás? ¿Cómo han impactado los testimo-nios de los demás en tu propia experiencia?
2. En clase, habla sobre tu respuesta a la última pregunta del miérco-les. ¿Por qué es tan importante una experiencia diaria con el Señor, no solo para nuestro testimonio, sino también para nuestra propia fe personal?
3. Por supuesto, un testimonio poderoso puede ser un argumento efectivo. Al mismo tiempo, ¿por qué una vida santa es una parte tan importante de nuestro testimonio?
4. Comparte tu testimonio personal con la clase. Recuerda que estás compartiendo lo que Cristo ha hecho por ti y lo que él significa para ti hoy. ¿Qué diferencia produce Jesús en tu vida?
Dios lo bendiga!!!
EL SÁBADO ENSEÑARÉ...
Texto clave: Marcos 5:1-20.
Enfoque del estudio: Marcos 5:1-20; 16:1-11; Hechos 4:1-20; 26:1-32.
Parte I: RESEÑA
Hay un poder inusual en el testimonio personal. Cuando un individuo acepta a Cristo y su vida cambia drásticamente, la gente se da cuenta. No todas las conversiones son repentinas e instantáneas. Nos emociona escuchar las historias de drogadictos que aceptan a Cristo, alcohólicos transformados por gracia, líderes empresariales materialistas y egocéntricos cambiados por el amor de Dios o adolescentes rebeldes convertidos; pero ciertamente no son los únicos ejemplos de conversión.
A veces, y tal vez aún más comúnmente, el Espíritu Santo trabaja suave y gradualmente en los corazones humanos. Hay quienes han sido criados en hogares cristianos santos que tienen una historia preciosa que compartir. Puede ser que nunca se hayan rebelado realmente contra Cristo, pero tampoco se hayan comprometido completamente con él. Sienten el movimiento de su Espíritu Santo en su vida y se comprometen totalmente con Dios. Su testimonio es tan poderoso como las historias de conversión más dramáticas y sensacionales. Ninguno de nosotros es cristianos de nacimiento. Como Jeremías dice con franqueza: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?” (Jer. 17:9). El apóstol Pablo agrega, en Romanos 3:23: “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios”.
Debido a que cada uno de nosotros pecó y estamos “destituidos de la gloria de Dios” (Rom. 3:23), todos necesitamos la gracia de Dios. La conversión no es para unos pocos seleccionados. Es para todos nosotros, y porque lo es, todos tenemos una historia que contar. Tu historia no es mi historia, y mi historia no es tu historia, pero cada uno de nosotros, redimido por la gracia de Dios y conquistado por su amor, tiene un testimonio personal para compartir con el mundo.
Parte II: COMENTARIO
Aquí tienes la pregunta de trivia bíblica para hoy. ¿A quién envió Jesús como su primer misionero? ¿Fue a Pedro, o posiblemente a Santiago y a Juan? ¿Quizás a Tomás, Felipe o uno de los otros discípulos? La respuesta puede sorprenderte. No era ninguno de los nombres mencionados anteriormente.
El primer misionero que Cristo comisionó fue un hombre anteriormente poseído por demonios, ahora transformado por su gracia. Este testigo, poco factible, tuvo un poderoso impacto en Decápolis, diez ciudades ubicadas mayormente al este del Mar de Galilea. El endemoniado había estado desesperadamente poseído por demonios durante años. Aterrorizaba la región y asustaba los corazones de los aldeanos que vivían en la zona. Sin embargo, en el fondo de su corazón había un deseo de algo mejor; un deseo que todos los demonios del infierno no podían apagar.
A pesar de las fuerzas demoníacas que mantenían a este pobre hombre en cautiverio, Marcos 5 registra que cuando el endemoniado vio a Jesús, “corrió y lo adoró” (Mar. 5:6). La Escritura dice que este hombre estaba atormentado y poseído por una “legión” de demonios. Una legión es “la unidad individual más grande del ejército romano […] en plenitud de fuerzas [consistía] en unos 6.000 soldados”, según la Archeological Study Bible [Biblia de Estudio Arqueológico], página 1.633. En el Nuevo Testamento, el término “legión” representa un número vasto o enorme. Jesús nunca perdió una batalla con las fuerzas demoníacas, sin importar cuántas hubiera o cuán grande fuera su número. Cristo es nuestro Señor todopoderoso y victorioso; los demonios no son competencia para su gran poder.
El ministerio de Jesús es siempre un ministerio completo. Una vez que el endemoniado fue sanado, lo encontraron “sentado, vestido y en su juicio cabal” (Mar. 5:15). ¿De dónde sacó la ropa? Es probable que los discípulos compartieran sus prendas exteriores con él. Ahora estaba sentado atentamente a los pies de Jesús, escuchando sus palabras, absorbiendo ansiosamente las verdades espirituales. Estaba física, mental, emocional y espiritualmente completo. Su único deseo era seguir a Jesús ahora. Ansiaba convertirse en uno de los discípulos de Jesús.
El Evangelio de Marcos registra que el hombre anteriormente poseído por el demonio “rogaba” a Jesús que le permitiera entrar en el bote y viajar con él (Mar. 5:18). La palabra “rogar” es una palabra fuerte. Indica un deseo apasionado. Se puede traducir como “suplicar”, “implorar” o “rogar”. Significa hacer un llamamiento con emoción. Significa preguntar con intensidad.
La respuesta de Jesús es tan sorprendente como la conversión del endemoniado. Jesús sabía que este endemoniado, convertido y transformado, podía hacer más en esa región de lo que él y los discípulos podían hacer. El prejuicio contra Cristo era alto en esta región gentil, pero escucharían a uno de los suyos, especialmente uno con una reputación como la del endemoniado. Con el tiempo, estarían preparados para la visita de Cristo en una fecha posterior.
Por lo tanto, Jesús dijo: “Vete a tu casa, a los tuyos, y cuéntales cuán grandes cosas el Señor ha hecho contigo, y cómo ha tenido misericordia de ti” (Mar. 5:19). La respuesta del hombre fue inmediata: “Y se fue, y comenzó a publicar en Decápolis cuán grandes cosas había hecho Jesús con él; y todos se maravillaban” (5:20). La palabra “publicar”, en griego, es kerusso y puede traducirse “anunciar”, o “proclamar”. En el breve tiempo que el endemoniado pasó con Jesús, su vida cambió tan radicalmente que tenía una historia que contar. Solo podemos imaginar el impacto que su testimonio tuvo en los miles de personas en las diez ciudades de la región de Gadara. Cuando Jesús regresó unos nueve o diez meses después, la mente de esta población mayormente gentil estaba abierta para recibirlo. (Ver DTG 307, 308.)
En esta historia, hay una verdad eterna que no debe pasarse por alto. Tampoco esta verdad debe verse ensombrecida por la conversión milagrosa, sensacional y dramática del endemoniado, por importante que sea. Cristo desea usar a todos los que vienen a él. El endemoniado no tuvo la ventaja de pasar tiempo diariamente con Jesús como lo hicieron los discípulos; no tuvo la oportunidad de escuchar sus sermones o presenciar sus milagros. Pero sí tuvo el único ingrediente indispensable para testificar: una vida cambiada. Tenía un conocimiento personal del Cristo viviente. Tenía un corazón lleno de amor por su Maestro. Esta es la esencia del testimonio en el Nuevo Testamento. Como Elena de White dice tan acertadamente: “Nuestra confesión de su fidelidad es el agente escogido por el Cielo para revelar a Cristo al mundo. Debemos reconocer su gracia como fue dada a conocer por los santos de antaño; pero lo que será más eficaz es el testimonio de nuestra propia experiencia. Somos testigos de Dios mientras revelamos en nosotros mismos la obra de un poder divino” (DTG 313). Los creyentes del Nuevo Testamento testificaron por Cristo a través de la singularidad de sus propias personalidades. Cada uno tuvo encuentros diferentes con Cristo, pero cada uno de estos encuentros los llevó a compartir con entusiasmo al Cristo que amaban.
En el estudio del lunes, “Proclamando al Cristo resucitado”, las dos Marías experimentan una transformación en la tumba. La última vez que vieron a Jesús, su cuerpo ensangrentado fue bajado de la cruz. Piensa en su desesperación en ese momento. Los últimos días fueron difíciles de creer. Ahora, con corazones temerosos y ansiosos por el futuro, se acercan a la tumba, preguntándose cómo sortearán a los guardias romanos y quién rodará la piedra para que puedan entrar en la tumba y ungir el cuerpo de Cristo.
Para su sorpresa, la tumba está vacía: Cristo está vivo. Un ser angelical anuncia: “Ha resucitado […] id pronto y decid a sus discípulos que ha resucitado” (Mat. 28:6, 7). El registro dice: “Entonces ellas, saliendo del sepulcro con temor y gran gozo, fueron corriendo a dar las nuevas a sus discípulos” (Mat. 28:8). Mientras corren para contar la historia, nuestro Señor resucitado se encuentra con ellas y exclama: “No temáis; id, dad las nuevas a mis hermanos, para que vayan a Galilea, y allí me verán” (Mat. 28:10). Las buenas noticias son para compartir. Los corazones llenos de su gracia y encantados por su amor no pueden callar.
La nota tónica del Nuevo Testamento es la testificación. Los Hechos de los apóstoles son actos de testificación. Los discípulos testificaron de un Cristo que conocieron, uno a quien ellos experimentaron personalmente. ¿Es posible ser un testigo falso? Supongamos que fuiste llamado a un tribunal de justicia como testigo de algún accidente o delito. Supongamos también que no estuviste presente en la escena e inventaras una historia para ayudar a un amigo. Podrías ser encarcelado por mentir a la corte (perjurio). El juez y el jurado solo solicitan testigos con una experiencia personal de los acontecimientos. Quieren testigos genuinos, no impostores.
Solo el cristianismo genuino y auténtico puede captar la atención de esta generación. A menos que hayamos tenido una experiencia personal y real con Jesús, nuestro testimonio caerá en oídos sordos. No podemos compartir a un Cristo que no conocemos.
Los creyentes del Nuevo Testamento compartieron a un Cristo que conocían. Pedro y Juan se hacen eco de la realidad de los corazones convertidos cuando proclaman: “Porque no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído” (Hech. 4:20). Antes de la Cruz, Pedro era un discípulo vacilante pero autosuficiente. La crucifixión y la resurrección de Cristo cambiaron su vida. Antes de la Cruz, Juan era uno de los “hijos del trueno”. Ese no es un título que le das a un hombre manso, humilde y tímido. Pero, después de la crucifixión y la resurrección de Cristo, la vida de Juan cambió. Ni Pedro ni Juan pudieron permanecer en silencio; fueron transformados por gracia y amaban contar la historia.
Testificar no se trata de nosotros. No se trata de lo malos que éramos o de lo buenos que somos ahora después de conocer a Jesús. Se trata de Jesús. Se trata de su amor, su gracia, su misericordia, su perdón y su poder eterno para salvarnos. El apóstol Pablo nunca se cansó de testificar sobre lo que Cristo hizo por él, pero nunca se centró exclusivamente en lo malo que era; en cambio, se centró en lo bueno que era Dios. Haz que tu clase repase Hechos 26:1 al 28. Observa cómo el apóstol Pablo divide su testimonio en tres partes: su vida antes de conocer a Cristo, cómo conoció a Cristo y su vida después de encontrarse con Cristo.
Parte III: APLICACIÓN A LA VIDA
Supongamos que solo tuvieras unos minutos con un amigo que desea conocer a Cristo. ¿Cómo le darías un testimonio de tres minutos a un amigo que lucha por creer? ¿Qué consejos revela el testimonio de Pablo en Hechos 26? ¿Cómo te ayuda el bosquejo de su testimonio a dar el tuyo? ¿Qué papel jugaron las Escrituras del Antiguo Testamento en el testimonio de Pablo?
Escribe una oración debajo de cada uno de los siguientes títulos:
a. ¿Cómo era tu vida antes de conocer a Jesús?
b. ¿En qué momento de tu vida conociste a Cristo?
c. ¿Que diferencia ha producido Cristo en tu vida?
Si has sido criado en un hogar cristiano, ¿hubo algún momento en tu vida en el que aceptaste conscientemente a Jesús como tu Señor y Salvador? Describe un momento en que lo sentiste trabajando poderosamente en tu vida.
Dios lo bendiga!!!
EL PODER DEL TESTIMONIO PERSONAL
Sábado 4 de julio
LEE PARA EL ESTUDIO DE ESTA SEMANA: Marcos 5:15–20; 16:1–11; Hechos 4:1–20; 1 Juan 1:1–3; Gálatas 2:20; Hechos 26:1–32.
PARA MEMORIZAR:
“Porque no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído” (Hech. 4:20).
Hay un poder inusual en el testimonio personal. Cuando nuestros corazones se calientan por el amor de Cristo y somos cambiados por su gracia, tenemos algo importante que decir sobre él. Una cosa es compartir lo que Jesús ha hecho por otra persona. Otra muy distinta es compartir personalmente lo que ha hecho por nosotros.
Es difícil argumentar en contra de la experiencia personal. La gente puede debatir su teología o su interpretación de un texto, o incluso burlarse de la religión en general. Pero cuando un individuo puede decir: “Una vez estuve sin esperanza, pero ahora tengo esperanza; estaba lleno de culpa, pero ahora tengo paz; no tenía un propósito, pero ahora tengo un propósito”, incluso los escépticos se ven afectados por el poder del evangelio.
Aunque algunas personas pueden experimentar conversiones repen-tinas y dramáticas, como la del apóstol Pablo en camino a Damasco, la con-versión ocurre con mayor frecuencia a medida que una persona reconoce cada vez más la preciosidad de Jesús, un profundo aprecio por su asombrosa gracia y un supremo sentido de gratitud por la salvación que ofrece libre-mente. Es este testigo el que el mundo necesita y anhela desesperadamente.
Notas EGW
Sábado
El apóstol San Juan pasó sus primeros años en compañía de los incultos pescadores de Galilea. No gozaba de la educación que proporcionaban los colegios; pero por medio de su asociación con Cristo, el gran Maestro, obtuvo la más alta educación que el hombre mortal puede recibir. Bebía ávidamente de la fuente de sabiduría, y luego trataba de guiar a otros a esa “fuente de agua” que salta “para vida eterna”. Juan 4:14. La sencillez de sus palabras, el sublime poder de las verdades que pronunciaba, y el fervor espiritual que caracterizaba sus enseñanzas, le dieron acceso a todas las clases sociales. Sin embargo, aun los creyentes eran incapaces de comprender plenamente los sagrados misterios de la verdad divina expuestos en sus discursos. Él parecía estar constantemente imbuido del Espíritu Santo. Trataba de conseguir que los pensamientos de la gente captaran lo invisible. La sabiduría con la cual hablaba, hacía que sus palabras destilasen como el rocío, enterneciendo y subyugando el alma (La edificación del carácter, p. 59).
Estamos muy rezagados en comparación con el punto donde debiéramos estar en la experiencia cristiana. Estamos rezagados en cuanto a dar el testimonio que debiera ser dado por labios santificados. Aun cuando estaba sentado en la mesa, Cristo enseñaba verdades que infundían consuelo y valor al corazón de sus oyentes. Cuando su amor habite en el alma como un principio vivo, brotarán del tesoro del corazón palabras adecuadas a la ocasión, no palabras livianas ni triviales, sino elevadoras, palabras de poder espiritual (Consejos para los maestros, p. 539).
Aquel cuyo corazón está resuelto a servir a Dios encontrará oportunidades para testificar en su favor. Las dificultades serán impotentes para detener al que esté resuelto a buscar primero el reino de Dios y su justicia. Por el poder adquirido en la oración y el estudio de la Palabra, buscará la virtud y abandonará el vicio. Mirando a Jesús, el autor y consumador de la fe, quien soportó la contradicción de los pecadores contra sí mismo, el creyente afrontará voluntariamente y con valor el desprecio y el escarnio. Aquel cuya palabra es verdad promete ayuda y gracia suficientes para toda circunstancia. Sus brazos eternos rodean al alma que se vuelve a él en busca de ayuda. Podemos reposar confiadamente en su solicitud, diciendo: “En el día que temo, yo en ti confío”. Salmo 56:3. Dios cumplirá su promesa con todo aquel que deposite su confianza en él (Los hechos de los apóstoles, pp. 372, 373).
Todos los verdaderos hijos de Dios revelarán al mundo su unión con Cristo y sus hermanos. Aquellos en cuyos corazones mora Cristo, llevarán el fruto del amor fraternal. Comprenderán que como miembros de la familia de Dios están señalados para cultivar, fomentar y perpetuar el amor y la amistad cristianos, en espíritu, palabras y acción…
La evidencia más poderosa que puede dar un hombre de que ha nacido de nuevo y que es un nuevo hombre en Cristo, es la manifestación de su amor hacia sus hermanos, el hacer las obras de Cristo. Este es el testimonio más maravilloso que se puede aportar en favor del cristianismo, y que conducirá a las almas a la verdad (Hijos e hijas de Dios, p. 295).
Sábado
El apóstol San Juan pasó sus primeros años en compañía de los incultos pescadores de Galilea. No gozaba de la educación que proporcionaban los colegios; pero por medio de su asociación con Cristo, el gran Maestro, obtuvo la más alta educación que el hombre mortal puede recibir. Bebía ávidamente de la fuente de sabiduría, y luego trataba de guiar a otros a esa “fuente de agua” que salta “para vida eterna”. Juan 4:14. La sencillez de sus palabras, el sublime poder de las verdades que pronunciaba, y el fervor espiritual que caracterizaba sus enseñanzas, le dieron acceso a todas las clases sociales. Sin embargo, aun los creyentes eran incapaces de comprender plenamente los sagrados misterios de la verdad divina expuestos en sus discursos. Él parecía estar constantemente imbuido del Espíritu Santo. Trataba de conseguir que los pensamientos de la gente captaran lo invisible. La sabiduría con la cual hablaba, hacía que sus palabras destilasen como el rocío, enterneciendo y subyugando el alma (La edificación del carácter, p. 59).
Estamos muy rezagados en comparación con el punto donde debiéramos estar en la experiencia cristiana. Estamos rezagados en cuanto a dar el testimonio que debiera ser dado por labios santificados. Aun cuando estaba sentado en la mesa, Cristo enseñaba verdades que infundían consuelo y valor al corazón de sus oyentes. Cuando su amor habite en el alma como un principio vivo, brotarán del tesoro del corazón palabras adecuadas a la ocasión, no palabras livianas ni triviales, sino elevadoras, palabras de poder espiritual (Consejos para los maestros, p. 539).
Aquel cuyo corazón está resuelto a servir a Dios encontrará oportunidades para testificar en su favor. Las dificultades serán impotentes para detener al que esté resuelto a buscar primero el reino de Dios y su justicia. Por el poder adquirido en la oración y el estudio de la Palabra, buscará la virtud y abandonará el vicio. Mirando a Jesús, el autor y consumador de la fe, quien soportó la contradicción de los pecadores contra sí mismo, el creyente afrontará voluntariamente y con valor el desprecio y el escarnio. Aquel cuya palabra es verdad promete ayuda y gracia suficientes para toda circunstancia. Sus brazos eternos rodean al alma que se vuelve a él en busca de ayuda. Podemos reposar confiadamente en su solicitud, diciendo: “En el día que temo, yo en ti confío”. Salmo 56:3. Dios cumplirá su promesa con todo aquel que deposite su confianza en él (Los hechos de los apóstoles, pp. 372, 373).
Todos los verdaderos hijos de Dios revelarán al mundo su unión con Cristo y sus hermanos. Aquellos en cuyos corazones mora Cristo, llevarán el fruto del amor fraternal. Comprenderán que como miembros de la familia de Dios están señalados para cultivar, fomentar y perpetuar el amor y la amistad cristianos, en espíritu, palabras y acción…
La evidencia más poderosa que puede dar un hombre de que ha nacido de nuevo y que es un nuevo hombre en Cristo, es la manifestación de su amor hacia sus hermanos, el hacer las obras de Cristo. Este es el testimonio más maravilloso que se puede aportar en favor del cristianismo, y que conducirá a las almas a la verdad (Hijos e hijas de Dios, p. 295).
Domingo 5 de julio
LOS TESTIGOS MENOS PENSADOS
Lee Marcos 5:15 al 20. ¿Por qué crees que Jesús envió a este hombre a Decápolis para testificar a su familia y sus amigos, en lugar de nutrirlo en su nueva fe manteniéndolo con él?
La palabra Decápolis proviene de dos palabras: deca significa diez y polis significa ciudades. La región de Decápolis era un área de diez ciudades a lo largo de las costas del Mar de Galilea en el primer siglo. Estas ciudades estaban unidas por un idioma y una cultura comunes. El endemoniado era conocido por muchas personas en esa región. Había infundido miedo en sus corazones a través de su comportamiento violento e impredecible. Jesús vio en él a alguien que anhelaba algo mejor, por lo que milagrosamente liberó al hombre de los demonios que lo atormentaban.
Cuando la gente del pueblo escuchó que Jesús había permitido que los demonios poseyeran su manada de cerdos, y que los cerdos se habían lan-zado por un acantilado hacia el mar, salieron a ver qué ocurría. El Evangelio de Marcos registra: “Vienen a Jesús, y ven al que había sido atormentado del demonio, y que había tenido la legión, sentado, vestido y en su juicio cabal; y tuvieron miedo” (Mar. 5:15). El hombre estaba completamente restaurado: física, mental, emocional y espiritualmente. La esencia del evangelio es restaurar a las personas quebrantadas por el pecado a la totalidad para la cual Cristo las ha creado.
¿Qué mejor persona para llegar a estas diez ciudades de Decápolis que un endemoniado transformado que podría compartir su testimonio con toda la región? Elena de White lo dice muy bien: “Como testigos de Cristo, debemos decir lo que sabemos, lo que nosotros mismos hemos visto, oído y sentido. Si hemos estado siguiendo a Jesús paso a paso, tendremos algo oportuno que decir acerca de la manera en que nos ha conducido. Podemos explicar cómo hemos probado su promesa y la hemos hallado veraz. Podemos dar testimonio de lo que hemos conocido acerca de la gracia de Cristo. Este es el testimonio que nuestro Señor pide, y por falta del cual el mundo perece” (DTG 307). A menudo Dios utiliza los testigos menos pensados, que son cambiados por su gracia para marcar una diferencia en nuestro mundo.
■ ¿Cuál es tu propia historia? Es decir, ¿cuál es tu propia historia de conversión? ¿Qué les dices a los demás sobre cómo llegaste a la fe? ¿Qué puedes ofrecerle a un incon-verso, que podría beneficiarse de la experiencia que puedes compartir?
Notas EGW
Domingo
Los dos endemoniados curados fueron los primeros misioneros a quienes Cristo envió a predicar el evangelio en la región de Decápolis. Durante tan solo algunos momentos habían tenido esos hombres oportunidad de oír las enseñanzas de Cristo. Sus oídos no habían percibido un solo sermón de sus labios. No podían instruir a la gente como los discípulos que habían estado diariamente con Jesús. Pero llevaban en su persona la evidencia de que Jesús era el Mesías. Podían contar lo que sabían; lo que ellos mismos habían visto y oído y sentido del poder de Cristo. Esto es lo que puede hacer cada uno cuyo corazón ha sido conmovido por la gracia de Dios. Juan, el discípulo amado escribió: “Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos mirado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida… lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos”. 1 Juan 1:1-3 (El Deseado de todas las gentes, p. 307).
Después de sanar a la mujer, Jesús deseó que ella reconociese la bendición recibida. Los dones del evangelio no se obtienen a hurtadillas ni se disfrutan en secreto. Así también el Señor nos invita a confesar su bondad. “Vosotros pues sois mis testigos, dice Jehová, que yo soy Dios”. Isaías 43:12.
Nuestra confesión de su fidelidad es el factor escogido por el Cielo para revelar a Cristo al mundo. Debemos reconocer su gracia como fue dada a conocer por los santos de antaño; pero lo que será más eficaz es el testimonio de nuestra propia experiencia. Somos testigos de Dios mientras revelamos en nosotros mismos la obra de un poder divino. Cada persona tiene una vida distinta de todas las demás y una experiencia que difiere esencialmente de la suya. Dios desea que nuestra alabanza ascienda a él señalada por nuestra propia individualidad. Estos preciosos reconocimientos para alabanza de la gloria de su gracia, cuando son apoyados por una vida semejante a la de Cristo, tienen un poder irresistible que obra para la salvación de las almas (El Deseado de todas las gentes, p. 313).
Para nuestro propio beneficio, debemos refrescar en nuestra mente todo don de Dios. Así se fortalece la fe para pedir y recibir siempre más. Hay para nosotros mayor estímulo en la menor bendición que recibimos de Dios, que en todos los relatos que podemos leer de la fe y experiencia ajenas. El alma que responda a la gracia de Dios será como un jardín regado. Su salud brotará rápidamente; su luz saldrá en la obscuridad, y la gloria del Señor le acompañará. Recordemos, pues, la bondad del Señor, y la multitud de sus tiernas misericordias. Como el pueblo de Israel, levantemos nuestras piedras de testimonio, e inscribamos sobre ellas la preciosa historia de lo que Dios ha hecho por nosotros. Y mientras repasemos su trato con nosotros en nuestra peregrinación, declaremos, con corazones conmovidos por la gratitud: “Qué pagaré a Jehová por todos sus beneficios para conmigo?” (El Deseado de todas las gentes, p. 314).
Domingo
Los dos endemoniados curados fueron los primeros misioneros a quienes Cristo envió a predicar el evangelio en la región de Decápolis. Durante tan solo algunos momentos habían tenido esos hombres oportunidad de oír las enseñanzas de Cristo. Sus oídos no habían percibido un solo sermón de sus labios. No podían instruir a la gente como los discípulos que habían estado diariamente con Jesús. Pero llevaban en su persona la evidencia de que Jesús era el Mesías. Podían contar lo que sabían; lo que ellos mismos habían visto y oído y sentido del poder de Cristo. Esto es lo que puede hacer cada uno cuyo corazón ha sido conmovido por la gracia de Dios. Juan, el discípulo amado escribió: “Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos mirado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida… lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos”. 1 Juan 1:1-3 (El Deseado de todas las gentes, p. 307).
Después de sanar a la mujer, Jesús deseó que ella reconociese la bendición recibida. Los dones del evangelio no se obtienen a hurtadillas ni se disfrutan en secreto. Así también el Señor nos invita a confesar su bondad. “Vosotros pues sois mis testigos, dice Jehová, que yo soy Dios”. Isaías 43:12.
Nuestra confesión de su fidelidad es el factor escogido por el Cielo para revelar a Cristo al mundo. Debemos reconocer su gracia como fue dada a conocer por los santos de antaño; pero lo que será más eficaz es el testimonio de nuestra propia experiencia. Somos testigos de Dios mientras revelamos en nosotros mismos la obra de un poder divino. Cada persona tiene una vida distinta de todas las demás y una experiencia que difiere esencialmente de la suya. Dios desea que nuestra alabanza ascienda a él señalada por nuestra propia individualidad. Estos preciosos reconocimientos para alabanza de la gloria de su gracia, cuando son apoyados por una vida semejante a la de Cristo, tienen un poder irresistible que obra para la salvación de las almas (El Deseado de todas las gentes, p. 313).
Para nuestro propio beneficio, debemos refrescar en nuestra mente todo don de Dios. Así se fortalece la fe para pedir y recibir siempre más. Hay para nosotros mayor estímulo en la menor bendición que recibimos de Dios, que en todos los relatos que podemos leer de la fe y experiencia ajenas. El alma que responda a la gracia de Dios será como un jardín regado. Su salud brotará rápidamente; su luz saldrá en la obscuridad, y la gloria del Señor le acompañará. Recordemos, pues, la bondad del Señor, y la multitud de sus tiernas misericordias. Como el pueblo de Israel, levantemos nuestras piedras de testimonio, e inscribamos sobre ellas la preciosa historia de lo que Dios ha hecho por nosotros. Y mientras repasemos su trato con nosotros en nuestra peregrinación, declaremos, con corazones conmovidos por la gratitud: “Qué pagaré a Jehová por todos sus beneficios para conmigo?” (El Deseado de todas las gentes, p. 314).
Lunes 6 de julio
PROCLAMANDO AL CRISTO RESUCITADO
Era temprano el domingo por la mañana, y las dos Marías se dirigían rápidamente a la tumba de Cristo. No iban a pedirle nada. ¿Qué podría darles un hombre muerto? La última vez que lo habían visto, su cuerpo estaba ensangrentado, magullado y quebrado. Las escenas de la Cruz es-taban profundamente grabadas en sus mentes. Ahora, simplemente es-taban cumpliendo con su deber. Con tristeza, se dirigieron a la tumba para embalsamar su cuerpo. Las tenebrosas sombras del desaliento envolvían su vida en la oscuridad de la desesperación. El futuro era incierto y ofrecía pocas esperanzas.
Cuando llegaron a la tumba, se sorprendieron al encontrarla vacía. Mateo registra los eventos de esa mañana de resurrección con estas palabras: “Mas el ángel, respondiendo, dijo a las mujeres: No temáis vosotras; porque yo sé que buscáis a Jesús, el que fue crucificado. No está aquí, pues ha resucitado, como dijo. Venid, ved el lugar donde fue puesto el Señor” (Mat. 28:5, 6).
Las mujeres ahora estaban llenas de alegría. Sus nubes oscuras de tris-teza se desvanecieron con la luz del sol del amanecer de la resurrección. Su noche de tristeza había terminado. La alegría inundó sus rostros, y las canciones de regocijo reemplazaron sus lágrimas de lamento.
Lee Marcos 16:1 al 11. ¿Cuál fue la respuesta de María cuando descubrió que Cristo había resucitado de entre los muertos?
Después de que María se encontró con el Cristo resucitado, corrió a contar la historia. Las buenas noticias son para compartir, y ella no podía guardar silencio. ¡Cristo estaba vivo! Su tumba estaba vacía, y el mundo debía saberlo. Después de encontrarnos con el Cristo resucitado en la ca-rretera de la vida, nosotros también debemos correr para contar la historia, porque las buenas noticias son para compartir.
Qué fascinante es, también, que a pesar de todas las veces que Jesús les había dicho lo que sucedería, que sería muerto y luego resucitado, los discípulos, aquellos que Jesús escogió específicamente, se negaron a creer el testimonio de María. “Ellos, cuando oyeron que vivía, y que había sido visto por ella, no lo creyeron” (Mar. 16:11). Por lo tanto, si incluso los propios discípulos de Jesús no creyeron de inmediato, tampoco deberíamos sor-prendernos si los demás tampoco aceptan nuestras palabras de inmediato.
■ ¿Cuándo fue la última vez que fuiste rechazado al dar testimonio? ¿Cómo respon-diste y qué has aprendido de esa experiencia?
Notas EGW
Lunes
Una luz resplandecía en derredor de la tumba, pero el cuerpo de Jesús no estaba allí… [L]as mujeres temieron. Se dieron vuelta para huir, pero las palabras del ángel detuvieron sus pasos. “No temáis vosotras —les dijo—; porque yo sé que buscáis a Jesús, que fue crucificado. No está aquí; porque ha resucitado, como dijo. Venid, ved el lugar donde fue puesto el Señor. E id presto, decid a sus discípulos que ha resucitado de los muertos”. Volvieron a mirar al interior del sepulcro y volvieron a oír las nuevas maravillosas. Otro ángel en forma humana estaba allí, y les dijo: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, mas ha resucitado: acordaos de lo que os habló, cuando aun estaba en Galilea, diciendo: Es menester que el Hijo del hombre sea entregado en manos de hombres pecadores, y que sea crucificado, y resucite al tercer día.
¡Ha resucitado, ha resucitado! Las mujeres repiten las palabras vez tras vez. Ya no necesitan las especias para ungirle. El Salvador está vivo, y no muerto. Recuerdan ahora que cuando hablaba de su muerte, les dijo que resucitaría. ¡Qué día es este para el mundo! Prestamente, las mujeres se apartaron del sepulcro y “con temor y gran gozo, fueron corriendo a dar las nuevas a sus discípulos (El Deseado de todas las gentes, pp. 732, 733).
Suponiendo María que se trataba del hortelano, le suplicó que si se había llevado a su Señor, le dijera en dónde lo había puesto para llevárselo ella. Entonces Jesús le habló con su propia voz celestial, diciendo: “¡María!” Ella reconoció el tono de aquella voz querida, y prestamente respondió: “¡Maestro!” con tal gozo que quiso abrazarlo. Pero Jesús le dijo: “No me toques, porque aún no he subido a mi Padre; mas ve a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios”. Alegremente se fue María a comunicar a los discípulos la buena nueva…
En esa ocasión no estaba presente Tomás, quien no quiso aceptar humildemente el relato de los demás discípulos, sino que con firme suficiencia declaró que no lo creería, a no ser que viera en sus manos la señal de los clavos y pusiera su mano en el costado que atravesó la lanza. En esto denotó Tomás falta de confianza en sus hermanos. Si todos hubiesen de exigir las mismas pruebas, nadie recibiría ahora a Jesús ni creería en su resurrección. Pero Dios quería que cuantos no pudiesen ver ni oír por sí mismos al resucitado Salvador, recibieran el relato de los discípulos. No agradó a Dios la incredulidad de Tomás. Cuando Jesús volvió otra vez adonde estaban sus discípulos, hallábase Tomás con ellos, y al ver a Jesús, creyó… Entonces Tomás exclamó: “¡Señor mío, y Dios mío!” Pero Jesús le reprendió por su incredulidad, diciendo: “Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron” (Primeros escritos, pp. 186, 187).
Lunes
Una luz resplandecía en derredor de la tumba, pero el cuerpo de Jesús no estaba allí… [L]as mujeres temieron. Se dieron vuelta para huir, pero las palabras del ángel detuvieron sus pasos. “No temáis vosotras —les dijo—; porque yo sé que buscáis a Jesús, que fue crucificado. No está aquí; porque ha resucitado, como dijo. Venid, ved el lugar donde fue puesto el Señor. E id presto, decid a sus discípulos que ha resucitado de los muertos”. Volvieron a mirar al interior del sepulcro y volvieron a oír las nuevas maravillosas. Otro ángel en forma humana estaba allí, y les dijo: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, mas ha resucitado: acordaos de lo que os habló, cuando aun estaba en Galilea, diciendo: Es menester que el Hijo del hombre sea entregado en manos de hombres pecadores, y que sea crucificado, y resucite al tercer día.
¡Ha resucitado, ha resucitado! Las mujeres repiten las palabras vez tras vez. Ya no necesitan las especias para ungirle. El Salvador está vivo, y no muerto. Recuerdan ahora que cuando hablaba de su muerte, les dijo que resucitaría. ¡Qué día es este para el mundo! Prestamente, las mujeres se apartaron del sepulcro y “con temor y gran gozo, fueron corriendo a dar las nuevas a sus discípulos (El Deseado de todas las gentes, pp. 732, 733).
Suponiendo María que se trataba del hortelano, le suplicó que si se había llevado a su Señor, le dijera en dónde lo había puesto para llevárselo ella. Entonces Jesús le habló con su propia voz celestial, diciendo: “¡María!” Ella reconoció el tono de aquella voz querida, y prestamente respondió: “¡Maestro!” con tal gozo que quiso abrazarlo. Pero Jesús le dijo: “No me toques, porque aún no he subido a mi Padre; mas ve a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios”. Alegremente se fue María a comunicar a los discípulos la buena nueva…
En esa ocasión no estaba presente Tomás, quien no quiso aceptar humildemente el relato de los demás discípulos, sino que con firme suficiencia declaró que no lo creería, a no ser que viera en sus manos la señal de los clavos y pusiera su mano en el costado que atravesó la lanza. En esto denotó Tomás falta de confianza en sus hermanos. Si todos hubiesen de exigir las mismas pruebas, nadie recibiría ahora a Jesús ni creería en su resurrección. Pero Dios quería que cuantos no pudiesen ver ni oír por sí mismos al resucitado Salvador, recibieran el relato de los discípulos. No agradó a Dios la incredulidad de Tomás. Cuando Jesús volvió otra vez adonde estaban sus discípulos, hallábase Tomás con ellos, y al ver a Jesús, creyó… Entonces Tomás exclamó: “¡Señor mío, y Dios mío!” Pero Jesús le reprendió por su incredulidad, diciendo: “Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron” (Primeros escritos, pp. 186, 187).
Martes 7 de julio
LAS VIDAS TRANSFORMADAS MARCAN LA DIFERENCIA
“Entonces viendo el denuedo de Pedro y de Juan, y sabiendo que eran hombres sin letras y del vulgo, se maravillaban; y les reconocían que habían estado con Jesús” (Hech. 4:13).
La iglesia del Nuevo Testamento explotó en crecimiento. Hubo tres mil bautizados en el día de Pentecostés (Hech. 2:41); miles más fueron añadidos a la iglesia unas semanas después (4:4). Pronto las autoridades reconocieron lo que estaba sucediendo. Estos creyentes del Nuevo Testamento habían estado con Cristo. Su vida había cambiado. Habían sido transformados por su gracia, y no podían guardar silencio.
Lee Hechos 4:1 al 20. ¿Qué sucedió aquí? ¿Qué sucedió cuando las au-toridades intentaron silenciar a Pedro y a Juan? ¿Cuál fue su respuesta?
Estos creyentes eran nuevos en Cristo y tenían que contar su historia. Pedro, un pescador gritón, fue transformado por la gracia de Dios. Santiago y Juan, los hijos del trueno que tenían dificultades para controlar su tempe-ramento, fueron transformados por la gracia de Dios. Tomás, el escéptico, fue transformado por la gracia de Dios. Los discípulos y los miembros de la iglesia primitiva tenían sus propias historias que contar, y no podían guardar silencio. Observa esta poderosa declaración de Elena de White en el libro El camino a Cristo: “Tan pronto como uno va a Cristo, nace en el corazón un vivo deseo de hacer conocer a otros cuán precioso amigo ha encontrado en Jesús; la verdad salvadora y santificadora no puede perma-necer encerrada en el corazón” (CC 66).
Observa también lo que dijeron los líderes religiosos en el versículo 16. Ellos reconocieron abiertamente la realidad del milagro que se había reali-zado: el hombre sanado estaba de pie justo allí, delante de ellos. Incluso con todo esto, se negaron a cambiar su actitud. Y, sin embargo, a pesar de este desafío abierto, Pedro y Juan no retrocedieron en su testificación.
■ ¿Qué relación hay entre conocer a Cristo y compartirlo? ¿Por qué conocer a Cristo personalmente es tan esencial para que podamos ser testigos de él?
Notas EGW
Martes
En la vida del discípulo Juan se ejemplifica la verdadera santificación. Durante los años de su íntima asociación con Cristo, a menudo fue amonestado y prevenido por el Salvador, y aceptó sus reprensiones. A medida que el carácter del divino Maestro se le manifestaba, Juan vio sus propias deficiencias, y esta revelación le humilló. Día tras día, en contraste con su propio espíritu violento, contemplaba la ternura y la tolerancia de Jesús y oía sus lecciones de humildad y paciencia. Día tras día su corazón fue atraído a Cristo hasta que se perdió de vista a sí mismo por amor a su Maestro. El poder y la ternura, la majestad y la mansedumbre, la fuerza y la paciencia, que vio en la vida diaria del Hijo de Dios llenaron su alma de admiración. Sometió su temperamento resentido y ambicioso al poder modelador de Cristo, y el amor divino realizó en él una transformación de carácter (Los hechos de los apóstoles, p. 445).
Cuando Cristo mora en el corazón, el alma rebosa de tal manera de su amor y del gozo de su comunión, que se aferra a El; y contemplándole se olvida de sí misma. El amor a Cristo es el móvil de sus acciones.
Los que sienten el amor constreñidor de Dios no preguntan cuánto es lo menos que pueden darle para satisfacer lo que él requiere; no preguntan cuál es la norma más baja que acepta, sino que aspiran a una vida de completa conformidad con la voluntad de su Redentor. Con ardiente deseo lo entregan todo y manifiestan un interés proporcional al valor del objeto que procuran. El profesar que se pertenece a Cristo sin sentir ese amor profundo, es mera charla, árido formalismo, gravosa y vil tarea (El camino a Cristo, p. 45).
Dios nos ha dado el don del habla para que podamos relatar a otros cómo él nos trata, para que su amor y compasión pueda conmover a otros corazones, y que de otras almas puedan elevarse también alabanzas a Aquel que nos ha llamado de las tinieblas a su luz admirable. El Señor ha dicho: “Vosotros sois mis testigos”. Isaías 43:10. Pero todos los que son llamados a testificar por Cristo, deben aprender de él a fin de ser testigos eficientes. Como hijos del Rey celestial, deben educarse para dar testimonio en voz clara y distinta, y de tal manera que nadie pueda recibir la impresión de que les cuesta hablar de la misericordia del Señor (Consejos para los maestros, p. 230).
Todos debemos llegar a ser testigos de Jesús. El poder social, santificado por la gracia de Cristo, debe ser aprovechado para ganar almas para el Salvador. Vea el mundo que no estamos egoístamente absortos en nuestros propios intereses, sino que deseamos que otros participen de nuestras bendiciones y privilegios. Dejémosle ver que nuestra religión no nos hace faltos de simpatía ni exigentes. Sirvan como Cristo sirvió, para beneficio de los hombres, todos aquellos que profesan haberle hallado (El Deseado de todas las gentes, p. 127).
Martes
En la vida del discípulo Juan se ejemplifica la verdadera santificación. Durante los años de su íntima asociación con Cristo, a menudo fue amonestado y prevenido por el Salvador, y aceptó sus reprensiones. A medida que el carácter del divino Maestro se le manifestaba, Juan vio sus propias deficiencias, y esta revelación le humilló. Día tras día, en contraste con su propio espíritu violento, contemplaba la ternura y la tolerancia de Jesús y oía sus lecciones de humildad y paciencia. Día tras día su corazón fue atraído a Cristo hasta que se perdió de vista a sí mismo por amor a su Maestro. El poder y la ternura, la majestad y la mansedumbre, la fuerza y la paciencia, que vio en la vida diaria del Hijo de Dios llenaron su alma de admiración. Sometió su temperamento resentido y ambicioso al poder modelador de Cristo, y el amor divino realizó en él una transformación de carácter (Los hechos de los apóstoles, p. 445).
Cuando Cristo mora en el corazón, el alma rebosa de tal manera de su amor y del gozo de su comunión, que se aferra a El; y contemplándole se olvida de sí misma. El amor a Cristo es el móvil de sus acciones.
Los que sienten el amor constreñidor de Dios no preguntan cuánto es lo menos que pueden darle para satisfacer lo que él requiere; no preguntan cuál es la norma más baja que acepta, sino que aspiran a una vida de completa conformidad con la voluntad de su Redentor. Con ardiente deseo lo entregan todo y manifiestan un interés proporcional al valor del objeto que procuran. El profesar que se pertenece a Cristo sin sentir ese amor profundo, es mera charla, árido formalismo, gravosa y vil tarea (El camino a Cristo, p. 45).
Dios nos ha dado el don del habla para que podamos relatar a otros cómo él nos trata, para que su amor y compasión pueda conmover a otros corazones, y que de otras almas puedan elevarse también alabanzas a Aquel que nos ha llamado de las tinieblas a su luz admirable. El Señor ha dicho: “Vosotros sois mis testigos”. Isaías 43:10. Pero todos los que son llamados a testificar por Cristo, deben aprender de él a fin de ser testigos eficientes. Como hijos del Rey celestial, deben educarse para dar testimonio en voz clara y distinta, y de tal manera que nadie pueda recibir la impresión de que les cuesta hablar de la misericordia del Señor (Consejos para los maestros, p. 230).
Todos debemos llegar a ser testigos de Jesús. El poder social, santificado por la gracia de Cristo, debe ser aprovechado para ganar almas para el Salvador. Vea el mundo que no estamos egoístamente absortos en nuestros propios intereses, sino que deseamos que otros participen de nuestras bendiciones y privilegios. Dejémosle ver que nuestra religión no nos hace faltos de simpatía ni exigentes. Sirvan como Cristo sirvió, para beneficio de los hombres, todos aquellos que profesan haberle hallado (El Deseado de todas las gentes, p. 127).
Miércoles 8 de julio
COMPARTIR NUESTRA EXPERIENCIA
En Hechos 26, encontramos al apóstol Pablo compareciendo como prisio-nero ante el rey Agripa. Aquí, hablando directamente con el rey, Pablo dio su propio testimonio personal, relatando no solo su vida como perseguidor de los seguidores de Jesús, sino también, después de su conversión, su vida como testigo de Jesús y la promesa de la resurrección de los muertos (Hech. 26:8).
Cuando Pablo se convirtió en el camino a Damasco, nuestro Señor le habló y le dijo: “Para esto he aparecido a ti, para ponerte por ministro y testigo de las cosas que has visto, y de aquellas en que me apareceré a ti” (26:16). Compartir nuestra fe es siempre una experiencia dinámica. Cuenta la historia de lo que Cristo ha hecho por nosotros en el pasado, lo que está haciendo en nuestra vida hoy y lo que logrará por nosotros en el futuro.
Testificar nunca se trata de nosotros. Siempre se trata de él. Él es el Dios que perdona nuestras iniquidades, sana todas nuestras dolencias, nos co-rona de favores y misericordias y nos sacia de bien (Sal. 103:3–5). Testificar es simplemente compartir nuestra historia de su asombrosa gracia. Es un testimonio de nuestro encuentro personal con este Dios de sublime gracia.
Lee 1 Juan 1:1 al 3 y compáralo con Gálatas 2:20. ¿Qué similitudes ves? ¿En qué se parece la experiencia de Juan a la de Pablo?
Aunque Juan y Pablo tuvieron experiencias de vida diferentes, ambos tu-vieron un encuentro personal con Jesús. Su experiencia con Jesús no ocurrió en un punto particular en el pasado y luego terminó. Fue una experiencia continua y diaria de regocijo en su amor y caminar a la luz de su verdad.
¿Es la conversión algo solo del pasado? Observa la declaración de Elena de White sobre aquellos que piensan que su experiencia de conversión pasada es lo único que importa: “¿Qué significa la conversión? Algunos piensan, cuando digo que deben convertirse: ‘¿Por qué no creen que sé algo sobre religión?’ Como si, al saber algo sobre religión una vez, no necesitaran ser convertidos diariamente; pero todos los días, cada uno de nosotros, deberíamos convertirnos” (Manuscript Releases, t. 4, p. 46).
■ Independientemente de cuáles hayan sido tus experiencias pasadas, incluso si son poderosas y dramáticas, ¿por qué es importante tener una relación con el Señor día a día, para sentir su realidad y su bondad y poder día a día? Lleva tu respuesta a la clase el sábado.
Notas EGW
Miércoles
En la religión verdadera no hay egoísmo ni exclusividad. El evangelio de Cristo es expansivo… Se lo describe como la sal de la tierra, como la levadura transformadora, como la luz que alumbra en lugar oscuro. Es imposible que alguien retenga el amor y el favor de Dios, y disfrute de comunión con él, y no sienta responsabilidad por las almas por las cuales Cristo murió, que se encuentran en el error y las tinieblas, y que perecen en sus pecados. Si los que profesan ser seguidores de Cristo no resplandecen como luminarias en el mundo, el poder vital los abandonará y se volverán fríos y sin la semejanza de Cristo. El embrujo de la indiferencia se apoderará de ellos, junto con una mortal pereza espiritual, que los convertirá en cadáveres en lugar de representantes vivientes de Jesús.
Todos debemos levantar la cruz, y asumir con modestia, humildad y sencillez intelectual los deberes que Dios nos asigna, para realizar esfuerzos personales en favor de los que nos rodean y que necesitan auxilio y luz. Todos los que acepten estos deberes gozarán de una experiencia rica y variada, sus propios corazones irradiarán fervor, y serán fortalecidos y estimulados para hacer esfuerzos renovados y perseverantes con el fin de obrar su propia salvación con temor y temblor, porque Dios es quien obra en ellos tanto el querer como el hacer según su buena voluntad (Cada día con Dios, p. 209).
Cuando el Espíritu de Dios se posesiona del corazón, transforma la vida. Se desechan los pensamientos pecaminosos, se renuncia a las malas acciones. El amor, la humildad y la paz ocupan el lugar de la ira, la envidia y las rencillas. La tristeza es desplazada por la alegría y el semblante refleja el gozo del cielo. Nadie ve la mano que levanta la carga ni cómo desciende la luz de los atrios celestiales. La bendición llega cuando el alma se entrega a Dios por fe. Entonces ese poder, que ningún ojo humano puede ver, crea un nuevo ser a la imagen de Dios (Mente, carácter y personalidad, t. 2, p. 791).
El verdadero cristiano comprenderá lo que significa pasar por serios conflictos y por pruebas; pero crecerá firme y constantemente en la gracia de Cristo para hacer frente con buen éxito al enemigo de su alma… Por momentos las tinieblas le oprimirán el alma; pero la luz verdadera resplandecerá, los brillantes rayos del Sol de justicia disiparán la oscuridad; y… por medio de la gracia de Cristo será capacitado para ser un fiel testigo de las cosas que ha escuchado del inspirado mensajero de Dios… Al comunicar de este modo la verdad a otros, el obrero de Cristo obtendrá una visión más clara de las abundantes provisiones hechas a todos, de la suficiencia de la gracia de Cristo para toda ocasión de conflicto, pesar y prueba. Mediante el misterioso plan de redención, se ha provisto gracia de modo que la obra imperfecta del instrumento humano pueda ser aceptada en el nombre de Jesús, nuestro Abogado (La maravillosa gracia de Dios, p. 260).
Miércoles
En la religión verdadera no hay egoísmo ni exclusividad. El evangelio de Cristo es expansivo… Se lo describe como la sal de la tierra, como la levadura transformadora, como la luz que alumbra en lugar oscuro. Es imposible que alguien retenga el amor y el favor de Dios, y disfrute de comunión con él, y no sienta responsabilidad por las almas por las cuales Cristo murió, que se encuentran en el error y las tinieblas, y que perecen en sus pecados. Si los que profesan ser seguidores de Cristo no resplandecen como luminarias en el mundo, el poder vital los abandonará y se volverán fríos y sin la semejanza de Cristo. El embrujo de la indiferencia se apoderará de ellos, junto con una mortal pereza espiritual, que los convertirá en cadáveres en lugar de representantes vivientes de Jesús.
Todos debemos levantar la cruz, y asumir con modestia, humildad y sencillez intelectual los deberes que Dios nos asigna, para realizar esfuerzos personales en favor de los que nos rodean y que necesitan auxilio y luz. Todos los que acepten estos deberes gozarán de una experiencia rica y variada, sus propios corazones irradiarán fervor, y serán fortalecidos y estimulados para hacer esfuerzos renovados y perseverantes con el fin de obrar su propia salvación con temor y temblor, porque Dios es quien obra en ellos tanto el querer como el hacer según su buena voluntad (Cada día con Dios, p. 209).
Cuando el Espíritu de Dios se posesiona del corazón, transforma la vida. Se desechan los pensamientos pecaminosos, se renuncia a las malas acciones. El amor, la humildad y la paz ocupan el lugar de la ira, la envidia y las rencillas. La tristeza es desplazada por la alegría y el semblante refleja el gozo del cielo. Nadie ve la mano que levanta la carga ni cómo desciende la luz de los atrios celestiales. La bendición llega cuando el alma se entrega a Dios por fe. Entonces ese poder, que ningún ojo humano puede ver, crea un nuevo ser a la imagen de Dios (Mente, carácter y personalidad, t. 2, p. 791).
El verdadero cristiano comprenderá lo que significa pasar por serios conflictos y por pruebas; pero crecerá firme y constantemente en la gracia de Cristo para hacer frente con buen éxito al enemigo de su alma… Por momentos las tinieblas le oprimirán el alma; pero la luz verdadera resplandecerá, los brillantes rayos del Sol de justicia disiparán la oscuridad; y… por medio de la gracia de Cristo será capacitado para ser un fiel testigo de las cosas que ha escuchado del inspirado mensajero de Dios… Al comunicar de este modo la verdad a otros, el obrero de Cristo obtendrá una visión más clara de las abundantes provisiones hechas a todos, de la suficiencia de la gracia de Cristo para toda ocasión de conflicto, pesar y prueba. Mediante el misterioso plan de redención, se ha provisto gracia de modo que la obra imperfecta del instrumento humano pueda ser aceptada en el nombre de Jesús, nuestro Abogado (La maravillosa gracia de Dios, p. 260).
Jueves 9 de julio
EL PODER DE UN TESTIMONIO PERSONAL
Observemos nuevamente a Pablo ante Agripa. El apóstol Pablo compa-rece ante este hombre, el último en la línea de reyes judíos, los macabeos, y de la casa de Herodes. Agripa profesaba ser judío, pero en el fondo era romano. (Ver CBA 6:431.) El anciano apóstol, cansado de sus viajes misioneros y marcado por la batalla en el conflicto entre el bien y el mal, está allí de pie, con el corazón lleno del amor de Dios y su rostro radiante con la bondad de Dios. Más allá de todo lo que haya sucedido en su vida, cualquier persecución y dificultad que haya experimentado, puede declarar que Dios es bueno.
Agripa es cínico, escéptico, endurecido y realmente indiferente a cual-quier sistema de valores genuino. En contraste, Pablo está lleno de fe, com-prometido con la verdad y firme en defensa de la justicia. El contraste entre los dos hombres no podría ser mucho más evidente. En su juicio, Pablo solicita hablar y recibe permiso de Agripa.
Lee Hechos 26:1 al 32. ¿Cómo testificó Pablo a Agripa? ¿Qué podemos aprender de sus palabras?
La amabilidad abre corazones donde la acritud los cierra. Pablo es in-creíblemente amable con Agripa aquí. Lo llama un “experto en costumbres y controversias judías” (Hech. 26:3, NTV). Luego se lanza a una exposición sobre su conversión.
Lee la historia de la conversión de Pablo en Hechos 26:12 al 18 y luego observa cuidadosamente su efecto en Agripa en Hechos 26:26 al 28. ¿Por qué crees que Agripa reaccionó como lo hizo? ¿Qué le impresionó del tes-timonio de Pablo?
El testimonio de Pablo de cómo Jesús cambió su vida tuvo un poderoso impacto en un rey impío. No hay testimonio tan efectivo como una vida cambiada. El testimonio de una vida genuinamente convertida tiene una influencia asombrosa en los demás. Incluso los reyes impíos son movidos por vidas transformadas por la gracia. Incluso si no tenemos una historia tan dramática como la de Pablo, todos deberíamos poder contarles a los demás lo que significa conocer a Jesús y ser redimidos por su sangre.
Notas EGW
Jueves
[Agripa], rey de los judíos, había sido instruido en la ley y los profetas, y había aprendido por medio de testigos confiables algunos de los hechos de los cuales Pablo le hablaba ahora. Entonces, los argumentos… eran claros y convencedores… No pudo evitar ser afectado por el celo ardiente que no podía ser apagado ni por los azotes ni por las prisiones. Profundamente afectado, Agripa perdió por un momento de vista todo lo que le rodeaba y la dignidad de su posición. Consciente solo de las verdades que había oído, viendo al humilde preso de pie ante él como embajador de Dios, contestó involuntariamente: “Por poco me persuades a ser cristiano”.
Fervientemente el apóstol respondió: “¡Quisiera Dios que por poco o por mucho, no solamente tú, sino también todos los que hoy me oyen, fueseis hechos tales cual yo soy —y añadió mientras levantaba sus manos encadenadas—, excepto estas cadenas!” Todos los presentes fueron convencidos que Pablo no era un prisionero común. No podía ser impostor nadie que hablara como él hablaba, que presentara los argumentos que él había presentado, que fuera tan lleno de la exaltación de una fe inspiradora, tan enriquecido por la gracia de Cristo, tan tranquilo en la conciencia de la paz con Dios y con los hombres. No podía ser impostor nadie que pudiera desear que todas las personas distinguidas de la nobleza pudieran tener la misma esperanza y confianza que a él lo sostenía, pero quien, sin ningún deseo de venganza, podía orar que ellos fueran salvados de los conflictos, pesares y aflicciones que él había experimentado (Sketches From the Life of Paul, p. 259).
El cristianismo hace un caballero de un hombre. Cristo era cortés, aun con sus perseguidores; y sus verdaderos discípulos manifestarán el mismo espíritu. Miremos a Pablo ante los gobernantes. Su discurso ante Agripa es una ilustración de la verdadera cortesía como también de la elocuencia persuasiva. El evangelio no estimula la cortesía formal corriente en el mundo, sino la que brota de la verdadera bondad del corazón…
Nunca se revelará verdadero refinamiento mientras se tenga al yo como objeto supremo. El amor debe morar en el corazón. Un cristiano cabal encuentra sus motivos de acción en su profundo amor cordial hacia su Maestro. De las raíces de su afecto por Cristo brota un interés abnegado en sus hermanos. El amor imparte a su poseedor gracia, propiedad y dignidad de comportamiento. Ilumina el rostro y suaviza la voz; refina y eleva todo el ser (Obreros evangélicos, p. 129).
Tenéis el privilegio de estar gozosos en el Señor y de regocijaros en el conocimiento de su gracia sustentadora.
Tome posesión su amor de la mente y el corazón de cada cual. Guardaos del cansancio excesivo, de las preocupaciones agotadoras y de la depresión. Dad un testimonio elevador. Apartad vuestra vista de lo oscuro y lo desalentador, y contemplad a Jesús, nuestro gran Dirigente (Testimonios para los ministros, p. 513).
Jueves
[Agripa], rey de los judíos, había sido instruido en la ley y los profetas, y había aprendido por medio de testigos confiables algunos de los hechos de los cuales Pablo le hablaba ahora. Entonces, los argumentos… eran claros y convencedores… No pudo evitar ser afectado por el celo ardiente que no podía ser apagado ni por los azotes ni por las prisiones. Profundamente afectado, Agripa perdió por un momento de vista todo lo que le rodeaba y la dignidad de su posición. Consciente solo de las verdades que había oído, viendo al humilde preso de pie ante él como embajador de Dios, contestó involuntariamente: “Por poco me persuades a ser cristiano”.
Fervientemente el apóstol respondió: “¡Quisiera Dios que por poco o por mucho, no solamente tú, sino también todos los que hoy me oyen, fueseis hechos tales cual yo soy —y añadió mientras levantaba sus manos encadenadas—, excepto estas cadenas!” Todos los presentes fueron convencidos que Pablo no era un prisionero común. No podía ser impostor nadie que hablara como él hablaba, que presentara los argumentos que él había presentado, que fuera tan lleno de la exaltación de una fe inspiradora, tan enriquecido por la gracia de Cristo, tan tranquilo en la conciencia de la paz con Dios y con los hombres. No podía ser impostor nadie que pudiera desear que todas las personas distinguidas de la nobleza pudieran tener la misma esperanza y confianza que a él lo sostenía, pero quien, sin ningún deseo de venganza, podía orar que ellos fueran salvados de los conflictos, pesares y aflicciones que él había experimentado (Sketches From the Life of Paul, p. 259).
El cristianismo hace un caballero de un hombre. Cristo era cortés, aun con sus perseguidores; y sus verdaderos discípulos manifestarán el mismo espíritu. Miremos a Pablo ante los gobernantes. Su discurso ante Agripa es una ilustración de la verdadera cortesía como también de la elocuencia persuasiva. El evangelio no estimula la cortesía formal corriente en el mundo, sino la que brota de la verdadera bondad del corazón…
Nunca se revelará verdadero refinamiento mientras se tenga al yo como objeto supremo. El amor debe morar en el corazón. Un cristiano cabal encuentra sus motivos de acción en su profundo amor cordial hacia su Maestro. De las raíces de su afecto por Cristo brota un interés abnegado en sus hermanos. El amor imparte a su poseedor gracia, propiedad y dignidad de comportamiento. Ilumina el rostro y suaviza la voz; refina y eleva todo el ser (Obreros evangélicos, p. 129).
Tenéis el privilegio de estar gozosos en el Señor y de regocijaros en el conocimiento de su gracia sustentadora.
Tome posesión su amor de la mente y el corazón de cada cual. Guardaos del cansancio excesivo, de las preocupaciones agotadoras y de la depresión. Dad un testimonio elevador. Apartad vuestra vista de lo oscuro y lo desalentador, y contemplad a Jesús, nuestro gran Dirigente (Testimonios para los ministros, p. 513).
Viernes 10 de julio
PARA ESTUDIAR Y MEDITAR:
Lee Elena de White, Los hechos de los apóstoles, “Por poco me persuades”, pp. 357-361.
La esencia de la vida cristiana es una relación con Jesús que es tan rica y plena que deseamos compartirla. Por importante que sea tener la doctrina correcta, no puede sustituir a una vida transformada por la gracia y cam-biada por el amor. Elena de White lo deja en claro cuando dice: “El Salvador sabía que ningún argumento, por lógico que fuera, podría ablandar los duros corazones, o traspasar la costra de la mundanalidad y el egoísmo. Sabía que los discípulos habrían de recibir la dotación celestial; que el evangelio sería eficaz solo en la medida en que fuera proclamado por corazones encendidos y labios hechos elocuentes por el conocimiento vivo de aquel que es el Ca-mino, la Verdad y la Vida” (HAp 25, 26). En el libro El Deseado de todas las gentes, Elena de White añade este pensamiento poderoso: “El maravilloso amor de Cristo enternecerá y subyugará los corazones cuando la simple exposición de las doctrinas no lograría nada” (DTG 767).
Hay quienes tienen la idea de que dar su testimonio personal es tratar de convencer a otros de las verdades que han descubierto en la Palabra de Dios. Aunque es importante, en el momento apropiado, compartir las ver-dades de la Palabra de Dios, nuestro testimonio personal tiene mucho más que ver con la liberación de la culpa, con la paz, la misericordia, el perdón, la fuerza, la esperanza y la alegría que hemos encontrado en el don de la vida eterna que Jesús ofrece tan libremente.
PREGUNTAS PARA DIALOGAR:
1. ¿Por qué crees que nuestro testimonio personal es tan poderoso para influir sobre los demás? ¿Cómo han impactado los testimo-nios de los demás en tu propia experiencia?
2. En clase, habla sobre tu respuesta a la última pregunta del miérco-les. ¿Por qué es tan importante una experiencia diaria con el Señor, no solo para nuestro testimonio, sino también para nuestra propia fe personal?
3. Por supuesto, un testimonio poderoso puede ser un argumento efectivo. Al mismo tiempo, ¿por qué una vida santa es una parte tan importante de nuestro testimonio?
4. Comparte tu testimonio personal con la clase. Recuerda que estás compartiendo lo que Cristo ha hecho por ti y lo que él significa para ti hoy. ¿Qué diferencia produce Jesús en tu vida?
Notas EGW
Viernes
Cada día con Dios, 26 de junio, “La obra del Espíritu”, p. 184.
Los hechos de los apóstoles, “Casi me persuades”, pp. 346-350.
Viernes
Cada día con Dios, 26 de junio, “La obra del Espíritu”, p. 184.
Los hechos de los apóstoles, “Casi me persuades”, pp. 346-350.
LECCIONES DE ESCUELA SABÁTICA DE ADULTOS
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Dios lo bendiga!!!
- MATERIAL AUXILIAR PARA EL MAESTRO -
Lección 2
Lección 2
EL SÁBADO ENSEÑARÉ...
Texto clave: Marcos 5:1-20.
Enfoque del estudio: Marcos 5:1-20; 16:1-11; Hechos 4:1-20; 26:1-32.
Parte I: RESEÑA
Hay un poder inusual en el testimonio personal. Cuando un individuo acepta a Cristo y su vida cambia drásticamente, la gente se da cuenta. No todas las conversiones son repentinas e instantáneas. Nos emociona escuchar las historias de drogadictos que aceptan a Cristo, alcohólicos transformados por gracia, líderes empresariales materialistas y egocéntricos cambiados por el amor de Dios o adolescentes rebeldes convertidos; pero ciertamente no son los únicos ejemplos de conversión.
A veces, y tal vez aún más comúnmente, el Espíritu Santo trabaja suave y gradualmente en los corazones humanos. Hay quienes han sido criados en hogares cristianos santos que tienen una historia preciosa que compartir. Puede ser que nunca se hayan rebelado realmente contra Cristo, pero tampoco se hayan comprometido completamente con él. Sienten el movimiento de su Espíritu Santo en su vida y se comprometen totalmente con Dios. Su testimonio es tan poderoso como las historias de conversión más dramáticas y sensacionales. Ninguno de nosotros es cristianos de nacimiento. Como Jeremías dice con franqueza: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?” (Jer. 17:9). El apóstol Pablo agrega, en Romanos 3:23: “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios”.
Debido a que cada uno de nosotros pecó y estamos “destituidos de la gloria de Dios” (Rom. 3:23), todos necesitamos la gracia de Dios. La conversión no es para unos pocos seleccionados. Es para todos nosotros, y porque lo es, todos tenemos una historia que contar. Tu historia no es mi historia, y mi historia no es tu historia, pero cada uno de nosotros, redimido por la gracia de Dios y conquistado por su amor, tiene un testimonio personal para compartir con el mundo.
Parte II: COMENTARIO
Aquí tienes la pregunta de trivia bíblica para hoy. ¿A quién envió Jesús como su primer misionero? ¿Fue a Pedro, o posiblemente a Santiago y a Juan? ¿Quizás a Tomás, Felipe o uno de los otros discípulos? La respuesta puede sorprenderte. No era ninguno de los nombres mencionados anteriormente.
El primer misionero que Cristo comisionó fue un hombre anteriormente poseído por demonios, ahora transformado por su gracia. Este testigo, poco factible, tuvo un poderoso impacto en Decápolis, diez ciudades ubicadas mayormente al este del Mar de Galilea. El endemoniado había estado desesperadamente poseído por demonios durante años. Aterrorizaba la región y asustaba los corazones de los aldeanos que vivían en la zona. Sin embargo, en el fondo de su corazón había un deseo de algo mejor; un deseo que todos los demonios del infierno no podían apagar.
A pesar de las fuerzas demoníacas que mantenían a este pobre hombre en cautiverio, Marcos 5 registra que cuando el endemoniado vio a Jesús, “corrió y lo adoró” (Mar. 5:6). La Escritura dice que este hombre estaba atormentado y poseído por una “legión” de demonios. Una legión es “la unidad individual más grande del ejército romano […] en plenitud de fuerzas [consistía] en unos 6.000 soldados”, según la Archeological Study Bible [Biblia de Estudio Arqueológico], página 1.633. En el Nuevo Testamento, el término “legión” representa un número vasto o enorme. Jesús nunca perdió una batalla con las fuerzas demoníacas, sin importar cuántas hubiera o cuán grande fuera su número. Cristo es nuestro Señor todopoderoso y victorioso; los demonios no son competencia para su gran poder.
El ministerio de Jesús es siempre un ministerio completo. Una vez que el endemoniado fue sanado, lo encontraron “sentado, vestido y en su juicio cabal” (Mar. 5:15). ¿De dónde sacó la ropa? Es probable que los discípulos compartieran sus prendas exteriores con él. Ahora estaba sentado atentamente a los pies de Jesús, escuchando sus palabras, absorbiendo ansiosamente las verdades espirituales. Estaba física, mental, emocional y espiritualmente completo. Su único deseo era seguir a Jesús ahora. Ansiaba convertirse en uno de los discípulos de Jesús.
El Evangelio de Marcos registra que el hombre anteriormente poseído por el demonio “rogaba” a Jesús que le permitiera entrar en el bote y viajar con él (Mar. 5:18). La palabra “rogar” es una palabra fuerte. Indica un deseo apasionado. Se puede traducir como “suplicar”, “implorar” o “rogar”. Significa hacer un llamamiento con emoción. Significa preguntar con intensidad.
La respuesta de Jesús es tan sorprendente como la conversión del endemoniado. Jesús sabía que este endemoniado, convertido y transformado, podía hacer más en esa región de lo que él y los discípulos podían hacer. El prejuicio contra Cristo era alto en esta región gentil, pero escucharían a uno de los suyos, especialmente uno con una reputación como la del endemoniado. Con el tiempo, estarían preparados para la visita de Cristo en una fecha posterior.
Por lo tanto, Jesús dijo: “Vete a tu casa, a los tuyos, y cuéntales cuán grandes cosas el Señor ha hecho contigo, y cómo ha tenido misericordia de ti” (Mar. 5:19). La respuesta del hombre fue inmediata: “Y se fue, y comenzó a publicar en Decápolis cuán grandes cosas había hecho Jesús con él; y todos se maravillaban” (5:20). La palabra “publicar”, en griego, es kerusso y puede traducirse “anunciar”, o “proclamar”. En el breve tiempo que el endemoniado pasó con Jesús, su vida cambió tan radicalmente que tenía una historia que contar. Solo podemos imaginar el impacto que su testimonio tuvo en los miles de personas en las diez ciudades de la región de Gadara. Cuando Jesús regresó unos nueve o diez meses después, la mente de esta población mayormente gentil estaba abierta para recibirlo. (Ver DTG 307, 308.)
En esta historia, hay una verdad eterna que no debe pasarse por alto. Tampoco esta verdad debe verse ensombrecida por la conversión milagrosa, sensacional y dramática del endemoniado, por importante que sea. Cristo desea usar a todos los que vienen a él. El endemoniado no tuvo la ventaja de pasar tiempo diariamente con Jesús como lo hicieron los discípulos; no tuvo la oportunidad de escuchar sus sermones o presenciar sus milagros. Pero sí tuvo el único ingrediente indispensable para testificar: una vida cambiada. Tenía un conocimiento personal del Cristo viviente. Tenía un corazón lleno de amor por su Maestro. Esta es la esencia del testimonio en el Nuevo Testamento. Como Elena de White dice tan acertadamente: “Nuestra confesión de su fidelidad es el agente escogido por el Cielo para revelar a Cristo al mundo. Debemos reconocer su gracia como fue dada a conocer por los santos de antaño; pero lo que será más eficaz es el testimonio de nuestra propia experiencia. Somos testigos de Dios mientras revelamos en nosotros mismos la obra de un poder divino” (DTG 313). Los creyentes del Nuevo Testamento testificaron por Cristo a través de la singularidad de sus propias personalidades. Cada uno tuvo encuentros diferentes con Cristo, pero cada uno de estos encuentros los llevó a compartir con entusiasmo al Cristo que amaban.
En el estudio del lunes, “Proclamando al Cristo resucitado”, las dos Marías experimentan una transformación en la tumba. La última vez que vieron a Jesús, su cuerpo ensangrentado fue bajado de la cruz. Piensa en su desesperación en ese momento. Los últimos días fueron difíciles de creer. Ahora, con corazones temerosos y ansiosos por el futuro, se acercan a la tumba, preguntándose cómo sortearán a los guardias romanos y quién rodará la piedra para que puedan entrar en la tumba y ungir el cuerpo de Cristo.
Para su sorpresa, la tumba está vacía: Cristo está vivo. Un ser angelical anuncia: “Ha resucitado […] id pronto y decid a sus discípulos que ha resucitado” (Mat. 28:6, 7). El registro dice: “Entonces ellas, saliendo del sepulcro con temor y gran gozo, fueron corriendo a dar las nuevas a sus discípulos” (Mat. 28:8). Mientras corren para contar la historia, nuestro Señor resucitado se encuentra con ellas y exclama: “No temáis; id, dad las nuevas a mis hermanos, para que vayan a Galilea, y allí me verán” (Mat. 28:10). Las buenas noticias son para compartir. Los corazones llenos de su gracia y encantados por su amor no pueden callar.
La nota tónica del Nuevo Testamento es la testificación. Los Hechos de los apóstoles son actos de testificación. Los discípulos testificaron de un Cristo que conocieron, uno a quien ellos experimentaron personalmente. ¿Es posible ser un testigo falso? Supongamos que fuiste llamado a un tribunal de justicia como testigo de algún accidente o delito. Supongamos también que no estuviste presente en la escena e inventaras una historia para ayudar a un amigo. Podrías ser encarcelado por mentir a la corte (perjurio). El juez y el jurado solo solicitan testigos con una experiencia personal de los acontecimientos. Quieren testigos genuinos, no impostores.
Solo el cristianismo genuino y auténtico puede captar la atención de esta generación. A menos que hayamos tenido una experiencia personal y real con Jesús, nuestro testimonio caerá en oídos sordos. No podemos compartir a un Cristo que no conocemos.
Los creyentes del Nuevo Testamento compartieron a un Cristo que conocían. Pedro y Juan se hacen eco de la realidad de los corazones convertidos cuando proclaman: “Porque no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído” (Hech. 4:20). Antes de la Cruz, Pedro era un discípulo vacilante pero autosuficiente. La crucifixión y la resurrección de Cristo cambiaron su vida. Antes de la Cruz, Juan era uno de los “hijos del trueno”. Ese no es un título que le das a un hombre manso, humilde y tímido. Pero, después de la crucifixión y la resurrección de Cristo, la vida de Juan cambió. Ni Pedro ni Juan pudieron permanecer en silencio; fueron transformados por gracia y amaban contar la historia.
Testificar no se trata de nosotros. No se trata de lo malos que éramos o de lo buenos que somos ahora después de conocer a Jesús. Se trata de Jesús. Se trata de su amor, su gracia, su misericordia, su perdón y su poder eterno para salvarnos. El apóstol Pablo nunca se cansó de testificar sobre lo que Cristo hizo por él, pero nunca se centró exclusivamente en lo malo que era; en cambio, se centró en lo bueno que era Dios. Haz que tu clase repase Hechos 26:1 al 28. Observa cómo el apóstol Pablo divide su testimonio en tres partes: su vida antes de conocer a Cristo, cómo conoció a Cristo y su vida después de encontrarse con Cristo.
Parte III: APLICACIÓN A LA VIDA
Supongamos que solo tuvieras unos minutos con un amigo que desea conocer a Cristo. ¿Cómo le darías un testimonio de tres minutos a un amigo que lucha por creer? ¿Qué consejos revela el testimonio de Pablo en Hechos 26? ¿Cómo te ayuda el bosquejo de su testimonio a dar el tuyo? ¿Qué papel jugaron las Escrituras del Antiguo Testamento en el testimonio de Pablo?
Escribe una oración debajo de cada uno de los siguientes títulos:
a. ¿Cómo era tu vida antes de conocer a Jesús?
b. ¿En qué momento de tu vida conociste a Cristo?
c. ¿Que diferencia ha producido Cristo en tu vida?
Si has sido criado en un hogar cristiano, ¿hubo algún momento en tu vida en el que aceptaste conscientemente a Jesús como tu Señor y Salvador? Describe un momento en que lo sentiste trabajando poderosamente en tu vida.
LECCIONES DE ESCUELA SABÁTICA DE ADULTOS
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