Lección de Escuela Sabática de Adultos 3er Trimestre 2020, Escuela Sabática Adultos 3er Trimestre 2020, Lección 3er Trimestre 2020,
Lección 13: Para el 26 de septiembre de 2020
LEE PARA EL ESTUDIO DE ESTA SEMANA: Filipenses 2:5–11; Mateo 4:18–20; Hechos 9:3–6, 10–20; Juan 21:15–19; 1 Juan 3:16–18.
Nunca podrá comprenderse el costo de nuestra redención hasta que los redimidos estén con el Redentor delante del Trono de Dios. Entonces, al percibir de repente nuestros sentidos arrobados las glorias de la Patria eterna, recordaremos que Jesús dejó todo eso por nosotros; que no solo se exilió de las cortes celestiales, sino también por nosotros corrió el riesgo de fracasar y perderse eternamente. Entonces arrojaremos nuestras coronas a sus pies y elevaremos este canto: ‘¡Digno es el Cordero, que ha sido sacrificado, de recibir el poder, la riqueza y la sabiduría, la fortaleza y la honra, la gloria y la alabanza!’ ” (DTG 105).
Cuando respondemos a su dirección, aceptamos su mandato y nos unimos a él para alcanzar a las personas perdidas para su Reino, se requiere sacrificio. Aunque nuestros sacrificios nunca pueden compararse de nin-guna manera con los de Jesús, el ministerio ganador de almas también es para nosotros un salto de fe. Nos lleva fuera de nuestras zonas de confort a aguas desconocidas. A veces nuestro Señor nos llama a hacer sacrificios, pero las alegrías que ofrece son mucho mayores.
EL AMOR ALTRUISTA DE JESÚS
El apóstol Pablo nos anima a tener el mismo “sentir”, o la misma “actitud” (NVI), que tenía Cristo. Esto nos lleva a algunas preguntas fascinantes. ¿Cuál era la actitud de Cristo? ¿Qué gobernó sus patrones de pensamiento y conducta? ¿Cuál fue la esencia de su pensamiento?
Lee Filipenses 2:5 al 11. ¿Cómo revelan estos versículos el corazón del pensamiento de Cristo y el modelo que gobernaba toda su vida?
Desde toda la eternidad, Jesús era igual a Dios. Pablo declara esta verdad eterna en estas palabras: “El cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse” (Fil. 2:6). La palabra traducida “forma” es la palabra griega morphē. Significa la esencia misma de una cosa. Vincula dos cosas que son de igual valor. El Comentario bíblico adventista lo expresa de esta manera: “Esto coloca a Cristo en igualdad con el Padre y muy por en-cima de todo otro poder. Pablo lo destaca para describir más vívidamente las profundidades de la humillación voluntaria de Cristo” (CBA 7:160). Hablando de su naturaleza eterna, Elena de White agrega: “En Cristo hay vida original, no prestada ni derivada de otra” (DTG 489).
Jesús, quien era igual a Dios desde toda la eternidad, “se despojó a sí mismo”. Esta también es una expresión fascinante, en griego. Literalmente, se puede traducir como “vaciarse”. Jesús voluntariamente “se vació” de sus privilegios y prerrogativas como el igual de Dios para asumir la forma de un hombre y convertirse en un humilde servidor de la humanidad. Como siervo, reveló la ley del amor del Cielo al Universo entero y, finalmente, realizó el acto de amor supremo en la Cruz. Él dio su vida para salvar la nuestra, eternamente.
La esencia del pensamiento de Jesús era el amor abnegado. Seguir a Jesús significa que amamos como él amó y servimos como él sirvió. Permitir que Jesús, a través de su Espíritu Santo, nos vacíe de la ambición egoísta nos costará. Le costó todo a Jesús. Pero las Escrituras dicen de Jesús: “Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre” (Fil. 2:9).
El cielo valdrá cualquier sacrificio que hagamos en la Tierra. Habrá sa-crificios en el camino, pero las alegrías del servicio los superarán hoy, y la alegría eterna de vivir con Cristo por toda la eternidad hará que cualquier sacrificio que hagamos aquí parezca insignificante.
■ ¿Cuándo fue la última vez que realmente tuviste que morir al yo por causa de Cristo? ¿Qué te dice tu respuesta sobre tu caminar cristiano?
LLAMADOS A COMPROMETERSE
Imagina que eres Pedro y Juan. El sol acaba de salir en una hermosa mañana en Galilea, ahuyentando el frío del aire nocturno. Tus pensamientos están en una cosa: pescar peces; muchos de ellos. La pesca ha sido buena recientemente, y estás esperando otro día de buena pesca. Luego, a la luz de la madrugada, lo ves acercarse: Jesús de Nazaret. Poco imaginas que en unos momentos toda tu vida cambiará. Nunca volverás a ser el mismo.
Lee Mateo 4:18 al 20. ¿Por qué crees que Pedro y Juan estaban dispuestos a hacer un compromiso tan radical para seguir a Cristo? ¿Qué indicadores hay en el texto de que Jesús los estaba llamando a un propósito más elevado que pescar?
Del Evangelio de Juan aprendemos que estos hombres ya sabían algo acerca de Jesús hacía más de un año, pero no se habían comprometido com-pletamente con él. Aun así, debió haber habido un porte divino en Cristo, algo en su apariencia, palabras y acciones que indicaron a estos pescadores galileos que los estaba invitando a un llamado divino. La razón por la cual dejaron sus barcas, su profesión y sus entornos familiares para seguirlo fue porque sintieron el llamado a un propósito superior. Estos pescadores comunes reconocieron que fueron llamados para un propósito extraordi-nario. Puede que Dios no te esté llamando a dejar tu profesión hoy, pero te está llamando a un propósito extraordinario, y es compartir su amor y ser testigo de su verdad para la gloria de su nombre.
Considera el llamado de Mateo, el recaudador de impuestos, en Mateo 9:9. ¿Qué ves en este pasaje que es bastante notable?
Los recaudadores de impuestos, en el mundo romano, a menudo eran ex-torsionadores que usaban su poder oficial para oprimir a la gente común. Eran algunos de los personajes más odiados y despreciados en todo Israel. La invi-tación de Cristo, “Sígueme”, presupone que Mateo había oído hablar de Jesús y que en su corazón deseaba seguirlo. Cuando llegó la invitación, estaba listo. Le sorprendió que Cristo lo aceptara y lo invitara a ser uno de sus discípulos.
En lo profundo de todos nuestros corazones hay un anhelo de algo más en la vida. Nosotros también queremos vivir para algo que valga la pena, para un propósito más grandioso y noble. Por lo tanto, Cristo nos llama, como Mateo, a seguirlo.
■ Piensa en lo que distintas personas han tenido que renunciar para seguir a Jesús. ¿Por qué, al final, siempre valdrá la pena?
PABLO: INSTRUMENTO ESCOGIDO POR DIOS
Cuando Pablo aceptó a Cristo, su vida entera cambió radicalmente. Cristo le dio un futuro completamente nuevo. Lo condujo fuera de su zona de con-fort a experiencias que apenas podría haber imaginado. A través de la guía del Espíritu Santo, el apóstol Pablo proclamó la Palabra de Dios a miles de personas en todo el mundo mediterráneo. Su testimonio cambió la historia del cristianismo y del mundo.
Lee Hechos 9:3 al 6 y 10 al 20. ¿Cómo revelan estos versículos que Jesús tenía un propósito divino para la vida de Pablo?
A menudo Jesús elige a los candidatos más improbables para dar tes-timonio de su nombre. Piensa en los endemoniados, la mujer samaritana, una prostituta, un recaudador de impuestos, pescadores galileos, y ahora un feroz perseguidor del cristianismo. Todos estos fueron transformados por gracia y luego enviados con alegría en sus corazones para contar la historia de lo que Cristo había hecho en su vida. Nunca se cansaron de contar la historia. Lo que Cristo había hecho por ellos era tan maravilloso que tenían que compartirlo. No podían permanecer en silencio.
Compara Hechos 28:28 al 31 con 2 Timoteo 4:5 al 8. ¿Qué indicios tenemos en estos versículos de que Pablo nunca flaqueó en su compromiso de entre-gar toda su vida a Cristo en un ministerio ganador de almas?
Al final de su vida, mientras estaba bajo arresto domiciliario en Roma, Pablo afirmó que “a los gentiles es enviada esta salvación de Dios; y ellos oirán” (Hech. 28:28). El registro bíblico dice que recibía a todos los que lo visitaban y les predicaba la Palabra (28:30, 31). Al final de su vida, instó a Timoteo a hacer trabajo de evangelista, y Pablo pudo decir de sí mismo: “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe” (2 Tim. 4:7).
Aunque nuestro llamado puede no ser tan dramático como el de Pablo, Dios nos llama a cada uno de nosotros a participar con él en su obra de cambiar al mundo. Es obvio que, a pesar de todas las dificultades que había enfrentado a lo largo de los años (ver 2 Cor. 11:25–30), Pablo se mantuvo fiel a su llamado en el Señor. La historia de cómo este experseguidor de los dis-cípulos de Jesús se convirtió en el defensor más influyente y consecuente de la fe cristiana (con la excepción de Jesús) continúa siendo un poderoso testimonio de lo que el Señor puede hacer a través de alguien que dedica su vida a la obra de Dios.
■ ¿Qué te ha llamado Dios a hacer? ¿Lo estás haciendo?
LAS EXIGENCIAS DEL AMOR
El amor siempre se manifiesta en acción. Nuestro amor por Cristo nos obliga a hacer algo por la humanidad perdida. Pablo lo afirmó claramente cuando dijo a la iglesia de Corinto: “Porque el amor de Cristo nos constriñe” (2 Cor. 5:14). El cristianismo no significa renunciar principalmente a las cosas malas para poder ser salvos. Jesús no “renunció” a las cosas malas en el cielo para poder ser salvo; renunció a cosas buenas para que otros pudieran ser salvos. Jesús no nos invita simplemente a dar nuestro tiempo, talentos y tesoros a su causa; nos invita a dar nuestra vida.
Lee Juan 21:15 al 19. ¿Qué pregunta le hizo Jesús a Pedro tres veces, y cuál fue la respuesta de Pedro? ¿Por qué Jesús le hizo a Pedro esta pregunta en particular tres veces?
Pedro negó a su Señor tres veces, y Jesús obtuvo una respuesta de amor de los propios labios de Pedro tres veces. En presencia de los discípulos, Jesús estaba reconstruyendo la confianza de Pedro en que había sido perdonado por el amor divino y en que Jesús todavía tenía trabajo para él en su causa.
Lee Juan 21:15 al 19 nuevamente; esta vez, especialmente observando la respuesta de Jesús a la afirmación de Pedro acerca de su amor por Cristo. ¿Qué le dijo Jesús que hiciera, en respuesta?
El amor divino es activo, no pasivo. El amor genuino es más que un sen-timiento cálido, más que una buena idea. Implica compromiso. El amor nos obliga a actuar. Nos lleva a alcanzar a un mundo perdido de hijos de Dios con una necesidad desesperada. Cuando Jesús le dijo a Pedro: “Apacienta mis corderos”, era tanto una orden como un consuelo reconfortante. El Maestro apeló a una respuesta al amor, y también exhortó a Pedro a que todavía tenía un trabajo que hacer, incluso a pesar de la acción verdaderamente vergonzosa de Pedro cuando Jesús había sido arrestado y Pedro no solo negó conocer a Jesús, sino también lo hizo con maldiciones, exactamente como Cristo había dicho que haría.
¿Cuál es el punto? Puede ser que hayas fallado desesperadamente a tu Señor. Es posible que lo hayas negado por tus acciones más de una vez. La buena noticia es que la gracia todavía está disponible, y Dios aún no ha ter-minado contigo. Todavía hay un lugar en su obra para ti, si estás dispuesto.
■ Al igual que Pedro, ¿alguna vez has “negado” al Señor? Si es así, ¿qué te dice este relato, no solo de la negación de Pedro, sino de las palabras de Cristo a Pedro aquí?
EL COMPROMISO DEL AMOR
Mientras las olas bañan la orilla, Jesús le habla a Pedro sobre el costo del discipulado. Quiere que Pedro sepa claramente a qué se enfrentará si acepta la invitación de Jesús: “Pastorea mis ovejas”.
Lee Juan 21:18 y 19. ¿Qué le dijo Jesús a Pedro sobre el costo del discipu-lado? ¿Por qué crees que Jesús le reveló algo tan sorprendente a Pedro en este momento de su vida?
En estas palabras, Cristo predijo el martirio que un día Pedro experi-mentaría. Sus manos estarían extendidas en una cruz. Con esta revelación, Cristo le ofreció a Pedro una elección. Le ofreció la alegría más grande de la vida: ver almas ganadas para el Reino de Dios. En el día de Pentecostés vería a miles acudir a Cristo. Pedro haría milagros en el nombre de Jesús y lo glorificaría ante muchos miles más. Tendría el gozo eterno de la comunión con Cristo en su misión.
Pero ese privilegio estaría acompañado por un precio. Exigiría un sa-crificio, el sacrificio supremo. Se le pidió a Pedro que se comprometiera con los ojos bien abiertos. Pues Pedro ahora sabía que ningún sacrificio era demasiado grande para unirse a Jesús en su misión al mundo.
Lee 1 Juan 3:16 al 18. ¿Cuál es la alternativa de Juan al amor como una mera abstracción vaga? ¿Cómo define Juan el sacrificio supremo del amor?
En la eternidad, nada de lo que hemos hecho parecerá un sacrificio. Nuestra inversión de tiempo y esfuerzo, o de nuestra vida, parecerá excesi-vamente recompensada. Qué alegría es convertir el amor en acción, convertir las intenciones en compromiso. Cuando respondemos al amor divino sin retener nada y nos dedicamos al servicio para testificar a otros como emba-jadores de Cristo, cumplimos el propósito de nuestra vida y experimentamos la alegría más grande de la vida. Como Jesús dijo tan acertadamente: “Si sabéis estas cosas, bienaventurados seréis si las hiciereis” (Juan 13:17). La mayor alegría y felicidad duradera de la vida se produce cuando estamos cumpliendo el significado de nuestra existencia al glorificar a Dios por la forma en que vivimos y compartimos su amor y su verdad con el mundo.
■ Es difícil comprender la idea de la eternidad, cuando todo lo que conocemos con-lleva un tiempo breve. Pero, tan bien como puedas, intenta imaginar la vida eterna, una vida eterna buena, mejor que cualquier cosa que podamos tener aquí, y, por lo tanto, por qué nada aquí, en este corto período de tiempo, valdría la pena retener, y perder así la promesa de la vida eterna que tenemos en Jesús.
PARA ESTUDIAR Y MEDITAR:
“Los que tienen a su cargo la responsabilidad de velar por la salud espi-ritual de la iglesia deberían inventar medios y recursos a fin de dar a cada miembro de la iglesia la oportunidad de realizar una parte en la obra de Dios. No se ha hecho esto en el pasado con mucha frecuencia. No se han trazado planes específicos para utilizar en el servicio activo los talentos de todos. Hay tan solo pocas personas que comprenden cuánto se ha perdido a causa de esto.
“Los dirigentes de la causa de Dios, como sabios generales, deben trazar planes para llevar a cabo acciones de avanzada a lo largo de toda la línea. En sus planes, deben tomar en cuenta especialmente la obra que los laicos pueden llevar a cabo en beneficio de sus amigos y vecinos. La obra de Dios en este mundo no podrá terminarse hasta que los hombres y las mujeres que componen la feligresía de nuestra iglesia se interesen en la obra y unan sus esfuerzos con los de los ministros y los dirigentes de la iglesia.
“La salvación de los pecadores requiere trabajo personal decidido. Te-nemos que presentarles la Palabra de vida sin esperar que ellos vengan a nosotros. ¡Quisiera poder hablar a hombres y mujeres palabras que los des-pierten a la acción diligente! Los momentos que ahora se nos han concedido son escasos. Nos encontramos en el umbral mismo del mundo eterno. No tenemos tiempo que perder. Cada momento es de oro y demasiado valioso para dedicarlo únicamente a nuestro servicio personal. ¿Quiénes buscarán fervientemente a Dios a fin de obtener de él poder y gracia para ser sus obreros fieles en el campo misionero?
“En toda iglesia hay talentos, los cuales, con el trabajo adecuado, pueden desarrollarse a fin de convertirlos en gran ayuda para la obra. Lo que ahora se necesita para la edificación de nuestras iglesias es la excelente obra de los sabios obreros que puedan discernir y desarrollar talentos en la iglesia, talentos que puedan entrenarse para que el Maestro pueda usarlos” (TI 9:94, 95).
PREGUNTAS PARA DIALOGAR:
1. ¿Cuál es el pensamiento principal de la cita anterior de Elena de White? ¿Qué impacto puede tener en tu testimonio personal y la obra misionera de tu iglesia?
2. Piensa en tu respuesta a la pregunta al final de la lección del do-mingo, sobre lo que has sacrificado por Cristo. ¿Qué, de hecho, has sacrificado? ¿Por qué lo hiciste? ¿Valió la pena? ¿Cómo podrías explicar, a alguien que no es cristiano, lo que hiciste y por qué lo hiciste?
Dios lo bendiga!!!
EL SÁBADO ENSEÑARÉ...
Texto clave: Filipenses 2:5-11.
Enfoque del estudio: Mateo 4:18-22; 2 Corintios 5:10-12; Juan 21:15-19.
Parte I: RESEÑA
La fe genuina siempre conduce a la acción. La fe bíblica funciona tan bien que obra. La iglesia del Nuevo Testamento era una iglesia apasionada por la testificación. Compartir a Cristo era la consecuencia natural de su relación con él. Estaban preparados para hacer el sacrificio supremo por su causa. Muchos de ellos sufrieron persecución, encarcelamiento, e incluso la muerte. Ningún sacrificio para el Jesús que dio tanto por ellos era demasiado grande.
Su compromiso con Cristo a menudo los llevó a dar un salto de fe. Cristo los llamó fuera de sus zonas de confort. La tarea que tenían ante ellos estaba mucho más allá de sus capacidades. Era demasiado grande para que lo lograran, pero no demasiado grande para que Dios lo lograra. Comprendieron las promesas de Dios, y con fe salieron a cambiar el mundo.
La tarea ante la iglesia hoy está mucho más allá de nuestras capacidades. Cristo nos está llamando a dar un salto de fe. En la lección de esta semana, repasaremos el compromiso que cambia vidas de la iglesia del Nuevo Testamento a la luz del compromiso de Cristo de redimirnos. Jesús se entregó por completo a la voluntad del Padre. El propósito principal, único, de su vida era la salvación de la humanidad; ningún sacrificio era demasiado grande para lograr ese objetivo. Nuestro estudio de esta semana explora cómo su sacrificio es un ejemplo para nosotros. Nos invita a dar un salto de fe al dar nuestra vida en servicio a él y al ministerio a los demás.
Parte II: COMENTARIO
Filipenses 2:5 al 11 es uno de los pasajes más magníficos de toda la Biblia sobre la condescendencia de Cristo. Algunos autores llaman a este pasaje “El canto de Cristo”. Todo el libro de Filipenses se enfoca en tres temas principales: regocijo, humildad y fe. Filipenses 2 destaca el tema de la humildad. Jesús dejó las magníficas glorias de su estado exaltado en el cielo, se despojó de los privilegios y las prerrogativas como el igual de Dios, entró en el mundo de la humanidad como un siervo y murió la más humillante de las muertes, en la cruz. El apóstol Pablo usa este ejemplo de Jesús como modelo para la vida cristiana. La vida sacrificial de Cristo, de un ministerio desinteresado, es el modelo para toda la fe cristiana. Dejó los reinos celestiales y vino a la Tierra como el “el siervo infatigable de las necesidades del hombre […] para atender toda necesidad de la humanidad” (MC 11).
La Biblia de Estudio Andrews comenta, en su introducción al libro de Filipenses: “Los cristianos se despojan de sus derechos a la igualdad y rinden servicio los unos a los otros en amor y humildad para impedir que aflore el espíritu de rivalidad. A través de este acto de humillación personal, los cristianos también se distinguen de la gente del mundo, que busca afirmar sus derechos y se enzarza en luchas para alcanzar la igualdad con sus pares y superiores” (Biblia de Estudio Andrews, p. 1.478). Un análisis cuidadoso de Filipenses 2:5 al 11 revela gemas de verdad para nuestra vida hoy. El pasaje comienza con estas palabras memorables: “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús” (Fil. 2:5). El apóstol ha presentado anteriormente, en el capítulo, la necesidad de unidad y humildad desinteresadas. Ahora se concentra en Cristo como nuestro Ejemplo de vida y ministerio abnegado. El sentir (“la actitud”, NVI) de Cristo es el servicio.
Jesús estaba totalmente comprometido con ministrar a las necesidades de quienes lo rodeaban. Jesús tenía la “forma” Fil. 2:6del griego morfé, o la esencia misma, de Dios. Tenía, por su propia naturaleza, todas las características y las cualidades eternas de Dios. Según el Comentario bíblico adventista, “esto coloca a Cristo en igualdad con el Padre y muy por encima de todo otro poder. Pablo lo destaca para describir más vívidamente las profundidades de la humillación voluntaria de Cristo” (CBA 6:160). Según el apóstol Pablo, Cristo “no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse”.
En otras palabras, reconocía su naturaleza eterna y su unidad con el Padre, pero voluntariamente, por amor, renunció a su posición al lado del Padre y “se despojó a sí mismo”. Esta frase, en Filipenses 2:7, se traduce literalmente como “se vació a sí mismo”. Se desvistió de toda la gloria del Reino. Por amor a nosotros, renunció a todas las características y las cualidades inherentes que eran suyas por su naturaleza eterna y su unidad con Dios. No vino a un palacio real, como hijo de la realeza, sino como un siervo humilde y obediente.
La palabra griega para siervo es doulos, que significa sirviente, o esclavo. Es obvio que Pablo está contrastando dos estados: la forma de Dios y la forma de un siervo. Jesús pasó de la posición más alta a la más baja; todo, por nosotros. Él entregó su soberanía divina por una vida de servicio sacrificial. Tener el sentir, o la actitud, de Cristo es tener la disposición de sacrificarse a sí mismo para la salvación de los demás. El sentir de Cristo es de ministerio y servicio. Es de misericordia, compasión, perdón y gracia.
La muerte de Cristo en la Cruz revela su corazón de amor. El amor genuino siempre nos lleva a hacer sacrificios por los que amamos. El amor no es un sentimiento emocional superficial, aunque los sentimientos están asociados con el amor. El amor es un compromiso. Buscar siempre lo mejor para los demás es una elección. El amor nos obliga a hacer sacrificios en nuestra vida por el Reino de Dios. Nos lleva a dar un paso de fe a fin de usar los dones que nos ha dado para bendecir a otros.
Las demandas del amor
Después de su crucifixión y su resurrección, Jesús se encontró con un pequeño grupo de sus discípulos a orillas del mar de Galilea. La meta de Jesús, en esa hora de la madrugada, era reconstruir a un hombre. Pedro lo había negado tres veces. Jesús estaba allí para despertar una respuesta de amor del corazón de Pedro y darle un nuevo sentido de perdón, aceptación y propósito. Después de una noche de pesca en que estos pescadores experimentados no pescaron un solo pez, Jesús hizo un milagro divino. Sus redes quedaron llenas hasta rebosar, de una pesca maravillosa. Sentado alrededor de la fogata esa mañana en Galilea, Jesús le hizo a Pedro esta pregunta pertinente: “Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que éstos? Le respondió: Sí, Señor; tú sabes que te amo. Él le dijo: Apacienta mis corderos” (Juan 21:15). En el idioma original del texto, hay dos palabras para “amor”. Cuando Jesús le hace la pregunta a Pedro, le dice: “¿Me amas [agape]?” En algunos contextos, la palabra agape se refiere al amor que fluye del corazón de Dios. Un amor así es de origen divino. Es un amor puro y desinteresado.
Cuando Pedro responde a Jesús, no usa la palabra agape. Él dice: “Sí, Señor; tú sabes que te amo”. La palabra que usa Pedro es la palabra griega phileo. Esto se refiere a un vínculo humano profundo. Por ejemplo, la palabra “Filadelfia” significa amor fraternal. La respuesta de Jesús es “Apacienta mis corderos”. En otras palabras, entrega tu vida en un servicio sacrificado. Ve a trabajar para mí. Ministra a los demás.
Jesús le hace a Pedro la misma pregunta en Juan 21:16 y usando las mismas palabras, pero la tercera vez, en Juan 21:17, Jesús cambia la palabra para “amor” cuando hace la pregunta. No vemos esto en la mayoría de las traducciones, pero está claro en el idioma original del Nuevo Testamento. Jesús ya no le pregunta a Pedro: “¿Me amas con el amor divino agape?” Él pregunta: “¿Me phileo?” Parece como si Jesús estuviera diciendo esto: “Pedro, sé que tu amor por mí fluye a través de los canales débiles de tu humanidad. Me has negado tres veces, pero te perdono. Mi gracia es tuya. Comienza donde estás. Ve a trabajar para mí, y tu amor por mí crecerá y se expandirá en un profundo amor divino por los demás”. Pedro le falló a Jesús en un momento muy crítico en la vida de Cristo, pero eso no descalificó a Pedro para servir. Jesús envió a un “perdonado”, cambió a Pedro a fin de que trabajara para él.
Al igual que Pedro, nuestro amor por Cristo crecerá en el servicio a los demás. Cuanto más amamos a Jesús, más deseamos compartir ese amor con las personas que nos rodean. Cuanto más compartimos su amor con las personas que nos rodean, más crece nuestro amor por Jesús. Elena de White comparte esta verdad eterna en El camino a Cristo, página 80: “El espíritu de trabajo desinteresado por otros da al carácter profundidad, estabilidad y amabilidad como las de Cristo, y trae paz y felicidad a su poseedor”. Cuando damos un salto de fe y participamos activamente en la testificación, crecemos espiritualmente. Las mayores alegrías de la vida provienen de compartir el amor de Dios con los demás. A medida que buscamos diariamente oportunidades para compartir lo que Cristo significa para nosotros, vemos abrirse ante nosotros oportunidades providenciales. El Espíritu Santo guía a nuestra vida a las personas que busca.
Parte III: APLICACIÓN A LA VIDA
Hay muchas personas que no pueden testificar porque no están seguras de qué decir. Otros temen el rechazo o la vergüenza. ¿Cuáles son algunas de las razones más comunes por las que crees que algunas personas dudan de testificar? Comenta con tu clase sus pensamientos sobre por qué muchos miembros de la iglesia no participan activamente en compartir su fe.
Hemos llegado al final de nuestras lecciones de este trimestre. ¿Qué es lo más significativo que has extraído de ellas? ¿Hay alguna idea que hayas captado que marque una diferencia significativa en tu vida?
Hay una maravillosa declaración de la mensajera de Dios para el tiempo del fin que podemos llevarnos cuando terminemos nuestra clase este trimestre: “Nuestra confesión de su fidelidad es el agente escogido por el Cielo para revelar a Cristo al mundo. Debemos reconocer su gracia como fue dada a conocer por los santos de antaño; pero lo que será más eficaz es el testimonio de nuestra propia experiencia. Somos testigos de Dios mientras revelamos en nosotros mismos la obra de un poder divino” (DTG 313).
Dios lo bendiga!!!
UN PASO DE FE
Sábado 19 de septiembre
LEE PARA EL ESTUDIO DE ESTA SEMANA: Filipenses 2:5–11; Mateo 4:18–20; Hechos 9:3–6, 10–20; Juan 21:15–19; 1 Juan 3:16–18.
PARA MEMORIZAR:
“Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres” (Fil. 2:5-7).
Nunca podrá comprenderse el costo de nuestra redención hasta que los redimidos estén con el Redentor delante del Trono de Dios. Entonces, al percibir de repente nuestros sentidos arrobados las glorias de la Patria eterna, recordaremos que Jesús dejó todo eso por nosotros; que no solo se exilió de las cortes celestiales, sino también por nosotros corrió el riesgo de fracasar y perderse eternamente. Entonces arrojaremos nuestras coronas a sus pies y elevaremos este canto: ‘¡Digno es el Cordero, que ha sido sacrificado, de recibir el poder, la riqueza y la sabiduría, la fortaleza y la honra, la gloria y la alabanza!’ ” (DTG 105).
Cuando respondemos a su dirección, aceptamos su mandato y nos unimos a él para alcanzar a las personas perdidas para su Reino, se requiere sacrificio. Aunque nuestros sacrificios nunca pueden compararse de nin-guna manera con los de Jesús, el ministerio ganador de almas también es para nosotros un salto de fe. Nos lleva fuera de nuestras zonas de confort a aguas desconocidas. A veces nuestro Señor nos llama a hacer sacrificios, pero las alegrías que ofrece son mucho mayores.
Notas EGW
Sábado
Cuando estudiamos el carácter divino a la luz de la cruz, vemos misericordia, ternura, espíritu perdonador unidos con equidad y justicia. Vemos en medio del trono a uno que lleva en sus manos y pies y en su costado las marcas del sufrimiento soportado para reconciliar al hombre con Dios. Vemos a un Padre infinito que mora en luz inaccesible, pero que nos recibe por los méritos de su Hijo…
Al contemplar a Cristo, nos detenemos en la orilla de un amor inconmensurable. Nos esforzamos por hablar de este amor, pero nos faltan las palabras. Consideramos su vida en la tierra, su sacrificio por nosotros, su obra en el cielo como abogado nuestro, y las mansiones que está preparando para aquellos que le aman; y solo podemos exclamar: ¡Oh! ¡qué altura y profundidad las del amor de Cristo!…
En todo verdadero discípulo, este amor, como fuego sagrado, arde en el altar del corazón. Fue en la tierra donde el amor de Dios se reveló por Cristo. Es en la tierra donde sus hijos han de reflejar su amor mediante vidas inmaculadas. Así los pecadores serán guiados a la cruz, para contemplar al Cordero de Dios (Los hechos de los apóstoles, pp. 268, 269).
Cristo no era insensible a la ignominia y la desgracia. Experimentó todo amargamente. Lo sintió más profunda y agudamente que lo que nosotros podemos sentir el sufrimiento, porque su naturaleza era más exaltada, pura y santa que la de la humanidad pecadora por quien sufría. Era la Majestad del cielo, era igual al Padre, era el Comandante de las huestes angélicas, y, sin embargo, murió por el hombre sufriendo una muerte que más que ninguna otra era considerada ignominiosa. Ojalá que los enaltecidos corazones de los hombres comprendieran esto. Ojalá que comprendieran el significado de la redención, y procuraran aprender la humildad de Jesús (A fin de conocerle, p. 338).
En esta vida, podemos apenas empezar a comprender el tema maravilloso de la redención. Con nuestra inteligencia limitada podemos considerar con todo fervor la ignominia y la gloria, la vida y la muerte, la justicia y la misericordia que se tocan en la cruz; pero ni con la mayor tensión de nuestras facultades mentales llegamos a comprender todo su significado. La largura y anchura, la profundidad y altura del amor redentor se comprenden tan solo confusamente. El plan de la redención no se entenderá por completo ni siquiera cuando los rescatados vean como serán vistos ellos mismos y conozcan como serán conocidos; pero a través de las edades sin fin, nuevas verdades se desplegarán continuamente ante la mente admirada y deleitada. Aunque las aflicciones, las penas y las tentaciones terrenales hayan concluido, y aunque la causa de ellas haya sido suprimida, el pueblo de Dios tendrá siempre un conocimiento claro e inteligente de lo que costó su salvación.
La cruz de Cristo será la ciencia y el canto de los redimidos durante toda la eternidad. En el Cristo glorificado, contemplarán al Cristo crucificado (El conflicto de los siglos, p. 632).
Sábado
Cuando estudiamos el carácter divino a la luz de la cruz, vemos misericordia, ternura, espíritu perdonador unidos con equidad y justicia. Vemos en medio del trono a uno que lleva en sus manos y pies y en su costado las marcas del sufrimiento soportado para reconciliar al hombre con Dios. Vemos a un Padre infinito que mora en luz inaccesible, pero que nos recibe por los méritos de su Hijo…
Al contemplar a Cristo, nos detenemos en la orilla de un amor inconmensurable. Nos esforzamos por hablar de este amor, pero nos faltan las palabras. Consideramos su vida en la tierra, su sacrificio por nosotros, su obra en el cielo como abogado nuestro, y las mansiones que está preparando para aquellos que le aman; y solo podemos exclamar: ¡Oh! ¡qué altura y profundidad las del amor de Cristo!…
En todo verdadero discípulo, este amor, como fuego sagrado, arde en el altar del corazón. Fue en la tierra donde el amor de Dios se reveló por Cristo. Es en la tierra donde sus hijos han de reflejar su amor mediante vidas inmaculadas. Así los pecadores serán guiados a la cruz, para contemplar al Cordero de Dios (Los hechos de los apóstoles, pp. 268, 269).
Cristo no era insensible a la ignominia y la desgracia. Experimentó todo amargamente. Lo sintió más profunda y agudamente que lo que nosotros podemos sentir el sufrimiento, porque su naturaleza era más exaltada, pura y santa que la de la humanidad pecadora por quien sufría. Era la Majestad del cielo, era igual al Padre, era el Comandante de las huestes angélicas, y, sin embargo, murió por el hombre sufriendo una muerte que más que ninguna otra era considerada ignominiosa. Ojalá que los enaltecidos corazones de los hombres comprendieran esto. Ojalá que comprendieran el significado de la redención, y procuraran aprender la humildad de Jesús (A fin de conocerle, p. 338).
En esta vida, podemos apenas empezar a comprender el tema maravilloso de la redención. Con nuestra inteligencia limitada podemos considerar con todo fervor la ignominia y la gloria, la vida y la muerte, la justicia y la misericordia que se tocan en la cruz; pero ni con la mayor tensión de nuestras facultades mentales llegamos a comprender todo su significado. La largura y anchura, la profundidad y altura del amor redentor se comprenden tan solo confusamente. El plan de la redención no se entenderá por completo ni siquiera cuando los rescatados vean como serán vistos ellos mismos y conozcan como serán conocidos; pero a través de las edades sin fin, nuevas verdades se desplegarán continuamente ante la mente admirada y deleitada. Aunque las aflicciones, las penas y las tentaciones terrenales hayan concluido, y aunque la causa de ellas haya sido suprimida, el pueblo de Dios tendrá siempre un conocimiento claro e inteligente de lo que costó su salvación.
La cruz de Cristo será la ciencia y el canto de los redimidos durante toda la eternidad. En el Cristo glorificado, contemplarán al Cristo crucificado (El conflicto de los siglos, p. 632).
Domingo 20 de septiembre
EL AMOR ALTRUISTA DE JESÚS
El apóstol Pablo nos anima a tener el mismo “sentir”, o la misma “actitud” (NVI), que tenía Cristo. Esto nos lleva a algunas preguntas fascinantes. ¿Cuál era la actitud de Cristo? ¿Qué gobernó sus patrones de pensamiento y conducta? ¿Cuál fue la esencia de su pensamiento?
Lee Filipenses 2:5 al 11. ¿Cómo revelan estos versículos el corazón del pensamiento de Cristo y el modelo que gobernaba toda su vida?
Desde toda la eternidad, Jesús era igual a Dios. Pablo declara esta verdad eterna en estas palabras: “El cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse” (Fil. 2:6). La palabra traducida “forma” es la palabra griega morphē. Significa la esencia misma de una cosa. Vincula dos cosas que son de igual valor. El Comentario bíblico adventista lo expresa de esta manera: “Esto coloca a Cristo en igualdad con el Padre y muy por en-cima de todo otro poder. Pablo lo destaca para describir más vívidamente las profundidades de la humillación voluntaria de Cristo” (CBA 7:160). Hablando de su naturaleza eterna, Elena de White agrega: “En Cristo hay vida original, no prestada ni derivada de otra” (DTG 489).
Jesús, quien era igual a Dios desde toda la eternidad, “se despojó a sí mismo”. Esta también es una expresión fascinante, en griego. Literalmente, se puede traducir como “vaciarse”. Jesús voluntariamente “se vació” de sus privilegios y prerrogativas como el igual de Dios para asumir la forma de un hombre y convertirse en un humilde servidor de la humanidad. Como siervo, reveló la ley del amor del Cielo al Universo entero y, finalmente, realizó el acto de amor supremo en la Cruz. Él dio su vida para salvar la nuestra, eternamente.
La esencia del pensamiento de Jesús era el amor abnegado. Seguir a Jesús significa que amamos como él amó y servimos como él sirvió. Permitir que Jesús, a través de su Espíritu Santo, nos vacíe de la ambición egoísta nos costará. Le costó todo a Jesús. Pero las Escrituras dicen de Jesús: “Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre” (Fil. 2:9).
El cielo valdrá cualquier sacrificio que hagamos en la Tierra. Habrá sa-crificios en el camino, pero las alegrías del servicio los superarán hoy, y la alegría eterna de vivir con Cristo por toda la eternidad hará que cualquier sacrificio que hagamos aquí parezca insignificante.
■ ¿Cuándo fue la última vez que realmente tuviste que morir al yo por causa de Cristo? ¿Qué te dice tu respuesta sobre tu caminar cristiano?
Notas EGW
Domingo
La humillación del hombre Cristo Jesús es incomprensible para la mente humana, pero su divinidad y su existencia antes de que el mundo fuera formado nunca pueden ser puestas en duda por los que creen en la Palabra de Dios. El apóstol Pablo habla de nuestro Mediador, el unigénito Hijo de Dios, el cual en un estado de gloria era en la forma de Dios, el Comandante de todas las huestes celestiales, y quien, cuando revistió su divinidad con humanidad, tomó sobre sí la forma de siervo…
Al consentir en convertirse en hombre, Cristo manifestó una humildad que es la maravilla de las inteligencias celestiales. El acto de consentir en ser hombre no habría sido una humillación si no hubiera sido por la excelsa preexistencia de Cristo. Debemos abrir nuestro entendimiento para comprender que Cristo puso a un lado su manto real, su corona regia y su elevado mando, y revistió su divinidad con humanidad para que pudiera encontrarse con el hombre donde este estaba y para proporcionar a los miembros de la familia humana poder moral, a fin de que llegaran a ser los hijos e hijas de Dios. Para redimir al hombre, Cristo se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz (Mensajes selectos, t. 1, pp. 285, 286).
“Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre”. Filipenses 2:5-11…
tema grandioso y celestial que en alto grado ha sido dejado fuera de los sermones, porque Cristo no está formado dentro de la mente humana. Y Satanás se ha salido con la suya al conseguir que esto sea así: que Cristo no haya sido el tema de contemplación y adoración. Este nombre, tan poderoso, tan esencial, debe estar en cada lengua (Mensajes selectos, t. 3, pp. 209, 210).
Cristo no tenía mancha alguna de pecado, pero al tomar la naturaleza del hombre se expuso a los más crueles ataques del enemigo, a las tentaciones más sutiles, al dolor más profundo. Sufrió al ser tentado. Fue hecho semejante a sus hermanos para que pudiera mostrar que mediante la gracia, los hombres podían vencer las tentaciones del enemigo… Oigamos sus palabras: “He aquí, vengo; en el rollo del libro está escrito de mí; el hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, y tu ley está en medio de mi corazón”. Salmo 40:7, 8 (En los lugares celestiales, p. 43).
Domingo
La humillación del hombre Cristo Jesús es incomprensible para la mente humana, pero su divinidad y su existencia antes de que el mundo fuera formado nunca pueden ser puestas en duda por los que creen en la Palabra de Dios. El apóstol Pablo habla de nuestro Mediador, el unigénito Hijo de Dios, el cual en un estado de gloria era en la forma de Dios, el Comandante de todas las huestes celestiales, y quien, cuando revistió su divinidad con humanidad, tomó sobre sí la forma de siervo…
Al consentir en convertirse en hombre, Cristo manifestó una humildad que es la maravilla de las inteligencias celestiales. El acto de consentir en ser hombre no habría sido una humillación si no hubiera sido por la excelsa preexistencia de Cristo. Debemos abrir nuestro entendimiento para comprender que Cristo puso a un lado su manto real, su corona regia y su elevado mando, y revistió su divinidad con humanidad para que pudiera encontrarse con el hombre donde este estaba y para proporcionar a los miembros de la familia humana poder moral, a fin de que llegaran a ser los hijos e hijas de Dios. Para redimir al hombre, Cristo se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz (Mensajes selectos, t. 1, pp. 285, 286).
“Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre”. Filipenses 2:5-11…
tema grandioso y celestial que en alto grado ha sido dejado fuera de los sermones, porque Cristo no está formado dentro de la mente humana. Y Satanás se ha salido con la suya al conseguir que esto sea así: que Cristo no haya sido el tema de contemplación y adoración. Este nombre, tan poderoso, tan esencial, debe estar en cada lengua (Mensajes selectos, t. 3, pp. 209, 210).
Cristo no tenía mancha alguna de pecado, pero al tomar la naturaleza del hombre se expuso a los más crueles ataques del enemigo, a las tentaciones más sutiles, al dolor más profundo. Sufrió al ser tentado. Fue hecho semejante a sus hermanos para que pudiera mostrar que mediante la gracia, los hombres podían vencer las tentaciones del enemigo… Oigamos sus palabras: “He aquí, vengo; en el rollo del libro está escrito de mí; el hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, y tu ley está en medio de mi corazón”. Salmo 40:7, 8 (En los lugares celestiales, p. 43).
Lunes 21 de septiembre
LLAMADOS A COMPROMETERSE
Imagina que eres Pedro y Juan. El sol acaba de salir en una hermosa mañana en Galilea, ahuyentando el frío del aire nocturno. Tus pensamientos están en una cosa: pescar peces; muchos de ellos. La pesca ha sido buena recientemente, y estás esperando otro día de buena pesca. Luego, a la luz de la madrugada, lo ves acercarse: Jesús de Nazaret. Poco imaginas que en unos momentos toda tu vida cambiará. Nunca volverás a ser el mismo.
Lee Mateo 4:18 al 20. ¿Por qué crees que Pedro y Juan estaban dispuestos a hacer un compromiso tan radical para seguir a Cristo? ¿Qué indicadores hay en el texto de que Jesús los estaba llamando a un propósito más elevado que pescar?
Del Evangelio de Juan aprendemos que estos hombres ya sabían algo acerca de Jesús hacía más de un año, pero no se habían comprometido com-pletamente con él. Aun así, debió haber habido un porte divino en Cristo, algo en su apariencia, palabras y acciones que indicaron a estos pescadores galileos que los estaba invitando a un llamado divino. La razón por la cual dejaron sus barcas, su profesión y sus entornos familiares para seguirlo fue porque sintieron el llamado a un propósito superior. Estos pescadores comunes reconocieron que fueron llamados para un propósito extraordi-nario. Puede que Dios no te esté llamando a dejar tu profesión hoy, pero te está llamando a un propósito extraordinario, y es compartir su amor y ser testigo de su verdad para la gloria de su nombre.
Considera el llamado de Mateo, el recaudador de impuestos, en Mateo 9:9. ¿Qué ves en este pasaje que es bastante notable?
Los recaudadores de impuestos, en el mundo romano, a menudo eran ex-torsionadores que usaban su poder oficial para oprimir a la gente común. Eran algunos de los personajes más odiados y despreciados en todo Israel. La invi-tación de Cristo, “Sígueme”, presupone que Mateo había oído hablar de Jesús y que en su corazón deseaba seguirlo. Cuando llegó la invitación, estaba listo. Le sorprendió que Cristo lo aceptara y lo invitara a ser uno de sus discípulos.
En lo profundo de todos nuestros corazones hay un anhelo de algo más en la vida. Nosotros también queremos vivir para algo que valga la pena, para un propósito más grandioso y noble. Por lo tanto, Cristo nos llama, como Mateo, a seguirlo.
■ Piensa en lo que distintas personas han tenido que renunciar para seguir a Jesús. ¿Por qué, al final, siempre valdrá la pena?
Notas EGW
Lunes
Cuando Cristo llamó a sus discípulos para que le siguieran, no les ofreció halagüeñas perspectivas para esta vida. No les prometió ganancias ni honores mundanales, ni tampoco hizo estipulación alguna acerca de lo que recibirían. A Mateo, que estaba sentado cobrando impuestos, el Salvador le dijo: “Sígueme. Y se levantó, y le siguió”. Mateo 9:9. Antes de prestar sus servicios, Mateo no aguardó para reclamar salario seguro, equivalente a la cantidad que recibía en su ocupación anterior. Sin preguntar nada ni vacilar, siguió a Jesús. Le bastaba estar con el Salvador, para poder oír sus palabras y unirse a él en su obra.
Así había sucedido con los discípulos anteriormente llamados. Cuando Jesús invitó a Pedro y sus compañeros a seguirle, ellos dejaron inmediatamente sus botes y sus redes. Algunos de estos discípulos tenían personas amadas que dependían de ellos para su sostén; pero cuando recibieron la invitación del Salvador, no vacilaron ni le preguntaron: ¿Cómo viviré y sostendré mi familia? Fueron obedientes al llamado, y cuando más tarde Jesús les preguntó: “Cuando os envié sin bolsa, y sin alforja, y sin zapatos, ¿os faltó algo?” pudieron contestar: “Nada”. Lucas 22:35 (Obreros evangélicos, pp. 118, 119).
Muchos son incapaces de idear planes definidos para lo porvenir. Su vida es inestable. No pueden entrever el desenlace de los asuntos, y esto los llena a menudo de ansiedad e inquietud. Recordemos que la vida de los hijos de Dios en este mundo es vida de peregrino. No tenemos sabiduría para planear nuestra vida. No nos incumbe amoldar lo futuro en nuestra existencia…
Cristo, en su vida terrenal, no se trazó planes personales. Aceptó los planes de Dios para él, y día tras día el Padre se los revelaba. Así deberíamos nosotros también depender de Dios, para que nuestras vidas fueran sencillamente el desenvolvimiento de su voluntad. A medida que le encomendemos nuestros caminos, él dirigirá nuestros pasos.
Son muchos los que, al idear planes para un brillante porvenir, fracasan completamente. Dejad que Dios haga planes para vosotros. Como niños, confiad en la dirección de Aquel que “guarda los pies de sus santos”. 1 Samuel 2:9. Dios no guía jamás a sus hijos de otro modo que el que ellos mismos escogerían, si pudieran ver el fin desde el principio y discernir la gloria del designio que cumplen como colaboradores con Dios (El ministerio de curación, p. 380).
Lo primero que deben aprender todos los que quieran trabajar con Dios, es la lección de desconfianza en sí mismos; entonces estarán preparados para que se les imparta el carácter de Cristo. Este no se obtiene por la educación en las escuelas más científicas. Es fruto de la sabiduría que se obtiene únicamente del Maestro divino (El Deseado de todas las gentes, p. 214).
Lunes
Cuando Cristo llamó a sus discípulos para que le siguieran, no les ofreció halagüeñas perspectivas para esta vida. No les prometió ganancias ni honores mundanales, ni tampoco hizo estipulación alguna acerca de lo que recibirían. A Mateo, que estaba sentado cobrando impuestos, el Salvador le dijo: “Sígueme. Y se levantó, y le siguió”. Mateo 9:9. Antes de prestar sus servicios, Mateo no aguardó para reclamar salario seguro, equivalente a la cantidad que recibía en su ocupación anterior. Sin preguntar nada ni vacilar, siguió a Jesús. Le bastaba estar con el Salvador, para poder oír sus palabras y unirse a él en su obra.
Así había sucedido con los discípulos anteriormente llamados. Cuando Jesús invitó a Pedro y sus compañeros a seguirle, ellos dejaron inmediatamente sus botes y sus redes. Algunos de estos discípulos tenían personas amadas que dependían de ellos para su sostén; pero cuando recibieron la invitación del Salvador, no vacilaron ni le preguntaron: ¿Cómo viviré y sostendré mi familia? Fueron obedientes al llamado, y cuando más tarde Jesús les preguntó: “Cuando os envié sin bolsa, y sin alforja, y sin zapatos, ¿os faltó algo?” pudieron contestar: “Nada”. Lucas 22:35 (Obreros evangélicos, pp. 118, 119).
Muchos son incapaces de idear planes definidos para lo porvenir. Su vida es inestable. No pueden entrever el desenlace de los asuntos, y esto los llena a menudo de ansiedad e inquietud. Recordemos que la vida de los hijos de Dios en este mundo es vida de peregrino. No tenemos sabiduría para planear nuestra vida. No nos incumbe amoldar lo futuro en nuestra existencia…
Cristo, en su vida terrenal, no se trazó planes personales. Aceptó los planes de Dios para él, y día tras día el Padre se los revelaba. Así deberíamos nosotros también depender de Dios, para que nuestras vidas fueran sencillamente el desenvolvimiento de su voluntad. A medida que le encomendemos nuestros caminos, él dirigirá nuestros pasos.
Son muchos los que, al idear planes para un brillante porvenir, fracasan completamente. Dejad que Dios haga planes para vosotros. Como niños, confiad en la dirección de Aquel que “guarda los pies de sus santos”. 1 Samuel 2:9. Dios no guía jamás a sus hijos de otro modo que el que ellos mismos escogerían, si pudieran ver el fin desde el principio y discernir la gloria del designio que cumplen como colaboradores con Dios (El ministerio de curación, p. 380).
Lo primero que deben aprender todos los que quieran trabajar con Dios, es la lección de desconfianza en sí mismos; entonces estarán preparados para que se les imparta el carácter de Cristo. Este no se obtiene por la educación en las escuelas más científicas. Es fruto de la sabiduría que se obtiene únicamente del Maestro divino (El Deseado de todas las gentes, p. 214).
Martes 22 de septiembre
PABLO: INSTRUMENTO ESCOGIDO POR DIOS
Cuando Pablo aceptó a Cristo, su vida entera cambió radicalmente. Cristo le dio un futuro completamente nuevo. Lo condujo fuera de su zona de con-fort a experiencias que apenas podría haber imaginado. A través de la guía del Espíritu Santo, el apóstol Pablo proclamó la Palabra de Dios a miles de personas en todo el mundo mediterráneo. Su testimonio cambió la historia del cristianismo y del mundo.
Lee Hechos 9:3 al 6 y 10 al 20. ¿Cómo revelan estos versículos que Jesús tenía un propósito divino para la vida de Pablo?
A menudo Jesús elige a los candidatos más improbables para dar tes-timonio de su nombre. Piensa en los endemoniados, la mujer samaritana, una prostituta, un recaudador de impuestos, pescadores galileos, y ahora un feroz perseguidor del cristianismo. Todos estos fueron transformados por gracia y luego enviados con alegría en sus corazones para contar la historia de lo que Cristo había hecho en su vida. Nunca se cansaron de contar la historia. Lo que Cristo había hecho por ellos era tan maravilloso que tenían que compartirlo. No podían permanecer en silencio.
Compara Hechos 28:28 al 31 con 2 Timoteo 4:5 al 8. ¿Qué indicios tenemos en estos versículos de que Pablo nunca flaqueó en su compromiso de entre-gar toda su vida a Cristo en un ministerio ganador de almas?
Al final de su vida, mientras estaba bajo arresto domiciliario en Roma, Pablo afirmó que “a los gentiles es enviada esta salvación de Dios; y ellos oirán” (Hech. 28:28). El registro bíblico dice que recibía a todos los que lo visitaban y les predicaba la Palabra (28:30, 31). Al final de su vida, instó a Timoteo a hacer trabajo de evangelista, y Pablo pudo decir de sí mismo: “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe” (2 Tim. 4:7).
Aunque nuestro llamado puede no ser tan dramático como el de Pablo, Dios nos llama a cada uno de nosotros a participar con él en su obra de cambiar al mundo. Es obvio que, a pesar de todas las dificultades que había enfrentado a lo largo de los años (ver 2 Cor. 11:25–30), Pablo se mantuvo fiel a su llamado en el Señor. La historia de cómo este experseguidor de los dis-cípulos de Jesús se convirtió en el defensor más influyente y consecuente de la fe cristiana (con la excepción de Jesús) continúa siendo un poderoso testimonio de lo que el Señor puede hacer a través de alguien que dedica su vida a la obra de Dios.
■ ¿Qué te ha llamado Dios a hacer? ¿Lo estás haciendo?
Notas EGW
Martes
Es muy ferviente e impresionante la invitación del apóstol [Pablo] a sus hermanos corintios a considerar de nuevo el inmaculado amor de su Redentor. “Ya sabéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo —declaró—, que por amor de vosotros se hizo pobre, siendo rico; para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos”. Conocéis la altura desde la cual se rebajó, la profundidad de la humillación a la cual descendió. Habiendo emprendido la senda de la abnegación y el sacrificio, no se apartó de ella hasta que hubo dado su vida. No hubo descanso para él entre el trono y la cruz.
Pablo se fue deteniendo en un punto tras otro, a fin de que los que leyeran su epístola pudieran comprender plenamente la maravillosa condescendencia de su Salvador con ellos. Presentando a Cristo como era cuando era igual a Dios y recibía con él el homenaje de los ángeles, el apóstol trazó su curso hasta cuando hubo alcanzado las más bajas profundidades de la humillación. Pablo estaba convencido de que si podía hacerles comprender el asombroso sacrificio hecho por la Majestad del cielo, barrería de sus vidas todo su egoísmo. Mostró cómo el Hijo de Dios había depuesto su gloria y se había sometido voluntariamente a las condiciones de la naturaleza humana; y entonces se había humillado como un siervo, llegando a ser “obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Filipenses 2:8), para poder elevar a los hombres de la degradación a la esperanza y el gozo del cielo (Los hechos de los apóstoles, pp. 267, 268).
Lo experimentado por el apóstol y su instrucción en cuanto a la santidad de la obra del ministro, son una fuente de ayuda e inspiración para los que se ocupan en el ministerio evangélico. El corazón de Pablo ardía de amor por los pecadores, y dedicaba todas sus energías a la obra de ganar almas. Nunca vivió un obrero más abnegado y perseverante. Las bendiciones que recibía las consideraba otras tantas ventajas que debía usar para bendición de otros. No perdía ninguna oportunidad de hablar del Salvador o ayudar a los que estaban en dificultad. Iba de lugar en lugar predicando el evangelio de Cristo y estableciendo iglesias. Dondequiera podía encontrar oyentes, procuraba contrarrestar el mal y tornar los hombres y mujeres a la senda de la justicia (Los hechos de los apóstoles, p. 295).
El Señor siempre asigna una tarea a cada ser humano. Esta es la cooperación divino-humana. Aquí conocemos al hombre que obedece la luz que se le ha dado. Si Saúl hubiera dicho: “Señor, no me siento inclinado en lo más mínimo a seguir tus indicaciones para obrar mi propia salvación”, todo habría sido inútil, aunque Dios le hubiera dado diez veces más luz.
La obra del hombre es colaborar con Dios. Y el conflicto más duro y más severo se produce cuando llega la hora de la gran resolución del ser humano de someter su voluntad y sus caminos a la voluntad y los caminos de Dios, y confiar en las influencias de la gracia que lo han acompañado durante toda su vida… La acción no estará de acuerdo con los sentimientos y la inclinación, sino con el conocimiento de la voluntad de nuestro Padre que está en los cielos. Sigan y obedezcan la dirección del Espíritu Santo (Mente, carácter y personalidad, t. 2, p. 787).
Martes
Es muy ferviente e impresionante la invitación del apóstol [Pablo] a sus hermanos corintios a considerar de nuevo el inmaculado amor de su Redentor. “Ya sabéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo —declaró—, que por amor de vosotros se hizo pobre, siendo rico; para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos”. Conocéis la altura desde la cual se rebajó, la profundidad de la humillación a la cual descendió. Habiendo emprendido la senda de la abnegación y el sacrificio, no se apartó de ella hasta que hubo dado su vida. No hubo descanso para él entre el trono y la cruz.
Pablo se fue deteniendo en un punto tras otro, a fin de que los que leyeran su epístola pudieran comprender plenamente la maravillosa condescendencia de su Salvador con ellos. Presentando a Cristo como era cuando era igual a Dios y recibía con él el homenaje de los ángeles, el apóstol trazó su curso hasta cuando hubo alcanzado las más bajas profundidades de la humillación. Pablo estaba convencido de que si podía hacerles comprender el asombroso sacrificio hecho por la Majestad del cielo, barrería de sus vidas todo su egoísmo. Mostró cómo el Hijo de Dios había depuesto su gloria y se había sometido voluntariamente a las condiciones de la naturaleza humana; y entonces se había humillado como un siervo, llegando a ser “obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Filipenses 2:8), para poder elevar a los hombres de la degradación a la esperanza y el gozo del cielo (Los hechos de los apóstoles, pp. 267, 268).
Lo experimentado por el apóstol y su instrucción en cuanto a la santidad de la obra del ministro, son una fuente de ayuda e inspiración para los que se ocupan en el ministerio evangélico. El corazón de Pablo ardía de amor por los pecadores, y dedicaba todas sus energías a la obra de ganar almas. Nunca vivió un obrero más abnegado y perseverante. Las bendiciones que recibía las consideraba otras tantas ventajas que debía usar para bendición de otros. No perdía ninguna oportunidad de hablar del Salvador o ayudar a los que estaban en dificultad. Iba de lugar en lugar predicando el evangelio de Cristo y estableciendo iglesias. Dondequiera podía encontrar oyentes, procuraba contrarrestar el mal y tornar los hombres y mujeres a la senda de la justicia (Los hechos de los apóstoles, p. 295).
El Señor siempre asigna una tarea a cada ser humano. Esta es la cooperación divino-humana. Aquí conocemos al hombre que obedece la luz que se le ha dado. Si Saúl hubiera dicho: “Señor, no me siento inclinado en lo más mínimo a seguir tus indicaciones para obrar mi propia salvación”, todo habría sido inútil, aunque Dios le hubiera dado diez veces más luz.
La obra del hombre es colaborar con Dios. Y el conflicto más duro y más severo se produce cuando llega la hora de la gran resolución del ser humano de someter su voluntad y sus caminos a la voluntad y los caminos de Dios, y confiar en las influencias de la gracia que lo han acompañado durante toda su vida… La acción no estará de acuerdo con los sentimientos y la inclinación, sino con el conocimiento de la voluntad de nuestro Padre que está en los cielos. Sigan y obedezcan la dirección del Espíritu Santo (Mente, carácter y personalidad, t. 2, p. 787).
Miércoles 23 de septiembre
LAS EXIGENCIAS DEL AMOR
El amor siempre se manifiesta en acción. Nuestro amor por Cristo nos obliga a hacer algo por la humanidad perdida. Pablo lo afirmó claramente cuando dijo a la iglesia de Corinto: “Porque el amor de Cristo nos constriñe” (2 Cor. 5:14). El cristianismo no significa renunciar principalmente a las cosas malas para poder ser salvos. Jesús no “renunció” a las cosas malas en el cielo para poder ser salvo; renunció a cosas buenas para que otros pudieran ser salvos. Jesús no nos invita simplemente a dar nuestro tiempo, talentos y tesoros a su causa; nos invita a dar nuestra vida.
Lee Juan 21:15 al 19. ¿Qué pregunta le hizo Jesús a Pedro tres veces, y cuál fue la respuesta de Pedro? ¿Por qué Jesús le hizo a Pedro esta pregunta en particular tres veces?
Pedro negó a su Señor tres veces, y Jesús obtuvo una respuesta de amor de los propios labios de Pedro tres veces. En presencia de los discípulos, Jesús estaba reconstruyendo la confianza de Pedro en que había sido perdonado por el amor divino y en que Jesús todavía tenía trabajo para él en su causa.
Lee Juan 21:15 al 19 nuevamente; esta vez, especialmente observando la respuesta de Jesús a la afirmación de Pedro acerca de su amor por Cristo. ¿Qué le dijo Jesús que hiciera, en respuesta?
El amor divino es activo, no pasivo. El amor genuino es más que un sen-timiento cálido, más que una buena idea. Implica compromiso. El amor nos obliga a actuar. Nos lleva a alcanzar a un mundo perdido de hijos de Dios con una necesidad desesperada. Cuando Jesús le dijo a Pedro: “Apacienta mis corderos”, era tanto una orden como un consuelo reconfortante. El Maestro apeló a una respuesta al amor, y también exhortó a Pedro a que todavía tenía un trabajo que hacer, incluso a pesar de la acción verdaderamente vergonzosa de Pedro cuando Jesús había sido arrestado y Pedro no solo negó conocer a Jesús, sino también lo hizo con maldiciones, exactamente como Cristo había dicho que haría.
¿Cuál es el punto? Puede ser que hayas fallado desesperadamente a tu Señor. Es posible que lo hayas negado por tus acciones más de una vez. La buena noticia es que la gracia todavía está disponible, y Dios aún no ha ter-minado contigo. Todavía hay un lugar en su obra para ti, si estás dispuesto.
■ Al igual que Pedro, ¿alguna vez has “negado” al Señor? Si es así, ¿qué te dice este relato, no solo de la negación de Pedro, sino de las palabras de Cristo a Pedro aquí?
Notas EGW
Miércoles
“El amor de Cristo —dijo Pablo— nos constriñe”. 2 Corintios 5:14. Tal era el principio que inspiraba la conducta de Pablo; era su móvil. Si alguna vez su ardor menguaba por un momento en la senda del deber, una mirada a la cruz le hacía ceñirse nuevamente los lomos del entendimiento y avanzar en el camino del desprendimiento. En sus trabajos por sus hermanos fiaba mucho en la manifestación de amor infinito en el sacrificio de Cristo, con su poder que domina y constriñe (El ministerio de curación, p. 400).
Tres veces había negado Pedro abiertamente a su Señor, y tres veces Jesús obtuvo de él la seguridad de su amor y lealtad, haciendo penetrar en su corazón esta aguda pregunta, como una saeta armada de púas que penetrase en su herido corazón. Delante de los discípulos congregados, Jesús reveló la profundidad del arrepentimiento de Pedro, y demostró cuán cabalmente humillado se hallaba el discípulo una vez jactancioso.
Pedro era naturalmente audaz e impulsivo, y Satanás se había valido de estas características para vencerle. Precisamente antes de la caída de Pedro, Jesús le había dicho: “Satanás os ha pedido para zarandaros como a trigo; mas yo he rogado por ti que tu fe no falte: y tú, una vez vuelto, confirma a tus hermanos”. Había llegado ese momento, y era evidente la transformación realizada en Pedro. Las preguntas tan apremiantes por las cuales el Señor le había probado, no habían arrancado una sola respuesta impetuosa o vanidosa; y a causa de su humillación y arrepentimiento, Pedro estaba mejor preparado que nunca antes para actuar como pastor del rebaño (El Deseado de todas las gentes, p. 752).
Esta pregunta escudriñadora del corazón era necesaria en el caso de Pedro y es necesaria en nuestro caso. La obra de restauración nunca puede ser completa a menos que se llegue a las raíces del mal. Una y otra vez los brotes han sido cortados, mientras se ha dejado la raíz de la amargura para que crezca y contamine a muchos; pero hay que ir a la misma raíz del mal escondido…
Esta es la obra que está delante de cada alma que ha deshonrado a Dios y entristecido el corazón de Cristo al negar la verdad y la justicia. Si el alma examinada soporta el proceso de prueba sin que el yo despierte a la vida sintiéndose herido y ultrajado bajo la prueba, ese cuchillo agudo revela que el alma está realmente muerta al yo, mas viva para Dios (Conflicto y valor, p. 322).
La primera obra que Cristo confió a Pedro al restaurarle en su ministerio consistía en apacentar a los corderos. Era una obra en la cual Pedro tenía poca experiencia. Iba a requerir gran cuidado y ternura, mucha paciencia y perseverancia. Le llamaba a ministrar a aquellos que fuesen jóvenes en la fe, a enseñar a los ignorantes, a presentarles las Escrituras y educarlos para ser útiles en el servicio de Cristo. Hasta entonces Pedro no había sido apto para hacer esto, ni siquiera para comprender su importancia. Pero esta era la obra que Jesús le ordenaba hacer ahora. Había sido preparado para ella por el sufrimiento y el arrepentimiento que había experimentado (El Deseado de todas las gentes, pp. 752, 753).
Miércoles
“El amor de Cristo —dijo Pablo— nos constriñe”. 2 Corintios 5:14. Tal era el principio que inspiraba la conducta de Pablo; era su móvil. Si alguna vez su ardor menguaba por un momento en la senda del deber, una mirada a la cruz le hacía ceñirse nuevamente los lomos del entendimiento y avanzar en el camino del desprendimiento. En sus trabajos por sus hermanos fiaba mucho en la manifestación de amor infinito en el sacrificio de Cristo, con su poder que domina y constriñe (El ministerio de curación, p. 400).
Tres veces había negado Pedro abiertamente a su Señor, y tres veces Jesús obtuvo de él la seguridad de su amor y lealtad, haciendo penetrar en su corazón esta aguda pregunta, como una saeta armada de púas que penetrase en su herido corazón. Delante de los discípulos congregados, Jesús reveló la profundidad del arrepentimiento de Pedro, y demostró cuán cabalmente humillado se hallaba el discípulo una vez jactancioso.
Pedro era naturalmente audaz e impulsivo, y Satanás se había valido de estas características para vencerle. Precisamente antes de la caída de Pedro, Jesús le había dicho: “Satanás os ha pedido para zarandaros como a trigo; mas yo he rogado por ti que tu fe no falte: y tú, una vez vuelto, confirma a tus hermanos”. Había llegado ese momento, y era evidente la transformación realizada en Pedro. Las preguntas tan apremiantes por las cuales el Señor le había probado, no habían arrancado una sola respuesta impetuosa o vanidosa; y a causa de su humillación y arrepentimiento, Pedro estaba mejor preparado que nunca antes para actuar como pastor del rebaño (El Deseado de todas las gentes, p. 752).
Esta pregunta escudriñadora del corazón era necesaria en el caso de Pedro y es necesaria en nuestro caso. La obra de restauración nunca puede ser completa a menos que se llegue a las raíces del mal. Una y otra vez los brotes han sido cortados, mientras se ha dejado la raíz de la amargura para que crezca y contamine a muchos; pero hay que ir a la misma raíz del mal escondido…
Esta es la obra que está delante de cada alma que ha deshonrado a Dios y entristecido el corazón de Cristo al negar la verdad y la justicia. Si el alma examinada soporta el proceso de prueba sin que el yo despierte a la vida sintiéndose herido y ultrajado bajo la prueba, ese cuchillo agudo revela que el alma está realmente muerta al yo, mas viva para Dios (Conflicto y valor, p. 322).
La primera obra que Cristo confió a Pedro al restaurarle en su ministerio consistía en apacentar a los corderos. Era una obra en la cual Pedro tenía poca experiencia. Iba a requerir gran cuidado y ternura, mucha paciencia y perseverancia. Le llamaba a ministrar a aquellos que fuesen jóvenes en la fe, a enseñar a los ignorantes, a presentarles las Escrituras y educarlos para ser útiles en el servicio de Cristo. Hasta entonces Pedro no había sido apto para hacer esto, ni siquiera para comprender su importancia. Pero esta era la obra que Jesús le ordenaba hacer ahora. Había sido preparado para ella por el sufrimiento y el arrepentimiento que había experimentado (El Deseado de todas las gentes, pp. 752, 753).
Jueves 24 de septiembre
EL COMPROMISO DEL AMOR
Mientras las olas bañan la orilla, Jesús le habla a Pedro sobre el costo del discipulado. Quiere que Pedro sepa claramente a qué se enfrentará si acepta la invitación de Jesús: “Pastorea mis ovejas”.
Lee Juan 21:18 y 19. ¿Qué le dijo Jesús a Pedro sobre el costo del discipu-lado? ¿Por qué crees que Jesús le reveló algo tan sorprendente a Pedro en este momento de su vida?
En estas palabras, Cristo predijo el martirio que un día Pedro experi-mentaría. Sus manos estarían extendidas en una cruz. Con esta revelación, Cristo le ofreció a Pedro una elección. Le ofreció la alegría más grande de la vida: ver almas ganadas para el Reino de Dios. En el día de Pentecostés vería a miles acudir a Cristo. Pedro haría milagros en el nombre de Jesús y lo glorificaría ante muchos miles más. Tendría el gozo eterno de la comunión con Cristo en su misión.
Pero ese privilegio estaría acompañado por un precio. Exigiría un sa-crificio, el sacrificio supremo. Se le pidió a Pedro que se comprometiera con los ojos bien abiertos. Pues Pedro ahora sabía que ningún sacrificio era demasiado grande para unirse a Jesús en su misión al mundo.
Lee 1 Juan 3:16 al 18. ¿Cuál es la alternativa de Juan al amor como una mera abstracción vaga? ¿Cómo define Juan el sacrificio supremo del amor?
En la eternidad, nada de lo que hemos hecho parecerá un sacrificio. Nuestra inversión de tiempo y esfuerzo, o de nuestra vida, parecerá excesi-vamente recompensada. Qué alegría es convertir el amor en acción, convertir las intenciones en compromiso. Cuando respondemos al amor divino sin retener nada y nos dedicamos al servicio para testificar a otros como emba-jadores de Cristo, cumplimos el propósito de nuestra vida y experimentamos la alegría más grande de la vida. Como Jesús dijo tan acertadamente: “Si sabéis estas cosas, bienaventurados seréis si las hiciereis” (Juan 13:17). La mayor alegría y felicidad duradera de la vida se produce cuando estamos cumpliendo el significado de nuestra existencia al glorificar a Dios por la forma en que vivimos y compartimos su amor y su verdad con el mundo.
■ Es difícil comprender la idea de la eternidad, cuando todo lo que conocemos con-lleva un tiempo breve. Pero, tan bien como puedas, intenta imaginar la vida eterna, una vida eterna buena, mejor que cualquier cosa que podamos tener aquí, y, por lo tanto, por qué nada aquí, en este corto período de tiempo, valdría la pena retener, y perder así la promesa de la vida eterna que tenemos en Jesús.
Notas EGW
Jueves
A fin de que quedase fortalecido para la prueba final de su fe, el Salvador le reveló lo que le esperaba. Le dijo que después de vivir una vida útil, cuando la vejez le restase fuerzas, habría de seguir de veras a su Señor. Jesús dijo: “Cuando eras más mozo, te ceñías, e ibas donde querías; mas cuando ya fueres viejo, extenderás tus manos, y te ceñirá otro, y te llevará a donde no quieras. Y esto dijo, dando a entender con qué muerte había de glorificar a Dios”.
Jesús dio entonces a conocer a Pedro la manera en que habría de morir. Hasta predijo que serían extendidas sus manos sobre la cruz. Volvió a ordenar a su discípulo: “Sígueme”. Pedro no quedó desalentado por la revelación. Estaba dispuesto a sufrir cualquier muerte por su Señor…
Le había amado como hombre, como maestro enviado del cielo; ahora le amaba como Dios. Había estado aprendiendo la lección de que para él Cristo era todo en todo. Ahora estaba preparado para participar de la misión de sacrificio de su Señor. Cuando por fin fue llevado a la cruz, fue, a petición suya, crucificado con la cabeza hacia abajo. Pensó que era un honor demasiado grande sufrir de la misma manera en que su Maestro había sufrido (El Deseado de todas las gentes, p. 754).
“En esto hemos conocido el amor, porque él puso su vida por nosotros: también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos”.
Después que descendió el Espíritu Santo, cuando los discípulos salieron a proclamar al Salvador viviente, su único deseo era la salvación de las almas. Se regocijaban en la dulzura de la comunión con los santos. Eran compasivos, considerados, abnegados, dispuestos a hacer cualquier sacrificio por la causa de la verdad. En su asociación diaria, revelaban el amor que Cristo les había enseñado. Por medio de palabras y hechos desinteresados, se esforzaban por despertar ese sentimiento en otros corazones.
Los creyentes habían de cultivar siempre un amor tal. Tenían que ir adelante en voluntaria obediencia al nuevo mandamiento. Tan estrechamente debían estar unidos con Cristo que pudieran sentirse capacitados para cumplir todos sus requerimientos. Sus vidas magnificarían el poder del Salvador, quien podía justificarlos por su justicia (Los hechos de los apóstoles, p. 437).
El amor divino dirige sus más conmovedores llamamientos al corazón cuando nos pide que manifestemos la misma tierna compasión que Cristo mostró. Solamente el hombre que tiene un amor desinteresado por su hermano, ama verdaderamente a Dios…
Los que nunca experimentaron el tierno y persuasivo amor de Cristo, no pueden guiar a otros a la fuente de la vida. Su amor en el corazón es un poder compelente, que induce a los hombres a revelarlo en su conversación, por un espíritu tierno y compasivo, y en la elevación de las vidas de aquellos con quienes se asocian. Los obreros cristianos que tienen éxito en sus esfuerzos deben conocer a Cristo, y a fin de conocerle, deben conocer su amor. En el cielo se mide su idoneidad como obreros por su capacidad de amar como Cristo amó y trabajar como él trabajó (Los hechos de los apóstoles, pp. 439, 440).
Jueves
A fin de que quedase fortalecido para la prueba final de su fe, el Salvador le reveló lo que le esperaba. Le dijo que después de vivir una vida útil, cuando la vejez le restase fuerzas, habría de seguir de veras a su Señor. Jesús dijo: “Cuando eras más mozo, te ceñías, e ibas donde querías; mas cuando ya fueres viejo, extenderás tus manos, y te ceñirá otro, y te llevará a donde no quieras. Y esto dijo, dando a entender con qué muerte había de glorificar a Dios”.
Jesús dio entonces a conocer a Pedro la manera en que habría de morir. Hasta predijo que serían extendidas sus manos sobre la cruz. Volvió a ordenar a su discípulo: “Sígueme”. Pedro no quedó desalentado por la revelación. Estaba dispuesto a sufrir cualquier muerte por su Señor…
Le había amado como hombre, como maestro enviado del cielo; ahora le amaba como Dios. Había estado aprendiendo la lección de que para él Cristo era todo en todo. Ahora estaba preparado para participar de la misión de sacrificio de su Señor. Cuando por fin fue llevado a la cruz, fue, a petición suya, crucificado con la cabeza hacia abajo. Pensó que era un honor demasiado grande sufrir de la misma manera en que su Maestro había sufrido (El Deseado de todas las gentes, p. 754).
“En esto hemos conocido el amor, porque él puso su vida por nosotros: también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos”.
Después que descendió el Espíritu Santo, cuando los discípulos salieron a proclamar al Salvador viviente, su único deseo era la salvación de las almas. Se regocijaban en la dulzura de la comunión con los santos. Eran compasivos, considerados, abnegados, dispuestos a hacer cualquier sacrificio por la causa de la verdad. En su asociación diaria, revelaban el amor que Cristo les había enseñado. Por medio de palabras y hechos desinteresados, se esforzaban por despertar ese sentimiento en otros corazones.
Los creyentes habían de cultivar siempre un amor tal. Tenían que ir adelante en voluntaria obediencia al nuevo mandamiento. Tan estrechamente debían estar unidos con Cristo que pudieran sentirse capacitados para cumplir todos sus requerimientos. Sus vidas magnificarían el poder del Salvador, quien podía justificarlos por su justicia (Los hechos de los apóstoles, p. 437).
El amor divino dirige sus más conmovedores llamamientos al corazón cuando nos pide que manifestemos la misma tierna compasión que Cristo mostró. Solamente el hombre que tiene un amor desinteresado por su hermano, ama verdaderamente a Dios…
Los que nunca experimentaron el tierno y persuasivo amor de Cristo, no pueden guiar a otros a la fuente de la vida. Su amor en el corazón es un poder compelente, que induce a los hombres a revelarlo en su conversación, por un espíritu tierno y compasivo, y en la elevación de las vidas de aquellos con quienes se asocian. Los obreros cristianos que tienen éxito en sus esfuerzos deben conocer a Cristo, y a fin de conocerle, deben conocer su amor. En el cielo se mide su idoneidad como obreros por su capacidad de amar como Cristo amó y trabajar como él trabajó (Los hechos de los apóstoles, pp. 439, 440).
Viernes 25 de septiembre
PARA ESTUDIAR Y MEDITAR:
“Los que tienen a su cargo la responsabilidad de velar por la salud espi-ritual de la iglesia deberían inventar medios y recursos a fin de dar a cada miembro de la iglesia la oportunidad de realizar una parte en la obra de Dios. No se ha hecho esto en el pasado con mucha frecuencia. No se han trazado planes específicos para utilizar en el servicio activo los talentos de todos. Hay tan solo pocas personas que comprenden cuánto se ha perdido a causa de esto.
“Los dirigentes de la causa de Dios, como sabios generales, deben trazar planes para llevar a cabo acciones de avanzada a lo largo de toda la línea. En sus planes, deben tomar en cuenta especialmente la obra que los laicos pueden llevar a cabo en beneficio de sus amigos y vecinos. La obra de Dios en este mundo no podrá terminarse hasta que los hombres y las mujeres que componen la feligresía de nuestra iglesia se interesen en la obra y unan sus esfuerzos con los de los ministros y los dirigentes de la iglesia.
“La salvación de los pecadores requiere trabajo personal decidido. Te-nemos que presentarles la Palabra de vida sin esperar que ellos vengan a nosotros. ¡Quisiera poder hablar a hombres y mujeres palabras que los des-pierten a la acción diligente! Los momentos que ahora se nos han concedido son escasos. Nos encontramos en el umbral mismo del mundo eterno. No tenemos tiempo que perder. Cada momento es de oro y demasiado valioso para dedicarlo únicamente a nuestro servicio personal. ¿Quiénes buscarán fervientemente a Dios a fin de obtener de él poder y gracia para ser sus obreros fieles en el campo misionero?
“En toda iglesia hay talentos, los cuales, con el trabajo adecuado, pueden desarrollarse a fin de convertirlos en gran ayuda para la obra. Lo que ahora se necesita para la edificación de nuestras iglesias es la excelente obra de los sabios obreros que puedan discernir y desarrollar talentos en la iglesia, talentos que puedan entrenarse para que el Maestro pueda usarlos” (TI 9:94, 95).
PREGUNTAS PARA DIALOGAR:
1. ¿Cuál es el pensamiento principal de la cita anterior de Elena de White? ¿Qué impacto puede tener en tu testimonio personal y la obra misionera de tu iglesia?
2. Piensa en tu respuesta a la pregunta al final de la lección del do-mingo, sobre lo que has sacrificado por Cristo. ¿Qué, de hecho, has sacrificado? ¿Por qué lo hiciste? ¿Valió la pena? ¿Cómo podrías explicar, a alguien que no es cristiano, lo que hiciste y por qué lo hiciste?
Notas EGW
Viernes
A fin de conocerle, 19 de febrero, “¿Le permitirás entrar?”, p. 56;
En los lugares celestiales, 17 de diciembre, “Gloria indescriptible”, p. 360.
Viernes
A fin de conocerle, 19 de febrero, “¿Le permitirás entrar?”, p. 56;
En los lugares celestiales, 17 de diciembre, “Gloria indescriptible”, p. 360.
LECCIONES DE ESCUELA SABÁTICA DE ADULTOS
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Dios lo bendiga!!!
- MATERIAL AUXILIAR PARA EL MAESTRO -
Lección 13
Lección 13
EL SÁBADO ENSEÑARÉ...
Texto clave: Filipenses 2:5-11.
Enfoque del estudio: Mateo 4:18-22; 2 Corintios 5:10-12; Juan 21:15-19.
Parte I: RESEÑA
La fe genuina siempre conduce a la acción. La fe bíblica funciona tan bien que obra. La iglesia del Nuevo Testamento era una iglesia apasionada por la testificación. Compartir a Cristo era la consecuencia natural de su relación con él. Estaban preparados para hacer el sacrificio supremo por su causa. Muchos de ellos sufrieron persecución, encarcelamiento, e incluso la muerte. Ningún sacrificio para el Jesús que dio tanto por ellos era demasiado grande.
Su compromiso con Cristo a menudo los llevó a dar un salto de fe. Cristo los llamó fuera de sus zonas de confort. La tarea que tenían ante ellos estaba mucho más allá de sus capacidades. Era demasiado grande para que lo lograran, pero no demasiado grande para que Dios lo lograra. Comprendieron las promesas de Dios, y con fe salieron a cambiar el mundo.
La tarea ante la iglesia hoy está mucho más allá de nuestras capacidades. Cristo nos está llamando a dar un salto de fe. En la lección de esta semana, repasaremos el compromiso que cambia vidas de la iglesia del Nuevo Testamento a la luz del compromiso de Cristo de redimirnos. Jesús se entregó por completo a la voluntad del Padre. El propósito principal, único, de su vida era la salvación de la humanidad; ningún sacrificio era demasiado grande para lograr ese objetivo. Nuestro estudio de esta semana explora cómo su sacrificio es un ejemplo para nosotros. Nos invita a dar un salto de fe al dar nuestra vida en servicio a él y al ministerio a los demás.
Parte II: COMENTARIO
Filipenses 2:5 al 11 es uno de los pasajes más magníficos de toda la Biblia sobre la condescendencia de Cristo. Algunos autores llaman a este pasaje “El canto de Cristo”. Todo el libro de Filipenses se enfoca en tres temas principales: regocijo, humildad y fe. Filipenses 2 destaca el tema de la humildad. Jesús dejó las magníficas glorias de su estado exaltado en el cielo, se despojó de los privilegios y las prerrogativas como el igual de Dios, entró en el mundo de la humanidad como un siervo y murió la más humillante de las muertes, en la cruz. El apóstol Pablo usa este ejemplo de Jesús como modelo para la vida cristiana. La vida sacrificial de Cristo, de un ministerio desinteresado, es el modelo para toda la fe cristiana. Dejó los reinos celestiales y vino a la Tierra como el “el siervo infatigable de las necesidades del hombre […] para atender toda necesidad de la humanidad” (MC 11).
La Biblia de Estudio Andrews comenta, en su introducción al libro de Filipenses: “Los cristianos se despojan de sus derechos a la igualdad y rinden servicio los unos a los otros en amor y humildad para impedir que aflore el espíritu de rivalidad. A través de este acto de humillación personal, los cristianos también se distinguen de la gente del mundo, que busca afirmar sus derechos y se enzarza en luchas para alcanzar la igualdad con sus pares y superiores” (Biblia de Estudio Andrews, p. 1.478). Un análisis cuidadoso de Filipenses 2:5 al 11 revela gemas de verdad para nuestra vida hoy. El pasaje comienza con estas palabras memorables: “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús” (Fil. 2:5). El apóstol ha presentado anteriormente, en el capítulo, la necesidad de unidad y humildad desinteresadas. Ahora se concentra en Cristo como nuestro Ejemplo de vida y ministerio abnegado. El sentir (“la actitud”, NVI) de Cristo es el servicio.
Jesús estaba totalmente comprometido con ministrar a las necesidades de quienes lo rodeaban. Jesús tenía la “forma” Fil. 2:6del griego morfé, o la esencia misma, de Dios. Tenía, por su propia naturaleza, todas las características y las cualidades eternas de Dios. Según el Comentario bíblico adventista, “esto coloca a Cristo en igualdad con el Padre y muy por encima de todo otro poder. Pablo lo destaca para describir más vívidamente las profundidades de la humillación voluntaria de Cristo” (CBA 6:160). Según el apóstol Pablo, Cristo “no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse”.
En otras palabras, reconocía su naturaleza eterna y su unidad con el Padre, pero voluntariamente, por amor, renunció a su posición al lado del Padre y “se despojó a sí mismo”. Esta frase, en Filipenses 2:7, se traduce literalmente como “se vació a sí mismo”. Se desvistió de toda la gloria del Reino. Por amor a nosotros, renunció a todas las características y las cualidades inherentes que eran suyas por su naturaleza eterna y su unidad con Dios. No vino a un palacio real, como hijo de la realeza, sino como un siervo humilde y obediente.
La palabra griega para siervo es doulos, que significa sirviente, o esclavo. Es obvio que Pablo está contrastando dos estados: la forma de Dios y la forma de un siervo. Jesús pasó de la posición más alta a la más baja; todo, por nosotros. Él entregó su soberanía divina por una vida de servicio sacrificial. Tener el sentir, o la actitud, de Cristo es tener la disposición de sacrificarse a sí mismo para la salvación de los demás. El sentir de Cristo es de ministerio y servicio. Es de misericordia, compasión, perdón y gracia.
La muerte de Cristo en la Cruz revela su corazón de amor. El amor genuino siempre nos lleva a hacer sacrificios por los que amamos. El amor no es un sentimiento emocional superficial, aunque los sentimientos están asociados con el amor. El amor es un compromiso. Buscar siempre lo mejor para los demás es una elección. El amor nos obliga a hacer sacrificios en nuestra vida por el Reino de Dios. Nos lleva a dar un paso de fe a fin de usar los dones que nos ha dado para bendecir a otros.
Las demandas del amor
Después de su crucifixión y su resurrección, Jesús se encontró con un pequeño grupo de sus discípulos a orillas del mar de Galilea. La meta de Jesús, en esa hora de la madrugada, era reconstruir a un hombre. Pedro lo había negado tres veces. Jesús estaba allí para despertar una respuesta de amor del corazón de Pedro y darle un nuevo sentido de perdón, aceptación y propósito. Después de una noche de pesca en que estos pescadores experimentados no pescaron un solo pez, Jesús hizo un milagro divino. Sus redes quedaron llenas hasta rebosar, de una pesca maravillosa. Sentado alrededor de la fogata esa mañana en Galilea, Jesús le hizo a Pedro esta pregunta pertinente: “Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que éstos? Le respondió: Sí, Señor; tú sabes que te amo. Él le dijo: Apacienta mis corderos” (Juan 21:15). En el idioma original del texto, hay dos palabras para “amor”. Cuando Jesús le hace la pregunta a Pedro, le dice: “¿Me amas [agape]?” En algunos contextos, la palabra agape se refiere al amor que fluye del corazón de Dios. Un amor así es de origen divino. Es un amor puro y desinteresado.
Cuando Pedro responde a Jesús, no usa la palabra agape. Él dice: “Sí, Señor; tú sabes que te amo”. La palabra que usa Pedro es la palabra griega phileo. Esto se refiere a un vínculo humano profundo. Por ejemplo, la palabra “Filadelfia” significa amor fraternal. La respuesta de Jesús es “Apacienta mis corderos”. En otras palabras, entrega tu vida en un servicio sacrificado. Ve a trabajar para mí. Ministra a los demás.
Jesús le hace a Pedro la misma pregunta en Juan 21:16 y usando las mismas palabras, pero la tercera vez, en Juan 21:17, Jesús cambia la palabra para “amor” cuando hace la pregunta. No vemos esto en la mayoría de las traducciones, pero está claro en el idioma original del Nuevo Testamento. Jesús ya no le pregunta a Pedro: “¿Me amas con el amor divino agape?” Él pregunta: “¿Me phileo?” Parece como si Jesús estuviera diciendo esto: “Pedro, sé que tu amor por mí fluye a través de los canales débiles de tu humanidad. Me has negado tres veces, pero te perdono. Mi gracia es tuya. Comienza donde estás. Ve a trabajar para mí, y tu amor por mí crecerá y se expandirá en un profundo amor divino por los demás”. Pedro le falló a Jesús en un momento muy crítico en la vida de Cristo, pero eso no descalificó a Pedro para servir. Jesús envió a un “perdonado”, cambió a Pedro a fin de que trabajara para él.
Al igual que Pedro, nuestro amor por Cristo crecerá en el servicio a los demás. Cuanto más amamos a Jesús, más deseamos compartir ese amor con las personas que nos rodean. Cuanto más compartimos su amor con las personas que nos rodean, más crece nuestro amor por Jesús. Elena de White comparte esta verdad eterna en El camino a Cristo, página 80: “El espíritu de trabajo desinteresado por otros da al carácter profundidad, estabilidad y amabilidad como las de Cristo, y trae paz y felicidad a su poseedor”. Cuando damos un salto de fe y participamos activamente en la testificación, crecemos espiritualmente. Las mayores alegrías de la vida provienen de compartir el amor de Dios con los demás. A medida que buscamos diariamente oportunidades para compartir lo que Cristo significa para nosotros, vemos abrirse ante nosotros oportunidades providenciales. El Espíritu Santo guía a nuestra vida a las personas que busca.
Parte III: APLICACIÓN A LA VIDA
Hay muchas personas que no pueden testificar porque no están seguras de qué decir. Otros temen el rechazo o la vergüenza. ¿Cuáles son algunas de las razones más comunes por las que crees que algunas personas dudan de testificar? Comenta con tu clase sus pensamientos sobre por qué muchos miembros de la iglesia no participan activamente en compartir su fe.
Hemos llegado al final de nuestras lecciones de este trimestre. ¿Qué es lo más significativo que has extraído de ellas? ¿Hay alguna idea que hayas captado que marque una diferencia significativa en tu vida?
Hay una maravillosa declaración de la mensajera de Dios para el tiempo del fin que podemos llevarnos cuando terminemos nuestra clase este trimestre: “Nuestra confesión de su fidelidad es el agente escogido por el Cielo para revelar a Cristo al mundo. Debemos reconocer su gracia como fue dada a conocer por los santos de antaño; pero lo que será más eficaz es el testimonio de nuestra propia experiencia. Somos testigos de Dios mientras revelamos en nosotros mismos la obra de un poder divino” (DTG 313).
LECCIONES DE ESCUELA SABÁTICA DE ADULTOS
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