Lección de Escuela Sabática de Adultos 3er Trimestre 2020, Escuela Sabática Adultos 3er Trimestre 2020, Lección 3er Trimestre 2020,
Lección 11: Para el 12 de septiembre de 2020
LEE PARA EL ESTUDIO DE ESTA SEMANA: Efesios 2:1–10; 1 Juan 4:7–11; Marcos 5:1–20; Hebreos 10:19–22; Gálatas 2:20; 1 Corintios 1:30.
Como se indicó en una lección anterior, nada argumenta más elocuentemente en favor del poder del evangelio que una vida cambiada. La gente puede discutir tu teología; puede debatir sobre doctrinas; puede cuestionar tu comprensión de las Escrituras; pero rara vez cuestionará tu testimonio personal de lo que Jesús significa para ti y lo que ha hecho en tu vida.
Testificar es compartir lo que sabemos acerca de Jesús. Es dejar que otros sepan lo que él significa para nosotros y lo que ha hecho por nosotros. Si nuestro testimonio consiste únicamente en tratar de probar que lo que creemos es correcto y que lo que otros creen es incorrecto, nos encontraremos con una fuerte oposición. Si nuestro testimonio sobre Jesús proviene de un corazón que ha sido transformado por su gracia, conquistado por su amor y asombrado por su verdad, los demás quedarán impresionados por la forma en que la verdad que creemos ha impactado nuestra vida. La verdad presentada en el contexto de una vida cambiada marca la diferencia.
JESÚS: LA BASE DE NUESTRO TESTIMONIO
Como cristianos, todos tenemos una historia personal que contar, una historia sobre cómo Jesús cambió nuestra vida y lo que ha hecho por nosotros.
Lee Efesios 2:1 al 10. ¿Cómo éramos antes de conocer a Cristo? ¿Qué obtenemos al haber aceptado a Cristo?
A. Antes de conocer a Cristo (Efe. 2:1–3).
B. Después de conocer a Cristo (Efe. 2:4–10).
¡Qué cambio tan asombroso! Antes de conocer a Cristo, estábamos “muertos en delitos y pecados”, “siguiendo la corriente de este mundo”, “haciendo la voluntad de la carne”, y “éramos por naturaleza hijos de ira”. En pocas palabras, antes de conocer a Cristo, deambulábamos sin rumbo por la vida en una condición perdida.
Es posible que hayamos experimentado lo que parecía ser felicidad, pero había una angustia del alma y un propósito incumplido en nuestra vida. Acudir a Cristo y experimentar su amor marcó toda la diferencia. Ahora, en Cristo, estamos verdaderamente “vivos”. A través de las “abundantes riquezas de su gracia” y su “rica misericordia” hacia nosotros, hemos recibido el don de la salvación. Nos ha levantado y “nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús, para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús”. En Cristo, la vida ha adquirido un nuevo significado y tiene un nuevo propósito. Como Juan declara: “En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres” (Juan 1:4).
Lee Efesios 2:10. ¿Qué nos dice este texto sobre cuán centrales son las buenas obras para la fe del cristiano? ¿Cómo entendemos esta idea en el contexto de la salvación por fe “sin las obras de la ley” (Rom. 3:28)?
■ ¿Cómo ha cambiado tu vida gracias a Cristo, un cambio que podría ayudar a alguien a conocer a Jesús?
EL PODER TRANSFORMADOR DEL TESTIMONIO PERSONAL
Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, eran conocidos como los “hijos del trueno” (Mar. 3:17). De hecho, fue Jesús quien les dio su apodo. Una ilustración de la disposición ardiente de Juan tuvo lugar cuando Jesús y sus discípulos viajaban por Samaria. Cuando intentaron encontrar un lugar para alojarse por la noche, se encontraron con la oposición debido al prejuicio de los samaritanos contra los judíos. Se les rehusó incluso el más humilde de los alojamientos.
Santiago y Juan pensaron que tenían la solución al problema. “Viendo esto sus discípulos Jacobo y Juan, dijeron: Señor, ¿quieres que mandemos que descienda fuego del cielo, como hizo Elías, y los consuma?” (Luc. 9:54). Jesús reprendió a los hermanos, y todos salieron del pueblo en silencio. El camino de Jesús es el camino del amor, no de la fuerza combativa.
En presencia del amor de Jesús, la impetuosidad y la ira de Juan se transformaron en bondad amorosa y un espíritu amable y compasivo. En la primera Epístola de Juan, la palabra amor aparece casi cuarenta veces; en sus diversas formas, aparece cincuenta veces.
Lee 1 Juan 1:1 al 4; 3:1; 4:7 al 11; y 5:1 al 5. ¿Qué te dicen estos pasajes sobre el testimonio de Juan y los cambios que tuvieron lugar en su vida debido a su interacción con Jesús?
Hay un principio eterno que es una ley del Universo. Elena de White declara bien este principio con estas palabras: “El ejercicio de la fuerza es contrario a los principios del gobierno de Dios; él desea solo el servicio de amor; y el amor no puede ser exigido; no puede ser ganado por la fuerza o la autoridad. El amor se despierta únicamente por el amor” (DTG 13).
Cuando estamos comprometidos con Cristo, su amor brilla a través de nosotros hacia los demás. El mayor testimonio del cristianismo es una vida cambiada. Esto no significa que nunca cometeremos errores, y a veces no seremos los conductos de amor y gracia que se supone que debemos ser. Pero sí significa que, idealmente, el amor de Cristo fluirá a través de nuestra vida, y seremos una bendición para quienes nos rodean.
■ ¿Cuán bien reflejas el amor de Cristo a los demás? Piensa en las implicaciones de tu respuesta.
CONTAR LA HISTORIA DE JESÚS
¿Quiénes fueron los primeros misioneros que Jesús envió? No estaban entre los discípulos. No estaban entre sus seguidores de mucho tiempo. Los primeros misioneros que Jesús envió fueron hombres locos, endemoniados que unas horas antes habían aterrorizado la región y habían aterrado los corazones de los vecinos de la aldea.
Con un poder demoníaco sobrenatural, uno de estos endemoniados rompía las cadenas que lo ataban, chillaba en tonos horribles y mutilaba su propio cuerpo con piedras afiladas. La agonía en sus voces solo reflejaba una agonía más profunda en sus almas (Mat. 8:28, 29; Mar. 5:1–5).
Pero luego se encontraron con Jesús, y su vida cambió. Nunca volverían a ser los mismos. Jesús expulsó a los demonios atormentadores de sus personas hacia una piara de cerdos, que luego se despeñaron de un acantilado hacia el mar (Mat. 8:32–34; Mar. 5:13, 14).
Lee Marcos 5:1 al 17. ¿Qué les pasó a estos hombres y qué encontraron los habitantes del pueblo cuando salieron a ver qué había sucedido?
Los endemoniados ahora eran hombres nuevos, transformados por el poder de Cristo. La gente del pueblo los encontró sentados a los pies de Jesús, escuchando cada palabra de la boca del Maestro. Debemos tener en cuenta que el Evangelio de Mateo dice que había dos endemoniados, mientras que el Evangelio de Marcos proyecta la historia en solo uno de los dos. Pero el punto es que Jesús los restauró física, mental, emocional y espiritualmente.
Lee Marcos 5:18 al 20. Obviamente, estos endemoniados transformados, estos nuevos conversos, querían quedarse con Jesús, pero ¿qué los envió Cristo a hacer?
Esos hombres habían tenido el privilegio de oír las enseñanzas de Cristo por unos pocos momentos. Sus oídos no habían recibido un solo sermón de sus labios. No podían instruir a la gente como eran capaces de hacerlo los discípulos que habían estado diariamente con Jesús. Pero llevaban en su persona la evidencia de que Jesús era el Mesías. Podían contar lo que sabían; lo que ellos mismos habían visto, oído y sentido del poder de Cristo. Esto es lo que puede hacer cada uno cuyo corazón ha sido conmovido por la gracia de Dios” (DTG 307). Sus testimonios prepararon Decápolis, diez ciudades a orillas del mar de Galilea, para recibir las enseñanzas de Jesús. Este es el poder del testimonio personal.
TESTIFICAR CON SEGURIDAD
Lee 1 Juan 5:11 al 13; Hebreos 10:19 al 22; y 1 Corintios 15:1 y 2. ¿Qué garantía de vida eterna nos dan las Escrituras que nos permite testificar de nuestra salvación en Cristo con certeza?
Si no tenemos la seguridad personal de la salvación en Jesús, no es posible compartirla con otra persona. No podemos compartir lo que no tenemos nosotros mismos. Hay cristianos concienzudos que viven en un estado de incertidumbre perpetua, preguntándose si alguna vez serán lo suficientemente buenos como para ser salvos. Como un sabio y viejo predicador dijo una vez: “Cuando me miro a mí mismo, no veo posibilidad de ser salvo. Cuando miro a Jesús, no veo posibilidad de perderme”. Las palabras del Señor resuenan con certeza a través de los siglos: “Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra, porque yo soy Dios, y no hay más” (Isa. 45:22).
Nuestro Señor quiere que cada uno de nosotros se regocije en la salvación que él ofrece tan libremente. Él anhela que experimentemos lo que significa ser justificados por su gracia y estar libres de la condenación que trae la culpa del pecado. Como dice Pablo en Romanos 5: “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (vers. 1). Agrega que podemos tener la seguridad: “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu” (Rom. 8:1). El apóstol Juan confirma que “el que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida” (1 Juan 5:12).
Si por fe hemos aceptado a Jesús, y él vive en nuestros corazones a través de su Espíritu Santo, el regalo de la vida eterna es nuestro hoy. Esto no quiere decir que una vez que hayamos experimentado la gracia de Dios y la salvación en Cristo nunca podamos perderla (2 Ped. 2:18–22; Heb. 3:6; Apoc. 3:5); siempre tenemos la libre elección de alejarnos de él. Pero, una vez que hayamos experimentado su amor y entendido las profundidades de su sacrificio, nunca deberíamos elegir alejarnos de aquel que nos ama tanto. Día a día buscaremos oportunidades para compartir con otros la gracia que nos dio en Jesús.
■ ¿Tienes seguridad de salvación en Jesús? Si es así, ¿en qué la basas? ¿Por qué tienes esa seguridad? ¿Dónde se encuentra? Por otro lado, si no estás seguro de tu salvación, ¿por qué no lo estás? ¿Cómo puedes encontrar esa seguridad?
ALGO POR LO CUAL VALE LA PENA TESTIFICAR
“Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gál. 2:20).
Ciertamente hay sacrificios cuando aceptamos a Cristo. Hay cosas que nos pide que rindamos. Jesús dejó en claro el compromiso que se necesitaría para seguirlo: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame” (Luc. 9:23). La muerte en una cruz es una muerte dolorosa. Cuando entregamos nuestra vida ante la invitación de Cristo y este “viejo hombre” de pecado es crucificado (ver Rom. 6:6), es doloroso. A veces es doloroso renunciar a los deseos preciados y los hábitos de toda la vida, pero las recompensas superan con creces el dolor.
Los testimonios poderosos que tienen un impacto que cambia la vida de los demás se centran en lo que Cristo ha hecho por nosotros, no en lo que hemos renunciado por él. Se centran en su sacrificio, no en nuestros así llamados “sacrificios”. Porque Cristo nunca nos pide que renunciemos a nada que sea de nuestro mayor interés retener.
Sin embargo, la historia del cristianismo está llena de historias de aquellos que tuvieron que hacer enormes sacrificios por el amor de Cristo. No es que estas personas se estuvieran ganando la salvación, o que sus actos, sin importar cuán desinteresados y sacrificados hayan sido, les dieran mérito ante Dios. En cambio, en la mayoría de los casos, al darse cuenta de lo que Cristo había hecho por ellos, estos hombres y mujeres estuvieron dispuestos a poner todo sobre el altar del sacrificio, de acuerdo con el llamado de Dios en su vida.
Lee Juan 1:12; 10:10; 14:27 y 1 Corintios 1:30. Nuestro testimonio siempre se basa en lo que Cristo ha hecho por nosotros. Enumera algunos de los dones de su gracia mencionados en los textos anteriores.
A la luz de los textos anteriores, piensa en lo que Cristo ha hecho por ti. Es posible que hayas sido un cristiano dedicado toda tu vida, o posiblemente hayas experimentado una conversión más dramática. Medita en lo bueno que Jesús ha sido contigo y el propósito, la paz y la felicidad que te ha dado. Piensa en las veces que te ha dado fuerza para superar las experiencias difíciles de tu vida.
■ ¿Qué tipo de sacrificios has sido llamado a hacer por Cristo? ¿Qué has aprendido de tus experiencias que podría ser una bendición para los demás?
PARA ESTUDIAR Y MEDITAR:
“La muchedumbre maravillada que se apretujaba en derredor de Cristo no se percató del incremento de poder vital. Pero cuando la mujer enferma extendió la mano para tocarlo, creyendo que sería sanada, sintió la virtud sanadora. Así es también en las cosas espirituales. El hablar de religión de una manera casual, el orar sin hambre del alma ni fe viviente, no vale nada. Una fe nominal en Cristo, que lo acepta meramente como Salvador del mundo, jamás puede traer sanidad al alma. La fe que es para salvación no es un mero asentimiento intelectual a la verdad. [...] No es suficiente creer acerca de Cristo; debemos creer en él. La única fe que nos beneficiará es la que lo acepta como Salvador personal; la que se apropia de sus méritos para uno mismo. [...]
“Nuestra confesión de su fidelidad es el agente escogido por el Cielo para revelar a Cristo al mundo. Debemos reconocer su gracia como fue dada a conocer por los santos de antaño; pero lo que será más eficaz es el testimonio de nuestra propia experiencia. Somos testigos de Dios mientras revelamos en nosotros mismos la obra de un poder divino. Cada persona tiene una vida distinta de todas las demás, y una experiencia que difiere esencialmente de la suya. Dios desea que nuestra alabanza ascienda a él marcada por nuestra propia individualidad. Esos preciosos reconocimientos para alabanza de la gloria de su gracia, cuando están respaldados por una vida semejante a la de Cristo, tienen un poder irresistible que obra para la salvación de las almas” (DTG 312, 313).
PREGUNTAS PARA DIALOGAR:
1. ¿Cuáles son los elementos de un testimonio convincente? Lee el testimonio de Pablo ante Agripa en Hechos 26:1 al 23. ¿Cuál fue el fundamento de su testimonio?
2. ¿Por qué crees que nuestro testimonio personal sobre lo que Cristo ha hecho por nosotros es tan poderoso? Explica tu respuesta a la pregunta: Ok, eso es lo que le sucedió, pero ¿qué pasa si no tengo ese tipo de experiencia? ¿Por qué tu experiencia debería ser capaz de enseñarme algo acerca de por qué debería seguir a Jesús?
3. ¿Cuáles son algunas de las cosas que te gustaría evitar al dar tu testimonio a un no creyente?
4. Reflexiona acerca de la pregunta sobre la seguridad de la salvación. ¿Por qué es esto una parte tan importante de la experiencia cristiana? ¿Cómo podemos estar seguros de nuestra propia salvación y, al mismo tiempo, no ser presuntuosos?
Dios lo bendiga!!!
EL SÁBADO ENSEÑARÉ...
Texto clave: 1 Juan 5:11-13.
Enfoque del estudio: 1 Juan 5:1-3; Efesios 2:1-8; Marcos 5:15-19; Hebreos 10:19-22.
Parte I: RESEÑA
El poder de la testificación en el Nuevo Testamento es el poder del testimonio personal. Los creyentes del primer siglo compartieron a un Cristo que conocían por experiencia. Los cristianos artificiales –si existe tal cosa– nunca cambiarán al mundo. Cuando Cristo habita en nuestros corazones a través del ministerio del Espíritu Santo, nuestra vida cambia.
Testificar es una tarea laboriosa, si es simplemente un deber o una obligación religiosa. Es una delicia si proviene de un corazón rebosante de amor por el Cristo que nos ha redimido. Cuando estamos enamorados, disfrutamos hablando de la persona que amamos. Lo que es verdad para el amor humano ciertamente también es verdad para el amor divino. El poder del testimonio en el Nuevo Testamento fue precisamente esto: los creyentes compartían espontáneamente a un Cristo que amaban. Testificar no era un requisito legalista, era la respuesta del corazón al sacrificio de Cristo en la Cruz.
En la lección de esta semana, redescubriremos cuán poderosos son nuestros testimonios personales con el fin de influir en otros para Cristo. El poder transformador de nuestro testimonio personal no es lo malos que fuimos o lo buenos que somos ahora; se trata del Cristo que vino a este mundo maldito por el pecado en una misión redentora de amor para salvarnos. Podemos testificar con seguridad no por quiénes somos, sino por quién es él.
Parte II: COMENTARIO
En Efesios 2, el apóstol Pablo describe el cambio que tiene lugar cuando un individuo acepta a Cristo. Él declara que anduvimos “en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo” (Efe. 2:2). “Todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira” (2:3). La expresión “hijos de ira” simplemente significa que somos, por nuestra propia naturaleza, pecadores y merecedores del juicio –o ira– de Dios. El profeta Jeremías afirma que “engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso” (Jer. 17:9). Isaías agrega que incluso nuestra así llamada justicia es como “trapos de inmundicia” (Isa. 64:6). La razón por la cual nuestra justicia se describe como trapo sucio es porque proviene de un corazón contaminado por el pecado. Sin Cristo, estamos irremediablemente perdidos, en la esclavitud de nuestra naturaleza pecaminosa.
Pablo continúa su discusión sobre el plan de salvación al declarar que “Dios, que es rico en misericordia”, “nos dio vida juntamente con Cristo” y “nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús” (Efe. 2:4-6). Él nos ha salvado por su gracia, no por nuestras buenas obras (2:8). Todo proviene de gracia. Por su gracia, nos perdona la culpa del pecado y nos libera de las garras del pecado. Por su gracia, nos salva del castigo del pecado y nos libera del poder del pecado. La salvación por gracia nos libera de la condenación del pecado y de la esclavitud, o dominio, del pecado. Nosotros, que una vez estuvimos muertos en delitos y pecados, ahora estamos vivos en Cristo. La expresión usada en Efesios 2:5, “nos dio vida”, significa un renacimiento. En Cristo, es como si hubiéramos nacido de nuevo, comenzando de nuevo con una nueva identidad en Cristo, un nuevo comienzo en Cristo y un nuevo poder en Cristo. Con este nuevo caminar en Cristo, “somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas” (Efe. 2:10). La palabra griega para “hechura” es poiema. De ella obtenemos nuestra palabra castellana “poema”. Cuando Cristo nos recrea para la gloria de su nombre, escribe un poema de nuestra vida a través de las buenas obras que su Espíritu nos da poder para hacer ante todo el Universo.
Gracia para todos
Aquí tenemos noticias increíblemente buenas. La gracia de Dios no solo está disponible para unos pocos elegidos; el apóstol Pablo deja en claro que se da gratuitamente a todos. Declara: “Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo. Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación” (2:13, 14). La expresión “la pared intermedia de separación” es notable. Los judíos no permitían que ningún no judío entrara en el Templo judío. Había una barrera de piedra de metro y medio de altura con trece grandes piedras escritas en griego y latín, advirtiendo a los gentiles o extranjeros que si procedían más allá de este recinto exterior del Templo lo harían a riesgo de su vida.
El historiador judío Josefo describe esta advertencia claramente. “Había una partición hecha de piedra […]. Su construcción era muy elegante; sobre ella se alzaban columnas, a la misma distancia entre sí, que declaraban la ley de la pureza, algunas en griego y otras en letras romanas, que ‘ningún extranjero debería entrar en ese santuario’ ” (Archeological Bible, p. 1.917, citado de Josephus [Wars 5.5.2]). Los gentiles no tenían acceso a la presencia de Dios en el Santuario judío. Cristo cambió todo eso. Su gracia proporciona acceso directo al Padre. Todos los que por fe reciben la salvación que él ofrece tan libremente tendrán entrada en su Reino eterno.
El evangelio es para todos. La salvación es para todos. El perdón, la misericordia, la clemencia y la gracia son para todos. Los creyentes del Nuevo Testamento comprendieron la maravilla de su gracia, y no pudieron guardar silencio. Ellos entendieron la seguridad de la vida eterna en Cristo. Vivieron para contar la historia de su abundante gracia. A medida que comprendemos el significado de su gracia, nosotros también vivimos para contar su historia.
La gracia nos cambia
La gracia nos cambia. Santiago y Juan, conocidos como los “hijos del trueno”, fueron transformados por gracia. Uno no llama a alguien “hijo del trueno” porque tiene una disposición suave, pasiva y relajada; Santiago y Juan eran dínamos que fácilmente podían ponerse nerviosos o impacientes. Eran altamente competitivos y buscaban puestos en el nuevo reino de Cristo. El amor sacrificial de Cristo los cambió en el centro mismo de su ser. Santiago finalmente fue martirizado, y Juan, que vivió hasta los noventa años, nunca se cansó de contar la historia del amor que cambió su vida. Un escritor dijo: “Juan escribió con su pluma embebida en el amor”. Juan fue cambiado por el amor y tenía que contar la historia. El apóstol Pablo agrega: “El amor de Cristo nos constriñe” (2 Cor. 5:14). En otras palabras, el amor de Cristo nos impulsa, nos motiva y nos obliga a contar la historia de la salvación.
Elena de White lo dice de esta manera: “El amor es un atributo celestial. El corazón natural no puede originarlo. Esta planta celestial solamente florece donde Cristo reina en forma suprema. Donde existe amor, allí hay poder y verdad en la vida. Dios hace el bien y solo el bien. Los que tienen amor llevan fruto de santidad, y finalmente reciben la vida eterna” (HHD 51).
Contar la historia de Jesús es contar la historia de cómo su gracia ha obrado en nuestra vida. Testificar no es un don espiritual dado a muy pocas personas; es la función de todo cristiano. Simplemente, di lo que Cristo ha hecho por ti. Comparte con otros la paz que has encontrado en Jesús. Diles cómo Cristo te dio un propósito en la vida. Ora por oportunidades para decir a los que te rodean la alegría que tienes al seguir a Jesús. Diles cómo te aferraste de sus promesas por fe y descubriste que eran verdaderas. Comparte respuestas a tus oraciones o promesas bíblicas que sean significativas para ti. Te sorprenderá cómo responderán los demás a una fe genuina.
En una lección anterior, mencionamos a los endemoniados. Solo imagina el poder de su testimonio al compartir lo que Cristo había hecho por ellos. ¡Quién podría argumentar en contra de un testimonio tan real! Las vidas cambiadas son el testimonio más poderoso posible. Hay quienes argumentan en contra de lo que crees. Debatirán su teología, pero pocas personas discutirán en contra del testimonio de una vida cambiada. Como Elena de White dice tan bellamente: “El argumento más poderoso en favor del evangelio es un cristiano amante y amable” (MC 373). Los críticos guardaron silencio ante los sorprendentes cambios en la vida de los endemoniados. A medida que el amor de Cristo fluya por tu vida, otros se sentirán conmovidos para buscar al Cristo que te ha cambiado y te ha dado tanta paz y alegría.
Seguridad cristiana
Si alguien te hiciera la pregunta “¿Tienes vida eterna?”, ¿cómo responderías? ¿Sería tu respuesta ambigua o segura? ¿Dirías: “Espero que sí”, u “Ojalá lo supiera”, o “No estoy seguro”? Jesús quiere que tengas la certeza de la vida eterna. El apóstol Juan declara que “Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo” (1 Juan 5:11). Luego agrega palabras demasiado claras para ser malentendidas: “El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida. Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna” (1 Juan 5:11-13). Mientras tengamos a Jesucristo viviendo en nuestra vida, el don de la vida eterna es nuestro. Él es vida, y en él tenemos vida. Es esta seguridad lo que otorga poder a nuestro testimonio. Nuestra seguridad no se basa en nuestras buenas obras o nuestra justicia superior; se basa solo en Cristo, que vive en nuestra vida por el Espíritu Santo, que produce buenas obras a través de nosotros.
Parte III: APLICACIÓN A LA VIDA
¿Es posible ser un testigo efectivo de Cristo sin la seguridad de la salvación en tu propia vida? Algunos cristianos adventistas están preocupados por aceptar la enseñanza bíblica de la seguridad de la salvación debido a la declaración de Elena de White que indica que nunca debemos decir que somos salvos (ver PVGM 120). Un análisis cuidadoso de esta declaración revela que ella estaba hablando en el contexto de “una vez salvo, siempre salvo”. Estaba hablando de la falsa seguridad de la autoconfianza, de la idea errónea de que cuando vengo a Cristo nunca puedo caer y perderme. Esta doctrina fácilmente puede conducir a la complacencia en nuestra vida cristiana y a la justificación de nuestro propio comportamiento pecaminoso. La gracia de Dios no es “barata”. Cambia nuestra vida. Con respecto a la seguridad de la salvación en Jesús, Elena de White fue clara. Afirmó: “Cada uno de ustedes puede saber por sí mismo que tiene un Salvador vivo, que él es su Áyudador y su Dios. No necesita llegar al punto de decir: ‘No sé si soy salvo’. ¿Crees en Cristo como tu Salvador personal? Si lo haces, regocíjate” (General Conference Bulletin, 10 de abril de 1901).
Anima a tu clase a compartir por qué creen que la seguridad de la salvación es la base de todo testimonio efectivo. Haz que un miembro de la clase lea 1 Juan 5:11 al 13, y comenten estos versículos en clase. ¿Dónde se encuentra la seguridad de la vida eterna?
Lee y desarrolla la siguiente declaración:
“Una vez que la mirada se fija en él, la vida halla su Centro. El entusiasmo, la devoción generosa, el ardor apasionado de la juventud hallan en esto su verdadero objeto. El deber llega a ser un deleite; y el sacrificio, un placer. Honrar a Cristo, asemejarse a él, es la ambición superior de la vida, y su mayor gozo” (Ed 297).
Dios lo bendiga!!!
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Sábado 5 de septiembre
LEE PARA EL ESTUDIO DE ESTA SEMANA: Efesios 2:1–10; 1 Juan 4:7–11; Marcos 5:1–20; Hebreos 10:19–22; Gálatas 2:20; 1 Corintios 1:30.
PARA MEMORIZAR:
“Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna, y para que creáis en el nombre del Hijo de Dios” (1 Juan 5:13).
Como se indicó en una lección anterior, nada argumenta más elocuentemente en favor del poder del evangelio que una vida cambiada. La gente puede discutir tu teología; puede debatir sobre doctrinas; puede cuestionar tu comprensión de las Escrituras; pero rara vez cuestionará tu testimonio personal de lo que Jesús significa para ti y lo que ha hecho en tu vida.
Testificar es compartir lo que sabemos acerca de Jesús. Es dejar que otros sepan lo que él significa para nosotros y lo que ha hecho por nosotros. Si nuestro testimonio consiste únicamente en tratar de probar que lo que creemos es correcto y que lo que otros creen es incorrecto, nos encontraremos con una fuerte oposición. Si nuestro testimonio sobre Jesús proviene de un corazón que ha sido transformado por su gracia, conquistado por su amor y asombrado por su verdad, los demás quedarán impresionados por la forma en que la verdad que creemos ha impactado nuestra vida. La verdad presentada en el contexto de una vida cambiada marca la diferencia.
Notas EGW
Sábado
[Dios] desea que estemos gozosos. Desea que estemos llenos de alabanzas a su nombre. Desea que nuestros rostros revelen luz, y nuestros corazones gozo. Tenemos una esperanza que excede en mucho a cualquier placer que el mundo pueda proporcionarnos, y este hecho debe manifestarse.
¿Por qué no habrá de ser pleno nuestro gozo pleno, sin que falte ninguna cosa? Tenemos la seguridad de que Jesús es nuestro Salvador y que podemos obtener abundantes bendiciones de él. Podemos participar libremente de la rica provisión que él ha hecho para nosotros en su Palabra. Podemos aceptar su palabra, creer en él, y saber que él nos concederá gracia y poder para hacer justamente lo que él nos ha pedido…
Podemos buscar constantemente el gozo de su presencia. No necesitamos estar todo el tiempo de rodillas, orando, pero debemos estar constantemente pidiendo su gracia, aun cuando andemos en las calles o cuando realicemos nuestras tareas diarias. Podemos elevar constantemente nuestros pensamientos a Cristo, y él nos impartirá de su gracia (Nuestra elevada vocación, p. 150).
Cuando el obrero se halla delante de la gente para impartir las palabras de vida, se oye en su voz el eco de la voz de Cristo. Es evidente que anda con Dios, que ha estado con Jesús y ha aprendido de él. Ha introducido la verdad en el santuario íntimo del alma; es para él una realidad viviente; y presenta la verdad con demostración del Espíritu y poder. La gente oye el grato sonido; Dios habla a su corazón por el hombre consagrado a su servicio.
Cuando el obrero ensalza a Jesús por el Espíritu, se vuelve realmente elocuente. Es fervoroso y sincero, y muy amado de aquellos por quienes trabaja…
[P]ero si se ha alimentado él mismo del pan de vida, si bebió de la fuente de vida, puede alimentar a las almas hambrientas, y dar agua de vida al sediento. Sus defectos serán perdonados y olvidados. Sus oyentes no sentirán cansancio ni disgusto, sino que agradecerán a Dios por el mensaje de gracia a ellos enviado por su siervo (Consejos para los maestros, pp. 495, 496).
La vida en Cristo es una vida de reposo. Tal vez no haya éxtasis de los sentimientos, pero debe haber una confianza continua y apacible. Tu esperanza no se cifra en ti mismo, sino en Cristo. Tu debilidad está unida a su fuerza, tu ignorancia a su sabiduría, tu fragilidad a su eterno poder. Así que no has de mirar a ti mismo ni depender de ti, sino mirar a Cristo. Piensa en su amor, en la belleza y perfección de su carácter… Amándole, imitándole, dependiendo enteramente de él, es como serás transformado a su semejanza (El camino a Cristo, pp. 70, 71).
Sábado
[Dios] desea que estemos gozosos. Desea que estemos llenos de alabanzas a su nombre. Desea que nuestros rostros revelen luz, y nuestros corazones gozo. Tenemos una esperanza que excede en mucho a cualquier placer que el mundo pueda proporcionarnos, y este hecho debe manifestarse.
¿Por qué no habrá de ser pleno nuestro gozo pleno, sin que falte ninguna cosa? Tenemos la seguridad de que Jesús es nuestro Salvador y que podemos obtener abundantes bendiciones de él. Podemos participar libremente de la rica provisión que él ha hecho para nosotros en su Palabra. Podemos aceptar su palabra, creer en él, y saber que él nos concederá gracia y poder para hacer justamente lo que él nos ha pedido…
Podemos buscar constantemente el gozo de su presencia. No necesitamos estar todo el tiempo de rodillas, orando, pero debemos estar constantemente pidiendo su gracia, aun cuando andemos en las calles o cuando realicemos nuestras tareas diarias. Podemos elevar constantemente nuestros pensamientos a Cristo, y él nos impartirá de su gracia (Nuestra elevada vocación, p. 150).
Cuando el obrero se halla delante de la gente para impartir las palabras de vida, se oye en su voz el eco de la voz de Cristo. Es evidente que anda con Dios, que ha estado con Jesús y ha aprendido de él. Ha introducido la verdad en el santuario íntimo del alma; es para él una realidad viviente; y presenta la verdad con demostración del Espíritu y poder. La gente oye el grato sonido; Dios habla a su corazón por el hombre consagrado a su servicio.
Cuando el obrero ensalza a Jesús por el Espíritu, se vuelve realmente elocuente. Es fervoroso y sincero, y muy amado de aquellos por quienes trabaja…
[P]ero si se ha alimentado él mismo del pan de vida, si bebió de la fuente de vida, puede alimentar a las almas hambrientas, y dar agua de vida al sediento. Sus defectos serán perdonados y olvidados. Sus oyentes no sentirán cansancio ni disgusto, sino que agradecerán a Dios por el mensaje de gracia a ellos enviado por su siervo (Consejos para los maestros, pp. 495, 496).
La vida en Cristo es una vida de reposo. Tal vez no haya éxtasis de los sentimientos, pero debe haber una confianza continua y apacible. Tu esperanza no se cifra en ti mismo, sino en Cristo. Tu debilidad está unida a su fuerza, tu ignorancia a su sabiduría, tu fragilidad a su eterno poder. Así que no has de mirar a ti mismo ni depender de ti, sino mirar a Cristo. Piensa en su amor, en la belleza y perfección de su carácter… Amándole, imitándole, dependiendo enteramente de él, es como serás transformado a su semejanza (El camino a Cristo, pp. 70, 71).
Domingo 6 de septiembre
JESÚS: LA BASE DE NUESTRO TESTIMONIO
Como cristianos, todos tenemos una historia personal que contar, una historia sobre cómo Jesús cambió nuestra vida y lo que ha hecho por nosotros.
Lee Efesios 2:1 al 10. ¿Cómo éramos antes de conocer a Cristo? ¿Qué obtenemos al haber aceptado a Cristo?
A. Antes de conocer a Cristo (Efe. 2:1–3).
B. Después de conocer a Cristo (Efe. 2:4–10).
¡Qué cambio tan asombroso! Antes de conocer a Cristo, estábamos “muertos en delitos y pecados”, “siguiendo la corriente de este mundo”, “haciendo la voluntad de la carne”, y “éramos por naturaleza hijos de ira”. En pocas palabras, antes de conocer a Cristo, deambulábamos sin rumbo por la vida en una condición perdida.
Es posible que hayamos experimentado lo que parecía ser felicidad, pero había una angustia del alma y un propósito incumplido en nuestra vida. Acudir a Cristo y experimentar su amor marcó toda la diferencia. Ahora, en Cristo, estamos verdaderamente “vivos”. A través de las “abundantes riquezas de su gracia” y su “rica misericordia” hacia nosotros, hemos recibido el don de la salvación. Nos ha levantado y “nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús, para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús”. En Cristo, la vida ha adquirido un nuevo significado y tiene un nuevo propósito. Como Juan declara: “En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres” (Juan 1:4).
Lee Efesios 2:10. ¿Qué nos dice este texto sobre cuán centrales son las buenas obras para la fe del cristiano? ¿Cómo entendemos esta idea en el contexto de la salvación por fe “sin las obras de la ley” (Rom. 3:28)?
■ ¿Cómo ha cambiado tu vida gracias a Cristo, un cambio que podría ayudar a alguien a conocer a Jesús?
Notas EGW
Domingo
Por medio de la gracia transformadora de Cristo, los frutos del Espíritu se muestran en la vida de los que una vez estuvieron muertos en los pecados y transgresiones. Su disposición, sus palabras y sus acciones revelan que son partícipes de la naturaleza divina. Esta gracia maravillosa fue revelada a Pablo, y él trabajó constantemente para que otros conocieran esas verdades salvadoras (Alza tus ojos, p. 307).
El pecado nos separó de la vida de Dios. Nuestra alma está paralizada. Por nosotros mismos somos tan incapaces de vivir una vida santa como aquel lisiado lo era de caminar. Son muchos los que comprenden su impotencia y anhelan esa vida espiritual que los pondría en armonía con Dios; luchan en vano para obtenerla… Alcen la mirada estas almas que luchan presa de la desesperación. El Salvador se inclina hacia el alma adquirida por su sangre, diciendo con inefable ternura y compasión: “¿Quieres ser sano?” Él os invita a levantaros llenos de salud y paz. No esperéis hasta sentir que sois sanos. Creed en su palabra, y se cumplirá. Poned vuestra voluntad de parte de Cristo. Quered servirle, y al obrar de acuerdo con su palabra, recibiréis fuerza… Él impartirá vida al alma de los que “estabais muertos en vuestros delitos”. Efesios 2:1. Librará al cautivo que está sujeto por la debilidad, la desgracia y las cadenas del pecado (El Deseado de todas las gentes, pp. 172, 173).
Debemos aprender de Cristo. Debemos conocer qué es él para los que ha redimido. Debemos comprender que por medio de la fe en él tenemos el privilegio de ser participantes de la naturaleza divina y escapar de este modo de la corrupción que está en el mundo por causa de la concupiscencia. Entonces seremos limpios de todo pecado, de todos los defectos del carácter. No necesitamos retener ninguna inclinación pecaminosa…
Al participar de la naturaleza divina, las tendencias hacia el mal, heredadas y cultivadas, son extirpadas del carácter, y nos convertimos en un poder viviente para el bien. Al aprender cada día del divino Maestro, al participar de su naturaleza, colaboramos con Dios al vencer las tentaciones de Satanás. Dios obra y el hombre obra para que podamos ser uno con Cristo, tal como Cristo es uno con Dios. Entonces nos sentamos con Cristo en los lugares celestiales. La mente reposa con paz y seguridad en Jesús (God’s Amazing Grace, p. 235; parcialmente en La maravillosa gracia de Dios, p. 235).
Dios revela en su Palabra lo que puede hacer por los seres humanos. Amolda y adapta de acuerdo con la semejanza divina los caracteres de aquellos que quieran llevar el yugo de Cristo. Por medio de su gracia son hechos participantes de la naturaleza divina, y así se los capacita para vencer la corrupción que hay en el mundo por la concupiscencia. Dios es quien nos da poder para vencer. Los que oyen su voz y obedecen sus mandamientos, reciben el poder para formar caracteres rectos. Los que desobedecen sus órdenes explícitas, formarán caracteres similares a las propensiones que fomentan (Comentarios de Elena G. de White en Comentario bíblico adventista del séptimo día, t. 7, pp. 954, 955).
Domingo
Por medio de la gracia transformadora de Cristo, los frutos del Espíritu se muestran en la vida de los que una vez estuvieron muertos en los pecados y transgresiones. Su disposición, sus palabras y sus acciones revelan que son partícipes de la naturaleza divina. Esta gracia maravillosa fue revelada a Pablo, y él trabajó constantemente para que otros conocieran esas verdades salvadoras (Alza tus ojos, p. 307).
El pecado nos separó de la vida de Dios. Nuestra alma está paralizada. Por nosotros mismos somos tan incapaces de vivir una vida santa como aquel lisiado lo era de caminar. Son muchos los que comprenden su impotencia y anhelan esa vida espiritual que los pondría en armonía con Dios; luchan en vano para obtenerla… Alcen la mirada estas almas que luchan presa de la desesperación. El Salvador se inclina hacia el alma adquirida por su sangre, diciendo con inefable ternura y compasión: “¿Quieres ser sano?” Él os invita a levantaros llenos de salud y paz. No esperéis hasta sentir que sois sanos. Creed en su palabra, y se cumplirá. Poned vuestra voluntad de parte de Cristo. Quered servirle, y al obrar de acuerdo con su palabra, recibiréis fuerza… Él impartirá vida al alma de los que “estabais muertos en vuestros delitos”. Efesios 2:1. Librará al cautivo que está sujeto por la debilidad, la desgracia y las cadenas del pecado (El Deseado de todas las gentes, pp. 172, 173).
Debemos aprender de Cristo. Debemos conocer qué es él para los que ha redimido. Debemos comprender que por medio de la fe en él tenemos el privilegio de ser participantes de la naturaleza divina y escapar de este modo de la corrupción que está en el mundo por causa de la concupiscencia. Entonces seremos limpios de todo pecado, de todos los defectos del carácter. No necesitamos retener ninguna inclinación pecaminosa…
Al participar de la naturaleza divina, las tendencias hacia el mal, heredadas y cultivadas, son extirpadas del carácter, y nos convertimos en un poder viviente para el bien. Al aprender cada día del divino Maestro, al participar de su naturaleza, colaboramos con Dios al vencer las tentaciones de Satanás. Dios obra y el hombre obra para que podamos ser uno con Cristo, tal como Cristo es uno con Dios. Entonces nos sentamos con Cristo en los lugares celestiales. La mente reposa con paz y seguridad en Jesús (God’s Amazing Grace, p. 235; parcialmente en La maravillosa gracia de Dios, p. 235).
Dios revela en su Palabra lo que puede hacer por los seres humanos. Amolda y adapta de acuerdo con la semejanza divina los caracteres de aquellos que quieran llevar el yugo de Cristo. Por medio de su gracia son hechos participantes de la naturaleza divina, y así se los capacita para vencer la corrupción que hay en el mundo por la concupiscencia. Dios es quien nos da poder para vencer. Los que oyen su voz y obedecen sus mandamientos, reciben el poder para formar caracteres rectos. Los que desobedecen sus órdenes explícitas, formarán caracteres similares a las propensiones que fomentan (Comentarios de Elena G. de White en Comentario bíblico adventista del séptimo día, t. 7, pp. 954, 955).
Lunes 7 de septiembre
EL PODER TRANSFORMADOR DEL TESTIMONIO PERSONAL
Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, eran conocidos como los “hijos del trueno” (Mar. 3:17). De hecho, fue Jesús quien les dio su apodo. Una ilustración de la disposición ardiente de Juan tuvo lugar cuando Jesús y sus discípulos viajaban por Samaria. Cuando intentaron encontrar un lugar para alojarse por la noche, se encontraron con la oposición debido al prejuicio de los samaritanos contra los judíos. Se les rehusó incluso el más humilde de los alojamientos.
Santiago y Juan pensaron que tenían la solución al problema. “Viendo esto sus discípulos Jacobo y Juan, dijeron: Señor, ¿quieres que mandemos que descienda fuego del cielo, como hizo Elías, y los consuma?” (Luc. 9:54). Jesús reprendió a los hermanos, y todos salieron del pueblo en silencio. El camino de Jesús es el camino del amor, no de la fuerza combativa.
En presencia del amor de Jesús, la impetuosidad y la ira de Juan se transformaron en bondad amorosa y un espíritu amable y compasivo. En la primera Epístola de Juan, la palabra amor aparece casi cuarenta veces; en sus diversas formas, aparece cincuenta veces.
Lee 1 Juan 1:1 al 4; 3:1; 4:7 al 11; y 5:1 al 5. ¿Qué te dicen estos pasajes sobre el testimonio de Juan y los cambios que tuvieron lugar en su vida debido a su interacción con Jesús?
Hay un principio eterno que es una ley del Universo. Elena de White declara bien este principio con estas palabras: “El ejercicio de la fuerza es contrario a los principios del gobierno de Dios; él desea solo el servicio de amor; y el amor no puede ser exigido; no puede ser ganado por la fuerza o la autoridad. El amor se despierta únicamente por el amor” (DTG 13).
Cuando estamos comprometidos con Cristo, su amor brilla a través de nosotros hacia los demás. El mayor testimonio del cristianismo es una vida cambiada. Esto no significa que nunca cometeremos errores, y a veces no seremos los conductos de amor y gracia que se supone que debemos ser. Pero sí significa que, idealmente, el amor de Cristo fluirá a través de nuestra vida, y seremos una bendición para quienes nos rodean.
■ ¿Cuán bien reflejas el amor de Cristo a los demás? Piensa en las implicaciones de tu respuesta.
Notas EGW
Lunes
Juan no poseía por naturaleza la belleza de carácter que reveló en su postrera experiencia. Tenía defectos graves. No solamente era orgulloso, pretencioso y ambicioso de honor, sino también impetuoso, resintiéndose por la injusticia. Él y su hermano eran llamados “hijos del trueno”. Mal genio, deseo de venganza, espíritu de crítica, todo eso se encontraba en el discípulo amado. Pero, debajo de ello el Maestro divino discernía un corazón ardiente, sincero y amante. Jesús reprendió su egoísmo, frustró sus ambiciones, probó su fe, y le reveló aquello por lo que su alma suspiraba: la hermosura de la santidad, el poder transformador del amor (Los hechos de los apóstoles, pp. 430, 431).
Debemos ser testigos de Cristo; y lo lograremos al crecer diariamente hasta la plena estatura de hombres y mujeres en Cristo. Es nuestro privilegio crecer más y más cada día a su semejanza. Entonces adquiriremos la facultad de expresar nuestro amor por él en un lenguaje más elevado y puro, y nuestras ideas se ampliarán y profundizarán, y nuestro juicio llegará a ser más sano y digno de confianza, mientras nuestro testimonio tendrá más vida y seguridad. No debemos cultivar el lenguaje de los terrenos y llegar a familiarizarnos de tal manera con la conversación de los hombres, que el idioma de Canaán nos resulte nuevo y poco familiar. Debemos aprender en la escuela de Cristo; no obstante, es manifiesto que muchos se satisfacen con muy limitadas experiencias en su vida espiritual, porque revelan poco conocimiento de las cosas espirituales en sus oraciones y en sus testimonios. Hay menos buen juicio manifestado en asuntos relativos a nuestro interés eterno, que en asuntos concernientes a nuestros negocios terrenales y temporales (Hijos e hijas de Dios, p. 74).
Todos los que reciben el mensaje del evangelio en su corazón anhelarán proclamarlo. El amor de Cristo ha de expresarse. Aquellos que se han vestido de Cristo relatarán su experiencia, reproduciendo paso a paso la dirección del Espíritu Santo: su hambre y sed por el conocimiento de Dios y de Cristo Jesús, a quien él ha enviado; el resultado de escudriñar las Escrituras; sus oraciones, la agonía de su alma, y las palabras de Cristo a ellos dirigidas, “Tus pecados te son perdonados”. No es natural que alguien mantenga secretas estas cosas, y aquellos que están llenos del amor de Cristo no lo harán. Su deseo de que otros reciban las mismas bendiciones estará en proporción con el grado en que el Señor los haya hecho depositarios de la verdad sagrada. Y a medida que hagan conocer los ricos tesoros de la gracia de Dios, les será impartida cada vez más la gracia de Cristo. Tendrán el corazón de un niño en lo que se refiere a su sencillez y obediencia sin reservas. Sus almas suspirarán por la santidad, y cada vez les serán revelados más tesoros de verdad y de gracia para ser transmitidos al mundo (Palabras de vida del gran Maestro, pp. 95, 96).
Lunes
Juan no poseía por naturaleza la belleza de carácter que reveló en su postrera experiencia. Tenía defectos graves. No solamente era orgulloso, pretencioso y ambicioso de honor, sino también impetuoso, resintiéndose por la injusticia. Él y su hermano eran llamados “hijos del trueno”. Mal genio, deseo de venganza, espíritu de crítica, todo eso se encontraba en el discípulo amado. Pero, debajo de ello el Maestro divino discernía un corazón ardiente, sincero y amante. Jesús reprendió su egoísmo, frustró sus ambiciones, probó su fe, y le reveló aquello por lo que su alma suspiraba: la hermosura de la santidad, el poder transformador del amor (Los hechos de los apóstoles, pp. 430, 431).
Debemos ser testigos de Cristo; y lo lograremos al crecer diariamente hasta la plena estatura de hombres y mujeres en Cristo. Es nuestro privilegio crecer más y más cada día a su semejanza. Entonces adquiriremos la facultad de expresar nuestro amor por él en un lenguaje más elevado y puro, y nuestras ideas se ampliarán y profundizarán, y nuestro juicio llegará a ser más sano y digno de confianza, mientras nuestro testimonio tendrá más vida y seguridad. No debemos cultivar el lenguaje de los terrenos y llegar a familiarizarnos de tal manera con la conversación de los hombres, que el idioma de Canaán nos resulte nuevo y poco familiar. Debemos aprender en la escuela de Cristo; no obstante, es manifiesto que muchos se satisfacen con muy limitadas experiencias en su vida espiritual, porque revelan poco conocimiento de las cosas espirituales en sus oraciones y en sus testimonios. Hay menos buen juicio manifestado en asuntos relativos a nuestro interés eterno, que en asuntos concernientes a nuestros negocios terrenales y temporales (Hijos e hijas de Dios, p. 74).
Todos los que reciben el mensaje del evangelio en su corazón anhelarán proclamarlo. El amor de Cristo ha de expresarse. Aquellos que se han vestido de Cristo relatarán su experiencia, reproduciendo paso a paso la dirección del Espíritu Santo: su hambre y sed por el conocimiento de Dios y de Cristo Jesús, a quien él ha enviado; el resultado de escudriñar las Escrituras; sus oraciones, la agonía de su alma, y las palabras de Cristo a ellos dirigidas, “Tus pecados te son perdonados”. No es natural que alguien mantenga secretas estas cosas, y aquellos que están llenos del amor de Cristo no lo harán. Su deseo de que otros reciban las mismas bendiciones estará en proporción con el grado en que el Señor los haya hecho depositarios de la verdad sagrada. Y a medida que hagan conocer los ricos tesoros de la gracia de Dios, les será impartida cada vez más la gracia de Cristo. Tendrán el corazón de un niño en lo que se refiere a su sencillez y obediencia sin reservas. Sus almas suspirarán por la santidad, y cada vez les serán revelados más tesoros de verdad y de gracia para ser transmitidos al mundo (Palabras de vida del gran Maestro, pp. 95, 96).
Martes 8 de septiembre
CONTAR LA HISTORIA DE JESÚS
¿Quiénes fueron los primeros misioneros que Jesús envió? No estaban entre los discípulos. No estaban entre sus seguidores de mucho tiempo. Los primeros misioneros que Jesús envió fueron hombres locos, endemoniados que unas horas antes habían aterrorizado la región y habían aterrado los corazones de los vecinos de la aldea.
Con un poder demoníaco sobrenatural, uno de estos endemoniados rompía las cadenas que lo ataban, chillaba en tonos horribles y mutilaba su propio cuerpo con piedras afiladas. La agonía en sus voces solo reflejaba una agonía más profunda en sus almas (Mat. 8:28, 29; Mar. 5:1–5).
Pero luego se encontraron con Jesús, y su vida cambió. Nunca volverían a ser los mismos. Jesús expulsó a los demonios atormentadores de sus personas hacia una piara de cerdos, que luego se despeñaron de un acantilado hacia el mar (Mat. 8:32–34; Mar. 5:13, 14).
Lee Marcos 5:1 al 17. ¿Qué les pasó a estos hombres y qué encontraron los habitantes del pueblo cuando salieron a ver qué había sucedido?
Los endemoniados ahora eran hombres nuevos, transformados por el poder de Cristo. La gente del pueblo los encontró sentados a los pies de Jesús, escuchando cada palabra de la boca del Maestro. Debemos tener en cuenta que el Evangelio de Mateo dice que había dos endemoniados, mientras que el Evangelio de Marcos proyecta la historia en solo uno de los dos. Pero el punto es que Jesús los restauró física, mental, emocional y espiritualmente.
Lee Marcos 5:18 al 20. Obviamente, estos endemoniados transformados, estos nuevos conversos, querían quedarse con Jesús, pero ¿qué los envió Cristo a hacer?
Esos hombres habían tenido el privilegio de oír las enseñanzas de Cristo por unos pocos momentos. Sus oídos no habían recibido un solo sermón de sus labios. No podían instruir a la gente como eran capaces de hacerlo los discípulos que habían estado diariamente con Jesús. Pero llevaban en su persona la evidencia de que Jesús era el Mesías. Podían contar lo que sabían; lo que ellos mismos habían visto, oído y sentido del poder de Cristo. Esto es lo que puede hacer cada uno cuyo corazón ha sido conmovido por la gracia de Dios” (DTG 307). Sus testimonios prepararon Decápolis, diez ciudades a orillas del mar de Galilea, para recibir las enseñanzas de Jesús. Este es el poder del testimonio personal.
Notas EGW
Martes
Cuando los hombres [endemoniados], crujiendo los dientes y echando espuma por la boca, se acercaron a él, Jesús levantó aquella mano que había ordenado a las olas que se calmasen, y los hombres no pudieron acercarse más. Estaban de pie, furiosos, pero impotentes delante de él.
Con autoridad ordenó a los espíritus inmundos que salieran de esos hombres. Los desafortunados se dieron cuenta de que estaban cerca de alguien que podía salvarlos de los atormentadores demonios. Cayeron a los pies del Salvador para pedirle misericordia; pero cuando sus labios se abrieron, los demonios hablaron por su medio clamando: “¿Qué tenemos contigo, Jesús, Hijo de Dios? ¿Has venido acá a molestarnos antes de tiempo?” Mateo 8:29.
Los espíritus malos se vieron obligados a soltar sus víctimas, y ¡qué cambio admirable se produjo en los endemoniados! Había amanecido en sus mentes. Sus ojos brillaban de inteligencia. Sus rostros, durante tanto tiempo deformados a la imagen de Satanás, se volvieron repentinamente benignos. Se aquietaron las manos manchadas de sangre y los hombres elevaron alegremente sus voces en alabanza a Dios (El ministerio de curación, pp. 64, 65).
¿Qué es el cristianismo? Es el instrumento divino para la conversión de los pecadores. Jesús pedirá cuentas de cada persona que no se somete a su dirección, que no demuestra en su vida la influencia de la cruz del Calvario. Cristo debería ser exaltado por todos los que redimió al padecer en la cruz una muerte de vergüenza. Los que han experimentado el poder de la gracia de Cristo tienen una historia que contar. El Señor trata de implementar métodos de trabajo que producirán la difusión del evangelio de Cristo. El ser humano, al recibir su eficacia de la gran fuente de sabiduría, llega a ser el instrumento, el agente de servicio mediante el cual el evangelio ejerce su poder transformador sobre la mente y el corazón (Exaltad a Jesús, p. 224).
En la obra de limpiar y purificar nuestras propias vidas, nuestro profundo deseo de asegurar nuestra elección y vocación nos inspirará con un sentimiento de ternura hacia los necesitados. La misma energía y cuidadosa atención que una vez manifestamos por los asuntos mundanales la pondremos al servicio de Aquel a quien debemos todo. Haremos como Cristo hizo, aprovechando toda oportunidad para trabajar por los que sin nuestra ayuda se perderán en su ignorancia. Extenderemos a otros una mano ayudadora. Entonces, con cánticos, alabanzas y acción de gracias nos regocijaremos con Dios y los ángeles del cielo cuando veamos a personas enfermas por el pecado que son levantadas y ayudadas; al ver a los engañados y desorientados sentarse a los pies de Jesús para aprender de él. Al hacer esta obra, recibiendo de Dios y devolviéndole aquello que, confiando en nosotros, nos prestó para usarlo para gloria de su nombre, entonces su bendición descansará sobre nosotros. Que el pobre, el desanimado y los enfermos por el pecado sepan que en guardar los mandamientos de Dios “hay gran remuneración”. Con nuestra propia experiencia mostremos a otros que la bendición y el servicio van juntos (Testimonios para la iglesia, t. 6, p. 306).
Martes
Cuando los hombres [endemoniados], crujiendo los dientes y echando espuma por la boca, se acercaron a él, Jesús levantó aquella mano que había ordenado a las olas que se calmasen, y los hombres no pudieron acercarse más. Estaban de pie, furiosos, pero impotentes delante de él.
Con autoridad ordenó a los espíritus inmundos que salieran de esos hombres. Los desafortunados se dieron cuenta de que estaban cerca de alguien que podía salvarlos de los atormentadores demonios. Cayeron a los pies del Salvador para pedirle misericordia; pero cuando sus labios se abrieron, los demonios hablaron por su medio clamando: “¿Qué tenemos contigo, Jesús, Hijo de Dios? ¿Has venido acá a molestarnos antes de tiempo?” Mateo 8:29.
Los espíritus malos se vieron obligados a soltar sus víctimas, y ¡qué cambio admirable se produjo en los endemoniados! Había amanecido en sus mentes. Sus ojos brillaban de inteligencia. Sus rostros, durante tanto tiempo deformados a la imagen de Satanás, se volvieron repentinamente benignos. Se aquietaron las manos manchadas de sangre y los hombres elevaron alegremente sus voces en alabanza a Dios (El ministerio de curación, pp. 64, 65).
¿Qué es el cristianismo? Es el instrumento divino para la conversión de los pecadores. Jesús pedirá cuentas de cada persona que no se somete a su dirección, que no demuestra en su vida la influencia de la cruz del Calvario. Cristo debería ser exaltado por todos los que redimió al padecer en la cruz una muerte de vergüenza. Los que han experimentado el poder de la gracia de Cristo tienen una historia que contar. El Señor trata de implementar métodos de trabajo que producirán la difusión del evangelio de Cristo. El ser humano, al recibir su eficacia de la gran fuente de sabiduría, llega a ser el instrumento, el agente de servicio mediante el cual el evangelio ejerce su poder transformador sobre la mente y el corazón (Exaltad a Jesús, p. 224).
En la obra de limpiar y purificar nuestras propias vidas, nuestro profundo deseo de asegurar nuestra elección y vocación nos inspirará con un sentimiento de ternura hacia los necesitados. La misma energía y cuidadosa atención que una vez manifestamos por los asuntos mundanales la pondremos al servicio de Aquel a quien debemos todo. Haremos como Cristo hizo, aprovechando toda oportunidad para trabajar por los que sin nuestra ayuda se perderán en su ignorancia. Extenderemos a otros una mano ayudadora. Entonces, con cánticos, alabanzas y acción de gracias nos regocijaremos con Dios y los ángeles del cielo cuando veamos a personas enfermas por el pecado que son levantadas y ayudadas; al ver a los engañados y desorientados sentarse a los pies de Jesús para aprender de él. Al hacer esta obra, recibiendo de Dios y devolviéndole aquello que, confiando en nosotros, nos prestó para usarlo para gloria de su nombre, entonces su bendición descansará sobre nosotros. Que el pobre, el desanimado y los enfermos por el pecado sepan que en guardar los mandamientos de Dios “hay gran remuneración”. Con nuestra propia experiencia mostremos a otros que la bendición y el servicio van juntos (Testimonios para la iglesia, t. 6, p. 306).
Miércoles 9 de septiembre
TESTIFICAR CON SEGURIDAD
Lee 1 Juan 5:11 al 13; Hebreos 10:19 al 22; y 1 Corintios 15:1 y 2. ¿Qué garantía de vida eterna nos dan las Escrituras que nos permite testificar de nuestra salvación en Cristo con certeza?
Si no tenemos la seguridad personal de la salvación en Jesús, no es posible compartirla con otra persona. No podemos compartir lo que no tenemos nosotros mismos. Hay cristianos concienzudos que viven en un estado de incertidumbre perpetua, preguntándose si alguna vez serán lo suficientemente buenos como para ser salvos. Como un sabio y viejo predicador dijo una vez: “Cuando me miro a mí mismo, no veo posibilidad de ser salvo. Cuando miro a Jesús, no veo posibilidad de perderme”. Las palabras del Señor resuenan con certeza a través de los siglos: “Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra, porque yo soy Dios, y no hay más” (Isa. 45:22).
Nuestro Señor quiere que cada uno de nosotros se regocije en la salvación que él ofrece tan libremente. Él anhela que experimentemos lo que significa ser justificados por su gracia y estar libres de la condenación que trae la culpa del pecado. Como dice Pablo en Romanos 5: “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (vers. 1). Agrega que podemos tener la seguridad: “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu” (Rom. 8:1). El apóstol Juan confirma que “el que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida” (1 Juan 5:12).
Si por fe hemos aceptado a Jesús, y él vive en nuestros corazones a través de su Espíritu Santo, el regalo de la vida eterna es nuestro hoy. Esto no quiere decir que una vez que hayamos experimentado la gracia de Dios y la salvación en Cristo nunca podamos perderla (2 Ped. 2:18–22; Heb. 3:6; Apoc. 3:5); siempre tenemos la libre elección de alejarnos de él. Pero, una vez que hayamos experimentado su amor y entendido las profundidades de su sacrificio, nunca deberíamos elegir alejarnos de aquel que nos ama tanto. Día a día buscaremos oportunidades para compartir con otros la gracia que nos dio en Jesús.
■ ¿Tienes seguridad de salvación en Jesús? Si es así, ¿en qué la basas? ¿Por qué tienes esa seguridad? ¿Dónde se encuentra? Por otro lado, si no estás seguro de tu salvación, ¿por qué no lo estás? ¿Cómo puedes encontrar esa seguridad?
Notas EGW
Miércoles
Pablo era un ejemplo viviente de lo que debe ser cada cristiano. Vivía para la gloria de Dios. Sus palabras llegan resonando hasta nuestro tiempo: “Para mí el vivir es Cristo”. “Lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo”. El que una vez fuera perseguidor de Cristo en la persona de sus santos, ahora exhibe ante el mundo la cruz de Cristo. El corazón de Pablo ardía de amor por las almas, y consagró todas sus energías para la conversión de los hombres. Nunca vivió un obrero más abnegado, ferviente y perseverante. Su vida era Cristo; realizaba las obras de Cristo. Todas las bendiciones que recibía eran estimadas como otras tantas ventajas para ser usadas en bendecir a otros (Comentarios de Elena G. de White en Comentario bíblico adventista del séptimo día, t. 6, p. 1112).
Todo aquél que entrega su alma a Cristo no necesita desesperarse. Tenemos un Salvador todopoderoso. Mirando a Jesús, el autor y consumador de nuestra fe, podéis decir: “Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones. Por tanto, no temeremos, aunque la tierra sea removida, y se traspasen los montes al corazón del mar; aunque bramen y se turben sus aguas, y tiemblen los montes a causa de su braveza”. Salmo 46:1-3…
Tengamos más confianza en nuestro Redentor. No os apartéis de las aguas del Líbano para buscar refrigerio en cisternas rotas que no pueden retener agua. Tened fe en Dios… Él es infinito en poder y puede salvar a todos los que se le allegan. No hay otro en quien podamos confiar con seguridad (En los lugares celestiales, p. 19).
Si comprendéis cuáles son vuestras necesidades, no dediquéis todas vuestras facultades a pensar en ellas y a lamentarlas, sino mirad y vivid. Jesús es nuestro único Salvador; y, sin embargo, millones que necesitan ser curados, rechazan la misericordia que les ofrece… Satanás os sugiere que sois desvalidos y no podéis bendeciros a vosotros mismos. Es verdad; sois desvalidos. Pero levantad a Jesús delante de él: “Tengo un Salvador. En él confío, y nunca permitirá que quede confundido. En su nombre triunfo. Es mi justicia y mi corona de regocijo”…
Quizá os parezca que sois pecadores perdidos; pero precisamente por eso necesitáis un Salvador. Si tenéis pecados que confesar, no perdáis tiempo. Estos momentos son de oro… ¡Precioso Salvador! Sus brazos están abiertos para recibiros y su gran corazón de amor espera para bendeciros (A fin de conocerle, p. 113).
Miércoles
Pablo era un ejemplo viviente de lo que debe ser cada cristiano. Vivía para la gloria de Dios. Sus palabras llegan resonando hasta nuestro tiempo: “Para mí el vivir es Cristo”. “Lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo”. El que una vez fuera perseguidor de Cristo en la persona de sus santos, ahora exhibe ante el mundo la cruz de Cristo. El corazón de Pablo ardía de amor por las almas, y consagró todas sus energías para la conversión de los hombres. Nunca vivió un obrero más abnegado, ferviente y perseverante. Su vida era Cristo; realizaba las obras de Cristo. Todas las bendiciones que recibía eran estimadas como otras tantas ventajas para ser usadas en bendecir a otros (Comentarios de Elena G. de White en Comentario bíblico adventista del séptimo día, t. 6, p. 1112).
Todo aquél que entrega su alma a Cristo no necesita desesperarse. Tenemos un Salvador todopoderoso. Mirando a Jesús, el autor y consumador de nuestra fe, podéis decir: “Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones. Por tanto, no temeremos, aunque la tierra sea removida, y se traspasen los montes al corazón del mar; aunque bramen y se turben sus aguas, y tiemblen los montes a causa de su braveza”. Salmo 46:1-3…
Tengamos más confianza en nuestro Redentor. No os apartéis de las aguas del Líbano para buscar refrigerio en cisternas rotas que no pueden retener agua. Tened fe en Dios… Él es infinito en poder y puede salvar a todos los que se le allegan. No hay otro en quien podamos confiar con seguridad (En los lugares celestiales, p. 19).
Si comprendéis cuáles son vuestras necesidades, no dediquéis todas vuestras facultades a pensar en ellas y a lamentarlas, sino mirad y vivid. Jesús es nuestro único Salvador; y, sin embargo, millones que necesitan ser curados, rechazan la misericordia que les ofrece… Satanás os sugiere que sois desvalidos y no podéis bendeciros a vosotros mismos. Es verdad; sois desvalidos. Pero levantad a Jesús delante de él: “Tengo un Salvador. En él confío, y nunca permitirá que quede confundido. En su nombre triunfo. Es mi justicia y mi corona de regocijo”…
Quizá os parezca que sois pecadores perdidos; pero precisamente por eso necesitáis un Salvador. Si tenéis pecados que confesar, no perdáis tiempo. Estos momentos son de oro… ¡Precioso Salvador! Sus brazos están abiertos para recibiros y su gran corazón de amor espera para bendeciros (A fin de conocerle, p. 113).
Jueves 10 de septiembre
ALGO POR LO CUAL VALE LA PENA TESTIFICAR
“Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gál. 2:20).
Ciertamente hay sacrificios cuando aceptamos a Cristo. Hay cosas que nos pide que rindamos. Jesús dejó en claro el compromiso que se necesitaría para seguirlo: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame” (Luc. 9:23). La muerte en una cruz es una muerte dolorosa. Cuando entregamos nuestra vida ante la invitación de Cristo y este “viejo hombre” de pecado es crucificado (ver Rom. 6:6), es doloroso. A veces es doloroso renunciar a los deseos preciados y los hábitos de toda la vida, pero las recompensas superan con creces el dolor.
Los testimonios poderosos que tienen un impacto que cambia la vida de los demás se centran en lo que Cristo ha hecho por nosotros, no en lo que hemos renunciado por él. Se centran en su sacrificio, no en nuestros así llamados “sacrificios”. Porque Cristo nunca nos pide que renunciemos a nada que sea de nuestro mayor interés retener.
Sin embargo, la historia del cristianismo está llena de historias de aquellos que tuvieron que hacer enormes sacrificios por el amor de Cristo. No es que estas personas se estuvieran ganando la salvación, o que sus actos, sin importar cuán desinteresados y sacrificados hayan sido, les dieran mérito ante Dios. En cambio, en la mayoría de los casos, al darse cuenta de lo que Cristo había hecho por ellos, estos hombres y mujeres estuvieron dispuestos a poner todo sobre el altar del sacrificio, de acuerdo con el llamado de Dios en su vida.
Lee Juan 1:12; 10:10; 14:27 y 1 Corintios 1:30. Nuestro testimonio siempre se basa en lo que Cristo ha hecho por nosotros. Enumera algunos de los dones de su gracia mencionados en los textos anteriores.
A la luz de los textos anteriores, piensa en lo que Cristo ha hecho por ti. Es posible que hayas sido un cristiano dedicado toda tu vida, o posiblemente hayas experimentado una conversión más dramática. Medita en lo bueno que Jesús ha sido contigo y el propósito, la paz y la felicidad que te ha dado. Piensa en las veces que te ha dado fuerza para superar las experiencias difíciles de tu vida.
■ ¿Qué tipo de sacrificios has sido llamado a hacer por Cristo? ¿Qué has aprendido de tus experiencias que podría ser una bendición para los demás?
Notas EGW
Jueves
Pablo comprendía que su suficiencia no estaba en él, sino en la presencia del Espíritu Santo, cuya misericordiosa influencia llenaba su corazón y ponía todo pensamiento en sujeción a Cristo. Hablando de sí mismo, afirmaba que llevaba “siempre por todas partes la muerte de Jesús en el cuerpo, para que también la vida de Jesús sea manifestaba en nuestros cuerpos”. 2 Corintios 4:10. En las enseñanzas del apóstol, Cristo era la figura central. “Vivo —declaraba—, no ya yo, mas vive Cristo en mí”. Gálatas 2:20. El yo estaba escondido; Cristo era revelado y ensalzado.
Pablo era un orador elocuente. Antes de su conversión, había tratado a menudo de impresionar a sus oyentes con los vuelos de la oratoria. Pero ahora puso todo eso a un lado. En lugar de entregarse a descripciones poéticas y cuadros fantásticos que pudieran complacer los sentidos y alimentar la imaginación, pero que no podrían alcanzar la experiencia diaria, Pablo trataba, mediante el uso de un lenguaje sencillo, de introducir en el corazón las verdades de vital importancia… Las necesidades inmediatas, las pruebas presentes, de las almas que luchan, deberían satisfacerse con instrucción sana y práctica sobre los principios fundamentales del cristianismo (Los hechos de los apóstoles, pp. 204, 205).
La educación que puede obtenerse por el escudriñamiento de las Escrituras, es un conocimiento experimental del plan de la salvación. Tal educación restaurará la imagen de Dios en el alma. Fortalecerá y vigorizará la mente contra la tentación, y habilitará al estudiante para ser un colaborador de Cristo en su misión de misericordia al mundo. Lo convertirá en un miembro de la familia celestial, y lo preparará para compartir la herencia de los santos en luz.
Pero el que enseña verdades sagradas puede impartir únicamente aquello que él mismo conoce por experiencia. “El sembrador salió a sembrar su semilla”. Lucas 8:4. Cristo enseñó la verdad porque él era la verdad. Su propio pensamiento, su carácter, la experiencia de su vida, estaban encarnados en su enseñanza. Tal debe ocurrir con sus siervos: aquellos que quieren enseñar la Palabra han de hacer de ella algo propio mediante una experiencia personal. Deben saber qué significa tener a Cristo hecho para ellos sabiduría y justificación y santificación y redención. Al presentar a los demás la Palabra de Dios, no han de hacerla aparecer como algo supuesto o un “tal vez”. Deben declarar con el apóstol Pedro: “No os hemos dado a conocer… fábulas por arte compuestas; sino como habiendo con nuestros propios ojos visto su majestad”. 2 Pedro 1:16. Todo ministro de Cristo y todo maestro deben poder decir con el amado Juan: “Porque la vida fue manifestada, y vimos, y testificamos, y os anunciamos aquella vida eterna, la cual estaba con el Padre, y nos ha aparecido”. 1 Juan 1:2 (Palabras de vida del gran Maestro, pp. 24, 25).
Jueves
Pablo comprendía que su suficiencia no estaba en él, sino en la presencia del Espíritu Santo, cuya misericordiosa influencia llenaba su corazón y ponía todo pensamiento en sujeción a Cristo. Hablando de sí mismo, afirmaba que llevaba “siempre por todas partes la muerte de Jesús en el cuerpo, para que también la vida de Jesús sea manifestaba en nuestros cuerpos”. 2 Corintios 4:10. En las enseñanzas del apóstol, Cristo era la figura central. “Vivo —declaraba—, no ya yo, mas vive Cristo en mí”. Gálatas 2:20. El yo estaba escondido; Cristo era revelado y ensalzado.
Pablo era un orador elocuente. Antes de su conversión, había tratado a menudo de impresionar a sus oyentes con los vuelos de la oratoria. Pero ahora puso todo eso a un lado. En lugar de entregarse a descripciones poéticas y cuadros fantásticos que pudieran complacer los sentidos y alimentar la imaginación, pero que no podrían alcanzar la experiencia diaria, Pablo trataba, mediante el uso de un lenguaje sencillo, de introducir en el corazón las verdades de vital importancia… Las necesidades inmediatas, las pruebas presentes, de las almas que luchan, deberían satisfacerse con instrucción sana y práctica sobre los principios fundamentales del cristianismo (Los hechos de los apóstoles, pp. 204, 205).
La educación que puede obtenerse por el escudriñamiento de las Escrituras, es un conocimiento experimental del plan de la salvación. Tal educación restaurará la imagen de Dios en el alma. Fortalecerá y vigorizará la mente contra la tentación, y habilitará al estudiante para ser un colaborador de Cristo en su misión de misericordia al mundo. Lo convertirá en un miembro de la familia celestial, y lo preparará para compartir la herencia de los santos en luz.
Pero el que enseña verdades sagradas puede impartir únicamente aquello que él mismo conoce por experiencia. “El sembrador salió a sembrar su semilla”. Lucas 8:4. Cristo enseñó la verdad porque él era la verdad. Su propio pensamiento, su carácter, la experiencia de su vida, estaban encarnados en su enseñanza. Tal debe ocurrir con sus siervos: aquellos que quieren enseñar la Palabra han de hacer de ella algo propio mediante una experiencia personal. Deben saber qué significa tener a Cristo hecho para ellos sabiduría y justificación y santificación y redención. Al presentar a los demás la Palabra de Dios, no han de hacerla aparecer como algo supuesto o un “tal vez”. Deben declarar con el apóstol Pedro: “No os hemos dado a conocer… fábulas por arte compuestas; sino como habiendo con nuestros propios ojos visto su majestad”. 2 Pedro 1:16. Todo ministro de Cristo y todo maestro deben poder decir con el amado Juan: “Porque la vida fue manifestada, y vimos, y testificamos, y os anunciamos aquella vida eterna, la cual estaba con el Padre, y nos ha aparecido”. 1 Juan 1:2 (Palabras de vida del gran Maestro, pp. 24, 25).
Viernes 11 de septiembre
PARA ESTUDIAR Y MEDITAR:
“La muchedumbre maravillada que se apretujaba en derredor de Cristo no se percató del incremento de poder vital. Pero cuando la mujer enferma extendió la mano para tocarlo, creyendo que sería sanada, sintió la virtud sanadora. Así es también en las cosas espirituales. El hablar de religión de una manera casual, el orar sin hambre del alma ni fe viviente, no vale nada. Una fe nominal en Cristo, que lo acepta meramente como Salvador del mundo, jamás puede traer sanidad al alma. La fe que es para salvación no es un mero asentimiento intelectual a la verdad. [...] No es suficiente creer acerca de Cristo; debemos creer en él. La única fe que nos beneficiará es la que lo acepta como Salvador personal; la que se apropia de sus méritos para uno mismo. [...]
“Nuestra confesión de su fidelidad es el agente escogido por el Cielo para revelar a Cristo al mundo. Debemos reconocer su gracia como fue dada a conocer por los santos de antaño; pero lo que será más eficaz es el testimonio de nuestra propia experiencia. Somos testigos de Dios mientras revelamos en nosotros mismos la obra de un poder divino. Cada persona tiene una vida distinta de todas las demás, y una experiencia que difiere esencialmente de la suya. Dios desea que nuestra alabanza ascienda a él marcada por nuestra propia individualidad. Esos preciosos reconocimientos para alabanza de la gloria de su gracia, cuando están respaldados por una vida semejante a la de Cristo, tienen un poder irresistible que obra para la salvación de las almas” (DTG 312, 313).
PREGUNTAS PARA DIALOGAR:
1. ¿Cuáles son los elementos de un testimonio convincente? Lee el testimonio de Pablo ante Agripa en Hechos 26:1 al 23. ¿Cuál fue el fundamento de su testimonio?
2. ¿Por qué crees que nuestro testimonio personal sobre lo que Cristo ha hecho por nosotros es tan poderoso? Explica tu respuesta a la pregunta: Ok, eso es lo que le sucedió, pero ¿qué pasa si no tengo ese tipo de experiencia? ¿Por qué tu experiencia debería ser capaz de enseñarme algo acerca de por qué debería seguir a Jesús?
3. ¿Cuáles son algunas de las cosas que te gustaría evitar al dar tu testimonio a un no creyente?
4. Reflexiona acerca de la pregunta sobre la seguridad de la salvación. ¿Por qué es esto una parte tan importante de la experiencia cristiana? ¿Cómo podemos estar seguros de nuestra propia salvación y, al mismo tiempo, no ser presuntuosos?
Notas EGW
Viernes
La edificación del carácter, “El amor hacia Dios y el hombre”, pp. 80, 81;
Mensaje selectos, t. 1, “Cristo retiene el control”, pp. 96, 97.
Viernes
La edificación del carácter, “El amor hacia Dios y el hombre”, pp. 80, 81;
Mensaje selectos, t. 1, “Cristo retiene el control”, pp. 96, 97.
LECCIONES DE ESCUELA SABÁTICA DE ADULTOS
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Dios lo bendiga!!!
- MATERIAL AUXILIAR PARA EL MAESTRO -
Lección 11
Lección 11
EL SÁBADO ENSEÑARÉ...
Texto clave: 1 Juan 5:11-13.
Enfoque del estudio: 1 Juan 5:1-3; Efesios 2:1-8; Marcos 5:15-19; Hebreos 10:19-22.
Parte I: RESEÑA
El poder de la testificación en el Nuevo Testamento es el poder del testimonio personal. Los creyentes del primer siglo compartieron a un Cristo que conocían por experiencia. Los cristianos artificiales –si existe tal cosa– nunca cambiarán al mundo. Cuando Cristo habita en nuestros corazones a través del ministerio del Espíritu Santo, nuestra vida cambia.
Testificar es una tarea laboriosa, si es simplemente un deber o una obligación religiosa. Es una delicia si proviene de un corazón rebosante de amor por el Cristo que nos ha redimido. Cuando estamos enamorados, disfrutamos hablando de la persona que amamos. Lo que es verdad para el amor humano ciertamente también es verdad para el amor divino. El poder del testimonio en el Nuevo Testamento fue precisamente esto: los creyentes compartían espontáneamente a un Cristo que amaban. Testificar no era un requisito legalista, era la respuesta del corazón al sacrificio de Cristo en la Cruz.
En la lección de esta semana, redescubriremos cuán poderosos son nuestros testimonios personales con el fin de influir en otros para Cristo. El poder transformador de nuestro testimonio personal no es lo malos que fuimos o lo buenos que somos ahora; se trata del Cristo que vino a este mundo maldito por el pecado en una misión redentora de amor para salvarnos. Podemos testificar con seguridad no por quiénes somos, sino por quién es él.
Parte II: COMENTARIO
En Efesios 2, el apóstol Pablo describe el cambio que tiene lugar cuando un individuo acepta a Cristo. Él declara que anduvimos “en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo” (Efe. 2:2). “Todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira” (2:3). La expresión “hijos de ira” simplemente significa que somos, por nuestra propia naturaleza, pecadores y merecedores del juicio –o ira– de Dios. El profeta Jeremías afirma que “engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso” (Jer. 17:9). Isaías agrega que incluso nuestra así llamada justicia es como “trapos de inmundicia” (Isa. 64:6). La razón por la cual nuestra justicia se describe como trapo sucio es porque proviene de un corazón contaminado por el pecado. Sin Cristo, estamos irremediablemente perdidos, en la esclavitud de nuestra naturaleza pecaminosa.
Pablo continúa su discusión sobre el plan de salvación al declarar que “Dios, que es rico en misericordia”, “nos dio vida juntamente con Cristo” y “nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús” (Efe. 2:4-6). Él nos ha salvado por su gracia, no por nuestras buenas obras (2:8). Todo proviene de gracia. Por su gracia, nos perdona la culpa del pecado y nos libera de las garras del pecado. Por su gracia, nos salva del castigo del pecado y nos libera del poder del pecado. La salvación por gracia nos libera de la condenación del pecado y de la esclavitud, o dominio, del pecado. Nosotros, que una vez estuvimos muertos en delitos y pecados, ahora estamos vivos en Cristo. La expresión usada en Efesios 2:5, “nos dio vida”, significa un renacimiento. En Cristo, es como si hubiéramos nacido de nuevo, comenzando de nuevo con una nueva identidad en Cristo, un nuevo comienzo en Cristo y un nuevo poder en Cristo. Con este nuevo caminar en Cristo, “somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas” (Efe. 2:10). La palabra griega para “hechura” es poiema. De ella obtenemos nuestra palabra castellana “poema”. Cuando Cristo nos recrea para la gloria de su nombre, escribe un poema de nuestra vida a través de las buenas obras que su Espíritu nos da poder para hacer ante todo el Universo.
Gracia para todos
Aquí tenemos noticias increíblemente buenas. La gracia de Dios no solo está disponible para unos pocos elegidos; el apóstol Pablo deja en claro que se da gratuitamente a todos. Declara: “Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo. Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación” (2:13, 14). La expresión “la pared intermedia de separación” es notable. Los judíos no permitían que ningún no judío entrara en el Templo judío. Había una barrera de piedra de metro y medio de altura con trece grandes piedras escritas en griego y latín, advirtiendo a los gentiles o extranjeros que si procedían más allá de este recinto exterior del Templo lo harían a riesgo de su vida.
El historiador judío Josefo describe esta advertencia claramente. “Había una partición hecha de piedra […]. Su construcción era muy elegante; sobre ella se alzaban columnas, a la misma distancia entre sí, que declaraban la ley de la pureza, algunas en griego y otras en letras romanas, que ‘ningún extranjero debería entrar en ese santuario’ ” (Archeological Bible, p. 1.917, citado de Josephus [Wars 5.5.2]). Los gentiles no tenían acceso a la presencia de Dios en el Santuario judío. Cristo cambió todo eso. Su gracia proporciona acceso directo al Padre. Todos los que por fe reciben la salvación que él ofrece tan libremente tendrán entrada en su Reino eterno.
El evangelio es para todos. La salvación es para todos. El perdón, la misericordia, la clemencia y la gracia son para todos. Los creyentes del Nuevo Testamento comprendieron la maravilla de su gracia, y no pudieron guardar silencio. Ellos entendieron la seguridad de la vida eterna en Cristo. Vivieron para contar la historia de su abundante gracia. A medida que comprendemos el significado de su gracia, nosotros también vivimos para contar su historia.
La gracia nos cambia
La gracia nos cambia. Santiago y Juan, conocidos como los “hijos del trueno”, fueron transformados por gracia. Uno no llama a alguien “hijo del trueno” porque tiene una disposición suave, pasiva y relajada; Santiago y Juan eran dínamos que fácilmente podían ponerse nerviosos o impacientes. Eran altamente competitivos y buscaban puestos en el nuevo reino de Cristo. El amor sacrificial de Cristo los cambió en el centro mismo de su ser. Santiago finalmente fue martirizado, y Juan, que vivió hasta los noventa años, nunca se cansó de contar la historia del amor que cambió su vida. Un escritor dijo: “Juan escribió con su pluma embebida en el amor”. Juan fue cambiado por el amor y tenía que contar la historia. El apóstol Pablo agrega: “El amor de Cristo nos constriñe” (2 Cor. 5:14). En otras palabras, el amor de Cristo nos impulsa, nos motiva y nos obliga a contar la historia de la salvación.
Elena de White lo dice de esta manera: “El amor es un atributo celestial. El corazón natural no puede originarlo. Esta planta celestial solamente florece donde Cristo reina en forma suprema. Donde existe amor, allí hay poder y verdad en la vida. Dios hace el bien y solo el bien. Los que tienen amor llevan fruto de santidad, y finalmente reciben la vida eterna” (HHD 51).
Contar la historia de Jesús es contar la historia de cómo su gracia ha obrado en nuestra vida. Testificar no es un don espiritual dado a muy pocas personas; es la función de todo cristiano. Simplemente, di lo que Cristo ha hecho por ti. Comparte con otros la paz que has encontrado en Jesús. Diles cómo Cristo te dio un propósito en la vida. Ora por oportunidades para decir a los que te rodean la alegría que tienes al seguir a Jesús. Diles cómo te aferraste de sus promesas por fe y descubriste que eran verdaderas. Comparte respuestas a tus oraciones o promesas bíblicas que sean significativas para ti. Te sorprenderá cómo responderán los demás a una fe genuina.
En una lección anterior, mencionamos a los endemoniados. Solo imagina el poder de su testimonio al compartir lo que Cristo había hecho por ellos. ¡Quién podría argumentar en contra de un testimonio tan real! Las vidas cambiadas son el testimonio más poderoso posible. Hay quienes argumentan en contra de lo que crees. Debatirán su teología, pero pocas personas discutirán en contra del testimonio de una vida cambiada. Como Elena de White dice tan bellamente: “El argumento más poderoso en favor del evangelio es un cristiano amante y amable” (MC 373). Los críticos guardaron silencio ante los sorprendentes cambios en la vida de los endemoniados. A medida que el amor de Cristo fluya por tu vida, otros se sentirán conmovidos para buscar al Cristo que te ha cambiado y te ha dado tanta paz y alegría.
Seguridad cristiana
Si alguien te hiciera la pregunta “¿Tienes vida eterna?”, ¿cómo responderías? ¿Sería tu respuesta ambigua o segura? ¿Dirías: “Espero que sí”, u “Ojalá lo supiera”, o “No estoy seguro”? Jesús quiere que tengas la certeza de la vida eterna. El apóstol Juan declara que “Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo” (1 Juan 5:11). Luego agrega palabras demasiado claras para ser malentendidas: “El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida. Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna” (1 Juan 5:11-13). Mientras tengamos a Jesucristo viviendo en nuestra vida, el don de la vida eterna es nuestro. Él es vida, y en él tenemos vida. Es esta seguridad lo que otorga poder a nuestro testimonio. Nuestra seguridad no se basa en nuestras buenas obras o nuestra justicia superior; se basa solo en Cristo, que vive en nuestra vida por el Espíritu Santo, que produce buenas obras a través de nosotros.
Parte III: APLICACIÓN A LA VIDA
¿Es posible ser un testigo efectivo de Cristo sin la seguridad de la salvación en tu propia vida? Algunos cristianos adventistas están preocupados por aceptar la enseñanza bíblica de la seguridad de la salvación debido a la declaración de Elena de White que indica que nunca debemos decir que somos salvos (ver PVGM 120). Un análisis cuidadoso de esta declaración revela que ella estaba hablando en el contexto de “una vez salvo, siempre salvo”. Estaba hablando de la falsa seguridad de la autoconfianza, de la idea errónea de que cuando vengo a Cristo nunca puedo caer y perderme. Esta doctrina fácilmente puede conducir a la complacencia en nuestra vida cristiana y a la justificación de nuestro propio comportamiento pecaminoso. La gracia de Dios no es “barata”. Cambia nuestra vida. Con respecto a la seguridad de la salvación en Jesús, Elena de White fue clara. Afirmó: “Cada uno de ustedes puede saber por sí mismo que tiene un Salvador vivo, que él es su Áyudador y su Dios. No necesita llegar al punto de decir: ‘No sé si soy salvo’. ¿Crees en Cristo como tu Salvador personal? Si lo haces, regocíjate” (General Conference Bulletin, 10 de abril de 1901).
Anima a tu clase a compartir por qué creen que la seguridad de la salvación es la base de todo testimonio efectivo. Haz que un miembro de la clase lea 1 Juan 5:11 al 13, y comenten estos versículos en clase. ¿Dónde se encuentra la seguridad de la vida eterna?
Lee y desarrolla la siguiente declaración:
“Una vez que la mirada se fija en él, la vida halla su Centro. El entusiasmo, la devoción generosa, el ardor apasionado de la juventud hallan en esto su verdadero objeto. El deber llega a ser un deleite; y el sacrificio, un placer. Honrar a Cristo, asemejarse a él, es la ambición superior de la vida, y su mayor gozo” (Ed 297).
LECCIONES DE ESCUELA SABÁTICA DE ADULTOS
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Dios lo bendiga!!!
necesito me envio lea leccion de escuela sabatica para adultos.. por que esta interesante el comentario del espiritu de profecia
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