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Lección 4: Para el 24 de octubre de 2020
LOS OJOS DE JEHOVÁ: LA COSMOVISIÓN BÍBLICA
LEE PARA EL ESTUDIO DE ESTA SEMANA: Proverbios 15:3; Job 12:7–10; Efesios 6:12; Apocalipsis 20:5, 6; Juan 1:1–14; Marcos 12:29–31.
PARA MEMORIZAR:
“Los ojos de Jehová están en todo lugar, mirando a los malos y a los buenos” (Prov. 15:3).
El poeta polaco Czeslaw Milosz escribió un poema al comienzo de su obra sobre animales imaginarios: conejos que hablan, ardillas que hablan y otros por el estilo. “Tienen tanto en común con los animales reales”, escribió, “como nuestras nociones del mundo con el mundo real”. Luego, para terminar el poema, escribió: “Piensa en esto, y tiembla”.
“Temblar” quizá sea una palabra demasiado fuerte, pero es cierto que gran parte de lo que los seres humanos piensan sobre el mundo podría estar completamente equivocado. Por ejemplo, durante casi dos mil años, muchas de las personas más inteligentes y cultas del mundo creyeron que la Tierra estaba inmóvil en el centro del Universo. Hoy, muchas de las personas más inteligentes y cultas piensan que la humanidad evolucionó de lo que originalmente era una forma de vida simple.
Como seres humanos, miramos el mundo a través de filtros que impactan nuestra forma de interpretar y entender lo que nos rodea. Ese filtro se llama cosmovisión, y es fundamental que enseñemos la cosmovisión bíblica a nuestros jóvenes, e incluso a los miembros mayores de la iglesia.
Sábado
La herencia que Dios prometió a su pueblo no está en este mundo. Abraham no tuvo posesión en la tierra, “ni aun para asentar un pie”. Hechos 7:5. Poseía grandes riquezas y las empleaba en honor de Dios y para el bien de sus prójimos; pero no consideraba este mundo como su hogar. El Señor le había ordenado que abandonara a sus compatriotas idólatras, con la promesa de darle la tierra de Canaán como posesión eterna; y sin embargo, ni él, ni su hijo, ni su nieto la recibieron. Cuando Abraham deseó un lugar donde sepultar sus muertos, tuvo que comprarlo a los cananeos. Su única posesión en la tierra prometida fue aquella tumba cavada en la peña en la cueva de Macpela.
Pero Dios no faltó a su palabra; ni tuvo esta su cumplimiento final en la ocupación de la tierra de Canaán por el pueblo judío. “A Abraham fueron hechas las promesas, y a su simiente”. Gálatas 3:16. Abraham mismo debía participar de la herencia. Puede parecer que el cumplimiento de la promesa de Dios tarda mucho; pues “un día delante del Señor es como mil años y mil años como un día”; puede parecer que se demora, pero al tiempo determinado “sin duda vendrá; no tardará”. 2 Pedro 3:8; Habacuc 2:3 (Historia de los patriarcas y profetas, pp. 166, 167).
Esté absorta vuestra alma meditando en las gloriosas verdades contenidas en la Palabra de Dios y no estaréis deseando constantemente algo que no tenéis. Despreciaréis los pensamientos triviales y vanos. Siempre estaréis tratando de alcanzar el elevado nivel de virtud y santidad que se os presenta en el evangelio. Buscaréis mayores logros en la vida divina. Conversad con Dios por medio de su Palabra. Esto ennoblecerá vuestra naturaleza.
Al contemplar el alto ideal que él ha colocado ante vosotros, os mantendréis muy arriba, en una atmósfera pura y santa, en la misma presencia de Dios. Cuando morais aquí, saldrá de vosotros una luz que ilumina a todos los que se relacionan con vosotros (In Heavenly Places, p. 161; parcialmente en En los lugares celestiales, p. 163).
Sus mandamientos y su gracia están adaptados a nuestras necesidades, y sin ellos no podemos ser salvos, no importa qué hagamos. Requiere una obediencia que él pueda aceptar. La ofrenda de bienes, o cualquier otro servicio, sin la participación del corazón, no será aceptado. La voluntad debe ser sometida a él. El Señor requiere de ustedes una mayor consagración, una mayor separación del espíritu y la influencia del mundo.
“Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable”. 1 Pedro 2:9. Cristo los ha llamado a ser sus seguidores, a imitar su vida de abnegación y sacrificio, a interesarse en la gran obra de la redención de la especie caída… Cristo es su modelo. Lo que les falta es amor. Este puro y santo principio distingue el carácter y la conducta de los cristianos frente a los mundanos. El amor divino tiene una influencia poderosa y purificadora. Sólo se lo encuentra en los corazones renovados, y entonces fluye naturalmente hacia nuestros semejantes (Testimonios para la iglesia, t. 2, p. 153).
LOS OJOS DE JEHOVÁ
Un profesor universitario de Oxford teorizó que nada es real: ni noso-tros, ni el mundo, ni nada de lo que nos rodea, sino que somos las creaciones digitales de una raza de extraterrestres con computadoras superpoderosas.
Si bien esa es una teoría interesante, plantea una pregunta crucial: ¿cuál es la naturaleza de la realidad?
Hay dos respuestas posibles y muy amplias, aunque solo una es racional. La primera es que el Universo (y todo lo que hay en él, incluidos nosotros) simplemente es. Nada lo creó, nada lo formó; solo está aquí. Es simplemente un dato duro. No hay dios, no hay dioses, no hay nada divino. La realidad es puramente material, puramente natural. Como alguien dijo hace 2.500 años (esta no es una idea nueva), solo hay “átomos y el vacío”.
La otra postura es que algún ser (o seres) divino creó el Universo. Por cierto, eso parece más lógico, más racional, más sensato, que la idea de que el Universo es, sin explicación alguna. Esta perspectiva abarca el mundo natural, el mundo de los “átomos y el vacío”, pero no se limita a él. Señala una realidad que es mucho más amplia, profunda y multifacética que la visión ateo-materialista que tan a menudo escuchamos en la actualidad.
¿Qué dicen los siguientes versículos sobre las ideas planteadas en la lec-ción de hoy? Salmo 53:1; Proverbios 15:3; Juan 3:16; Isaías 45:21; Lucas 1:26–35.
El elemento central de toda educación cristiana es la realidad de Dios; y no solo eso, sino la clase de Dios que es: un Dios personal que nos ama y que interactúa con nosotros. Él es un Dios de milagros que, si bien utiliza leyes naturales, no está sujeto a esas leyes y puede trascenderlas cuando quiera (como en la concepción virginal de Jesús). La enseñanza de esta cosmovisión es especialmente pertinente en nuestros días porque el mundo intelectual, en su mayoría, enseña abiertamente y sin tapujos la cosmovisión atea y naturalista, y además afirma (erróneamente) que la ciencia la apoya.
■ Piensa en cuán estrecha y limitada es la cosmovisión atea en contraste con la cos-movisión bíblica, que, como se dijo anteriormente, abarca el mundo natural pero no se limita a él. ¿Por qué, en definitiva, la cosmovisión bíblica, la cosmovisión teísta, es mucho más lógica y racional que su rival atea?
Domingo
“Dice el necio en su corazón: No hay Dios”. Salmos 14:1. Los intelectos más poderosos de la tierra no pueden comprender a Dios. Si él se revela de alguna manera a los hombres, lo hace velándose en el misterio. Sus caminos están más allá de toda investigación. Los hombres deben estar siempre buscando, siempre aprendiendo; y sin embargo hay una infinidad más allá. Si los hombres pudieran comprender plenamente los propósitos, la sabiduría, el amor y el carácter de Dios, ya no creerían en él como un ser infinito, ni le confiarían los intereses de sus almas. Si alcanzaran un conocimiento pleno del Ser supremo, él ya no seguiría siendo supremo.
Hay hombres que piensan que han hecho admirables descubrimientos científicos…
[Pero] la investigación científica en la cual estos hombres se han ocupado ha resultado ser una trampa para ellos. Ha oscurecido sus mentes, y se han desviado hacia el escepticismo.
… Han exaltado su sabiduría humana oponiéndola a la sabiduría del Dios grande y poderoso, y se han atrevido a entrar en controversia con él. La Palabra inspirada los declara “necios” (Mensajes selectos, t. 3, pp. 350, 351).
Cuando disponemos de una promesa tan rica y tan plena como [la de Juan 3:14-19 …] me pregunto: “¿Qué excusa podemos tener para la incredulidad? ¿Qué excusa para decir: No creo que el Señor escuche mis oraciones; me gustaría creer que soy cristiano, o me gustaría tener evidencias de que soy hijo de Dios?” Los sentimientos varían mucho, pero aquí tenemos preciosas palabras de vida eterna.
¿Cuál es la evidencia? ¿Es un vuelo de los sentimientos? ¿Es una emoción del corazón la que da evidencias de que alguien es hijo de Dios? Pero aquí tenemos la preciosa palabra de vida eterna que nos asegura que podemos aferrarnos, mediante una fe viviente, de la esperanza que nos propone el evangelio (Cada día con Dios, p. 221).
Todos los que sienten la absoluta pobreza del alma, que saben que en sí mismos no hay nada bueno, pueden hallar justicia y fuerza recurriendo a Jesús. Dice él: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados”.5Nos invita a cambiar nuestra pobreza por las riquezas de su gracia. No merecemos el amor de Dios, pero Cristo, nuestro fiador, es sobremanera digno y capaz de salvar a todos los que vengan a él. No importa cuál haya sido la experiencia del pasado ni cuán desalentadoras sean las circunstancias del presente, si acudimos a Cristo en nuestra condición actual —débiles, sin fuerza, desesperados—, nuestro compasivo Salvador saldrá a recibirnos mucho antes de que lleguemos, y nos rodeará con sus brazos amantes y con la capa de su propia justicia. Nos presentará a su Padre en las blancas vestiduras de su propio carácter. Él aboga por nosotros ante el Padre, diciendo: Me he puesto en el lugar del pecador. No mires a este hijo desobediente, sino a mí. Y cuando Satanás contiende fuertemente contra nuestras almas, acusándonos de pecado y alegando que somos su presa, la sangre de Cristo aboga con mayor poder (El discurso maestro de Jesucristo, p. 13).
LA PREGUNTA DE LEIBNIZ
Hace muchos siglos, un pensador y escritor alemán llamado Gottfried Wilhelm Leibniz probablemente hizo la pregunta más básica y fundamental: “¿Por qué hay algo en lugar de nada?”
¿Cómo responden los siguientes pasajes la pregunta de Leibniz? Génesis 1:1; Juan 1:1–4; Éxodo 20:8-11; Apocalipsis 14:6, 7; Job 12:7-10.
Es fascinante la forma en que la Biblia da por sentada la existencia de Dios. Génesis 1:1 no comienza con un montón de argumentos lógicos (aunque existen muchos) para la existencia de Dios. Simplemente, da por cierta su existencia (ver también Éxo. 3:13, 14) y, partiendo de esa base, se da a conocer a Dios como Creador, la Biblia y toda la verdad revelada en sus páginas.
La doctrina de la Creación también es fundamental para la educación cristiana. Todo lo que creemos como cristianos, todo, se basa en la doctrina de la Creación de seis días. La Biblia no comienza con una declaración sobre la Expiación, ni sobre la Ley, ni sobre la Cruz, ni sobre la resurrección, ni sobre la Segunda Venida; no. Comienza con una declaración sobre Dios como Creador, porque ninguna de estas otras enseñanzas tiene sentido independientemente de la realidad de Dios como nuestro Creador.
Por lo tanto, una cosmovisión bíblica debe enfatizar la importancia de la doctrina de la Creación. Este énfasis también adquiere gran importancia porque esta enseñanza ha soportado un ataque frontal en nombre de la ciencia. La Evolución (miles de millones de años de vida que evoluciona lentamente a tropezones, todo por casualidad) ha destruido casi por completo la fe en la Biblia para millones de personas. Es difícil imaginar una enseñanza más contraria a la Biblia y a la fe cristiana en general que la Evolución. Por eso, la idea de que la Evolución puede llegar a armonizar de alguna manera con la doctrina bíblica de la Creación (Evolución teísta) es peor aún que la Evolución atea. No puede armonizar sin burlarse de la Biblia y de la fe cristiana en general.
■ Dios nos pide que pasemos una séptima parte de nuestra vida, cada semana, para recordar la Creación de seis días, algo que él no pide con ninguna otra enseñanza. ¿Qué debería decirnos esto sobre cuán fundamental e importante es esta doctrina para una cosmovisión cristiana?
Lunes
Solamente en la Palabra de Dios encontramos una auténtica narrativa de la creación…Sólo aquí podemos encontrar una historia de nuestra raza, libre de la mancha del prejuicio y orgullo humano… En ella nos podemos relacionar con patriarcas y profetas, y escuchar la voz del Eterno que habla con los hombres. En ella contemplamos cómo la Majestad celestial se humilló y se convirtió en nuestro sustituto y garantía para vérselas a solas con las potencias de las tinieblas y ganar la victoria en nuestro favor. Una meditación reverente sobre temas como estos no podrá menos que ablandar, purificar y ennoblecer el corazón y, a la vez, impartir a la mente nuevo poder y vigor (Testimonios para la iglesia, t. 5, p. 24).
Algunos realizan un esfuerzo constante para explicar la obra de la creación como resultado de causas naturales; y, en abierta oposición a las verdades consignadas en la Sagrada Escritura, el razonamiento humano es aceptado aun por personas que se dicen cristianas. Hay quienes se oponen al estudio e investigación de las profecías, especialmente las de Daniel y del Apocalipsis, diciendo que estas son tan obscuras que no las podemos comprender; no obstante, estas mismas personas reciben ansiosamente las suposiciones de los geólogos, que están en contradicción con el relato de Moisés. Pero si lo que Dios ha revelado es tan difícil de comprender, ¡cuán ilógico es aceptar meras suposiciones en lo que se refiere a cosas que él no ha revelado!
“Las cosas secretas pertenecen a Jehová nuestro Dios: mas las reveladas son para nosotros y para nuestros hijos por siempre”. Deuteronomio 29:29. Nunca reveló Dios al hombre la manera precisa en que llevó a cabo la obra de la creación; la ciencia humana no puede escudriñar los secretos del Altísimo. Su poder creador es tan incomprensible como su propia existencia (Historia de los patriarcas y profetas, pp. 104, 105).
Dios ha permitido que un torrente de luz sea derramado sobre el mundo por medio de los descubrimientos de la ciencia y las artes; pero cuando supuestos hombres de ciencia discurren sobre estos temas desde un punto de vista meramente humano, de seguro errarán. Las mentes más sobresalientes, si no son guiadas por la Palabra de Dios, quedan desconcertadas en sus intentos de investigar la relación entre la ciencia y la revelación. El Creador y sus obras están más allá de su entendimiento; y por qué ellas no pueden ser explicadas por las leyes naturales, declaran que la historia bíblica no es digna de fe.
Aquellos que cuestionan la veracidad del registro bíblico han abandonado su ancla y han quedado golpeándose contra las rocas de la incredulidad. Cuando se dan cuenta de que son incapaces de medir al Creador y sus obras por sus propios conocimientos imperfectos de la ciencia, entonces dudan de la existencia de Dios y le atribuyen poderes infinitos a la naturaleza (Testimonios para la iglesia, t. 8, p. 269).
LA COSMOVISIÓN BÍBLICA
Como se mencionó en la introducción, nadie ve el mundo desde una perspectiva neutral. Por ejemplo, un ateo mira un arcoíris en el cielo, y no ve nada más que un fenómeno natural; no tiene otro significado que el que los seres humanos deciden darle. Al contrario, alguien que lo mira desde una cosmovisión bíblica ve no solo el fenómeno natural (el agua y la luz que interactúan), sino también una reafirmación de la promesa de Dios de no volver a destruir el mundo por medio de agua (Gén. 9:13-16). “¡Cuán grandes fueron la condescendencia y la compasión que Dios manifestó hacia sus criaturas descarriadas al colocar el bello arcoíris en las nubes como señal de su pacto con el hombre! [...] Era el propósito de Dios que cuando los niños de las generaciones futuras preguntasen por el significado del glorioso arco que se extiende por el cielo, sus padres les repitiesen la historia del Diluvio, y les explicasen que el Altísimo había combado el arco, y lo había colocado en las nubes para asegurarles que las aguas no volverían jamás a inundar la tierra” (PP 97).
Para los Adventistas del Séptimo Día, la Biblia continúa siendo el texto fundamental de nuestra fe. Enseña la cosmovisión, el “filtro” mediante el que debemos ver e interpretar el mundo, que puede ser un lugar muy desalentador y complicado. Las Escrituras crean el esquema que nos ayudará a comprender mejor la realidad en la que nos encontramos, de la que somos parte, y que a menudo nos confunde.
¿Qué verdades se encuentran en los siguientes textos que nos pueden ayudar a comprender mejor la realidad que nos toca vivir? Efesios 6:12; Marcos 13:7; Romanos 5:8; 8:28; Eclesiastés 9:5; Apocalipsis 20:5, 6.
Como Adventistas del Séptimo Día, debemos ceñirnos firmemente a las enseñanzas de la Biblia, ya que esta es la verdad revelada de Dios para la humanidad, que nos explica muchas cosas sobre el mundo que de otro modo no sabríamos ni entenderíamos. Por lo tanto, la educación cristiana debe estar arraigada y cimentada en la Palabra de Dios, y debemos rechazar cualquier enseñanza contraria a ella.
■ ¿Qué otras enseñanzas de la Biblia contradicen las creencias que la gente tiene? ¿Qué debería enseñarnos esta diferencia acerca de la importancia de atenernos fielmente a la Palabra de Dios?
Martes
Dios mismo contempla el arco en las nubes, y recuerda su pacto eterno entre él y el hombre… El arco iris representa el amor de Cristo que rodea la tierra, y llega hasta las profundidades de los cielos relacionando a los hombres con Dios, y uniendo la tierra con el cielo…
[A medida que] él la ve recuerda a los hijos de la tierra a quienes les fue dada. Sus aflicciones, peligros y pruebas no pasan inadvertidos para él. Podemos regocijarnos en esperanza, porque el arco del pacto de Dios está entre nosotros. Él nunca olvidará a sus hijos del cuidado divino (Nuestra elevada vocación, p. 316).
[A medida que] el ojo del Salvador penetra lo futuro; contempla los campos más amplios en los cuales, después de su muerte, los discípulos van a ser sus testigos. Su mirada profética abarca lo que experimentarán sus siervos a través de todos los siglos hasta que vuelva por segunda vez. Muestra a sus seguidores los conflictos que tendrán que arrostrar; revela el carácter y el plan de la batalla. Les presenta los peligros que deberán afrontar, la abnegación que necesitarán. Desea que cuenten el costo, a fin de no ser sorprendidos inadvertidamente por el enemigo. Su lucha no había de reñirse contra la carne y la sangre, sino “contra los principados, contra las potestades, contra los gobernantes de las tinieblas de este mundo, contra las huestes espirituales de iniquidad en las regiones celestiales”. Efesios 6:12. Habrán de contender con fuerzas sobrenaturales, pero se les asegura una ayuda sobrenatural. Todos los seres celestiales están en este ejército. Y hay más que ángeles en las filas. El Espíritu Santo, el representante del Capitán de la hueste del Señor, baja a dirigir la batalla. Nuestras flaquezas pueden ser muchas, y graves nuestros pecados y errores; pero la gracia de Dios es para todos los que, contritos, la pidan. El poder de la Omnipotencia está listo para obrar en favor de los que confían en Dios (El Deseado de todas las gentes, p. 318, 319).
Por medio de su poder y sus prodigios mentirosos, destruyendo el fundamento de la esperanza cristiana, y apagando el sol que ha de alumbrarlos en el camino angosto que lleva al cielo. Está haciendo creer al mundo que la Biblia no es inspirada, ni mejor que un libro de cuentos, mientras ofrece algo que la ha de reemplazar, a saber, las manifestaciones espirituales…
Al Libro que ha de juzgarle a él y a sus seguidores, lo pone en la sombra, exactamente donde quiere que esté. Al Salvador del mundo lo reduce a la condición de hombre común; y como la guardia romana que vigiló la tumba de Jesús difundió la mentira que los príncipes de los sacerdotes y ancianos pusieron en su boca, así también los pobres y engañados seguidores de estas así llamadas manifestaciones espirituales repiten que nada hubo de milagroso en el nacimiento, la muerte y la resurrección de nuestro Salvador… De esta manera el mundo cae en el lazo y es adormecido por una sensación de seguridad, de tal manera que no descubrirá el engaño espantoso hasta que hayan sido derramadas las siete plagas. Satanás se ríe al ver el éxito de su plan, y cómo todo el mundo queda apresado en la trampa (Primeros escritos, pp. 91, 92).
ADORAD AL REDENTOR
Aunque la doctrina de la Creación es fundamental para nuestra fe, no aparece aislada, especialmente en el Nuevo Testamento. Generalmente está acompañada, y hasta íntimamente ligada, a la doctrina de la Redención porque, honestamente, en un mundo caído, de pecado y muerte, la Creación por sí sola no es suficiente. Vivimos, luchamos, sufrimos (como todos)... y luego, ¿qué? Morimos, y terminamos igual que los cadáveres de animales que quedan a la vera del camino.
¿Qué tiene eso de bueno?
Por ende, tenemos la doctrina de la Redención, que también es esencial para nuestra cosmovisión. Y eso significa que en el centro de todo lo que creemos está Jesucristo, crucificado y resucitado.
Lee Juan 1:1 al 14. ¿Qué nos dicen estos versículos sobre quién era Jesús y lo que ha hecho por nosotros?
También presta atención al mensaje del primer ángel: “Vi volar por en medio del cielo a otro ángel, que tenía el evangelio eterno para predicarlo a los moradores de la tierra, a toda nación, tribu, lengua y pueblo, diciendo a gran voz: Temed a Dios, y dadle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado; y adorad a aquel que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas” (Apoc. 14:6, 7). Fíjate que el “evangelio eterno” está vinculado directamente con Dios como el Creador. Y, cuando nos damos cuenta de que el Dios que nos creó es el mismo Dios que, en carne humana, llevó el castigo por nuestro pecado sobre sí mismo, no es de extrañar que se nos llame a adorarlo. ¿Qué otra respuesta debería surgir de nosotros al darnos cuenta de cómo es nuestro Dios realmente?
Por esta razón, Cristo, y él crucificado, debe ser nuestra prioridad en todo lo que enseñamos; una enseñanza que, a decir verdad, también debe incluir la Segunda Venida, porque la primera venida de Cristo realmente no nos beneficia en mucho sin la segunda, ¿verdad? Podríamos sostener, según las Escrituras, que la primera venida y la segunda venida de Cristo son dos partes de un acontecimiento: el plan de salvación.
■ Medita sobre la idea, expresada en Juan 1, de que aquel que hizo “todas las cosas” (Juan 1:3) fue quien murió en la Cruz por nosotros. ¿Por qué la adoración debería ser una respuesta natural incontenible?
Miércoles
Alguien vino desde los atrios celestiales para representar a Dios en forma humana. El Hijo de Dios fue hecho hombre, y vivió entre nosotros. “En él estaba la vida y la vida era la luz de los hombres. La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella [no la comprendieron, Val. ant.]… Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo. En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho; pero el mundo no le conoció. A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron. Mas a todos los que le recibieron… les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Testimonios para los ministros, p. 365).
La Majestad del cielo no fue reconocida en su atavío de humanidad. Era el Maestro divino enviado de Dios, el glorioso tesoro dado a la humanidad. Era más hermoso que los hijos de los hombres, pero su gloria incomparable estaba oculta bajo una cubierta de pobreza y sufrimiento. Veló su gloria a fin de que la divinidad pudiera tocar a la humanidad y el tesoro de inmenso valor no fue discernido por la raza humana…
“Aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros”. Juan 1:14. Ciertamente, el tesoro está oculto en el atavío humano. Cristo es las riquezas insondables, y el que encuentra a Cristo, halla el cielo. El ser humano que contemple a Jesús, que more por fe en sus encantos sin par, encontrará el tesoro eterno (A fin de conocerle, p. 59).
Debe ser un placer adorar al Señor y participar en su obra. Dios no quiere que sus hijos, a los cuales proporcionó una salvación tan grande, obren como si él fuera un amo duro y exigente. Él es nuestro mejor amigo; y cuando le adoramos quiere estar con nosotros, para bendecirnos y confortarnos llenando nuestro corazón de alegría y amor. El Señor quiere que sus hijos hallen consuelo en servirle y más placer que fatiga en su obra. Él quiere que quienes vengan a adorarle se lleven pensamientos preciosos acerca de su amor y cuidado, a fin de que estén alentados en toda ocasión de la vida y tengan gracia para obrar honrada y fielmente en todo.
Debemos reunirnos en torno a la cruz. Cristo, y Cristo crucificado, debe ser el tema de nuestra meditación, conversación y más gozosa emoción. Debemos recordar todas las bendiciones que recibimos de Dios; y al cerciorarnos de su gran amor, debiéramos estar dispuestos a confiar todas las cosas a la mano que fue clavada en la cruz en nuestro favor.
El alma puede elevarse hacia el cielo en alas de la alabanza. Dios es adorado con cánticos y música en las mansiones celestiales, y al expresar nuestra gratitud nos aproximamos al culto que rinden los habitantes del cielo. Se nos dice: “El que ofrece sacrificio de alabanza me glorificará”. Salmo 50:23. Presentémonos, pues, con gozo reverente delante de nuestro Creador, con “acciones de gracias y voz de melodía”. Isaías 51:3 (El camino a Cristo, pp. 103, 104).
LA LEY DE DIOS
Años atrás, en Francia, la nación estaba debatiendo la cuestión de la pena capital: ¿debía abolirse? Los que estaban a favor de su abolición se pusieron en contacto con un famoso escritor y filósofo francés llamado Michel Fou-cault y le pidieron que escribiera un editorial en su nombre. Sin embargo, lo que hizo fue abogar no por abolir solo la pena de muerte, sino también todo el sistema penitenciario y dejar en libertad a todos los prisioneros.
¿Por qué? Porque para Michel Foucault todos los sistemas de moralidad eran meras construcciones humanas, ideas humanas puestas en práctica por quienes están en el poder para controlar a las masas. Por lo tanto, estos códigos morales no tenían legitimidad real.
Aunque esta postura nos resulte extrema, lo que vemos aquí es una con-secuencia lógica de un problema que en realidad no es tan nuevo. Moisés lo abordó con relación al antiguo Israel hace miles de años. “No haréis como todo lo que hacemos nosotros aquí ahora, cada uno lo que bien le parece” (Deut. 12:8; ver además Juec. 17:6; Prov. 12:15).
Sin embargo, si no debemos hacer lo que bien nos parece a cada uno (es decir, nosotros no somos justos, santos ni lo suficientemente objetivos como para saber lo que es moralmente correcto), entonces, ¿cómo sabremos qué hacer? La respuesta, por supuesto, es que el Señor que nos creó también nos dio un código moral para vivir. Tal vez nuestros ojos no alcancen a distinguir qué es lo correcto, pero el Señor sí.
¿Qué nos enseñan estos textos sobre la conducta moral? Deuteronomio 6:5; Marcos 12:29–31; Apocalipsis 14:12.
Si hacemos de la Redención un tema central en nuestra cosmovisión cristiana, entonces (como vimos la semana pasada) la Ley de Dios, los Diez Mandamientos, también deben ser primordiales. A fin de cuentas, ¿de qué somos redimidos más que del pecado, que es violar la Ley (Rom. 3:20)? El evangelio realmente no tiene sentido separado de la Ley de Dios, lo cual es una de las razones por las que sabemos que la Ley continúa siendo vin-culante para nosotros, a pesar de su incapacidad para salvarnos. (Por eso necesitamos el evangelio.)
Por lo tanto, toda la educación adventista del séptimo día debe enfatizar lo que Elena de White ha llamado “la perpetuidad de la Ley” (CS 68, 69); que incluye el sábado. Si la educación está para ayudar a restaurar lo más posible la imagen de Dios en nosotros en esta vida, entonces, incluso en el nivel más básico, la Ley de Dios debe ser exaltada, teniendo en cuenta el ejemplo de Cristo, como el código moral que nos muestra lo que realmente es correcto a la vista de Dios.
Jueves
Dios no le ha dado al hombre la libertad de apartarse de sus mandamientos. El Señor había declarado a Israel: “No haréis… cada uno lo que le parece”, sino “guarda y escucha todas estas palabras que yo te mando”. Deuteronomio 12:8, 28. Al decidir sobre cualquier camino a seguir, no hemos de preguntarnos si es previsible que de él resultará algún daño, sino más bien si está de acuerdo con la voluntad de Dios. “Hay camino que al hombre parece derecho; empero su fin son caminos de muerte”. Proverbios 14:12 (Historia de los patriarcas y profetas, p. 687).
El plan de salvación combina las influencias santas de la luz del pasado y del presente. Estas influencias están unidas por la cadena dorada de la obediencia por amor. La recepción de Cristo por la fe y la sumisión a la voluntad de Dios transforman a los hombres y las mujeres en hijos e hijas de Dios. Mediante el poder que únicamente el Salvador puede darles son aceptados como miembros de la familia real, herederos de Dios y coherederos con Cristo…
Amar a Dios de todo corazón y ser participantes de la humillación y los sufrimientos de Cristo, significa más de lo que muchos comprenden. La expiación de Cristo es la gran verdad central alrededor de la cual se agrupan todas las demás verdades pertinentes a la gran obra de la redención. La mente del hombre debe fundirse en la mente de Cristo. Esta unión santifica el entendimiento e imparte claridad y fuerza a los pensamientos (Exaltad a Jesús, p. 223).
El que creó al hombre proveyó para el desarrollo de su cuerpo, alma y mente. Por consiguiente, el verdadero éxito en la educación depende de la fidelidad con la cual el hombre lleva a cabo el plan del Creador.
El verdadero propósito de la educación es restaurar la imagen de Dios en el alma. En el principio, Dios creó al hombre a su propia semejanza. Le dotó de cualidades nobles. Su mente era equilibrada, y todas las facultades de su ser eran armoniosas. Pero la caída y sus resultados pervirtieron estos dones. El pecado echó a perder y casi hizo desaparecer la imagen de Dios en el hombre. Restaurar esta fue el objeto con que se concibió el plan de la salvación y se le concedió un tiempo de gracia al hombre. Hacerle volver a la perfección original en la que fue creado, es el gran objeto de la vida, el objeto en que estriba todo lo demás. Es obra de los padres y maestros, en la educación de la juventud, cooperar con el propósito divino; y al hacerlo son “coadjutores… de Dios”. 1 Corintios 3:9…
Toda facultad y todo atributo con que el Creador nos haya dotado deben emplearse para su gloria y para el ennoblecimiento de nuestros semejantes. Y en este empleo se halla la ocupación más pura, más noble y más feliz (Historia de los patriarcas y profetas, p. 646).
PARA ESTUDIAR Y MEDITAR:
“El verdadero objetivo de la educación es restaurar la imagen de Dios en el alma” (PP 645). Con esta idea en mente, podemos ver por qué una cosmo-visión cristiana sólida es fundamental para la educación adventista. Al fin y al cabo, como observamos anteriormente, la educación en sí misma no es necesariamente buena. La gente puede ser instruida, sumamente versada en ideas y actitudes que contradicen los principios que se encuentran en la Biblia. Por eso, como Adventistas del Séptimo Día, nuestro sistema edu-cativo debe basarse en la cosmovisión cristiana. Esto significa, entonces, que todos los ámbitos generales de la educación, la ciencia, la historia, la moralidad, la cultura y otros, se enseñarán desde esa perspectiva, y no desde una que la contradiga o incluso la ignore. Además, como se dijo anterior-mente, no existe una perspectiva neutral: toda la vida, toda la realidad, se ve a través de los filtros de la cosmovisión de cada uno, ya sea que se adopte esa cosmovisión de manera coherente y sistemática o no. Por lo tanto, es fundamental que la cosmovisión bíblica forme la base de toda la educación adventista del séptimo día.
PREGUNTAS PARA DIALOGAR:
1. ¿Qué ejemplos de la historia recuerdas de sistemas enteros de edu-cación que fueron (o incluso son) muy destructivos? ¿Cuáles fue-ron algunos de esos lugares, qué se les enseñaba a los alumnos allí y qué podemos aprender de ellos? ¿Cómo podemos proteger nues-tros sistemas educativos de estas influencias destructivas?
2. La lección de esta semana analizó algunos de los puntos clave de una cosmovisión cristiana: la existencia de Dios, la Creación, la Bi-blia, el plan de Redención y la Ley de Dios. ¿Qué otros elementos importantes deberían incluirse en cualquier formulación completa de una cosmovisión cristiana?
3. Un pensador del siglo XVIII una vez escribió: “¡Oh, conciencia! ¡Conciencia! Instinto divino, guía segura de un ser ignorante y con-finado, aunque inteligente y libre, eres una jueza infalible del bien y del mal, que hace que el hombre se asemeje a la Deidad”. ¿Qué hay de bueno y qué hay de malo con esta postura?
4. Observa nuevamente esta declaración de Elena de White: “El ver-dadero objetivo de la educación es restaurar la imagen de Dios en el alma” (PP 645). ¿Qué significa eso? ¿Por qué la educación adven-tista debe ser mayormente tan diferente de como el mundo ve la educación?
Viernes
En los lugares celestiales, 2 de junio “La lucha por una mente espiritual”, p. 162;
El conflicto de los siglos, “Los Estados Unidos en la profecía”, pp. 429-433.
"LA EDUCACIÓN"
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Dios lo bendiga!!!
Lección 4
EL SÁBADO ENSEÑARÉ...
Parte I: RESEÑA
No podemos pasarnos todo el día analizando o verificando si cada creencia que tenemos es verdadera o no. Tenemos un trabajo, una familia y responsabilidades que generalmente nos impiden filosofar a tiempo completo. En determinado momento de nuestra vida reflexiva, nos conformamos con un número central de principios que consideramos verdaderos. Estos principios tienen un alcance amplio y generalmente tocan temas de orígenes, sentido, moralidad y destino. Juntos, formarán nuestra cosmovisión. Esta visión del mundo se convierte en una lente a través de la cual vemos el mundo y procesamos, incorporamos o probamos nueva información a medida que nos llega.
Esta lección se centra en la necesidad de enseñar una cosmovisión bíblica. Contrasta esta necesidad con una cosmovisión naturalista/materialista (es decir, que no existe nada sobrenatural, y todo [con una “T” mayúscula] puede explicarse y reducirse a la física y la química). Al contrario, para la cosmovisión bíblica, es fundamental no solo la proposición de que Dios existe, sino también de que es un Dios personal que interactúa con su Creación. Su poder creador explica el universo material, incluyéndonos a nosotros mismos. Su poder redentor revela su corazón, muestra sus propósitos restauradores para el Universo y la humanidad, y asegura nuestro futuro. Las cosmovisiones que se apartan del testimonio bíblico (p. ej., la teoría evolucionista naturalista) pueden socavar fácilmente el valor humano. Podemos ver esta verdad claramente en los siguientes ejemplos nefastos.
Parte II: COMENTARIO
Texto
Ilustración
“Cosmovisión” es una de esas palabras que se rumorea que tiene gran importancia. Pero, como al parecer pasamos bien nuestros días sin depender explícitamente de ella, existe la tentación de creer que su importancia está sobrevaluada. Es verdad; al dar un paseo con un amigo o discutir sobre esto o aquello, rara vez surgen motivos para hablar de los principios fundamentales de la lógica o de paradigmas éticos contrapuestos. Pero permite que ese paseo te lleve por el Blutstraße [camino de sangre] hasta el Buchenwald Memorial, en Alemania, y entonces las cosmovisiones adquieren un significado escalofriante. Buchenwald, junto con otros campos de concentración durante la Segunda Guerra Mundial, formaron parte de la maquinaria de exterminio nazi dedicada a matar judíos, disidentes políticos, gitanos y otros “indeseables”. Escucha a Viktor Frankl, un sobreviviente del Holocausto, explicar los orígenes de esta pesadilla:
“Si a un hombre le presentamos un concepto de hombre que no es cierto, bien podemos corromperlo. […] Me familiaricé con la última etapa de esa corrupción en mi segundo campo de concentración, Auschwitz. Las cámaras de gas de Auschwitz fueron la consecuencia final de la teoría de que el hombre no es más que el producto de la herencia y el medio ambiente o, como les gustaba decir a los nazis, de “sangre y tierra”. Estoy totalmente convencido de que las cámaras de gas de Auschwitz, Treblinka y Maidanek, en definitiva, no se prepararon en algún que otro ministerio [departamento] de Berlín, sino en los escritorios y en las salas de conferencias de científicos y filósofos nihilistas” (V. Frankl, The Doctor and the Soul: From Psychotherapy to Logotherapy, p. xxvii).
Es por esto que las cosmovisiones son importantes. Pueden dar forma a una realidad en la que la luz se convierte en oscuridad, y la oscuridad en luz, donde lo malo es bueno y lo bueno es malo (Isa. 5:20). Intelectualmente, es ingenuo e intolerante explicar las atrocidades simplemente calificando de “monstruos” o con algún otro epíteto deshumanizante a los perpetradores sin llegar al núcleo de por qué la gente hace lo que hace. Muchos “monstruos” de la historia mostraron amor por sus esposas y sus hijos, bromearon con sus amigos, hicieron reír a sus nietos haciéndoles el caballito sobre sus rodillas… y siguieron levantándose cada mañana para realizar las atrocidades del día. Por eso, las cosmovisiones importan. Y esta es la razón por la que la respuesta a la pregunta del salmista: “¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria?” (Sal. 8:4), siempre debe comenzar con “a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó” (Gén. 1:27).
¿Existe alguna religión o sistema filosófico que otorgue mayor importancia a la vida humana que la proposición del cristianismo de que los seres humanos son los portadores de la imagen del único Dios, el Dios sublime que los creó y los ama? Esta verdad implica la creencia de que los cristianos, incluyendo a los adventistas del séptimo día, son, en cierto sentido, los defensores del valor y la dignidad de la humanidad, y deberían flanquear las cosmovisiones rivales, mostrando gran estima por lo que significa ser humano.
Algunos pueden pensar que es un delirio de grandeza asumir que es un deber defender la dignidad de la humanidad en el moderno siglo XXI. Pero el (pos)secularismo tiene dificultades para fundamentar el valor humano objetivo. En un debate ya famoso entre el apologista cristiano Greg Bahnsen y el ateo Gordon Stein, alguien preguntó desde la sala por qué la “Alemania de Hitler” estaba equivocada. Stein, en representación de la postura atea, no pudo encontrar una mejor respuesta que decir que lo que Hitler hizo iba en contra del “consenso” moral de la civilización occidental. Básicamente, estaba equivocado, porque la civilización occidental había decidido previamente que los comportamientos de esa naturaleza (p. ej., el genocidio) estaban mal. Dentro de esta cosmovisión moral, si la decisión hubiera sido contraria por alguna razón, entonces todo lo que hicieron los nazis podría haber sido fácilmente considerado moral. Recuerda que Gordon Stein no es un propagandista nazi de la década de 1930; es un erudito estadounidense de ascendencia judía que tuvo un debate en la Universidad de California, Irvine, Estados Unidos, en el año 1985.
Ten en cuenta que ni Stein ni los nazis adhieren a una cosmovisión que defienda el valor intrínseco de la humanidad. El contexto de Stein de una moralidad determinada por la mayoría tiene tanta efectividad para contener el mal como un tigre de papel. En última instancia, los que suscriben a esta cosmovisión moral concluirán lógicamente que no existe ninguna obligación moral objetiva de acompañar a la mayoría y simplemente harán lo que “es recto en su propia opinión” (ver Prov. 21:2; Deut. 12:8; Juec. 21:25). Es de esperar que las personas o los regímenes perversos vayan y vengan. Lo que desconcierta es que las cosmovisiones esenciales que los formaron todavía se pueden oír “en los escritorios y en las salas de conferencias de científicos y filósofos nihilistas”.
Las cosmovisiones y la ley
La mayoría estaría de acuerdo en adherirse a las cosmovisiones que fomentan alguna forma de observancia de la ley. Sin embargo, si el concepto de cumplimiento de la ley está influenciado principalmente por los códigos legales de sus países, puede haber una diferencia esencial entre una interpretación judeocristiana del derecho y otras fórmulas.
El Dr. Joel Hoffman resalta una diferencia que rara vez se menciona entre los Diez Mandamientos y otros códigos legales. Él ofrece una ilustración de un adolescente confabulador que piensa en asegurar su futuro financiero al casarse con una mujer mayor adinerada, matarla, y enfrentar entre siete y doce años de prisión. Sopesa las consecuencias; saldría de prisión a los treinta años, pero sería rico por el resto de su vida. Él decide que vale la pena. Hoffman luego dice que no hay nada en todo el cuerpo de leyes estadounidenses que diga que no estamos autorizados a hacer ese cálculo. En ninguna parte la ley estadounidense establece que por más que estemos dispuestos a cumplir la condena aun así no deberíamos cometer el crimen.
Aquí es donde los Diez Mandamientos se destacan en contraste, precisamente porque no establecen consecuencias específicas por su desobediencia. Es una ley moral, no una ley legal. Por supuesto, más adelante estos mandamientos también integran el código legal de la nación de Israel. Pero los Mandamientos nos dicen qué hacer y qué no hacer, no para evitar ciertas consecuencias específicas, sino porque Dios está comunicando lo que es moralmente correcto y lo que es moralmente incorrecto, algo que la ley estadounidense –Estados Unidos probablemente sea representativo de otros países en este sentido– no hace. Quizás esta es también la razón por la que los Diez Mandamientos no se presentan como “mandamientos” (mitsvot), sino como “palabras” (debarim) (Éxo. 20:1). (Ver J. M. Hoffman, “Interpreting Language”).
Como cristianos adventistas del séptimo día que nos encontramos en puestos de enseñanza, necesitamos comunicar la singularidad de la Ley de Dios a la próxima generación. Con frecuencia contextualizamos los Diez Mandamientos como un código legal para “asustar” a los jóvenes con la intención de que obedezcan, pero al hacerlo podemos despojar a la Ley de Dios de su autoridad moral única. Cualquier tirano insensato puede inventar una ley por capricho y exigir sumisión bajo pena de muerte. En lugar de motivar a la gente a obedecer las leyes de Dios enumerándole las graves consecuencias, tal vez nosotros, como maestros, podamos transmitir que tenemos el privilegio de saber y comprender cuál es la Ley moral de Dios (y del Universo). Y eso es solo el comienzo. El hecho de que el Espíritu de Dios inscriba estas leyes y principios morales en nuestro corazón y nuestra mente para que podamos reflejar su carácter es un privilegio casi incomprensible; sin contar las tremendas e innumerables bendiciones que recibimos (Jer. 31:35; Rom. 8:4). Si contrastamos esto con la moralidad tremendamente confundida del mundo y el dolor resultante, sería de esperar que la gente formara fila para aprender de las leyes de Dios a fin de que les cambie la vida (Isa. 60:1-3; Miq. 4:2).
Parte III: APLICACIÓN A LA VIDA
Para analizar:
1. ¿Cuáles son las distintas cosmovisiones actuales que dejan una puerta abierta para que el mal y la tiranía se afiancen en la sociedad? ¿Cómo se explica que estas cosmovisiones sean defendidas por personas extremadamente amables y que, como reza el dicho, “no matarían ni una mosca”?
2. Frankl brinda una definición del hombre y las consecuencias de esa definición: “Cuando presentamos al hombre como un autómata de reflejos, como una máquina mental, como un conjunto de instintos, como un títere de impulsos y reacciones, como un mero producto del instinto, la herencia y el ambiente, alimentamos el nihilismo al que el hombre moderno es propenso de todos modos”. ¿De qué manera la Teoría Evolucionista apoya esta peligrosa cosmovisión?
3. La cosmovisión cristiana tiene a la humanidad en gran estima. Aquí hay dos razones para ello:
a. Dios nos creó; por lo tanto, somos suyos y debemos ser tratados según sus criterios, no los criterios de otra persona (Isa. 43:1).
b. Somos redimidos por la sangre del Hijo de Dios y, por lo tanto, nuestro valor es inconmensurable (Apoc. 5:9).
Menciona todos los males con los que estamos plagados como sociedad y como personas, que podrían comenzar a resolverse si las dos verdades bíblicas anteriores se incorporaran a nuestra cosmovisión.
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