Lección 1: Parte de la familia de Dios | Administrar para el Señor... | Escuela Sabática 1T 2023
Lección 1: Para el 7 de enero de 2023
PARTE DE LA FAMILIA DE DIOS
LEE PARA EL ESTUDIO DE ESTA SEMANA: Gálatas 3:26, 29; Salmo 50:10–12; 1 Crónicas 29:13, 14; Filipenses 4:19; 1 Juan 5:3; Mateo 6:19–21.
PARA MEMORIZAR:
“¡Miren qué gran amor nos ha prodigado el Padre, que seamos llamados hijos de Dios!” (1 Juan 3:1).
Como cristianos, una característica sorprendente de nuestra relación con Dios es que él confía en nosotros para administrar sus asuntos en la Tierra. Al comienzo mismo de la historia humana, Dios delegó explícitamente en Adán y en Eva el cuidado personal de una Creación perfecta. (Ver Gén. 2:7–9, 15.) Desde ponerles nombre a los animales, cuidar el Jardín, hasta llenar la Tierra con hijos, Dios dejó en claro que debemos trabajar en nombre de él aquí.
Él también nos bendice con recursos, pero a nosotros nos encomendó administrarlos. Por ejemplo, recaudar fondos, emitir cheques, hacer transferencias electrónicas, confeccionar presupuestos o llevar nuestros diezmos y ofrendas a la iglesia los sábados de mañana... Dios nos anima a emplear los recursos que nos ha dado para nuestras necesidades, para las necesidades de los demás y para el avance de su obra. Y, aunque parezca increíble, Dios nos confió a nosotros la crianza de sus hijos, la construcción de sus edificios y la educación de las generaciones venideras.
En el estudio de esta semana, exploraremos los privilegios y las responsabilidades de formar parte de la familia de Dios.
Sábado
Están aprendiendo en este mundo a cómo conducirse en la familia de Cristo en los cielos.
No demoren en familiarizarse con los principios que los hijos de Dios deben seguir. Estamos aquí para imitar el carácter de Cristo y familiarizamos con su bondad, su humildad. Esto nos colocará donde nuestra foja de servicios indique: “Estáis completos en él”. Colosenses 2:10. Por la paciencia, la amabilidad, el dominio propio, hemos de mostrar que no somos del mundo, que día tras día estamos aprendiendo las lecciones que nos harán idóneos para entrar en la escuela superior (Alza tus ojos, p. 246).
“Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, que seamos llamados hijos de Dios”. 1 Juan 3:1. Y Cristo dijo: “Como tú me enviaste al mundo, también los he enviado al mundo” (Juan 17:18), para cumplir “lo que falta de las aflicciones de Cristo por su cuerpo, que es la iglesia”. Colosenses 1:24. Cada alma que Cristo ha rescatado está llamada a trabajar en su nombre para la salvación de los perdidos. Esta obra había sido descuidada en Israel. ¿No es descuidada hoy día por los que profesan ser los seguidores de Cristo? (Palabras de vida del gran Maestro, pp. 149, 150).
Nuestros privilegios son mucho más grandes que los del antiguo pueblo de Dios. No solo poseemos la gran luz confiada a Israel, sino que tenemos la creciente evidencia de la gran salvación que nos ha sido traída por Jesucristo. Aquello que era tipo y símbolo para los judíos es una realidad para nosotros. Ellos tenían la historia del Antiguo Testamento; nosotros tenemos eso y también el Nuevo Testamento. Tenemos la seguridad de un Salvador que ha venido, que ha sido crucificado, que ha resucitado y que junto al sepulcro de José proclamó: “Yo soy la resurrección y la vida”. En virtud del conocimiento que poseemos de Cristo y su amor, el reino de Dios es puesto en medio de nosotros. Cristo nos es revelado en sermones y nos es cantado en himnos. El banquete espiritual nos es presentado con rica abundancia. El vestido de bodas, provisto a un precio infinito, es ofrecido gratuitamente a cada alma… ¿Qué otra cosa podía hacer Dios que no haya hecho al proveer la gran cena, el banquete celestial? (Palabras de vida del gran Maestro, p. 258).
El Padre celestial tiene derechos sobre ustedes, pues sin que se lo soliciten y sin que haya méritos de parte de ustedes, les da la plenitud de su providencia, y más aún, les ha dado todo el cielo en una dádiva: la de su amado Hijo. Como retribución por este don infinito, les pide obediencia voluntaria. Por cuanto son comprados por precio, la misma preciosa sangre del Hijo de Dios, él requiere que hagan el debido uso de los privilegios que disfrutan. Las aptitudes intelectuales y morales son dones de Dios, talentos que se les han confiado para que los aprovechen sabiamente, y no tienen la libertad de dejarlos latentes por falta del debido cultivo, o que sean mutilados o atrofiados por la inacción. A ustedes les toca decidir si habrán o no de hacer frente fielmente a las pesadas responsabilidades que descansan sobre ustedes, si sus esfuerzos serán o no bien dirigidos, y si serán o no los mejores de que son capaces (Mensajes para los jóvenes, p. 28).
SOMOS PARTE DE LA FAMILIA DE DIOS
“Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo,
de quien toma nombre toda la familia de los cielos y la tierra”
(Efe. 3:14, 15). ¿Qué imágenes se evocan en este versículo y qué esperanza
encontramos aquí?
Al principio del ministerio de Jesús, él declara: “Ustedes, pues, oren así: ‘Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre’ ” (Mat. 6:9). Más adelante, en privado, repite la misma oración a sus discípulos (Luc. 11:2). Jesús nos dijo que llamemos “Padre nuestro que estás en los cielos” a su propio Padre. Cuando Jesús se encontró con María después de su resurrección, ella quiso abrazarlo. “Jesús le dijo: ‘No me toques, porque aún no he subido a mi Padre; sino ve a mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios’ ” (Juan 20:17).
Como tenemos el mismo Padre que Jesús, él es nuestro Hermano, y todos somos hermanos en el Señor. Jesús se hizo miembro de la familia terrenal para que nosotros pudiéramos llegar a ser miembros de la familia celestial. “La familia del Cielo y la familia de la Tierra son una” (DTG 775).
Lee Éxodo 3:10; 5:1; y Gálatas 3:26 y 29. ¿Qué dicen estos versículos acerca de cómo se relaciona Dios con nosotros? ¿Por qué esto debería ser tan alentador?
En contraste con una visión de la Creación en la que se nos considera meros productos de leyes naturales frías e indiferentes, las Escrituras enseñan no solo que Dios existe, sino además que nos ama y se relaciona con nosotros de una manera tan amorosa que las Escrituras a menudo utilizan la imagen de la familia para describir esa relación. Ya sea que Jesús llame “pueblo mío” a Israel, que a nosotros nos llame “hijos de Dios” o se refiera a Dios como “nuestro Padre”, la cuestión continúa siendo la misma: Dios nos ama de la manera en que se supone que los miembros de la familia se aman unos a otros. ¡Qué buenas noticias, en medio de un mundo que, de por sí, puede ser muy hostil!
■ Imagina un mundo en el que tratáramos a todos como familia. ¿Cómo podemos aprender a relacionarnos mejor con todos los seres humanos como nuestros hermanos?
Domingo
El mundo contempla con alegría la desunión que se ve entre los cristianos. Los infieles se complacen. Dios pide un cambio en su pueblo. La unión con Cristo y la mutua es nuestra única seguridad en estos últimos días. No demos a Satanás la ocasión de señalar a nuestros miembros de iglesia, y decir: “Miren cómo se odia la gente que está bajo la bandera de Cristo… No tenemos nada que temer de ellos mientras empleen sus fuerzas en luchar entre sí”.
Después del descenso del Espíritu Santo, los discípulos salieron a proclamar al Salvador resucitado, con un deseo único: salvar almas. Se regocijaban en la comunión con los santos. Eran tiernos, considerados, abnegados, dispuestos a realizar cualquier sacrificio en favor de la verdad. En su asociación diaria mostraban el amor que Cristo les había mandado revelar. Mediante palabras y hechos desinteresados se esforzaban por encender este amor en otros corazones (Alza tus ojos, p. 356).
Pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús; porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos. Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. Gálatas 3:26-28.
El secreto de la unidad se halla en la igualdad de los creyentes en Cristo. La razón de toda división, discordia y diferencia se halla en la separación de Cristo. Cristo es el centro hacia el cual todos debieran ser atraídos, pues mientras más nos acercamos al centro, más estrechamente nos uniremos en sentimientos, simpatía, amor, crecimiento en el carácter e imagen de Jesús. En Dios no hay acepción de personas (That I May Know Him,_p. 99; parcialmente en _A fin de conocerle, p. 99).
Cada corazón debería albergar simpatía humana. Es un atributo de Dios y nunca se la debería descartar. “Todos vosotros sois hermanos”. Mateo 23:8. Dios ha depositado sobre los hombres la responsabilidad de brindar simpatía a sus semejantes, de ayudar al necesitado, al herido y al maltratado. Muchos se desmoralizan por causa de su propia conducta, pero, ¿qué miembro de la familia humana puede comprender, como Dios, la causa de su miseria?
Existen actualmente en el mundo muchas personas heridas, muchos corazones tristes que necesitan alivio. El Señor tiene medios para iluminar la vida de estos desconsolados. Cada uno de nosotros puede poner a trabajar sus talentos al disipar las nubes, al permitir que penetre la luz del sol de la esperanza y la fe en el que “de tal manera amó… al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, mas tenga vida eterna”. Juan 3:16 (Cada día con Dios, p. 181).
El que creó a Eva para que fuese compañera de Adán realizó su primer milagro en una boda. En la sala donde los amigos y parientes se regocijaban, Cristo principió su ministerio público. Con su presencia sancionó el matrimonio, reconociéndolo como institución que él mismo había fundado. Había dispuesto que hombres y mujeres se unieran en el santo lazo del matrimonio, para formar familias cuyos miembros, coronados de honor, fueran reconocidos como miembros de la familia celestial.
Cristo honró también las relaciones matrimoniales al hacerlas símbolo de su unión con los redimidos. Él es el Esposo, y la esposa es la iglesia, de la cual, como escogida por él, dice: “Toda tú eres hermosa, amiga mía, y en ti no hay mancha”. Cantares 4:7 (El ministerio de curación, p 275).
DIOS ES EL DUEÑO DE TODO
Lee Salmo 50:10 al 12; 24:1; 1 Crónicas 29:13 y 14; y Hageo 2:8. ¿Cuál es el mensaje? ¿Qué debería significar esta verdad para nosotros y cómo nos relacionamos con lo que poseemos?
El libro de 1 Crónicas, a partir del capítulo 17, registra el deseo del rey David de construir una casa para Dios. Compartió este deseo con el profeta Natán, quien respondió: “Haz cuanto piensas en tu corazón, porque Dios está contigo” (1 Crón. 17:2). Pero esa noche Dios le habló a Natán y le ordenó que le dijera al rey que, por ser un hombre de guerra, no podría edificar la casa de Dios; su hijo haría el trabajo en su lugar. David preguntó si al menos podía trazar los planos y preparar los materiales de construcción. Cuando se le concedió esta petición a David, pasó el resto de su vida acumulando una enorme cantidad de piedra labrada, cedro, hierro, oro, plata y bronce “sin medida”. Cuando todos los materiales de construcción estuvieron preparados y ensamblados en el lugar de construcción, David reunió a todos los dirigentes de Israel para una ceremonia de alabanza y acción de gracias.
En 1 Crónicas 29:13 y 14, en la oración pública del rey David, ¿cuál dijo él que era la verdadera Fuente de todos los materiales de construcción en los que él y el pueblo habían invertido tiempo y dinero en preparar? Por supuesto, básicamente dijo al Señor: “Realmente no podemos atribuirnos el mérito por todos estos materiales especiales porque solo te estamos devolviendo lo que es tuyo”.
Este tema es importante para todos nosotros, seamos ricos o pobres (pero especialmente los ricos). Debido a que Dios hizo todo en el principio (ver Gén. 1:1; Juan 1:3; Sal. 33:6, 9), él es verdaderamente el dueño legítimo de todo lo que existe, incluyendo todo lo que poseemos, sin importar con cuánto esmero y honestidad hayamos trabajado para ello. Si no fuera por Dios y su gracia, no tendríamos nada, no seríamos nada; por cierto, ni siquiera existiríamos. Por lo tanto, siempre debemos vivir reconociendo que, en última instancia, Dios es el dueño de todo lo que existe, y al alabarlo y agradecerle por su bondad hacia nosotros, podemos recordar esta importante verdad.
■ “Porque ¿quién soy yo, y quién es mi pueblo, para que pudiésemos ofrecer de nuestra voluntad cosas semejantes” (1 Crón. 29:14). ¿Qué hermosos principios se expresan en estas palabras, y cómo reflejan cuál debe ser nuestra actitud hacia Dios y nuestra actitud hacia lo que poseemos?
Lunes
Dios nos habla en la naturaleza. Es su voz la que oímos al contemplar la hermosura y la abundancia del mundo natural. Vemos su gloria en las cosas bellas que su mano ha hecho. Contemplamos sus obras sin ningún velo. Dios nos las ha dado para que mirando las obras de sus manos aprendamos de él.
Dios nos ha dado estas cosas preciosas como una expresión de su amor. El Señor es amante de lo hermoso, y para agradarnos y gratificarnos ha desplegado ante nosotros las bellezas de la naturaleza, así como un padre terrenal busca presentar cosas bellas delante de los hijos a quienes ama. Al Señor siempre le agrada vernos felices. Aunque pecaminosa y con todas sus imperfecciones, el Señor ha prodigado a esta tierra lo útil y lo hermoso. Las bellas flores de variados colores nos hablan de su ternura y amor. Tienen un lenguaje propio que nos recuerda al Dador (Alza tus ojos, p. 325).
Si los hombres abrieran su entendimiento para discernir la relación entre la naturaleza y el Dios de la naturaleza, se escucharían entusiastas reconocimientos del poder del Creador. La naturaleza moriría sin la vida de Dios. Sus obras creadas dependen de él. Él derrama propiedades vivificantes sobre todo lo que produce la naturaleza. Debemos considerar los árboles cargados de frutos como el don de Dios, de igual forma como si él hubiera colocado el fruto en nuestras manos (El ministerio médico, pp. 8, 9).
Desde los mismos comienzos del reinado de David, uno de sus planes favoritos había sido el de erigir un templo a Jehová. A pesar de que no se le había permitido llevar a cabo este propósito, no había dejado de manifestar celo y fervor por esa idea. Había suplido una gran abundancia de los materiales más costosos: oro, plata, piedras de ónix y de distintos colores; mármol y las maderas más preciosas…
David había sentido hondamente su propia indignidad para reunir el material destinado a la casa de Dios, y le llenaba de gozo la expresión de lealtad que había en la pronta respuesta de los nobles de su reino, cuando con corazones solícitos ofrecieron sus tesoros a Jehová, y se dedicaron a su servicio. Pero solo Dios era el que había impartido esa disposición a su pueblo. Solo él, y no el hombre, debía ser glorificado. Era él quien había provisto al pueblo con las riquezas de la tierra, y su Espíritu les había dado buena voluntad para traer sus cosas preciosas en beneficio del templo. Todo era del Señor, y si su amor no hubiese movido los corazones del pueblo, los esfuerzos del rey habrían sido en vano y el templo no se habría construido.
Todo lo que el hombre recibe de la bondad de Dios sigue perteneciendo al Señor. Todo lo que Dios ha otorgado, en las cosas valiosas y bellas de la tierra, ha sido puesto en las manos de los hombres para probarlos, para sondear la profundidad de su amor hacia él y del aprecio en que tienen sus favores. Ya se trate de tesoros o de dones del intelecto, han de depositarse como ofrenda voluntaria a los pies de Jesús y el dador ha de decir como David: “Todo es tuyo, y lo recibido de tu mano te damos” (Historia de los patriarcas y profetas, pp. 812, 816, 817).
RECURSOS DISPONIBLES PARA LA FAMILIA DE DIOS
El regalo más grande de Dios para sus hijos es Jesucristo, quien nos trae la paz del perdón, la gracia para el diario vivir y el crecimiento espiritual, y la esperanza de la vida eterna.
“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Juan 3:16). “Pero a cuantos lo recibieron les dio el derecho (el poder) de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre” (Juan 1:12; énfasis añadido).
La salvación, entonces, es el don primordial porque, sin este don, ¿qué más podríamos recibir de Dios que realmente importe a la larga? Más allá de lo que tengamos aquí, un día moriremos y dejaremos de existir, al igual que todos los que alguna vez nos recordaron, y cualquier cosa buena que hayamos hecho también pasará al olvido. Ante todo, pues, debemos tener el don del evangelio; es decir, a Cristo y a este crucificado, siempre en el centro de todos nuestros pensamientos (1 Cor. 2:2).
Y no obstante, junto con la salvación, Dios nos da mucho más. A los que estaban preocupados por la comida y la ropa, Jesús les ofreció consuelo: “Busquen primero el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas les serán añadidas” (Mat. 6:33).
Lee Salmo 23:1; 37:25; y Filipenses 4:19. ¿Qué dicen estos versículos acerca de la provisión de Dios para nuestras necesidades diarias?
Además, cuando Jesús dijo a sus discípulos que se iría, les prometió el don del Espíritu Santo para consolarlos. “Si me aman, guardarán mis mandamientos; y yo rogaré al Padre, para que les dé otro Consolador que esté con ustedes siempre, al Espíritu de verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce. Pero ustedes lo conocen, porque está con ustedes y estará en ustedes” (Juan 14:15–17). “Él los guiará a toda la verdad” (Juan 16:13).
Entonces, el Espíritu mismo da asombrosos dones espirituales a los hijos de Dios. (Ver 1 Cor. 12:4–11.)
En resumen, el Dios en quien “vivimos, y nos movemos, y existimos” (Hech. 17:28), el Dios que “da a todos vida, aliento y todas las cosas” (Hech. 17:25), nos ha dado la existencia, la promesa de la salvación, bendiciones materiales y dones espirituales a fin de ser una bendición para los demás. En otras palabras, independientemente de las posesiones materiales que tengamos, los dones o los talentos con los que hayamos sido bendecidos, nos debemos en todo sentido al Dador por la manera en que utilizamos esos dones.
Martes
Cristo es presentado en las Escrituras como un don. Él es un don, pero únicamente para aquellos que se entregan a él sin reservas, en alma, cuerpo y espíritu. Hemos de entregarnos a Cristo para vivir una vida de voluntaria obediencia a todos sus requerimientos. Todo lo que somos, todos los talentos y facultades que poseemos son del Señor, para ser consagrados a su servicio. Cuando de esta suerte nos entregamos por completo a él, Cristo, con todos los tesoros del cielo, se da a sí mismo a nosotros. Obtenemos la perla de gran precio (Palabras de vida del gran Maestro, p. 88).
¡Oh, no comprendemos el valor de la expiación! Si la comprendiéramos, hablaríamos más acerca de ella. El don de Dios en su amado Hijo fue la expresión de un amor incomprensible. Fue lo máximo que Dios podía hacer para mantener el honor de su ley y, sin embargo, salvar al transgresor. ¿Por qué no debe el hombre estudiar el tema de la redención? Es el tema supremo en el cual se puede ocupar la mente humana. Si los hombres contemplaran el amor de Cristo desplegado en la cruz, su fe se fortalecería para apropiarse de los méritos de su sangre derramada, y estarían limpios y salvados de pecado (Comentarios de Elena G. de White en Comentario bíblico adventista del séptimo día, t. 5, p. 1107).
Jesús no procuraba atraerse al pueblo satisfaciendo sus apetitos. Para aquella gran muchedumbre, cansada y hambrienta después de tan largo día lleno de emociones, una comida sencilla era prenda segura de su poder y de su solícito afán de atender a las necesidades comunes de la vida. No ha prometido el Salvador a sus discípulos el lujo mundano; el destino de ellos puede hallarse limitado por la pobreza; pero ha empeñado su palabra al asegurarles que sus necesidades serán suplidas, y les ha prometido lo que vale más que los bienes terrenales: el permanente consuelo de su propia presencia (El ministerio de curación, p. 30).
Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús. Filipenses 4:19.
Todas las bendiciones se derraman sobre aquellos que mantienen una unión vital con Jesucristo. Jesús no nos llama junto a sí sencillamente para refrigerarnos con su gracia y presencia por unas pocas horas, y para apartarnos después de su luz a fin de que caminemos lejos de él en tristeza y desánimo. No, no. Nos dice que debemos morar con él y él con nosotros… Confiad en él continuamente y no dudéis de su amor. Conoce todas nuestras debilidades y lo que necesitamos. Nos dará gracia suficiente para cada día…
Todo obrero que sigue el ejemplo de Cristo será preparado para recibir y usar el poder que Dios ha prometido a su iglesia para la maduración de la mies de la tierra. Mañana tras mañana, cuando los heraldos del evangelio se arrodillan delante del Señor y renuevan sus votos de consagración, él les concede la presencia de su Espíritu con su poder vivificante y santificador. Y al salir para dedicarse a los deberes diarios, tienen la seguridad de que el agente invisible del Espíritu Santo los capacita para ser colaboradores juntamente con Dios (La maravillosa gracia de Dios, p. 117).
RESPONSABILIDADES DE LOS MIEMBROS DE LA FAMILIA DE DIOS
Todos disfrutamos de las bendiciones y los dones espirituales y temporales que Dios nos da. Qué reconfortante es saber también que somos “parte de la familia”.
Lee Deuteronomio 6:5 y Mateo 22:37. ¿Qué significa esto y cómo hacerlo?
¿Cómo amar a Dios con “todo tu corazón, con toda tu alma y toda tu mente” (Mat. 22:37)? Curiosamente, la Biblia nos da la respuesta, y no es lo que la mayoría de la gente espera.
Lee Deuteronomio 10:12 y 13 y 1 Juan 5:3. Bíblicamente hablando, ¿cuál es la respuesta apropiada en nuestra relación de amor con nuestro Padre celestial?
¿Guardar la Ley? ¿Obedecer los mandamientos? Para muchos cristianos, lamentablemente, la idea de obedecer la Ley (especialmente el cuarto Mandamiento) es legalismo, y sostienen que simplemente somos llamados a amar a Dios y al prójimo como a nosotros mismos. Sin embargo, Dios es claro: revelamos nuestro amor a Dios y al prójimo cuando obedecemos sus mandamientos.
“En esto consiste el amor de Dios: en que guardemos sus mandamientos” (1 Juan 5:3). Estamos acostumbrados a ver en este versículo que porque amamos a Dios, por lo tanto, guardamos sus mandamientos. Está bien. Pero quizá también podamos leerlo como “este es el amor de Dios”, es decir, conocemos y experimentamos el amor de Dios al guardar sus mandamientos.
En Mateo 7:21 al 27, Jesús dijo que los que oyen y practican las palabras de Dios son como un constructor sabio que edificó su casa sobre roca sólida. A los que escuchan pero no obedecen se los compara con un constructor necio que edificó su casa sobre la arena, con resultados desastrosos. Ambos oyeron la palabra; uno obedeció, el otro no. Los resultados marcaron la diferencia entre la vida y la muerte.
■ Piensa en el vínculo entre amar a Dios y obedecer su Ley. ¿Por qué deberíamos expresar el amor por Dios de esa manera? ¿Por qué guardar los mandamientos ciertamente revela ese amor? (Pista: piensa en lo que causa la desobediencia de su Ley.)
Miércoles
Debemos amar a Dios, no solo con todo el corazón, el entendimiento y el alma, sino con toda la fuerza. Esto implica el uso pleno e inteligente de las facultades físicas.
Cristo fue un obrero fiel tanto en las cosas temporales como en las espirituales, y en toda su obra tenía la determinación de hacer la voluntad de su Padre. Los asuntos del cielo y de la tierra están más íntimamente relacionados y se hallan más directamente sometidos a la intervención de Cristo de lo que muchos se dan cuenta…
Dios desea que sus obreros en todo ramo lo miren a él como el Dador de cuanto poseen. Todas las buenas invenciones y progresos tienen su fuente en el que es maravilloso en consejo y grande en sabiduría. El toque hábil de la mano del médico, su poder sobre los nervios y los músculos, su conocimiento del delicado organismo humano, no es otra cosa que la sabiduría del poder divino que ha de ser empleada en favor de los que sufren. La destreza con la cual el carpintero usa el martillo, la fuerza con que el herrero hace sonar el yunque, provienen de Dios. Él ha dotado a los hombres de talentos, y espera que acudan a él en procura de consejo. En todo cuanto hagamos, en cualquier departamento de la obra en que nos hallemos, él desea gobernar nuestras mentes a fin de que hagamos una obra perfecta (Palabras de vida del gran Maestro, pp. 283, 284).
San Juan dice también: “Este es el amor de Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos”. Romanos 3:31; 6:2; 1 Juan 5:3 (VM). En el nuevo nacimiento el corazón viene a quedar en armonía con Dios, al estarlo con su ley. Cuando se ha efectuado este gran cambio en el pecador, entonces ha pasado de la muerte a la vida, del pecado a la santidad, de la transgresión y rebelión a la obediencia y a la lealtad. Terminó su antigua vida de separación con Dios; y comenzó la nueva vida de reconciliación, fe y amor. Entonces “la justicia que requiere la ley” se cumplirá “en nosotros, los que no andamos según la carne, sino según el espíritu”. Romanos 8:4 (VM). Y el lenguaje del alma será “¡Cuánto amo yo tu ley! todo el día es ella mi meditación”. Salmo 119:97 (El conflicto de los siglos, p. 461).
El que está procurando llegar a ser santo mediante sus esfuerzos por observar la ley, está procurando una imposibilidad. Todo lo que el hombre puede hacer sin Cristo está contaminado de egoísmo y pecado. Solo la gracia de Cristo, por medio de la fe, puede hacernos santos…
la obediencia no es un mero cumplimiento externo, sino un servicio de amor. La ley de Dios es una expresión de la misma naturaleza de su Autor; es la personificación del gran principio del amor, y es, por lo tanto, el fundamento de su gobierno en los cielos y en la tierra. Si nuestros corazones están renovados a la semejanza de Dios, si el amor divino está implantado en el alma, ¿no se cumplirá la ley de Dios en nuestra vida? Cuando el principio del amor es implantado en el corazón, cuando el hombre es renovado a la imagen del que lo creó, se cumple en él la promesa del nuevo pacto: “Pondré mis leyes en su corazón, y también en su mente las escribiré”. Hebreos 10:16. Y si la ley está escrita en el corazón, ¿no modelará la vida? La obediencia, es decir el servicio y la lealtad que se rinden por amor, es la verdadera prueba del discipulado (El camino a Cristo, pp. 60, 61).
TESOROS EN EL CIELO
“No acumulen tesoros en la tierra, donde la polilla y el óxido corroen, y los ladrones socavan y roban. Sino acumulen tesoros en el cielo, donde ni polilla ni óxido corroen, ni ladrones destruyen ni roban. Porque donde esté el tesoro de ustedes, allí estará también su corazón” (Mat. 6:19–21). ¿De qué verdades cruciales habla Jesús aquí?
¿Quién no ha leído una historia tras otra de gente que acumuló una gran riqueza y por algún motivo la perdió? Nuestro mundo es un lugar muy inestable: guerras, crímenes, violencia, desastres naturales; en cualquier momento puede pasar algo y arrebatarnos todo lo que hemos conseguido trabajando, aunque lo hayamos ganado en forma honesta y leal. Así también, en un momento llega la muerte, y por ende estas cosas se vuelven inútiles para nosotros.
Por supuesto, las Escrituras nunca nos dicen que está mal ser rico ni amasar riquezas; en estos versículos Jesús nos advierte que mantengamos todo en perspectiva.
Sin embargo, ¿qué significa hacer tesoros en el Cielo? Significa poner a Dios y su causa (no el hacer dinero) en primer lugar en nuestra vida. Entre otras cosas, significa usar lo que tenemos para la obra de Dios, para el avance de su Reino, para trabajar en favor de los demás y para ser una bendición para los demás.
Por ejemplo, cuando Dios llamó a Abram, concibió usar a Abram y su familia para bendecir a todas las familias de la Tierra. Dios le dijo a Abraham, quien “fue llamado amigo de Dios” (Sant. 2:23): “Yo haré de ti una gran nación. Te bendeciré, engrandeceré tu nombre, y serás una bendición. Bendeciré a los que te bendigan, y a los que te maldigan maldeciré. Y por medio de ti serán benditas todas las familias de la tierra” (Gén. 12:2, 3).
“Así, los que viven por la fe son benditos con el creyente Abraham” (Gál. 3:9, énfasis añadido). A nosotros se nos presenta el mismo desafío que se le presentó a él.
“El dinero tiene gran valor porque puede hacer mucho bien. En manos de los hijos de Dios es alimento para el hambriento, bebida para el sediento y ropa para el desnudo. Es una defensa para el oprimido y un medio para ayudar al enfermo. Pero el dinero no es de más valor que la arena a menos que sea usado para satisfacer las necesidades de la vida, bendecir a otros y hacer progresar la causa de Cristo” (PVGM 286).
■ “Porque donde esté el tesoro de ustedes, allí estará también su corazón” (Mat. 6:21). ¿Dónde te dice el corazón que está tu tesoro?
Jueves
Los goces y el consuelo del verdadero cristiano deben cifrarse en el cielo, y así sucederá. Las almas anhelantes de aquellos que probaron las potestades del mundo venidero y participaron de los goces celestiales, no se satisfarán con las cosas de la tierra. Los tales hallarán bastante que hacer en sus momentos libres. Sus almas serán atraídas hacia Dios. Donde esté el tesoro, allí estará el corazón, manteniéndose en dulce comunión con el Dios que aman y adoran. Su diversión consistirá en contemplar su tesoro: la santa ciudad, la tierra renovada, su patria eterna. Y mientras se espacien en aquellas cosas sublimes, puras y santas, el cielo se acercará, y sentirán el poder del Espíritu Santo, lo cual tenderá a separarlos cada vez más del mundo y les hará encontrar su consuelo y su gozo principal en las cosas del cielo, su dulce hogar. El poder de atracción hacia Dios y el cielo será entonces tan grande que nada podrá desviar sus mentes del gran propósito de asegurar la salvación del alma y honrar y glorificar a Dios (Primeros escritos, pp. 112, 113).
Si el ojo es bueno, si se lo dirige hacia el cielo, la luz del cielo inundará el alma, y las cosas terrenas parecerán insignificantes y sin atractivo. Cambiarán los propósitos del corazón y se atenderá la amonestación de Jesús. Haremos nuestro tesoro en el cielo. Nuestros pensamientos se fijarán en las grandes recompensas de la eternidad. Todos nuestros planes los haremos con referencia a la vida futura e inmortal. Nos sentiremos atraídos hacia nuestro tesoro. No nos ocuparemos de nuestros intereses mundanos, pero en todas nuestras empresas nos formularemos esta pregunta silenciosa: “Señor, ¿qué quieres que haga?” Hechos 9:6. La religión de la Biblia estará entretejida en nuestra vida diaria (Consejos sobre mayordomía cristiana, pp. 356, 357).
Reparad en estas palabras del Gran Maestro, que habló como nunca habló hombre alguno. Pone delante de vosotros la conducta a seguir si queréis servir a vuestros mejores intereses en esta vida, y haceros tesoros eternos. “No hagáis tesoros en la tierra”. Hay peligro de perderlo todo en la búsqueda de las ganancias mundanales, porque en la febril actividad que determina la búsqueda de las riquezas terrenas, se olvidan los intereses eternos…
Esta obra de transferir vuestras posesiones al mundo de arriba, es digna de todas vuestras energías. Es de la mayor importancia e implica vuestro interés eterno. Lo que dais a la causa de Dios no se pierde. Todo lo que damos para la salvación de las almas y la gloria de Dios se invierte en la empresa de más éxito en esta vida y en la vida futura. Nuestros talentos de oro y plata, si los damos a los cambiadores, ganan continuamente en valor, lo cual se registrará en nuestra cuenta en el reino de los cielos. Nosotros seremos los receptores de la riqueza eterna que ha aumentado en las manos de los cambiadores. Al dar para la obra de Dios, nos estamos haciendo tesoros en el cielo. Todo lo que depositamos arriba está seguro contra el desastre y la pérdida y produce abundantes intereses eternos (That I May Know Him, p. 223; parcialmente en A fin de conocerle, p. 223).
PARA ESTUDIAR Y MEDITAR:
“El corazón de Dios suspira por sus hijos terrenales con un amor más fuerte que la muerte. Al dar a su Hijo, nos ha vertido todo el Cielo en un don. La vida, la muerte y la intercesión del Salvador, el ministerio de los ángeles, las súplicas del Espíritu Santo, el Padre que obra sobre todo y a través de todo, el interés incesante de los seres celestiales; todos están empeñados en beneficio de la redención del hombre” (CC 18).
“Si has renunciado al yo y te has entregado a Cristo, eres miembro de la familia de Dios, y todo cuanto hay en la casa del Padre es tuyo. Se te ofrecen todos los tesoros de Dios, tanto en el mundo actual como en el venidero. El ministerio de los ángeles, el don de su Espíritu, las labores de los siervos; todo es para ti. El mundo, con cuanto contiene, es tuyo en la medida en que pueda beneficiarte” (DMJ 103).
PREGUNTAS PARA DIALOGAR:
1. Con todos estos maravillosos dones que Dios da a sus hijos, nos vemos obligados a preguntar, como lo hizo el salmista: “¿Qué pagaré al Señor por todos sus beneficios hacia mí?” (Sal. 116:12). Haz una lista de las bendiciones y los dones de Dios para ti en tu vida espiritual y temporal, y prepárate para compartirla con la clase. ¿Qué te enseña esto acerca de lo agradecido que deberías estar con Dios?
2. Además de ser justo que pensemos que Dios es nuestro Creador, las Escrituras enseñan vez tras vez que también es nuestro Sustentador. (Ver Heb. 1:3; Job 38:33–37; Sal. 135:6, 7; Col. 1:17; Hech. 17:28; 2 Ped. 3:7.) Desde las galaxias del cosmos, pasando por las fuerzas que mantienen unidas las estructuras atómicas que componen toda la materia conocida, hasta el latido de nuestro corazón, es solo el poder sustentador de Dios el que mantiene todo esto en existencia. ¿Cómo debería ayudarnos esta verdad bíblica a comprender cuáles son nuestras obligaciones hacia Dios, en términos de cómo usamos lo que él nos ha dado? ¿Cómo nos ayuda esta realidad a mantener nuestra vida, y el propósito de nuestra vida, en la perspectiva adecuada?
3. La lección menciona que, de todo lo que Dios nos ha dado, Jesús y el plan de salvación son el regalo más grande de todos. ¿Por qué es así? ¿Qué sería de nosotros si no tuviéramos eso y la gran esperanza que nos ofrece? Un escritor ateo describió a la humanidad como nada más que “trozos de carne en descomposición sobre huesos que se desintegran”. ¿Por qué estaría en lo cierto, si no fuese por el don del evangelio?
Viernes
La fe por la cual vivo, “Expresión de su maravilloso amor”, 6 de febrero, p. 45;
Cada día con Dios, “Santidad de corazón”, 17 de mayo, p. 146.
"ADMINISTRAR PARA EL SEÑOR... HASTA QUE ÉL VENGA"
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Dios lo bendiga!!!
Lección 1
EL SÁBADO ENSEÑARÉ...
Parte I: RESEÑA
“La importancia de la familia en el antiguo Israel, en parte, se debía [...] al hecho de que en aquellos días esta era una sociedad de adoración” (T. K. Cheyne y J. Sutherland Black, Encyclopaedia Biblica, p. 1.498).
La familia fue concebida para servir a Dios. El plan original del Padre era crear una gran familia en la Tierra que fuera parte de la familia celestial (Efe. 3:10-15). Su carácter, expresado en el corazón y la mente de sus hijos no caídos, se revelaría en cada generación sucesiva (Gén. 1:26-28). Las bendiciones y los dones se usarían para la gloria de Dios y para bendecir al mundo. Esas bendiciones y dones debían ser representativos de su verdadera Fuente (Sal. 24:1, 2).
En el Edén, Dios estableció la primera empresa familiar en la historia del planeta. La empresa estaba bajo el cuidado de sus hijos, pero se requería que la administraran según la voluntad del Padre (Gén. 2:15-17).
A causa del pecado, Dios envió a su Hijo amado para salvar a cada miembro de la familia (Juan 3:16), y hoy envía a sus hijos redimidos y rehabilitados por su gracia a trabajar en su nombre. Dios todavía busca hijos que trabajen para él, hijos que le devuelvan fielmente el producto de la actividad que se les confió (Mat. 21:31-41). Dios llama a estos hijos de entre los que guardan sus mandamientos, porque ellos lo aman (1 Juan 5:3). Con los dones que les concedió, estos obreros serán una bendición en la iglesia y en el mundo hasta que se termine la obra que él hace en nosotros y por medio de nosotros (Fil. 1:6), y volvamos a la casa del Padre como familia (Juan 14:1-3).
Parte II: COMENTARIO
Cómo entender la mayordomía en la familia de Dios:
A. Títulos que denotan la soberanía del Padre.
B. Todos los hijos de Dios son sus mayordomos.
C. El Padre presta los recursos para la familia.
D. Los tesoros de la familia se atesoran en el Cielo.
Parte A: Títulos que denotan la soberanía del Padre.
1. Creador. El concepto de mayordomía cristiana se basa en la creencia de que Dios es el Creador de todas las cosas. Es necesario admitir que él existe, que es el Creador y que recompensa a quienes lo buscan (Gén. 1:1; Heb. 11:1–3, 6). Solo una perspectiva creacionista promueve adecuadamente el concepto y la actividad de la mayordomía cristiana. Si la presencia del Creador en la vida es más que una teoría, el cuerpo, los dones, las riquezas y el tiempo del creyente se pondrán al servicio del Creador. Todas las cosas provienen de él, y toda vida humana debe volver a él, “pues todas las cosas son de él, por él y para él. ¡A él sea la gloria por siempre! Amén” (Rom. 11:36).
2. Padre. La figura paterna es clave en la noción bíblica de familia. La expresión hogar paterno (bet ab) apunta al sistema patriarcal, en el que el padre tenía plena autoridad sobre los bienes y la familia, y era su guardián y protector. El padre también tenía el poder de juzgar y decidir el destino de los miembros de la familia. El padre era el sacerdote y, por regla general, la familia y la religión estaban íntimamente ligadas. (J. E. Maldonado, Fundamentos bíblico-teológicos da casamento e da família pp. 11, 12.)
A pesar de las imperfecciones de las familias humanas patriarcales, algunos aspectos importantes de esta relación iluminan la relación entre Dios y su familia espiritual (Deut. 14:1; Prov. 3:12).
Como Padre, Dios es santo. Él es Rey, y tiene soberanía sobre el Cielo y la Tierra. Él es Guardián, Juez y Salvador (Mat. 6:9–14; leer también Isa. 33:22). Como Padre, Dios es omnisapiente, todopoderoso y todo amor. Por lo tanto, podemos confiar en sus juicios y decisiones. Su guía siempre ha sido, y siempre será, la mejor guía. Entonces, debemos ser fieles en observar los mandamientos del Padre.
3. Señor. Las palabras hebreas Adonai (Señor) y Jehová, en la versión grecojudía del Antiguo Testamento (LXX), se traducen con la palabra griega Kurios, que significa Señor, el Dueño de todas las cosas. Los autores del Nuevo Testamento tenían el mismo concepto acerca del Señor. Para ellos, la palabra “Señor” (Kurios), pronunciada con fe, indicaba el reconocimiento de la divinidad del Padre y del Hijo (Mar. 12:29; 1 Tim. 6:15; Jud. 1:4).
Pablo afirma que nadie declara que Jesús es Señor sino por el Espíritu Santo (1 Cor. 12:3). Solo quienes tienen al Espíritu Santo pueden entender el señorío de Cristo. Es una cuestión de conversión y de salvación.
Sin embargo, admitir que Jesús es el Señor es más que una declaración formal; es expresar que reconocemos su máxima autoridad como Creador, Padre y Señor. Esto cambia los valores, las preferencias y las prioridades de la vida.
Parte B: Todos los hijos de Dios son sus mayordomos.
Ser mayordomo es administrar las posesiones del Señor. El Señor Jesús continúa su obra de salvación, obrando (1) colectivamente mediante la iglesia, (2) e individualmente, en cada miembro por medio del Espíritu Santo.
1. Colectivamente, la iglesia es la familia de Dios. La iglesia es también su cuerpo. Como tal, la existencia de la iglesia tiene sentido solo cuando observa los mandamientos del Padre y del Señor, porque el señorío del Hijo y del Padre son uno. La iglesia es la guardiana de los dones de Cristo. Dios llama a la iglesia a dar de sí misma y a ministrar con sus dones como Cristo ministró, para que el Señor de la iglesia sea conocido y adorado como Salvador y Señor en todo el mundo. La iglesia debe ejercer fielmente la mayordomía porque Dios la ha hecho guardiana de las bendiciones materiales y espirituales. Sin embargo, la mayordomía de la iglesia no reemplaza la responsabilidad de los miembros individuales.
2. Individualmente, cada miembro de la iglesia, guiado por el Espíritu Santo, vive con Cristo y en Cristo. El Espíritu es el autor de la mayordomía fiel en cada creyente. La decisión de devolver los diezmos y las ofrendas con generosidad y regularidad es una obra espiritual que cada creyente debe experimentar individualmente. Esta fidelidad es una forma de servicio religioso que ni la oración ni otras actividades de la iglesia pueden reemplazar.
“Dios nunca aceptará en lugar del diezmo la oración hecha con frecuencia y fervor. La oración no pagará nuestras deudas a Dios” (MJ 242).
En el Antiguo Testamento, la dignidad del cargo del padre se trasladaba al hijo, a quien el padre confería el honor de desempeñar las funciones religiosas (J. E. Maldonado, Fundamentos Bíblico-Teológicos da Casamento e da Família, p. 12). En nuestra relación con el Señor Jesús, él nos honra por nuestra mayordomía fiel en todas las áreas de la vida.
Dios siempre ha tenido un pueblo fiel en la Tierra, y ahora los tiene a ti y a la iglesia, su familia, para proclamar su voluntad al mundo.
La obra enorme y sublime que Dios puso en nuestras manos exige la entrega total de lo que tenemos y de lo que somos. Por lo tanto, se nos llama a encomendar a Cristo y a su obra nuestras posesiones materiales y personales.
Parte C: El Padre presta los recursos para la familia.
1. Espirituales. Por nosotros mismos, no tenemos el deseo ni el poder de ser fieles; pero la gracia nos mueve en armonía con la voluntad del Señor. Jesús se entregó por nosotros y no nos dejó solos cuando ascendió al Cielo. Todavía disfrutamos de su presencia y su poder. Él permanece con nosotros mediante el Espíritu Santo. Al tener al Espíritu Santo, tenemos a Jesús.
Jesús también derrama sus dones sobre su iglesia mediante el Espíritu. Es un verdadero milagro del amor de Dios que los seres humanos caídos dediquen su vida y sus dones desinteresadamente en favor del evangelio. Dios nos dio dones espirituales, y debemos responder a su generosidad usando y fomentando estos dones en la obra del Señor.
2. Materiales. Las posesiones materiales también son un regalo de Dios. En Edén, nuestros primeros padres recibieron una vasta y valiosa propiedad, rica en animales, plantas y tesoros (Gén. 2:8–17). Pero no podían comer del fruto del árbol prohibido. No había veneno innato en la fruta que la hiciera prohibida; más bien, Dios la prohibió para probar su fidelidad a él y a su Ley (Gén. 2:15–17).
El deseo de aquello que Dios prohibió ocasionó la desobediencia y el pecado, que llevó a la humanidad a sufrir la pena de muerte. Hoy también recibimos bienes materiales, unos más y otros menos, pero la prueba del Edén se repite en nuestra vida.
Dios espera que sus hijos sean fieles en las posesiones materiales, para no repetir la experiencia de desear la porción que él se reserva para sí (Mal. 3:8). La fidelidad y el carácter están siendo probados para la vida eterna. Solo mediante la obra del Espíritu Santo podemos reconocer a Dios como nuestro Creador, nuestro Padre y nuestro Señor. Entender esto cambia nuestra visión del mundo.
Parte D: Los tesoros de la familia se atesoran en el Cielo.
Acumular tesoros en el Cielo significa invertir en la obra de Dios. Los seres celestiales participan en esta obra a la par de nosotros. Nuestra inversión celestial requiere que coloquemos el Reino de Dios en primer lugar, por encima de todas las cosas (Mat. 6:33). El Cielo se preocupa por lo que sucede en la Tierra, especialmente con respecto a la obra redentora de Dios. Jesús participa personalmente, y observa cada acto fiel y generoso (Mal. 3:8–10; Mat. 25:31–46). Jesús observó la ofrenda de la viuda pobre (Mar. 12:41–44), y todavía nos ve a nosotros hoy.
Parte III: APLICACIÓN A LA VIDA
a. Dios es el Creador, Padre y Señor, y nosotros somos sus hijos y mayordomos. Estos títulos indican su autoridad, así como su cuidado amoroso y su don de salvación. Le debemos todo lo que somos y tenemos, y lo que esperamos en términos eternos.
1. Analicen con la clase los motivos que tenemos para obedecer a Dios, como devolver los diezmos y las ofrendas, o para trabajar en la iglesia y para ayudar a nuestros semejantes.
a. El temor a los juicios celestiales ¿cómo influye en la motivación de tus alumnos?
b. La gratitud a Jesús por ser su Creador y Salvador ¿cuánto los motiva?
c. ¿Cuán motivados se sienten por las bendiciones que reciben de Dios por serle fieles?
d. ¿Cuánto los motiva el gozo por el amor de Dios y la participación en su obra?
b. El pecado nos ha hecho naturalmente egoístas y egocéntricos. Con la Caída, perdimos la santidad original con la que Dios nos dotó. Por consiguiente, debemos permitir que el Señor nos restaure. Su obra restauradora en nuestra naturaleza caída incluye dotarnos de “el deseo y el poder para que haga[mos] lo que a él le agrada” (Fil. 2:13, NTV).
“El pecado no solo nos aparta de Dios, sino también destruye en el alma humana el deseo y la aptitud para conocerlo. La misión de Cristo consiste en deshacer toda esta obra del mal. Él tiene poder para vigorizar y restaurar las facultades del alma paralizadas por el pecado, la mente oscurecida y la voluntad pervertida” (Ed 28, 29).
Elige voluntarios para leer Malaquías 3:8; Santiago 2:14 al 26; y 2 Corintios 5:18 y 20. Luego plantea las siguientes preguntas para analizar con la clase:
1. ¿Cómo coopero con Jesús para mi crecimiento espiritual?
2. ¿Por qué Dios requiere una devolución fiel de mis diezmos y ofrendas para apoyar su obra en la Tierra?
3. ¿Qué significa que la fe sin obras es muerta? ¿Cómo se revela mi fe por mis obras?
4. ¿Cuál es el ministerio de reconciliación que Cristo le da a su pueblo?
"ADMINISTRAR PARA EL SEÑOR... HASTA QUE ÉL VENGA"
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