Lección 7: “A uno de estos mis hermanos pequeños” | Administrar para el Señor... | Escuela Sabática 1T 2023
Lección 7: Para el 18 de febrero de 2023
“A UNO DE ESTOS MIS HERMANOS PEQUEÑOS”
LEE PARA EL ESTUDIO DE ESTA SEMANA: Lucas 4:16–19; Isaías 62:1, 2; Deuteronomio 15:11; Mateo 19:16–22; Lucas 19:1–10; Job 29:12–16.
PARA MEMORIZAR:
“Entonces el Rey dirá a los de su derecha: ‘¡Vengan, benditos de mi Padre! Hereden el reino preparado para ustedes desde la fundación del mundo” (Mat. 25:34).
La Biblia habla a menudo de los extranjeros (a veces llamados forasteros), los huérfanos y las viudas. Este grupo puede ser de aquellos a quienes Jesús se refirió como “uno de estos mis hermanos pequeños” (Mat. 25:40).
¿Cómo podemos identificar a estas personas hoy? Los extranjeros de los tiempos bíblicos eran personas que tenían que dejar su tierra natal, quizás a causa de la guerra o el hambre. El equivalente en nuestros días podría ser los millones de refugiados devenidos en indigentes debido a circunstancias en las que no eligieron estar.
Los huérfanos son niños que han perdido a sus padres por guerras, accidentes o enfermedades. Este grupo también podría incluir a aquellos cuyos padres están en prisión o ausentes. ¡Qué amplio campo de servicio se expone aquí!
Las viudas son las que han perdido a sus cónyuges por la misma causa que los huérfanos. Muchas son cabeza de familia monoparental y las beneficiaría enormemente la ayuda que la iglesia pueda brindarles.
Como veremos esta semana, ayudar a los pobres no es solo una opción. Es seguir el ejemplo de Jesús y obedecer sus mandatos.
Sábado
Los métodos para ayudar a los menesterosos deben considerarse con cuidado y oración. Debemos pedir sabiduría a Dios, porque él sabe mejor que los mortales cortos de vista cómo debe cuidarse a las criaturas que él hizo…
Debemos ayudar a los que, con familias numerosas que sostener, tienen que luchar constantemente con la debilidad y la pobreza. Más de una madre viuda, con sus niños sin padre, trabaja más de lo que sus fuerzas le permiten a fin de conservar a sus pequeñuelos consigo y proveerles alimento y ropa. Muchas madres que están en esta situación han muerto por exceso de trabajo. Cada viuda necesita el consuelo de las palabras alentadoras, y muchas son las que debieran recibir ayuda material.
Algunos hombres y mujeres de Dios, con discernimiento y sabiduría, debieran ser designados para atender a los pobres y menesterosos, en primer lugar a los de la familia de la fe. Dichas personas debieran dar a la iglesia su informe y su opinión acerca de lo que debería hacerse (Testimonios para la iglesia, t. 6, pp. 280, 281).
La Majestad del cielo identifica sus intereses con los de la humanidad que sufre. Nuestros asociados y compañeros están necesitados de bondad sincera y de tierna simpatía. Es imposible crecer en Cristo, nuestra cabeza viviente, a menos que practiquemos la lección que él nos ha dado de simpatía, compasión y amor. Es imposible reflejar la imagen de Cristo a menos que este amor, que es de origen celestial, esté en el alma. Nadie entrará por los portales de la ciudad de Dios que no refleje este atributo (Sons and Daughters of God, p. 148).
La medida de la regla de oro es la verdadera norma del cristianismo, y todo lo que no llega a su altura es un engaño. Una religión que induce a los hombres a tener en poca estima a los seres humanos, a quienes Cristo consideró de tanto valor que dio su vida por ellos; una religión que nos haga indiferentes a las necesidades, los sufrimientos o los derechos humanos, es una religión espuria. Al despreciar los derechos de los pobres, los dolientes y los pecadores, nos demostramos traidores a Cristo. El cristianismo tiene tan poco poder en el mundo porque los hombres aceptan el nombre de Cristo, pero niegan su carácter en sus vidas. Por estas cosas el nombre del Señor es motivo de blasfemia.
Acerca de la iglesia apostólica perteneciente a la época maravillosa en que la gloria del Cristo resucitado resplandecía sobre ella, leemos que “ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía”, “que no había entre ellos ningún necesitado”, que “con gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús, y abundante gracia era sobre todos ellos”. Y, además, que “perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos”. Hechos 4:32, 34, 33; 2:46, 47.
Podemos buscar por el cielo y por la tierra, y no encontraremos verdad revelada más poderosa que la que se manifiesta en las obras de misericordia hechas en favor de quienes necesiten de nuestra simpatía y ayuda. Tal es la verdad como está en Jesús. Cuando los que profesan el nombre de Cristo practiquen los principios de la regla de oro, acompañará al evangelio el mismo poder de los tiempos apostólicos (El discurso maestro de Jesucristo, pp. 115, 116).
LA VIDA Y EL MINISTERIO DE JESÚS
En los comienzos de su ministerio público, Jesús viajó a Nazaret, en la región de Galilea. Esta era su ciudad natal, y la gente local ya había oído hablar de su obra y sus milagros. Como era su costumbre, Jesús asistió a los servicios del sábado en la sinagoga. Aunque Jesús no era el rabino oficiante, el asistente le entregó el rollo de Isaías y le pidió que hiciera la lectura de las Escrituras. Jesús leyó Isaías 61:1 y 2.
Lee Lucas 4:16 al 19 y compáralo con Isaías 61:1 y 2 (ver también Luc. 7:19–23). ¿Por qué crees que Jesús escogió este pasaje específico? ¿Por qué estos versículos de Isaías se consideraban mesiánicos? ¿Qué revelaban acerca de la obra del Mesías?
Como los dirigentes religiosos aparentemente habían pasado por alto las profecías que hablaban de un Mesías sufriente y habían aplicado mal las que apuntaban a la gloria de su segunda venida (lo que debería servirnos como recordatorio de la importancia de entender realmente la profecía), la mayoría de la gente creía en la falsa idea de que la misión del Mesías era librar a Israel de sus conquistadores y opresores, los romanos. Pensar que la declaración de misión del Mesías provenía de Isaías 61:1 y 2 debió de haber sido un verdadero shock.
Los pobres generalmente eran menospreciados por funcionarios inescrupulosos como los recaudadores de impuestos, los comerciantes, e incluso sus propios vecinos. Comúnmente se pensaba que la pobreza era una maldición de Dios y que ellos mismos tenían la culpa de su infortunio. Con esta mentalidad, eran pocos los que se preocupaban por los pobres y su situación miserable.
Sin embargo, el amor de Jesús por los pobres fue una de las mayores evidencias de su mesianismo, como lo demuestra la forma en que Jesús respondió la pregunta de Juan el Bautista acerca de si él era el Mesías (ver Mat. 11:1–6). “Como los discípulos del Salvador, Juan el Bautista no comprendía la naturaleza del reino de Cristo. Esperaba que Jesús ocupara el trono de David; y como pasaba el tiempo y el Salvador no asumía la autoridad real, Juan estaba perplejo y perturbado” (DTG 186)
■ “La religión pura y sin mancha ante Dios el Padre es esta: visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha de este mundo” (Sant. 1:27). ¿Cómo debería ayudarnos este versículo a establecer nuestras prioridades religiosas?
Domingo
Pocos comprenden el pleno significado de las palabras que Cristo habló cuando, en la sinagoga de Nazaret, se anunció como el Ungido. Declaró que su misión era consolar, bendecir y salvar a los afligidos y pecadores. Luego, viendo que el orgullo y la incredulidad dominaban los corazones de sus oyentes, les recordó que en tiempos pasados Dios se había apartado de su pueblo escogido por causa de su incredulidad y rebelión y se había manifestado a los habitantes de tierras paganas que no habían rechazado la luz del cielo. La viuda de Sarepta y Naamán el siro, habían vivido de acuerdo con toda la luz que tenían, por lo cual se los consideró más justos que el pueblo escogido de Dios que se había apartado de él y había sacrificado sus principios a las conveniencias y honores mundanales.
En Nazaret Cristo dijo a los judíos una terrible verdad al declarar que en medio del Israel apóstata no había seguridad para el fiel mensajero de Dios. No querían conocer su valor ni apreciaban sus labores. Mientras los dirigentes judíos profesaban tener gran celo por el honor de Dios y el bien de Israel, eran enemigos de ambos. Por precepto y ejemplo, alejaban cada vez más al pueblo de la obediencia a Dios y lo llevaban adonde él no pudiera ser su defensa en el día de prueba (Los hechos de los apóstoles, p. 333).
En Cristo no hay ni judío ni griego, ni esclavo ni libre. Todos son atraídos por su preciosa sangre. Gálatas 3:28; Efesios 2:13.
Cualquiera que sea la diferencia de creencia religiosa, el llamamiento de la humanidad doliente debe ser oído y contestado. Donde existe amargura de sentimiento por causa de la diferencia de la religión, puede hacerse mucho bien mediante el servicio personal. El ministerio amante quebrantará el prejuicio, y ganará las almas para Dios.
Debemos anticiparnos a las tristezas, las dificultades y angustias de los demás. Debemos participar de los goces y cuidados tanto de los encumbrados como de los humildes, de los ricos como de los pobres. “De gracia recibisteis —dice Cristo—, dad de gracia”. Mateo 10:8. En nuestro derredor hay pobres almas probadas que necesitan palabras de simpatía y acciones serviciales. Hay viudas que necesitan simpatía y ayuda. Hay huérfanos a quienes Cristo ha encargado a sus servidores que los reciban como una custodia de Dios. Demasiado a menudo se los pasa por alto con negligencia. Pueden ser andrajosos, toscos, y aparentemente sin atractivo alguno; pero son propiedad de Dios. Han sido comprados con precio, y a su vista son tan preciosos como nosotros. Son miembros de la gran familia de Dios, y los cristianos como mayordomos suyos, son responsables por ellos. “Sus almas —dice—, demandaré de tu mano” (Palabras de vida del gran Maestro, pp. 318, 319).
La religión pura y sin mancha delante del Padre es esta: “Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha de este mundo”. Santiago 1:27. Las buenas obras son los frutos que Cristo quiere que produzcamos; palabras amables, hechos generosos, de tierna consideración por los pobres, los necesitados, los afligidos. Cuando los corazones simpatizan con otros corazones abrumados por el desánimo y el pesar, cuando la mano se abre en favor de los necesitados, cuando se viste al desnudo, cuando se da la bienvenida al extranjero para que ocupe su lugar en la casa y en el corazón, los ángeles se acercan, y un acorde parecido resuena en los Cielos. Todo acto de justicia, misericordia y benevolencia produce melodías en el Cielo. El Padre desde su trono observa a los que llevan a cabo estos actos de misericordia, y los cuenta entre sus más preciosos tesoros… Todo acto misericordioso, realizado en favor de los necesitados y los que sufren es considerado como si se lo hubiera hecho a Jesús. Cuando socorréis al pobre, simpatizáis con el afligido y el oprimido, y cultiváis la amistad del huérfano, entabláis una relación más estrecha con Jesús (Testimonios para la iglesia, t. 2, p. 24).
LA PROVISIÓN DE DIOS PARA LOS POBRES
En sus escritos, los autores bíblicos incluyeron muchos de los preceptos de Dios para los pobres, los extranjeros, las viudas y los huérfanos. Tenemos registros de esto desde el Monte Sinaí. “Seis años sembrarás tu tierra, y allegarás tu cosecha; pero el séptimo año la dejarás libre para que coman los pobres de tu pueblo. Y de lo que quede comerán las bestias del campo. Así harás con tu viña y tu olivar” (Éxo. 23:10, 11).
Lee Levítico 23:22 y Deuteronomio 15:11. Aunque el contexto de nuestra vida hoy sea muy diferente, ¿qué principios deberíamos extraer de estos versículos?
Generalmente se entiende que “hermano” aquí se refiere a pares israelitas o a compañeros de creencia. También pensamos en ellos como los pobres dignos, o “estos mis hermanos pequeños”. Los Salmos dan instrucciones sobre cómo debemos tratar a los necesitados. “Defiendan al débil y al huérfano, hagan justicia al afligido y al menesteroso. Libren al afligido y al necesitado, líbrenlo de mano de los impíos” (Sal. 82:3, 4). Este pasaje indica nuestra participación en formas que van más allá de simplemente proporcionar alimentos.
Luego están las promesas para quienes ayudan a los necesitados: “El que da al pobre no tendrá pobreza” (Prov. 28:27). “El rey que juzga con verdad a los pobres afirma su trono para siempre” (Prov. 29:14). Y el rey David señaló: “Dichoso el que se preocupa del pobre. El Señor lo librará en el día malo” (Sal. 41:1). Esto, entonces, siempre había sido una prioridad en el antiguo Israel, aunque a veces se había perdido de vista.
En cambio, incluso en tiempos más modernos, especialmente en Inglaterra, bajo el impacto de lo que se conoce como “darwinismo social”, muchos piensan que no solo no hay un imperativo moral para ayudar a los pobres; de hecho, estaría mal hacerlo. Al contrario, siguiendo las fuerzas de la naturaleza, en las que los fuertes sobreviven a expensas de los débiles, los “darwinistas sociales” creen que sería perjudicial para la sociedad ayudar a los pobres, a los enfermos, a los indigentes, porque, si se multiplican, solo debilitarían el tejido social de la nación en su conjunto. Aunque suene cruel, este pensamiento es el resultado lógico de la creencia en la Evolución y la falsa narración que esta proclama.
■ El evangelio, la idea de que Cristo murió por todos, ¿cómo debería afectar la forma en que tratamos a los demás, independientemente de quiénes sean?
Lunes
Aunque Dios había prometido bendecir grandemente a su pueblo, no se proponía que la pobreza fuese totalmente desconocida entre ellos. Declaró que los pobres no dejarían de existir en la tierra. Siempre habría entre su pueblo algunos que le darían oportunidad de ejercer la simpatía, la ternura y la benevolencia…
La ley de Dios le daba al pobre derecho sobre cierta porción del producto de la tierra. Cualquiera estaba autorizado para ir, cuando tenía hambre, al sembrado de su vecino, a su huerto o a su viñedo, para comer del grano o de la fruta hasta satisfacerse. Obraron de acuerdo con este permiso los discípulos de Jesús cuando arrancaron espigas y comieron del grano al pasar por un campo cierto sábado.
Toda la rebusca de las mieses, el huerto y el viñedo pertenecían a los pobres. “Cuando segares tu mies en tu campo —dijo Moisés—, y olvidares alguna gavilla en el campo, no volverás a tomarla… Cuando sacudieres tus olivas, no recorrerás las ramas tras ti… Cuando vendimiares tu viña, no rebuscarás tras ti: para el extranjero, para el huérfano, y para la viuda será. Y acuérdate que fuiste siervo en tierra de Egipto”. Deuteronomio 24:19-22; véase Levítico 19:9, 10 (Historia de los patriarcas y profetas, p. 571).
Debiéramos estudiar e imitar al Modelo, para que el Espíritu que mora en Cristo pueda morar en nosotros. El Salvador no fue encontrado entre los exaltados y los honorables del mundo. No pasó su tiempo entre aquellos que buscaban lo fácil y el placer. Anduvo haciendo bien. Su obra consistió en ayudar a aquellos que necesitaban ayuda, en salvar a los perdidos y a los que perecían, en elevar a los caídos, en romper el yugo de la opresión de aquellos que estaban en esclavitud, en sanar a los afligidos, en hablar palabras de simpatía y consuelo a los que sufrían y estaban angustiados. Se nos pide que copiemos este modelo. Levantémonos y pongámonos a trabajar, procurando bendecir al necesitado y confortar al angustiado. Cuanto más participemos del Espíritu de Cristo, tanto más veremos qué podemos hacer por nuestros semejantes. Estaremos llenos de amor por las almas que perecen, y encontraremos nuestra delicia en las pisadas de la Majestad del Cielo (Nuestra elevada vocación, p. 182).
Para muchos, la vida es una lucha dolorosa; se sienten deficientes, desgraciados y descreídos: piensan que no tienen nada que agradecer. Las palabras de bondad, las miradas de simpatía, las expresiones de gratitud, serían para muchos que luchan solos como un vaso de agua fría para un alma sedienta. Una palabra de simpatía, un acto de bondad, alzaría la carga que doblega los hombros cansados. Cada palabra y obra de bondad abnegada es una expresión del amor que Cristo sintió por la humanidad perdida…
Hay dulce paz para el espíritu compasivo, una bendita satisfacción en la vida de servicio desinteresado por el bienestar ajeno. El Espíritu Santo que mora en el alma y se manifiesta en la vida ablandará los corazones endurecidos y despertará en ellos simpatía y ternura. Lo que sembremos, eso segaremos. “Bienaventurado el que piensa en el pobre… Jehová lo guardará, y le dará vida; será bienaventurado en la tierra, y no lo entregarás a la voluntad de sus enemigos. Jehová lo sustentará sobre el lecho del dolor; mullirás toda su cama en su enfermedad”. Salmo 41:1-3 (El discurso maestro de Jesucristo, p. 24).
EL JOVEN RICO
No sabemos mucho sobre el joven rico aparte de que era joven y rico. Y también que tenía interés en las cosas espirituales. Tenía tanta energía que acudió corriendo a Jesús (Mar. 10:17). Estaba entusiasmado por aprender acerca de la vida eterna. Esta historia es tan importante que se registra en los tres evangelios sinópticos: Mateo 19:16 al 22; Marcos 10:17 al 22; y Lucas 18:18 al 23.
Lee Mateo 19:16 al 22. ¿Qué tenía en mente Jesús cuando le dijo: “Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo. Y ven, sígueme” (Mat. 19:21)?
A la mayoría de nosotros Jesús no nos pide que vendamos todo lo que tenemos y demos el dinero a los pobres. Pero el dinero debió de haber sido el dios de este joven, y aunque la respuesta de Jesús puede parecer bastante severa, él sabía que esta era la única esperanza de salvación para este hombre.
La Biblia dice que se fue muy triste porque era muy rico, lo que demuestra cuánto adoraba su dinero. Se le ofreció la vida eterna y un lugar en el círculo íntimo de Jesús (“Ven, sígueme”, las mismas palabras que utilizó Jesús al llamar a los doce discípulos). Sin embargo, nunca más volvimos a saber de este joven. Cambió la Eternidad por sus posesiones terrenales.
Qué terrible compensación, ¿no? Qué triste ejemplo de no seguir la “gratificación diferida” (ver la semana pasada). Elegir como lo hizo este hombre es un gran engaño porque, no importa lo que las riquezas materiales nos puedan dar ahora, tarde o temprano todos morimos y enfrentamos la perspectiva de la eternidad. Y, mientras tanto, muchísimos ricos han descubierto que su riqueza no les dio la paz y la felicidad que esperaban; de hecho, en muchos casos parece haber ocurrido lo contrario. Se han escrito gran cantidad de biografías sobre cuán miserables han sido muchos ricos. De hecho, de los registros históricos, una de las mejores representaciones de cuán insatisfactoria puede ser la riqueza en sí misma se encuentra en el libro de Eclesiastés. Se pueden extraer muchas lecciones de él, pero hay un aspecto que se destaca claramente: el dinero no puede comprar la paz ni la felicidad.
■ “Porque el que quiera salvar su vida la perderá; y el que pierda su vida por causa de mí y del evangelio la salvará. ¿Qué aprovecha al hombre si gana todo el mundo pero pierde su vida? O, ¿qué puede dar el hombre por su vida?” (Mar. 8:35–37). ¿Qué significa perder la vida por causa del evangelio?
Martes
¿No saben que cuando el joven rico se acercó a Cristo y le preguntó qué debía hacer para tener la vida eterna, Cristo le dijo que guardara los mandamientos? El joven contestó: “Todo esto lo he guardado”. Pero el Señor quería que entendiera que esta lección se aplicaba a él. “¿Qué más me falta?” Mateo 19:20. No percibía que había algo que se refería a él, o por qué no había de tener la vida eterna. “Lo he guardado”, dijo. Ahora Cristo toca el punto débil de su corazón. Dice: “Ven, sígueme, y tendrás vida”.
¿Qué hizo el joven? Se alejó muy triste, porque tenía muchas posesiones (Fe y obras, pp. 70, 71).
El hombre rico que tenía tantos privilegios nos es presentado como uno que debió haber cultivado sus dones, de manera que sus obras transcendiesen hasta el gran más allá, llevando consigo ventajas espirituales aprovechadas. Es el propósito de la redención, no solamente borrar el pecado, sino devolver al hombre los dones espirituales perdidos a causa del poder empequeñecedor del pecado. El dinero no puede ser llevado a la vida futura; no se necesita allí; pero las buenas acciones efectuadas en la salvación de las almas para Cristo son llevadas a los atrios del cielo. Mas aquellos que emplean egoístamente los dones del Señor para sí mismos, dejando sin ayuda a sus semejantes necesitados, y no haciendo nada porque prospere la obra de Dios en el mundo, deshonran a su Hacedor. Frente a sus nombres en los libros del cielo está escrito: “Robó a Dios”.
El hombre rico tenía todo lo que el dinero puede procurar, pero no poseía las riquezas que habrían conservado bien su cuenta con Dios. Vivió como si todo lo que poseía fuera suyo. Había descuidado el llamamiento de Dios y los clamores de los pobres que sufrían. Pero al fin viene un llamado que él no puede eludir. Por un poder al cual no le es posible objetar ni resistir, se le ordena que renuncie a las posesiones de las cuales él ya no es mayordomo. El hombre que una vez fuera rico es reducido a una desesperada pobreza. El manto de la justicia de Cristo, tejido en el telar del cielo, nunca podrá cubrirlo. El que una vez usara la púrpura más rica, el lino más fino, es reducido a la desnudez. Su tiempo de gracia ha terminado. Nada trajo al mundo, y nada puede llevar de él (Palabras de vida del gran Maestro, pp. 210, 211).
Muchos que militan en el cristianismo están dispuestos a realizar cualquier sacrificio con tal de obtener riquezas, y cuanto más éxito tienen en sus esfuerzos por obtener el objeto de sus deseos, tanto menos se preocupan de la verdad preciosa y de su progreso en el mundo. Pierden su amor por Dios y obran como hombres faltos de juicio. Cuanto más son prosperados en riqueza material, tanto menos invierten en la causa de Dios.
Las obras de los que tienen un amor irracional por las riquezas muestran claramente que es imposible seguir a dos señores, a Dios y a mamón. Revelan ante el mundo que su dios es el dinero. Rinden homenaje a su poder pero en realidad sirven al mundo. El amor al dinero se convierte en un poder dominante, y por amor a él violan la ley de Dios (Consejos sobre mayordomía cristiana, pp. 225, 226).
ZAQUEO
Zaqueo era un judío rico que había hecho su fortuna trabajando como recaudador de impuestos para los odiados romanos. Por eso, y porque él y otros recaudadores de impuestos exigían más impuestos de los que realmente debían, a Zaqueo lo odiaban y lo llamaban “pecador”.
Zaqueo vivía en Jericó, que se encontraba en una ruta comercial muy transitada. El encuentro de Zaqueo y Jesús no fue una coincidencia. Aparentemente, Zaqueo estaba bajo convicción espiritual y quería hacer algunos cambios en su vida. Había oído hablar de Jesús y quería verlo. Se debió haber corrido la voz de que el grupo con el que viajaba Jesús llegaría a Jericó ese día. Jesús necesitaba pasar por Jericó desde Galilea, en su último viaje a Jerusalén. Las primeras palabras de Cristo a Zaqueo revelan que, incluso antes de entrar en el pueblo, Jesús sabía todo acerca de él.
Lee Lucas 19:1 al 10. ¿Qué diferencias hay entre la experiencia de este hombre rico con Jesús y la del joven rico?
Zaqueo y el joven rico tenían algunas cosas en común: ambos eran ricos, ambos querían ver a Jesús y ambos aspiraban a la vida eterna. Pero hasta aquí llegan las similitudes.
Fíjate que cuando Zaqueo dijo: “La mitad de mis bienes voy a dar a los pobres” (Luc. 19:8), Jesús aceptó este gesto como expresión de una verdadera experiencia de conversión. No le dijo: Lo siento, Zaqueo, pero como con el joven rico, es todo o nada. La mitad no sirve. ¿Por qué? Probablemente porque, aunque a Zaqueo sin duda le gustaba su riqueza, para él no era el dios que sí era para el joven rico. De hecho, aunque no sabemos qué le dijo especialmente Jesús, Zaqueo es el primero que habla de dar dinero a los pobres. En contraste, Jesús tuvo que indicar al joven rico específicamente que renunciara a todo; de lo contrario, esta dependencia lo habría destruido. Aunque Zaqueo, como cualquier persona rica, necesitaba tener cuidado con los peligros de la riqueza, parecía haberla controlado mejor que el joven rico.
“Cuando el joven y rico príncipe se hubo alejado de Jesús, los discípulos se habían maravillado de las palabras de su Maestro: ‘¡Cuán difícil les es entrar en el reino de Dios a los que confían en las riquezas!’ Ellos habían exclamado el uno al otro: ‘¿Quién, pues, podrá ser salvo?’ Ahora tenían una demostración de la veracidad de las palabras de Cristo: ‘Lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios’ (Mar. 10:24, 26; Luc. 18:27). Vieron cómo, por la gracia de Dios, un rico podía entrar en el Reino” (DTG 508).
Miércoles
Zaqueo había sido abrumado, asombrado y reducido al silencio por el amor y la condescendencia de Cristo al rebajarse hasta él, tan indigno. Ahora expresaron sus labios el amor y la alabanza que tributaba a su recién hallado Maestro. Resolvió hacer públicos su confesión y su arrepentimiento.
En presencia de la multitud, “Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: He aquí, Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y si en algo he defraudado a alguno, lo vuelvo con el cuatro tanto…
Cuando el joven y rico príncipe se había alejado de Jesús, los discípulos se habían maravillado de las palabras de su Maestro: “¡Cuán difícil es entrar en el reino de Dios, los que confían en las riquezas!” Ellos habían exclamado el uno al otro: “¿Y quién podrá salvarse?” Ahora tenían una demostración de la veracidad de las palabras de Cristo: “Lo que es imposible para con los hombres, posible es para Dios”. Marcos 10:24, 26; Lucas 18:27. Vieron cómo, por la gracia de Dios, un rico podría entrar en el reino (El Deseado de todas las gentes, p. 508).
Induzca a la gente a que contemple a Jesús como a su única esperanza y su único Ayudador. Dé lugar a que el Señor opere en la mente, hable al alma e impresione el entendimiento. No es esencial que usted sepa y diga a otros todos los porqués y motivos de lo que constituye el nuevo corazón, o de la posición que pueden y deben alcanzar para nunca pecar más. Esa obra no le corresponde.
Todos no estamos constituidos de la misma manera. Las conversiones no son todas iguales. Jesús impresiona el corazón, y el pecador renace a una nueva vida. Con frecuencia, las almas han sido atraídas a Cristo sin una convicción impetuosa, sin quebrantamiento del alma, sin terrores de remordimiento. Contemplaron a un Salvador exaltado, y vivieron. Vieron la necesidad del alma, vieron la suficiencia del Salvador, lo que él demanda, oyeron su voz que decía: “Sígueme”, y se levantaron y lo siguieron. Esa conversión fue genuina y la vida religiosa fue tan decidida como fue la de otros que sufrieron la agonía de un violento proceso (Mensajes selectos, t. 1, pp. 208, 209).
El fundamento de nuestra esperanza en Cristo es el hecho de que nos reconozcamos a nosotros mismos como pecadores necesitados de restauración y redención. Porque somos pecadores tenemos ánimo para reclamarlo como nuestro Salvador. Por lo tanto, prestemos atención, no sea que tratemos a los que yerran en forma tal que manifieste que no tenemos necesidad de redención. No delatemos, condenemos y destruyamos como si nosotros fuéramos perfectos. La obra de Cristo es reparar, curar, restaurar. Dios es amor en sí mismo, en su misma esencia. Él … no da a Satanás ocasión de triunfo por presentar la peor apariencia o por exponer nuestras debilidades a nuestros enemigos
Cristo vino a poner la salvación al alcance de todos. Los que más yerran, los más pecaminosos, no fueron pasados por alto; sus labores estaban especialmente dedicadas a aquellos que más necesitaban la salvación que él había venido a ofrecer (In Heavenly Places, p. 291; parcialmente en En los lugares celestiales, p. 293).
¿HAS VISTO A MI SIERVO JOB?
Lee Job 1:8. ¿Cómo describe Dios mismo a Job?
No está nada mal que Dios llame “intachable” y “recto” (Job 1:8) a Job; tan intachable y recto que nadie más en la Tierra en ese momento podía igualarlo. Veamos, estas son palabras de Dios, literales, acerca de Job.
Aun después de que Job enfrentó una catástrofe tras otra, Dios repitió lo que había dicho de Job, que no había nadie en la Tierra como él, intachable y recto, y todo lo demás; excepto que luego se agregó un nuevo elemento: Job continuaba poseyendo esas virtudes, “a pesar de que me incitaste contra él para que lo arruinara sin motivo” (Job 2:3).
Y, aunque podemos vislumbrar poderosamente la perfección y la rectitud de Job en la forma en que se negó a renunciar a Dios a pesar de todo lo sucedido y pese a la burla desafortunada de su esposa: “¿Aún mantienes tu integridad? Maldice a Dios y muérete” (Job 2:9), el libro revela otro aspecto de la vida de Job antes de que se desarrollara el drama.
Lee Job 29:12 al 16. ¿Qué se describe aquí que nos da más información sobre el secreto del carácter de Job?
Quizá lo más esclarecedor aquí sean las palabras de Job: “Y de la causa del desconocido me informaba con diligencia” (Job 29:16). En otras palabras, Job no se limitaba a esperar, por ejemplo, a que algún mendigo vestido con harapos se le acercara para pedirle limosna. Job era proactivo para identificar las necesidades y luego actuaba en consecuencia.
Elena de White sugirió: “No aguardéis a que [los pobres] llamen vuestra atención a sus necesidades. Obrad como Job. Lo que él no sabía, lo averiguaba. Haced una gira de inspección, y ved lo que se necesita, y cómo puede suplirse mejor” (TI 5:141). Este es un nivel de administración del dinero y de mayordomía de los recursos de Dios que está más allá de la práctica de muchos de los hijos de Dios en la actualidad.
■ Lee Isaías 58:6 al 8. ¿Cómo podemos tomar estas palabras antiguas y aplicarlas a nosotros hoy?
Jueves
En toda iglesia debe establecerse un fondo para los pobres. Luego cada miembro presentará una ofrenda de agradecimiento a Dios cada semana o cada mes, según resulte más conveniente. Esta ofrenda expresará nuestra gratitud por los dones de la salud, el alimento y las ropas cómodas. Y en la medida en que Dios nos haya bendecido con estas comodidades, apartaremos recursos para los pobres, los dolientes y los angustiados. Quisiera llamar especialmente la atención de los hermanos a este punto. Recordemos a los pobres. Privémonos de algunos de nuestros lujos; sí, aun de comodidades, y ayudemos a aquellos que pueden obtener solamente la más escasa alimentación e indumentaria. Al obrar en su favor, obramos para Jesús en la persona de sus santos. Él se identifica con la humanidad doliente. No aguardemos hasta que hayan sido satisfechas todas nuestras necesidades imaginarias. No confiemos en nuestros sentimientos para dar cuando nos sintamos dispuestos a ello, y retener cuando no nos inclinemos a dar. Demos regularmente, sea diez, veinte o cincuenta centavos por semana, según lo que quisiéramos ver anotado en el registro celestial en el día de Dios.
Queremos agradeceros por vuestros buenos deseos, pero los pobres no pueden vivir cómodamente solo con buenos deseos. Deben recibir alimentos y ropas como pruebas tangibles de vuestra bondad. Dios no quiere que ninguno de sus seguidores mendigue su pan. Os ha dado en abundancia para que podáis suplir las necesidades que ellos no alcanzan a suplir con su laboriosidad y estricta economía. No aguardéis a que llamen vuestra atención a sus necesidades. Obrad como Job. Lo que él no sabía, lo averiguaba. Haced una gira de inspección, y ved lo que se necesita, y cómo puede suplirse mejor (Testimonios para la iglesia, t. 5, pp. 140, 141).
Aprovechen toda oportunidad que esté a su alcance, de hacer el bien. Las manos ociosas cosecharán muy poco. ¿Para qué viven los de más edad sino para cuidar a los jóvenes y ayudar a los desamparados? Dios nos los ha encomendado a nosotros, que tenemos más edad y experiencia, y nos va a llamar a cuenta si no asumimos estas responsabilidades…
Pocos tienen una noción exacta de lo que abarca la palabra cristiano. Es ser semejante a Cristo, es hacer el bien en favor de los demás, es estar desprovisto de egoísmo y que nuestras vidas estén marcadas por actos de desinteresada generosidad… [N]oten la rica recompensa prometida a los que hacen esto: “Entonces nacerá tu luz como el alba, y tu salvación se dejará ver pronto”. Isaías 58:8. Aquí hay una promesa preciosa y abundante para todos los que se interesen en los casos de los necesitados. ¿Cómo puede Dios descender para bendecir y prosperar a los que no se preocupan de nadie fuera de sí mismos, y que no usan lo que Dios les ha confiado para glorificar su nombre en la tierra? (Testimonios para la iglesia, t.2, pp. 296-298).
PARA ESTUDIAR Y MEDITAR:
“ ‘Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él, entonces se sentará en el trono de su gloria, y serán reunidas delante de él todas las naciones, y apartará los unos de los otros’. Así pintó Cristo a sus discípulos, en el Monte de los Olivos, la escena del gran Día de Juicio. Explicó que su decisión girará alrededor de un punto. Cuando las naciones estén reunidas delante de él, habrá tan solo dos clases; y su destino eterno quedará determinado por lo que hayan hecho o dejado de hacer por él en la persona de los pobres y los sufrientes” (DTG 592).
“Al abrir la puerta a los necesitados y dolientes hijos de Cristo, están dando la bienvenida a ángeles invisibles. Invitan la compañía de los seres celestiales. Ellos traen una sagrada atmósfera de gozo y paz. Vienen con alabanzas en sus labios, y una nota de respuesta se oye en el Cielo. Cada hecho de misericordia produce música allí. Desde su Trono, el Padre cuenta entre sus más preciosos tesoros a los que trabajan abnegadamente” (DTG 594).
PREGUNTAS PARA DIALOGAR:
1. “Porque no faltarán pobres en la tierra” (Deut. 15:11). Además del hecho de que esta predicción lamentablemente se ha cumplido aunque tenga miles de años, ¿cómo debemos entenderla hoy? Algunos han utilizado estas palabras para prácticamente justificar su falta de ayuda a los pobres, al razonar de esta manera: “Bueno, Dios dijo que los pobres siempre estarían entre nosotros, así que, así son las cosas”. ¿Cuál es la falacia de esa forma de pensar?
2. Lee 1 Timoteo 6:17 al 19: “A los ricos de este siglo manda que no sean altivos, ni pongan la esperanza en la incertidumbre de las riquezas, sino en el Dios vivo, que nos da todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos. Que hagan bien, que sean ricos en buenas obras, dadivosos, prestos a compartir; atesorando para sí buen fundamento para lo por venir, que echen mano de la vida eterna”. Fíjate cuál es el peligro: confiar en las riquezas personales en lugar de en el Dios vivo. ¿Por qué es tan fácil que los que tienen dinero caigan en esto, a pesar de que saben que al final ni todo su dinero los mantendrá con vida? ¿Por qué todos debemos tener cuidado de no confiar en otra cosa que no sea el Dios vivo?
Viernes
Hijos e hijas de Dios, “En amor por los demás”, 20 de mayo, p. 149;
Alza tus ojos, “Testificar a otros”, p. 262.
"ADMINISTRAR PARA EL SEÑOR... HASTA QUE ÉL VENGA"
📖 | L1 | L2 | L3 | L4 | L5 | L6 |
L7 | L8 | L9 | L10 | L11 | L12 |
Dios lo bendiga!!!
Lección 7
EL SÁBADO ENSEÑARÉ...
Parte I: RESEÑA
Dios quería bendecir a su pueblo para que no hubiera pobres entre ellos (Deut. 15:4). Sin embargo, la pobreza siempre existirá (Deut. 15:11; Mat. 26:11). Por ello, la misión del Salvador abarcaba llevar alivio tanto espiritual como material a quienes sufrían económicamente (Luc. 4:18, 19; 7:19–22). Amar a los demás y ayudar a los necesitados es un mandato divino para los que siguen al Salvador (Deut. 15:11).
Las obras de beneficencia en Israel eran un deber comunitario e individual, como podemos observar en la práctica de dejar descansar la tierra cada siete años (Éxo. 23:10, 11), no espigar (Lev. 23:22), y el derecho del hambriento de alimentarse del campo de otra persona (Deut. 23:25). Las Escrituras nos enseñan a ser proactivos en la caridad (Job 29:12–16; Isa. 58:6–8), ya que esta actividad es parte de la religión pura y sin mancha (Sant. 1:27). El amor por los vulnerables produce bendiciones divinas (Prov. 28:27; Sal. 41:1). Cuando ayudamos a los afligidos, también ayudamos al Señor en la persona de los necesitados (Mat. 25:35–40).
Job era justo porque amaba a los pobres y los ayudaba como si fueran parte de su familia (Job 29:16). Los apóstoles abandonaron todo para seguir al Salvador (Mat. 19:27), mientras que el joven rico renunció a la posibilidad del discipulado al negarse a donar sus posesiones a los pobres, porque el amor por su riqueza era supremo (Mat. 19:16–22).
Así como ser fiel en los diezmos y las ofrendas es una indicación de un regreso a Dios (Mal. 3:6-10), ayudar a los débiles y desamparados entre nosotros refleja una auténtica experiencia espiritual, como se demuestra en la conversión de Zaqueo (Luc. 19:1–10).
Parte II: COMENTARIO
En el plan perfecto de Dios, todos deberían disfrutar de la abundancia de las promesas divinas (Deut. 15:4), pero debido a la desobediencia, los pobres siempre existirán. En este contexto, se nos llama a abrir nuestras manos al necesitado (Deut. 15:11). Para ello, consideraremos los conceptos de pobreza y caridad en la Biblia, que son bastante amplios, y procuraremos comprender su significado para nuestra vida.
A uno de estos mis hermanos pequeños (lee Mat. 25:35–40)
1. Todos los que sufren
A partir de las referencias bíblicas, es posible identificar diversas clases de personas que sufrían y que necesitaban protección. Si utilizamos un concepto básico de agrupación, los pobres eran:
(a) quienes no tenían capacidad de satisfacer sus necesidades materiales y, por lo tanto, no podían vivir una vida digna debido al rechazo o el prejuicio social (prisioneros, leprosos y extranjeros, por ejemplo);
(b) quienes sufrían privaciones económicas extremas debido a condiciones adversas (pobres, enfermos, hambrientos, sedientos, desnudos, necesitados y miserables); (c) quienes tenían limitaciones físicas (mudos, ciegos y cojos);
(d) quienes estaban emocionalmente desanimados y, tal vez, psicológicamente no eran capaces de cuidar de sí mismos sin ayuda (los quebrantados de corazón, los enfermos mentales y los que perecen);
(e) las víctimas de sus propios errores, opresión e injusticia (marginados; exiliados; prisioneros; víctimas de la inequidad, la brutalidad y la explotación);
(f) quienes necesitaban ayuda para comenzar una nueva vida (lee Lev. 23:22; Deut. 15:11; Luc. 4:18, 19; Isa. 62:1, 2; Deut. 15:11; Job 29:12–16; Mat. 11; Luc. 7:20–22; Mat. 25:35–40).
Las condiciones de pobreza y la cuestión de si el que sufre es responsable de su precariedad son irrelevantes. Tampoco es relevante la cuestión de si esa persona merece recibir ayuda o no. Incluso una persona de una nación rival debía ser objeto del amor de Dios al practicar la caridad, como vemos en la parábola del samaritano (Luc. 10:28–37; 17:16–18; Juan 8:48).
2. El redentor, un pariente cercano
En el Antiguo Testamento, el redentor era un pariente cercano que tenía la obligación de rescatar y liberar a un familiar de la esclavitud, la pobreza y la indigencia. Este deber también incluía la obligación del pariente cercano de casarse con la viuda sin hijos de su hermano, lo que evitaba que ella quedara en la indigencia (Lev. 25:25, 48, 49; Deut. 25:5; Rut 2:20). Los judíos generalmente entendían que esta obligación era aplicable solo entre los miembros de la nación elegida.
Sin embargo, en la historia del samaritano, Jesús muestra que la idea del familiar que ayuda a su hermano no está ligada a lazos de sangre, religión ni nacionalidad. El samaritano, extranjero y despreciado, que es el redentor (salvador) en la historia, aparece como el pariente cercano del judío golpeado, que fue dado por muerto a la vera del camino (Luc. 10:29–37). El deber de amar al prójimo forma parte de los dos grandes Mandamientos (Luc. 10:27, 28) sobre los que se asienta toda la Ley y los escritos de los profetas. Este deber también significa que debemos amarnos unos a otros porque todos somos prójimos (redentores) en algún momento. La palabra “prójimo” evoca el amor compasivo y práctico que Dios mandó demostrar a las familias de Israel. Este amor debe extenderse a la humanidad en su totalidad.
Dios envió a su Hijo al mundo (Juan 3:16) para salvar sin discriminación de ningún tipo. Jesús es el máximo ejemplo del Pariente-Redentor, nuestro pariente cercano, que vino a rescatarnos de la miseria, el sufrimiento y la destrucción eterna. Su ejemplo debe ser la norma de nuestras relaciones humanas, especialmente en la iglesia y en relación con los pobres y los que sufren. Por lo tanto, no debemos negar ayuda a ninguna persona, sino ofrecer comida y agua incluso a nuestros enemigos (Prov. 25:21, 22; Rom. 12:20, 21). Sin embargo, recuerda que, en la medida de lo posible, el objetivo de la caridad es motivar y posibilitar que la persona cuide de sí misma.
Los que sufren persecución a causa de su fe son también especiales, los hermanos pequeños de Dios que integran el Reino de los cielos (Mat. 5:10, 11).
Formas de ayudar a los pobres
Es posible que hayas escuchado a algunos criticar la caridad como un medio para que las clases dominantes controlen a los pobres, o como una estrategia para evitar el surgimiento de conflictos entre las fuerzas del capital y el trabajo. Otros creen que el bienestar refuerza la mendicidad y la dependencia parasitaria, en contraposición a los esfuerzos de rehabilitación para el empoderamiento y el desarrollo personales.
Sin embargo, las Escrituras recomiendan medidas de socorro inmediatas (Deut. 15:11; Isa. 58:6, 7) para ayudar a los necesitados que están en vías de recuperarse económicamente. Cualesquiera que sean las medidas que se adopten, la ayuda prestada a los pobres y los afectados debe ser protectora. Es decir, la ayuda a los pobres no debe engendrar una dependencia innecesaria de quienes los ayudan y debe procurar protegerlos de la explotación (Deut. 15:1, 2; Lev. 25:9–19). Ese plan de recuperación y rehabilitación incluye velar por la restauración emocional y espiritual de los pobres, respetando su dignidad (Isa. 58:6–8; Luc. 4:16–19).
Cómo ayudar
1. Sientan deseos de participar. Los miembros de la iglesia pueden adoptar un plan de apoyo personal para ayudar a alguien que lo necesite. También pueden trabajar juntos como voluntarios en un proyecto educativo dirigido por la iglesia con el fin de desarrollar habilidades para la vida y el desarrollo personales.
2. Un fondo dedicado a los pobres. Cada miembro puede destinar una cantidad o porcentaje del presupuesto familiar para ayudar regularmente a los necesitados, así como para contribuir a los proyectos de bienestar y desarrollo de su iglesia.
El dinero que cada creyente tiene a mano debe repartirse en tres partes iguales: (a) primero Dios, mediante los diezmos y las ofrendas (Mal. 3:8–10, Mat. 6:33); (b) la familia (1 Tim. 5:8); y (c) los desvalidos (Gál. 2:10; Sant. 1:27). Sin embargo, es importante recordar que “el diezmo ha sido puesto aparte con un propósito especial. No debe considerarse como un fondo para pobres. Debe dedicarse especialmente al sostén de los que predican el mensaje de Dios al mundo; y no hay que desviarlo de este propósito” (CMC 105).
Además de las ofrendas del Santuario, la Biblia alude a preceptos relacionados con la beneficencia proveniente de otros recursos tales como el “rebuscar” (Deut. 24:19-22; Lev. 19:9, 10), el derecho a obtener alimentos del campo de otra persona (Deut. 23:24, 25) y las iniciativas voluntarias (Prov. 29:7; Isa. 58:7).
Había una contribución que los israelitas llamaban el “segundo diezmo” (heb. ma’aser sheni) de toda la ganancia (Deut. 14:28, 29; 26:12, 13), que se dedicaba para los gastos religiosos de la familia y para caridad.
Todo israelita devoto tenía que gastar en Jerusalén una décima parte del rendimiento de su tierra como segundo diezmo (ver J. Jeremias, Jerusalem in the Time of Jesus: An Investigation Into Economic and Social Conditions During the New Testament Period, pp. 28, 57).
Con respecto al segundo diezmo, lee de Elena de White: “Dios cuida de los pobres”, en Patriarcas y profetas.
3. Cuidar de los pobres, un sello distintivo de la justicia de Dios en la vida del cristiano. Necesitamos ser más que religiosos, porque Job, el joven rico y Zaqueo eran ricos y religiosos. Sus historias muestran, para bien, como es el caso de Job y Zaqueo, o para mal, como es el caso del joven rico, que en lo que respecta a la riqueza, nuestra vida espiritual no debe definirse por la bendición de las riquezas ni por una apariencia de religión, sino por una respuesta genuina al mandato divino de ayudar a los pobres y desafortunados.
El énfasis en las historias de estos tres hombres está en su experiencia espiritual, no en los desamparados que recibían su caridad. Los relatos bíblicos destacan el diagnóstico espiritual de cada personaje en las tres historias, tomando como referencia la caridad.
Job entendió que la caridad era la justicia de Dios en su vida (Job 29:12–16). La conversión de Zaqueo fue evidente cuando decidió devolver todo lo que había tomado y dar la mitad de sus bienes a los pobres (Luc. 19:1-10). Para el joven rico, darlo todo a los pobres era su oportunidad de convertirse en discípulo del Rey de reyes y, posiblemente, de salvar su vida de la destrucción de Jerusalén, aproximadamente cuarenta años después. Dar sus posesiones a los pobres se interpuso entre el joven y la salvación (Mat. 19:16-22). Tristemente, el joven valoraba más sus posesiones que a aquel que le dio el poder de adquirir riquezas.
Parte III: APLICACIÓN A LA VIDA
Ocuparse de los pobres es un mandamiento del Pacto divino (Deut. 15:7) y una expresión de religión pura delante de Dios (Sant. 1:27).
1. ¿Qué tienen en común el mandato del diezmo y la caridad cristiana?
2. ¿Cuáles son las diferencias y las similitudes entre la beneficencia y la caridad cristiana? (1 Cor. 13:1-3).
Ayudamos a Cristo cuando nos preocupamos por los que sufren (Mat. 25:35–46). Pide a un miembro de la clase que lea en voz alta la siguiente cita. Luego coméntenlas en clase.
“Vi que en la providencia de Dios las viudas y los huérfanos, los ciegos, los sordos, los cojos y los afligidos en una diversidad de formas, han sido colocados en estrecha relación cristiana con su iglesia, para probar a su pueblo y desarrollar su verdadero carácter” (TI 3:561). ¿Por qué es importante entender el concepto de la caridad como mandato de amor y no como opción en nuestra vida cristiana? ¿De qué manera la caridad hace que nuestra profesión de fe sea auténtica?
“Los que están a la izquierda de Cristo, quienes lo han descuidado en la persona de los pobres y dolientes, fueron inconscientes de su culpabilidad. Satanás los cegó; no percibieron lo que debían a sus hermanos. Estuvieron absortos en sí mismos, y no se preocuparon por las necesidades de los demás” (DTG 594).
"ADMINISTRAR PARA EL SEÑOR... HASTA QUE ÉL VENGA"
📖 | L1 | L2 | L3 | L4 | L5 | L6 |
L7 | L8 | L9 | L10 | L11 | L12 |
Dios lo bendiga!!!
COMENTARIOS