Lección 2: Los pactos de Dios con nosotros | Administrar para el Señor... | Escuela Sabática 1T 2023
Lección 2: Para el 14 de enero de 2023
LOS PACTOS DE DIOS CON NOSOTROS
LEE PARA EL ESTUDIO DE ESTA SEMANA: Mateo 10:22; Juan 6:29; Deuteronomio 28:1–14; Proverbios 3:1–10; Malaquías 3:7–11; Mateo 6:25–33.
PARA MEMORIZAR:
“Si obedeces cabalmente la voz del Señor tu Dios, para cumplir todos sus mandamientos que te prescribo hoy, el Señor tu Dios te exaltará sobre todas las naciones de la tierra. Además, las siguientes bendiciones vendrán y te alcanzarán, si obedeces la voz del Señor tu Dios” (Deut. 28:1, 2).
Resulta sorprendente que Dios haya hecho contratos (o pactos) con nosotros. La mayoría son bilaterales, lo que significa que ambas partes (Dios y los seres humanos) tienen una parte que cumplir. Un ejemplo de un pacto bilateral es: “Si tú haces esto, entonces yo haré aquello”. O “Haré esto si tú haces aquello”.
Una clase menos común de pacto es unilateral. “Yo haré esto ya sea que tú hagas algo o no”. Algunos de los pactos de Dios con la humanidad son unilaterales. Por ejemplo, Dios “envía su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia sobre justos e injustos” (Mat. 5:45). Hagamos lo que hagamos o dejemos de hacer, podemos contar con Dios para tener la luz del Sol y la lluvia. Después del Diluvio, Dios prometió ante la humanidad y “toda bestia de la tierra” que nunca habría otro diluvio que cubriera toda la Tierra (ver Gén. 9:9–16), independientemente de nuestras acciones.
Esta semana estudiaremos algunos pactos bilaterales muy significativos entre Dios y sus hijos. Oremos para que, por la gracia de Dios, cumplamos con nuestra parte del trato.
Sábado
Dios da constantemente. ¿Y a quiénes concede sus dones? ¿A los que tienen un carácter intachable? El “que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos”. Mateo 5:45. No obstante el carácter pecaminoso de la humanidad, a pesar de que tan a menudo agraviamos el corazón de Cristo y no merecemos el perdón, cuando se lo pedimos él no nos rechaza. Nos ofrece gratuitamente su amor con esta exhortación: “Que os améis unos a otros; como yo os he amado”. Juan 13:34 (Testimonios para la iglesia, t. 6, p. 286).
Mientras las multitudes seguían a Cristo por los campos abiertos, les revelaba las bellezas del mundo natural. Trataba de abrir sus ojos para que las comprendiesen y pudiesen ver cómo la mano de Dios sostiene el mundo. A fin de que expresasen aprecio por la bondad y benevolencia de Dios, llamaba la atención de sus oyentes al rocío que caía suavemente, a las lluvias apacibles y al resplandeciente sol, otorgados a los buenos tanto como a los malos. Deseaba que los hombres comprendiesen mejor la consideración que Dios concede a los instrumentos humanos que creó (El Deseado de todas las gentes, pp. 482, 483).
Es la observancia de los mandamientos de Dios lo que lo honra y glorifica en sus elegidos. Por lo tanto, cada alma a quien Dios le ha dado la facultad de razonar está bajo la obligación de escudriñar la Palabra para averiguar todo lo que él nos ha ordenado como posesión adquirida. Deberíamos procurar comprender todo lo que la Palabra requiere de nosotros en el sentido de la obediencia y la observancia de sus preceptos. No podemos manifestar más honor a nuestro Dios, a quien pertenecemos por creación y redención, que dando evidencia ante los seres celestiales, los mundos no caídos y los hombres caídos, de que atendemos diligentemente todos sus mandamientos, que son los principios que gobiernan su reino.
Necesitamos estudiar asiduamente para conocer los preceptos de Dios. ¿Cómo podemos ser súbditos obedientes si dejamos de comprender los principios que gobiernan el reino de Dios? Abrid, entonces, vuestras Biblias, y buscad todo aquello que os ilumine respecto a los preceptos de Dios; y cuando discernáis un “así dice Jehová”, no pidáis la opinión de los hombres, sino que, cualquiera que sea el costo para vosotros, obedeced gozosamente. Entonces descansará sobre vosotros la bendición de Dios y lo glorificaréis (Dios nos cuida, p. 155).
La cuestión de mayor interés para cada uno debería ser: ¿Estoy cumpliendo los requerimientos de la ley de Dios? Esa ley es santa, justa y buena, y Dios quiere que comparemos diariamente nuestras acciones con ella, que es su gran norma de justicia. Únicamente mediante un severo examen de nosotros mismos a la luz de la Palabra de Dios podemos descubrir nuestras desviaciones de su santa regla de bien…
El amor es el principio que está a la base del gobierno de Dios en el cielo y en la tierra, y este amor debe estar entretejido en la vida del cristiano. El amor de Cristo no es vacilante, sino que es profundo, amplio y pleno. Su poseedor no dirá: “Amaré únicamente a los que me aman”. El corazón que es influido por este principio santo, será puesto por encima de todo lo que se asemeje a una naturaleza egoísta (A fin de conocerle, p. 296).
EL PACTO DE SALVACIÓN
La muerte de Cristo en el Calvario hizo posible que toda persona que haya vivido o que vivirá se salve. A diferencia de la promesa de las estaciones, la salvación no es unilateral, no se da a todos, sin importar lo que hagan. La creencia de que todos se salvarán se llama “universalismo”.
En vez de eso, Jesús enseñó claramente que, aunque él murió por toda la humanidad, muchos recorren el camino ancho hacia la destrucción y la muerte eterna (Mat. 7:13, 14).
¿Qué dicen los siguientes textos sobre cómo la gente recibe el don de la salvación en Jesús?
1 Juan 5:13 ___________________________
Mat. 10:22 ___________________________
Juan 6:29 ___________________________
2 Ped. 1:10, 11 ___________________________
Pablo entendía la naturaleza bilateral del pacto de salvación. Consciente de que pronto lo iban a ejecutar, y a pesar de que muchos de sus compañeros lo habían abandonado, confiadamente le dijo a su querido amigo Timoteo que había cumplido con su parte del trato: “Yo ya estoy para ser sacrificado. El tiempo de mi partida está cerca. He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, que me dará el Señor, Juez justo, en ese día. Y no solo a mí, sino también a todos los que aman su venida” (2 Tim. 4:6–8).
Pablo dice: Yo estoy preparado porque luché por obedecer a Dios en todo, llegué a la meta y me mantuve fiel. Sin embargo, Pablo siempre fue muy claro en que la salvación es solo por la fe, no por las obras de la Ley, por lo que aquí de alguna manera no está considerando sus obras o logros como algo que le valiera méritos ante Dios. La “corona de justicia” que lo espera es la justicia de Jesús, que Pablo, por la fe, ha reclamado para sí y se ha aferrado a ella hasta el final de su vida.
■ Aunque la salvación es un regalo inmerecido, ¿cuál es la diferencia entre los que aceptan el regalo y los que no? ¿Qué se requiere que hagamos para aceptar este regalo?
Domingo
No deduzcamos, sin embargo, que el sendero ascendente es difícil y la ruta que desciende es fácil. A todo lo largo del camino que conduce a la muerte hay penas y castigos, hay pesares y chascos, hay advertencias para que no se continúe. El amor de Dios es tal que los desatentos y los obstinados no pueden destruirse fácilmente. Es verdad que el sendero de Satanás parece atractivo, pero es todo engaño…
Puede ser áspero el camino [estrecho], y la cuesta empinada; tal vez haya trampas a la derecha y a la izquierda; quizá tengamos que sufrir penosos trabajos en nuestro viaje; puede ser que cuando estemos cansados y anhelemos descanso, tengamos que seguir avanzando; que cuando nos consuma la debilidad, tengamos que luchar; o que cuando estemos desalentados, debamos esperar aún; pero con Cristo como guía, no dejaremos de llegar al fin al anhelado puerto de reposo. Cristo mismo recorrió la vía áspera antes que nosotros y allanó el camino para nuestros pies (El discurso maestro de Jesucristo, pp. 117, 118).
La paciente perseverancia en el bien hacer la llevará desde este mundo de dolor y contienda a la gloria y la honra de la vida eterna. Si Dios mora en usted y está por encima de usted, no tiene nada que temer. La Biblia es una luz para los que están en tinieblas. Frente a la perspectiva de una inmortalidad bendita mantenida en reserva para los que perseveran hasta el fin, encontrará un poder elevador y una fortaleza que va a necesitar para resistir el mal. Manténgase firme en la hora de prueba y obtendrá finalmente una corona inmarcesible.
Necesita dirección de lo alto. Confíe en el Señor con todo el corazón, y él nunca la va a defraudar. Si le pide ayuda a Dios, no lo hará en vano. Para animarnos a tener confianza se acerca a nosotros por medio de su Santa Palabra y su Espíritu, y trata de lograrlo de mil maneras. Pero en nada se deleita más que en recibir al débil que acude a él en procura de fortaleza. Si quisiéramos encontrar corazón y voz para orar, ciertamente él encontraría oídos para oír y un brazo para salvar (Cada día con Dios, p. 192).
“Procurad hacer firme vuestra vocación y elección; porque haciendo estas cosas, no caeréis jamás. Porque de esta manera os será otorgada amplia y generosa entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo”. 2 Pedro 1:10, 11.
Aquí está vuestro certificado de seguro de vida. Esta no es una póliza de seguro cuyo valor algún otro puede recibir después de vuestra muerte; es una póliza que te asegura a ti una vida que se mide con la vida de Dios: vida eterna. ¡Qué seguridad! ¡Qué esperanza! Revelemos siempre al mundo que estamos buscando una patria mejor, celestial. El cielo ha sido hecho para nosotros, y queremos una parte en él. No podemos permitir que nada nos separe de Dios y del cielo. En esta vida debemos ser participantes de la naturaleza divina. Hermanos y hermanas, tenéis solo una vida que vivir. Sea una vida de virtud, y oculta con Cristo en Dios (En los lugares celestiales, p. 31).
SI OBEDECES CABALMENTE
El libro de Deuteronomio es la versión impresa de los mensajes de despedida de Moisés a la segunda generación de israelitas, después de cuarenta años de vagar por el desierto. Él pronunció estos mensajes en las llanuras de Moab, al este de Jericó. Deuteronomio se ha dado en llamar apropiadamente “El libro de las memorias”.
En este libro, Moisés repasa el trato fiel de Dios con Israel. Relata los viajes desde el Monte Sinaí hasta Cades Barnea, al límite con la Tierra Prometida, así como la rebelión y los cuarenta años de errar por el desierto. Reformuló los Diez Mandamientos, los requisitos del diezmo y el depósito central. Pero el enfoque principal de Deuteronomio es el consejo de obedecer a Dios y así recibir sus bendiciones. Moisés describe a Dios como aquel que tiene la capacidad y el deseo de cuidar a su pueblo.
Lee Deuteronomio 28:1 al 14. ¿Qué grandes bendiciones se prometen al pueblo? Pero ¿qué debe hacer este para recibirlas?
Moisés estaba muy expectante de que el pueblo entendiera que Dios tenía en mente bendiciones maravillosas, y hasta milagrosas, para ellos. Sus palabras: “Si obedeces cabalmente”, les hizo saber que su destino eterno estaba en juego aquí. Qué poderosa manifestación de la realidad del libre albedrío. Eran la nación escogida de Dios, los recipientes de grandes bendiciones y grandes promesas, pero esas bendiciones y promesas no eran incondicionales. Debían aceptarlas, recibirlas y actuar en consecuencia.
Y nada de lo que Dios les había pedido les resultaba demasiado difícil de hacer: “Porque este mandamiento que te ordeno hoy no es demasiado difícil para ti, ni está lejos. No está en el cielo, para que digas: ‘¿Quién subirá por nosotros al cielo, y lo traerá y explicará para que lo cumplamos?’ Ni está al otro lado del mar, para que digas: ‘¿Quién cruzará por nosotros el mar, y lo traerá y nos lo explicará a fin de que lo cumplamos?’ Porque la palabra está muy cerca de ti, en tu boca y en tu corazón, para que la cumplas” (Deut. 30:11–14).
Por supuesto, además de las bendiciones, estaban las advertencias de las maldiciones, lo que les sucedería si desobedecían (Deut. 28:15–68). Es decir, qué consecuencias traería su pecado y su rebelión.
■ ¿Qué significa para nosotros, hoy, “escuchar diligentemente” lo que Dios nos dice que hagamos?
Lunes
El libro de Deuteronomio debiera ser cuidadosamente estudiado por los que viven hoy en la tierra. Contiene un registro de las instrucciones dadas a Moisés para que él las transmitiera a los hijos de Israel. En él se repite la ley…
La ley de Dios debía ser repetida con frecuencia a Israel. Para que no se olvidaran sus preceptos, debía ser mantenida delante del pueblo y siempre había de ser exaltada y honrada. Los padres debían leerla a sus hijos, enseñándosela línea tras línea, precepto tras precepto. Y en ocasiones públicas, la ley había de ser leída para que la oyera todo el pueblo.
La prosperidad de Israel dependía de su obediencia a esta ley. Si eran obedientes, les iba a dar vida; si eran desobedientes, muerte.
Si Israel hubiese obedecido las directivas que le fueron dadas por Moisés, ninguno de los que comenzaron el viaje al salir de Egipto hubiera caído en el desierto presa de la enfermedad y de la muerte. Estaban bajo un Guía seguro. Cristo se había comprometido a guiarlos a salvo a la tierra prometida si seguían su dirección (Comentarios de Elena G. de White en Comentario bíblico adventista del séptimo día, t. 1, pp. 1131, 1132).
La fe que es para salvación no es una fe casual, no es el mero consentimiento del intelecto; es la creencia arraigada en el corazón que acepta a Cristo como a un Salvador personal, segura de que él puede salvar perpetuamente a todos los que acuden a Dios mediante él. Creer que él salvará a otros pero que no te salvará a ti, no es fe genuina. Sin embargo, cuando el alma se aferra de Cristo como de la única esperanza de salvación, entonces se manifiesta la fe genuina. Esa fe induce a su poseedor a colocar todos los afectos del alma en Cristo. Su comprensión está bajo el dominio del Espíritu Santo y su carácter se modela de acuerdo con la semejanza divina. Su fe no es muerta, sino una fe que obra por el amor y lo induce a contemplar la belleza de Cristo y a asimilarse al carácter divino. Se cita Deuteronomio 30:11-14. “Y circuncidará Jehová tu Dios tu corazón, y el corazón de tu descendencia, para que ames a Jehová tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, a fin de que vivas”. Deuteronomio 30:6 (Mensajes selectos, t. 1, pp. 458, 459).
El que tiene el amor de Dios derramado en el corazón, reflejará la pureza y el amor que existen en Jehová, y que Cristo manifestó en este mundo. El que ama a Dios en su corazón no tiene enemistad contra la ley de Dios, sino que rinde obediencia voluntaria a todos sus mandamientos, y esto es lo que constituye el cristianismo. El que ama en forma suprema a Dios, revelará amor a sus semejantes que pertenecen a Dios tanto por la creación como por la redención. El amor es el cumplimiento de la ley; y es deber de todo hijo de Dios prestar obediencia a sus mandamientos…
La ley de Dios, que es perfecta santidad, es la única verdadera norma de carácter. El amor se expresa en la obediencia, y el amor perfecto echa fuera el temor (Hijos e hijas de Dios, p. 53).
HONRA AL SEÑOR
El libro de Proverbios, más que sobre el bien y el mal, trata sobre la sabiduría y la necedad. A medida que leemos el libro, veremos los beneficios de la sabiduría y las trampas de la necedad.
Lee Proverbios 3:1 al 10. ¿Qué maravillosas promesas se dan aquí? Además, ¿qué significa “las primicias de todos tus frutos”?
Dios nos pide que lo pongamos a él en primer lugar en el manejo de nuestras posesiones, como un reconocimiento de su dominio sobre todas las cosas y como una demostración de nuestra fe en que él proveerá para nosotros. Pero más que eso, nos dice que, si lo ponemos en primer lugar, entonces él bendecirá el resto. Esto es un acto de fe para nosotros, un acto de confianza, una manifestación de confiar en el Señor con todo el corazón; y, sin duda, no apoyarnos en nuestro propio conocimiento (lo que es especialmente importante, porque muy a menudo suceden cosas que no podemos entender y no podemos encontrarles sentido).
Sin embargo, nada debería impulsarnos más a confiar en Dios y en su amor que la Cruz. Cuando nos damos cuenta de lo que cada uno de nosotros recibió en Jesús, no solo como Creador (Juan 1:1-4) y Sustentador (Heb. 1:3) sino también como Redentor (Apoc. 5:9), devolver a Dios las primicias de lo que tenemos es, por cierto, lo mínimo que podemos hacer.
“El Señor no solo reclama el diezmo como suyo, sino también establece cómo debería reservárselo para él. Dice: ‘Honra al Señor con tus bienes, y con las primicias de todos tus frutos’ (Prov. 3:9). Esto no nos enseña que debamos gastar los recursos en nosotros mismos y luego llevar al Señor lo que quede, aunque esto sea también un diezmo honrado. La porción del Señor debe separarse en primer lugar” (CMC 84).
Dios dice que, si lo ponemos a él en primer lugar, “serán llenos tus graneros con abundancia”. Sin embargo, esto no va a suceder por milagro; es decir, no vas a despertarte un día y descubrir que tus graneros y tus tinajas se llenaron de repente.
Al contrario, la Biblia está llena de principios sobre la buena administración, la planificación cuidadosa y la responsabilidad financiera, de las cuales la fidelidad a la que Dios nos llama es nuestra primera y principal responsabilidad.
■ Sin embargo, ¿cómo aprendemos a confiar en Dios y en sus promesas en tiempos difíciles, económicamente hablando, ya que, por más que procuremos ser fieles, los graneros y las tinajas no están llenos?
Martes
Honra a Jehová de tu sustancia, y de las primicias de todos tus frutos; y serán llenas tus trojes con abundancia, y tus lagares rebosarán de mosto. Proverbios 3:9, 10.
“Este pasaje de las Escrituras enseña que Dios, como Dador de todos nuestros beneficios, tiene derecho sobre ellos; que debiéramos considerar en primer lugar su derecho; y que descansa una bendición especial sobre los que respetan tal derecho…
Todo lo que poseemos es del Señor y somos responsables ante él del uso que le demos. En el empleo de cada centavo se verá si amamos a Dios por encima de todas las cosas y a nuestro prójimo como a nosotros mismos. El dinero tiene gran valor porque puede hacer mucho bien. En manos de los hijos de Dios es alimento para el hambriento, bebida para el sediento y vestido para el desnudo… y un medio de ayudar al enfermo (The Faith I Live By, p. 160; parcialmente en La fe por la cual vivo, p. 162).
Algunos dan de su abundancia, y sin embargo no experimentan necesidad de nada. No practican la abnegación por la causa de Cristo. Dan liberalmente y de todo corazón, sin embargo todavía tienen todo lo que el corazón puede desear. Dios considera esto. La acción y el motivo son estrictamente notados por él, y ellos no perderán su recompensa, pero aquellos que tienen menos recursos no deben excusarse porque no puedan hacer tanto como los demás. Haced lo que podáis. Negaos algunas de las cosas que no son indispensables, y sacrificaos por la causa de Dios. Así como la pobre viuda, poned vuestras dos blancas, y en verdad estaréis dando más que aquellos que dan de su abundancia; y sabréis cuán dulce es negarse a sí mismo para dar al necesitado, sacrificarse por la verdad y hacerse tesoros en el Cielo…
Dad ahora lo que podáis, y cuando cooperéis con Cristo vuestra mano se abrirá para impartir todavía más. Y Dios volverá a llenar vuestra mano para que el tesoro de la verdad pueda ser llevado a muchas almas. Él os dará para que vosotros podáis dar a otros (Nuestra elevada vocación, p. 201).
Nuestro Salvador nos señala los cuervos que no siembran, ni siegan, ni tienen graneros, y sin embargo su Padre celestial los alimenta. Luego dice: “¿No valéis vosotros mucho más que las aves?… ¿por qué os afanáis por lo demás? Considerad los lirios, cómo crecen; no trabajan, ni hilan; mas os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió como uno de ellos”…
“Y si así viste Dios la hierba que hoy está en el campo, y mañana es echada al horno, ¿cuánto más a vosotros, hombres de poca fe?” ¿No puede confiar usted en su Padre celestial? ¿No puede esperar en su graciosa promesa? “Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas”. ¡Preciosa promesa! ¿No podemos confiar en ella? ¿No podemos tener una confianza implícita, sabiendo que el que ha prometido es fiel?… deje que su temblorosa fe pueda asir firmemente las promesas de Dios nuevamente. Deposite todo su peso sobre ellas con una fe firme; puesto que no fallarán, ni pueden hacerlo (Testimonios para la iglesia, t. 2, p. 441).
EL CONTRATO DEL DIEZMO
Existe una estrecha conexión espiritual entre la práctica del diezmo y nuestra relación con Dios. Los israelitas prosperaban cuando obedecían a Dios y eran fieles en el diezmo; al contrario, experimentaron tiempos difíciles cuando no obedecieron. Por lo visto, seguían un ciclo de obediencia y prosperidad, y luego de desobediencia y problemas. Fue durante uno de estos períodos de infidelidad que Dios, mediante el profeta Malaquías, propuso un contrato bilateral con su pueblo.
Lee Malaquías 3:7 al 11. ¿Cuáles son las promesas y las obligaciones que se encuentran en estos versículos?
Dios prometió al pueblo que, si este se volvía a él, él se volvería a ellos. Cuando le preguntaron qué quería decir con volverse a él, dijo explícitamente: “Dejen de robarme el diezmo y las ofrendas”. El robo era la razón de la maldición que estaban recibiendo. Esta es la solución de Dios al problema de la maldición: “Traigan todo el diezmo a la tesorería” (Mal. 3:10). Y pruébenme para “ver si no abro las ventanas del cielo y vacío sobre ustedes bendición hasta que sobreabunde”. Si no tenemos suficiente espacio para recibirlo, tenemos un excedente con el que podemos ayudar a otros y promover la causa de Dios.
“El que dio a su Hijo unigénito para que muriera por ustedes ha hecho un pacto con ustedes. Él les da sus bendiciones y en cambio requiere que le lleven sus diezmos y sus ofrendas. Nadie se atreverá a decir que no comprendió este asunto. El plan de Dios concerniente a los diezmos y las ofrendas está claramente establecido en el tercer capítulo de Malaquías. Dios pide que sus instrumentos humanos sean fieles al contrato que él ha hecho con ellos” (CMC 78, 79).
Uno de los ciclos positivos de obediencia se registra durante el reinado del buen rey Ezequías, de Judá. Hubo un reavivamiento auténtico en Judá, y el pueblo comenzó a devolver fielmente sus diezmos y sus ofrendas a la tesorería del Templo. Llevaban tanto que se apilaba de a montones en el Templo. Segundo de Crónicas 31:5 relata lo que sucedió cuando los israelitas “dieron generosamente las primicias del grano, del vino, del aceite, de la miel y de todos los frutos de la tierra; trajeron igualmente en abundancia el diezmo de todas las cosas”.
■ ¿Qué dice la devolución de tu diezmo (o la falta de ello) acerca de tu espiritualidad y de tu relación con Dios?
Miércoles
Aquel cuyo corazón refulge con el amor de Cristo considerará no solamente como un deber, sino como un placer, ayudar en el avance de la obra más elevada y más santa encomendada al hombre: la de presentar al mundo las riquezas de la bondad, la misericordia y la verdad.
Es el espíritu de la codicia lo que induce a los hombres a conservar para la complacencia propia los medios que por derecho pertenecen a Dios, y este espíritu es tan aborrecible para él ahora como cuando, mediante su profeta, censuró severamente a su pueblo así: “¿Robará el hombre a Dios? Pues vosotros me habéis robado. Y dijisteis: ¿En qué te hemos robado? Los diezmos y las primicias. Malditos sois con maldición, porque vosotros, la nación toda, me habéis robado”. Malaquías 3:8, 9.
El espíritu de liberalidad es el espíritu del cielo (Los hechos de los apóstoles, pp. 272, 273).
El Señor nos concede sus dones en abundancia. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, mas tenga vida eterna”. Toda bendición que recibimos nos llega por medio de Jesucristo. ¿No debemos entonces levantarnos y cumplir con nuestro deber hacia Dios, de quien dependemos para la vida y la salud, para recibir sus bendiciones sobre nuestras cosechas y nuestros campos, nuestro ganado, nuestros rebaños y nuestras viñas? Se nos asegura que si damos para la tesorería del Señor, recibiremos de él de nuevo; pero si retenemos nuestro dinero, él retendrá su bendición y enviará maldición sobre los infieles.
Dios ha dicho: “Probadme ahora en esto… si no os abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde”. ¡Qué maravillosa exposición de bendiciones prometidas nos presenta aquí el Señor! ¿Quién se puede aventurar a robar a Dios los diezmos y las ofrendas con semejante promesa? “Reprenderé también por vosotros al devorador, y no os destruirá el fruto de la tierra, ni vuestra vid en el campo será estéril, dice Jehová de los ejércitos” (Testimonios para los ministros, pp. 307, 308).
El plan de Dios en el sistema del diezmo es hermoso por su sencillez e igualdad. Todos pueden practicarlo con fe y valor porque es de origen divino. En él se combinan la sencillez y la utilidad, y no requiere profundidad de conocimiento para comprenderlo y ejecutarlo. Todos pueden sentir que son capaces de hacer una parte para llevar a cabo la preciosa obra de salvación. Cada hombre, mujer y joven puede llegar a ser un tesorero del Señor, un agente para satisfacer las demandas de la tesorería. Dice el apóstol: “Cada uno de vosotros aparte algo según haya prosperado, y guárdelo”. 1 Corintios 16:2 (NRV).
Por este sistema se alcanzan grandes objetivos. Si todos lo aceptaran, cada uno sería un tesorero de Dios vigilante y fiel, y no faltarían recursos para llevar a cabo la gran obra de proclamar el último mensaje de amonestación al mundo (Testimonios para la iglesia, t. 3, pp. 427, 428).
BUSQUEN PRIMERO
Se dijo de Jesús que “los que eran del común del pueblo le oían de buena gana” (Mar. 12:37, RVA). La mayoría de las personas, en las grandes multitudes que seguían y escuchaban a Jesús, era miembro de esta clase, la gente común. Fueron ellas a quienes Jesús alimentó en la ladera del monte, y quienes escucharon el Sermón del Monte. Jesús les dijo, básicamente: Sé que les preocupa poder mantener a sus familias. Se inquietan por la comida y la bebida que necesitarán a diario y la ropa que necesitan como abrigo y la protección. Pero esto es lo que les propongo...
Lee Mateo 6:25 al 33. ¿Qué se promete aquí, y qué debía hacer el pueblo para recibir esas promesas?
Muchas de las promesas de Dios tienen elementos de un pacto bilateral. Es decir, para recibir la bendición, también debemos hacer nuestra parte.
Lee Isaías 26:3. ¿Qué se nos pide que hagamos para tener la paz de Dios?
Lee 1 Juan 1:9. ¿Qué hará Jesús si confesamos nuestros pecados?
Lee 2 Crónicas 7:14. ¿Cuáles son los “si” y los “entonces” de la propuesta de Dios aquí?
Todos estos versículos y muchos más tratan del importante hecho de que, aunque Dios es Soberano, aunque Dios es nuestro Creador y Sustentador, y aunque la salvación es un don de gracia e inmerecido de nuestra parte, todavía tenemos un papel que desempeñar en el drama del Gran Conflicto aquí, en la Tierra. Al hacer uso del don sagrado del libre albedrío, debemos elegir seguir la inspiración del Espíritu Santo y obedecer lo que Dios nos llama a hacer. Aunque Dios nos ofrece bendiciones y vida, también podemos elegir la maldición y la muerte. Con razón, Dios dice: “Elige la vida, para que vivas tú y tus descendientes” (Deut. 30:19).
Jueves
Los que aceptan la palabra de Cristo al pie de la letra, y entregan su alma a su custodia, y su vida para que él la ordene, hallarán paz y quietud. Ninguna cosa del mundo puede entristecerlos cuando Jesús los alegra con su presencia. En la perfecta aquiescencia hay descanso perfecto. El Señor dice: “Tú le guardarás en completa paz, cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti se ha confiado”. Isaías 26:3. Nuestra vida puede parecer enredada, pero al confiarnos al sabio Artífice Maestro, él desentrañará el modelo de vida y carácter que sea para su propia gloria. Y ese carácter que expresa la gloria —o carácter— de Cristo, será recibido en el Paraíso de Dios. Los miembros de una raza renovada andarán con él en vestiduras blancas porque son dignos (El Deseado de todas las gentes, pp. 298, 299).
Los ejemplos de arrepentimiento y humillación genuinos que da la Palabra de Dios revelan un espíritu de confesión que no busca excusas por el pecado ni intenta su justificación propia. El apóstol Pablo no procuraba defenderse, sino que pintaba su pecado con sus colores más obscuros y no intentaba atenuar su culpa. Dijo: “Lo cual también hice en Jerusalén, encerrando yo mismo en la cárcel a muchos de los santos, habiendo recibido autorización de parte de los jefes de los sacerdotes; y cuando se les daba muerte, yo echaba mi voto contra ellos. Y castigándolos muchas veces, por todas las sinagogas, les hacía fuerza para que blasfemasen; y estando sobremanera enfurecido contra ellos, iba en persecución de ellos hasta las ciudades extranjeras”. Hechos 26:10, 11. Sin vacilar declaró: “Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores; de los cuales yo soy el primero”. 1 Timoteo 1:15.
El corazón humilde y quebrantado, enternecido por el arrepentimiento genuino, apreciará algo del amor de Dios y del costo del Calvario; y como el hijo se confiesa a un padre amoroso, así presentará el que esté verdaderamente arrepentido todos sus pecados delante de Dios. Y está escrito: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados, y limpiarnos de toda iniquidad”. 1 Juan 1:9 (El camino a Cristo, p. 41).
Solo había un remedio para el castigado Israel, y consistía en que se apartase de los pecados que habían atraído sobre él la mano castigadora del Todopoderoso, y que se volviese al Señor de todo su corazón. Se le había hecho esta promesa: “Si yo cerrare los cielos, que no haya lluvia, y si mandare a la langosta que consuma la tierra, o si enviare pestilencia a mi pueblo; si se humillare mi pueblo, sobre los cuales mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra”. 2 Crónicas 7:13, 14. Con el fin de obtener este resultado bienaventurado, Dios continuaba privándolos de rocío y lluvia hasta que se produjese una reforma decidida (Profetas y reyes, p. 93).
Cada alma tiene un cielo que ganar y un infierno que evitar. Y los seres angelicales siempre están dispuestos a venir en ayuda del alma probada y tentada. Él, el Hijo del Dios infinito, soportó la prueba y la aflicción en nuestro lugar. Delante de cada alma, se levanta vívidamente la cruz del Calvario. Cuando sean juzgados los casos de todos, y ellos [los perdidos] sean entregados para sufrir por haber desdeñado a Dios, por no haber tomado en cuenta el honor divino y por su desobediencia, nadie tendrá una excusa, nadie necesitará haber perecido. Dependió de su propia elección quién habría de ser su príncipe, Cristo o Satanás. Toda la ayuda que recibió Cristo la puede recibir cada hombre en la gran prueba. La cruz se levanta como una promesa de que nadie necesita perderse, de que se da abundante ayuda para cada alma (Mensajes selectos, t. 1, p. 112).
PARA ESTUDIAR Y MEDITAR:
“Cuandoquiera que los hijos de Dios, en cualquier época de la historia del mundo, ejecutaron alegre y voluntariamente el plan de la benevolencia sistemática y de los dones y ofrendas, han visto cumplirse la permanente promesa de que la prosperidad acompañaría todas sus labores en la misma proporción en que lo obedecieran. Siempre que reconocieron los derechos de Dios y cumplieron con sus requerimientos, honrándolo con su sustancia, sus alfolíes rebosaron; pero cuando robaron a Dios en los diezmos y las ofrendas, tuvieron que darse cuenta de que no solo le estaban robando a él, sino también se defraudaban ellos mismos, porque él limitaba las bendiciones que les concedía en la proporción en que ellos limitaban las ofrendas que le llevaban” (TI 3:435).
La Biblia es muy clara en que somos salvos solo por la fe, un don de la gracia divina. Nuestra obediencia a los mandamientos de Dios es una respuesta a la gracia de Dios; no la merecemos (al fin y al cabo, si la mereciéramos, no sería gracia: ver Rom. 4:1–4).
De hecho, al observar el pacto bilateral de Dios con nosotros, podemos ver tanto las bendiciones como las responsabilidades. Mediante nuestras respuestas a lo que Dios nos ofrece, establecemos nuestra relación con él y, en gran medida, determinamos nuestro propio destino. La obediencia (el servicio y la lealtad por amor) es la verdadera señal del discipulado. En lugar de librarnos de la obediencia, es la fe, y solo la fe, la que nos hace partícipes de la gracia de Cristo, la que nos capacita para obedecer lo que Dios nos pide.
PREGUNTAS PARA DIALOGAR:
1. Se ha dicho que si cada adventista fuera fiel en devolver el diezmo, nuestra iglesia tendría dinero más que suficiente para hacer todo lo necesario para difundir el mensaje. ¿Qué es lo que haces, en términos de diezmos y ofrendas, para ayudar a la iglesia a hacer lo que ha sido llamada a hacer?
2. Reflexiona sobre la idea de cuán importantes son nuestras decisiones y obras en nuestra relación con Dios. ¿Cómo tener presente el tema de las obras y la obediencia, incluyendo la devolución del diezmo y la buena mayordomía, pero sin caer en la trampa del legalismo?
3. En clase, conversen sobre la pregunta que se encuentra al final del estudio del martes sobre el hecho de sobrellevar tiempos difíciles, aunque hayamos sido fieles. ¿Cómo entendemos esto cuando sucede, y cómo evitamos desanimarnos?
Viernes
Consejos sobre mayordomía cristiana, “Para cada dispensación”, p. 71;
Consejos sobre mayordomía cristiana, “Los que reciben continuamente deben dar constantemente”, p. 20.
"ADMINISTRAR PARA EL SEÑOR... HASTA QUE ÉL VENGA"
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Dios lo bendiga!!!
Lección 2
EL SÁBADO ENSEÑARÉ...
Parte I: RESEÑA
El plan de salvación es un pacto que Dios propone a los seres humanos. Los contratos forman parte de las relaciones humanas, pero el pacto de Dios con nosotros, en Jesús, fue concebido desde la eternidad (1 Ped. 1:18-20), y ofrece vida eterna a los que son fieles hasta la muerte (Apoc. 2:10).
El Pacto contiene la Ley, ya sea escrita en piedra o en nuestro corazón (Deut. 9:11; Heb. 8:10). Esa alianza divino-humana implica una obediencia diligente de nuestra parte, ofrecida con amor, a la Ley y al Pacto (1 Juan 5:3). Algunas cláusulas de este pacto son más extensas, como el mandamiento de adorar solo a Dios y amarlo por sobre todas las cosas (Deut. 6:5; Mat. 22:36, 37). Pero también hay mandatos específicos dentro del Pacto, a saber: (1) alejarse de la idolatría (Deut. 31:20), (2) guardar el sábado (Isa. 56:6) y (3) observar ciertas leyes alimentarias (Lev. 11; Isa. 65:1–5; 66:15–18).
Una cláusula importante del Pacto es reconocer que Dios da las posesiones materiales y, a cambio, espera fidelidad en los diezmos y las ofrendas. Además de ser importante para afianzar la relación entre el adorador y el Adorado, la devolución fiel de los diezmos y las ofrendas también sirve para apoyar la obra de Dios (2 Crón. 31:11, 12, 20, 21; Mal. 3:8-10). Al hacerlo, reconocemos la necesidad de honrar al Señor con nuestras posesiones, ya que ponemos a Dios en primer lugar (Prov. 3:9). Cuando transgredimos esta cláusula específica, violamos el Pacto. Esa violación constituye una negativa a reconocer a Dios como aquel que otorga los dones.
La fidelidad de Dios a su Pacto es inquebrantable (Deut. 4:31), pero no siempre le hemos respondido, a cambio, con fidelidad (Jer. 11:10). Aquel que provee riquezas también ofrece gracia para la obediencia, asegurando tanto nuestro llamado como nuestra elección para el Reino de Cristo (2 Ped. 1:10, 11; Apoc. 2:10).
Parte II: COMENTARIO
¿Qué es el Pacto, o Alianza?
Lee Patriarcas y profetas, “La ley y los dos pactos”, pp. 378–390.
La palabra “pacto” (en hebreo, berith) aparece aproximadamente 285 veces en el Antiguo Testamento. En el Nuevo Testamento, la palabra griega para “pacto” es diatheke. Esta palabra se utilizaba en conexión con el pacto entre Dios y su pueblo. (Ver T. K. Cheyne y J. Sutherland Black, Encyclopaedia Biblica, pp. 928, 929.) En términos modernos, la palabra corresponde a un contrato, pero también se usa para alianza, pacto o testamento.
Un pacto no es necesariamente una ley, a pesar de ser legalmente vinculante para las partes dentro de los términos del contrato. En consecuencia, una ley puede a veces considerarse un contrato, dado que es un pacto fundado en la ley.
Entonces, para que exista un contrato, es necesario que haya una ley que lo regule. Aunque la Ley fue proclamada más tarde desde el Monte Sinaí, ya existía porque está ligada a su nombre (Sal. 119:55) y, por lo tanto, es eterna. Del mismo modo, el plan de Dios para salvar a la humanidad por medio de la sangre de Cristo se conoce desde la fundación del mundo (1 Ped. 1:19, 20).
Debido a que la salvación es por gracia, algunos pueden suponer que los seres humanos no tienen obligaciones bajo este pacto. Pero las obligaciones mutuas son esenciales a fin de que un documento sea reconocido como contrato, convenio o alianza. Entre las obligaciones, están las buenas obras de fe, según la Ley escrita en el corazón (Efe. 2:8–10; Jer. 31:31–34).
Leyes, promesa y pacto
1. Leyes: Las leyes son decisiones unilaterales del Legislador y no dependen de la aceptación de la otra parte. Estas leyes son promulgadas por el Legislador y deben respetarse. Nosotros no participamos en el proceso de hacer las leyes de Dios que son parte del Pacto divino. Al tener una ley en un contrato, se supone que es para cumplirla; de lo contrario, no tendría sentido. Por ende, tanto el Antiguo Pacto como el Nuevo Pacto tienen elementos relacionados con la Ley y la obediencia (Heb. 8:8–13).
2. Promesa: Similar a un decreto, una promesa es unilateral. Solo Dios puede hacer una promesa. La confianza en la promesa depende de la credibilidad y la habilidad del que promete. Dios prometió y cumplirá porque él no miente y nunca falla. La promesa de Dios de salvación por gracia mediante la fe para quienes aceptan su Pacto es una garantía para los redimidos (Heb. 6:13–20; 1 Juan 2:25).
3. Pacto: Un pacto necesita al menos dos personas (acuerdo bilateral) para ser vinculante. Un pacto es diferente de un decreto o una promesa en que no hay alianza o pacto sin las partes contractuales. En este sentido, el ser humano decide si quiere o no ser parte del Pacto de Dios. Dios nos invita a entrar en su Pacto, por la fe en Cristo, para que tengamos vida eterna (Juan 3:16).
Características del Pacto
Todo en el Pacto apunta a la fe, seguida de la obediencia.
1. Mutualidad: Significa que las partes tienen deberes y derechos comunes en virtud del contrato. Por lo tanto, ser obedientes es nuestra parte del Pacto (Heb. 8:10; Apoc. 14:12).
2. Viabilidad: Significa que ambas partes pueden cumplir los términos del Pacto. No tiene sentido tener un contrato con reglas que una de las partes no pueda cumplir. Por lo tanto, honrar los términos del Pacto simplemente es hacer lo que Dios requiere por su gracia, porque la gracia produce buenas obras (Efe. 2:8–10). Si Dios nos ordena guardar el sábado o devolver los diezmos y las ofrendas, esa orden es una cláusula divina en el contrato que indica que los seres humanos pueden hacer lo que se requiere. Dios nunca pediría nada que sea imposible, y su gracia habilitadora es parte del Pacto.
3. Condicionalidad: Significa que el contrato es válido solo si hay cumplimiento práctico. Cualquiera que crea y sea fiel será salvo (Apoc. 2:10), y recibirá bendición (Mal. 3:10-12), porque esto es parte del contrato. Hay bendiciones complementarias y básicas. El pecado puede obstaculizar la recepción de algunas bendiciones complementarias en este mundo, pero no cambia las bendiciones básicas de la salvación si permanecemos en la fe, según el contrato.
4. Condiciones de rescisión: Se refieren al hecho de que todos los contratos prevén la cancelación en determinadas situaciones especiales. Este es también el caso con el Pacto de Dios. Las partes del Pacto que permanecen en pecado pueden generar las condiciones de rescisión al transgredir cláusulas específicas.
El Pacto de Dios incluye diezmos y ofrendas
Todos los aspectos de la vida son parte del Pacto de Dios. En este pacto, Dios promete dar a los seres humanos la fuerza para alcanzar las posesiones materiales. A cambio, Dios requiere fidelidad al Pacto, por las siguientes tres razones:
1. Las posesiones materiales deben recordarnos que Dios está cumpliendo su parte del Pacto. Dios declara que su pueblo se acordará de él, porque él es quien le da la fuerza para alcanzar las riquezas y porque estas bendiciones son parte del Pacto.
El objetivo de Dios al proporcionar riquezas a su pueblo es confirmar la alianza entre él y su pueblo. Por lo tanto, él indica que el Pacto incluye aspectos tanto materiales como espirituales (Deut. 8:18). Por lo tanto, los diezmos y las ofrendas muestran la lealtad mutua entre Dios (aquel que bendice) y sus hijos (que lo reconocen, creen en él y le obedecen).
El uso fiel de nuestras posesiones, a su vez, nos recuerda nuestra misión en el Pacto de salvación con Cristo, a saber: que Dios desea que nosotros, mediante las bendiciones que recibimos, demos a conocer su nombre entre todas las naciones (Mal. 3:12).
2. Devolver los diezmos y las ofrendas o retenerlos son una indicación de nuestra condición espiritual ante Dios. Las posesiones materiales son parte del Pacto de Dios con su pueblo. Este hecho se hace evidente en la infidelidad del antiguo Israel durante las épocas de apostasía. Por otra parte, durante los reavivamientos espirituales, la devolución fiel de los diezmos y las ofrendas generosas indicaba una renovación del Pacto con Dios (2 Crón. 31:5–10; Neh. 10:37, 38; 12:44; 13:5, 12; Mal. 1:9, 14; 3:7–10).
3. Ser fiel en las posesiones materiales es una forma de honrar a Dios, según Proverbios 3:1 al 10. Al examinar este texto con más detalle, observamos lo siguiente:
a. La palabra “honrar” (en hebreo, kabad) significa glorificar a Dios y ser rico en él.
b. La palabra hebrea para “frutos” (hown) (Prov. 3:9) significa “riquezas”. Este versículo transmite un claro mensaje que todavía es válido hoy: Ser fiel con nuestras posesiones trae honor y gloria a Dios. Este consejo general está bien detallado en las Escrituras, en las leyes relacionadas con los diezmos y las ofrendas.
c. “Primicias” (Prov. 3:9), traducción del hebreo reshyith, significa “primero, principio, lo mejor”. No podemos honrar debidamente a Dios si está en segundo lugar o le damos las sobras. El Señor del Pacto exige máxima prioridad en cuanto a nuestro tiempo y en la calidad de lo que le ofrecemos. Este requisito es parte del Pacto de Dios con nosotros.
d. La palabra hebrea kol significa “todo, la totalidad de, cualquiera, cada, entero”. “Frutos” es la traducción de la palabra hebrea tevuah. Significa “producción, productos, ganancias, ingresos, beneficios”. Ambas palabras juntas (kol y tevuah) indican que ningún fruto estará exento de honrar al Señor, porque él es el Señor de toda ganancia. En cambio, no se aceptará ninguna pérdida como excusa para no honrarlo con “todos tus frutos”. Por lo tanto, Dios requiere “todas” (kol) las posesiones materiales que tenemos. (Por esa razón, no se aceptará como válida ninguna excusa para negarle ningún aspecto de nuestra vida, que es nuestro privilegio consagrar completamente a él.)
“Todos” nuestros bienes y el incremento patrimonial serán un recordatorio de que Dios es el Dios del Pacto. Él es quien provee todo lo que tenemos. La Biblia muestra claramente que una forma importante de recordar el Pacto de Dios es devolver regularmente los diezmos y las ofrendas.
Parte III: APLICACIÓN A LA VIDA
1. Pregunta a tus alumnos: Tu fidelidad o infidelidad al Pacto de Dios ¿cómo impacta en tu vida espiritual en términos de posesiones materiales? ¿Por qué?
2. Invita a uno o dos miembros de la clase a leer los dos pasajes siguientes de Elena de White mientras el resto de la clase reflexiona sobre las palabras. Luego, pide a la clase que responda las preguntas que aparecen a continuación.
“Que los que han llegado a ser descuidados e indiferentes, y retienen sus diezmos y ofrendas, se acuerden de que están bloqueando el camino e impidiendo que la verdad llegue a regiones lejanas. Se me ha indicado que diga al pueblo de Dios que redima su honor devolviendo a Dios fielmente el diezmo” (CMC 98).
a. ¿De qué manera sienten tus alumnos que son “descuidados e indiferentes” en su fidelidad a Dios con sus diezmos y ofrendas?
b. Analiza con los alumnos la expresión “bloquear el camino” y sus implicaciones para la vida espiritual. ¿Cómo podrían estar “bloqueando el camino” del evangelio al no devolver fielmente los diezmos y las ofrendas? ¿Cómo impacta esta omisión a quienes esperan y necesitan escuchar este mensaje? Si tus alumnos se sienten indiferentes en este aspecto, ¿cómo pueden cambiar?
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