Lección 9: “Guárdense de toda avaricia” | Administrar para el Señor... | Escuela Sabática 1T 2023
Lección 9: Para el 4 de marzo de 2023
“GUÁRDENSE DE TODA AVARICIA”
LEE PARA EL ESTUDIO DE ESTA SEMANA: Isaías 14:12–14; Efesios 5:5; Josué 7; Juan 12:1–8; Hechos 5:1–11; 1 Corintios 10:13.
PARA MEMORIZAR:
“Y les dijo: ‘¡Cuidado! Guárdense de toda avaricia, porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee’ ” (Luc. 12:15).
La codicia se define como un deseo desmesurado de riquezas o posesiones
que en realidad no nos pertenecen. La codicia es un gran problema, tanto
que, por cierto, está al mismo nivel que no mentir, no robar, no asesinar; es
tan dañina que Dios decidió advertir sobre ella en su gran Ley Moral. “No codiciarás
la casa de tu prójimo, no codiciarás la esposa de tu prójimo, ni su siervo,
ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo” (Éxo. 20:17).
La codicia, o avaricia, a menudo figura junto a los pecados atroces que nos
impedirán la entrada al Reino de Dios. “¿No saben que los injustos no heredarán
el reino de Dios? No yerren, que ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros,
ni los afeminados, ni los homosexuales, ni los ladrones, ni los avaros,
ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores heredarán el reino de
Dios” (1 Cor. 6:9, 10).
¿La codicia, a la altura de la extorsión, la idolatría, la fornicación y el adulterio?
Eso es lo que dicen los versículos, y esta semana veremos ejemplos de su
pecaminosidad y lo que podemos hacer para superarla.
Sábado
Texto
¿EL PECADO ORIGINAL DEFINITIVO?
A menudo se plantea la cuestión, y es comprensible, acerca de cómo surgió el pecado en el Universo de Dios. Entendemos cómo, por lo menos en parte. Y en esencia, fue por codicia. Por ende, quizá la codicia sea el pecado original definitivo.
Lee Isaías 14:12 al 14. ¿Qué pistas se dan allí sobre la caída de Lucifer?
¿Qué papel crucial jugó la codicia en esa caída?
“Descontento con su posición, y a pesar de ser el ángel que recibía más honores entre las huestes celestiales, se aventuró a codiciar el homenaje que solo debe darse al Creador. En vez de procurar el ensalzamiento de Dios como supremo en el afecto y la lealtad de todos los seres creados, trató de obtener para sí mismo el servicio y la lealtad de ellos. Y, codiciando la gloria con que el Padre infinito había investido a su Hijo, este príncipe de los ángeles aspiraba al poder que solo era un privilegio de Cristo” (PP 13, 14).
Lee Efesios 5:5; y Colosenses 3:5. ¿Con qué equipara Pablo la codicia, y por qué?
Es fascinante notar que dos veces Pablo compara la codicia con la idolatría.
La gente practica la idolatría cuando adora, es decir, dedica su vida a algo que no
es Dios, algo creado en vez de al Creador (Rom. 1:25). Codiciar, entonces, ¿podría
ser desear algo que no deberíamos tener, y desearlo tanto que nuestro deseo
por ello (antes que por el Señor) se convierta en el centro de nuestro corazón?
Indudablemente, al principio Lucifer no sabía a dónde lo llevarían sus deseos
equivocados. Lo mismo puede ocurrir con nosotros. El mandamiento contra la
codicia, el único Mandamiento que se ocupa únicamente de los pensamientos,
puede evitar que realicemos actos que también lleven a la violación de otros
Mandamientos. (Ver, por ejemplo, 2 Sam. 11.)
Lee 1 Timoteo 6:6 y 7. Centrarnos en lo que Pablo escribe aquí ¿cómo
puede ayudarnos a protegernos de la codicia?
Domingo
Texto
UN ANATEMA EN EL CAMPAMENTO
Podría decirse que fue uno de los momentos más grandiosos en la historia
de Israel. Después de cuarenta años de vagar por el desierto, finalmente estaban
entrando en la Tierra Prometida. Mediante un milagro impresionante, los hijos
de Israel cruzaron el río Jordán por tierra firme en la época en que este se inundaba.
Esta travesía por tierra firme fue tan impresionante que el corazón de los
reyes paganos de Canaán se derritió y no tuvieron ánimo para pelear (Jos. 5:1).
El primer desafío real en la conquista de Canaán fue la ciudad amurallada
y fortificada de Jericó. Nadie sabía qué hacer para derrotar a los habitantes de
Jericó, ni siquiera Josué. En respuesta a la oración de Josué, Dios le reveló el plan
para la destrucción de la ciudad, el cual siguieron. Pero luego de esa victoria las
cosas tomaron un giro decididamente malo.
Lee Josué 7. ¿Qué sucedió después de la poderosa victoria en Jericó y qué mensaje debemos extraer de esta historia para nosotros?
Una vez confrontado, Acán admitió lo que hizo, diciendo que había “codiciado”
esos bienes. La palabra hebrea traducida allí como “codicié”, chmd, se
utiliza en algunos lugares de la Biblia en un sentido muy positivo. La misma
raíz aparece en Daniel 9:23, por ejemplo, cuando Gabriel le dijo a Daniel que era
un hombre “muy amado”.
Sin embargo, en este caso, este chmd era una mala noticia. A pesar de la
clara orden de no saquear para sí de las ciudades capturadas (Jos. 6:18, 19), Acán
hizo exactamente eso, y desprestigió a toda la nación. De hecho, después de la
derrota de Hai, Josué temía que “los cananeos y todos los moradores de la tierra
oirán, y nos rodearán, y borrarán nuestro nombre de sobre la tierra; y entonces,
¿qué harás tú a tu grande nombre?” (Jos. 7:9). En otras palabras, el Señor quería
utilizar estas grandes victorias como una manera de hacer saber a las naciones
vecinas de su poder y su obra entre su propio pueblo. Sus conquistas iban a ser
(de una manera diferente) un testimonio para las naciones del poder de Jehová.
Por supuesto, después del fiasco de Hai, además de las pérdidas humanas, ese
testimonio se había visto comprometido.
■ Piensa en la facilidad con la que Acán podría haber justificado sus acciones: “Bueno, es una cantidad tan pequeña en comparación con todo el resto del botín. Nadie lo sabrá, y ¿qué mal puede causar? Además, mi familia necesita el dinero”. ¿Cómo podemos protegernos de este tipo de racionalización peligrosa?
Lunes
Texto
EL CORAZÓN DE JUDAS
Una de las historias más trágicas de la Biblia es la de Judas Iscariote. Este
hombre tuvo un privilegio que solo han tenido otras once personas en toda
la historia del mundo: haber estado con Jesús en persona todo ese tiempo y
haber aprendido las verdades eternas directamente del Maestro. Qué triste es
que muchos que nunca tuvieron nada ni remotamente parecido a las oportunidades
que tuvo Judas se salvarán, mientras que ahora sabemos de Judas que
está destinado a la destrucción eterna.
¿Qué sucedió? La respuesta la hallamos en una palabra: codicia, los deseos
de su corazón.
Lee Juan 12:1 al 8. ¿Qué hizo María que llamó tanto la atención durante la fiesta? ¿Cómo reaccionó Judas? ¿Por qué? ¿Cuál fue la respuesta de Jesús?
La amable reprensión del Salvador al comentario codicioso de Judas lo llevó
a abandonar la fiesta e ir directamente al palacio del sumo sacerdote, donde
estaban reunidos los enemigos de Jesús. Ofreció entregar a Jesús en sus manos
por una suma mucho menor que el regalo de María. (Ver Mat. 26:14–16.)
¿Qué le pasó a Judas? Después de tener tantas oportunidades maravillosas,
tantos privilegios excepcionales, ¿por qué haría algo tan malo? Según Elena de
White, Judas “amó al gran Maestro y deseó estar con él. Sintió un deseo de ser
transformado en su carácter y su vida, y quiso experimentarlo relacionándose
con Jesús. El Salvador no rechazó a Judas. Le dio un lugar entre los Doce. Le confió
realizar la obra de un evangelista. Lo dotó de poder para sanar a los enfermos y
expulsar a los demonios. Pero Judas no llegó al punto de entregarse por entero
a Cristo” (DTG 664).
Al fin y al cabo, todos tenemos defectos de carácter que, si nos rendimos,
podremos superar mediante el poder de Dios que obra en nosotros. Pero Judas
no se entregó completamente a Cristo, y el pecado de la avaricia, que podría
haber vencido con el poder de Cristo, lo venció a él, con resultados trágicos.
¿Quién de nosotros no lucha contra la codicia por una cosa u otra? En este
caso, lo que codiciaba era el dinero, y esa avaricia, un problema del corazón, lo
llevó a robar (Juan 12:6), y finalmente lo llevó a traicionar a Jesús.
■ Qué terrible lección para todos nosotros sobre el peligro que puede ocasionar la codicia. Lo que parece una cosa pequeña, un simple deseo del corazón, puede llevar a la calamidad y a la pérdida eterna.
Martes
Texto
ANANÍAS Y SAFIRA
Era una época emocionante para ser miembro de la iglesia. Después del
gran derramamiento del Espíritu Santo en el día de Pentecostés, los apóstoles
predicaban el evangelio con poder y miles se unían a la iglesia.
“Después de haber orado, el lugar en que estaban congregados tembló; y
todos fueron llenos del Espíritu Santo, y hablaban con valentía la palabra de
Dios. La multitud de los que habían creído era de un corazón y un pensamiento.
Y ninguno decía ser suyo nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas
en común” (Hech. 4:31, 32).
Qué privilegio tuvieron Ananías y Safira de formar parte de la iglesia primitiva,
verla crecer y ver la manifestación del Espíritu Santo de una manera tan
marcada. “Ningún necesitado había entre ellos, porque todos los que poseían
heredades, o casas, las vendían y traían el precio de la venta, y lo ponían a los pies
de los apóstoles, y era repartido a cada uno según su necesidad” (Hech. 4:34, 35).
En este escenario, Ananías y Safira, obviamente impresionados por lo que
estaba sucediendo, quisieron ser parte de ello y decidieron vender una propiedad
y contribuir con las ganancias a la iglesia. Hasta aquí, todo bien..
Lee Hechos 5:1 al 11. ¿Qué crees que fue peor, retener parte del dinero o mentir al respecto? ¿Por qué un castigo tan duro?
Al principio, parecían sinceros en su deseo de dar para la obra. Sin embargo, “más tarde, Ananías y Safira agraviaron al Espíritu Santo cediendo a sentimientos de codicia. Empezaron a lamentar su promesa, y pronto perdieron la dulce influencia de la bendición que había encendido sus corazones con el deseo de hacer grandes cosas en favor de la causa de Cristo” (HAp 60). En otras palabras, aunque habían comenzado con la mejor de las motivaciones, su codicia finalmente hizo que mostraran una fachada y pretendieran ser lo que en realidad no eran.
■ “Y vino un gran temor sobre toda la iglesia, y sobre todos los que oyeron estas cosas” (Hech. 5:11). Después de este incidente, la gente seguramente tuvo más cuidado al devolver su diezmo. Pero este triste relato no se incluyó en la Biblia como una advertencia sobre la fidelidad en el diezmo. ¿Qué nos enseña? ¿A dónde puede conducirnos la codicia?
Miércoles
Texto
CÓMO VENCER LA CODICIA
La codicia es un problema del corazón, y al igual que el orgullo y el egoísmo, a menudo pasa desapercibida; por eso puede ser tan mortal y engañosa. Ya es bastante difícil vencer los pecados que son obvios: la mentira, el adulterio, el robo, la idolatría, la transgresión del sábado. Pero estos son actos externos, cosas en las que tenemos que pensar antes de hacerlas. Pero ¿cómo hacer para superar los pensamientos equivocados? Eso se pone difícil.
Lee 1 Corintios 10:13. ¿Qué promesa encontramos aquí, y por qué es tan importante entender esto en el contexto de la codicia?
Entonces, ¿cómo, con el poder de Dios, podemos estar protegidos contra este
pecado peligrosamente engañoso?
1. Tomar la decisión de servir a Dios y depender de él, y de ser parte de su
familia. “Elijan hoy a quién servir [...]; que yo y mi casa serviremos al
Señor” (Jos. 24:15).
2. Orar diariamente e incluir Mateo 6:13: “No nos dejes caer en tentación,
sino líbranos del mal. Porque tuyo es el reino, el poder y la gloria por
todos los siglos”. Cuando sientas codicia por algo que sabes que no deberías
tener, ora por ello, reclamando las promesas de la Biblia para obtener
la victoria, como 1 Corintios 10:13.
3. Estudiar la Biblia en forma regular. “En mi corazón he guardado tus dichos,
para no pecar contra ti” (Sal. 119:11).
Jesús abordó el problema de la humanidad con el pecado. Él fue tentado en
todo, así como nosotros. Y, para poder resistir, pasó noches enteras en comunión
de oración con su Padre. Y Jesús no dejó esta Tierra hasta que abrió camino con
el ejemplo, y luego prometió poder para que cada persona tenga una vida de fe
y obediencia, y desarrolle un carácter como el de Cristo.
“Busquen al Señor mientras puede ser hallado, llámenlo en tanto que está
cerca. Deje el impío su camino, y el hombre malo sus pensamientos; y vuélvase
al Señor, quien tendrá de él misericordia, y a nuestro Dios, que es amplio en
perdonar” (Isa. 55:6, 7).
■ ¿Qué consecuencias provocó la codicia en tu vida? ¿Qué lecciones aprendiste? ¿Qué podrías necesitar aprender de ellas?
Jueves
Texto
PARA ESTUDIAR Y MEDITAR:
En la conquista de Jericó, Acán no fue el único que llevó plata y oro al campamento
de Israel. Josué les había dicho que llevaran la plata y el oro y los
utensilios de bronce y hierro al tesoro de la casa de Dios (Jos. 6:19, 24). Todo
lo demás debía quemarse. Sin embargo, Acán fue el único que se quedó con
algo. “Entre los millones de Israel, solo hubo un hombre que, en aquella hora
solemne de triunfo y castigo, osó violar el mandamiento de Dios. La vista de
aquel costoso manto babilónico despertó la codicia de Acán; y aun cuando esa
prenda lo había puesto cara a cara con la muerte, lo llamó ‘un manto babilónico
muy bueno’. Un pecado lo había llevado a cometer otro, y se adueñó del oro y la
plata dedicados al tesoro del Señor; le robó a Dios parte de las primicias de la
tierra de Canaán” (PP 529, 530).
En la lista paulina de las señales del fin, los primeros dos elementos involucran
nuestra actitud hacia el dinero y las posesiones. “En los últimos días,
habrá tiempos muy difíciles. Pues la gente solo tendrá amor por sí misma y
por su dinero [codicia]” (2 Tim. 3:1, 2, NTV). El egoísmo y el amor al dinero son
descripciones significativas de la humanidad en los últimos días, nuestros días.
PREGUNTAS PARA DIALOGAR:
1. Lee 1 Timoteo 6:6 al 10: “Sin embargo, grande ganancia es la piedad acompañada de contentamiento; porque nada hemos traído a este mundo, y nada podremos llevar. Así, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos. Los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y perniciosas, las cuales hunden a los hombres en ruina y perdición. El amor al dinero es la raíz de todos los males; y algunos, por esa codicia, se desviaron de la fe y fueron traspasados de muchos dolores” (énfasis añadido). En clase, den ejemplos de personas que, por amor al dinero, “fueron traspasados [ellos mismos y otros] de muchos dolores”. Hay muchos ejemplos, ¿verdad? ¿Cómo podemos encontrar el equilibrio correcto, sabiendo que necesitamos dinero para vivir pero sin caer en la trampa de la que Pablo advierte aquí?
2. ¿Qué otras cosas, además del dinero, podemos codiciar?
3. ¿Cuál es la diferencia entre un deseo legítimo de algo y la codicia? ¿Cuándo podría un legítimo deseo de algo convertirse en codicia?
Viernes
Texto
"ADMINISTRAR PARA EL SEÑOR... HASTA QUE ÉL VENGA"
📖 | L1 | L2 | L3 | L4 | L5 | L6 |
L7 | L8 | L9 | L10 | L11 | L12 |
Dios lo bendiga!!!
Lección 9
EL SÁBADO ENSEÑARÉ...
Parte I: RESEÑA
La lujuria, una forma de codicia, engendra el pecado, que lleva a la muerte (Sant. 1:15; ver también Jud. 1:18). La avaricia es una transgresión contra la ley del amor abnegado (1 Cor. 13:5). Por otro lado, una vida piadosa y con contentamiento es un gran beneficio (1 Tim. 6:6–10).
La codicia no conoce límites, ni siquiera cuando se trata de lo sagrado, como demuestra con demasiada frecuencia la vida de los hombres y de los ángeles en la Biblia. En el cielo, Lucifer deseaba exaltarse a sí mismo (Isa. 14:12–14). Hoy, en la Tierra, la humanidad sigue codiciando lo que pertenece únicamente a Dios. Durante la caída de Jericó, Acán codició parte de lo que estaba consagrado a la tesorería del Señor (Jos. 6:19, 24; 7:20, 21). Judas era ladrón y solía robar de la bolsa (Juan 12:4–6). Aun en medio de la manifestación del Espíritu en la iglesia, Ananías y Safira mintieron porque codiciaron parte de lo prometido (Hech. 5:1–10). Incluso el pueblo elegido robó a Dios después de ser librado de su exilio (Mal. 3:8–10).
La solución a esta codicia y lujuria es andar en el Espíritu, no en la carne (Gál. 5:22; Rom. 8:4–9). Los que no conocen a Dios andan en la pasión de la lujuria, o concupiscencia (1 Tes. 4:5). Sin embargo, los que siguen a Jesús se niegan a sí mismos, toman su cruz (Luc. 9:23) y escapan de la corrupción que hay en el mundo a causa de la lujuria (2 Ped. 1:4).
Al imitar a Dios, el Dador de todas las cosas, incluyendo las cosas que le damos (1 Crón. 29:14), caminamos en amor, tal como caminó Jesús. El amor por los pecadores inspiró a Jesús a entregarse desinteresadamente por nosotros como ofrenda y sacrificio (Efe. 5:1, 2). Una vida dirigida por la gracia de Jesús, quien es el Verbo hecho carne, y por la oración, confirmará las verdades bíblicas de que “es más dichoso dar que recibir” (Hech. 20:35) y que “Dios ama al que da con alegría” (2 Cor. 9:7).
Parte II: COMENTARIO
Deseo y codicia
1. Una palabra que se utiliza en el Nuevo Testamento para deseo es epithymia (griego), que puede denotar el significado de “lujuria”, “deseo” o “lujuria de la carne” (Sant. 1:14; 1 Juan 2:16, 17). Antes de nuestra conversión, caminábamos en los deseos (epithymia) de la carne (Efe. 2:3). Sin conocer a Dios, la humanidad sigue los deseos (epithymia) de su corazón (Rom. 1:21–24). Por otro lado, Pablo desea (epithymia) ver a sus hermanos (Rom. 15:23) y desea (epithymia) estar con Cristo (Fil. 1:23).
De acuerdo con el significado anterior, el deseo puede ser bueno o malo. Por lo tanto, el apóstol Pablo nos aconseja mortificar los miembros del pecado, entre los cuales están los malos deseos (kakós epithymia), que son dañinos y nocivos, así como la avaricia (pleoneksia), que es idolatría (Col. 3:5).
2. Al contrario, la codicia se caracteriza especialmente por un deseo desmesurado de riquezas o posesiones, o de las posesiones de los demás.
El apóstol Pablo utiliza la palabra “avaro” (griego: pleoneksia) en el sentido de estar ávido de ganancias (Efe. 5:5). Jesús también relaciona la codicia con la abundancia de bienes materiales (Luc. 12:15). La codicia también se puede aplicar al deseo excesivo o ilegal de algo.
La lujuria (pleoneksia), o malos deseos (kakós epithymia), distorsiona la percepción del pecador porque son deseos sin dominio propio (Gál. 5:22), lo que lleva a la idolatría (Efe. 5:5) mediante la exaltación de las cosas materiales (posesiones) en lugar del Creador.
Ejemplos de advertencia
1. Lucifer pretendía apoderarse de la posición (Trono) de Dios (Isa. 14:12-14) y del derecho a ser adorado (Mat. 4:9), y así autoexaltarse y colocar a una criatura en el lugar del Creador. Sin embargo, después de haber fracasado en el Cielo, Lucifer desvió su atención maligna hacia la humanidad, fomentando el pecado y la concupiscencia para destruir el tesoro del Señor en la Tierra (Mal. 3:8–10).
Pero el Señor apela a los fieles para que se vuelvan a él (Mal. 3:7, 8), y les promete bendiciones inconmensurables (Mal. 3:10-12), que son mejores que las ganancias derivadas de la concupiscencia.
2. Acán reconoció que codiciaba (en hebreo: hamad) objetos sagrados de la tesorería del Señor (Jos. 6:18, 19; 7:21). Hamad significa deseo y también “codicia”, “lujuria”, “belleza”, “cosa deleitable”, “deleite”, “agradable” y “cosa preciosa”. Esta palabra se utiliza en el décimo Mandamiento para prohibir la codicia (Éxo. 20:17). Como tal, el pecado también puede comenzar con el deseo de cosas buenas, pero prohibidas.
Tanto la versión griega del Antiguo Testamento traducida por los judíos (LXX), como los escritos del apóstol Pablo, traducen hamad (hebreo) en el décimo Mandamiento como epithymia (griego), que también significa deseo (Rom. 7:7; Rom. 13:9). Pero este deseo o atracción (hamad) por la belleza y el placer prohibidos puede superarse velando y orando (Mat. 26:41). Si Dios no es el primero en nuestra vida (Mat. 6:33), el deseo, aunque inicialmente sea inocente y lícito, se satisfará sin dominio propio (Gál. 5:22), lo que llevará al pecado.
En el caso de Acán, deseó algo prohibido. Después de que su pecado quedó expuesto, Acán, cegado por la codicia (hamad), continuó describiendo el manto robado como “bueno”, o “hermoso” (Jos. 7:21). Pero la belleza y el valor de algo no justifican ni disminuyen la culpa del pecado.
3. Eva (Gén. 3:6) comprendió que el árbol era bueno, agradable y deseable (hamad), y comió del fruto prohibido. Violó en Edén el principio del décimo Mandamiento. Una vez más, la lección es que algo hermoso, bueno y deseable (hamad y epithymia), que condujo al pecado en el Edén, sigue incitando al pecado después de la Caída (Sant. 1:14; 1 Juan 2:16, 17).
4. La experiencia de Judas (Juan 12:1–8) es una advertencia de que las posiciones de liderazgo y los eventos milagrosos, en sí mismos, no refrenan la codicia dentro del corazón humano. Como uno de los doce discípulos, Judas escuchó al Maestro de primera mano, participó de milagros asombrosos y sirvió como tesorero del Señor. Sin embargo, Judas robó de las ofrendas dadas para la obra de Cristo (Juan 12:5, 6) y lamentó el costoso regalo que le otorgó un corazón agradecido y penitente. Judas y algunos otros no aprobaron el tributo de María al Salvador porque sintieron que esa unción de Jesús era un desperdicio de dinero. Creían que ese dinero se podría haber utilizado mejor si se lo hubiera dado a los pobres (Mar. 14:4, 5). Aunque, en realidad, Judas lo quería para sí mismo.
Además de proveer para la obra del Señor (Mal. 3:10), los diezmos y las ofrendas tienen otro significado espiritual para el adorador leal, como exaltar el nombre del Señor (Mal. 1:11), acercar al dador a él (Mal. 3:7, 8), honrarlo (Prov. 3:9) y adorarlo (Sal. 66:13). Por eso, la recompensa de María (Juan 12:3–8) no le será quitada. Para ella, lavar los pies de Jesús con un perfume que valía más que trescientas jornadas de trabajo era poco. Al arrodillarse y secar los pies del Señor con su cabello, María también se entregó como ofrenda. En este espíritu, la recompensa del dador fiel nunca será quitada:
“Las personas abnegadas y consagradas que le devuelven a Dios lo que le pertenece, del modo en que él lo requiere, serán recompensadas de acuerdo con sus obras. Aunque se gastaran equivocadamente los medios así consagrados, y no cumplieran los propósitos para los cuales el dador los había destinado –la gloria de Dios y la salvación de las almas–, los que realizaron el sacrificio con sinceridad, con el fin único de glorificar al Señor, no perderán su recompensa” (TI 2:460).
5. Ananías y Safira sirven como ejemplos (Hech. 5:1–11). El libro de Levítico establece que el dinero de la venta de una propiedad debía darse como ofrenda a la tesorería del Santuario (Lev. 27:8–33). El diezmo también está incluido en la lista de cosas sagradas (Lev. 27:31–33; Mal. 3:10). Sin embargo, Levítico 27 señala que todo lo que iba a consagrarse al Señor primeramente debía ser tasado por el sacerdote antes de venderlo o redimirlo, de acuerdo con la ley de la redención (Lev. 27:8, 11–13, 25, 27, 31, 32).
Esta valoración del sacerdote puede sugerir la intención de evitar que surja la codicia debido a la infravaloración de la cosa donada o por redimir. La tasación por parte del sacerdote también podría haberse instituido para evitar que el adorador retuviera parte de los ingresos.
Debido a que los sacerdotes ya no supervisaban las tasaciones de la propiedad por vender ni el desembolso posterior de la cantidad entregada como ofrenda, la determinación del precio del bien vendido dependía únicamente de las conciencias de Ananías y de Safira. Pero Ananías y Zafira mintieron para quedarse con una parte de lo que prometieron.
Sin embargo, en el Nuevo Testamento, los diezmos y las ofrendas continúan siendo santos e intocables, como en el Antiguo Testamento. En apoyo de este precepto, tenemos la revelación directa del Señor mismo (Heb. 2:1–4) y del Espíritu Santo (Hech. 5:1–11).
Cada vez que hubo una reforma espiritual, la liberalidad del pueblo se volvió en una clara señal de reavivamiento (Éxo. 35:20–29; 2 Crón. 31:1–12; Mal. 3:6–12; Hech. 4:34–37). Pero Ananías y Safira no quedaron suficientemente impresionados por el derramamiento del Espíritu Santo, y cosecharon las consecuencias. Si Ananías y Safira hubieran tenido éxito en su fraude, la credibilidad de los apóstoles y la legitimidad divina de la iglesia se habrían corrompido desde el principio. Aunque en la actualidad no ocurre el mismo juicio inmediato, llegará el día en que todos darán cuenta exacta al Señor de todo lo que hayan hecho, sea bueno o sea malo (Ecl. 12:13, 14).
“Este ejemplo del aborrecimiento de Dios por la codicia, el fraude y la hipocresía no fue dado como señal de peligro solamente para la iglesia primitiva, sino para todas las generaciones futuras. Era codicia lo que Ananías y Safira habían acariciado primeramente. [...] Las ofrendas voluntarias y el diezmo constituyen los ingresos de la obra del Señor” (HAp 62).
Parte III: APLICACIÓN A LA VIDA
Pide a un miembro de la clase que lea en voz alta la cita siguiente. Luego analicen en clase las preguntas que aparecen a continuación.
Remedio para la codicia
“La benevolencia abnegada y constante es el remedio de Dios para los pecados corrosivos del egoísmo y de la codicia. Dios ordenó la benevolencia sistemática para sostener su causa y aliviar las necesidades de los dolientes y menesterosos. Mandó que se adquiera el hábito de dar, a fin de contrarrestar el peligroso y engañoso pecado de la codicia. El dar de continuo ahoga la codicia” (HC 319).
1. La benevolencia abnegada puede parecer ajena al corazón humano no regenerado. ¿Cómo podemos cultivar el hábito de la benevolencia abnegada y disfrutar de la generosidad, liberándonos así de la codicia?
2. ¿Cómo animar a la gente a participar de campañas para fortalecer la fidelidad en los diezmos, las ofrendas y las donaciones periódicas, para necesidades caritativas y misioneras?
La liberalidad y el Espíritu Santo
“Esta generosidad de parte de los creyentes era el resultado del derramamiento del Espíritu. Los conversos al evangelio eran ‘de un corazón y de un alma’. Un interés común los dominaba, a saber, el éxito de la misión a ellos confiada; y la codicia no tenía cabida en su vida” (HAp 59).
“Más tarde, Ananías y Safira agraviaron al Espíritu Santo cediendo a sentimientos de codicia” (HAp 60).
¿Qué revelaría tu autoevaluación espiritual si tuvieras que considerar la fidelidad, la frecuencia y la generosidad con la que contribuyes a los proyectos caritativos y misioneros de la iglesia? (Leer también 2 Cor. 13:5.)
"ADMINISTRAR PARA EL SEÑOR... HASTA QUE ÉL VENGA"
📖 | L1 | L2 | L3 | L4 | L5 | L6 |
L7 | L8 | L9 | L10 | L11 | L12 |
Dios lo bendiga!!!
COMENTARIOS