Lección 10: La devolución | Administrar para el Señor... | Escuela Sabática 1T 2023
Lección 10: Para el 11 de marzo de 2023
LA DEVOLUCIÓN
LEE PARA EL ESTUDIO DE ESTA SEMANA: Lucas 12:16–21; Eclesiastés 2:18–22; Proverbios 27:23–27; 2 Corintios 4:18; Eclesiastés 5:10; Colosenses 1:15–17.
PARA MEMORIZAR:
“Y oí una voz del cielo que dijo: ‘Escribe: ¡Bienaventurados los que de aquí en adelante mueren en el Señor! Sí, dice el Espíritu, para que descansen de sus fatigas y sus obras les sigan’ ” (Apoc. 14:13).
A medida que nos acercamos al final de nuestros años productivos, nuestro enfoque financiero se centra en proteger nuestro capital en preparación para el final de la vida. La transición del trabajo a la jubilación puede ser una experiencia muy traumática. En cuanto a nuestras finanzas, ¿cuál es la mejor manera de proceder?
A medida que la gente envejece, casi naturalmente comienza a preocuparse por el futuro. Los temores más comunes son: morir demasiado pronto (antes de que la familia esté bien atendida); vivir demasiado (sobrevivir a sus recursos o ahorros); sufrir una enfermedad catastrófica (todos mis recursos podrían desaparecer de una vez); y tener discapacidad mental o física (¿quién me cuidará?).
Al comentar sobre estos temores, Elena de White escribió: “Todos estos temores tienen su origen en Satanás [...]. Si ellas asumiesen la actitud que Dios quiere que asuman, sus postreros días podrían ser los mejores y más felices. [...] Deben deponer la ansiedad y las cargas, ocupar su tiempo tan felizmente como puedan, y prepararse así para el Cielo” (TI 1:374).
Esta semana repasaremos el consejo de Dios con respecto a nuestros últimos años. ¿Qué cosas debemos hacer y qué principios debemos seguir?
Sábado
David se sintió angustiado cuando vio que los que una vez parecían haber experimentado el temor de Dios, en la vejez aparentemente estaban abandonados de Dios y expuestos al ridículo de los enemigos del Señor…
David se conmovió profundamente. Se sintió angustiado. Previó el tiempo cuando sería viejo, y temió que Dios lo abandonaría, y que sería tan desventurado como otros ancianos cuya conducta había contemplado, y que sería abandonado al vituperio de los enemigos del Señor. Abrumado por esa preocupación, oró fervorosamente [se cita Sal. 71:9, 17, 19]. David sintió la necesidad de ponerse en guardia contra los males propios de la vejez…
Si tuvieran la actitud mental que Dios quiere que tengan, sus últimos días podrían ser los mejores y más felices de su vida. Los que tienen hijos cuya honradez y conducta merecen su confianza, deben permitir que éstos administren sus bienes y les den lo necesario para ser felices. A menos que hagan esto, Satanás se aprovechará de su falta de vigor mental y él será quien los administre. Debieran deponer ansiedades y preocupaciones, y ocupar su tiempo en la forma más feliz que puedan, madurando bien para el cielo (Comentarios de Elena G. de White en Comentario bíblico adventista del séptimo día, t. 3, pp. 1166, 1167).
Viven en nuestra tierra quienes han pasado de los noventa años de edad. En su debilidad se ve el resultado natural de la vejez; pero creen en Dios, y Dios los ama. El sello de Dios está sobre ellos, y estarán en el número de quienes ha dicho el Señor: “Bienaventurados… los muertos que mueren en el Señor”. Con Pablo pueden decir: “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida”. Hay muchos cuyas cabezas encanecidas Dios honra, porque han peleado la buena batalla y guardado la fe (Comentarios de Elena G. de White en Comentario bíblico adventista del séptimo día, t. 7, p. 993).
¡Qué mañana gloriosa será la de la resurrección! ¡Qué maravillosa escena ocurrirá cuando Cristo venga para ser admirado por los que creen! Todos los que participaron de la humillación y los sufrimientos de Cristo también participarán de su gloria. Mediante la resurrección de Cristo, cada santo creyente que duerma en Jesús surgirá triunfante de su prisión. Los santos resucitados proclamarán: “¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?” 1 Corintios 15:55…
Jesús ha triunfado sobre la muerte y ha destruido las cadenas de la tumba, y todos los que duermen en el sepulcro compartirán su victoria; saldrán de sus tumbas tal como salió el Conquistador (Mensajes selectos, t. 2, p. 310).
EL RICO INSENSATO
Lee Lucas 12:16 al 21. ¿Qué mensaje relevante encontramos para nosotros aquí? ¿Qué fuerte reprensión le dio el Señor al hombre insensato, y cómo debería interpelarnos esto con respecto a nuestra actitud hacia lo que poseemos?
Aunque el mensaje es más amplio que esto, se podría afirmar que esta fue una historia que Jesús contó sobre lo que no se debe hacer en la jubilación. En consecuencia, si una persona deja de trabajar y comienza a gastar su patrimonio acumulado, debe prestar atención y tomarse en serio esta historia. El problema no es trabajar arduamente ni obtener riqueza, especialmente a medida que nos volvemos más viejos y, quizá, más ricos. El problema radica en la actitud que asumimos. Sus palabras “¡Reposa, come, bebe y alégrate!” (Luc. 12:19) expresan el verdadero problema aquí.
“Los ideales de este hombre no eran más elevados que los de las bestias que perecen. Vivía como si no hubiese Dios, ni Cielo, ni vida futura; como si todo lo que poseía fuese de su propiedad y no debiese nada a Dios ni al hombre” (PVGM 202).
Si durante esta etapa de la vida pensamos solo en nosotros mismos e ignoramos las necesidades de los demás y la causa de Dios, estamos siguiendo el ejemplo del rico insensato. No había ninguna indicación en la parábola de Jesús de que el hombre rico fuera perezoso ni deshonesto. El problema estaba en cómo gastaba lo que Dios le había confiado. Debido a que no sabemos el día de nuestra muerte, siempre debemos estar preparados viviendo para llevar a cabo la voluntad de Dios en lugar de seguir una vida egoísta.
La idea general que se da en la Biblia es que una persona trabaja y continúa siendo productiva mientras pueda. Por cierto, es interesante notar que los autores de los grandes libros proféticos de Daniel y Apocalipsis tenían más de ochenta años cuando concluyeron su labor. Esto, en una época en la que la edad promedio de fallecimiento era de unos cincuenta años. Elena de White publicó algunos de sus libros más conocidos y amados, como El Deseado de todas las gentes, después de los setenta años. Por ende, la edad, mientras estemos sanos, no debería implicar que dejemos de ser productivos ni de hacer el bien, en la medida de lo posible.
Jesús aconsejó a los que esperaban su segunda venida que no solo velaran, sino también siguieran trabajando (Mat. 24:44–46).
■ Más allá de la edad y la cantidad de dinero que tengamos, ¿cómo podemos evitar caer en la trampa de este hombre aquí? Pregúntate: “¿Para qué estoy viviendo?”
Domingo
La solemne advertencia que se dio al necio hombre rico, debiera ser suficiente para todos los hombres hasta el fin del tiempo. El Señor dio lección tras lección para apartar a todos del egoísmo y establecer estrechos lazos de compañerismo y hermandad entre los hombres. Él deseaba que los corazones de los creyentes estuvieran estrechamente entretejidos con fuertes lazos de simpatía para que pudiera haber unidad en él. Juntos han de regocijarse en la esperanza de la gloria de Dios, esperando la vida eterna por la virtud de Jesucristo. Si Cristo mora en el corazón, su amor se difundirá a otros y unirá corazón con corazón…
Jesús dio el Espíritu Santo en medida abundante para las grandes emergencias, para ayudarnos en nuestras debilidades, para darnos fuerte consolación, para iluminar nuestras mentes, y para purificar y ennoblecer nuestros corazones. Cristo llega a ser para nosotros sabiduría, justificación, santificación y redención (Reflejemos a Jesús, p. 95).
Los ideales de este hombre no eran más elevados que los de las bestias que perecen. Vivía como si no hubiese Dios, ni cielo, ni vida futura; como si todo lo que poseía fuese suyo propio, y no debiese nada a Dios ni al hombre. El salmista describió a este hombre rico cuando declaró: “Dijo el necio en su corazón: No hay Dios”. Salmo 14:1.
Este hombre había vivido y hecho planes para sí mismo. Él ve que posee provisión abundante para el futuro; ya no le queda nada que hacer, fuera de atesorar y gozar los frutos de sus labores. Se considera a sí mismo como más favorecido que los demás hombres, y se gloría de su sabia administración…
Pero “la sabiduría de este mundo es necedad para con Dios”. 1 Corintios 3:19. Mientras el hombre rico espera disfrutar de años de placer en lo futuro, el Señor hace planes muy diferentes…
No se aseguró lo único que hubiera sido de valor para él. Al vivir para sí mismo había rechazado aquel amor divino que se hubiera derramado con misericordia hacia sus semejantes. De esa manera había rechazado la vida. Porque Dios es amor, y el amor es vida. Este hombre había escogido lo terrenal antes que lo espiritual, y con lo terrenal debía morir (Palabras de vida del gran Maestro, 202, 203).
Si los hombres cumplieran sus deberes como fieles mayordomos de los bienes de su Señor, no habría quién clamara por pan, nadie sufriría privaciones, nadie estaría desnudo y con necesidad. Es la infidelidad de los hombres la que provoca el estado de sufrimiento en el que está sumergida la humanidad. Si tan solo los que han sido hechos mayordomos utilizaran los bienes de su Señor para el propósito con que les fueron dados, no existiría este estado de sufrimiento. El Señor prueba a los hombres dándoles una abundancia de cosas buenas, así como probó al hombre rico de la parábola. Si somos infieles en las riquezas terrenales, ¿quién nos confiará las riquezas verdaderas? Los que han soportado la prueba en la tierra, los que han sido hallados fieles, los que obedecieron las órdenes del Señor de ser misericordiosos y de usar sus medios para el avance de su reino, oirán de los labios de su Dueño: “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor”. Mateo 25:21 (Reflejemos a Jesús, p. 219).
NO PUEDES LLEVARLA CONTIGO
Alguien preguntó una vez al famoso evangelista Billy Graham qué era lo que más le sorprendía de la vida, ahora que era viejo (Graham tenía sesenta años en ese momento). ¿La respuesta de Graham? “Su brevedad”.
No hay duda, la vida pasa rápido.
¿Qué enseñan los siguientes pasajes acerca de la vida humana aquí? Salmo 49:17; 1 Timoteo 6:6, 7; Salmo 39:11; Santiago 4:14; Eclesiastés 2:18–22.
La vida no solo pasa rápido, sino además no te llevas nada cuando mueres; al menos, en cuanto a bienes materiales que hayas acumulado. (¿El carácter? Esa es otra historia…) “Porque cuando muera no llevará nada, ni su gloria descenderá con él” (Sal. 49:17); lo que significa que lo deja para que otro lo reciba. Quién lo obtendrá, claro está, depende de los planes que se hagan con antelación.
Aunque, por supuesto, no todo el mundo tiene una propiedad per se, la mayoría, especialmente porque ha trabajado a lo largo de los años, ha acumulado algo de capital. En definitiva, lo que sucederá con esa riqueza después de que muera es realmente una pregunta importante que la gente debería hacerse.
Para quienes tengan posesiones al final de la vida, sin importar cuán grandes o pequeños puedan ser nuestros bienes, la planificación patrimonial puede ser nuestro último acto de mayordomía, de administrar cuidadosamente aquello con lo que Dios nos ha bendecido. Si no tienes un plan patrimonial que hayas establecido en un testamento o un fideicomiso, las leyes del Gobierno estatal o civil pueden entrar en juego (todo esto depende, por supuesto, de dónde vivas). Si mueres sin testamento, la mayoría de las jurisdicciones civiles simplemente traspasan tus bienes a familiares, ya sea que los necesiten o no, ya sea que hagan un buen uso del dinero o no, y ya sea que hayas optado por darles una parte a esas personas o no. La iglesia no recibirá nada. Si eso es lo que quieres, bien; si no, necesitas hacer planes de antemano. En ese contexto, busca orientación profesional para elegir la forma más eficaz y económica de administrar los recursos de Dios.
Para explicarlo de forma sencilla, podemos decir que debido a que Dios es el Dueño de todo (ver Sal. 24:1), sería lógico concluir desde una perspectiva bíblica que cuando hayamos terminado con lo que Dios nos ha confiado debemos devolverle a él, el Dueño legítimo, lo que nos queda, una vez satisfechas las necesidades de nuestros seres queridos.
■ La muerte, como sabemos, puede llegar en cualquier momento, en forma inesperada, incluso hoy. ¿Qué pasaría con tus seres queridos si murieras hoy? ¿Qué sucedería con tu patrimonio? ¿Se distribuiría como a ti te gustaría?
Lunes
El libro del Eclesiastés fue escrito por Salomón en su vejez, después de que había probado plenamente que todos los placeres que puede dar la tierra son vanos e insatisfactorios. Él muestra allí cuán imposible es que las vanidades del mundo satisfagan los anhelos del alma. Su conclusión es que es sabio disfrutar con gratitud de las buenas dádivas de Dios y hacer lo que es correcto, pues se traerán a juicio todas nuestras obras.
Es triste la autobiografía de Salomón. Nos proporciona la historia de su búsqueda de la felicidad. Se dedicó a investigaciones intelectuales; complació su amor al placer; llevó a cabo sus planes de empresas comerciales. Estuvo rodeado por el fascinante esplendor de la vida cortesana. Tenía a su disposición todo lo que el corazón carnal podía desear; sin embargo, resume su experiencia, en este registro: [se cita Ecl. 1:14-2:11]…
Salomón tenía un gran conocimiento, pero su sabiduría era necedad, pues no sabía cómo mantenerse moralmente independiente, libre de pecado, con un carácter firme, modelado a la semejanza divina. Salomón nos relata el fruto de su investigación, sus intensos esfuerzos, su perseverante indagación. Declara que su sabiduría es una vanidad completa (Comentarios de Elena G. de White en Comentario bíblico adventista del séptimo día, t. 3, p. 1183).
[T]odo hálito, toda palpitación del corazón es una evidencia del completo cuidado que tiene de todo lo creado Aquel en quien “vivimos, y nos movemos, y somos”. Hechos 17:28. No es en virtud de alguna fuerza inherente que año tras año la tierra produce sus abundantes cosechas y que continúa su movimiento alrededor del sol. La mano de Dios dirige los planetas, y los mantiene en su puesto en su ordenada marcha a través de los cielos. “Él saca por cuenta su ejército: a todas llama por sus nombres; ninguna faltará: tal es la grandeza de su fuerza, y su poder y virtud”. Isaías 40:26. En virtud de su poder la vegetación florece, aparecen las hojas y las flores se abren. Es él quien “hace a los montes producir hierba”, por su poder los valles se fertilizan. Todas las bestias de los bosques piden a Dios su alimento, y toda criatura viviente, desde el diminuto insecto hasta el hombre, dependen diariamente de su divina Providencia. Según las hermosas palabras del salmista: “Todos ellos esperan en ti, para que les des su comida a su tiempo. Les das, recogen; abres tu mano, hártanse de bien”. Su Palabra controla los elementos, él cubre los cielos de nubes y prepara la lluvia para la tierra. “El da la nieve como lana, derrama la escarcha como ceniza”. “A su voz se da muchedumbre de aguas en el cielo, y hace subir las nubes de lo postrero de la tierra; hace los relámpagos con la lluvia, y saca el viento de sus depósitos”. Salmo 147:8, 16; 104:27, 28; Jeremías 10:13 (Historia de los patriarcas y profetas, pp. 107, 108).
Todos los que quieran conservar sus nombres en el libro de la vida, deberían ahora, en los pocos días que restan de su vida, afligir sus almas ante Dios con dolor por el pecado y con verdadero arrepentimiento. Debe realizarse un escudriñamiento profundo y fiel del corazón. La liviandad y el espíritu frívolo a los cuales se entregan tantos profesos cristianos deberían desecharse. A todos los que quieran subyugar las malas tendencias que pugnan por obtener la supremacía, les aguarda una ruda lucha. La obra de preparación es una tarea individual (Hijos e hijas de Dios, p. 357).
COMIENZA CON LAS NECESIDADES PERSONALES
En la época del Antiguo Testamento, muchos de los hijos de Israel eran agricultores y pastores. Por ende, algunas de las bendiciones prometidas por Dios se expresaban en lenguaje agrícola. Por ejemplo, en Proverbios 3:9 y 10, Dios dice que, si somos financieramente fieles a él, “serán llenos [nuestros] graneros con abundancia”. Es probable que muchos cristianos no tengan un granero hoy. Entonces, entendemos que Dios bendecirá nuestro trabajo o negocio si estamos dispuestos a seguirlo y serle obedientes.
Lee Proverbios 27:23 al 27. ¿Cómo interpretarías: “Considera atentamente el estado de tus ovejas” para los cristianos que viven en la actualidad?
Si bien la Biblia advierte acerca de los ricos que atropellan a los pobres o que son codiciosos con sus riquezas, las Escrituras nunca condenan la riqueza ni los esfuerzos personales por adquirir riquezas, siempre que, por supuesto, no se produzcan deshonestamente u oprimiendo a los demás. De hecho, los textos de hoy, en Proverbios, indican que debemos ser diligentes en nuestros asuntos financieros para que tengamos suficiente para nosotros y nuestra familia. “La abundancia de leche de las cabras [te darán] para tu sustento, el sustento de tu casa y de tus criadas” (Prov. 27:27).
¿Cómo reformularíamos ese versículo en la actualidad? Tal vez sugeriríamos: “Revisa tus registros financieros y determina tu situación”. O “Haz un balance y conoce tu coeficiente de endeudamiento”. Ocasionalmente durante tus años productivos, sería apropiado que revises el testamento u otros documentos y sus activos actuales, y que los actualices según sea necesario. Los documentos como testamentos y fideicomisos se implementan al principio del proceso de planificación patrimonial para que sirvan de protección contra una muerte prematura o contra la imposibilidad de decidir por razones de salud adónde deben destinarse tus bienes. La idea es planificar con anticipación lo que sucederá con tus posesiones una vez que ya no sean tuyas.
En resumen, la buena mayordomía de aquello con lo que Dios nos ha bendecido no se trata solo de lo que tenemos mientras estamos en vida, sino también de lo que sucede después de que nos hayamos ido; porque, a menos que el Señor regrese mientras vivamos, algún día no estaremos, mientras que nuestras posesiones materiales, sean pocas o muchas, quedarán atrás. Por lo tanto, depende de nosotros hacer ahora provisiones para que las bendiciones que hemos recibido puedan ser una bendición para los demás y para el avance de la obra de Dios.
■ “Porque la riqueza no dura para siempre” (Prov. 27:24). ¿Por qué es importante tener presente este pensamiento?
Martes
La vida es demasiado solemne para que sea absorbida en asuntos temporales o terrenos, en un tráfago de cuidados y ansiedades por las cosas que no son sino un átomo en comparación con las de interés eterno. Sin embargo, Dios nos ha llamado a servirle en los asuntos temporales de la vida. La diligencia en esta obra es una parte de la verdadera religión tanto como lo es la devoción. La Biblia no sanciona la ociosidad. Esta es la mayor maldición que aflige a nuestro mundo. Cada hombre y mujer verdaderamente convertido será un obrero diligente…
Es deber de todo cristiano adquirir hábitos de orden, minuciosidad y prontitud. No hay excusa para hacer lenta y chapuceramente el trabajo, cualquiera sea su clase. Cuando uno está siempre en el trabajo, y el trabajo nunca está hecho, es porque no se ponen en él la mente y el corazón. La persona lenta y que trabaja con desventajas, debiera darse cuenta de que ésas son faltas que deben corregirse. Necesita ejercitar su mente haciendo planes referentes a cómo usar el tiempo para alcanzar los mejores resultados. Con tacto y método, algunos realizarán tanto trabajo en cinco horas como otros en diez (Palabras de vida del gran Maestro, pp. 278, 279).
El amor a Jesús se verá, se sentirá. No se puede ocultar. Ejerce un poder admirable. Hace osado al tímido, diligente al perezoso, sabio al ignorante. Hace elocuente la lengua tartamuda, y despierta a nueva vida y vigor al intelecto dormido. Da esperanza al desalentado, gozo al melancólico. El amor a Cristo inducirá a su poseedor a aceptar responsabilidad a causa de Cristo y a llevarla con la fortaleza de Jesús. El amor a Cristo no desmayará ante las tribulaciones, ni se apartará del deber debido a los reproches…
Dios considera más el amor con que trabajamos, que la cantidad que hacemos. El amor es un atributo celestial. El corazón natural no lo puede originar. Esta planta celestial florece únicamente donde Cristo reina supremo. Donde existe amor, allí hay poder y verdad en la vida. Dios hace el bien y solo el bien. Los que tienen amor llevan fruto de santidad, y finalmente reciben la vida eterna (That I May Know Him, p. 167; parcialmente en A fin de conocerle, p. 168).
La obra pública de David estaba por terminar. Sabía que moriría pronto, y no dejó en desorden sus asuntos, lo que hubiera perturbado el ánimo de su hijo, sino que mientras tuvo suficiente vigor físico y mental arregló los asuntos de su reino, aun los más pequeños, sin olvidarse de advertir a Salomón en cuanto al caso de Simei. Sabía que éste provocaría dificultades en el reino; era un hombre peligroso, de temperamento violento, que sólo se dominaba por el temor. Cada vez que se atrevía, ocasionaba una rebelión, o si le presentaba una oportunidad favorable, no vacilaría en matar a Salomón.
Al arreglar sus asuntos David dio un buen ejemplo a todos los de edad avanzada, para que dispongan de sus asuntos mientras son capaces de hacerlo, de modo que cuando se acerquen a la muerte y disminuyan sus facultades mentales no haya nada material que aparte su mente de Dios (Comentarios de Elena G. de White en Comentario bíblico adventista del séptimo día, t. 2, pp. 1018, 1019).
CARIDAD EN EL LECHO DE MUERTE
¿Qué principios podemos extraer de los siguientes pasajes con respecto
a nuestra actitud ante el dinero?
1 Tim. 6:17
2 Cor. 4:18
Prov. 30:8
Ecl. 5:10
El dinero puede dominar poderosamente a los seres humanos, y esto ha llevado a muchos a la ruina. ¿Quién no ha oído hablar de gente que ha hecho cosas terribles debido al dinero, aun cuando ya tenía mucho capital?
Sin embargo, esto no tiene por qué ser así. Mediante el poder de Dios, podemos vencer el intento del enemigo de tomar lo que debía ser una bendición (posesiones materiales) y convertirlas en una maldición.
En el contexto de ser buenos mayordomos en preparación para la muerte, un peligro que enfrenta la gente es la tentación de acaparar posesiones ahora, justificando esa acumulación con la idea de que, bueno, “cuando muera, entonces puedo darlo todo”. Aunque es mejor que gastarlo todo ahora (un multimillonario había dicho que sabía que habría vivido bien solo si el cheque de su funeral es rechazado), podemos y debemos hacer algo mejor que eso.
“Vi que muchos se abstienen de dar para la causa y procuran acallar la conciencia diciendo que serán caritativos al morir; ni siquiera se atreven a ejercitar fe y confianza en Dios contribuyendo algo mientras tienen vida. Sin embargo, esta caridad de último momento no es lo que Cristo requiere de sus seguidores; no excusa de ninguna manera el egoísmo de los vivos. Aquellos que se aferran a su propiedad hasta el último momento la entregan más bien a la muerte que a la causa. Continuamente se experimentan pérdidas. Los bancos quiebran y la propiedad se consume de mil maneras. Muchos se proponen hacer algo, pero dilatan el asunto, y Satanás obra para evitar que los recursos entren del todo en la tesorería. Se pierden antes de ser devueltos a Dios, y Satanás se regocija porque así ocurre” (TI 5:144).
■ ¿Por qué debemos tener mucho cuidado en cómo justificamos el uso de cualquier bendición material que tengamos?
Miércoles
Pongan la esperanza… en el Dios vivo, que nos da todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos. 1 Timoteo 6:17.
Seríamos mucho más felices y más útiles si nuestra vida de hogar y nuestras relaciones sociales fueran gobernadas por los principios de la religión cristiana, e ilustraran la humildad y la sencillez de Cristo… Que los visitantes vean que tratamos de hacer felices a los que nos rodean con nuestra alegría, simpatía y amor…
Entonces pongamos nuestros corazones y hogares en orden; enseñemos a nuestros hijos que el temor del Señor es el principio de la sabiduría; y expresemos, por medio de una vida alegre, feliz y bien ordenada, nuestra gratitud y amor a quien nos da “todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos”. Pero por sobre todas las cosas, fijemos nuestros pensamientos y los afectos de nuestros corazones en el querido Salvador que sufrió por el hombre culpable, y que así abrió el cielo para nosotros (Reflejemos a Jesús, p. 175).
Mucho se ha dicho respecto a nuestro deber para con los pobres desatendidos; ¿no debe dedicarse alguna atención a los ricos desatendidos? Muchos no ven promesa en ellos, y poco hacen para abrir los ojos de los que, cegados y deslumbrados por el brillo de la gloria terrenal, no piensan en la eternidad. Miles de ricos han descendido al sepulcro sin que nadie los previniera. Pero por muy indiferentes que parezcan, muchos de ellos andan con el alma cargada. “El que ama el dinero no se hartará de dinero; y el que ama el mucho tener, no sacará fruto”. Eclesiastés 5:10. El que dice al oro fino: “Mi confianza eres tú”, ha “negado al Dios soberano”. Job 31:24, 28…
Las riquezas y los honores del mundo no pueden satisfacer al alma. Muchos ricos ansían alguna seguridad divina, alguna esperanza espiritual. Muchos anhelan algo que ponga fin a la monotonía de su vida estéril. Muchos funcionarios públicos sienten necesidad de algo que no tienen. Pocos de ellos asisten a la iglesia, pues consideran que no obtienen gran provecho. La enseñanza que allí oyen no conmueve su corazón. ¿No les dirigiremos algún llamamiento personal? (El ministerio de curación, pp. 161, 162).
Vi que muchos se abstienen de dar para la causa y procuran acallar la conciencia diciendo que serán caritativos al morir; ni siquiera se atreven a ejercitar fe y confianza en Dios contribuyendo algo mientras tienen vida. Sin embargo, esta caridad de último momento no es lo que Cristo requiere de sus seguidores; no excusa de ninguna manera el egoísmo de los vivos. Aquellos que se aferran a su propiedad hasta el último momento, la entregan más bien a la muerte que a la causa. Continuamente se experimentan pérdidas. Los bancos quiebran y la propiedad se consume de mil maneras. Muchos se proponen hacer algo, pero dilatan el asunto, y Satanás obra para evitar que los recursos entren del todo en la tesorería. Se pierden antes de ser devueltos a Dios, y Satanás se regocija porque así ocurre.
Si queréis hacer algún bien con vuestros recursos, hacedlo en seguida antes que Satanás se apodere de ellos y estorbe así la obra de Dios. Muchas veces cuando el Señor ha abierto el camino para que los hermanos manejen sus recursos de tal manera que puedan adelantar su causa, los agentes de Satanás han suscitado alguna otra empresa que ellos estaban seguros iba a duplicar sus recursos. Se tragan la carnada; invierten el dinero, y la causa —y a menudo ellos mismos—, nunca gana ni siquiera un dólar (Testimonios para la iglesia, t. 5, p. 144).
EL LEGADO ESPIRITUAL
Aunque es difícil saber cómo habría sido la vida en la Tierra si los seres humanos no hubieran pecado, una cosa podemos saber con certeza: no habría habido acaparamiento, codicia ni pobreza, cosas que han plagado nuestro mundo desde que existen registros históricos. Nuestro sentido de propiedad, de aquello por lo que hemos trabajado (y, si lo hicimos honestamente, es legítimamente nuestro) es, con todo, una manifestación de vida en un mundo caído. Sin embargo, al final, independientemente de cuánto poseamos o no, hay un aspecto importante que siempre debemos recordar.
Lee los siguientes pasajes. ¿Cuál es el aspecto central en todos ellos, y cómo debería impactar en lo que hacemos con cualquier medio material con el que Dios nos haya bendecido? (Sal. 24:1; Heb. 3:4; Sal. 50:10; Gén. 14:19; Col. 1:15–17).
Somos mayordomos y administradores de lo que Dios nos ha confiado; es decir, en última instancia, Dios es el Dueño de todo, y es quien nos da la vida, la existencia y la fuerza para obtener cualquier cosa. Es lógico, entonces, que cuando hayamos terminado con lo que Dios nos ha dado y hayamos cuidado de nuestra familia, le devolvamos el resto.
“Al dar para la obra de Dios, nos estamos haciendo tesoros en el cielo. Todo lo que depositamos arriba está asegurado contra el desastre y la pérdida, y está aumentando en valor eterno y perdurable, [y] se registrará en nuestra cuenta en el Reino de los cielos” (CMC 332).
Hay muchas ventajas en dar ahora, mientras vivimos. Estas son algunas:
1. El donante realmente puede ver los resultados de la donación: un nuevo edificio de la iglesia, un joven en la universidad, una campaña de evangelización financiada, y otros.
2. El ministerio o la persona puede beneficiarse ahora cuando la necesidad es mayor.
3. No hay peleas entre familiares o amigos después de su muerte.
4. Da un buen ejemplo de valores familiares de generosidad y amor por los demás.
5. Minimiza la consecuencia del impuesto al patrimonio.
6. Garantiza que el donativo se haga a su entidad deseada (sin interferencia de tribunales ni familiares descontentos).
7. Demuestra que el corazón del donante ha sido cambiado del egoísmo al altruismo.
8. Almacena tesoros en el Cielo.
Jueves
No es correcto que os conforméis con hacer vuestros donativos y legados testamentarios al morir. No podéis determinar ni con el menor grado de certeza que la causa se verá alguna vez beneficiada por ellos. Satanás obra con suma destreza para incitar a los familiares, y busca todo falso pretexto para ganar en favor del mundo lo que fue solemnemente prometido a la causa de Dios. Siempre se recibe una suma menor que la que se prometió en el testamento. Satanás hasta inculca en el corazón de los hombres y mujeres que se opongan a que los familiares hagan lo que quieran en relación con la dotación de su propiedad. Al parecer estiman que todo lo que se dé al Señor representa un robo hecho a los familiares de los finados. Si deseáis que vuestros recursos sean dedicados a la causa, entregadlos, o por lo menos todo lo que realmente no os hace falta para vuestra mantención, mientras vivís. Unos pocos de los hermanos están haciéndolo así y disfrutan de la satisfacción de ser ejecutores de su propio testamento. Por su avaricia, ¿tendrán los hombres que ser privados de la vida para que lo que Dios les ha prestado no permanezca inservible para siempre? Que ninguno de vosotros atraiga sobre sí el destino del siervo inútil que ocultó bajo tierra el dinero de su Señor (Testimonios para la iglesia, t. 5, pp. 144, 145).
La primera iglesia cristiana no tuvo los privilegios y oportunidades que nosotros tenemos. Eran un pueblo pobre, pero sentían el poder de la verdad. El blanco que tenían por delante era suficiente para llevarlos a invertirlo todo. Sentían que la salvación o la perdición del mundo dependía de sus medios. Lo entregaron todo, y se mantuvieron listos para ir o venir a las órdenes de su Señor.
Nosotros profesamos estar gobernados por los mismos principios, bajo la influencia del mismo espíritu. Pero en vez de darlo todo por Cristo, muchos han tomado el lingote de oro, y el codiciable manto babilónico, y los han escondido en el campamento. Si la presencia de un solo Acán bastó para debilitar todo el campamento de Israel, ¿podemos sorprendernos ante el escaso éxito que corona nuestros esfuerzos, ahora que cada iglesia, y casi cada familia, tiene su Acán? Vayamos individualmente a trabajar para estimular a otros por nuestro ejemplo de benevolencia desinteresada. La obra podría haber avanzado con mucho mayor poder, si todos hubieran hecho lo posible por proveer medios para la tesorería (Testimonios para la iglesia, t. 5, pp. 146, 147).
Muchos cometen una gran equivocación respecto de las cosas de esta vida. Economizan, privándose ellos mismos y a otros, del bien que podrían recibir por el uso correcto de los medios que Dios les ha prestado, y se tornan egoístas y avarientos. Descuidan sus intereses espirituales, y su desarrollo religioso se atrofia; todo por el afán de acumular riquezas que no pueden usar. Dejan su propiedad a sus hijos, y en nueve casos de cada diez es para sus herederos una maldición aun mayor de lo que ha sido para ellos. Los hijos, confiados en las propiedades de sus padres, con frecuencia no alcanzan a tener éxito en esta vida, y generalmente fracasan completamente en lo que respecta a obtener la vida venidera. El mejor legado que los padres pueden dejar a sus hijos es un conocimiento del trabajo útil y el ejemplo de una vida caracterizada por la benevolencia desinteresada. Por una vida tal demuestran el verdadero valor del dinero, que debe ser apreciado únicamente por el bien que realizará al aliviar las necesidades propias y ajenas y al adelantar la causa de Dios (Testimonios para la iglesia, t. 3, p. 439).
PARA ESTUDIAR Y MEDITAR:
Elena de White escribió dos capítulos sobre este importante tema de la distribución de nuestros bienes. Ver Testimonios para la iglesia, “A padres ricos”, t. 3, pp. 132–146; “Los testamentos y legados”, t. 4, pp. 468–476.
También hay una parte que analiza la planificación patrimonial en Consejos sobre mayordomía cristiana, pp. 313–325. Elena de White también escribió: “Aquello que muchos se proponen postergar hasta que estén por morir, si fuesen verdaderos cristianos lo harían mientras están gozando plenamente de la vida. Se consagrarían ellos mismos y su propiedad a Dios, y mientras actuasen como mayordomos suyos tendrían la satisfacción de cumplir su deber. Haciéndose sus propios ejecutores, satisfarían los requerimientos de Dios ellos mismos antes de pasar la responsabilidad a otros” (TI 4:471).
¿Qué quiere decir con “Haciéndose sus propios ejecutores”? En un testamento habitual, el que hace el testamento nombra a un ejecutor o albacea para distribuir los bienes después de su muerte en consonancia con sus deseos expresados en el testamento. Al convertirte en tu propio albacea, simplemente distribuyes tus bienes mientras vives. Al hacerlo, tendrás la satisfacción de ver los resultados y de saber que estás manejando adecuadamente los talentos que Dios te ha encomendado.
Para el cristiano, la segunda venida de Cristo es la “bendita esperanza”. Todos hemos imaginado lo asombroso que será ver a Jesús viniendo en las nubes del cielo. Estamos ansiosos por escuchar las palabras “Bien hecho”. Pero ¿y si debemos pasar al descanso antes de que Jesús regrese? Si hemos seguido su voluntad revelada, ahora podemos tener la satisfacción de ver que la obra avanza gracias a nuestros esfuerzos, sabiendo que gracias a nuestro plan patrimonial la obra continuará después de que no estemos.
PREGUNTAS PARA DIALOGAR:
1. Aunque ahora podemos hacer tesoros en el Cielo, ¿por qué eso no es lo mismo que tratar de conseguir, o incluso “comprar”, tu camino a la salvación?
2. Si bien debemos ser generosos al dar de lo que tenemos ahora, también debemos ser sabios. ¿Cuántas veces hemos escuchado, especialmente a los que ponen fechas, pedir dinero porque tal o cual acontecimiento va a suceder en tal o cual fecha, y como nuestro dinero será inútil para ese entonces, será mejor que lo enviemos a su ministerio ahora? ¿Cómo podemos aprender a discernir entre este engaño y las formas legítimas en que podemos usar nuestro dinero aun ahora para la causa de Dios?
Viernes
Nuestra elevada vocación, “Un banco que nunca falla”, 8 de julio, p. 197;
Alza tus ojos, “Adoremos al Dios de la naturaleza”, p. 325.
"ADMINISTRAR PARA EL SEÑOR... HASTA QUE ÉL VENGA"
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Dios lo bendiga!!!
Lección 10
EL SÁBADO ENSEÑARÉ...
Parte I: RESEÑA
Necesitamos confiar en Dios (Mat. 6:24–27), y no depositar nuestra confianza y nuestro amor en el dinero (Mat. 6:24). Podemos cuidar nuestras posesiones (Prov. 27:23), ser prudentes (Prov. 6:8; 10:5), y hacerlo sin ansiedad (Mat. 6:34), dedicando nuestra vida a proclamar el poder de Dios (Sal. 71:18). Cuando envejecemos y nos volvemos frágiles (Ecl. 12:1–8), aún podemos dar fruto para el Señor (Sal. 92:14), con su ayuda (Sal. 71:17, 18), porque él promete cuidarnos (Isa. 46:4; Sal. 92:12, 14). Entonces tendremos paz cuando nuestro aliento de vida vuelva al Creador, quien hizo todo lo existente (Col. 1:16).
Nuestra vida y nuestras riquezas no duran para siempre (Prov. 27:24), nuestras posesiones pasarán a otros (Sal. 49:10) y no podemos llevarnos nada más allá de esta vida (Ecl. 5:15). Así, siempre que sea posible, “el bueno deja herencia a los hijos de los hijos” (Prov. 13:22); sin embargo, debe hacerlo de tal manera que se eviten disputas entre ellos. Al redactar un testamento, no debemos pensar solo en nuestros intereses terrenales y dejar de ser generosos con Dios. Este error fue la ruina del rico insensato de la parábola de Jesús (Luc. 12:19, 20).
Cuando reconocemos todo lo que Dios es para nosotros (Sal. 24:1) y vivimos para su gloria (1 Cor. 10:31), ponemos nuestra mente en lo que no vemos, que es eterno (2 Cor. 4:8). Esperamos la ciudad con fundamentos (Heb. 11:10), cuyo arquitecto y constructor es Dios, en lugar de invertir todo nuestro tiempo y atención en acumular riquezas temporales (1 Tim. 6:17).
Al invertir en la obra de Dios (Mal. 3:8–10), dejamos un legado de fe. Entonces, un día, cuando descansemos de nuestros trabajos, nuestras buenas obras nos seguirán (Apoc. 14:13), porque Dios será glorificado en ellas, aun en nuestra ausencia.
Parte II: COMENTARIO
Confianza en Dios
Todas las cosas existen por medio de Dios el Hijo y fueron hechas para él (Col. 1:16). Sin embargo, debido a que el dinero “sirve para todo” (Ecl. 10:19), nos aferramos a él, a pesar de que solo somos custodios temporales de esos medios. La tendencia a amar el dinero (1 Tim. 6:10) es condenada en las Escrituras (Mat. 6:24).
Dejar de confiar en Dios y orientar nuestro amor y esperanza hacia las cosas creadas es locura (Jer. 5:4; Rom. 1:21, 22). El dios de este siglo distorsiona nuestra comprensión de la realidad y ciega nuestra mente, para que no se vea la gloria de Dios en Cristo (2 Cor. 4:3, 4).
Sin fe perdemos el fundamento firme de la esperanza (Heb. 1:1). Nos asalta el miedo a la muerte (Heb. 2:15) y la ansiedad (Mat. 6:34). De este modo, nos aferramos obstinadamente a las cosas, resistiendo el mandato de devolver a Dios lo que le pertenece.
Si, después de negar a Dios lo que le pertenece, nos volvemos a Dios (Mal. 3:7), la fe traerá esperanza, salvación y buenas obras (Efe. 2:8–10). El amor de Dios echará fuera el temor (1 Juan 4:18), y habrá esperanza, porque él nunca nos dejará ni nos desamparará (Heb. 13:5).
Prepárate para el futuro
El trabajo en el Edén era parte de las delicias del Jardín (Gén. 2:15). Después del pecado, la supervivencia dependía del “trabajo” y del “sudor de tu rostro” (Gén. 3:17–19). La Biblia nos ordena que nos dediquemos a un trabajo honesto (Éxo. 20:9) y que cuidemos nuestras posesiones (Prov. 27:23), así como que hagamos provisión para el futuro (Prov. 6:8; 10:5), mientras podamos trabajar.
Sin embargo, a medida que envejecemos, nos debilitamos (Ecl. 12:1–8) y pedimos a Dios que no nos abandone (Sal. 71:18). A pesar de nuestro deterioro físico, todavía podemos dar frutos para Dios (Sal. 92:14), quien prometió cuidar de nosotros en nuestra vejez (Isa. 46:4).
Las riquezas no duran para siempre (Prov. 27:24), nuestras posesiones pasarán a otros (Sal. 49:10) y no podemos llevarnos nada más allá de esta vida (Ecl. 5:15). Por estas razones, debemos esforzarnos para honrar a Dios ahora (Prov. 3:9, 10).
Las bendiciones
Dios nos otorga bendiciones y salvación, junto con la comisión de pasar estas bendiciones a las generaciones futuras. En el Antiguo Testamento, la palabra “pacto” también tiene el significado de testamento con cláusulas condicionales, para que los beneficiarios reciban una herencia.
En este testamento divino están incluidas las bendiciones materiales, como la tierra de Canaán (Gén. 15:18), llegar a ser una gran nación (Gén. 12:2, 15:5) y abundantes posesiones materiales (Deut. 28:11). También hay promesas espirituales: el Mesías (Gál. 3:16) y la comisión de llevar estas bendiciones a todas las naciones (Gén. 12:3; Gál. 3:8, 14). Todos los que viven por la fe son beneficiarios de este testamento, reciben esta comisión, y no deben temer, porque están bajo el cuidado de Dios.
El Nuevo Testamento también presenta el significado de este legado de bendiciones materiales y espirituales de Dios a su pueblo. La palabra griega diatheke (Gál. 3:15-18; Heb. 9:16, 17) significa el testamento y la última voluntad del testador, en el sentido de una relación unilateral. En este convenio, el heredero de la fe solo necesita aceptar el ofrecimiento. A nosotros, que somos los beneficiarios del testamento (diatheke) ejecutado con la sangre de Cristo (Mat. 26:28), se nos da la responsabilidad de transmitir a las generaciones futuras el legado de este testamento (Gén. 9:9; 17:9), como se refleja en las bendiciones patriarcales (Heb. 6:13–18) y la misión de la iglesia de predicar a todas las naciones (Mat. 28:19).
Devolver el legado del Señor
Debemos utilizar fielmente todas las bendiciones recibidas durante la vida para glorificar a Dios (1 Cor. 10:31; Mal. 3:8–10). Lo glorificamos al compartir directamente con la iglesia, y por medio de ella, todo lo que él nos da. Algunos ejemplos bíblicos que demuestran este principio son los siguientes:
Abraham: Dios elogió a Abraham por instruir a su familia “después” de él para que continuaran sirviendo al Señor después de su muerte (Gén. 18:17–19).
David: David nombró heredero a su hijo Salomón. Se aseguró también de que su hijo recibiera un legado material y espiritual con el fin de que continuara la obra que Dios le había dado, que a él mismo no le fue dado realizar personalmente.
Después de ser generoso con la obra de Dios a lo largo de su vida, David, ya anciano, ofreció los recursos que había preparado, personales y de su reino, para construir el Templo (1 Crón. 29:2, 3). Esta obra comenzó aproximadamente tres años después de su muerte (2 Crón. 3:2) y sirvió de testimonio a todas las naciones (2 Crón. 6:32, 33).
Durante siglos, el Templo fue un poderoso proyecto misionero, originalmente planificado y financiado por David, que atraía a millones de personas a la Casa de Oración, destinada a todas las naciones (Isa. 56:3–7). Esta obra se materializó solo mediante la determinación de David de devolver a Dios lo que había recibido de él durante su vida y al final de ella (1 Crón. 29:14).
La historia de David nos muestra que nuestro compromiso con Dios es para toda la vida. Si invertimos en el Reino de Dios en esta vida, como lo hizo David, dejaremos un legado que continuará después de que acabe nuestra vida. Entonces, debemos poner nuestros asuntos en orden. Esta tarea puede involucrar clasificar nuestras posesiones y proveer para nuestros herederos de tal manera que puedan seguir dando testimonio de Cristo cuando ya no estemos.
Nuestra parte en el Pacto
Jesús renovó el testamento divino con nosotros (Mar. 14:24; Heb. 12:24), para que sea predicado a todo el mundo (Mat. 28:19). Como sucedió con Abraham y David, las posesiones materiales y el legado espiritual que Dios nos da deben continuar promoviendo la sucesión del evangelio en la familia y en la iglesia, para salvación de todas las naciones.
El testamento divino ordena al pueblo de Dios que sea fiel y generoso con los diezmos y las ofrendas. Esa ofrenda fiel y generosa hará notar a las naciones que las bendiciones recibidas por el pueblo de Dios (Mal. 3:12) proceden de la obediencia a él. Las bendiciones deben extenderse a los hijos para siempre (Deut. 12:28). Por eso también se llevaban posesiones al Templo durante los reavivamientos espirituales (Éxo. 35:20–29; 2 Crón. 31:1–12; Neh. 10:37, 38; Mal. 3:6–12), o en tiempos del Nuevo Testamento, se ponían a los pies de los apóstoles (Hech. 2; 4:34–37).
“Un raudal de luz brota de la Palabra de Dios y debemos despertarnos para reconocer las oportunidades descuidadas. Cuando todos sean fieles en lo que respecta a devolver a Dios lo suyo en diezmos y ofrendas, se abrirá el camino para que el mundo oiga el mensaje para este tiempo. [...] Si el propósito de Dios de dar al mundo el mensaje de misericordia hubiese sido llevado a cabo por su pueblo, Cristo habría venido ya a la Tierra, y los santos habrían recibido su bienvenida en la ciudad de Dios (TI 6:448)
El testamento (el evangelio) anunciado a Abraham (Gál. 3:8) debe ser proclamado mediante la predicación, primeramente a los más cercanos a nosotros (como en la época de los patriarcas) y luego hasta los confines de la Tierra. Solo entonces serán bendecidos tanto judíos como gentiles con el legado de fe que nos transmitió la familia o la iglesia (Isa. 52:10; Hech. 1:8; 13:47). Por lo tanto, el mensaje de que “sus obras les sigan” (Apoc. 14:13) nos muestra que nuestro ejemplo personal y la fidelidad con nuestras posesiones continuarán dando testimonio a las generaciones futuras cuando ya no estemos.
Parte III: APLICACIÓN A LA VIDA
La vida es un testamento vivo que comunica a las generaciones futuras el legado sagrado puesto en nuestras manos. En última instancia, todo lo que recibimos se lo devolvemos continuamente a Dios.
Pide a un miembro de la clase que lea en voz alta las siguientes citas. Luego analicen en clase las preguntas que vienen a continuación.
El testamento diario
“Los legados que se dejan al morir son un mísero sustituto de la benevolencia que uno podría hacer mientras vive. En verdad, los siervos de Dios deben hacer sus testamentos cada día en buenas obras y ofrendas generosas a Dios” (CMC 316). Las buenas obras y las ofrendas generosas, ¿qué relación tienen con la fe (Efe. 2:8–10)? ¿Por qué?
Cuando el pueblo de Dios ya no esté
“Deben ordenar su propiedad de manera que puedan dejarla en cualquier momento” (CMC 317).
Dios concibe acciones desde la antigüedad (2 Rey. 19:25).
¿Por qué es importante planificar y hacer arreglos de antemano, especialmente en lo que respecta a la propiedad, con el fin de que podamos estar listos para “dejarla en cualquier momento”?
Nuestro deber sagrado
“Muchos manifiestan una delicadeza innecesaria al respecto [elaborar un testamento]. [...] Pero este deber es tan sagrado como el de predicar la Palabra para salvar almas” (CMC 314).
La redacción de un testamento, ¿en qué sentido es un deber tan sagrado como el deber de “predicar la Palabra para salvar almas”? ¿Por qué?
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