Lección 6 de Intermediarios
JESÚS LEE EN LA SINAGOGA
Textos clave y referencias:
Lucas 4: 16-30;
El Deseado de todas las gentes, cap. 24, pp. 209-216.
Versículo para Memorizar:
«Bendeciré al Señor, porque él me guía, y en lo
íntimo de mi ser me
corrige por las noches. Siempre tengo presente
al Señor; con él a mi derecha, nada me
hará caer»
(Salmo 16: 7, 8).
Mensaje:
Convertimos a Cristo en el centro de nuestra adoración en respuesta al gran amor de Dios.
Lucas 4: 16-30;
El Deseado de todas las gentes, cap. 24, pp. 209-216.
Versículo para Memorizar:
«Bendeciré al Señor, porque él me guía, y en lo
íntimo de mi ser me
corrige por las noches. Siempre tengo presente
al Señor; con él a mi derecha, nada me
hará caer»
(Salmo 16: 7, 8).
Mensaje:
Convertimos a Cristo en el centro de nuestra adoración en respuesta al gran amor de Dios.
¿Puedes recordar algo que sucedió en tu iglesia que te ayudó a mantenerte cerca de Dios? Puede haber sido un canto especial, una lectura, un sermón o alguna otra cosa. Cuando adoramos a Dios, logramos conocerlo mejor, y él puede hablarnos acerca de sus planes para nosotros. Imagina un servicio de adoración como el que describiremos a continuación.
Jesús se levantó para leer las Escrituras. La gente de la aldea había estado comentando acerca de él, refiriendo historias sobre los enfermos que había sanado en otros pueblos. Ahora había vuelto a Nazaret donde había crecido. Ese día había más gente que de costumbre en la sinagoga. Toda la gente había oído decir que uno de su pueblo había regresado. Querían ver cómo había cambiado.
Jesús, frente a los asistentes a la sinagoga, abrió el rollo de las Escrituras. Todos guardaron silencio en espera de sus palabras.
Jesús dijo que leería del libro de Isaías, en el lugar donde el profeta dice: «El espíritu del Señor está sobre mí. Porque me ha consagrado para llevar buenas noticias a los pobres; me ha enviado a anunciar libertad a los presos y dar vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos y a anunciar el año favorable del Señor» (Luc. 4: 18, 19).
La gente se interesó en los pasajes presentados, por la forma como los leyó. Había hablado con autoridad, pero también lo había hecho con bondad. Cuando Jesús terminó de leer enrolló el libro y lo entregó al ayudante de la sinagoga y se sentó. Todos se preguntaban qué sucedería a continuación.
Jesús echó una mirada a su alrededor y comenzó a explicar lo que había leído. Dijo:
—Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros. Ustedes me están mirando y viendo a la persona de la cual se habla en el pasaje leído.
La gente lo recordaba como un joven que podía arreglar sus muebles rotos. Ahora hablaba de arreglar corazones rotos.
Caleb miró a Joel y le dijo que Jesús hacía que fuera fácil comprender las Escrituras. Pero no todos quedaron contentos con los comentarios que Jesús hacía acerca de sí mismo. Algunos se enojaron porque no había realizado un milagro ahí mismo. Querían más pruebas además de las historias que habían oído de Capernaum. Después de todo, habían conocido a ese hombre desde su niñez.
Repentinamente se levantó uno de los ancianos y dijo con enojo:
—¿Qué les sucede? ¿Acaso ya olvidaron quién es Jesús? Él no es mejor que nosotros. Es nada más que el hijo de José.
—¡Así es! —exclamó otro anciano—. ¿Por qué lo siguen como un rebaño de cabras?
—Jesús ha hecho mucho bien. Nadie puede negar los sanamientos que ha hecho —observó otra persona.
—¡Bah! ¿Sanamientos? No ha hecho nada de eso aquí en Nazaret. Caleb vio que la gente estaba comenzando a formar bandos. Muchos apoyaban al primer anciano que había dado su opinión. La gente gritaba para hacerse oír. La sinagoga estaba alborotada.
Nadie vio quién se había apoderado primero de Jesús, pero otros hicieron lo mismo. Lo empujaron afuera. El anciano dijo a la gente:
—No podemos permitir que este hombre pretenda ser Isaías. Tenemos que poner fin a esto ahora mismo. ¡Llévenlo al barranco y despéñenlo!
La multitud llevó a Jesús al barranco que había fuera del pueblo. Por un momento pareció que ese sería el final del ministerio de Jesús, en el mismo pueblo donde había crecido. La bulliciosa multitud se acercó al barranco. Pero repentinamente se detuvieron. ¿Dónde estaba Jesús? ¡No lo veían por ninguna parte! No habían visto a los ángeles que lo habían acompañado en la sinagoga, habían permanecido a su lado durante el recorrido hasta el barranco y finalmente lo habían llevado a un lugar seguro.
La gente por fin comprendió que Jesús no estaba con ellos. Regresaron a sus hogares muy confundidos.
Habían conocido a Jesús mientras vivía con ellos. Habían tenido oportunidad de creer en él tras haber observado la obra admirable que había realizado en los pueblos cercanos. Pero no podían creer que fuera más que el muchacho que había crecido entre ellos.
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Dios les bendiga!!!
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