Lección 8 de Intermediarios
JESÚS Y LA MUJER JUNTO AL POZO
Textos clave y referencias:
Juan 4: 5-26;
El Deseado de todas las gentes, cap. 19, pp. 160-166.
Versículo para Memorizar:
«Dios es Espíritu, y los que le adoran deben hacerlo de un modo verdadero, conforme al Espíritu de Dios»
(Juan 4: 24).
Mensaje:
No importa dónde estemos, podemos adorar a Dios en espíritu, en respuesta a su amor.
Juan 4: 5-26;
El Deseado de todas las gentes, cap. 19, pp. 160-166.
Versículo para Memorizar:
«Dios es Espíritu, y los que le adoran deben hacerlo de un modo verdadero, conforme al Espíritu de Dios»
(Juan 4: 24).
Mensaje:
No importa dónde estemos, podemos adorar a Dios en espíritu, en respuesta a su amor.
¿Te ha faltado alguna vez agua para beber? ¿O has sentido en alguna ocasión sed realmente intensa? La historia de hoy tiene que ver con la sed de agua, y con mucho más que eso. Imagina un día muy caluroso.
Los pies de un grupo de caminantes judíos levantaban pequeñas nubes de polvo mientras caminaban a la hora del mediodía hacia el hermoso valle de Siquem. A la entrada del valle estaba el pozo de Jacob. Jesús se sentó a descansar en ese lugar, mientras los discípulos fueron a un pueblo samaritano en busca de alimento.
Pronto llegó una mujer samaritana con un cántaro y una cuerda, en busca de agua. Bajó el cántaro hasta el agua del pozo, sin decir nada. También Jesús permaneció callado. La mujer actuó como si estuviera sola. Ignoró completamente a Jesús. Sucedía que los judíos y los samaritanos se detestaban mutuamente y evitaban relacionarse.
Cuando la mujer se volvió para alejarse llevando el cántaro lleno sobre su hombro, Jesús le habló.
—Dame de beber.
Ese era un pedido que no podía rehusar. Un hombre judío nunca pediría nada a una mujer samaritana; pero en esa región desértica, nadie se negaría a satisfacer un pedido de agua.
—¿Cómo tú, siendo judío, me pides a mí de beber, que soy mujer samaritana?
—Si supieras lo que Dios da y quién es el que te está pidiendo agua —contestó Jesús—, tú le pedirías a él, y él te daría agua viva.
La mujer no estaba segura del significado de lo que acababa de oír, pero le parecía que eso era importante. Lo único que veía era un cansado viajero judío.
—¿Eres tú más importante o más poderoso que Jacob, quien abrió este pozo y nos dio su agua? —preguntó la samaritana.
Jesús no contestó la pregunta directamente. En cambio dijo algo en lo que la mujer tendría que pensar.
—Todos los que beben de esta agua, volverán a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré, nunca volverá a tener sed. Porque el agua que yo le daré brotará en él como un manantial de vida eterna.
—Señor —dijo la mujer—, dame de esa agua, para que no vuelva yo a tener sed ni tenga que venir a sacarla a este pozo.
—Ve a llamar a tu marido y vuelve acá para platicar algo más sobre esto.
—No tengo marido —contestó la mujer acomodando el cántaro en su hombro nuevamente, porque no quería hablar del tema.
—Bien dices que no tienes marido; porque has tenido cinco maridos, y el que ahora tienes no es tu marido.
La mujer quedó pensativa. ¿Cómo podía ese desconocido conocer los secretos de su vida? Sabía que su vida no era correcta, pero no quería platicar de eso.
—Señor, ya veo que eres un profeta —dijo tratando de evadir el asunto—. Nuestros antepasados, los samaritanos adoraron a Dios aquí, en este monte; pero ustedes los judíos dicen que Jerusalén es el lugar donde debemos adorarlo.
Jesús le habló calmadamente y sin prejuicio. Estaba interesado en su salvación más que en su manera de entender las ceremonias y las controversias religiosas. Ella reaccionó bien a sus palabras suaves pero convincentes.
—Yo sé que va a venir el Mesías (es decir, el Cristo) —dijo la samaritana—. Cuando él venga, nos lo explicará todo. Estoy empezando a creer que tú eres ese Mesías.
Jesús sonrió olvidando su cansancio y su sed. Podía ver que la mujer comenzaba a reconocer quién era él. Le dijo:
—Ese soy yo, el mismo que habla contigo.
La mujer podía sentir “el agua de vida” que comenzaba a brotar en su interior. Dejó su cántaro junto al pozo y corrió hacia la aldea para llamar a los vecinos para que fueran a escuchar esas maravillosas palabras.
Jesús todavía no había bebido agua. La mujer ni siquiera se acordó de llevar su cántaro; pero
ambos se sintieron refrescados.
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Dios les bendiga!!!
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