Lección 10 de Intermediarios
COMPARTIENDO LA PALABRA
Textos clave y referencias:
Hechos 8:1-8;
Los hechos de los apóstoles, cap. 11.
Versículo para Memorizar:
“Sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman, los que han sido llamados de acuerdo con su propósito”
(Romanos 8:28).
Mensaje:
El amor de Dios nos une y nos trae gozo.
Hechos 8:1-8;
Los hechos de los apóstoles, cap. 11.
Versículo para Memorizar:
“Sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman, los que han sido llamados de acuerdo con su propósito”
(Romanos 8:28).
Mensaje:
El amor de Dios nos une y nos trae gozo.
¿Cómo te sentirías si tuvieras que dejar el único hogar que has conocido a causa de algo que ni siquiera has hecho? A menudo leemos de personas que fueron sacadas de un lugar por causa de la persecución. Esta historia es acerca de cómo pudo haber.
La jovencita estaba segura de que iba a explotar. Se encontraba de pie fuera de la puerta de entrada a Jerusalén, se apoyaba contra una carroza. Sentía su estómago como un lazo que había sido amarrado y remojado en el agua. El sol caliente, la visión del cuerpo de Esteban, y el llanto doloroso de las mujeres, todo era demasiado. Sus ojos buscaban desespera damente los de su padre. Lo divisó con un grupo de creyentes que rodeaban a Felipe, lo único que ella deseaba era estar cerca de él. La voz de Felipe llegó desde donde estaba parado.
—Este problema no va a terminar —estaba diciendo—. Los espero en mi casa en una hora, y allí discutiremos lo que habremos de hacer.
El grupo se dispersó.
—Abba —exclamó la niña apretando su estómago.
—Hija, lo siento. Olvidé que estabas conmigo —le dijo su padre apresurándose a llegar hacia ella—. Estás enferma. No debería haberte dejado venir.
—Quiero ir a casa —sollozó.
Su padre se quitó el manto y lo extendió en la carroza. Con gentileza la ayudó a acostarse y la arropó. Corrió las cortinas para que le hicieran sombra.
Sabía que su padre había descansado muy poco aquella noche. No podía creer lo que había visto. Definitivamente la naciente iglesia se encontraba en una encrucijada. Estaba empezando a comprender cuán grande era la amenaza que los sacerdotes veían en los creyentes. Y ese hombre, Saulo, la hizo estremecerse. Aunque no había tomado ninguna piedra para lanzar contra Esteban, Saulo parecía disfrutar de lo que algunos le hacían a Esteban.
Cuando llegaron a casa, el padre fue a la parte trasera del carro para ayudar a su hija.
—¿Te sientes mejor? —le preguntó.
Ella solo le sonrió. Su cabeza y estómago se sentían mejor nuevamente. Entró rápidamente para prepararse para la reunión.
Mientras estaba allí escuchó a alguien que llamaba a su padre. Quienquiera que fuera parecía asustado y sin aliento. Ella sintió que su estómago se contraía de nuevo.
—Hija —la llamó el padre.
—Sí, padre —dijo, dirigiéndose a su papá formalmente, siendo que había un huésped.
—Trae a nuestro huésped algo de agua. La reunión será aquí en lugar de en la casa de Felipe.
Cuando todos llegaron, su padre presentó al hombre que había escuchado hablar al principio.
—Saulo está en guerra declarada. Ya está yendo de casa en casa metiendo a los creyentes en la prisión—dijo el hombre—. Ha jurado acabar con nosotros. Felipe ya se fue. Él cree que es hora de que vayamos a otros lugares donde podremos hablar del evangelio libremente.
—¿Samaria es uno de esos lugares?—preguntó el padre.
El que hablaba sonrió.
—Antes de irse, el Señor dijo que seríamos sus testigos en Samaria. ¿Recuerdan? —todos asintieron—. Felipe y yo pensamos que ha llegado el momento.
La cabeza de la muchacha le volvió a doler. ¿Dejar Jerusalén y su casa? Las lágrimas que había retenido corrieron nuevamente por sus mejillas.
Para hablar con su padre esperó a que todos se fueran.
—Abba —dijo.
—¿Todavía estás levantada? —le preguntó.
—¿Cuándo nos vamos de Jerusalén? —preguntó.
—Probablemente en un par de semanas.
—Oh —murmuró la jovencita.
—Yo sé que no es fácil, pero debemos irnos —le dijo—. Ya no hay seguridad para nosotros aquí.
Dos semanas más tarde partieron de Jerusalén hacia el norte. La muchacha estaba maravillada de lo rápido que se había acomodado todo. Ellos habían empacado solamente lo que podían llevar en su carruaje. Las noticias de Felipe en Samaria ya habían llegado a los creyentes. Un buen número de samaritanos se había reunido para escuchar la predicación de Felipe. Felipe los había impresionado no solamente con sus palabras, sino también con señales. Había sanado enfermos y echado fuera demonios, convenciendo a los samaritanos de que su mensaje acerca de Jesús era verdadero. Estaban agradecidos por la atención y respeto que Felipe les había mostrado.
Aquella jovencita y su padre se estaban trasladando a Fenicia. Aquel lugar quedaba bastante lejos. A ella le parecía como si quedara en el fin del mundo.
—Sabes —le dijo su padre—, tu madre se habría sentido muy feliz.
La joven asintió con la cabeza. Antes de morir su madre, le había hecho prometer a su esposo que llevaría las buenas nuevas a su familia en Fenicia.
—Probablemente deberíamos habernos mudado a Tiro hace mucho tiempo —continuó diciendo su padre.
Ella pensó en la casa en que había vivido toda su vida. Imaginó los rostros de sus amigos a quienes nunca volvería a ver. Luego sus pensamientos se volvieron a la familia de su madre y en la forma en que podría llevarles las nuevas de la resurrección de Cristo.
—Sabes, padre —dijo ella.
Su padre se dio vuelta desde el lugar donde caminaba al lado de su asno y la miró.
—¿No es extraño? —continuó ella—. Que esta persecución que ha sido tan terrible haya traído algo de bueno. ¿No te parece?
Su sonrisa le dijo que sí.
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Dios lo bendiga!!!
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