Lección 7 de Intermediarios
EL HOMBRE CON UN CORAZÓN DE PIEDRA
Textos clave y referencias:
Mateo 18:21-35; Palabras de vida del gran Maestro, pp. 190-197.)
Versículo para Memorizar:
“Tú, Señor, eres bueno y perdonador; grande es tu amor por todos los que te invocan”
(Salmo 86:5).
Mensaje:
El perdón de Dios no tiene límites.
Mateo 18:21-35; Palabras de vida del gran Maestro, pp. 190-197.)
Versículo para Memorizar:
“Tú, Señor, eres bueno y perdonador; grande es tu amor por todos los que te invocan”
(Salmo 86:5).
Mensaje:
El perdón de Dios no tiene límites.
Los discípulos le hicieron una pregunta a Jesús acerca del perdón. Él les respondió contándoles la siguiente parábola. Mientras la lees, piensa con cuál de los personajes te identificas más.
—Su majestad, el siguiente caso está listo para que lo escuche —anunció el alguacil.
—Que se presente —dijo el rey.
Traen a un hombre encadenado y tembloroso al salón del trono.
—Lean los cargos contra el acusado —ordenó el rey.
—El acusado es culpable de haberse apropiado de varios millones de dólares de la tesorería, su majestad —leyó el alguacil.
—¿Tiene el acusado algo que decir en su defensa? —preguntó el rey.
—Su majestad, cometí un error —lloró el prisionero, cayendo a los pies del rey. Él sabía que su familia no podría pagar sus deudas—. Por favor perdóneme —suplicó—. Yo pagaré hasta el último centavo. Mi familia no debería pagar por el error que cometí.
Mirando al hombre, el rey pensó: Puedo tomar todas sus propiedades y vender a su familia como esclavos. Es la ley. Sin embargo, este hombre dice bien. No es justo forzar a su familia para que paguen por su mal proceder.
El rey hizo una señal al alguacil.
—Puedes ponerte de pie —dijo el alguacil al hombre. El hombre levantó su cabeza y de prisa se puso de pie mientras trataba de acomodarse la ropa.
—He tomado una decisión —declaró finalmente el rey—. Creo que estás arrepentido por lo que hiciste. Estás libre, puedes continuar trabajando. Alguacil, déjelo en libertad.
Cuando le quitaron las cadenas, el hombre se inclinó varias veces ante el rey.
—Gracias, muchas gracias, su majestad. No se va arrepentir de su decisión. Se lo prometo—. Continuó inclinándose y dando las gracias mientras salía caminando hacia el fondo del salón.
El alguacil meneó la cabeza.
Sin embargo, tan pronto como hubo salido del palacio, la actitud del hombre cambió. Se frotó las manos y actuó altaneramente. Ahora que su prueba dura había terminado, tenía algunos negocios importantes que atender en el mercado.
Debido a que el caso del ladrón perdonado por el rey había sido el último de la mañana, los oficiales salieron del salón del trono. El alguacil y otros sirvientes decidieron ir al mercado hasta que fueran solicitados otra vez. Atravesando las puertas de la cuidad, escucharon una terrible gritería.
Desmontaron sus caballos para ver lo que estaba pasando, el alguacil vio al hombre que acababa de ser perdonado gritando furiosamente a otro de los sirvientes del rey, que estaba arrodillado en el polvo.
—Te dije que quería el dinero hoy —gritaba el ladrón perdonado—. Tú sabías que hoy era el vencimiento.
—Por favor, dame otra oportunidad —rogaba el segundo hombre—. Necesito un poco más de tiempo para conseguir el dinero. Te voy a pagar todo lo que te debo, te lo prometo. ¡Por favor ten misericordia!
—No te voy a dar más tiempo —gritó el ladrón perdonado—. Te voy a entregar a las autoridades.
El siervo perdonado arrastró de un tirón al hombre que estaba arrodillado hacia un soldado que estaba cerca. El soldado hizo señas a un compañero, y juntos llevaron a la cárcel a rastras al hombre que gritaba.
El siervo perdonado regresó a sus negocios como si nada hubiera pasado.
La escena que acababa de ver, dejó al alguacil con la boca abierta. ¡No hace ni una hora que el rey perdonó a ese hombre! —pensó—. Así es como reconoce las bondades del rey.
—¿Viste lo que acabo de ver? —preguntó otro de los sirvientes, avanzando con pasos apresurados hacia el alguacil.
—¡Sí! Ese hombre —dijo el alguacil apretando sus puños—, no merece el perdón que le dio el rey, ni andar libre por las calles.
Se alejó apresurado, luego volvió unos pocos minutos más tarde con un destacamento de la guardia del rey.
—Guardias, llévenlo ante el rey —dijo el alguacil, señalando hacia el sirviente. Cuatro guardias tomaron al desprevenido hombre y se lo llevaron. Otro guardia se adelantó para informar al rey.
Los guardias llegaron dando grandes pasos y entraron al salón del trono sosteniendo al hombre y lo colocaron frente al rey. El guardia y otros siervos los seguían. El ladrón perdonado se encogió de miedo allí donde estaba.
—De pie —ordenó el rey—. ¿Es verdad que mandaste a la cárcel a un sirviente compañero tuyo que te debía un poco de dinero?
El hombre se puso de pie de un salto. —Sí, señor, su majestad, señor... —balbuceaba sin poder alzar los ojos—. Y lo hice solo porque...
El rey frunció el ceño.
—¡Mírame! No entiendo. Te perdoné una deuda enorme. Sin embargo, no pudiste perdonar a alguien que te debía una miseria. ¡Guardias, saquen a este hombre de mi presencia!
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Dios lo bendiga!!!
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