Lección 8: Jesús, el Mediador del nuevo pacto | El mensaje de Hebreos | Escuela Sabática 1T 2022
Lección 8: Para el 19 de febrero de 2022
JESÚS, EL MEDIADOR DEL NUEVO PACTO
LEE PARA EL ESTUDIO DE ESTA SEMANA: Hebreos 7:11–19; 8:10–12; Jeremías 31:31–34; Hebreos 8:1–6; Éxodo 24:1–8; Ezequiel 36:26, 27.
PARA MEMORIZAR:
“Pero ahora tanto mejor ministerio es el suyo, cuanto es mediador de un mejor pacto, establecido sobre mejores promesas” (Heb. 8:6).
Al vivir una vida perfecta, y luego al morir en nuestro lugar, Jesús hizo de
Mediador de un pacto nuevo y mejor entre nosotros y Dios. Mediante su
muerte, Jesús canceló la pena de muerte que exigían nuestras transgresiones
e hizo posible el Nuevo Pacto.
Esta verdad se explica en Hebreos 10:5 al 10, que reconoce que Jesús manifestó
la obediencia perfecta requerida por el Pacto. Hace referencia al Salmo
40, que originalmente expresa el deseo de David de rendirle total obediencia a
Dios: “He aquí, vengo; en el rollo del libro está escrito de mí; el hacer tu voluntad,
Dios mío, me ha agradado, y tu ley está en medio de mi corazón” (Sal. 40:7, 8).
Este salmo expresó la condición del pacto de Dios con Israel: una obediencia
que era un deleite y una ley que estaba escrita en el corazón (Deut. 6:4-6). Pero,
lo que para David fue solo un deseo, en Jesús es un hecho.
Para Pablo, este salmo adquirió un significado especial con la encarnación
de Jesús. Él encarnó la obediencia del Nuevo Pacto. Él es nuestro Ejemplo. Somos
salvos, no solo a causa de su muerte, sino también por su obediencia perfecta.
Sábado
Aun antes de asumir la humanidad, vio toda la senda que debía recorrer a fin de salvar lo que se había perdido. Cada angustia que iba a desgarrar su corazón, cada insulto que iba a amontonarse sobre su cabeza, cada privación que estaba llamado a soportar, fueron presentados a su vista antes que pusiera a un lado su corona y manto reales y bajara del trono para revestir su divinidad con la humanidad. La senda del pesebre hasta el Calvario estuvo toda delante de sus ojos. Conoció la angustia que le sobrevendría. La conoció toda, y sin embargo dijo: “He aquí yo vengo; (en el rollo del libro está escrito de mí); me complazco en hacer tu voluntad, oh Dios mío, y tu ley está en medio de mi corazón”. Salmo 40:7, 8.
Tuvo siempre presente el resultado de su misión. Su vida terrenal, tan llena de trabajo y abnegación, fue alegrada por la perspectiva de que no soportaría todas esas penurias en vano. Dando su vida por la de los hombres, haría volver el mundo a su lealtad a Dios. Aunque primero debía recibir el bautismo de sangre; aunque los pecados del mundo iban a abrumar su alma inocente; aunque la sombra de una desgracia indecible pesaba sobre él; por el gozo que le fue propuesto, decidió soportar la cruz y menospreció el oprobio (El Deseado de todas las gentes, p. 378).
Cristo vino a magnificar la ley y a honrarla; vino a exaltar los antiguos mandamientos que tenemos desde el principio. Por eso necesitamos la ley y los profetas. Necesitamos el Antiguo Testamento para que nos lleve al Nuevo, que no toma el lugar del Antiguo, sino que nos revela en forma más clara el plan de salvación, dando significado a todo el sistema de sacrificios y ofrendas, y a la palabra que tenemos desde el principio. La perfecta obediencia se impone a cada alma, y la obediencia a la voluntad expresada de Dios os hará uno con Cristo… De él está escrito: “He aquí, vengo; en el rollo del libro está escrito de mí; el hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, y tu ley está en medio de mi corazón”. Salmo 40:7, 8 (Sons and Daughters of God, p. 48; parcialmente en Hijos e hijas de Dios, p. 50).
El Señor tenía un amor tan grande por el mundo que dio “a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”. Juan 3:16. Cristo vino para darle al hombre vigor moral, para elevarlo, ennoblecerlo y fortalecerlo, capacitándolo para ser participante de la naturaleza divina habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia. Él probó a los habitantes de los mundos no caídos y a los seres humanos que puede guardarse la ley. Mientras poseía la naturaleza del hombre, él obedeció a la ley de Dios, vindicando la justicia de Dios que exigía su obediencia. En el juicio su vida será un argumento incontestable en favor de la ley de Dios (En los lugares celestiales, p. 40).
LA NECESIDAD DE UN NUEVO PACTO
Lee Hebreos 7:11 al 19. ¿Por qué se necesitaba un nuevo pacto?
Según Hebreos, el hecho de que Jesús fuera nombrado sacerdote según el
orden de Melquisedec implicaba que se había establecido un pacto nuevo. El
Antiguo Pacto se había dado sobre la base del sacerdocio levítico (Heb. 7:11).
Los sacerdotes levitas actuaban como mediadores entre Dios e Israel, y la ley
excluía a cualquier otra persona del sacerdocio. Por lo tanto, el autor concluye
que un cambio de sacerdocio implica un cambio de la ley sacerdotal, así como
un cambio de pacto (Heb. 7:12, 18, 19).
El problema con el Pacto Antiguo era que no podía ofrecer la perfección (Heb.
7:11). Pablo está hablando del sacerdocio levítico y su ministerio (sacrificios,
fiestas, etc.). Los sacrificios de animales ofrecidos a través de ellos no podían
ofrecer una purificación verdadera y total del pecado, ni acceso a Dios (Heb.
10:1-4; 9:13, 14; 10:19-23).
El hecho de que haya sido necesario el Nuevo Pacto no significa que Dios
fuera injusto con Israel cuando le dio el Antiguo Pacto. El ministerio levítico y
los servicios del Tabernáculo fueron diseñados para protegerlos de la idolatría
y también para señalarles el futuro ministerio de Jesús. Hebreos enfatiza que
los sacrificios eran “una sombra –un tenue anticipo de las cosas buenas por
venir” (Heb. 10:1, NTV).
Al señalarles a Jesús, los sacrificios deberían haber ayudado al pueblo a
depositar su esperanza y su fe en “el Cordero de Dios, que quita el pecado del
mundo” (Juan 1:29; comparar con Isa. 53). Este es el mismo comentario que hace
Pablo cuando dice que la Ley “vino a ser nuestro guía encargado de conducirnos
a Cristo, para que fuéramos justificados por la fe” (Gál. 3:24, NVI) o que “Cristo
es el fin de la ley, para que todo el que cree reciba la justicia” (Rom. 10:4, NVI).
En otras palabras, incluso los Diez Mandamientos, por más buenos y perfectos
que sean, no pueden causar la salvación (Rom. 3:20-28; 7:12-14). Ofrecen
una norma perfecta de justicia, pero no brindan justicia, así como el mirarse en
un espejo tampoco puede borrar las arrugas de la edad. Para la justicia perfecta,
necesitamos a Jesús como nuestro Sustituto.
■ ¿Por qué la Ley no puede salvarnos? A fin de cuentas, si guardáramos todos los mandamientos, y los guardáramos bien –incluso a la perfección, ¿por qué no podría eso salvarnos?
Domingo
Los pecados de la gente eran transferidos simbólicamente al sacerdote oficiante, que era mediador del pueblo. El sacerdote no podía por sí mismo convertirse en ofrenda por el pecado y hacer expiación con su vida, porque también era pecador. Por lo tanto, en vez de sufrir él mismo la muerte, sacrificaba un cordero sin defecto. El castigo del pecado era transferido al animal inocente, que así llegaba a ser su sustituto inmediato y simbolizaba la perfecta ofrenda de Jesucristo. Mediante la sangre de esta víctima, el hombre veía por fe en el porvenir la sangre de Cristo que expiaría los pecados del mundo (Mensajes selectos t. 1, p. 270).
Pablo trató de dirigir los pensamientos de sus oyentes hacia el gran sacrificio hecho por el pecado. Señaló los sacrificios que eran sombra de los bienes venideros, y presentó entonces a Cristo como la realidad prefigurada por todas esas ceremonias: el objeto al cual todas señalaban como la única fuente de vida y esperanza para el hombre caído. Los santos hombres de la antigüedad se salvaron por la fe en la sangre de Cristo. Mientras miraban las agonías de muerte de las víctimas sacrificadas, contemplaban a través del abismo de los siglos al Cordero de Dios que habría de quitar el pecado del mundo.
Dios reclama con derecho el amor y la obediencia de todas sus criaturas. Les ha dado en su ley una norma perfecta de justicia. Pero muchos olvidan a su Hacedor, y en oposición a su voluntad eligen seguir sus propios caminos. Retribuyen con enemistad el amor que es tan alto como el cielo, tan ancho como el universo. Dios no puede rebajar los requerimientos de su ley para satisfacer la norma de los impíos; ni pueden los hombres, por su propio poder, satisfacer las demandas de la ley. Solamente por la fe en Cristo puede el pecador ser limpiado de sus culpas y capacitado para prestar obediencia a la ley de su Hacedor (Los hechos de los apóstoles, p. 339).
Ha sido tan grande la ceguera espiritual de los hombres, que han procurado hacer ineficaz la Palabra de Dios. Con sus tradiciones han declarado que el gran plan de salvación se preparó para abolir la ley de Dios y terminar con su vigencia. En cambio, el Calvario es el poderoso argumento que prueba la inmutabilidad de los preceptos de Jehová…
La condición del carácter debe compararse con la gran norma moral de justicia. Debe haber una búsqueda de los pecados peculiares que han sido ofensivos para Dios, que han deshonrado su nombre y apagado la luz del espíritu, y matado el primer amor del alma.
Se asegura la victoria mediante la fe y la obediencia… La tarea de vencer no ha quedado restringida a los días de los mártires. Nosotros debemos luchar en estos tiempos de sutil tentación y mundanalidad. El conflicto es para nosotros en estos días de sutiles tentaciones a la mundanalidad, la seguridad propia, a la indulgencia del orgullo, a la codicia, a las falsas doctrinas, a la inmoralidad de la vida. ¿Permaneceremos en pie ante la prueba de Dios? (That I May Know Him, p. 256; parcialmente en A fin de conocerle, p. 255)
NUEVO Y RENOVADO
Compara Hebreos 8:10 al 12 con Deuteronomio 6:4 al 6; 30:11 al 14; y Jeremías
31:31 al 34. ¿Qué nos enseña esto sobre la naturaleza del Nuevo Pacto?
La promesa del Nuevo Pacto en Hebreos se basa en Jeremías. De hecho,
según Jeremías, la promesa anuncia la renovación del pacto que Dios había
hecho en principio con Israel mediante Moisés (Jer. 31:31-34). Por ende, se podría
argumentar que Jeremías 31 no hablaba estrictamente de un “nuevo” pacto, sino
de una “renovación” del pacto original con Israel. Por cierto, la palabra hebrea
para “nuevo”, jadash, podría abrazar los sentidos de “nuevo” y de “renovado”.
El problema con el Antiguo Pacto era que el pueblo lo infringió (Heb. 8:8, 9).
El Pacto no era defectuoso, sino el pueblo. Si Israel hubiera visto a través de los
símbolos la venida del Mesías y hubiera puesto su fe en él, el Pacto no se habría
quebrantado. Sin embargo, a decir verdad, hubo muchos creyentes a lo largo
de la historia israelita en quienes se cumplieron los propósitos del Pacto y que
tenían la Ley en el corazón (Sal. 37:31; 40:8; 119:11; Isa. 51:7).
Si bien el Nuevo Pacto es una renovación del Antiguo Pacto, en cierto sentido
es –en realidad– nuevo. La promesa de Jeremías de un “nuevo pacto” no se limitaba
a imaginar una renovación de las condiciones que existían antes del Exilio,
que se habían quebrantado y renovado varias veces porque la nación había caído
varias veces en apostasía. Y eso se debe a que el pueblo simplemente no estaba
dispuesto a cumplir con su parte del pacto con Dios (Jer. 13:23).
Por lo tanto, Dios prometió hacer “una cosa nueva” (Jer. 31:22). El Pacto no
sería como el pacto que Dios había hecho “con sus padres” (Jer. 31:32). Debido
a la infidelidad del pueblo, las promesas que Dios hizo bajo el pacto mosaico
nunca se cumplieron. Ahora, en virtud de la garantía dada por el Hijo (Heb. 7:22),
Dios cumpliría los propósitos de su Pacto. Dios no cambió su Ley ni rebajó sus
normas; sino que envió a su Hijo como garantía de las promesas del Pacto (Heb.
7:22; 6:18-20). Por eso, este pacto no tiene maldiciones. Solo tiene bendiciones
porque Jesús lo cumplió a la perfección.
■ Lee 2 Timoteo 2:13. ¿Qué podemos aprender de la fidelidad de Dios con su pueblo y sus planes al considerar nuestras relaciones con los demás y nuestros planes?
Lunes
El ceremonial de los sacrificios que había señalado a Cristo pasó: pero los ojos de los hombres fueron dirigidos al verdadero sacrificio por los pecados del mundo. Cesó el sacerdocio terrenal, pero miramos a Jesús, mediador del nuevo pacto, y “a la sangre del esparcimiento que habla mejor que la de Abel”. “Aun no estaba descubierto el camino para el santuario, entre tanto que el primer tabernáculo estuviese en pie… Mas estando ya presente Cristo, pontífice de los bienes que habían de venir, por el más amplio y más perfecto tabernáculo, no hecho de manos… por su propia sangre, entró una sola vez en el santuario, habiendo obtenido eterna redención. Hebreos 12:24; 9:8-12.
“Por lo cual puede también salvar eternamente a los que por él se allegan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos”. Hebreos 7:25 Aunque el ministerio había de ser trasladado del templo terrenal al celestial, aunque el Santuario y nuestro gran Sumo Sacerdote fuesen invisibles para los ojos humanos, los discípulos no habían de sufrir pérdida por ello. No sufrirían interrupción en su comunión, ni disminución de poder por causa de la ausencia del Salvador. Mientras Jesús ministra en el Santuario celestial, es siempre por su Espíritu el ministro de la iglesia en la tierra. Está oculto a la vista, pero se cumple la promesa que hiciera al partir: “He aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”. Mateo 28:20. Aunque delega su poder a ministros inferiores, su presencia vivificadora está todavía con su iglesia (El Deseado de todas las gentes, p. 138).
El apóstol [Pablo] deseaba que aquellos a quienes estaba escribiendo recordaran que debían revelar en sus vidas el glorioso cambio producido en ellos por la gracia transformadora de Cristo. Debían ser luces en el mundo, ejerciendo una influencia contraria a la de los instrumentos satánicos por medio de sus caracteres purificados y santificados. Siempre debían recordar las palabras: “No de vosotros”. Ellos no podían cambiar su propio corazón. Y cuando mediante sus esfuerzos las almas fueran conducidas de las filas de Satanás para decidirse por Cristo, no debían pretender ninguna participación en la transformación producida…
El gran cambio que se observa en la vida del pecador después de la conversión no es producido por ninguna bondad humana.
El que es rico en misericordia nos ha impartido su gracia. Que la alabanza y la acción de gracias asciendan entonces hacia él, porque ha llegado a ser nuestro Salvador. Que su amor, al llenar nuestros corazones y mentes, fluya de nuestras vidas en ricas corrientes de gracia. Cuando estábamos muertos en delitos y pecados, nos vivificó para vida espiritual. Trajo gracia y perdón, y llenó el alma de vida nueva (La maravillosa gracia de Dios, p. 319).
EL NUEVO PACTO TIENE UN MEJOR MEDIADOR
Lee Hebreos 8:1 al 6. ¿Por qué Jesús es mediador de un mejor Pacto?
El término griego mesitēs (mediador) deriva de mesos (“medio”) y denota a
quien camina o se para en el medio. Era un término técnico que se refería a una
persona que cumplía una o más de las siguientes funciones: (1) árbitro entre
dos o más partes, (2) negociador o corredor comercial, (3) testigo en el sentido
legal de la palabra, o (4) alguien que se constituye como fianza y, por lo tanto,
garantiza la ejecución de un contrato.
El término “mediador” en español es una traducción demasiado limitada
para mesitēs en Hebreos porque se enfoca solo en los primeros dos o tres usos
del término griego. Sin embargo, Hebreos enfatiza la cuarta función. Jesús no
se concibe como “mediador” en el sentido de que resuelve una disputa entre
el Padre y la humanidad, como un pacificador que reconcilia a las partes desvinculadas
o como un testigo que certifica la existencia de un contrato o su
cumplimiento. En cambio, como explica Hebreos, Jesús es el Garante (o Fiador)
del Nuevo Pacto (Heb. 7:22). En Hebreos, el término “mediador” es equivalente
a “garante”. Garantiza que se cumplan las promesas del Pacto.
La muerte de Cristo posibilita la institución del Nuevo Pacto porque satisface
las demandas del primer Pacto con Israel, que se había quebrantado (Heb.
9:15-22). En este sentido, Jesús es el Garante que asumió todas las obligaciones
legales incumplidas. En otro sentido, la exaltación de Jesús en el cielo garantiza
que se cumplirán las promesas de Dios hechas a los seres humanos (Heb. 6:19,
20). Jesús garantiza el Pacto porque ha demostrado que las promesas de Dios
son ciertas. Al resucitar a Jesús y sentarlo a su diestra, el Padre ha demostrado
que nos resucitará a nosotros y nos llevará con él.
Jesús es un mediador mayor que Moisés porque ministra en el Santuario
celestial y se ha ofrecido como sacrificio perfecto por nosotros (Heb. 8:1–5;
10:5–10). El rostro de Moisés reflejaba la gloria de Dios (Éxo. 34:29-35), pero Jesús
es la gloria de Dios (Heb. 1:3; Juan 1:14). Moisés habló con Dios cara a cara (Éxo.
33:11), pero Jesús es la Palabra de Dios (Heb. 4:12, 13; Juan 1:1-3, 14).
■ Sí, Cristo ha satisfecho las demandas de obediencia del Pacto. En este sentido, ¿cuál es el papel de la obediencia en nuestra vida y por qué sigue siendo tan importante?
Martes
La ley del gobierno de Dios había de ser magnificada por la muerte del unigénito Hijo de Dios. Cristo llevó la culpa de los pecados del mundo. Nuestra suficiencia se encuentra únimente en la encarnación y la muerte del Hijo de Dios. Pudo sufrir, porque estaba sostenido por la Divinidad. Pudo vencer, porque no tenía la menor mancha de deslealtad o pecado. Cristo triunfó en lugar del hombre al soportar de este modo la justicia del castigo. Aseguró vida eterna para el hombre, al mismo tiempo que exaltó la ley de Dios y la honró.
Cada alma está bajo la obligación de seguir las pisadas de Cristo, el gran Ejemplo de la familia humana. Dijo: “He guardado los mandamientos de mi Padre”. Los fariseos pensaban que había venido a debilitar los requerimientos de la ley de Dios, pero su voz resonó en sus oídos diciendo: “No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino a cumplir. Porque de cierto os digo, que hasta que perezca el cielo y la tierra, ni una jota ni un tilde perecerá de la ley, hasta que todas las cosas sean hechas” (Hijos e hijas de Dios, p. 50).
Al apóstol Juan se le revelaron en la isla de Patmos las enseñanzas que Dios deseaba que él impartiera al pueblo. Estudiad estas revelaciones. Hay aquí temas que merecen nuestra contemplación, extensas y abarcantes lecciones que todas las huestes angélicas están ahora procurando comunicar. Contemplad la vida y el carácter de Cristo, estudiad su obra intercesora. Allí hay sabiduría, amor, justicia y misericordia infinitas. Allí hay profundidad y altura, largura y anchura, para nuestra consideración. Innumerables escritores se han utilizado para presentar al mundo la vida, el carácter y la obra mediadora de Cristo, y todavía, en cada mente mediante la cual el Espíritu Santo ha trabajado, se han presentado estos temas bajo una luz original y novedosa.
Deseamos inducir a la gente a comprender qué es Cristo para ellos y cuáles son las responsabilidades que se espera que acepten en él. Como sus representantes y testigos, necesitamos llegar personalmente a un pleno entendimiento de las verdades salvadoras adquiridas a través de un conocimiento experimental (Testimonios para la iglesia, t. 6, p. 66)
EL NUEVO PACTO TIENE MEJORES PROMESAS
Podemos sentirnos tentados a pensar que el Nuevo Pacto tiene “mejores
promesas” en el sentido de que tiene mayores recompensas que las que tenía
el Antiguo Pacto (una patria celestial, la vida eterna, y otras). La verdad es que
Dios les ofreció a los creyentes del Antiguo Testamento las mismas recompensas
que nos ofrece a nosotros (lee Heb. 11:10, 13–16). En Hebreos 8:6, las “mejores
promesas” se refieren a una clase diferente de promesas.
El Pacto entre Dios e Israel era un intercambio formal de promesas entre Dios
e Israel. Dios tomó la iniciativa y liberó a Israel de Egipto, y prometió llevarlo a
la Tierra Prometida.
Compara Éxodo 24:1 al 8 con Hebreos 10:5 al 10. ¿Cuáles son las similitudes
y las diferencias entre estas dos promesas?
El Pacto entre Dios e Israel se ratificaba con sangre. Esta sangre se rociaba
sobre el Altar, que representaba a Dios, y sobre las doce columnas, que representaban
al pueblo. El pueblo de Israel prometió obedecer todo lo que el Señor
había dicho. Esa era la promesa divina y es lo que se requiere de nosotros al
hacer un pacto con Dios.
“La condición para alcanzar la vida eterna es hoy exactamente la misma que
siempre ha sido –tal cual era en el Paraíso antes de la caída de nuestros primeros
padres–: perfecta obediencia a la Ley de Dios, perfecta justicia. Si la vida eterna
se concediera con alguna condición inferior a esta, entonces peligraría la felicidad
de todo el Universo. Se le abriría la puerta al pecado, con todo su séquito
de aflicción y miseria, y se lo inmortalizaría” (CC 53).
Dios satisface las demandas absolutas del Nuevo Pacto por nosotros porque
dio a su propio Hijo para que viniera a vivir una vida perfecta para que las promesas
del Pacto se cumplieran en él y luego se nos ofrecieran por la fe en Jesús.
La obediencia de Jesús garantiza las promesas del Pacto (Heb. 7:22). Demanda
que Dios le dé las bendiciones del Pacto a él, y él luego nos las da a nosotros. De
hecho, aquellos que están “en Cristo” disfrutarán de esas promesas con él. En
segundo lugar, Dios nos da su Espíritu Santo para empoderarnos y así poder
cumplir su Ley.
■ Cristo ha satisfecho las demandas del Pacto; por lo tanto, el cumplimiento de las promesas que Dios nos hizo no está en duda. ¿Cómo te ayuda esto a entender el significado de 2 Corintios 1:20 al 22? ¿Qué maravillosa esperanza encontramos aquí?
Miércoles
Para la iglesia de Dios, que custodia su viña en la tierra hoy, resultan de un valor especial los mensajes de consejo y admonición dados por los profetas que presentaron claramente el propósito eterno del Señor en favor de la humanidad. En las enseñanzas de los profetas, el amor de Dios hacia la raza perdida y el plan que trazó para salvarla quedan claramente revelados. El tema de los mensajeros que Dios envió a su iglesia a través de los siglos transcurridos fue la historia del llamamiento dirigido a Israel, sus éxitos y fracasos, cómo recobró el favor divino, cómo rechazó al Señor de la viña y cómo el plan secular será realizado por un remanente piadoso en favor del cual se cumplirán todas las promesas del pacto. Y hoy el mensaje de Dios a su iglesia, a aquellos que se ocupan en su viña como fieles labradores, no es otro que el dado por el profeta antiguo…
Espere Israel en Dios. El Señor de la viña está ahora mismo juntando de entre los hombres de todas las naciones y todos los pueblos los preciosos frutos que ha estado aguardando desde hace mucho. Pronto vendrá a los suyos; y en aquel alegre día se habrá cumplido finalmente su eterno propósito para la casa de Israel (Profetas y reyes, pp. 15, 16).
La preciosa Biblia es un jardín de Dios, y sus promesas son los lirios y las rosas y los claveles.
Cuánto desearía que todos creyéramos en las promesas de Dios… No tenemos que buscar en nuestros corazones esperando sentir una emoción de gozo como evidencia de nuestra aceptación ante el cielo, pero debemos tomar las promesas de Dios y decir “Son mías. El Señor está permitiendo que su Santo Espíritu descanse sobre mí. Estoy recibiendo la luz, porque la promesa es: Creed que lo recibiréis, y os vendrá”. Por fe extiendo mi mano dentro del velo y me aferro a Cristo, quien es mi fortaleza. Agradezco a Dios porque tengo un Salvador…
Y así es con todas las promesas de la Palabra de Dios. En ellas él nos habla a cada uno en particular, y de un modo tan directo como si pudiéramos oír su voz. Por medio de estas promesas Cristo nos comunica su gracia y su poder. Son hojas de aquel árbol que son “para la sanidad de las naciones”. Apocalipsis 22:2. Recibidas, asimiladas, han de ser la fuerza del carácter, la inspiración y el mantenimiento de la vida” (The Faith I Live By, p. 9; parcialemente en La fe por la cual vivo, p. 11).
Cristo vino a la tierra, y se presentó ante los hijos de los hombres con el atesorado amor de la eternidad, y tal es el caudal que, por medio de nuestra unión con él, hemos de recibir para manifestarlo y distribuirlo.
La eficacia del esfuerzo humano en la obra de Dios corresponderá a la consagración del obrero al revelar el poder de la gracia de Dios para transformar la vida. Hemos de distinguirnos del mundo porque Dios imprimió su sello en nosotros y porque manifiesta en nosotros su carácter de amor. Nuestro Redentor nos ampara con su justiciar (El ministerio de curación, p. 24).
EL NUEVO PACTO RESUELVE EL PROBLEMA DEL CORAZÓN
Compara las promesas del Nuevo Pacto de Jeremías 31:33 con Ezequiel
36:26 y 27. ¿Cómo se relacionan?
Dios escribió el primer documento del Pacto en tablas de piedra, y estas quedaron
depositadas en el Arca del Pacto como un testimonio importante del Pacto
de Dios con su pueblo (Éxo. 31:18; Deut. 10:1-4). Sin embargo, los documentos
escritos en piedra podían romperse; y los rollos, como le pasó a Jeremías, podían
cortarse y quemarse (Jer. 36:23).
Pero Dios ahora escribirá su Ley en el corazón de su pueblo. El corazón se refiere
a la mente, el órgano de la memoria y el entendimiento (Jer. 3:15; Deut. 29:4),
y especialmente al lugar donde se toman decisiones conscientes (Jer. 3:10; 29:13).
Esta promesa no solo garantizó el acceso y el conocimiento de la Ley para
todos. También, ante todo, debía producir un cambio en el corazón de la nación.
El problema de Israel era que su pecado estaba grabado “con cincel de
hierro”, “con punta de diamante [...] en la tabla de su corazón” (Jer. 17:1). Tenían
un corazón obstinado (Jer. 13:10; 23:17); por lo tanto, les era imposible hacer lo
recto (Jer. 13:23).
Jeremías no anunció un cambio de ley, porque el problema de Israel no era la
Ley sino el corazón. Dios quería que la fidelidad de Israel fuera una respuesta de
gratitud a lo que él había hecho por ellos; por ello, les dio los Diez Mandamientos
con un prólogo histórico, en el que expresaba su amor y su cuidado por ellos
(Éxo. 20:1, 2). Dios deseaba que Israel obedeciera sus leyes como reconocimiento
de que él quería lo mejor para ellos, una verdad revelada en su gran liberación
de Egipto. La obediencia de ellos debía ser una expresión de gratitud, una manifestación
de la realidad de su relación.
Lo mismo se aplica a nosotros hoy. El amor y el cuidado de Jesús al morir
por nosotros es el prólogo del Nuevo Pacto (Luc. 22:20). La verdadera obediencia
proviene del corazón como una expresión de amor (Mat. 22:34–40). Este amor
es la marca distintiva de la presencia del Espíritu Santo en la vida del creyente.
Dios derrama su amor en nosotros a través de su Espíritu (Rom. 5:5), que se
expresa en amor (Gál. 5:22).
Pregunta
Texto
■ Si el antiguo Israel debía amar a Dios, aun sin entender la muerte de Cristo, ¿por qué nosotros no deberíamos amar a Dios aún más que ellos? La realidad de ese amor, ¿cómo se manifiesta a través de la obediencia?
Jueves
En la Biblia se revela la voluntad de Dios. Las verdades de la Palabra de Dios son la expresión del Altísimo. El que convierte esas verdades en parte de su vida llega a ser en todo sentido una nueva criatura. No recibe nuevas facultades mentales; en cambio, desaparecen las tinieblas que debido a la ignorancia y el pecado entenebrecían su entendimiento. “Te daré un corazón nuevo” quiere decir: “Te daré una mente nueva”. Al cambio de corazón lo acompaña siempre una clara convicción del deber cristiano, y la comprensión de la verdad. El que con oración da atención estricta a las Escrituras tendrá conceptos claros y juicios sanos, como si al volverse hacia Dios hubiera alcanzado un plano superior de inteligencia (Mente, carácter, y personalidad, t. 2, p. 464).
[Jesus] vino a dar nuevos corazones a los hombres. Él dijo: “Os daré corazón nuevo”. Pero los que tenían justicia propia en aquellos días y los de estos días, no sentían ni sienten la necesidad de tener un corazón nuevo. Jesús pasó por alto a los escribas y fariseos porque no sentían la necesidad de un Salvador. Estaban adheridos a formas y ceremonias. Esos servicios habían sido instituidos por Cristo; habían estado llenos de vitalidad y belleza espiritual, pero los judíos habían perdido la vida espiritual de sus ceremonias y se aferraban a las formas muertas después de que la vida espiritual se había extinguido entre ellos. Cuando se apartaron de los requerimientos y mandamientos de Dios, procuraron reemplazar el lugar de lo que habían perdido multiplicando sus propios requisitos y haciendo demandas más rigurosas que las que había hecho Dios. Y mientras se hacían más rígidos, menos manifestaban el amor y el Espíritu de Dios (Mensajes selectos t. 1, p. 453).
Una de las oraciones más sinceras registradas en la Palabra de Dios, es la de David cuando pidió: “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio”. Salmo 51:10. La respuesta de Dios a esta oración es: Yo te daré un nuevo corazón. Esta es una obra que ningún hombre finito puede hacer. Los hombres y las mujeres deben comenzar por el principio, buscando a Dios más fervientemente para obtener una verdadera experiencia cristiana. Han de sentir el poder creador del Espíritu Santo. Han de recibir un nuevo corazón, que se mantenga enternecido por la gracia del cielo. El espíritu egoísta debe ser desalojado del alma. Deben trabajar con sinceridad y con humildad de corazón. Cada uno contemplando a Jesús en busca de dirección y ánimo. Entonces el edificio, debidamente ensamblado, crecerá hasta llegar a ser un templo santo en el Señor (Nuestra elevada vocación, p. 161).
¿Cómo hemos de salvarnos entonces? “Como Moisés levantó la serpiente en el desierto”, así también el Hijo del hombre ha sido levantado, y todos los que han sido engañados y mordidos por la serpiente pueden mirar y vivir. “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”.8 La luz que resplandece de la cruz revela el amor de Dios. Su amor nos atrae a él. Si no resistimos esta atracción, seremos conducidos al pie de la cruz arrepentidos por los pecados que crucificaron al Salvador. Entonces el Espíritu de Dios produce por medio de la fe una nueva vida en el alma. Los pensamientos y los deseos se sujetan en obediencia a la voluntad de Cristo. El corazón y la mente son creados de nuevo a la imagen de Aquel que obra en nosotros para someter todas las cosas a sí. Entonces la ley de Dios queda escrita en la mente y el corazón, y podemos decir con Cristo: “El hacer tu voluntad, Dios mío, hame agradado. Salmo 40:8 (El Deseado de todas las gentes, pp. 147, 148).
PARA ESTUDIAR Y MEDITAR:
“Si nuestro corazón es regenerado a la semejanza de Dios, si el amor divino
es implantado en el alma, ¿no se manifestará la Ley de Dios en la vida? Cuando el
principio del amor es implantado en el corazón, cuando el hombre es renovado
conforme a la imagen de quien lo creó, se cumple la promesa del Nuevo Pacto:
‘Pondré mis leyes en su corazón, y también en su mente las escribiré’ (Heb. 10:16).
Y si la Ley está escrita en el corazón, ¿no modelará la vida? La obediencia –el
servicio y la lealtad del amor– es la verdadera señal del discipulado. Por eso, la
Escritura dice: ‘Este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos’. ‘El
que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y
la verdad no está en él’ (1 Juan 5:3; 2:4). En vez de eximir al hombre de obedecer,
es la fe, y solo la fe, la que lo hace participante de la gracia de Cristo, la cual nos
capacita para rendirle obediencia. [...]
“Cuanto más cerca estés de Jesús, más imperfecto te reconocerás a tus propios
ojos; porque tu visión será más clara, y tus imperfecciones se verán en
abierto y claro contraste con su naturaleza perfecta. Esto es evidencia de que
los engaños de Satanás han perdido su poder; de que la vivificante influencia
del Espíritu de Dios te está despertando.
“No puede existir amor profundo por Jesús en el corazón que no se da
cuenta de su propia pecaminosidad. El alma transformada por la gracia de
Cristo admirará su carácter divino; pero si no vemos nuestra propia deformidad
moral, eso es evidencia inequívoca de que no hemos tenido una visión de la
belleza y la excelencia de Cristo” (CC 52, 56).
PREGUNTAS PARA DIALOGAR:
1. Piensa en las declaraciones anteriores de Elena de White. El hecho de que cuanto más cerca estemos de Cristo más pecadores seremos a nuestros ojos, ¿qué nos dice en el sentido de que no debemos permitir que la autopercepción de nuestros defectos nos haga renunciar a la fe en medio de la desesperación?
2. Reflexiona en la idea de que la Ley se escribe en nuestro corazón. ¿Qué significa eso para la vida espiritual de un cristiano? El hecho de comprender y experimentar esta verdad ¿cómo podría ayudarnos a evitar el tipo de “obediencia” que en realidad es solo legalismo, y que la Biblia denomina “obras muertas” (Heb. 9:14)?
Viernes
Cada día con Dios, 16 de marzo, “Seguros gracias a nuestro sustituto”, p. 82;
Nuestra elevada Vocación, 24 de abril, “El sentimiento y la fe son diferentes”, p. 122.
"EN ESTOS POSTREROS DÍAS: EL MENSAJE DE HEBREOS"
📖 | L1 | L2 | L3 | L4 | L5 | L6 |
L7 | L8 | L9 | L10 | L11 | L12 | L13 |
Dios lo bendiga!!!
Lección 8
EL SÁBADO ENSEÑARÉ...
Parte I: RESEÑA
Texto clave: Textos clave: Hebreos 7:11-19; 8:10-12; Jeremías 31:31-34; Hebreos 8:1-6; Éxodo 24:1-8; Ezequiel 36:26, 27.
Temática de la lección:
El Antiguo Pacto se dio sobre la base del sacerdocio levítico. Como parte de este pacto, solo los levitas actuaban como mediadores entre Dios y los israelitas. No obstante, el libro de Hebreos habla de que Jesús ha sido nombrado Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec. Además, Pablo recuerda el hecho de que Jesús no era de la tribu de Leví (Heb. 7:14); era de la tribu de Judá. Por lo tanto, de acuerdo con las leyes del sacerdocio levítico, no era idóneo para servir como sacerdote. Sin embargo, Dios mismo lo nombró Sumo Sacerdote: “Tú eres sacerdote para siempre” (Heb. 7:21).
Podríamos preguntarnos legítimamente cómo alguien de la tribu de Judá podría convertirse en sacerdote, dadas las restricciones levíticas. Se suponía que solo los levitas debían servir en el Templo. Lógicamente, primero debería producirse un cambio. Pablo señala que ese cambio en el sacerdocio necesitaría un cambio correspondiente en las leyes del sacerdocio (Heb. 7:12). El cambio en las leyes del sacerdocio, a su vez, conduciría a un cambio de pacto. El primer Pacto fue con los levitas; y el segundo, con Cristo. ¿Por qué un cambio radical? La lección aclara que el Antiguo Pacto no podía purificar la conciencia de pecado (Heb. 10:4; 9:14); esta purificación es la justicia de Cristo, que recibimos. Esos sacrificios de animales señalaban a Cristo, ¡el verdadero “Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”! (Juan 1:29). Con este Nuevo Pacto también llega no solo un árbitro, un negociador o un testigo, sino también un garante que asegura que las promesas del Pacto se cumplirán. Además, en este Nuevo Pacto, las leyes divinas se internalizarán en la gente cuando Dios las escriba “sobre su corazón” (Heb. 8:10).
Parte II: COMENTARIO
La superioridad de Melquisedec
Varias veces en Hebreos (Heb. 5:6, 10; 6:20) se presenta a Cristo como sacerdote según el orden de Melquisedec. En Hebreos 7, Pablo dedica un tiempo a este Melquisedec sacerdotal con el propósito de rastrear la naturaleza del sacerdocio de Cristo. Al mismo tiempo, establece que el sacerdocio de Cristo es superior al sacerdocio levítico.
Solo hay dos referencias en el Antiguo Testamento a Melquisedec: Génesis 14:18 y Salmo 110:4. Hebreos resume el relato del Génesis y establece que Melquisedec es un sacerdote (Heb. 7:1), que es similar a Cristo (Heb. 7:3) y que es superior a Abraham (Heb. 7:4). La narración del Génesis describe la primera guerra que se registra en la Biblia, y destaca a Abraham mientras persigue a los cuatro reyes invasores que se llevaron cautivo a su sobrino Lot. Después de liberar a los cautivos, Abraham regresa a casa. En el camino, Melquisedec, el rey-sacerdote de Salem (Jerusalén), sale al encuentro de Abraham con pan y vino, un detalle que falta en el relato de Hebreos. El primero bendice al segundo, y el segundo devuelve el diezmo al primero (Heb. 7:1, 2). Entonces, ¿qué hace que Melquisedec sea superior al sacerdocio levítico? Tres cosas, como veremos a continuación.
En primer lugar, Melquisedec es “sin padre, sin madre, sin genealogía; que ni tiene principio de días, ni fin de vida” (Heb. 7:3). En el mundo grecorromano, estar sin padre significaba ser hijo ilegítimo; no tener madre significaba que el niño provenía de una mujer de bajo estatus social. Sin embargo, en el mundo judío, no tener genealogía significaba que la persona no cumplía con los requisitos para el sacerdocio levítico. Melquisedec ¿fue un personaje divino, como han inferido algunos? No; aparece de repente en la escena, en Génesis 14, y desaparece con la misma rapidez de nuevo, pero sin ninguna mención de sus antecedentes familiares. Debido a que el registro de Génesis no habla de su padre, ni de su madre ni de su genealogía, Pablo emplea a Melquisedec como un ejemplo perfecto de la naturaleza eterna de Cristo. La siguiente afirmación apoya este hecho: “Ni tiene principio de días, ni fin de vida, sino hecho semejante al Hijo de Dios, permanece sacerdote para siempre” (Heb. 7:3).
Además, en Hebreos 7:8 se vuelve a comparar a los levitas con Melquisedec. “Y aquí” los levitas mortales reciben los diezmos de sus congéneres israelitas; “pero allí”, es decir, en el caso de Melquisedec, recibe los diezmos “uno de quien se da testimonio de que vive” (Heb. 7:8). Aquí, la mortalidad de los levitas se contrasta con la ausencia de una muerte registrada de Melquisedec, en Génesis 14.
Melquisedec ¿nunca murió? Sí, pero debido a que su muerte no se registra en las Escrituras, Pablo ve en él un ejemplo perfecto para la eternidad de Cristo. Esa ausencia era un principio que utilizaban los escritores antiguos. El silencio de la Escritura sobre determinado aspecto se toma como evidencia de que algo no existía. Melquisedec entra en la narración sin ascendencia, y sale sin un relato de su muerte, lo que apunta tipológicamente a aquel que es eterno. Debido a que Melquisedec apunta a la eternidad y los levitas eran finitos, Melquisedec es superior a ellos.
En segundo lugar, Melquisedec es superior a los levitas porque bendijo a Abraham, el patriarca, a quien se describe como el que recibió la promesa (Heb. 6:13; 7:6). Por lo tanto, “sin discusión alguna, el menor [Abraham] es bendecido por el mayor [Melquisedec]” (Heb. 7:7). Melquisedec no solo es superior a los levitas debido a su sacerdocio continuo, sino también es superior porque bendijo a Abraham.
En tercer lugar, Melquisedec es superior a los levitas porque es a quien “Abraham el patriarca dio diezmos del botín” (Heb. 7:4). El bisnieto Leví y sus descendientes, en esencia, devolvieron los diezmos a través de Abraham a este sacerdote de Dios no levítico, Melquisedec (Heb. 7:9, 10). La falta de genealogía levítica no impide que Melquisedec reciba los diezmos de Abraham. De la misma manera, la falta de genealogía levítica no puede evitar que Jesús sirva como sacerdote. La Ley ordenaba que los levitas recibieran los diezmos de sus congéneres israelitas y, a su vez, que devolvieran los diezmos de los diezmos recibidos (Núm. 18:21-26). Esta tradición es algo que relata Pablo (Heb. 7:5). La lógica de su argumento es obvia: Melquisedec es mayor que Abraham; en consecuencia, debe ser más grande que Leví. Por extensión, el sacerdocio de Melquisedec es mayor que el sacerdocio levítico. Si eso es cierto, el sacerdocio de Cristo es superior al de cualquier sacerdote humano en el Tabernáculo, o Templo, terrenal. Por lo tanto, se le llama sacerdote “para siempre, según el orden de Melquisedec” (Heb. 7:17).
En síntesis, Melquisedec es superior a los levitas debido a su sacerdocio continuo. Este bendijo a Abraham, el antepasado de los levitas, y los levitas devolvieron los diezmos a Melquisedec a través de Abraham.
La superioridad del sacerdocio de Cristo
Según lo que acabamos de ver, el sacerdocio de Cristo es superior al sacerdocio levítico por varias razones.
En primer lugar, Cristo llegó a ser sacerdote “según el poder de una vida indestructible” y por designación de Dios, como lo testifica el Salmo 110:4; no fue a través de la descendencia física en función de los requisitos legales aarónicos (Heb. 7:16, 17; ver Éxo. 29); el sacerdocio de Cristo está íntimamente relacionado con quién es él. Sí, Cristo murió, pero resucitó (Heb. 13:20). Él fue “hecho más sublime que los cielos” (Heb. 7:26) y ahora está sentado “a la diestra del trono de la Majestad en los cielos” (Heb. 8:1), donde “puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios” (Heb. 7:25).
Además, a los sacerdotes levitas se los nombraba sobre una base hereditaria. Ninguno disfrutó del sacerdocio a perpetuidad, “debido a que por la muerte no podían continuar” (Heb. 7:23). Al contrario, Cristo, “por cuanto permanece para siempre, tiene un sacerdocio inmutable” (Heb. 7:24) y “viv[e] siempre para interceder por ellos” (Heb. 7:25). Hebreos describe a Cristo como Alguien que “permanece para siempre”, puede “salvar perpetuamente” y “viv[e] siempre” (Heb. 7:24, 25). En pocas palabras, Cristo es superior al sacerdocio levítico porque tiene inmortalidad, en comparación con la fugacidad de los levitas.
En segundo lugar, Dios confirmó a Cristo como Sacerdote mediante un juramento: “Juró el Señor, y no se arrepentirá: Tú eres sacerdote para siempre” (Heb. 7:21). Los juramentos son promesas solemnes, que a menudo invocan a un testigo divino. Debido a que Dios no pudo jurar por un poder divino mayor cuando le prometió descendencia a Abraham, “juró por sí mismo, diciendo: De cierto te bendeciré con abundancia y te multiplicaré” (Heb. 6:13, 14). A la generación del Éxodo, Dios le juró: “No entrarán en mi reposo” (Heb. 3:11). Cuando Dios hace un juramento, lo ejecutará fielmente. Por eso Jesús “es hecho fiador de un mejor pacto” (Heb. 7:22). Los levitas, por otro lado, fueron investidos para el sacerdocio por mandato divino (Éxo. 28:1), no por juramento. Por ende, Cristo es superior a ellos.
Finalmente, Cristo es superior al sacerdocio levítico porque es moralmente perfecto. Los sacerdotes del linaje de Aarón sacrificaban diariamente; aunque, en definitiva, de manera infructuosa (Heb. 10:1-4). Primeramente ofrecían sacrificio por sus propios pecados antes de ofrecer sacrificio por los demás. Al contrario, Cristo se ofreció a sí mismo como sacrificio sin pecado una vez para siempre (Heb. 7:27). Un sacerdote de tal condición es apropiado para nosotros, porque es “santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos” (Heb. 7:26). Si bien estos términos son prácticamente sinónimos, tienen matices ligeramente diferentes. Cristo estaba moralmente separado, era inocente y no estaba manchado por el pecado. Esos atributos hacen que Cristo sea superior a la línea de sacerdotes aarónicos (ver Hech. 2:27; Heb. 4:15).
En síntesis, Cristo es mejor que los levitas porque es inmortal, fue confirmado por un juramento divino y es moralmente perfecto.
Parte III: APLICACIÓN A LA VIDA
Piensa en la comparación entre Cristo y Melquisedec en Hebreos 7. Se considera
que Melquisedec fue rey de Salem y sacerdote del Dios Altísimo (Heb. 7:1).
Preguntas para reflexionar:
1. ¿Por qué crees que Melquisedec tiene una función doble? Compara su
dualidad de roles con la de Cristo, quien primeramente es Sacerdote
según el orden de Melquisedec, pero en segundo lugar es miembro de
la tribu real de Judá.
2. ¿Con qué se asocia principalmente la tribu de Judá (ver Gén. 49:10)?
¿Cómo cumple Cristo ambos roles?
3. ¿Cómo verías el pecado, si cada vez que transgredieras te costara un
cordero o un toro, dependiendo de tu estatus social (tal vez una bicicleta
o un automóvil en términos actuales)?
"EN ESTOS POSTREROS DÍAS: EL MENSAJE DE HEBREOS"
📖 | L1 | L2 | L3 | L4 | L5 | L6 |
L7 | L8 | L9 | L10 | L11 | L12 | L13 |
Dios los bendiga!!
COMENTARIOS