Lección 3: Jesús, el Hijo prometido | El mensaje de Hebreos | Escuela Sabática 1T 2022
Lección 3: Para el 15 de enero de 2022
JESÚS, EL HIJO PROMETIDO
LEE PARA EL ESTUDIO DE ESTA SEMANA: Isaías 2:2, 3; Hebreos 1:1–4; Éxodo 24:16, 17; Isaías 44:24; Hebreos 1:10; Lucas 1:31, 32; Hebreos 1:5.
PARA MEMORIZAR:
“En estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo; el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas” (Heb. 1:2, 3).
Inmediatamente después de que Adán y Eva pecaron, Dios les prometió una “descendencia”, un Hijo que los libraría del enemigo, recuperaría la herencia que se había perdido y cumpliría el propósito para el que habían sido creados (Gén. 3:15). Este Hijo los representaría y los redimiría tomando su lugar y, finalmente, destruyendo a la serpiente.
“Cuando Adán y Eva oyeron por primera vez la promesa, esperaban que se cumpliese rápidamente. Con gozo dieron la bienvenida a su primogénito, esperando que fuese el Libertador. Pero el cumplimiento de la promesa tardó” (DTG 23). La promesa le fue confirmada más tarde a Abraham. Dios le juró que tendría una “simiente”, un Hijo a través del cual todas las naciones de la Tierra serían bendecidas (Gén. 22:16-18; Gál. 3:16). Y Dios hizo lo mismo con David. Le prometió a David que su hijo sería adoptado por Dios como Hijo propio y que se establecería como un gobernante justo sobre todos los reyes de la Tierra (2 Sam. 7:12-14; Sal. 89:27-29). Sin embargo, lo que ni Adán, ni Eva, ni Abraham ni David probablemente nunca se imaginaron era que su Hijo redentor sería Dios mismo.
Sábado
Los ángeles de Dios fueron comisionados para que visitaran a la pareja caída y le informaran que aunque no podían conservar su santa condición ni su hogar edénico por causa de la transgresión de la ley de Dios, su caso no era totalmente desesperado. Se les informó que el Hijo de Dios, que había conversado con ellos en el Edén, se había sentido impulsado por la piedad, en vista de su condición desesperada, y que se había ofrecido voluntariamente para soportar el castigo que les correspondía, y morir para que los seres humanos pudieran vivir por fe en la expiación que Cristo proponía hacer por ellos. Por medio de Jesús se había abierto una puerta de esperanza para que el hombre, a pesar de su gran pecado, no quedara bajo el dominio completo de Satanás. La fe en los méritos de Hijo de Dios elevaría de tal manera a este que podría resistir las artimañas de Satanás. Se le concedería un tiempo de prueba durante el cual, por medio de una vida de arrepentimiento y fe en la expiación del Hijo de Dios, podría ser redimido de su trangresión a la ley del Padre (La historia de la redención, p. 48).
Cristo había abierto en su ministerio la mente de sus discípulos a estas profecías; pues “comenzando desde Moisés, y de todos los profetas, declarábales en todas las Escrituras lo que de él decían”. Lucas 24:27. Pedro, al predicar a Cristo, había sacado del Antiguo Testamento sus evidencias. Esteban había seguido el mismo plan. Y también Pablo en su ministerio apelaba a las Escrituras que predecían el nacimiento, los sufrimientos, la muerte, resurrección y ascensión de Cristo. Por el inspirado testimonio de Moisés y los profetas, probaba claramente la identidad de Jesús de Nazaret como el Mesías, y mostraba que desde los días de Adán era la voz de Cristo la que había hablado por los patriarcas y profetas.
Se habían dado profecías sencillas y específicas concernientes a la aparición del Prometido. A Adán se le dio la seguridad de la venida del Redentor. La sentencia pronunciada contra Satanás: “Enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; esta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar” (Génesis 3:15), era para nuestros primeros padres la promesa de la redención que iba a obrarse por Cristo (Los hechos de los apóstoles, p. 180).
Había sido difícil aun para los ángeles comprender el misterio de la redención, entender que el Soberano del cielo, el Hijo de Dios, debía morir por el hombre culpable. Cuando a Abraham se le mandó ofrecer a su hijo en sacrificio, se despertó el interés de todos los seres celestiales. Con intenso fervor, observaron cada paso dado en cumplimiento de ese mandato. Cuando a la pregunta de Isaac: “¿Dónde está el cordero para el holocausto?” Abraham contestó: “Dios se proveerá de cordero;” y cuando fue detenida la mano del padre en el momento mismo en que estaba por sacrificar a su hijo y el carnero que Dios había provisto fue ofrecido en lugar de Isaac, entonces se derramó luz sobre el misterio de la redención, y aun los ángeles comprendieron más claramente las medidas admirables que había tomado Dios para salvar al hombre. Véase 1 Pedro 1:12 (La historia de los patriarcas y profetas, p. 151).
EN ESTOS POSTREROS DÍAS
El primer párrafo de Hebreos revela que Pablo creía que estaba viviendo en los “postreros días”. La Escritura emplea dos expresiones sobre el futuro que tienen diferentes significados. Los profetas utilizaron la expresión “postreros días” (o “al final de los días” [RVR1995]) para hablar sobre el futuro en general (p. ej., Deut. 4:30, 31; Jer. 23:20). El profeta Daniel usó una segunda expresión, “el tiempo del fin”, para hablar más específicamente sobre los últimos días de la historia de la Tierra (Dan. 8:17; 12:4).
Lee Números 24:14 al 19 e Isaías 2:2 y 3. ¿Qué prometió Dios que haría por su pueblo en los “postreros días”?
Varios profetas del Antiguo Testamento anunciaron que en los “postreros días” Dios levantaría a un rey que destruiría a los enemigos de su pueblo (p. ej., Núm. 24:14-19) y que atraería a las naciones a Israel (p. ej., Isa. 2:2, 3). Pablo dice que estas promesas se cumplieron en Jesús. Él derrotó a Satanás y atrajo a todas las naciones a sí mismo (Col. 2:15; Juan 12:32). En este sentido, entonces, ha comenzado “el tiempo del fin” porque Jesús ha cumplido las promesas de Dios.
Nuestros padres espirituales murieron en la fe. Vieron y saludaron las promesas desde “lejos”, pero no las recibieron. Nosotros, por otro lado, hemos visto su cumplimiento en Jesús.
Pensemos por un momento en las promesas de Dios y en Jesús. El Padre prometió que resucitaría a sus hijos (1 Tes. 4:15, 16). Lo maravilloso es que él inició anticipadamente la resurrección final de sus hijos con la resurrección de Jesús (1 Cor. 15:20; Mat. 27:51–53). El Padre también prometió una nueva Creación (Isa. 65:17). Ha comenzado a cumplir esa promesa al crear una nueva vida espiritual en nosotros (2 Cor. 5:17; Gál. 6:15). Prometió que establecería su Reino final (Dan. 2:44). Él inauguró ese reino al librarnos del poder de Satanás e invistiendo a Jesús como nuestro Gobernante (Mat. 12:28–30; Luc. 10:18–20). Sin embargo, esto es solo el comienzo. Lo que el Padre comenzó a hacer en la primera venida de Jesús lo completará en su segunda venida.
■ Observa todas las promesas que Dios cumplió en el pasado. ¿Cuánto debería ayudarnos esto a confiar en las promesas que aún no se han cumplido?
Domingo
Compañeros de peregrinación, estamos todavía entre las sombras y la agitación de las actividades terrenales; pero pronto aparecerá nuestro Salvador para traer liberación y descanso. Contemplemos por la fe el bienaventurado más allá, tal como lo describió la mano de Dios. El que murió por los pecados del mundo está abriendo de par en par las puertas del Paraíso a todos los que creen en él. Pronto habrá terminado la batalla y se habrá ganado la victoria. Pronto veremos a Aquel en quien se cifran nuestras esperanzas de vida eterna. En su presencia las pruebas y los sufrimientos de esta vida resultarán insignificantes. De lo que existió antes “no habrá memoria, ni más vendrá al pensamiento”. “No perdáis pues vuestra confianza, que tiene grande remuneración de galardón: porque la paciencia os es necesaria; para que, habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengáis la promesa. Porque aun un poquito, y el que ha de venir vendrá, y no tardará”. “Israel es salvo… con salud eterna; no os avergonzaréis, ni os afrentaréis, por todos los siglos”. Isaías 65:17; Hebreos 10:35-37; Isaías 45:17 (La historia de los profetas y reyes, pp. 540, 541).
Cuando el pecador, atraído por el poder de Cristo, se acerca a la cruz levantada y se postra delante de ella, se realiza una nueva creación. Se le da un nuevo corazón; llega a ser una nueva criatura en Cristo Jesús. La santidad encuentra que no hay nada más que requerir. Dios mismo es “el que justifica al que es de la fe de Jesús”. Y “a los que justificó, a estos también glorificó”.25 Si bien es cierto que son grandes la vergüenza y la degradación producidas por el pecado, aún mayores serán el honor y la exaltación mediante el amor redentor. A los seres humanos que se esfuerzan por estar en conformidad con la imagen divina, se les imparte algo del tesoro celestial, una excelencia de poder que los colocará aun por encima de los ángeles que nunca han caído (Palabras de vida del gran Maestro, p. 127).
En sus promesas y amonestaciones, Jesús se dirige a mí. Dios amó de tal manera al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que, creyendo en él, yo no perezca, sino tenga vida eterna. Lo experimentado según se relata en la Palabra de Dios ha de ser lo que yo experimente. La oración y la promesa, el precepto y la amonestación, son para mí… A medida que la fe recibe y se asimila así los principios de la verdad, vienen a ser parte del ser y la fuerza motriz de la vida. La Palabra de Dios, recibida en el alma, amolda los pensamientos y entra en el desarrollo del carácter.
Mirando constantemente a Jesús con el ojo de la fe, seremos fortalecidos. Dios hará las revelaciones más preciosas a sus hijos hambrientos y sedientos. Hallarán que Cristo es un Salvador personal. A medida que se alimenten de su Palabra, hallarán que es espíritu y vida. La Palabra destruye la naturaleza terrenal y natural e imparte nueva vida en Cristo Jesús. El Espíritu Santo viene al alma como Consolador. Por el factor transformador de su gracia, la imagen de Dios se reproduce en el discípulo; viene a ser una nueva criatura (El Deseado de todas las gentes, p. 355).
DIOS NOS HA HABLADO POR EL HIJO
Lee Hebreos 1:1 al 4. ¿Cuál es la idea central de estos versículos?
Hebreos 1:1 al 4 es una sola –y extensa– oración en el griego original, y se ha argumentado que es la más hermosa de todo el Nuevo Testamento desde el punto de vista retórico y artístico. Su principal afirmación es que Dios nos ha hablado en su Hijo, Jesús.
Para muchos judíos del siglo I d.C., la palabra de Dios no se había escuchado durante mucho tiempo. La última revelación que se expresó en la palabra escrita de Dios había llegado a través del profeta Malaquías y los ministerios de Esdras y Nehemías cuatro siglos antes. Pero ahora, a través de Jesús, Dios les estaba hablando de nuevo.
No obstante, la revelación de Dios a través de Jesús era superior a la revelación que Dios había hecho a través de los profetas porque Jesús es un medio mayor de revelación. Él es Dios mismo, quien creó el cielo y la Tierra y gobierna el Universo. Para Pablo, la divinidad de Cristo nunca estuvo en duda. Se da por sentada.
Además, para Pablo, el Antiguo Testamento era la Palabra de Dios. El mismo Dios que habló en el pasado sigue hablando en el presente. El Antiguo Testamento comunicaba un verdadero conocimiento de la voluntad de Dios. Sin embargo, recién fue posible comprender su significado más pleno cuando el Hijo llegó a la Tierra. En la mente del autor, la revelación del Padre en el Hijo proporcionó la clave para comprender la verdadera magnitud del Antiguo Testamento, al igual que la imagen en la caja de un rompecabezas proporciona la clave para encontrar el lugar correcto para cada una de sus piezas. Jesús sacó a la luz gran parte del Antiguo Testamento. Mientras tanto, Jesús vino a ser nuestro Representante y nuestro Salvador. Él ocuparía nuestro lugar en la lucha y derrotaría a la serpiente. Asimismo, en Hebreos, Jesús es el “líder” y el “precursor” de los creyentes (Heb. 2:10 [NTV]; 6:20). Él lucha por nosotros y nos representa. Esto también significa que lo que Dios hizo por Jesús, nuestro Representante, el Padre también lo quiere hacer por nosotros. El que exaltó a Jesús a su diestra también quiere que nos sentemos con Jesús en su Trono (Apoc. 3:21). El mensaje de Dios para nosotros en Jesús incluye no solo lo que Jesús dijo, sino también lo que el Padre hizo a través de él y para él, todo para nuestro beneficio temporal y eterno.
■ Piensa en lo que significa que Jesús, Dios con nosotros, haya venido a esta Tierra. ¿Por qué esta verdad debería darnos tanta esperanza?
Lunes
Las Escrituras indican con claridad la relación entre Dios y Cristo, y manifiestan con no menos claridad la personalidad y la individualidad de cada uno de ellos…
La personalidad del Padre y del Hijo, como también la unidad que existe entre ambos, aparecen en el capítulo décimo-séptimo de Juan en la oración de Cristo por sus discípulos:
“Mas no ruego solamente por estos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos. Para que todos sean una cosa; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean en nosotros una cosa: para que el mundo crea que tú me enviaste”. Juan 17:20, 21.
La unidad que existe entre Cristo y sus discípulos no destruye la personalidad de uno ni de otros. Son uno en propósito, en espíritu, en carácter, pero no en persona. Así es como Dios y Cristo son uno (El ministerio de curación, p. 329).
Satanás está determinado a que los hombres no vean el amor de Dios que lo indujo a dar a su Unigénito para salvar a la raza perdida, pues es la bondad de Dios la que guía a los hombres al arrepentimiento. ¿Cómo tendremos éxito en presentar delante del mundo el profundo y precioso amor de Dios? En ninguna otra forma podremos abarcarlo, a menos que exclamemos: “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, que seamos llamados hijos de Dios”. 1 Juan 3:1. Digamos a los pecadores: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”. Juan 1:29. Presentando a Jesús como el representante del Padre, podremos despejar la sombra que Satanás ha proyectado sobre nuestro sendero a fin de que no veamos la misericordia y el inexpresable amor de Dios como se manifiestan en Jesucristo. Mirad a la luz del Calvario. Es una promesa permanente del ilimitado amor, de la infinita misericordia del Padre celestial (Mensajes selectos, t. 1, p. 183).
En el reino de Dios no se obtiene un puesto por medio del favoritismo. No se gana, ni es otorgado por medio de una gracia arbitraria. Es el resultado del carácter. La cruz y el trono son los símbolos de una condición alcanzada, los símbolos de la conquista propia por medio de la gracia de nuestro Señor Jesucristo.
Mucho después, cuando Juan había llegado a armonizar con Cristo por haberle seguido en sus sufrimientos, el Señor Jesús le reveló cuál es la condición que nos acerca a su reino. “Al que venciere —dijo Cristo—, yo le daré que se siente conmigo en mi trono; así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono”. Apocalipsis 3:21. Aquel que ocupe el lugar más cerca de Cristo, será el que haya bebido más profundamente de su espíritu de amor abnegado… amor que induce al discípulo, así como indujo a nuestro Señor, a darlo todo, a vivir y trabajar y sacrificarse aun hasta la muerte para la salvación de la humanidad (Los hechos de los apóstoles, p. 433).
ES EL RESPLANDOR DE LA GLORIA DE DIOS
Lee Hebreos 1:2 al 4. ¿Cuáles son algunas de las cosas que nos enseña
este pasaje sobre Jesús?
En esta parte, nos centraremos en la porción que dice: “siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia” (Heb. 1:3).
Lee Éxodo 24:16 y 17; y Salmo 4:6; 36:9; y 89:15. ¿Cómo nos ayudan estos textos a comprender cuál es la gloria de Dios?
En el Antiguo Testamento, la gloria de Dios se refiere a su presencia visible entre su pueblo (Éxo. 16:7; 24:16, 17; Lev. 9:23; Núm. 14:10). Esta presencia a menudo se asocia con la luz o el resplandor.
Las Escrituras nos informan que Jesús es la Luz que vino a este mundo para revelar la gloria de Dios (Heb. 1:3; Juan 1:6–9, 14–18; 2 Cor. 4:6). Piensa, por ejemplo, en cómo se manifestó Jesús en la Transfiguración: “Y se transfiguró delante de ellos, y resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz” (Mat. 17:2).
Así como el Sol no se puede percibir salvo por el resplandor de su luz, a Dios lo conocemos a través de Jesús. Desde nuestra perspectiva, es como si los dos fueran uno solo.
Hebreos también dice que Jesús es la “expresión exacta” de la naturaleza del Padre (Heb. 1:3, LBLA). Hay una correspondencia perfecta entre el Padre y el Hijo. Ten en cuenta que los seres humanos llevan la imagen de Dios pero no su naturaleza (Gén. 1:26). No obstante, el Hijo comparte la misma naturaleza con el Padre. No es de extrañar que Jesús dijera: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Juan 14:9).
■ ¿Por qué es tan bueno que Jesús nos revele el carácter y la gloria del Padre? ¿Qué nos dice Jesús sobre cómo es el Padre?
Martes
El Señor Jesucristo, el divino Hijo de Dios, existió desde la eternidad como una persona distinta, y sin embargo era uno con el Padre. Era la excelsa gloria del cielo. Era el Comandante de las inteligencias celestiales, y el homenaje de adoración de los ángeles era recibido por él con todo derecho. Esto no era robar a Dios. Declara: “Jehová me poseía en el principio, ya de antiguo, antes de sus obras. Eternamente tuve el principado, desde el principio, antes de la tierra. Antes de los abismos fui engendrada; antes que fuesen las fuentes de las muchas aguas. Antes que los montes fuesen formados, antes de los collados, ya había sido yo engendrada; no había aún hecho la tierra, ni los campos, ni el principio del polvo del mundo. Cuando formaba los cielos, allí estaba yo; cuando trazaba el círculo sobre la faz del abismo”. Proverbios 8:22-27
Hay luz y gloria en la verdad de que Cristo fue uno con el Padre antes de que se estableciera el fundamento del mundo. Esta es la luz que brilla en un lugar oscuro haciéndolo resplandecer con gloria divina y original. Esta verdad, infinitamente misteriosa en sí misma, explica otras verdades misteriosas que de otra manera serían inexplicables, al paso que está encerrada como algo sagrado en luz, inaccesible e incomprensible (Mensajes selectos, t. 1, p. 291).
El Salvador comparó las bendiciones del amor redentor con una preciosa perla. Ilustró su lección con la parábola del comerciante que busca buenas perlas, “que hallando una preciosa perla, fue y vendió todo lo que tenía, y la compró”. Cristo mismo es la perla de gran precio. En él se reúne toda la gloria del Padre, la plenitud de la Divinidad. Es el resplandor de la gloria del Padre, y la misma imagen de su persona. La gloria de los atributos de Dios se expresa en su carácter. Cada página de las Santas Escrituras brilla con su luz. La justicia de Cristo, cual pura y blanca perla, no tiene defecto ni mancha. Ninguna obra humana puede mejorar el grande y precioso don de Dios. Es perfecto. En Cristo “están escondidos todos los tesoros de sabiduría y conocimiento” ”(Colosenses 2:3. Él “nos ha sido hecho por Dios sabiduría, y justificación, y santificación, y redención (1 Corintios, 1:30)Todo lo que puede satisfacer las necesidades y los anhelos del alma humana, para este mundo y para el mundo venidero, se halla en Cristo. Nuestro Redentor es una perla tan preciosa que en comparación con ella todas las demás cosas pueden reputarse como pérdida (Palabras de vida del gran Maestro, p. 87).
POR QUIEN HIZO EL UNIVERSO
Hebreos afirma que Dios creó el mundo “por medio de” o “por” Jesús y que Jesús sostiene al mundo con su palabra poderosa.
Lee Isaías 44:24; 45:18; y Nehemías 9:6. Dado que en el Antiguo Testamento el Señor aseveró que él creó el mundo “solo” y que él es el “único Dios” (TLA), ¿cómo podemos conciliar esta afirmación con las declaraciones del Nuevo Testamento de que Dios creó el Universo “por medio de” Jesús (Heb. 1:2, 3, NVI)?
Algunos piensan que Jesús fue un instrumento a través del cual Dios creó. Pero Jesús es el Señor que creó el mundo; no fue un mero ayudante. Hebreos 1:10 dice que Jesús es el Señor que creó la Tierra y los cielos, y Pablo también le aplica a él lo que dice el Salmo 102:25 al 27 acerca del Señor (Yahvé) como Creador. En segundo lugar, Hebreos 2:10 (RVA-2105) dice que el Universo fue creado “por causa de” o “por medio” del Padre (exactamente las mismas expresiones que se aplican a Jesús en Heb. 1:2.) El Padre creó y Jesús creó (Heb. 1:2, 10; 2:10). Existe una concordancia perfecta entre Padre e Hijo en propósito y actividad. Esto es parte del misterio de la Trinidad. Jesús creó y el Padre creó, pero según la Biblia hay un solo Creador, Dios; lo que implica que Jesús es plenamente divino.
Entretanto, Hebreos 4:13 muestra que Jesús también es Juez. Su autoridad para gobernar y juzgar deriva del hecho de que Dios creó todas las cosas y sostiene el Universo (Isa. 44:24-28).
Hebreos 1:3 y Colosenses 1:17 afirman que Jesús también sostiene el Universo. Este acto sustentador probablemente incluye la idea de orientación o dirección. La palabra griega pheron (sostener, conducir) se usa para describir el viento que impulsa una barca (Hech. 27:15, 17) o a Dios guiando a los profetas (2 Ped. 1:21). Por ende, en un sentido real, Jesús no solo nos creó, sino también nos sostiene. Cada respiración, cada latido, cada momento de nuestra existencia se encuentra en él, Jesús, el Fundamento de toda la existencia creada.
■ Busca Hechos 17:28. ¿Qué nos dice acerca de Jesús y su poder? Luego, piensa en las implicaciones de este mismo Jesús muriendo en la Cruz por nuestros pecados. ¿Qué nos enseña esta verdad sobre el carácter abnegado de nuestro Señor?
Miércoles
[A]l paso que la Palabra de Dios habla de la humanidad de Cristo cuando estuvo en esta tierra, también habla decididamente de su preexistencia. El Verbo existía como un ser divino, como el eterno Hijo de Dios, en unión y unidad con su Padre. Desde la eternidad era el Mediador del pacto, Aquel en quien todas las naciones de la tierra, tanto judíos como gentiles, habían de ser benditas si lo aceptaban. “El Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios”. Juan 1:1. Antes de que fueran creados los hombres o los ángeles, el Verbo era con Dios y el Verbo era Dios.
El mundo fue hecho por él, “y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho”. Juan 1:3. Si Cristo hizo todas las cosas, existió antes de todas las cosas. Las palabras pronunciadas acerca de esto son tan decisivas, que nadie debe quedar en la duda. Cristo era esencialmente Dios y en el sentido más elevado. Era con Dios desde toda la eternidad, Dios sobre todo, bendito para siempre (Mensajes selectos, t. 1, p. 290).
La divinidad y la humanidad se reunieron en Cristo: el Creador y la criatura. La naturaleza de Dios, cuya ley había sido transgredida, y la de Adán, el transgresor, se conjugaron en Jesús: el Hijo de Dios e Hijo del Hombre. Después de pagar el precio de la redención con su propia sangre, después de pasar por la experiencia humana, habiéndose enfrentado con la tentación y habiéndola vencido en beneficio del hombre, y después de haber sufrido la vergüenza y la culpabilidad y la carga del pecado —a pesar de que él nunca cometió pecado alguno—, llegó a ser el Abogado y el Intercesor de los seres humanos. ¡Qué seguridad es esta para el alma tentada y esforzada! ¡Qué seguridad para el universo que observa, saber que Cristo será un Sumo Sacerdote fiel y misericordioso! (Exaltad a Jesús, p. 339).
El mecanismo del cuerpo humano no puede ser comprendido por completo; presenta misterios que confunden a los más inteligentes. No es por efecto de un mecanismo que, una vez puesto en movimiento, prosigue su acción, como late el pulso y una respiración sigue a la otra. En Dios vivimos, nos movemos y somos. El corazón que palpita, el pulso que late, cada nervio y músculo del organismo vivo se mantienen en orden y actividad por el poder de un Dios siempre presente.
La Biblia nos muestra a Dios en su alto y santo puesto, no en estado de inacción, no en el silencio y la soledad, sino rodeado de millares de millares y millones de millones de seres santos, siempre a la espera de sus órdenes. Por medio de estos mensajeros permanece Dios en comunicación activa con todas las partes de su dominio. Por medio de su Espíritu está presente en todas partes. Mediante su Espíritu y sus ángeles atiende y cuida a los hijos de los hombres.
Por encima de las confusiones de la tierra Dios está en su trono; todas las cosas están abiertas a su divina mirada; y desde su grande y serena eternidad ordena lo que su providencia considera major (El ministerio de curación, pp. 324, 325).
YO TE HE ENGENDRADO HOY
Hebreos 1:5 presenta las siguientes palabras del Padre a Jesús: “Mi Hijo eres tú, yo te he engendrado hoy”. ¿Qué significa que Jesús fue “engendrado” y cuándo sucedió esto? ¿No muestra esto que Jesús de alguna manera fue creado por Dios en algún momento del pasado, como muchos creen?
Lee Hebreos 1:5; 2 Samuel 7:12 al 14; Salmo 2:7; y Lucas 1:31 y 32. ¿Qué promesa hecha a David aplicó Pablo a Jesús en Hebreos?
Jesús fue engendrado en el sentido de que fue “adoptado” por Dios como el Mesías príncipe prometido, el hijo de David. El concepto de que, al heredar el trono, el gobernante era “adoptado” por la deidad era común en el mundo grecorromano y en Oriente. Esto daba legitimidad al gobernante, y autoridad sobre su imperio.
Sin embargo, Dios le prometió a David que su Hijo sería el verdadero gobernante legítimo de todas las naciones. Él “adoptaría” al hijo de David como Hijo propio. Mediante este proceso, el Rey davídico se convertiría en el protegido de Dios y en su heredero. Dios derrotaría a sus enemigos y le daría las naciones como herencia (Sal. 89:27; 2:7, 8).
Como podemos leer en Romanos 1:3 y 4 y en Hechos 13:32 y 33, Jesús fue dado a conocer públicamente como el Hijo de Dios. El bautismo y la transfiguración de Jesús fueron momentos en los que Dios identificó y anunció a Jesús como su Hijo (Mat. 3:17; 17:5).
Sin embargo, según el Nuevo Testamento, Jesús se convirtió en el “Hijo de Dios con poder” (Rom. 1:4) cuando resucitó y se sentó a la diestra de Dios. Fue en ese momento cuando Dios cumplió su promesa hecha a David de que su hijo sería adoptado como el Hijo de Dios y su trono sobre las naciones se establecería para siempre (2 Sam. 7:12-14).
Por lo tanto, no era César (símbolo de Roma) el legítimo “hijo de dios”, príncipe de las naciones, sino Jesucristo. La palabra “engendrado” aplicada a Jesús se aplica a su entronización, refiere al comienzo del gobierno de Jesús sobre las naciones, no al comienzo de su existencia; pues Jesús siempre había existido. Nunca hubo un momento en que Jesús no existiera; él es Dios.
De hecho, Hebreos 7:3 dice que Jesús no tiene “principio de días, ni fin de vida” (ver Heb. 13:8) porque es eterno. Por lo tanto, la idea de Jesús como el “hijo unigénito” de Dios no tiene relación con la naturaleza de Cristo como deidad, sino con su papel en el plan de salvación, ya que Cristo hizo realidad todas las promesas del Pacto.
Jueves
Cuando Cristo se arrodilló en las riberas del Jordán después de su bautismo, los cielos se abrieron, y el Espíritu descendió en forma de paloma, y como oro bruñido lo circundó con su gloria; y se oyó la voz de Dios que decía desde el cielo: “Este es mi hijo amado, en el cual tengo contentamiento”. Mateo 3:17. La oración de Cristo en favor del hombre abrió los portales del cielo, y el Padre respondió, aceptando la petición elevada en beneficio de la raza caída. Jesús oró como sustituto y garantía nuestros, y ahora la raza humana tiene acceso al Padre por los méritos de su amado Hijo…
Las palabras dichas a Jesús a orillas del Jordán… Abarcan a toda la humanidad. Dios habló a Jesús como a nuestro representante. No obstante todos nuestros pecados y debilidades, no somos desechados como inútiles… La gloria que descansó sobre Jesús es una prenda del amor de Dios hacia nosotros. Nos habla del poder de la oración, de cómo la voz humana puede llegar al oído de Dios, y ser aceptadas nuestras peticiones en los atrios celestiales… La luz que cayó por los portales abiertos sobre la cabeza de nuestro Salvador, caerá sobre nosotros mientras oremos para pedir ayuda con que resistir la tentación. La voz que habló a Jesús dice a toda alma creyente: “Este es mi Hijo amado, en el cual tengo contentamiento”… Nuestro Redentor ha abierto el camino para que el más pecaminoso, el más necesitado, pueda hallar acceso al Padre (God’s Amazing Grace, p. 83; La maravillosa gracia de Dios, p. 83).
Dios adoptó la naturaleza humana en la persona de su Hijo, y la llevó al más alto cielo. Es “el Hijo del hombre” quien comparte el trono del universo. Es “el Hijo del hombre” cuyo nombre será llamado: “Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz”. Isaías 9:6. El YO SOY es el Mediador entre Dios y la humanidad, que pone su mano sobre ambos. El que es “santo, inocente, limpio, apartado de los pecadores”, no se avergüenza de llamarnos hermanos. Hebreos 7:26, 2:11. En Cristo, la familia de la tierra y la familia del cielo están ligadas. Cristo glorificado es nuestro hermano. El cielo está incorporado en la humanidad, y la humanidad, envuelta en el seno del Amor Infinito (El Deseado de todas las gentes, p. 17).
El Hijo de Dios murió por los que no buscaban su amor. Sufrió por nosotros todo aquello con que lo acosó Satanás.
El sacrificio del Salvador por nosotros es maravilloso, casi demasiado maravilloso para que lo comprenda el hombre… Cuando comprendemos que el sufrimiento de Cristo fue necesario a fin de conseguir nuestro bienestar eterno, nuestros corazones son conmovidos y subyugados. Él se dio en fianza a sí mismo para realizar nuestra salvación plena en una forma satisfactoria para las demandas de la justicia de Dios, y de acuerdo con la excelsa santidad de su ley.
Nadie menos santo que el Unigénito del Padre podría haber ofrecido un sacrificio que fuera eficaz para limpiar a todos los que acepten al Salvador como a su expiación —aun a los más pecadores y degradados— y se hagan obedientes a la ley del Cielo. Nada menos que eso podía haber restaurado al hombre al favor de Dios (Mensajes selectos, t. 1, p. 363).
PARA ESTUDIAR Y MEDITAR:
La venida de Jesús a esta Tierra como el Hijo de Dios cumplió varias funciones al mismo tiempo. En primer lugar, como el divino Hijo de Dios, Jesús vino a revelarnos al Padre. A través de sus actos y sus palabras, Jesús nos mostró cómo es realmente el Padre y por qué podemos confiar en él y serle obedientes.
Jesús también vino como el Hijo prometido de David, Abraham y Adán, a través del cual Dios había prometido que derrotaría al Enemigo y gobernaría al mundo. Por lo tanto, Jesús vino a ocupar el lugar de Adán a la cabeza de la humanidad y cumplió el propósito original que Dios tenía para ella (Gén. 1:26- 28; Sal. 8:3-8). Jesús llegó a ser el Gobernante justo que Dios siempre quiso que tuviera este mundo.
“Y las palabras dichas a Jesús a orillas del Jordán –‘Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia’– abarcan a toda la humanidad. Dios habló a Jesús como nuestro Representante. No obstante todos nuestros pecados y debilidades, no somos desechados como inútiles. Él ‘nos hizo aceptos en el Amado’ (Efe. 1:6). La gloria que descansó sobre Jesús es una prenda del amor de Dios hacia nosotros. [...] La luz que cayó desde los portales abiertos sobre la cabeza de nuestro Salvador caerá sobre nosotros mientras oramos por ayuda para resistir la tentación. La voz que habló a Jesús dice a toda alma creyente: ‘Este es mi hijo amado, en quien tengo complacencia’ ” (DTG 87, 88).
PREGUNTAS PARA DIALOGAR:
1. Hemos aprendido que una mejor comprensión de las palabras y las acciones de Jesús nos ayuda a entender mejor a Dios el Padre. ¿De qué manera práctica enriquece tu relación con el Padre el hecho de comprender mejor la naturaleza de Jesús?
2. Aprendimos que la forma en que Dios habló y trató a Jesús es la forma en que quiere hablarnos y tratarnos a nosotros. ¿Qué nos dice eso sobre cómo nosotros debemos tratar a los demás?
3. Reflexiona en la importancia de la divinidad eterna de Cristo. ¿Qué perdemos si creemos que Jesús, de alguna manera, era un ser creado, como nosotros, pero que fue a la Cruz? Compara ese pensamiento con la realidad de que Cristo era el Dios eterno y él mismo fue a la Cruz. ¿Cuál es la gran diferencia entre las dos ideas?
4. En clase, dialoguen acerca de dar gloria a Dios. Lean Apocalipsis 14:7. ¿En qué medida dar gloria a Dios forma parte de la Verdad Presente y del mensaje de los tres ángeles?
Viernes
En los lugares celestiales, 7 de febrero, “Rompiendo el poder de la muerte”, p. 46;
La fe por la cual vivo, 3 de febrero, “Un Dios personal”, p. 42.
"EN ESTOS POSTREROS DÍAS: EL MENSAJE DE HEBREOS"
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Dios lo bendiga!!!
Lección 3
EL SÁBADO ENSEÑARÉ...
Parte I: RESEÑA
Texto clave: Isaías 2:2, 3; Hebreos 4:1-4; Éxodo 24:16, 17; Isaías 44:24; Hebreos 1:10; Lucas 1:31; Hebreos 1:5.
Temática de la lección:
A lo largo de la historia de la humanidad, la gente ha anhelado la venida del Redentor. Después de la Caída, nuestros primeros padres, Adán y Eva, pensaron que Caín, su hijo primogénito, sería el Libertador prometido. A Abraham se le dio la promesa de que, a través de su hijo Isaac, todas las naciones de la Tierra serían bendecidas. A David se le prometió un hijo que, si era fiel a Dios, se establecería para siempre. Sin embargo, ninguna de estas personas pensó que Dios mismo sería el Redentor prometido.
Los profetas del Antiguo Testamento en ocasiones hicieron predicciones mesiánicas crípticas utilizando la frase “en los postreros días” (ver Núm. 24:14-17), que es diferente de otras profecías del Antiguo Testamento que usan una frase como “tiempo del fin” (ver Dan. 8:17, 19). Con la venida de Cristo, llegaron los “postreros días”. Después de un largo período, que a veces se llama período intertestamentario, Dios habló una vez más. No obstante, esta vez habló en forma más clara y cualitativa, de la manera más óptima, a través de Jesucristo. Cristo es igual a Dios porque él es “la expresión exacta de su naturaleza” (Heb. 1:3, NBLA) y, al ser divino, también es el Creador y, al mismo tiempo, el Sustentador del Universo.
Alguien podría preguntar, si Cristo es igual a Dios, ¿cómo es que Pablo, hablando en nombre del Padre, escribió de Jesús: “Mi Hijo eres tú, yo te he engendrado hoy” (Heb. 1:5)? ¿Implica eso que Jesús de alguna manera fue engendrado, y que no es eterno ni autoexistente? Explica.
Parte II: COMENTARIO
La naturaleza de Cristo
La pregunta planteada al final del párrafo anterior ha provocado una historia de diversas interpretaciones. El pasaje anterior (Heb. 1:1-3) se ocupaba de probar la superioridad de Cristo sobre los profetas. En el siguiente pasaje (Heb. 1:4-14), Pablo se encarga de probar la superioridad de Cristo sobre los ángeles. La razón para enfatizar la superioridad de Cristo podría ser un gran interés en los ángeles o incluso en la veneración de los ángeles por parte de la audiencia, similar a lo que vemos en la iglesia de Colosas (Col. 2:18).
Para fundamentar su argumento de que Cristo es superior a los ángeles, Pablo, en Hebreos 1:5, cita dos versículos del Antiguo Testamento. El Salmo 2:7 es el primero. En su contexto original, el Salmo 2 habla de reyes y gobernantes de esta Tierra que conspiran en contra de Dios. Sin embargo, Dios se ríe y los aterroriza. Finalmente, Dios entronizará a su divino Rey en el monte Sion (Sal. 2:6) diciendo: “Mi hijo eres tú; yo te engendré hoy” (Sal. 2:7). En su sermón en Antioquía de Pisidia, Pablo aplica este texto a la resurrección de Cristo (Hech. 13:33). En todo el cristianismo, este salmo se ha interpretado como cristológico. Esta interpretación ¿significa que Dios engendró a Jesús en su resurrección? (Esta es una pregunta que planteamos al final de la temática de la lección.) En absoluto. Dios simplemente está llamando a su Hijo de la tumba cuando obra a través de Gabriel, “el más poderoso ángel de la hueste del Señor”, “el que ocupa la posición de la cual cayó Satanás”, para quitar la piedra de la tumba de Cristo como si fuese un guijarro. Los soldados que custodiaban la tumba “le oyen clamar: ‘Hijo de Dios, sal fuera; tu Padre te llama’ ” (DTG 725). Por lo tanto, Dios el Padre llama a su Hijo. Asimismo, en 1 Corintios 4:15, Pablo dice a los corintios: “En Cristo Jesús yo os engendré por medio del evangelio”. Este acto ¿significa que Pablo engendró a la iglesia? Por supuesto que no. Pablo les dio vida espiritual; los engendró en un sentido espiritual (el mismo término se utiliza para Onésimo [File. 10] y para los cristianos en 1 Juan 2:29; 3:9, y otros).
La segunda referencia que Pablo usa para demostrar la superioridad de Cristo por sobre los ángeles es 2 Samuel 7:14. El contexto original habla de los planes de David para construir el Templo; pero Natán le informa al rey que su hijo Salomón construirá la Casa de Dios. El Señor también promete: “Yo le seré a él padre, y él me será a mí hijo” (2 Sam. 7:14). Este versículo, en su contexto original, no puede referirse a Cristo, por lo que sigue en este versículo: “Y si él hiciere mal, yo le castigaré con vara de hombres” (2 Sam. 7:14). Por razones obvias, este versículo debe hace referencia a un Salomón pecador, no al Cristo sin pecado, santo.
Sin embargo, tanto Salmo 2:7 como 2 Samuel 7:14 tienen algo en común. Ambos enfatizan el hecho de que el Rey de Israel y Salomón son hijos de Dios: “Mi hijo eres tú; yo te engendré hoy”, y “él me será a mí hijo”. El énfasis no está en la paternidad, sino en la adopción del rey davídico y en la realeza de su hijo, que se transfieren a Cristo mucho más adelante en Hebreos. La frase introductoria de Hebreos 1:5 pregunta: “Porque ¿a cuál de los ángeles dijo Dios jamás: Mi Hijo eres tú, yo te he engendrado hoy”? (Heb. 1:5). La respuesta obvia es: a ninguno de los ángeles. Solo Cristo se ha “hecho tanto superior a los ángeles, cuanto heredó más excelente nombre que ellos” (Heb. 1:4). Ese nombre es “Mi Hijo”, un título nunca atribuido a ningún ángel. A ninguno de ellos le dijo Dios jamás: “Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies” (Heb. 1:13).
Sin embargo, se podría objetar la noción de engendrar como adopción en este contexto, refutando con Hebreos 1:6: “cuando introduce al Primogénito en el mundo” (Heb. 1:6, NVI). El objetor podría argumentar: este versículo, ¿no habla acerca de Cristo como el primogénito? Buena pregunta. El término “primogénito” tiene el significado de primogenitura en pasajes como Génesis 25:13, 27:19 y 35:23. Pero, en el Antiguo Testamento, el “primogénito” también es Israel (Éxo. 4:22, 23), en contraste con el primogénito de Egipto. Salmo 89:27 llama “primogénito” de Dios a David, aunque era el menor de ocho hermanos, de ninguna manera el primogénito. En el Nuevo Testamento, Jesús es el “primogénito” de María (Luc. 2:7), el “primogénito” entre muchos hermanos (Rom. 8:29), el “primogénito” de toda la Creación (Col. 1:15) y el “primogénito” de entre los muertos (Col. 1:18; Apoc. 1:5). Estos textos muestran que el título de “primogénito” se refiere a la preeminencia de Cristo en la iglesia, en la Creación, en el Cosmos y en los resucitados. La relación de Hebreos 1:5 con el versículo 6 indica que el Cristo es este rey davídico real a quien Dios introdujo en el mundo con el llamado: “Adórenle todos los ángeles de Dios” (Heb. 1:6). No obstante, el resto del capítulo 1 retoma estas evidencias de las Escrituras y hace cuatro afirmaciones: (1) Dios llama “Hijo” a una sola Persona (Heb. 1:5), y es Cristo. (2) Los ángeles adoran a este Hijo (Heb. 1:6). (3) El Hijo es el Monarca inmutable, justo y ungido, que creó los cielos y la Tierra (Heb. 1:8-10). (4) El Hijo reina a la diestra de Dios, mientras que los ángeles, por contraste, son espíritus ministradores en beneficio de quienes serán salvos (Heb. 1:11-14).
En resumen, podemos decir que Dios no engendró a Cristo, pero mediante su encarnación como Hijo de Dios la raza humana ha sido adoptada y “acept[ada] en el Amado” (Efe. 1:6). Por lo tanto, Cristo recibe el título de “primogénito”. Como tal, su estatus está muy por encima de los ángeles y merece, incluso, su adoración. Elena de White, al asesorar a la iglesia sobre la mejor manera de alcanzar a otros cristianos, declara lo siguiente acerca de la naturaleza preexistente de Cristo: “No hagáis resaltar aquellos aspectos del mensaje que son una condenación de las costumbres y las prácticas de la gente, hasta que tengan oportunidad de saber que somos creyentes en Cristo, que creemos en su divinidad y su preexistencia” (TI 6:64). Elena de White ayudó a la joven Iglesia Adventista del Séptimo Día a encontrar un equilibrio bíblico con respecto a la naturaleza preexistente de Cristo. En el contexto de la resurrección de Lázaro, escribió acerca de la naturaleza de Cristo: “En Cristo hay vida original, no prestada ni derivada de otra” (DTG 489).
Estos postreros días y el tiempo del fin
Los primeros autores cristianos creían que habían llegado los últimos días y que culminarían con la Segunda Venida. Por eso, Pablo pudo decir: “En estos postreros días [en contraste con los días de los profetas] nos ha hablado por el Hijo” (Heb. 1:2). Asimismo, cuando se acusa a Pedro y a los demás discípulos de estar ebrios en Pentecostés, Pedro afirma que el milagro de hablar en lenguas es un cumplimiento de la profecía: “Y en los postreros días, dice Dios, derramaré de mi Espíritu sobre toda carne, y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán” (Hech. 2:17). La profecía de Joel 2 se cumplió al comienzo de los postreros días. Además, al hablar de la encarnación de Cristo, Pedro escribió: “[Cristo] se ha manifestado en estos últimos tiempos en beneficio de ustedes” (1 Ped. 1:20, NVI). Estos postreros días se distinguen por los burladores, que cuestionan la segunda venida de Cristo (2 Ped. 3:3, 4) y explotan a los pobres para enriquecerse (Sant. 5:3). Los postreros días también se caracterizan por la aparición de anticristos (1 Juan 2:18).
Teniendo en cuenta el hecho de que los postreros días llegan con la encarnación de Cristo, ¿hay alguna diferencia entre estos “postreros días” y el “tiempo del fin”, según lo describen Daniel y Apocalipsis? Considera la profecía de tiempo de las 2.300 tardes y mañanas de Daniel 8:14. Esta profecía de tiempo se extiende mucho más allá de los días de Cristo. Y otras profecías todavía tienen varios acontecimientos pendientes, desde nuestro punto de vista en el tiempo, como las “siete últimas plagas” (Apoc. 15:1; 21:9). Finalmente, el “último enemigo” (1 Cor. 15:26, NVI) aún no ha sido conquistado, ni hemos escuchado la “final trompeta” (1 Cor. 15:52). En resumen, podemos decir que los postreros días llegaron con Cristo, pero aún queda pendiente el último gran acontecimiento en el tiempo del fin. Entre estas dos Venidas, aún deben suceder acontecimientos proféticos que no se han cumplido.
Parte III: APLICACIÓN A LA VIDA
Al examinar Hebreos 1, notamos que Pablo incluyó mucha teología. Es necesario un cristianismo afectuoso, devocional y orientado a la aplicación. Sin embargo, nuestra ortopraxia (práctica) deriva de nuestra ortodoxia (creencias). Una teología sólida sentará las bases para un buen estilo de vida cristiano.
Preguntas para reflexionar:
1. ¿Crees que hoy debemos equilibrar nuestra teología con nuestra práctica cristiana? Si es así, ¿cómo?
2. ¿Cómo podemos discernir, aun hoy, entre nuestro “bagaje” religioso y cultural y la verdad bíblica?
3. En una época en la que la autoridad está en crisis, tanto en la cultura como en la iglesia, ¿cómo nos sirve de guía Hebreos 1?
"EN ESTOS POSTREROS DÍAS: EL MENSAJE DE HEBREOS"
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Dios los bendiga!!
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