Lección 3 de Primarios
¡RESCATE MILAGROSO!
¿Has hecho alguna vez un largo viaje? ¿Sabías a dónde ibas cuando saliste? ¿Tenías un plan en caso de que algo no resultara bien en el viaje? Los israelitas, el pueblo de Dios, salieron así a un largo viaje, hace mucho tiempo.
Éxodo 13:17-22; 14; Patriarcas y profetas, pp. 286-295.
"No tengan miedo [...] que serán testigos de la salvación que el Señor realizará en favor de ustedes" (Éxodo 14:13).
Dios tiene un plan para cuidarme.
La brisa del Mar Rojo era refrescante. Aser se alegró por la oportunidad de descansar sus adoloridas piernas. ¡Qué remolino de actividades habían tenido! Matar el cordero, rociar la sangre en el dintel, luego asarlo y comerlo con panes sin levadura y hierbas amargas. Era la última comida que había hecho en el único hogar que había conocido.
Recordó el resto de esa noche. El Señor pasó por la tierra de Egipto matando al primogénito en cada hogar. El faraón se había puesto furioso. Ordenó a los israelitas que salieran del país inmediatamente. Luego la confusión de cargar las pertenencias y partir a medianoche sin saber a dónde iban. El reconocimiento de que Dios mismo los estaba guiando. La columna de fuego durante la noche, la cual se volvía columna de nube al amanecer.
Ahora la nube se había detenido junto al Mar Rojo y los israelitas estaban gozando del descanso. Aser se preguntaba qué iría a pasar después.
Pero no tuvo que esperar mucho tiempo.
Un mensajero corría por el campamento israelita diciendo:
—¡Miren allá en el horizonte! ¿Pueden verlos? ¡Vienen los egipcios!
Aser y otros se pusieron de pie. Allá muy lejos en el desierto se podía ver
una nube de polvo.
Podían escuchar el estruendo de un poderoso ejército. El corazón de Aser le
brincaba en el pecho.
Seguramente el faraón había cambiado de opinión; ¡El ejército venía a
llevarlos de nuevo a Egipto!
La multitud se llenó de pánico.
—¿Dónde está Moisés? —se quejaba la gente—. ¿Por qué nos trajo aquí para morir? ¿No había suficientes tumbas en Egipto? ¡Habría sido mejor para nosotros ser esclavos en Egipto, que morir aquí en el desierto!
—No tengan miedo —les dijo firmemente Moisés. El tono de su voz tranquilizó a la multitud—. Mantengan sus posiciones y verán la liberación que el Señor les traerá hoy. Los egipcios que ven ahora nunca más los volverán a ver. El Señor va a pelear por ustedes; lo único que necesitan es quedarse tranquilos.
Aser observaba mientras la nube que estaba junto al mar se comenzó a mover. Pasó por encima de los israelitas y se dirigió al desierto. Finalmente descansó entre los israelitas y los egipcios.
Moisés caminó por la orilla del Mar Rojo y levantó su vara sobre el agua. ¡Con asombro observaron soplar el viento, y separar el agua.
—Vengan —ordenó Moisés—. El Señor está preparando una vía de escape para ustedes. Va a glorificar su nombre delante del faraón y de todos sus jinetes.
Gozosamente el pueblo se apresuró a avanzar. El viento seguía soplando para formar un camino seco mientras cientos de miles de israelitas pisaban el fondo del mar. Aser se apresuró a seguir a los demás por ese camino seco en medio de las aguas. Había una pared de agua a un lado y otro del camino. La columna de fuego iluminaba el sendero.
Toda la noche la enorme multitud de israelitas se apresuró a cruzar el mar. Cuando el último llegó a la otra orilla, pudieron escuchar al ejército egipcio que avanzaba. Aser volvió la cabeza para ver el ejército que se les venía encima. Pero algo sorprendente estaba sucediendo. Las ruedas de los carros de guerra de los egipcios se salieron de su lugar. ¡Había una gran confusión y parecía como si estuvieran tratando de regresar a Egipto!
Justamente entonces Moisés se paró en la orilla. Al amanecer volvió a extender su vara hacia el mar. Las aguas volvieron a juntarse. En un instante se dejó de escuchar el sonido del ejército egipcio. Los caballos, soldados, carruajes; todo ello se hundió bajo las olas.
La comunidad israelita simplemente observaba, tan asombrada, que no podía decir ni una palabra. Entonces se levantó un clamor:
—¡Cantemos al Señor! —gritaba la gente—. ¡El Señor es mi fuerza y mi canto!
Aser se unió a la alabanza, gritando con todas sus fuerzas. ¡Dios los había salvado!
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Dios les bendiga!!!
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