Lección de Escuela Sabática de Adultos 2do Trimestre 2021, Escuela Sabática Adultos 2do Trimestre 2021, Lección 2do Trimestre 2021,
Lección 5: Para el 1º de mayo de 2021
HIJOS DE LA PROMESA
LEE PARA EL ESTUDIO DE ESTA SEMANA: Génesis 15:1–3; Isaías 25:8; 1 Corintios 2:9; Apocalipsis 22:1–5; 1 Pedro 2:9; Génesis 11:4; 12:2.
PARA MEMORIZAR:
“He aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mat. 28:20).
“Un padre y su hija de diez años pasaban sus vacaciones a la orilla del mar. Un día salieron a disfrutar de un baño en el mar y, aunque ambos eran buenos nadadores, a cierta distancia de la orilla se separaron. El padre, al darse cuenta de que la marea los estaba adentrando al mar, le gritó a su hija: ‘¡María, voy a la playa a buscar ayuda. Si te cansas, ponte de espalda. Puedes flotar todo el día de esa manera. Volveré por ti!’
“En poco tiempo, había muchos buscadores y botes que recorrían la superficie del agua en busca de la niñita. Pasaron cuatro horas antes de que la encontraran, lejos de la costa, pero flotaba tranquilamente sobre su espalda y no estaba para nada asustada. Con aplausos y lágrimas de alegría y alivio, recibieron a los rescatistas cuando regresaron a tierra con su preciosa carga, pero la niña se tomó todo con calma. Ella dijo: ‘Papá dijo que podía flotar todo el día sobre mi espalda y que él vendría por mí; así que, nadé y floté, porque sabía que él vendría’ ” (H. M. S. Richards, “When Jesus Comes Back”, Voice of Prophecy News, marzo de 1949, p. 5).
Reseña de la semana: ¿Por qué el Señor dijo que era el escudo de Abram? ¿Cómo iban a ser bendecidas por medio de Abraham “todas las familias de la Tierra”? ¿Cuál es la más grande de todas las promesas del Pacto?
Sábado
Durante las últimas semanas he tenido un profundo sentimiento [de la realidad] de las promesas de Dios y de la esperanza del cristiano. Nunca la Biblia me pareció tan llena de ricas gemas de promesas como en estas pocas semanas. Parece que el rocío del cielo está listo para caer sobre nosotros y refrigerarnos si solamente reclamamos como nuestras las promesas. Nunca podremos vencer nuestras tendencias naturales sin la ayuda del Cielo, y el precioso Jesús se coloca a nuestro lado para ayudarnos en esta obra. Él dice: “He aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”. Mateo 28:20. Queremos creer exactamente lo que Cristo dijo. Queremos que nuestra fe abrace las promesas (En los lugares celestiales, p. 120).
Cristo tomó sobre sí la humanidad. Puso de lado su manto y corona reales y renunció a su exaltada posición de mando en las cortes celestiales. Al revestir su divinidad con la humanidad, Cristo rodeó a la raza con su largo brazo humano. Se encuentra a la cabeza de la humanidad como Salvador, no como pecador. Puede ocupar esa posición como la seguridad del pecador, porque en su alma divina no hay ni la menor mancha de pecado. Gracias a su santidad puede quitarnos nuestros pecados y colocarnos en terreno ventajoso frente a Dios, si tan solo creemos en él y confiamos en que él es nuestra santificación y justiciar (Exaltad a Jesús, p. 87).
¿Qué clase de fe vence al mundo? Es la fe que hace de Cristo su Salvador personal, esa fe que, reconociendo su impotencia, su total incapacidad para salvarse a sí mismo, se aferra del Auxiliador que es poderoso para salvar como su única esperanza. Es una fe que no se desanima, que escucha la voz de Cristo que le dice: “Ten ánimo, yo he vencido al mundo, y mi divina fuerza es tuya”. Es la fe que le oye decir: “He aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”. Mateo 28:20…
Cristo nunca debiera estar alejado de nuestra mente. Los ángeles dijeron de él: “Llamarás su nombre JESUS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados”. Mateo 1:21. ¡Qué precioso Salvador es Jesús! Seguridad, auxilio, confianza y paz hay en él. Es el disipador de todas nuestras dudas, la prenda de todas nuestras esperanzas. Cuán precioso es el pensamiento de que realmente podemos llegar a ser participantes de la naturaleza divina, con la que podemos vencer así como Jesús venció. Jesús es la plenitud de nuestras expectativas. Es la melodía de nuestros himnos, la sombra de una gran roca en el desierto. Es el agua viva para el alma sedienta. Es nuestro refugio en la tempestad. Es nuestra justicia, nuestra santificación, nuestra redención. Cuando Cristo es nuestro Salvador personal, anunciaremos las virtudes de Aquel que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable (Reflejemos a Jesús, p. 13).
TU ESCUDO
“Después de estas cosas vino la palabra de Jehová a Abram en visión, diciendo: No temas, Abram; yo soy tu escudo, y tu galardón será sobremanera grande” (Gén. 15:1).
Lee Génesis 15:1 al 3. Piensa en el contexto en el que se presentó. ¿Por qué lo primero que el Señor le dice a Abram es “No temas”? ¿Por qué habría de temer Abram?
Lo especialmente interesante aquí es que el Señor le dice a Abram “Yo soy tu escudo”. El uso del adjetivo posesivo “tu” muestra la naturaleza personal de la relación. Dios se relacionará con él en forma individual, como con todos nosotros.
La designación de Dios como “escudo” aparece aquí por primera vez en la Biblia y es la única vez que Dios la utiliza para darse a conocer, aunque otros escritores bíblicos usan el término para hablar acerca de Dios (Deut. 33:29; Sal. 18:30; 84:11; 144:2).
Cuando Dios se designa a sí mismo como escudo de alguien, ¿qué significa eso? ¿Significó algo para Abram que quizá no signifique nada para nosotros hoy? ¿Podemos reclamar esa promesa para nosotros? ¿Significa que no nos sobrevendrá ningún daño físico? ¿En qué sentido Dios es un escudo? ¿Cómo entiendes esa imagen?
“Cristo no manifiesta un interés casual en nosotros; el suyo es más fuerte que el de una madre por su hijo [...]. Nuestro Salvador nos ha comprado con sufrimiento y dolor, con insultos, reproches, abusos, burlas, rechazos y la muerte. Él vela por ti, tembloroso hijo de Dios. Él te dará seguridad bajo su protección. [...] La debilidad de nuestra naturaleza humana no nos impedirá acceder al Padre celestial, porque él [Cristo] murió para interceder por nosotros” (SD 77).
■ En apariencia, Rolando había sido un fiel seguidor del Señor. Luego, de pronto murió en forma inesperada. ¿Qué pasó con Dios como su escudo? ¿O debemos entender la idea de Dios como nuestro escudo de una manera diferente? Explica. ¿De qué nos promete Dios protegernos siempre? (Ver 1 Cor. 10:13.)
Domingo
Cuando sufrimos pruebas que parecen inexplicables, no debemos permitir que nuestra paz sea malograda. Por injustamente que seamos tratados, no permitamos que la pasión se despierte. Condescendiendo con un espíritu de venganza nos dañamos a nosotros mismos. Destruimos nuestra propia confianza en Dios y ofendemos al Espíritu Santo. Hay a nuestro lado un testigo, un mensajero celestial, que levantará por nosotros una barrera contra el enemigo. Él nos envolverá con los brillantes rayos del Sol de Justicia. A través de ellos Satanás no puede penetrar. No puede atravesar este escudo de luz divina (Palabras de vida del gran Maestro, pp. 135, 136).
Cuando su pueblo corra el mayor peligro, cuando al parecer sea incapaz de resistir contra el poder de Satanás, entonces Dios obrará en su favor. La necesidad extrema del hombre constituye la oportunidad de Dios…
Estoy muy agradecida porque en esta oportunidad podemos apartar nuestras mentes de las dificultades que nos rodean y de la opresión que sobrecogerá al pueblo de Dios, para contemplar la luz y el poder celestiales. Si nos colocamos del lado de Dios, de Cristo y de las inteligencias celestiales, quedaremos cubiertos por el amplio escudo de la omnipotencia; el poderoso Dios de Israel es nuestro ayudador; por lo tanto no necesitamos temer (Mensajes selectos, t. 2, pp. 428, 429).
Debemos tener esa fe que obra por el amor y purifica el alma, para que esta creencia en Cristo nos lleve a abandonar todo lo que es ofensivo a su vista. A menos que tengamos esta fe que obra, no nos servirá para nada. Podéis creer que Cristo es el Salvador del mundo, pero, ¿es vuestro Salvador? ¿Creéis hoy que él os dará fuerza y poder para vencer cada defecto de vuestro carácter?
Tenemos que aprender individualmente esta lección de confianza especial en nuestro Salvador. Hemos de confiar en nuestro Padre celestial de la misma manera en que un niño confía en sus padres terrenales, y creer que él está obrando para nuestro bien en todas las cosas; y que cada clamor en la lucha y cada esfuerzo contra el adversario de las almas entra en los oídos del Dios de los ejércitos, y que él enviará ayuda cada vez que la necesitamos. Él nos ayudará en cada tentación, si solo le clamamos con fe (In Heavenly Places, p. 118; parcialmente en En los lugares celestiales, p. 120).
Si nos entregamos a Dios, se nos promete: “No os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar”. 1 Corintios 10:13.
La única salvaguardia contra el mal consiste en que mediante la fe en su justicia Cristo more en el corazón. La tentación tiene poder sobre nosotros porque existe egoísmo en nuestros corazones. Pero cuando contemplamos el gran amor de Dios, vemos el egoísmo en su carácter horrible y repugnante, y deseamos que sea expulsado del alma. A medida que el Espíritu Santo glorifica a Cristo, nuestro corazón se ablanda y se somete, la tentación pierde su poder y la gracia de Cristo transforma el carácter (El discurso maestro de Jesucristo, p. 100).
LA PROMESA DEL MESÍAS: PRIMERA PARTE
“Todas las familias de la tierra serán benditas en ti y en tu simiente” (Gén. 28:14).
“Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa” (Gál. 3:29).
Más de una vez el Señor dijo a Abraham que en su simiente –su descendencia– todas las naciones de la Tierra serían bendecidas (ver además Gén. 12:3; 18:18; 22:18). Esta maravillosa promesa del Pacto se repite porque, de todas las promesas, esta es la más importante, la más duradera, la que hace que todas las demás valgan la pena. En cierto sentido, esta fue la promesa del surgimiento de la nación judía, a través de la cual el Señor quería que “todas las familias de la tierra” conocieran al Dios verdadero y su plan de salvación. Sin embargo, la promesa alcanza su cumplimiento completo solo en Jesucristo –quien provino de la simiente de Abraham–, aquel que en la Cruz pagó por los pecados de “todas las familias de la tierra”.
Piensa en la promesa del Pacto hecha después del Diluvio (en la que el Señor prometió no volver a destruir el mundo mediante agua). ¿Qué bien supremo implicaría esto sin la promesa de redención que se encuentra en Jesús? ¿Qué bien supremo sería cualquiera de las promesas de Dios sin la promesa de la vida eterna que se encuentra en Cristo?
¿Cómo entiendes la noción de que en Abraham, a través de Jesús, “todas las familias de la tierra” serían bendecidas? ¿Qué significa eso?
Indudablemente, la promesa del Pacto del Salvador del mundo es la más grande de todas las promesas de Dios. El Redentor mismo se convierte en el medio por el que se cumplen los compromisos del Pacto y todas sus demás promesas. A todos (tanto judíos como gentiles) los que se unen a él se considera la verdadera familia de Abraham y herederos de la promesa (Gál. 3:8, 9, 27-29); es decir, la promesa de vida eterna en un entorno sin pecado, en el cual el mal, el dolor y el sufrimiento nunca volverán a surgir. ¿Te puedes imaginar una promesa mejor que esa?
■ La promesa de la vida eterna en un mundo sin pecado ni sufrimiento ¿qué tiene, que nos atrae tanto? ¿Podría ser que la anhelemos porque para eso fuimos creados originalmente, y que estemos deseando algo que es esencial a nuestra naturaleza?
Lunes
“A Abraham fueron hechas las promesas, y a su simiente”. Gálatas 3:16. Abraham mismo debía participar de la herencia. Puede parecer que el cumplimiento de la promesa de Dios tarda mucho; pues “un día delante del Señor es como mil años y mil años como un día;” puede parecer que se demora, pero al tiempo determinado “sin duda vendrá; no tardará”. 2 Pedro 3:8; Habacuc 2:3.
La dádiva prometida a Abraham y a su simiente incluía no solo la tierra de Canaán, sino toda la tierra. Así dice el apóstol: “No por la ley fue dada la promesa a Abraham o a su simiente, que sería heredero del mundo, sino por la justicia de la fe”. Romanos 4:13. Y la Sagrada Escritura enseña expresamente que las promesas hechas a Abraham han de ser cumplidas mediante Cristo. Todos los que pertenecen a Cristo, “ciertamente la simiente de Abraham” son, “y conforme a la promesa los herederos”, herederos de la “herencia incorruptible, y que no puede contaminarse, ni marchitarse”, herederos de la tierra libre de la maldición del pecado. Porque “el reino, y el señorío, y la majestad de los reinos debajo de todo el cielo”, será “dado al pueblo de los santos del Altísimo;” y “los mansos heredarán la tierra, y se recrearán con abundancia de paz”. Gálatas 3:29; 1 Pedro 1:4; Daniel 7:27; Salmo 37:11 (Historia de los patriarcas y profetas, pp. 166, 167).
Fue un gran honor para Abraham ser el padre del pueblo que durante siglos fue guardián y preservador de la verdad de Dios para el mundo, de aquel pueblo por medio del cual todas las naciones de la tierra iban a ser bendecidas con el advenimiento del Mesías prometido…
No retuvo su religión como un tesoro precioso que debía guardarse celosamente y pertenecer exclusivamente a su poseedor. La verdadera religión no puede considerarse así, pues un espíritu tal sería contrario a los principios del evangelio. Mientras Cristo more en el corazón, será imposible esconder la luz de su presencia, u oscurecerla. Por el contrario, brillará cada vez más a medida que día tras día las tinieblas del egoísmo y del pecado que envuelven el alma sean disipadas por los brillantes rayos del Sol de justicia (La maravillosa gracia de Dios, p. 56).
Por medio del amado Juan… el Espíritu Santo declaró a las iglesias: “Y este es el testimonio: Que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida”. 1 Juan 5:11, 12. Y Jesús dijo: “Yo le resucitaré en el día postrero”. Cristo se hizo carne con nosotros, a fin de que pudiésemos ser espíritu con él. En virtud de esta unión hemos de salir de la tumba, no simplemente como manifestación del poder de Cristo, sino porque, por la fe, su vida ha llegado a ser nuestra. Los que ven a Cristo en su verdadero carácter, y le reciben en el corazón, tienen vida eterna. Por el Espíritu es como Cristo mora en nosotros; y el Espíritu de Dios, recibido en el corazón por la fe, es el principio de la vida eterna (El Deseado de todas las gentes, p. 352).
LA PROMESA DEL MESÍAS: SEGUNDA PARTE
“Para disfrutar de la verdadera felicidad, debemos viajar a un país muy lejano, e incluso fuera de nosotros mismos” (Thomas Browne).
Analiza la cita anterior, escrita en el siglo XVII. ¿Estás de acuerdo con ella o no? Léela en el contexto de 1 Tesalonicenses 4:16 al 18 y de Apocalipsis 3:12.
Agustín escribió sobre la condición humana: “Esta misma vida, si tal se puede llamar, llena como está de tantos y tamaños males, nos atestigua que todo el linaje humano fue condenado. ¿Qué otra cosa nos indica la espantosa profundidad de la ignorancia, de donde proceden todos los errores que abarcan en su tenebroso seno a todos los hijos de Adán, de los que no puede librarse el hombre sin esfuerzo, dolor y temor? ¿Qué otra cosa indica el amor de tantas cosas inútiles y nocivas, del cual proceden las punzantes preocupaciones, las inquietudes, tristezas, temores, gozos insensatos, discordias, altercados, guerras, asechanzas, enojos, enemistades, engaños; la adulación, el fraude, el hurto, rapiña, perfidia, soberbia, ambición, envidia, homicidios, parricidios, crueldad, maldad, lujuria, petulancia, desvergüenza, fornicaciones, adulterios, incestos y toda serie de estupros de ambos sexos contra la naturaleza, que sería torpe citar; los sacrilegios, las herejías, blasfemias, perjurios, opresiones de inocentes, calumnias, asechanzas, prevaricaciones, falsos testimonios, juicios injustos, violencias, latrocinios y todo el cúmulo de males semejantes que no vienen ahora a la mente” (Agustín de Hipona, Ciudad de Dios, libro 22, cap. 22, párr. 1).
La cita de Agustín podría aplicarse a la mayoría de las ciudades de la actualidad. Sin embargo, lo escribió hace más de mil quinientos años. Poco ha cambiado la humanidad; por eso, la gente quiere evadirse.
Afortunadamente, por más difícil que sea nuestra situación ahora, el futuro es brillante, pero solo por lo que Dios hizo por nosotros a través de la vida, la muerte, la resurrección y el ministerio sumosacerdotal de Jesucristo: el cumplimiento definitivo de la promesa del pacto que hizo a Abraham de que, en su simiente, todas las familias de la Tierra serán bendecidas.
■ Repasa la cita de Agustín. Escribe algo con tus propias palabras para describir la triste situación del mundo actual. Al mismo tiempo, busca algún pasaje bíblico que encuentres que hable de lo que Dios nos ha prometido en Jesucristo (p. ej., Isa. 25:8; 1 Cor. 2:9; Apoc. 22:2-5). Medita sobre esas promesas. Hazlas tuyas. Solo entonces podrás comprender verdaderamente de qué se trata el Pacto.
Martes
Los hijos de Dios son sus representantes en la tierra y él quiere que sean luces en medio de las tinieblas morales de este mundo. Esparcidos por todos los ámbitos de la tierra, en pueblos, ciudades y aldeas, son testigos de Dios, los medios por los cuales él ha de comunicar a un mundo incrédulo el conocimiento de su voluntad y las maravillas de su gracia. Él se propone que todos los que participan de la gran salvación sean sus misioneros. La piedad de los cristianos constituye la norma mediante la cual los infieles juzgan al evangelio. Las pruebas soportadas pacientemente, las bendiciones recibidas con gratitud, la mansedumbre, la bondad, la misericordia y el amor manifestados habitualmente, son las luces que brillan en el carácter ante el mundo (Historia de los patriarcas y profetas, pp. 127, 128).
“Cosas que ojo no vio, ni oreja oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que ha Dios preparado para aquellos que le aman”. 1 Corintios 2:9. Cuando el pecador, atraído por el poder de Cristo, se acerca a la cruz levantada y se postra delante de ella, se realiza una nueva creación. Se le da un nuevo corazón; llega a ser una nueva criatura en Cristo Jesús. La santidad encuentra que no hay nada más que requerir. Dios mismo es “el que justifica al que es de la fe de Jesús”. Romanos 3:26. Y “a los que justificó, a estos también glorificó”. Vers. 30. Si bien es cierto que son grandes la vergüenza y la degradación producidas por el pecado, aún mayores serán el honor y la exaltación mediante el amor redentor. A los seres humanos que se esfuerzan por estar en conformidad con la imagen divina, se les imparte algo del tesoro celestial, una excelencia de poder que los colocará aun por encima de los ángeles que nunca han caído (Palabras de vida del gran Maestro, p. 127).
Si pudiéramos tener aunque sea una vislumbre de la ciudad celestial jamás desearíamos vivir nuevamente en la tierra…
¡Qué campo se abrirá allí a nuestro estudio cuando se quite el velo que oscurece nuestra vista y nuestros ojos contemplen ese mundo de belleza del cual ahora tenemos vislumbres por medio del microscopio; cuando contemplemos las glorias de los cielos estudiados ahora por medio del telescopio; cuando, borrada la mancha del pecado, toda la tierra aparezca en ‘la hermosura de Jehová nuestro Dios’! Allí el estudiante de la ciencia podrá leer los informes de la creación, sin hallar señales de la ley del mal. Escuchará la música de las voces de la naturaleza y no descubrirá ninguna nota de llanto ni voz de dolor. En todas las cosas creadas descubrirá una escritura, en el vasto universo contemplará ‘el nombre de Dios escrito en grandes caracteres’ y ni en la tierra, ni en el mar, ni en el cielo, quedará señal del mal.
Represéntese vuestra imaginación la morada de los salvos; y recordad que será más gloriosa que cuanto pueda figurarse la más brillante imaginación. En los variados dones de Dios en la naturaleza no vemos sino el reflejo más pálido de su gloria.
El lenguaje humano no alcanza a describir la recompensa de los justos. Solo la conocerán quienes la contemplen. Ninguna inteligencia limitada puede comprender la gloria del paraíso de Dios (The Faith I Live By, p. 364; parcialmente en La fe por la cual vivo, p. 366).
UNA NACIÓN GRANDE Y FUERTE...
Dios no solo prometió a Abraham que en él serían benditas todas las familias de la Tierra; el Señor aseguró que haría de él “una nación grande y fuerte” (Gén. 18:18; ver además 12:2; 46:3); tremenda promesa para un hombre anciano, casado con una mujer que ya no estaba en edad de procrear. Por lo tanto, cuando Abraham no tenía descendencia ni aun un hijo, Dios le prometió ambas cosas.
No obstante, esta promesa no se cumplió por completo mientras Abraham vivió. Ni Isaac ni Jacob la vieron cumplirse. Dios se la repitió a Jacob, con la información adicional de que la promesa se cumpliría en Egipto (Gén. 46:3); aunque Jacob tampoco la vio. Finalmente, por supuesto, esa promesa se cumplió.
¿Por qué el Señor quiso hacer de la simiente de Abraham una nación especial? El Señor ¿solo quería otro país de determinado origen étnico? ¿Qué propósitos iba a cumplir esta nación? Lee Éxodo 19:5 y 6; Isaías 60:1 al 3; y Deuteronomio 4:6 al 8; y en las líneas siguientes, escribe la respuesta:
Resulta evidente, en las Escrituras, que Dios se propuso atraer a sí a las naciones del mundo a través del testimonio de Israel, que sería, bajo su bendición, un pueblo feliz, sano y santo. Una nación tal demostraría la bendición resultante de la obediencia a la voluntad del Creador. Las multitudes de la Tierra se sentirían atraídas a adorar al Dios verdadero (Isa. 56:7). Por lo tanto, la atención de la humanidad se dirigiría hacia Israel, hacia su Dios y al Mesías, que se manifestaría en medio de ellos, el Salvador del mundo.
“Los hijos de Israel debían ocupar todo el territorio que Dios les había señalado. Las naciones que habían rechazado el culto y el servicio al Dios verdadero debían ser desposeídas. Pero el propósito de Dios era que, por medio de la revelación de su carácter a través de Israel, los hombres fueran atraídos a él. La invitación del evangelio debía darse a todo el mundo. Por medio de la enseñanza del sistema de sacrificios, Cristo debía ser levantado ante las naciones, y todos los que lo miraran vivirían” (PVGM 232).
■ ¿Puedes ver algún paralelismo entre lo que el Señor quería hacer a través de Israel y lo que quiere hacer a través de nuestra iglesia? Si es así, ¿cuáles son esos paralelismos? Lee 1 Pedro 2:9.
Miércoles
Con frecuencia los israelitas parecían no poder o no querer comprender el propósito de Dios en favor de los paganos. Sin embargo, este propósito era lo que había hecho de ellos un pueblo separado, y los había establecido como nación independiente entre los pueblos de la tierra. Abraham, su padre, a quien se diera por primera vez la promesa del pacto, había sido llamado a salir de su parentela hacia regiones lejanas, para que pudiese comunicar la luz a los paganos. Aunque la promesa que le fuera hecha incluía una posteridad tan numerosa como la arena del mar, no eran motivos egoístas los que iban a impulsarle como fundador de una gran nación en la tierra de Canaán. El pacto que Dios hiciera con él abarcaba todas las naciones de la tierra. Jehová declaró: “Bendecirte he, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición: y bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré: y serán benditas en ti todas las familias de la tierra”. Génesis 12:2, 3 (Profetas y reyes, pp. 272, 273).
Dios dio a Abraham una vislumbre de esta herencia inmortal, y con esta esperanza, él se conformó. “Por fe habitó en la tierra prometida como en tierra ajena, morando en cabañas con Isaac y Jacob, herederos juntamente de la misma promesa: porque esperaba ciudad con fundamentos, el artífice y hacedor de la cual es Dios”. Hebreos 11:9, 10.
De la descendencia de Abraham dice la Escritura: “Conforme a la fe murieron todos estos sin haber recibido las promesas, sino mirándolas de lejos, y creyéndolas, y saludándolas, y confesando que eran peregrinos y advenedizos sobre la tierra”. Tenemos que vivir aquí como “peregrinos y advenedizos”, si deseamos la patria “mejor, es a saber, la celestial”. Los que son hijos de Abraham desearán la ciudad que él buscaba, “el artífice y hacedor de la cual es Dios”. Vers. 13, 16 (Historia de los patriarcas y profetas, p. 167).
Los cristianos han de estar en el mundo como “nación santa, pueblo adquirido para posesión de Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable” 1 Pedro 2:9. Esta luz no ha de opacarse, sino que alumbrará con más claridad hasta que el día sea perfecto. Los portaestandartes de Cristo nunca estarán fuera de servicio. Tienen un adversario que espera y vela para apoderarse del baluarte. Algunos de los que profesan ser guardas de Cristo han convidado al enemigo a sus fortificaciones, se han asociado con él y en sus esfuerzos por complacer, han derribado la distinción entre los hijos de Dios y los hijos de Satanás…
La emocionante verdad que ha estado sonando en nuestros oídos por muchos años, “el Señor está cerca; estad preparados”, no es menos cierta hoy que cuando primero oímos el mensaje (Testimonios para la iglesia, t. 5, pp. 13, 14).
“ENGRANDECERÉ TU NOMBRE”
“Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición” (Gén. 12:2).
En Génesis 12:2, Dios promete engrandecer el nombre de Abram; es decir, hacerlo famoso. ¿Por qué querría el Señor hacer eso por un pecador, sin importar cuán obediente y fiel fuera? ¿Quién merece ser “engrandecido”? (Ver Rom. 4:1-5; Sant. 2:21-24.) ¿Lo engrandeció Dios para beneficio personal de Abram o esto representaba algo más? Explica.
Compara Génesis 11:4 con 12:2. ¿Cuál es la gran diferencia entre los dos? ¿En qué sentido un pasaje representa la “salvación por obras”; y el otro, la “salvación por fe”?
Por más que el plan de salvación se base solo en la obra de Cristo en nuestro favor, nosotros también formamos parte como destinatarios de la gracia de Dios. Tenemos un papel que desempeñar; nuestro libre albedrío adquiere protagonismo. El Gran Conflicto, la batalla entre Cristo y Satanás, todavía se manifiesta en nosotros y a través de nosotros. La humanidad y los ángeles observan lo que sucede con nosotros en el Conflicto (1 Cor. 4:9). Por ende, quiénes somos, qué decimos, qué hacemos, tiene mucha importancia más allá de nuestra esfera inmediata; de hecho, tiene implicaciones que en cierta medida pueden repercutir en todo el Universo. Con nuestras palabras, nuestras acciones, incluso nuestras actitudes, podemos ayudar a glorificar al Señor, quien hizo tanto por nosotros, o podemos acarrear vergüenza sobre él y su nombre. Por lo tanto, cuando el Señor dijo a Abraham que engrandecería su nombre, seguramente no lo dijo en el mismo sentido que el mundo emplea para hablar de alguien que tiene un gran nombre. Lo que engrandece un nombre a la vista de Dios es el carácter, la fe, la obediencia, la humildad y el amor por los demás; rasgos que, si bien a menudo el mundo los respeta, no suelen ser los factores que consideraría esenciales para engrandecer el nombre de alguien.
■ Fíjate en algunos hombres y mujeres que tienen “grandes” nombres en el mundo actual, ya sean actores, políticos, artistas, ricos, lo que sea. ¿Qué tiene esta gente que la ha hecho famosa? Compara eso con la grandeza de Abraham. ¿Qué nos dice eso acerca de lo distorsionado que es el concepto de grandeza del mundo? ¿Cuánto de esa actitud mundana también impacta en nuestra visión de la grandeza?
Jueves
El Señor escogió a Abraham para que cumpliera su voluntad. Se le indicó que abandonara su nación idólatra y se separara de sus familiares. Dios se le había revelado en su juventud y le había dado entendimiento preservándolo de la idolatría. Había planeado hacer de él un ejemplo de fe y verdadera devoción para su pueblo que más tarde viviera sobre la tierra. Su carácter se destacaba por su integridad, su generosidad y su hospitalidad. Imponía respeto puesto que era un poderoso príncipe de su pueblo. Su reverencia y amor a Dios y su estricta obediencia a su voluntad le ganaron el reconocimiento de sus siervos y vecinos. Su piadoso ejemplo y su conducta correcta, junto con las fieles instrucciones que impartía a sus siervos y a toda su familia, los indujo a temer, amar y reverenciar al Dios de Abraham (La historia de la redención, p. 77).
Los judíos pretendían ser descendientes de Abraham, pero al no hacer las obras de este patriarca demostraban que no eran sus verdaderos hijos. Solo se reconoce como verdaderos descendientes suyos a los que están espiritualmente en armonía con él…
Existen actualmente en el mundo muchas personas heridas, muchos corazones tristes que necesitan alivio. El Señor tiene medios para iluminar la vida de estos desconsolados. Cada uno de nosotros puede poner a trabajar sus talentos al disipar las nubes, al permitir que penetre la luz del sol de la esperanza y la fe en el que “de tal manera amó… al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, mas tenga vida eterna”. Juan 3:16 (Cada día con Dios, p. 181).
El hombre, el hombre caído, puede ser transformado por la renovación de la mente, de modo que pueda comprobar “cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta”. ¿Cómo comprueba esto? Por el Espíritu Santo que toma posesión de su mente, espíritu, corazón y carácter. ¿Dónde se hace esta comprobación? “Hemos llegado a ser espectáculo al mundo, a los ángeles y a los hombres”. Una verdadera obra es llevada a cabo por el Espíritu Santo en el carácter humano, y se ven sus frutos…
Comprendemos por experiencia que por nuestra propia fuerza humana no tienen valor las resoluciones y los propósitos. ¿Debemos, pues, abandonar nuestros esfuerzos decididos? No; aunque nuestra experiencia testifique que es imposible que hagamos esta obra por nosotros mismos, la ayuda depende de Aquel que es poderoso para hacerla por nosotros. Pero la única forma en que podemos conseguir la ayuda de Dios es poniéndonos completamente en sus manos, y confiando en que él obre por nosotros. Cuando nos aferramos a él por fe, él hace la obra. El creyente solo puede confiar. A medida que Dios obra, podemos obrar confiando en él y haciendo su voluntad (Comentarios de Elena G. de White en Comentario bíblico adventista del séptimo día, t. 6, p. 1080).
PARA ESTUDIAR Y MEDITAR:
Lee Elena de White, Patriarcas y profetas, “Abraham en Canaán”, pp. 125-140; “La prueba de fe”, pp. 141-151.
“No fue una prueba ligera la que soportó Abraham, ni tampoco era pequeño el sacrificio que se requirió de él. [...] Pero no vaciló en obedecer el llamado. Nada preguntó en cuanto a la Tierra Prometida [...]. Dios había hablado, y su siervo debía obedecer; para él, el lugar más feliz de la Tierra era dónde Dios quería que estuviese” (PP 118, 119).
Cuando Abram entró en Canaán, el Señor se le apareció y le dejó en claro que si bien él iba a residir temporalmente en la tierra, esta les sería entregada a sus descendientes (Gén. 12:7). Dios repitió esta promesa varias veces (ver Gén. 13:14, 15, 17; 15:13, 16, 18; 17:8; 28:13, 15; 35:12). Unos cuatrocientos años después, en cumplimiento de la promesa (Gén. 15:13, 16), el Señor anunció a Moisés que sacaría a Israel de Egipto a una tierra que fluía leche y miel (Éxo. 3:8, 17; 6:8). Dios le repitió la promesa a Josué (Jos. 1:3), y en los días de David se cumplió en gran parte, pero no totalmente (Gén. 15:18-21; 2 Sam. 8:1-14; 1 Rey. 4:21; 1 Crón. 19:1-19).
Ahora lee Hebreos 11:9, 10, y 13 al 16. Estos versículos dejan en claro que Abraham y los demás patriarcas fieles veían a Canaán como un símbolo, o un auspicio, del hogar definitivo del pueblo redimido de Dios. En el contexto de pecado, no es posible ningún hogar permanente. La vida es pasajera, como “neblina que se aparece por un poco de tiempo, y luego se desvanece” (Sant. 4:14). Como descendientes espirituales de Abraham, nosotros también debemos darnos cuenta de que “no tenemos aquí ciudad permanente, sino que buscamos la por venir” (Heb. 13:14). La certeza de la vida futura con Cristo nos mantiene firmes en este mundo presente de cambio y decadencia.
PREGUNTAS PARA DIALOGAR:
1. ¿Qué efecto debería tener la promesa de Dios de una Tierra Nueva en nuestra experiencia cristiana personal? (Comparar con Mat. 5:5; 2 Cor. 4:17, 18; Apoc. 21:9, 10; 22:17.)
2. “La verdadera grandeza debía resultar del acatamiento a las órdenes de Dios y de la cooperación con su propósito divino” (CBA 1:306). Analiza lo que significa esta declaración.
Resumen: ¡Promesas! ¡Cuán preciosas son para el creyente! ¿Se cumplirán? La fe responde que sí.
Viernes
La maravillosa gracia de Dios, 7 de julio, “El representante de Cristo”, p. 196;
Patriarcas y profetas, “La prueba de la fe”, pp. 141–151.
"LA PROMESA: EL PACTO ETERNO CON DIOS"
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Dios lo bendiga!!!
Lección 5
EL SÁBADO ENSEÑARÉ...
TEXTO CLAVE: MATEO 28:20
Parte I: RESEÑA
Los pactos de Dios son atemporales. Aunque Noé, Abraham, Moisés y otros ya murieron, el cumplimiento de las promesas de Dios aún continúa. Él todavía nos brinda su promesa de salvación, si elegimos abrirle el corazón.
Parte II: COMENTARIO
Cuando Yahvéh anunció que era el escudo de Abram (Gén. 15:1), esto significaba que sería el protector de Abram. El término escudo refería a la garantía protectora de Yahvéh para con Abram. A pesar de la idea de Abram de que Eliezer se convertiría en el hijo de su herencia, un hijo especial surgiría del vientre de Sarai. Este hijo produciría un linaje abrahámico, y sería tan innumerable como “las estrellas”.
Tu escudo
“Después de estas cosas, la palabra de Jehová vino a Abram en una visión, diciendo: ‘No temas, Abram; Yo soy tu escudo, tu recompensa aumentará enormemente’ ” (The Interlinear Hebrew-Greek-English Bible, t. 1, p. 32, énfasis añadido; ver Gén. 15:1).
“El ‘escudo’, o protección, que se menciona aquí no se refiere a la protección física en la guerra ni a la protección física contra la desgracia. Más bien, se refiere a la protección de la posibilidad de que la promesa del pacto no se cumpliera a través de Abraham y su descendencia futura [...]. Si nosotros somos la simiente de Abraham (y todos los que tienen la fe de Abraham son la simiente de Abraham), entonces también tenemos la seguridad de que Dios será nuestro escudo” (G. M. Hasel y M. G. Hasel, The Promise: God’s Everlasting Covenant, p. 44).
La promesa del Mesías: Primera parte
Después de que se le negara la entrada a la Tierra Prometida, Moisés se paró en la cima del esplendoroso monte al final de su odisea y se le dio una visión del Mesías venidero: “Se le permitió mirar a través de los tiempos futuros y contemplar el primer advenimiento de nuestro Salva-dor. [...] Contempló la vida humilde de Cristo en Nazaret; su ministerio de amor, simpatía y sanidades, y cómo lo rechazaba y despreciaba una nación orgullosa e incrédula. [...] Vio cómo, en el Monte de los Olivos, Jesús se despedía llorando de la ciudad de su amor. [...]
“Vio que [...] Dios no había desechado la simiente de Abraham; habrían de cumplirse los propósitos gloriosos cuyo cumplimiento él había empren-dido por medio de Israel. Todos los que llegasen a ser por Cristo hijos de la fe habían de ser contados como simiente de Abraham” (PP 507, 508).
La promesa del Mesías: Segunda parte
En Génesis 3:15, el Cristo preencarnado predijo el advenimiento mesiáni-co, que ofrecería expiación para la raza humana; para demostrar a los reinos sin pecado que no había excusa para el fracaso de Adán, y para validar la combinación inmortal de la Ley y el evangelio por medio del Calvario.
La caída de Adán produjo en la humanidad un nuevo paradigma del mal. La posteridad de Adán contrajo una inclinación mental natural a rebelarse contra la soberanía divina. Por lo tanto, dado que el pecado no puede ser un mero acto indebido, debiera describirse como una condición psicótica espiritual que se enfurece en contra de la soberanía divina. En Mateo 1:21, se dio la promesa de la venida de Cristo que nos sanaría de la enfermedad de la esquizofrenia espiritual. Nacida fuera de Cristo, la raza humana nace en una condición de psicopatología espiritual. Cristo vino para que pudiéramos ser sanados a través de una “transfusión de sangre”, sobre la base de su muerte en el Calvario.
Así, Cristo llegó a ser el Monogenes, o el Hijo unigénito (Juan 3:16), en el sentido de que Cristo entró al cosmos como el único de su espe-cie, sin ninguna competencia. En Nazaret, el Segundo Adán inició su humilde ministerio en un mundo caído y corrupto, en contraste con la perfección del Paraíso, donde el Adán original falló. Este Dios-hombre, que fue tentado en todas las cosas, logró evadir a los “perros sabuesos” infernales del pecado (ver Gén. 3:15; 1 Cor. 10:13; 15:21, 22; Heb. 4:15, 16). Lee Elena de White, El Deseado de todas las gentes, p. 649, capítulo 75: “Ante Anás y Caifás”.
“Engrandeceré tu nombre”
En tórrido contraste con aquellos constructores de imperios fantás-ticos, si bien presuntuosos, en las llanuras de Sinar, Abraham evitó la autodeificación; aunque Dios había prometido engrandecer su nombre. “Si Nimrod es el líder político secular arquetípico del mundo posterior al diluvio, Abraham es su líder espiritual. Abraham es [...] el instrumento de Yahvéh para el cumplimiento de su visión para la humanidad. [...]
“Con Abraham, la historia del mundo toma un rumbo diferente; Dios establece un nuevo patrón. Abraham es la ola del futuro para los seres humanos y para todas las naciones. Yahvéh indica aquí su indiferencia para con las líneas de sangre. [...]
“Se inicia una nueva línea de creyentes en el único Dios. Yahvéh elige a Abraham, un afroasiático que vivía en la zona de influencia de Nimrod, para ser su siervo, para bendición de sus hermanos a través de su simiente. [...]
“Un hombre ahora debe actuar en nombre de Dios y la humanidad. [...] El plan y la inclusión en él no se basan en la etnia, sino en la relación de pacto” (C. E. Bradford, Sabbath Roots: The African Connection, pp. 77-79).
Parte III: APLICACIÓN A LA VIDA
Para reflexionar: Un relato rabínico de la travesía del Mar Rojo dice así: Justo cuando el mar comenzó a ahogar a los egipcios, los ángeles celestiales comenzaron a aplaudir, bailar y celebrar. Entonces intervino la voz entristecida de Dios, diciendo: “¡La obra de mi mano, mi creación, se ha hundido en el mar!” El amor de Dios es tan grande que no se complace en la destrucción ni siquiera de los más impíos.
1. El amor de Dios se extiende a todos, incluso a quienes quebrantan su Ley y su corazón. ¿Cómo se manifiesta este amor en la relación de pacto que busca establecer con cada persona? ¿Cómo sigue ma-nifestándose este amor cuando alguien rechaza el ofrecimiento de Dios? ¿Cuál es la defensa de Satanás cuando Dios muestra tal amor?
2. Debido a que estaban oprimidos por una potencia extranjera, el pueblo judío ansiaba un Mesías que los liberara. No obstante, Jesús viajó a este mundo para tomar una cruz, no para ocupar un trono. ¿Cómo encajaba su misión en el pacto que Dios nos ofreció?
3. Dios tenía muchos planes para Israel, pero ellos le fallaron muchas veces. ¿Crees que Dios desea usarnos a nosotros como quiso usar a Israel? Explica. ¿Qué debemos hacer individualmente y como iglesia para que podamos “escuchar” su voz y ser sus vasos?
4. Con la venida del Mesías, la gente esperaba señales y prodigios, milagros y misticismo. ¿En qué medida nosotros somos seme-jantes hoy? ¿Cómo es posible que perdamos las señales sutiles de la Segunda Venida? A nivel colectivo, ¿cómo puede la iglesia dar pasos positivos para ser un pueblo preparado que espera?
5. Cuando aceptas la salvación de Dios, comienzas la experiencia de llegar a ser cada vez más semejante a Cristo con cada día que pasa. ¿Qué barómetro usas para medir tu progreso? ¿Qué criterio piensas que utiliza Dios para medir tu progreso? Charles Swindoll describe la lucha por el crecimiento espiritual individual como tres pasos hacia adelante, un paso hacia atrás. Si es así, ¿cómo podemos seguir adelante sin desanimarnos? En Génesis 15:1, Dios dice a Abram que él es su “galardón [...] sobremanera grande”. ¿En qué sentido Dios y nuestra relación con él no es solo un medio para un fin, sino el fin en sí mismo?
6. Dios dice a Jacob en Génesis 28:14 que su bendición llevaría a que todo el mundo fuese bendecido. ¿Puede una bendición ser real-mente una bendición si no se comparte de alguna manera? Explica.
7. El pacto original de Dios con Abram parecía sugerir que él tenía en mente a los descendientes directos de Abram. Pero más adelante es evidente que Dios tenía en mente a diversos grupos y personas unidos por una fe común. ¿Cambió Dios de opinión? Analicen.
8. El hecho de que Dios eligiera a un nómada desconocido en una de las zonas remotas del mundo (incluso en ese entonces), su-giere que lo que Dios valora de los seres humanos es bastante diferente de lo que nosotros valoramos de nosotros mismos y de los demás. ¿Qué pudo haber visto Dios en Abraham?
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Dios los bendiga!!
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