Lección 5: “Venid a mí…” | Descanso en Cristo | Escuela Sabática 3T 2021
Lección 5: Para el 31 de julio de 2021
“VENID A MÍ…”
LEE PARA EL ESTUDIO DE ESTA SEMANA: Mateo 11:20–30; 5:5; Deuteronomio 18:15; Gálatas 5:1; Éxodo 18:13–22; Gálatas 6:2.
PARA MEMORIZAR:
“Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mat. 11:28).
Qué maravillosa promesa nos ha dejado Jesús en nuestro versículo para memorizar. Al fin y al cabo, ¿quién no se ha sentido agobiado a veces, no tanto por el trabajo en sí (aunque con frecuencia también puede ocurrir) sino por la carga y la fatiga pesada que conlleva la vida misma? Y Jesús aquí nos está diciendo que él sabe por lo que estamos pasando, que puede ayudarnos; es decir, si se lo permitimos.
Y luego, después de indicarnos que llevemos su yugo, Jesús dice: “Porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga” (Mat. 11:30). En otras palabras, deshazte de los yugos y las cargas que llevas (dámelos) y toma los míos sobre ti, porque los míos son más fáciles de llevar.
¿Cómo podemos experimentar el descanso del que habla Jesús? A fin de cuentas,
vivimos en un mundo donde, después del pecado, el Señor le dijo a Adán: “Con
el sudor de tu rostro comerás el pan” (Gén. 3:19). Por lo tanto, sabemos lo
que es trabajar y llevar cargas que pueden parecer demasiado difíciles de
soportar, al menos por nuestra cuenta.
Sábado
No es el trabajo, sino el exceso de trabajo, sin períodos de descanso, lo que quebranta a la gente, y pone en peligro las fuerzas vitales. Los que trabajan en exceso pronto llegan a la situación de trabajar en forma desesperada.
La obra que se hace para el Señor debe hacerse con alegría y valor. Dios quiere que pongamos espíritu, vida y esperanza en nuestra obra. Los obreros intelectuales deberían prestar la debida atención a cada parte de la maquinaria humana, distribuyendo equitativamente la presión. El esfuerzo físico y mental, combinado con sabiduría, conservará al hombre entero en una condición tal que lo hará acepto a Dios…
Introduzcan en la tarea diaria esperanza, valor y amabilidad. No trabajen en exceso. Es mejor dejar de hacer algunas de las cosas que se habían planeado para el día de trabajo, que excederse y tensionarse, con la consiguiente pérdida del valor necesario para llevar a cabo las tareas del día siguiente. No violen hoy las leyes de la naturaleza, no sea que pierdan la fortaleza que necesitan para el día siguiente (Mente, carácter y personalidad, t. 2, p. 386).
Cristo anhela que los seres humanos trabajados, cansados y oprimidos vengan a él. Ansía darles la luz, el gozo y la paz que no pueden encontrarse en ninguna otra parte. Los mayores pecadores son el objeto de su amor y piedad profundos y fervorosos. Él envía su Espíritu Santo para obrar en ellos instándolos con ternura y tratando de guiarlos al Salvador (Palabras de vida del gran Maestro, p. 178).
“Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados que yo os haré descansar”.
Estas palabras de consuelo fueron dirigidas a la multitud que seguía a Jesús. El Salvador había dicho que únicamente por él podían los hombres recibir un conocimiento de Dios. Se había dirigido a los discípulos como a quienes se había dado un conocimiento de las cosas celestiales. Pero no había dejado que nadie se sintiese privado de su cuidado y amor. Todos los que están trabajados y cargados pueden venir a él (El Deseado de todas las gentes, p. 295).
A medida que entramos por Jesús en el descanso, empezamos aquí a disfrutar del cielo. Respondemos a su invitación: Venid, aprended de mí, y al venir así comenzamos la vida eterna. El cielo consiste en acercarse incesantemente a Dios por Cristo. Cuanto más tiempo estemos en el cielo de la felicidad, tanto más de la gloria se abrirá ante nosotros; y cuanto más conozcamos a Dios, tanto más intensa será nuestra felicidad. A medida que andamos con Jesús en esta vida, podemos estar llenos de su amor, satisfechos con su presencia. Podemos recibir aquí todo lo que la naturaleza humana puede soportar. Pero, ¿qué es esto comparado con lo que nos espera más allá? Allí “están delante del trono de Dios, y le sirven día y noche en su templo: y el que está sentado en el trono tenderá su pabellón sobre ellos. No tendrán más hambre, ni sed, y el sol no caerá más sobre ellos, ni otro ningún calor. Porque el Cordero que está en medio del trono los pastoreará, y los guiará a fuentes vivas de aguas: y Dios limpiará toda lágrima de los ojos de ellos”. Apocalipsis 7:15-17 (El Deseado de todas las gentes, p. 299).
“YO OS HARÉ DESCANSAR”
Lee Mateo 11:20 al 28, donde Jesús dice: “Venid a mí todos los que estáis
trabajados y cargados, y yo os haré descansar”. ¿Cuál es el contexto de esta
declaración? ¿Cómo nos da Jesús este descanso?
Mateo 11 marca un punto de inflexión en el Evangelio de Mateo. Las
declaraciones que denuncian a importantes ciudades galileas son las más
duras que se hayan oído hasta ahora en el Evangelio. Jesús no intenta congraciarse;
pone el dedo en la llaga. Se relaciona con la gente “equivocada”
(Mat. 9:9-13); su pretensión de poder perdonar pecados es escandalosa a los
ojos de los dirigentes religiosos (Mat. 9:1-8).
De hecho, Jesús pronuncia algunas palabras poderosas de condenación
sobre el pueblo, e incluso lo compara, desfavorablemente, con Sodoma, que
en ese entonces (al igual que hoy) era considerada un lugar de implacable
maldad. “Por tanto os digo que en el día del juicio, será más tolerable el
castigo para la tierra de Sodoma, que para ti” (Mat. 11:24).
Las tensiones aumentan y, no obstante, en medio de todo esto, Jesús cambia de marcha y ofrece un verdadero descanso. Él puede hacerlo porque “todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre; y nadie conoce al Hijo, sino el Padre” (Mat. 11:27). La capacidad de Jesús para dar descanso se basa en su divinidad y su unidad con el Padre.
Antes de que podamos llegar a deshacernos de nuestras cargas, debemos comprender que no podemos llevarlas solos. De hecho, la mayoría no podrá deshacerse de ellas a menos que reconozca su verdadera condición. La invitación de Jesús se basa en la necesidad.
“Venid” representa la condición previa para encontrar descanso. “Venid” significa que debemos ceder el control. En una época en la que podemos controlar convenientemente muchas cosas de nuestra vida a través de los teléfonos inteligentes, ir a Jesús no es el camino natural. De hecho, para la mayoría, rendirse es la parte más difícil de la vida cristiana.
Nos encanta hablar, y con razón, sobre todo lo que Dios hace por nosotros en Cristo y que no podemos salvarnos a nosotros mismos, o cosas por el estilo. Todo eso es cierto. Pero, al final, todavía tenemos que tomar la decisión consciente de “venir” a Jesús, lo que significa entregarnos a él. Aquí es donde la realidad del libre albedrío se convierte en el centro de la vida cristiana.
■ Qué cargas llevas? ¿Cómo puedes aprender a dárselas a Jesús y experimentar el descanso que él ofrece, y a un costo tan grande para él?
Domingo
Me siento instada por el Espíritu del Señor a deciros que ahora es vuestro día de privilegio, de confianza, de bendición. ¿Lo aprovecharéis? ¿Estáis trabajando para la gloria de Dios, o por intereses egoístas? ¿Estáis pensando mayormente en las perspectivas brillantes del éxito mundanal que os puedan proporcionar satisfacción y ganancia financiera? En tal caso, os veréis chasqueados acerbamente. Pero si procuráis vivir una vida pura y santa, y aprendéis diariamente en la escuela de Cristo las lecciones que os ha invitado a aprender y sois mansos y humildes de corazón, entonces tendréis una paz que no podrá cambiar ninguna circunstancia de este mundo.
La vida que se vive en Cristo es una vida llena de reposo. La inquietud, el descontento y la agitación revelan la ausencia del Salvador. Si hacéis entrar a Jesús en vuestra vida, está se llenará de obras buenas y nobles para el Maestro. Os olvidaréis de serviros a vosotros mismos, y viviréis siempre más cerca del amado Salvador; vuestro carácter se volverá semejante al de Cristo, y cuantos os rodeen conocerán que habéis estado con Jesús aprendiendo de él (Testimonios para la iglesia, t. 5, pp. 460, 461).
Cristo es el manantial de la vida. Lo que muchos necesitan es un conocimiento más claro de él; necesitan que se les enseñe con paciencia y bondad, pero también con fervor, a abrir de par en par todo su ser a las influencias curativas del Cielo. Cuando el sol del amor de Dios ilumina los obscuros rincones del alma, el cansancio y el descontento pasan, y satisfacciones gratas vigorizan la mente, al par que dan salud y energía al cuerpo…
No hemos de consentir en que lo futuro con sus dificultosos problemas, sus perspectivas nada halagüeñas, nos debilite el corazón, haga flaquear nuestras rodillas y nos corte los brazos. “Echen mano… de mi fortaleza —dice el Poderoso— y hagan paz conmigo. ¡Sí, que hagan paz conmigo!” Isaías 27:5 (VM). Los que dedican su vida a ser dirigidos por Dios y a servirle, no se verán jamás en situación para la cual él no haya provisto el remedio. Cualquiera que sea nuestra condición, si somos hacedores de su Palabra, tenemos un Guía que nos señale el camino; cualquiera que sea nuestra perplejidad, tenemos un buen Consejero; cualquiera que sea nuestra perplejidad, nuestro pesar, luto o soledad, tenemos un Amigo que simpatiza con nosotros (Ministerio de curación, pp. 191, 192)
¿Hemos comprendido plenamente la bondadosa invitación: “Venid a mí”? Él dice: “Permaneced en mí”, no permaneced conmigo. “Entended mi llamamiento. Venid a mí para estar conmigo”. Concederá gratuitamente todas las bendiciones implícitas en él a todos los que acudan a él en busca de vida… Usted tiene el privilegio de su presencia continua, y no solo un privilegio pasajero mientras se ocupa en los deberes de la vida. ¿La ansiedad, la perplejidad y los cuidados lo alejarán de Cristo? ¿Dependemos menos de Dios cuando estamos en el taller, en el campo o en el mercado? El Señor Jesús permanecerá con vosotros y vosotros con él en todo lugar (In Heavenly Places, p. 55; parcialmente en En los lugares celestiales, p. 55).
“LLEVAD MI YUGO SOBRE VOSOTROS”
Lee Mateo 11:29 y 30. ¿Por qué nos exhorta Jesús a llevar su yugo inmediatamente
después de habernos invitado a entregarle nuestras cargas y
hallar verdadero descanso?
“Llevad” y “aprended” centran la atención de la audiencia (y del lector) en Jesús. Debemos llevar su yugo y aprender de él.
La íntima relación de la Deidad entre el Padre y el Hijo (que ya se insinúa en Mat. 11:25 al 27) ofrece una ilustración poderosa que puede explicar la metáfora del yugo en estos versículos. El Padre y el Hijo trabajan unidos para salvar a la humanidad. Si bien el yugo es un símbolo de sumisión (ver Jer. 27), también es una metáfora que comunica unidad de propósito. Nos sometemos a su yugo y aceptamos la tarea que él nos encomienda de bendecir a quienes nos rodean. Nosotros no llevamos su yugo; simplemente, estamos uncidos a él porque su yugo “es fácil” y su carga “es ligera” (Mat. 11:30). “Aprended de mí”, reitera este concepto. En griego, el verbo “aprender” se relaciona con el término “discípulo”. Cuando aprendemos de Jesús, somos verdaderamente sus discípulos. La obediencia y el compromiso son características del discipulado.
¿Cuál es la diferencia entre estar “cargados” (Mat. 11:28) y llevar su yugo (11:29)?
El yugo como metáfora de la Ley era común en el judaísmo. Hechos 15:10 lo utiliza en referencia a la ley de la circuncisión. Gálatas 5:1 contrasta la libertad que ofrece Jesús con el yugo de la esclavitud, que es una referencia a la Ley como medio de salvación. El hecho de estar uncidos a Jesús enfatiza la obediencia y el compromiso de seguir sus pasos y participar en su misión. Si bien no podemos aspirar a agregar nada a la salvación que Jesús ganó para nosotros en la Cruz, sí podemos convertirnos en sus embajadores y compartir las buenas nuevas con quienes nos rodean. La interpretación que Jesús hace de la Ley, como lo demuestra en el Sermón del Monte (Mat. 5-7), es aún más radical que la que adoptan los fariseos. Requiere cirugía del corazón y transforma nuestras motivaciones; y su yugo es fácil y su carga es ligera (Mat. 11:30).
■ ¿Qué promesa maravillosa! Descanso para vuestras almas. ¿Cómo has vivido ese descanso? ¿Cómo es? Al centrarnos en Jesús y en lo que él nos ofrece, ¿cómo podemos comenzar a conocer ese descanso?
Lunes
Tenía que hablar a todos los hombres y atraerlos a través del abismo que el pecado había hecho, para unir al hombre finito con el Dios infinito. Únicamente el poder de la cruz puede separar al hombre de la fuerte confederación del pecado. Cristo se dio a sí mismo para la salvación del pecador. Aquellos cuyos pecados son perdonados, que aman a Jesús, se unirán con él. Llevarán el yugo de Cristo. Este yugo no ha de estorbarlos ni hará de su vida religiosa una vida de afán que no satisface. No; el yugo de Cristo ha de ser el medio preciso por el cual la vida cristiana ha de llegar a ser una vida de placer y de gozo. El cristiano se sentirá gozoso al contemplar lo que el Señor ha hecho al dar a su Hijo unigénito a fin de que muriera por el mundo, “para que todo el que crea en él, no perezca, sino tenga vida eterna”. Juan ٣:١٦ (Mensajes para los jóvenes, p. 95).
El Señor dice: “Permaneced en mí”. Estas palabras expresan una idea de descanso, estabilidad, confianza. También nos invita: “¡Venid a mí… y os daré descanso!” Mateo ١١:٢٨. Las palabras del salmista hacen resaltar el mismo pensamiento: “Confía calladamente en Jehová, y espérale con paciencia”. E Isaías asegura que “en quietud y en confianza será vuestra fortaleza”. Salmo 37.7. Este descanso no se obtiene en la inactividad; porque en la invitación del Salvador la promesa de descanso va unida con un llamamiento a trabajar: “Tomad mi yugo sobre vosotros, y… hallaréis descanso”. Mateo 11:29. El corazón que más plenamente descansa en Cristo es el más ardiente y activo en el trabajo para él (El camino a Cristo, p. 71).
Jesús invita a los cansados y cargados, y les promete descanso si quieren acudir a él. Los invita a cambiar el amargo yugo del egoísmo y la codicia que los esclaviza a Mammón, por su yugo y su carga que, según él declara, son suaves y livianos. Dice: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas”. Mateo 11:29. Él quiere que ellos pongan a un lado las pesadas cargas de las congojas y las perplejidades mundanales y tomen su yugo de abnegación y sacrificio por los demás. Esta carga les resultará fácil. Los que se nieguen a aceptar el alivio que Cristo les ofrece, y continúen llevando el amargo yugo del egoísmo imponiendo a sus almas tareas sumamente pesadas según los planes que hacen para acumular dinero para la complacencia egoísta, no han experimentado la paz y el descanso que se hallan en llevar el yugo de Cristo y las cargas de la abnegación y la benevolencia desinteresada que Cristo llevó en su favor (Testimonios para la iglesia, t. 3, pp. 423, 424).
Llevar el yugo con Cristo significa trabajar de acuerdo con sus directivas, ser copartícipe con él en sus sufrimientos y esfuerzos en favor de la humanidad perdida. Significa ser sabio instructor de almas. Seremos lo que permitamos que Cristo nos haga en estas preciosas horas del tiempo de gracia. La clase de vasija que lleguemos a ser dependerá de nuestra docilidad para ser modelados. Debemos unirnos con Dios en la obra de modelar y adaptar, sometiendo nuestra voluntad a la voluntad divina (Comentarios de Elena G. de White en Comentario bíblico adventista del séptimo día, t. 5, p. 1067).
“SOY MANSO Y HUMILDE DE CORAZÓN”
La mansedumbre es una cualidad menospreciada en la actualidad. La humildad es motivo de burlas. Las redes sociales nos han enseñado a prestar atención a lo estridente, lo ruidoso, lo misterioso y salvaje, y lo extravagante.
“El conocimiento de la verdad no depende tanto de la fortaleza intelectual como de la pureza de propósito, la sencillez de una fe ferviente y dependiente. Los ángeles de Dios se acercan a quienes con humildad de corazón buscan la dirección divina. Se les da el Espíritu Santo para abrirles los ricos tesoros de la verdad” (PVGM 39).
Lee Mateo 5:5; 1 Pedro 3:4; e Isaías 57:15. ¿Cómo definirías la mansedumbre
y la humildad sobre la base de estos versículos?
Pablo alude a “la mansedumbre y ternura de Cristo” en 2 Corintios 10:1. La mansedumbre y la humildad no son descripciones de una presa fácil, de gente que no puede mantenerse firme en su postura. El mismo Jesús no buscaba la confrontación, y con frecuencia la evitó porque su misión aún no se había cumplido (Juan 4:1-3). Sin embargo, cuando lo confrontaron, respondió con valentía, pero al mismo tiempo se expresó con amabilidad. Al lamentarse sobre Jerusalén justo antes de la Cruz, por ejemplo, no profirió maldiciones, sino imágenes verbales de un futuro devastador bañadas en lágrimas (Luc. 19:41–44).
El Nuevo Testamento a menudo describe a Jesús como el segundo Moisés. Él habla desde un monte al exponer los principios de su Reino (Mat. 5:1). Provee comida milagrosa a grandes multitudes (14:13-21). Números 12:3 describe a Moisés como “manso”, lo cual se repite en Mateo 11:29. Los testigos de la alimentación de los cinco mil exclaman maravillados: “Este verdaderamente es el profeta que había de venir al mundo” (Juan 6:14).
La humildad y la mansedumbre de Jesús superan claramente a las de Moisés. En definitiva, él es nuestro divino Salvador. Aunque Moisés se ofreció a entregarse para salvar a su pueblo (Éxo. 32:32), su muerte no habría logrado nada, porque Moisés era pecador y él mismo necesitaba un Salvador, alguien que cargara con sus pecados y que pagara por ellos. Si bien podemos aprender de Moisés y la historia de su vida, no podemos hallar salvación en él. Antes bien, necesitamos un Salvador que pueda ocupar nuestro lugar, no solo como Intercesor sino además como nuestro Sustituto. La intercesión es importante, pero solo el Dios que pende de la Cruz con la carga de nuestro pecado, aquel que pagó en sí mismo el castigo de nuestro pecado, es quien puede salvarnos de las consecuencias legales que nuestros pecados nos causarían merecidamente. Por eso, por más grande que fuera el ejemplo que Jesús nos haya dejado, todo sería en vano sin la Cruz y la Resurrección.
Martes
“Aprended de mí —dice Jesús—, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso”. Debemos entrar en la escuela de Cristo, aprender de su mansedumbre y humildad. La redención es aquel proceso por el cual el alma se prepara para el cielo. Esa preparación significa conocer a Cristo. Significa emanciparse de ideas, costumbres y prácticas que se adquirieron en la escuela del príncipe de las tinieblas. El alma debe ser librada de todo lo que se opone a la lealtad a Dios.
En el corazón de Cristo, donde reinaba perfecta armonía con Dios, había perfecta paz. Nunca le halagaban los aplausos, ni le deprimían las censuras o el chasco. En medio de la mayor oposición o el trato más cruel, seguía de buen ánimo. Pero muchos de los que profesan seguirle tienen un corazón ansioso y angustiado porque temen confiarse a Dios. No se entregan completamente a él, porque rehuyen las consecuencias que una entrega tal puede significar. A menos que se rindan así a él, no podrán hallar paz (El Deseado de todas las gentes, pp. 297, 298).
Solamente estáis seguros cuando, en perfecta sumisión y obediencia, os relacionáis con Cristo. El yugo es fácil, porque Cristo lleva el peso. Al levantar la carga de la cruz, se convertirá en liviana; y esa cruz es para vosotros una garantía de vida eterna. Es el privilegio de cada cual seguir alegremente a Cristo exclamando a cada paso: “Tu benignidad me ha acrecentado”. Pero si queremos viajar en dirección al cielo, debemos tomar a la Palabra de Dios como nuestro libro de texto. Debemos estudiar nuestras lecciones diarias en las palabras de la inspiración…
La humillación del hombre Cristo Jesús es incomprensible para la mente humana; pero su divinidad y su existencia antes de que el mundo fuera creado jamás pueden ser puestas en tela de juicio por los que creen en la Palabra de Dios. El apóstol Pablo nos habla de nuestro Mediador, el Hijo unigénito de Dios, quien en su estado glorioso tenía la forma de Dios y era el Comandante de todas las huestes celestiales, y que no obstante, al revestir su divinidad de humanidad, tomó sobre sí la forma de siervo (Hijos e hijas de Dios, p. 83).
Al consentir en convertirse en hombre, Cristo manifestó una humildad que es la maravilla de las inteligencias celestiales. El acto de consentir en ser hombre no habría sido una humillación si no hubiera sido por la excelsa preexistencia de Cristo. Debemos abrir nuestro entendimiento para comprender que Cristo puso a un lado su manto real, su corona regia y su elevado mando, y revistió su divinidad con humanidad para que pudiera encontrarse con el hombre donde este estaba y para proporcionar a los miembros de la familia humana poder moral, a fin de que llegaran a ser los hijos e hijas de Dios. Para redimir al hombre, Cristo se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz (Mensajes selectos, t. 1, pp. 285, 286).
“PORQUE MI YUGO ES FÁCIL”
Ya hemos notado que el uso que hace Jesús de “yugo” en esta parte refleja el uso que hace el judaísmo del término y de otros pasajes del Nuevo Testamento que se refieren a una interpretación errónea de la Ley.
El término griego traducido como “fácil”, en Mateo 11:30, también se
puede traducir como “bueno, agradable, útil y benévolo”. Muchos a nuestro
alrededor consideran que la Ley de Dios es pesada, difícil de cumplir y, a
veces, irrelevante. ¿Cómo podemos ayudarlos a descubrir la belleza de la
Ley e inspirar amor por el Legislador?
Los padres siempre recuerdan el momento en que su hijo dio ese primer paso. A un primer paso vacilante le sigue un segundo paso tentativo, luego un tercero, y para entonces es más probable que el niño tropiece y caiga. Puede haber algunas lágrimas y quizás hasta un moretón, pero una vez que el niño haya sentido la libertad del movimiento, se levantará y volverá a intentarlo. Caminar, caerse, levantarse, caminar, caerse, levantarse... La secuencia se repite muchas veces antes de que el niño pueda caminar con seguridad. Y, sin embargo, en medio de tropiezos y caídas, hay una carita orgullosa que declara triunfal: ¡Papá, mamá, puedo caminar!
Caminar con Jesús quizá no siempre sea fácil, pero siempre es bueno y apropiado. Podemos tropezar, incluso podemos caer; sin embargo, podemos levantarnos y seguir caminando con él a nuestro lado.
En Gálatas 5:1, Pablo escribió: “Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud”. ¿Qué significa eso? ¿De qué modo Cristo nos ha hecho libres? ¿Cuál es la diferencia entre el yugo que nos pide que llevemos y el “yugo de esclavitud” contra el que nos advierte Pablo?
Si bien no sabemos exactamente lo que Pablo quiso decir con el “yugo de esclavitud”, podemos asegurar que no se refería a la obediencia a la Ley de Dios, los Diez Mandamientos. Al contrario, es a través de la obediencia, mediante la fe (sabiendo que nuestra salvación está asegurada no sobre la base de la Ley, sino de la justicia de Cristo que nos cubre), que podemos tener verdaderos descanso y libertad.
■ ¿Por qué hay más descanso en llevar una vida de obediencia a la Ley de Dios que en desobedecer esa ley?
Miércoles
“Llevad mi yugo sobre vosotros”. dice Jesús. El yugo es un instrumento de servicio. Se enyuga a los bueyes para el trabajo, y el yugo es esencial para que puedan trabajar eficazmente. Por esta ilustración, Cristo nos enseña que somos llamados a servir mientras dure la vida. Hemos de tomar sobre nosotros su yugo, a fin de ser colaboradores con él.
El yugo que nos liga al servicio es la ley de Dios. La gran ley de amor revelada en el Edén, proclamada en el Sinaí, y en el nuevo pacto escrita en el corazón, es la que liga al obrero humano a la voluntad de Dios. Si fuésemos abandonados a nuestras propias inclinaciones para ir adonde nos condujese nuestra voluntad, caeríamos en las filas de Satanás y llegaríamos a poseer sus atributos. Por lo tanto, Dios nos encierra en su voluntad, que es alta, noble y elevadora. Él desea que asumamos con paciencia y sabiduría los deberes de servirle. El yugo de este servicio lo llevó Cristo mismo como humano. Él dijo: “Me complazco en hacer tu voluntad, oh Dios mío, y tu ley está en medio de mi corazón”. Salmo 40:8. “He descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, mas la voluntad del que me envió”. Juan 6:38. El amor hacia Dios, el celo por su gloria, y el amor por la humanidad caída, trajeron a Jesús a esta tierra para sufrir y morir. Tal fue el poder que rigió en su vida. Y él nos invita a adoptar este principio (El Deseado de todas las gentes, pp. 296, 297).
Los hombres necesitan aprender que no pueden poseer en su plenitud las bendiciones de la obediencia, sino cuando reciben la gracia de Cristo. Esta es la que capacita al hombre para obedecer las leyes de Dios y para libertarse de la esclavitud de los malos hábitos. Es el único poder que puede hacerle firme en el buen camino y permanecer en él.
Cuando se recibe el Evangelio en su pureza y con todo su poder, es un remedio para las enfermedades originadas por el pecado. Sale el Sol de justicia, “trayendo salud eterna en sus alas”. Malaquías 4:2 (VM). Todo lo que el mundo proporciona no puede sanar al corazón quebrantado, ni dar la paz al espíritu, ni disipar las inquietudes, ni desterrar la enfermedad. La fama, el genio y el talento son impotentes para alegrar el corazón entristecido o restaurar la vida malgastada. La vida de Dios en el alma es la única esperanza del hombre.
El amor que Cristo infunde en todo nuestro ser es un poder vivificante. Da salud a cada una de las partes vitales: el cerebro, el corazón y los nervios. Por su medio las energías más potentes de nuestro ser despiertan y entran en actividad. Libra al alma de culpa y tristeza, de la ansiedad y congoja que agotan las fuerzas de la vida. Con él vienen la serenidad y la calma. Implanta en el alma un gozo que nada en la tierra puede destruir: el gozo que hay en el Espíritu Santo, un gozo que da salud y vida (El ministerio de curación, p. 78).
“Y LIGERA MI CARGA”
La declaración final de Jesús en Mateo 11:30 usa la imagen de llevar una carga: “Porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga”.
Moisés estaba contento al ver a su suegro Jetro después de que Israel
salió de Egipto y cruzó el mar. Lee Éxodo 18:13 al 22. ¿Cómo es llevar la carga
de otra persona en esta historia?
Éxodo 18:13 nos dice que el pueblo acudía a Moisés para resolver pleitos desde la mañana hasta el atardecer. Cuando el suegro de Moisés vio esto, le suplicó encarecidamente a su yerno que organizara una estructura que le permitiera concentrarse en las cosas grandes, mientras confiaba a otros que se encargaran de las cosas más simples. Las Escrituras nos dicen que Moisés escuchó la voz de Jetro e implementó estos cambios alentadores.
Cuando Jesús nos dijo que su carga es ligera, quiso recordarnos que podemos confiar en él, el mayor Portador de cargas. Como Moisés, debemos aprender que necesitamos que otros compartan nuestras cargas. En 1 Corintios 12:12 al 26, la imagen de Pablo acerca del cuerpo de Cristo ofrece una buena ilustración de cómo se pueden compartir las cargas. Necesitamos un cuerpo funcional para poder soportar cualquier peso. Necesitamos piernas, brazos, hombros, músculos y tendones para llevar cualquier cosa.
Lee Gálatas 6:2. Ayudarnos a llevar los unos las cargas de los otros ¿cómo nos ayuda a cumplir la ley de Cristo?
El contexto inmediato de este pasaje puede ofrecer alguna ayuda. En Gálatas 6:1, Pablo declara que si un hermano cae en tentación debemos restaurar a esa persona con un espíritu de mansedumbre (recuerda la declaración de Jesús en Mat. 11:29 de que él es manso). Llevar las cargas significa restaurar a alguien que se ha desviado para ayudar a esa persona a ver la gracia divina. Pero también significa ayudarnos unos a otros cuando nosotros, o ellos, padecemos dificultades. El término griego para “carga” puede referirse a un peso pesado o una piedra. Es un recordatorio de que todos llevamos cargas y que todos necesitamos a quienes puedan ayudarnos a llevar la carga. Compartir la carga es una actividad de la iglesia, ordenada por Dios, que requiere mansedumbre y produce compasión.
■ Piensa en la última vez que alguien te ayudó a llevar una carga con la que estabas luchando. ¿Por qué eso significó tanto para ti? ¿Qué carga puedes ayudar a llevar?
Jueves
Son muchos aquellos cuyo corazón se conduele bajo una carga de congojas, porque tratan de alcanzar la norma del mundo. Han elegido su servicio, aceptado sus perplejidades, adoptado sus costumbres. Así su carácter queda mancillado y su vida convertida en carga agobiadora. A fin de satisfacer la ambición y los deseos mundanales, hieren la conciencia y traen sobre sí una carga adicional de remordimiento. La congoja continua desgasta las fuerzas vitales. Nuestro Señor desea que pongan a un lado ese yugo de servidumbre. Los invita a aceptar su yugo, y dice: “Mi yugo es fácil, y ligera mi carga”. Los invita a buscar primeramente el reino de Dios y su justicia, y les promete que todas las cosas que les sean necesarias para esta vida les serán añadidas. La congoja es ciega, y no puede discernir lo futuro; pero Jesús ve el fin desde el principio. En toda dificultad, tiene un camino preparado para traer alivio. Nuestro Padre celestial tiene, para proveernos de lo que necesitamos, mil maneras de las cuales no sabemos nada. Los que aceptan el principio de dar al servicio y la honra de Dios el lugar supremo, verán desvanecerse las perplejidades y percibirán una clara senda delante de sus pies (El Deseado de todas las gentes, p. 297).
Jesús les invita a depositar el yugo que han cargado, que ha doblegado su cerviz, y tomar el suyo, que es liviano, porque su carga es ligera. ¡Cuán abrumadora es la carga del amor propio, la codicia, el orgullo, la pasión, los celos y las suposiciones perversas! ¡Cuán firmemente agarran los hombres estas maldiciones y cuánto se resisten a abandonarlas! Cristo conoce cuán abrumadores son estos yugos autoimpuestos y nos invita a depositarlos a sus pies. Invita a las almas cargadas y apesadumbradas para que se acerquen a él y cambien los pesados yugos que ellas mismas se han puesto al cuello por el suyo, que es ligero. Dice: “Hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga”. Mateo 11:29. Las exigencias del Salvador son coherentes y armónicas, llevarlas con gozo trae la paz y el descanso al alma (Testimonios para la iglesia, t. 4, p. 237).
Fue para salvar a los pecadores por lo que Cristo dejó su hogar en el cielo, y vino a la tierra a sufrir y a morir. Por esto él sufrió y agonizó y oró, hasta que, con el corazón quebrantado y abandonado por aquellos a quienes vino a salvar, derramó su vida en el Calvario.
Muchos se apartan de una vida tal como la que vivió nuestro Salvador. Sienten que requiere un sacrificio demasiado grande imitar al Modelo, llevar frutos en buenas obras, y luego soportar pacientemente las podas de Dios para que lleven más frutos. Cuando el cristiano se considera a sí mismo solo como un humilde instrumento en las manos de Cristo, y trata de realizar con fidelidad todos los deberes, descansando en la ayuda que Dios ha prometido, entonces llevará el yugo de Cristo y lo encontrará liviano; llevará cargas por Cristo, y las hallará ligeras. Alzará su vista con valor y confianza y dirá: “Yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día”. 2 Timoteo 1:12 (La edificación del carácter, pp. 81, 82).
PARA ESTUDIAR Y MEDITAR:
“Cuando les parezca que su trabajo es rudo, cuando se quejen de dificultades y pruebas, cuando digan que no tienen fortaleza para resistir la tentación, que no pueden vencer la impaciencia y que la vida cristiana es una tarea penosa, estén seguras de que no están llevando el yugo de Cristo; están llevando el yugo de otro maestro” (CN 251, 252).
“Se necesitan vigilancia constante y devoción ferviente y amante, pero ellas vendrán naturalmente cuando el alma sea preservada por el poder de Dios mediante la fe. No podemos hacer nada, absolutamente nada, para ganar el favor divino. No debemos confiar en absoluto en nosotros mismos ni en nuestras buenas obras. Sin embargo, cuando vamos a Cristo como seres falibles y pecadores, podemos hallar descanso en su amor. Dios aceptará a cada uno que acuda a él confiando plenamente en los méritos de un Salvador crucificado. El amor brota en el corazón. Puede no haber un éxtasis de sentimientos, pero hay una confianza continua y serena. Toda carga se hace liviana, pues el yugo que impone Cristo es fácil. El deber se convierte en una delicia; y el sacrificio, en un placer. La senda que antes parecía sumida en tinieblas se convierte en brillante con los rayos del Sol de Justicia. Esto es caminar en la luz así como Cristo está en la luz” (FO 38, 39).
PREGUNTAS PARA DIALOGAR:
1. ¿Recuerdas el momento, en tu experiencia con Jesús, cuando finalmente te entregaste? Comparte ese momento con tu clase y concéntrate particularmente en la razón por la que te entregaste.
2. Estudien la oración de Jesús en Mateo 11:25 al 27 y analicen en clase cómo llegamos a conocer sobre la gracia. ¿Por qué Dios oculta el plan de salvación (“estas cosas”) de los sabios y entendidos y se las revela a los niños?
3. De una manera práctica, ¿cómo podemos ayudar a acercarse a Jesús y a hallar descanso a quienes nos rodean y luchan con sus cargas?
4. Reflexiona en esta idea de ser “manso y humilde de corazón”. ¿No es eso malo para la autoestima de una persona? ¿No deberíamos sentirnos bien con nosotros mismos, especialmente con alguien que de todos modos lucha con sus propias dudas? La Cruz, y lo que esta representa, ¿cómo nos ayuda a entender lo que Jesús quiere decir acerca de ser “manso y humilde”? Es decir, en presencia de la Cruz, ¿por qué la mansedumbre y la humildad son las únicas actitudes realmente apropiadas que debemos tener?
Viernes
Mi vida hoy, 13 de junio, "Confianza en Dios" p. 173;
Hijos e hijas de Dios, 13 de enero, "Cerca de los que lo invocan"
"DESCANSO EN CRISTO"
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Dios lo bendiga!!!
Lección 5
EL SÁBADO ENSEÑARÉ...
Parte I: RESEÑA
¿Alguna vez sentiste que las cargas que llevas son demasiado pesadas? ¿Alguna vez sentiste que tu nivel de estrés está al límite y no puedes soportar más? La lección de esta semana brinda ayuda práctica cuando llegamos al límite. Por cierto, ya sea que nuestras cargas sean extremadamente pesadas o relativamente ligeras, Jesús nos invita a acercarnos a él para encontrar alivio.
Nuestro principal pasaje bíblico de esta semana es Mateo 11:28 al 30: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga”. ¿Notaste las tres invitaciones específicas de tres palabras en la declaración de Cristo? En primer lugar, dice: “Venid a mí”. Él es la Fuente de nuestra paz. Él es el manantial de nuestra fuerza. Solo él puede llevar nuestras cargas. Él es el único que realmente puede aliviar el estrés abrumador que a veces experimentamos. La segunda invitación de tres palabras es “Llevad mi yugo”. Los bueyes que están en yugo se unen para servir y alivianarse el esfuerzo. Cuando nos unimos a Cristo en el servicio a los demás, nuestras cargas se vuelven más livianas. En la lección de esta semana, estudiaremos más a fondo lo que significa estar en “yugo” con Cristo. La tercera invitación de tres palabras es “Aprended de mí”. Jesús cargó el peso de este mundo sobre sus hombros, pero vivió en una atmósfera de paz divina. No estaba estresado por los desafíos que enfrentó. En la lección de esta semana, exploraremos este pasaje con considerable detalle, enfatizando especialmente el anhelo de Jesús de que descansemos en él y que encontremos paz del corazón y la mente.
Parte II: COMENTARIO
Se cuenta la historia de un anciano granjero que caminaba penosamente por un camino de tierra estrecho y viejo, llevando un saco de papas en la espalda, con los hombros caídos y el paso laborioso y lento. Era un día de verano extremadamente caluroso, y el sudor corría por la frente del anciano. Se animó un poco cuando un vecino se acercó en su carro tirado por caballos y le preguntó al anciano si quería que lo llevara. Feliz, se subió a la parte trasera del carro. Mientras avanzaban, el vecino observó que el hombre todavía tenía el saco de papas en la espalda. Se dio vuelta y le dijo al granjero: “Amigo, descansa un poco. Deja tu saco”. Según cuenta la historia, el anciano simplemente respondió: “Has sido tan amable al llevarme; lo mínimo que puedo hacer es llevar mi carga”. Sin duda, esta historia es ficticia, pero ilustra bien el tema de la lección de esta semana. Es posible que todavía llevemos nuestras propias cargas pesadas incluso después de haber ido a Jesús. Nuestro Salvador anhela aliviarnos del estrés de llevar estas cargas. Él quiere llevar nuestra carga. Estudiemos cómo podemos liberarnos de las cargas que a menudo sofocan nuestro gozo.
Ven a Jesús
Jesús nos invita a acercarnos a él. ¿Qué significa esto en términos prácticos? Ir es una decisión de la voluntad. Ir implica nuestra decisión personal. Jesús nos ha dado a cada uno de nosotros libertad de elegir. Él no forzará nuestra voluntad. No nos presionará para que vayamos. Él nos invita bondadosamente. Nos impresiona con su Espíritu para que vayamos a él. Pero, la decisión es nuestra. Ir es poner nuestra confianza en su capacidad para llevar la carga. Vamos con fe, creyendo que él es más grande que el problema, más grande que la dificultad y más grande que el desafío. Elena de White comparte esta idea alentadora: “Su invitación es: ‘Venid a mí’. Cualesquiera que sean tus ansiedades y pruebas, presenta tu caso ante el Señor. Tu espíritu será fortalecido para poder resistir. Se te abrirá el camino para librarte de estorbos y dificultades. Cuanto más débil e impotente te reconozcas, tanto más fuerte llegarás a ser en su fortaleza. Cuanto más pesadas sean tus cargas, más bienaventurado es el descanso que hallarás al echarlas sobre el Portador de las cargas” (DTG 296).
Uncidos a Jesús
Cuando acudimos a Jesús, él nos invita a tomar su yugo. Estas palabras, que eran comunes para sus oyentes del siglo I, parecen extrañas a nuestros oídos. William Barclay, en su comentario bíblico sobre Mateo 11:26 al 28, explica las palabras de Jesús con respecto al yugo de esta manera: “Jesús nos invita a llevar su yugo sobre nuestros hombros. Los judíos usaban la frase ‘el yugo’ para ‘someterse a’. Hablaban del yugo de la Ley, el yugo de los Mandamientos, el yugo del Reino, el yugo de Dios”. Tomar el yugo de Cristo es someterse a su voluntad. Cuando se colocaba el yugo alrededor del cuello del buey, el animal se sometía a la dirección de su amo.
Y continúa: “Bien puede ser que Jesús haya tomado las palabras de su invitación de algo mucho más cercano que eso. Dice: ‘Mi yugo es fácil’. La palabra ‘fácil’ está en griego, chrestos, que puede significar bien ajustado. En Palestina, los yugos de buey se hacían de madera; traían al buey y le tomaban las medidas. Luego se desbastaba el yugo y se lo volvía a traer el buey para probárselo. El yugo se ajustaba cuidadosamente para que le quedara bien y no hiriera el cuello de la paciente bestia. El yugo se hacía a la medida del buey”.
¿Crees que Jesús habrá hecho yugos en la carpintería de Nazaret? Barclay habla de una leyenda que dice que Jesús “hacía los mejores yugos de buey de toda Galilea, y que gente de todas partes del país acudía a él para comprar los mejores yugos que ese oficio podía aportar”. ¿Te imaginas un letrero sobre la puerta de la carpintería de Jesús que dijera algo como esto: “Los mejores yugos de toda Galilea se hacen aquí”?
El yugo que Jesús pone alrededor de nuestro cuello para unirnos a él encaja bien. Él llega a ser nuestro socio en el servicio y se une a nosotros. Lo que quiere decir es: “La vida que te doy no es una carga para ti; tu tarea está hecha a medida para ti”. Todo lo que Dios nos envía está hecho exactamente a la medida de nuestras necesidades y habilidades. Como dice el apóstol Pablo: “No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar” (1 Cor. 10:13). Uncidos a Jesús, tenemos la absoluta seguridad de que él nos fortalecerá para soportar cualquier tentación, prueba o tribulación que enfrentemos. El descanso que Cristo nos da es la seguridad de que él está a nuestro lado para permitirnos prosperar en cada uno de los desafíos de la vida.
Elena de White agrega: “ ‘Llevad mi yugo sobre vosotros’, dice Jesús. El yugo es un instrumento de servicio. Se enyuga a los bueyes para el trabajo, y el yugo es esencial para que puedan trabajar eficazmente. Por medio de esta ilustración, Cristo nos enseña que somos llamados a servir mientras dure la vida. Hemos de tomar su yugo sobre nosotros con el fin de que podamos ser colaboradores con él.
“El yugo que nos une al servicio es la Ley de Dios. La gran Ley de amor revelada en el Edén, proclamada en el Sinaí, y en el Nuevo Pacto escrita en el corazón, es la que liga al obrero humano a la voluntad de Dios. Si fuésemos dejados para seguir nuestras propias inclinaciones, para ir simplemente adonde nos conduzca nuestra voluntad, caeríamos en las filas de Satanás y llegaríamos a poseer sus atributos. Por lo tanto, Dios nos encierra en su voluntad, que es superior, noble y elevadora. Él desea que asumamos con paciencia y sabiduría los deberes de servirlo” (DTG 296). Llevar su yugo es someterse a su voluntad, y al someternos a su voluntad tenemos la mayor sensación de libertad y la mayor sensación de paz.
Aprender de Jesús
La última de las tres invitaciones de Cristo en Mateo 11:29 es “Aprended de mí”. Al estudiar la vida de Cristo, repetidamente aparece un tema predominante. Cristo estaba totalmente comprometido con hacer la voluntad del Padre. En Juan 8:29, Jesús dice: “Yo hago siempre lo que le agrada”. En su última oración de intercesión, en Juan 17, Jesús ora: “Para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti” (Juan 17:21). Había una unidad inquebrantable entre Jesús y su Padre. Ni una sola vez en su vida terrenal Jesús decidió actuar o pensar en contra de la voluntad del Padre. Incluso en el momento más difícil de su vida, Jesús entregó su voluntad a la voluntad del Padre. En Getsemaní, cuando el destino del mundo temblaba en la balanza, y Satanás retorcía el corazón de Jesús con sus más feroces tentaciones, Jesús oró: “Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú” (Mat. 26:39). La paz perfecta se obtiene cuando nuestro corazón y nuestra mente son uno con la mente y el corazón de Cristo. Cuando, como dice el viejo himno, “No hay nada entre mi alma y mi Salvador” [himno “Ando con Cristo” en español], estamos en paz. El pecado perturba nuestra paz. Una relación rota entre nosotros y Jesús trastorna nuestra paz. Cuando acudimos a él deseando hacer su voluntad, unidos a él en servicio, nos promete: “Hallaréis descanso para vuestras almas” (Mat. 11:29).
Parte III: APLICACIÓN A LA VIDA
¿Puedes pensar en algo en tu vida que te impida entregarte por completo a Jesús? ¿Hay algo que te impida ir a él? Hay muchos que piensan que no pueden ir a Cristo a menos que primero se arrepientan de sus pecados y abandonen sus malos hábitos. La verdad es que vamos a Jesús tal como estamos, con todas nuestras faltas, atormentados por la culpa y plagados por la debilidad de nuestra carne. Cuando vamos, él nos acepta con los brazos abiertos. Nos da el don del arrepentimiento. Acepta nuestra confesión. Nos recibe como sus hijos e hijas. Nos da poder para vencer. Unidos a él, llegamos a ser nuevas criaturas en Cristo. Esta semana, considera comenzar tus días con estos dos enunciados:
- Jesús, hoy vengo a ti. Reconozco que eres la Fuente de mi paz, mi propósito y mi alegría en la vida. Te presento mi voluntad hoy y pongo todos mis planes a tus pies.
- Jesús, revélame cualquier cosa en mi vida que no esté en armonía con tu voluntad. Donde tenga actitudes, sentimientos, deseos y hábitos que sean contrarios a tu voluntad, por favor, revélamelos. Hoy, mi mayor deseo es complacerte.
"DESCANSO EN CRISTO"
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Dios los bendiga!!
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