Lección 2 de Intermediarios
UNA AVENTURA Y UN DESAFÍO
¿Has tenido alguna vez que tratar con gente difícil? Has procurado ayudarlos, pero ellos no han querido ayudarse a sí mismos. Por diversas razones, puedes afrontar desafíos. Veamos cómo Josué, Caleb y Moisés afrontaron el desafío de guiar a un pueblo terco, una nación desagradecida e infiel.
Números 13:31-33; 14; Patriarcas y profetas, pp. 409-414
“Siempre humildes y amables, pacientes, tolerantes unos con otros en amor” (Efesios 4:2).
Servir a los demás en nombre de Dios puede ser una aventura y un desafío.
—Estás mintiendo —Palti se enfrentó a Josué, y señalándolo con el dedo, volvió a repetir—: Estás mintiendo —y su voz se entrecortó.
Josué permaneció en completo silencio.
—No podemos atacar a los cananeos. Son más fuertes que nosotros —dijo Setur—. ¡Son gigantes! Comparados con ellos parecemos langostas.
Caleb se adelantó e hizo callar al pueblo de esta manera:
—Escúchenme. Debemos ir inmediatamente y tomar posesión de esa tierra. Podemos tomarla, con toda seguridad. A pesar de sus esfuerzos, las discusiones y los argumentos de los espías se extendieron como una neblina por todo el campamento. Las frutas que habían traído habían causado gran sensación. La tierra parecía perfecta. Tenía todo lo que ellos necesitaban. Pero ahora el conflicto echaba por tierra todo el entusiasmo del pueblo.
—La gente que habita Canaán es poderosa —dijo un espía. Se había olvidado de que Dios es más poderoso aún.
—Las ciudades están fortificadas y son grandes —dijo otro. Se había olvidado de que Dios los había sacado de Egipto, la nación más poderosa de la tierra.
—Hemos visto a los gigantes que allí habitan, los descendientes de Anac —dijo un tercero. Había olvidado cuán grande es Dios.
Al anochecer, el lamento de la gente impregnaba el aire como un gigantesco funeral. Por la mañana, el pueblo culpaba a Moisés de su miseria.
—¿Por qué nos sacaste de Egipto? —le reprochaban.
Se habían olvidado de que Dios, y no Moisés, los había sacado de Egipto.
—Mejor que hubiéramos muerto en el desierto —decían. Se habían olvidado de que Dios los había librado de la muerte en el desierto. Entonces uno de ellos dijo:
—Regresemos a Egipto.
Sin detenerse a pensar, decidieron buscar un líder que los guiara de nuevo a la esclavitud. El pueblo hebreo estaba rechazando a Moisés como su dirigente, y también rechazaban a Dios como su guía.
Caleb y Josué rompieron sus vestidos y exclamaron:
—¡No hagan eso! No se rebelen contra Dios. Él ha prometido darnos esa tierra.
—¡Apedréenlos! —alguien gritó y otros repitieron—: ¡Apedréenlos!
De pronto la columna de nube, la presencia visible de Dios, se puso al frente del tabernáculo.
Dios le habló a Moisés:
—¿Hasta cuándo esta gente dejará de creer en mí, a pesar de todas las señales milagrosas que he realizado entre ellos?
Era como si Dios le preguntara a Moisés: “¿Qué más puedo hacer para probarles que soy el Dios verdadero?” Entonces Dios dijo algo inesperado.
—Moisés, destruiré a este pueblo y comenzaré de nuevo contigo. Te haré una nación grande.
Tal vez Dios pensaba destruir a todos y comenzar de nuevo con Moisés. Tal vez quería que la comunidad hebrea se diera cuenta de la confianza que Moisés tenía en él en el cumplimiento de todas sus promesas. Tal vez Dios quería llamar la atención de las personas para que volvieran sus corazones a él por medio del amor que Moisés les tenía.
Moisés respondió:
—No, Señor mío, no puedes hacer eso. Si los destruyes, ¿quién va a creer en ti? ¿Quién entre las naciones cananeas reconocerá que tú eres un Dios que perdona? No, Señor mío. Perdónalos de nuevo, tal como los has perdonado tantas veces en el pasado.
La respuesta de Moisés era extraordinaria, porque no pensaba en sí mismo, sino en Dios. Hubiera podido culpar a Dios. Hubiera podido permitir que el pueblo sufriera las consecuencias por desconfiar de Dios. Pero Moisés no pensó en ninguna de esas cosas. Su respuesta a Dios demostraba que amaba al pueblo hebreo a pesar de sus palabras y de sus malas acciones, a pesar de su terca rebelión. Su respuesta a Dios demostraba que le preocupaba la reputación de Dios, no la suya.
La terrible sentencia llegó finalmente a ese pueblo que acampaba en los límites de la Tierra Prometida. Dios dijo:
—Como se han rebelado contra mí, ninguno de ustedes entrará a esa tierra. Solo Caleb y Josué, que confiaron en mí, algún día la habitarán.
Toda persona de veinte años para arriba murió en el desierto, tal como habían deseado. Una generación completa pereció. Una generación completa que no logró habitar esa tierra, no reconoció que el gozo en esta vida proviene de servir a un Dios amante, tal como había hecho Moisés, que había sido un modelo para ellos.
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Dios les bendiga!!!
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