Lección 7 de Intermediarios
DOS HERMANAS TRISTES
¿Alguna vez has puesto tu confianza en un amigo y has tenido la seguridad de que esa persona responderá cuando la necesites? ¿Cómo te sientes cuando esa persona no cumple? ¿Confiarías de nuevo en ella? María y Marta conocían a su amigo tan bien que confiaban en su amor, aunque parecía que se estaba olvidando de ellas. Imagínate la escena cuando finalmente llegó Jesús.
Juan 11:17-37; El Deseado de todas las gentes, pp. 486-490.
“Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá. Y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás” (Juan 11:25, 26).
El amor de Dios nos sostiene firmes en tiempos de sufrimiento.
El día estaba despejado y lleno de vida cuando los discípulos, con el canto de los pájaros, fueron a Betania. Pero una tristeza embargaba a ese grupo como la nube que va oscureciendo el sol.
—Estamos casi llegando —susurró Pedro al contemplar las casas de la ciudad.
Algunas personas los miraban con curiosidad desde las azoteas de sus casas. Un niñito que corría por un campo recién arado llegó hasta donde ellos estaban.
—No llegaron a tiempo para el funeral —les dijo—. Fue hace cuatro días.
Los discípulos gimieron. Pero parecía que Jesús no se daba cuenta de nada.
—No sé por qué estoy temeroso de ver a María y a Marta —murmuró Santiago.
—Es cierto; venir tan tarde me incomoda —repuso Juan.
—Esperen un momento —dijo Andrés.
Pedro y sus compañeros volvieron la mirada y vieron que Jesús estaba descansando al lado del camino. A Pedro le vino a la memoria el lecho de muerte de la hija de Jairo.
—¿Recuerdan cuánto le disgustan a Jesús las quejas y los lamentos? —les recordó Pedro.
Santiago estuvo de acuerdo con ese comentario, luego dijo:
—Me imagino que al estar tan cerca de Jerusalén, han venido todos sus familiares y amigos. A propósito, ¿no tenía Lázaro un tío en el Sanedrín? Por eso será que Jesús no quiere ir a su casa, ¿quién quiere a esos enemigos que espían todo lo que haces?
—Ese no es el caso —protestó Juan—. La muerte de Lázaro lo está afectando más de lo que nosotros pensamos.
Observando más adelante en el camino, Juan vio una figura familiar que se acercaba.
—¡Marta! —exclamó mientras corría con los brazos extendidos a consolarla.
Los discípulos contemplaban con ansiedad mientras Marta se acercaba a Jesús. Amorosamente Jesús se acercó a ella.
—Maestro —susurró—, si hubieras estado aquí, Lázaro no habría muerto. —Lo sé —repuso Jesús—. Pero se levantará de nuevo.
Marta estuvo de acuerdo.
—Es cierto, resucitará en la resurrección final. Entonces Jesús, dando un paso al frente, le dijo:
—Marta, yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí, aunque esté muerto vivirá. ¿Crees en esto?
—Sí, Señor mío —Marta levantó la mirada y contempló los ojos llenos de lágrimas de Jesús—. Yo creo que tú eres el Cristo.
Consolada, silenciosamente salió y regresó de nuevo a la aldea, para volver a los pocos minutos con María y con un grupo de agitadas plañideras, que tenían los ojos rojos de tanto llorar.
Las sonrisas de aquellas valientes hermanas se esfumaron. Y arrodillándose a los pies de Jesús, María, sollozando, hizo una declaración de su continuo amor y fe en Jesús:
—Si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto.
Lágrimas de tristeza y de alivio surcaron las mejillas de Jesús. Sentía tristeza porque llevaba cuatro días deseando consolar a las hermanas de Lázaro. Alivio porque por medio de la gracia se había mantenido vigorosa la fe de esas dos hermanas en él. Porque Jesús es tanto hombre como Dios, lloró. En los momentos de dolor, nosotros, tal como esas dos hermanas, debemos mantener vigorosa la fe en el amor de Dios.
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Dios les bendiga!!!
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