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Intermediarios | Lección 5: Yo creo | 2do Trimestre 2025 | Año B

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Lección 5 de Intermediarios

YO CREO

 

¿Alguien ha hecho algo tan maravilloso por ti que no puedes evitar creer y confiar en esa persona, aun cuando a otros les desagrada? El ciego de nuestra historia de hoy probablemente no pudo evitar preguntarse por qué los fariseos dudaban que Jesús fuera quien él decía ser. Después de todo, ¡acababa de devolverle la vista! 


Texto y clase de referencias:
Juan 9;
El Deseado de todas las gentes, cap. 51, pp. 444-449.
Versículo para memorizar:
“Jesús [...] le preguntó: ‘¿Crees en el Hijo del Hombre?’ [...]
—Creo Señor— declaró el hombre. Y, postrándose, lo adoró”
(Juan 9:35-38).
Mensaje:
Adoramos a Jesús cuando creemos en él.

 

Las palabras insultantes de los dirigentes judíos, aún sonaban en los oídos de los discípulos de Jesús mientras salían del templo con él. ¿Por qué Jesús los provocaba? Debía darse cuenta cuánto los
necesitaba si quería llegar a ser rey. Jesús disminuyó la velocidad de su paso, luego se detuvo cerca de un ciego que mendigaba en la calle. Uno de los discípulos distrajo a los demás al preguntar:

—Maestro, ¿quién pecó, este hombre o sus padres?

La mayoría del pueblo judío creía que cualquier incapacidad o enfermedad era el resultado directo del castigo de Dios por algún pecado. Si un niño nacía con un defecto, la gente creía que sus padres habían hecho algo tan malo que Dios les estaba enviando esto como un castigo. Cuando las personas se enfermaban, sus amigos creían que Dios los estaba haciendo sufrir por algún pecado cometido.

—Ninguno —contestó Jesús deseando que comprendieran que la enfermedad y los defectos
no provienen de Dios—. Esto sucedió para que la obra de Dios se hiciera evidente en su vida
(Juan 9:3).

Entonces Jesús hizo algo que no hacía regularmente cuando sanaba a alguien. Se inclinó en la tierra y escupió. Escupió una y otra vez hasta que hubo suficiente saliva para hacer una pasta de lodo. El hombre ciego quizás estaba sorprendido; tal vez hasta se asustó cuando Jesús le untó lodo en los ojos y luego le dijo:

—Vé y lávate en el estanque de Siloé.

Aquel hombre ni siquiera le había pedido a Jesús que lo sanara, pero se levantó, fue al estanque de Siloé y se lavó los ojos. Imagínatelo abriendo los ojos lentamente. La luz entró. Vio el sol brillando en la superficie del agua. Miró sus dedos, aun embarrados de lodo. Estudió sus propias uñas. Sus ojos corriendo desde sus manos hasta sus brazos, sus pies, los andrajos que llevaba, las personas que lo observaban, sus rostros, sus cabellos, sus bocas y sus ojos abiertos llenos de asombro. Ojos, ojos, por todas partes viendo, mirando.

—¡Puedo ver! —exclamó mientras salía del estanque. Una vez más manifestó su alegría—. ¡Puedo ver! —gritaba—. ¡Mírenme! ¡Puedo ver!


Nunca antes había visto el camino hacia su hogar, sabía cómo llegar e iba por todo el camino anunciando a todo el mundo, “puedo ver”.

Sus vecinos lo escucharon antes de verlo llegar.

—¿No es este el que se sienta a mendigar en la calle? —decían unos.—No, no puede ser —replicaban otros—. Se parece a él.

—Soy yo. Ahora puedo ver —dijo el ex ciego aclarando su confusión.—¿Pero cómo? —seguían preguntándole.

Entonces él les contó lo que había sucedido.

Los que lo vieron lo llevaron ante los dirigentes judíos y allí el repitió su maravillosa historia. Inmediatamente los dirigentes judíos se enfurecieron, porque ese día era sábado. A ellos no les importaba que el hombre podía ver. Solamente les preocupaba que Jesús había quebrantado sus leyes.

—Este hombre no es Dios —dijeron—, porque no guarda el sábado.

—¿Cómo puede un pecador hacer semejantes señales? —decían algunos de los fariseos.

Así que habían dos grupos de judíos argumentando. Finalmente llamaron a los padres del que había sido ciego porque no creían que él había nacido así.

—Este es nuestro hijo. Sabemos que nació ciego, pero no sabemos cómo puede ver ahora. Pregúntenselo a él, que ya es mayor de edad y puede responder por sí mismo —dijeron los padres sabiendo que los dirigentes judíos los expulsarían de la sinagoga si decían cualquier cosa en defensa o apoyo de Jesús.

Los judíos hablaron con el hombre nuevamente.

—Da gloria a Dios, porque sabemos que este Jesús es pecador.

—Si es pecador, no lo sé —respondió el hombre—, lo único que sé es que yo era ciego y ahora veo.

—No sabemos ni de dónde salió este hombre.

—¡Allí está lo sorprendente!, que ustedes no saben de dónde salió pero a mí me abrió los ojos. Si este hombre no viniera de Dios, no podría hacer nada.

—¡Cómo te atreves a predicarnos a nosotros! —y lo expulsaron de la sinagoga.

Cuando Jesús escuchó que lo habían expulsado de la sinagoga, lo buscó.

—¿Crees en el Hijo del Hombre? —le preguntó.

—¿Quién es él? Dímelo para que crea en él —contestó.

—Yo soy.

—Creo, Señor —el hombre miró el rostro de Jesús, luego se postró ante sus pies y lo adoró.

La noticia de este increíble evento se esparció de persona a persona, por toda la ciudad. Muchos creyeron en Jesús por este acontecimiento.

 

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Dios les bendiga!!!

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