Lección 11 de Intermediarios
EL MANTO HEREDADO DE ELÍAS
¿Has estado alguna vez triste o asustado por algo que sabías que iba a suceder? ¿Querías hablar de eso? ¿Hiciste algo con el fin de prepararte para lo que sabías que sucedería?
2 Reyes 2:1-15;
Patriarcas y profetas, cap. 17, pp. 145-152.
“Pero cuando venga el Espíritu Santo sobre ustedes, recibirán poder y serán mis testigos [...] hasta los confines de la tierra”
(Hechos 1:8).
El Espíritu de Dios nos da la fuerza para vivir y trabajar para él.
El sol matutino
calentaba las cabezas y los hombros de los dos viajeros que caminaban
animadamente por la polvorienta calle. El hombre mayor que avanzaba con paso
firme, era el famoso profeta Elías. Todos, aun aquellos que no adoraban al
Dios de Israel, reconocían que el profeta Elías era un hombre que imponía
respeto con su manto de pelo de camello y su grueso cinturón de cuero. También
reconocían al más joven que iba con él. Era el amigo y acompañante de Elías,
el profeta Eliseo.
Eliseo miró de reojo a su maestro. Él sabía el maravilloso secreto de Elías, pero no era porque Elías se lo había dicho. Dios mismo se lo había revelado. Elías respiró profundo y miró a su alrededor, tratando de captar y memorizar el momento. ¡Elías se va al cielo hoy! ¡Qué pensamiento tan grandioso!
Repentinamente Elías se detuvo. Miró a su amigo.
—¿Por qué no te quedas aquí? —le sugirió—. El Señor quiere que yo vaya a Betel, pero tú no necesitas ir.
Eliseo estaba sorprendido. ¡De ninguna forma iba a dejar solo a Elías en su último día en la tierra!
—Tan cierto como que el Señor vive —exclamó—, ¡no te dejaré!
Cuando llegaron a Betel, algunos de los estudiantes de la escuela de los profetas rodearon a Eliseo.
—¿Sabes que hoy el Señor va a quitarte a tu maestro? —susurraron entusiasmados—. ¿Lo sabes?
—¡Callen! No quiero hablar de eso —respondió Eliseo.
La gente lo empujaba pero sus ojos nunca se apartaron de Elías. Pronto Elías se apartó con Eliseo hacia un lado.
—El Señor me ha dicho que vaya a Jericó —le dijo—, pero te puedes quedar aquí.
—¿Estás bromeando? —contestó Eliseo.
Los hombres comenzaron su caminata otra vez. El sol estaba más alto y más caliente ahora. Se detuvieron a la orilla del camino para dejar pasar a una caravana de mercaderes.
Altos camellos caminaban orgullosos. Los conductores de los animales se hacían bromas unos con otros.
Cuando Elías y Eliseo llegaron a la ruidosa ciudad de Jericó, un grupo de la escuela de los profetas rodeó a Eliseo.
—¿Sabes que hoy el Señor va a quitarte a tu maestro? ¿Lo sabes? —le preguntaron.
—Por supuesto que lo sé, pero no hablen de eso —replicó Eliseo, con sus ojos fijos en Elías. ¡El no se iba a perder este milagro!
Elías se apartó a un lado con Eliseo.
—El Señor me ha pedido que vaya al río Jordán —le dijo—, pero debes quedarte aquí.
¿Fue un rayito de luz lo que vio Eliseo en los ojos de su maestro? Eliseo movió la cabeza.
—¡Tan cierto como que el Señor y tú viven, no te dejaré solo!
Estaba fresco cerca del río. Los pajarillos se llamaban desde las copas de los árboles. Elías se detuvo a la orilla del río. Se quitó el manto de pelo de camello. Lo dobló cuidadosamente, se inclinó, y tocó el río con el manto.
Eliseo había visto muchos milagros desde que fue llamado a seguir a Elías, pero cada uno ellos todavía hacía que se le erizaran los pelos del cuello. Vio separarse las aguas del río, tal como sus antepasados israelitas habían cruzado el mismo río para entrar en la Tierra Prometida. Eliseo, después de un instante de vacilación, siguió a Elías y cruzó el río.
Al otro lado del río, Elías se volvió a su amigo.
—¿Qué te gustaría que hiciera por ti antes que me aparten de tu lado? —le preguntó bondadosamente.
Eliseo ya sabía la respuesta. Quería ser tratado como eran tratados los hijos mayores de cada familia. Quería una doble porción. No una doble porción de riquezas. Elías no tenía riquezas. Pero Elías tenía el Espíritu de Dios sobre él. Eliseo sabía que si recibía una doble porción de su Espíritu, sería realmente el sucesor de Elías. Más que cualquier cosa, quería seguir trabajando para Dios así como lo había hecho Elías.
—Ese no es un pedido fácil —respondió Elías—. Pero si me ves mientras me llevan, lo tendrás.
Continuaron caminando y hablando como dos viejos amigos. Eliseo atesoraba cada palabra que Elías decía. Súbitamente un viento fuerte comenzó a soplar. El mismo viento resplandecía.
Y un carruaje de fuego tirado por caballos de fuego los separó, se llevó a Elías, pero su manto cayó al suelo.
Eliseo quedó paralizado, aunque no había nada más que ver.
Finalmente tomó el manto de Elías. Se volvió y lentamente siguió las huellas
de los pasos de Elías hasta el río. Eliseo confiaba en que el Espíritu de Dios
descansaba sobre él ahora. Tocó el río con el manto. Las aguas se dividieron.
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Dios les bendiga!!!
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