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Intermediarios | Lección 13: ¡No seas tímido! | 2do Trimestre 2025 | Año B

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Intermediarios | Lección 13: ¡No seas tímido! | 2do Trimestre | Año B

Lección 13 de Intermediarios

NO SEAS TÍMIDO

 

Piensa en una ocasión en que estabas lejos de casa y deseoso de regresar.
Quizás era una semana de campamento de verano o solo un par de noches en casa de un amigo.
Imagina lo que sería estar fuera de casa por 70 años.


Texto y clase de referencias:
Daniel 9:1-19; Jeremías 25:11; 29:10-14;
Profetas y reyes, cap. 42, pp. 343-348.
Versículo para memorizar:
“Así que acerquémonos confiadamente al trono de la gracia para recibir misericordia y hallar la gracia que nos ayude en el momento que más la necesitamos”
(Hebreos 4:16).
Mensaje:
Podemos acercarnos a Dios confiadamente porque su gracia nos ha perdonado.

 

H Daniel se levantó. Miró al cielo a través de la ventana abierta. Todavía estaba gris el cielo. Su habitación estaba fría. El sol no había salido aún.

Daniel se levantó. Miró al cielo a través de la ventana abierta. Todavía estaba gris el cielo. Su habitación estaba fría. El sol no había salido aún.

Daniel se puso su bata y cruzó la habitación hasta la ventana. Se arrodilló sobre su preciosa alfombra oriental y descansó los codos sobre el marco de la ventana. Observó la ciudad tranquila.

Babilonia era un lugar tan precioso. Las palmeras danzaban al compás de la brisa matutina.

Daniel podía ver algunos de los árboles de los famosos “jardines colgantes” que el rey Nabucodonosor había construido para su esposa. Sí, Babilonia era probablemente la ciudad más hermosa del mundo entero. Pero era una ciudad completamente dedicada a los dioses falsos. Había maldad por doquiera. Daniel vivía en Babilonia, pero no la consideraba su hogar. ¿Cuántos años se había arrodillado ante la misma ventana? Daniel pasaba los dedos por sus cabellos mientras pensaba en tiempos idos. Habían transcurrido sesenta y seis años desde que fue arrebatado de su tierra. Sesenta y seis años gridulces.

¡Había sido una experiencia terrible ser arrebatado de su casa y su familia y llevado cautivo y encadenado a la corte de un rey malvado! Pero una vez que había aceptado el hecho de que eso era la voluntad de Dios para su vida, también había experimentado gozo.

Su sonrisa desapareció. Ahora era un anciano en tierra extraña. Un anciano que realmente ansiaba estar en su patria, en su tierra. ¡No había lugar sobre la tierra como Jerusalén! Era la ciudad santa de Dios. Su templo estaba allí. Era una ciudad especial para el pueblo especial de Dios. El corazón de Daniel nunca la había abandonado. Sobrecogido de dolor, sintió que le corrían las lágrimas por las mejillas.

Daniel se levantó lentamente. Se quitó el manto real. Buscó su traje de saco, feo, de un material incómodo. Se lo puso. Los trajes de saco los usaban los que estaban de luto y los cautivos. Exactamente así era como se sentía Daniel ese día. Podía ser un miembro honrado de la corte del rey, pero era un cautivo. Echó cenizas sobre su cabeza y su vestidura de saco. Hoy dedicaría el día a la oración. Hablaría a Dios y le diría cómo se sentía. Hoy ayunaría. Ninguna comida tocaría sus labios. Nada lo distraería de sus oraciones. Se arrodilló otra vez en frente de su ventana.


Mentalmente Daniel repasó las palabras que había leído la noche anterior; palabras escritas por el profeta Jeremías. “Así dice el Señor: ‘Cuando a Babilonia se le hayan cumplido los setenta años, yo los visitaré; y haré honor a mi promesa en favor de ustedes, y los haré volver a este lugar [...] Afirma el Señor’ ” (Jeremías 29:10-14).

El corazón de Daniel dio un salto ante aquella idea. Los setenta años de cautiverio casi están terminando. ¡Se acercaba el tiempo en que Dios los devolvería a su casa! ¿Pero qué sucedería si Dios había cambiado su manera de pensar? ¿Qué pasaría si Dios decidía que su pueblo no había aprendido la lección del peligro fatal de adorar a los ídolos y falsos dioses? ¿Los dejaría Dios para siempre en esta tierra extraña?

“Señor, Dios grande, [...] hemos pecado” —oró él— “y hecho lo malo [...] No hemos prestado atención a tus siervos los profetas, que en tu nombre hablaron [...] Dios y Señor nuestro, escucha las oraciones y súplicas” —Daniel hizo una pausa—. “Oramos a ti porque eres misericordioso, no porque hemos hecho lo recto. ¡Señor escúchanos. Señor perdónanos, atiende a nuestro ruego y actúa” (Daniel 9:4-19).

Y Daniel continuó orando. Confesó sus propios pecados y los pecados de su pueblo Israel. Luchó con el Señor para que restaurara su santo templo.

Repentinamente Daniel supo sin lugar a dudas que Dios lo había escuchado. El ángel Gabriel, a quien había visto en visión anteriormente, estaba allí con él. Gabriel le habló gentilmente:

—Tan pronto como empezaste a orar, Dios contestó tu oración. He venido a decírtelo porque tú eres muy apreciado (Daniel 9:23).

Daniel respiró hondo. Una sonrisa maravillosa cubrió su rostro. Había adorado a un Dios que lo escuchaba. Un Dios que lo amaba. Un Dios lleno de gracia y misericordia, que cumple sus promesas para sus hijos.

 

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Dios les bendiga!!!

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