Lección 9 de Intermediarios
NADA ES IMPOSIBLE
¿Tienes un hermanito o hermanita de poca edad? ¿Cómo te sentiste cuando tus padres te dijeron que otro bebé llegaría al hogar? ¿Te pareció que pasó mucho tiempo antes de que naciera el bebé? ¿Algunas veces pensaste que ese día nunca llegaría? ¿Cómo reaccionaron todos cuando el bebé llegó? Abraham y Sara estaban aún más entusiasmados cuando nació su bebé. ¡Habían esperado tanto tiempo! Así fue como sucedió.
Génesis 18:1-16; 21:1-7;
Patriarcas y profetas, cap. 12, pp. 116-119
“¿Acaso hay algo imposible para el Señor?”
(Génesis 18:14).
Dios cumple sus promesas, sus regalos de gracia para nosotros.
El sol resplandecía sobre la llanura. Todo estaba quieto. Los animales yacían acostados juntos bajo la sombra, moviendo la cola ocasionalmente para espantar alguna mosca. Aun las aves estaban quietas, descansando. Abraham se sentó a la entrada de su carpa. Tenía los ojos cansados. Pero algo captó la atención de sus ojos medio cerrados.
¿Qué es eso? Se preguntó. Se acercaban unos viajeros. Era un mal momento en el día para recibir viajeros. Ellos tendrían calor y estarían cansados. Probablemente hambrientos también. Abraham se levantó.
—¡Sara! —llamó Abraham a su esposa—. Se acercan tres desconocidos.
Abraham se apresuró a ir a su encuentro.
Se inclinó ante ellos, mostrando respeto y gran cortesía. Su rostro tocó el suelo.
—Señores —dijo—, les ruego que no pasen por mi casa sin detenerse; estoy aquí para servirles. Permítanme traer agua para lavar sus pies. Pueden descansar aquí, bajo la sombra de este árbol. También traeré algo de comer; les dará fuerzas para continuar su jornada (Génesis 18:3-5).
Los tres extranjeros se miraron y sonrieron.
Era maravilloso estar en compañía de un hombre bondadoso y generoso.
—Muchas gracias —contestaron—. Aceptamos de muy buena gana.
Abraham se aseguró de que sus invitados estuvieran cómodamente sentados, y se dirigió apresuradamente hacia su carpa.
—Sara —le dijo—, ¡apúrate! Toma un poco de la mejor harina y cocina un pan.
Entonces Abraham corrió hacia el corral del ganado. Escogió una cabra gorda y la dio a su sirviente para que la preparara.
Los preparativos llevaron tiempo. Había que hornear el pan y asar la carne. Mientras tanto los sirvientes trajeron agua para lavar los polvorientos pies de los visitantes.
Cuando la cena estuvo lista, Abraham mismo la sirvió. Queso, leche y carne asada. Les había dado la mejor comida que tenía.
Uno de los hombres levantó la vista.—¿Dónde está Sara? —preguntó. Abraham frunció el ceño.
—Dentro de un año volveré a verte —dijo uno de ellos—, y para entonces tu esposa Sara tendrá un hijo (Génesis 18:10).
El ceño fruncido de Abraham desapareció. Un rayito de luz apareció en sus ojos. ¡Ahora tenía una idea clara de con quién estaba hablando! ¡Era la misma persona que le había prometido un hijo veinticinco años atrás!
Sara estaba parada detrás de las cortinas de la tienda. Era la única forma como podía escuchar la conversación, porque a las mujeres no se les permitía estar presentes cuando había hombres invitados.
Ella se rió para sus adentros cuando escuchó las palabras del extranjero.
“Durante 25 años Abraham me ha repetido que tendré un hijo”. Ella había
abrigado esperanzas. ¡Pero ahora tenía 89 años! “¿Cómo una mujer anciana como
yo podría tener un bebé?”, pensó.
Repentinamente Sara se puso rígida.
—¿Por qué se rió Sara? —preguntó el desconocido a Abraham—. ¿Por qué dijo: “cómo una mujer anciana como yo podría tener un bebé?” ¿Acaso hay algo imposible para Dios? El año que viene volveré a visitarte en esta fecha, y para entonces Sara habrá tenido un hijo (Génesis 18:13, 14).
Sara salió de la carpa y pronunció las primeras palabras que vinieron a su mente.
—Yo no me reí —dijo abochornada y confundida.
—Sí, lo hiciste —corrigió el desconocido bondadosamente.
Por ser él quien era, no podía permitir que una mentira pasara inadvertida, pero sí podía perdonarla.
Y repentinamente Sara se dio cuenta que el mismo Señor había venido para
fortalecerla y darle fe. ¡Dios mismo estaba allí en frente de su tienda! Y sus
palabras penetraron muy profundo en su corazón. ¡Dios, quien había creado todo
de la nada, le podía dar un hijo! ¡Claro que podía! ¡Su propio hijo! ¡Lo que
ella deseaba más que cualquier otra cosa en el mundo! Las lágrimas nublaron
los ojos de Sara mientras regresaba a la privacidad de su carpa. Lágrimas de
perdón. Lágrimas de esperanza. Lágrimas de alegría.
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Dios les bendiga!!!
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