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Primarios | Lección 5: Perdida y hallada | 1er Trimestre 2023 | Año D

Lección 5 de Primarios

PERDIDA Y HALLADA

 

Carla, una niña de siete años de edad, estaba con su mamá en el supermercado. De pronto se detuvo a observar a un hombre que estaba demostrando cómo echar a volar un avioncito de juguete. Cuando vio a su alrededor, ya no podía ver a su mamá. Carla tenía miedo. Estaba perdida y no sabía qué hacer. Hace mucho tiempo, se perdió una pequeña oveja. Vamos a ver lo que sucedió.


Texto y clase de referencias:
Mateo 18: 12-14; Lucas 15: 3-7; Palabras de vida del gran Maestro, pp. 145-151.
Versículo para memorizar:
“Así también, el Padre de ustedes que está en el cielo no quiere que se pierda ninguno de estos pequeños” (Mateo 18:14, NVI).
Mensaje:
Cuando me alejo de Jesús, él viene a buscarme.

 

Briznas de maleza se pegaban a la lana de las cansadas ovejas al avanzar por el camino por donde el pastor las guiaba suavemente. El sonido de sus pezuñas raspando sobre las piedras, mezclado con el balido de las más pequeñas, era como música en los oídos del pastor.

“Ven aquí”, le rogaba sonriendo el pastor a la inquieta oveja.

El redil ya estaba a la vista. Como la mayoría de los rediles del área, era un lugar que el pastor había hecho que fuera seguro. Había apilado piedras una encima de otra y luego las había rodeado por fuera de plantas espinosas.

Finalmente, el pastor y las ovejas llegaron a la puerta del redil. El pastor prestaba atención a cada una de sus ovejas. Al ir entrando una a una por la puerta del redil, el pastor revisaba cuidadosamente que no tuvieran cortadas o golpes. Pasaba sus fuertes, pero tiernas manos sobre cada oveja. Les hablaba palabras que las consolaban y les curaba las heridas. Los impacientes animales chocaban unos con otros tratando de llegar rápidamente a donde iban a descansar. Cansado y hambriento, el pastor se alegraba también de regresar a su casa.

“Noventa y cuatro, noventa y cinco, noventa y seis”, seguía contando en voz alta el pastor. “¿Noventa y nueve? ¿Cómo noventa y nueve?” pensó el pastor. “Estoy tan casado que seguramente no conté bien”. Nuevamente y muy despacio, volvió a contarlas. Una expresión de desagrado cruzó por su rostro. “Noventa y siete, noventa y ocho, noventa y nueve. Se fijó en cada ovejita, en cada carnero y en cada cordero. ¡Oh, no! ¿Dónde estaba esa pequeña oveja que el pastor había estado llamando para que regresara a la manada? Allí estaba hasta hacía muy poco tiempo. Ahora no se veía por ninguna parte. La oveja número cien podía estar en cualquier parte.


El pastor cerró cuidadosamente la puerta del redil. Se regresó nuevamente por el camino que acababa de venir a pesar de que se acercaba una gran tormenta. Comenzó a llamar a su oveja perdida. “Tengo que escuchar con cuidado”, pensó. “Con este viento soplando tan fuerte va a ser muy difícil escuchar, especialmente si mi oveja está lastimada”.

El pastor llamaba a su oveja y luego se detenía a escuchar. Entonces volvía a llamarla. Iba avanzando con cuidado en medio de la oscuridad hacia la zona más pedregosa del camino. “¿En dónde estás, pequeña oveja?”, se decía a sí mismo el pastor.

Una lluvia punzante comenzó a hacer muy resbalosas las piedras. El viento soplaba con furia. ¿Cómo había podido alejarse tanto esta pequeña oveja en tan poco tiempo?

Colocándose nuevamente la mano detrás de la oreja tratando de escuchar mejor, el pastor se detuvo. “¡Sí!”, gritó en medio de la tormenta. “¡Sí, te he encontrado!”

Allí estaba la ovejita. Estaba atorada entre un montón de piedras, enredada entre espinas y sangrando.

“Tranquila, vas a estar bien muy pronto”. Las suaves palabras del pastor tranquilizaron a la asustada oveja. El pastor le desenredó las ramas espinosas y tomo a la oveja en sus brazos. “¡Estoy tan contento de encontrarte!”, murmuró. “Vamos a casa”.

El fuerte pastor regresó nuevamente por el resbaloso camino. Pero esta vez iba sonriendo. Esta vez llevaba en sus brazos a su oveja rescatada. Al entrar a su casa, el pastor la colocó suavemente sobre el suelo.

“¡Llamen a los vecinos!”, gritó jubilosamente. “¡Encontré a mi oveja perdida!”. Estaba tan feliz, que quería compartir las buenas nuevas con sus amigos.

Cuando nos alejamos de Jesús, él también viene a buscarnos. Nosotros somos sus “ovejas”. Él nos ama mucho y está muy feliz cuando todas sus ovejas están nuevamente seguras dentro del hogar.

 

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Dios les bendiga!!!

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