Lección 10 de Intermediarios
PRIMERO FUEGO, DESPUÉS LLUVIA
¿Has tenido dudas acerca de algo y luego has recibido confirmación absoluta acerca de la autenticidad de aquello de lo cual dudabas? Eso fue exactamente lo que Dios hizo por el pueblo de Israel para sacarlo de la idolatría y volverlo a la adoración de él como Dios verdadero.
1 Reyes 18:1-40; Profetas y reyes, pp. 106-113.
“¡Respóndeme, Señor, respóndeme, para que esta gente reconozca que tú, Señor, eres Dios, y que estás convirtiendo a ti su corazón!” (1 Reyes 18:37).
Dios usa los acontecimientos en nuestra vida para volver nuestros corazones hacia él.
—Elías —dijo Dios.
—Sí, padre —contestó Elías.
—Ya es tiempo. Ve y muéstrate al rey Acab, porque yo haré que llueva.
Elías nuevamente obedeció a Dios sin demora. Comenzó el largo camino de regreso a Samaria para ver al Rey. Ahora la tierra se veía muy diferente, después de más de tres años de sequía y hambre. La tierra estaba endurecida y resquebrajada. Se protegió la nariz y la boca del polvo que el viento levantaba. Pasó por aldeas donde había recientes montones de piedras que cubrían los cadáveres de los que habían muerto de hambre. El profeta pensó que ahora la gente estaría dispuesta a volverse a Dios.
El rey Acab buscaba personalmente lugares donde hubiera pasto para sus animales. El hambre había llegado hasta el palacio real. La comida y el agua habían sido racionadas. Uno de los servidores de Acab llevó el mensaje: “Elías ha regresado. Quiere que vayas a encontrarte con él”.
En cuanto el Rey vio a Elías, le dijo:
—Así que has vuelto finalmente. Eres el peor alborotador de la historia.
—No soy yo quien ha provocado todas estas dificultades. Tú eres el responsable. Tú y tus padres antes de ti, porque rechazaron a Dios y siguieron a Baal.
A continuación Elías le dijo a Acab que convocaría una reunión de todo el pueblo, incluyendo a todos los profetas de Baal para realizar un encuentro en el monte Carmelo.
El rey Acab fue al monte rodeado por sus oficiales y su guardia personal. Los 450 sacerdotes de Baal subieron por el monte hasta el lugar designado y rodearon a Elías. Esperaban que una manifestación de fuerza asustaría a ese profeta de Jehová.
Elías impartió las instrucciones. Dos animales se dispondrían en dos altares como sacrificio. Primero los sacerdotes de Baal pedirían a su dios que manifestara su aceptación de la ofrenda haciendo descender fuego del cielo para quemarla. Luego Elías pediría a Jehová Dios que aceptara su ofrenda enviando fuego del cielo para consumirla. El dios que contestara por fuego sería declarado el Dios verdadero. Los profetas de Baal prepararon el animal sobre el altar de Baal. A continuación comenzaron a invocar a su dios diciendo: “¡Baal, respóndenos! Demuestra que tú eres el dios del tiempo. Envía tus rayos de fuego para quemar el sacrificio”. Danzaban alrededor del altar. Nada sucedió. Daban brincos y proferían gritos. Nada sucedía.
El pueblo observaba y escuchaba. Los sacerdotes se cortaban el cuerpo con afilados cuchillos y hacían correr la sangre, pero no recibían ninguna respuesta. Rogaron durante muchas horas a Baal que respondiera enviando fuego, pero no consiguieron nada.
Los profetas y sacerdotes de Baal, totalmente cansados y agotados, dejaron de invocar a su dios. Era la hora del sacrificio de la tarde. Elías caminó hasta el derruido altar de Jehová y lo reparó. A continuación cavó una zanja alrededor del altar. Dispuso la leña en su lugar. Puso encima el animal descuartizado como sacrificio a Jehová. Ordenó que derramaran agua sobre el sacrificio y que llenaran la zanja que había cavado. Ordenó a los hombres que volvieran a echar más agua sobre el altar. Por tercera vez ordenó que hicieran lo mismo.
Todos observaban a Elías mientras se arrodillaba junto al altar. Todos pusieron atención a sus palabras. “¡SEÑOR, Dios […] de Israel, que todos sepan hoy que tú eres Dios en Israel, […] y que estás convirtiendo a ti su corazón!”. Elías no gritó, no brincó ni se cortó el cuerpo. Solo hizo una corta y sencilla oración.
La respuesta de Dios fue instantánea. Los rayos surcaron el espacio. Una llama de gran tamaño apareció sobre el altar y comenzó a consumir al animal empapado en agua, a las piedras mojadas y hasta el agua de la zanja. El pueblo cayó con el rostro en tierra y todos se cubrieron la cabeza y exclamaron: “¡El Señor es Dios, el Dios verdadero!”. Era un Dios que los amaba tanto que se dignó a realizar esa manifestación de su poder para ganar el corazón de sus hijos rebeldes.
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Dios les bendiga!!!
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