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Intermediarios | Lección 5: La isla de las visiones | 2do Trimestre 2023 | Año D

Lección 5 de Intermediarios

LA ISLA DE LAS VISIONES

 

Imagina que estás separado de todos tus amigos y que te encuentras en una isla pequeña en un lugar remoto. ¿Cómo te sentirías? Esa era la situación en que se encontraba Juan, el discípulo amado de Jesús, en su vejez; pero Dios la usó para dar un admirable mensaje para ti y para mí.


Texto y clase de referencias:
Apocalipsis 1; Los hechos de los apóstoles, pp. 454-473.
Versículo para memorizar:
“ Yo soy el Alfa y la Omega —dice el Señor Dios—, el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso” (Apocalipsis 1:8).
Mensaje:
Adoramos a Jesús porque es el Hijo de Dios y el Señor de nuestras vidas.

 

Un anciano de cabellos blancos se encuentra ante el tribunal. El emperador Domiciano, del Imperio Romano, preside en el juicio del último de los apóstoles de Jesús de Nazaret. Un testigo falso, pagado para que mienta, hace una descripción de las enseñanzas de Juan. Sus enemigos confían en que el emperador le dará la pena de muerte.

Juan espera con paciencia y en silencio mientras los testigos desfiguran la verdad del evangelio de Jesús. De pronto Juan pierde contacto con la realidad que lo rodea, absorto en sus pensamientos. No oye las airadas palabras. En cambio recuerda una ocasión ocurrida cincuenta años antes, cuando Jesús compareció ante un grupo similar. Juan había visto cuando el sumo sacerdote Caifás aseguraba la pena de muerte para Jesús. Juan había oído a testigo tras testigo mentir acerca del Maestro. Juan había sufrido al ver que manos violentas maltrataban a su Salvador. Un estremecimiento devolvió a Juan a su propio juicio.

Vio el rostro airado de Domiciano. Escuchó las palabras cargadas de odio de sus enemigos. Juan se consideró indigno de pasar por la misma experiencia que Jesús. Recordó a Jesús parado calmadamente ante sus falsos acusadores. Ese recuerdo lo ayudó a mantener una actitud correcta y digna ante esos hombres en Roma. Alabó silenciosamente a Dios por la fortaleza de Jesús. Los dirigentes judíos habían seguido a Juan a Roma. Rehusaron darse por vencidos. Odiaban las enseñanzas de los seguidores de Jesús, y estaban decididos a destruir hasta los últimos vestigios de la secta cristiana. Pero el anciano Juan era un estorbo para sus malignos propósitos. Habían destruido hogares cristianos. Habían hecho encarcelar a otros cristianos. Los habían apedreado y crucificado, y a pesar de todo, el cristianismo continuaba creciendo. Los dirigentes judíos sabían que la sabiduría y el apoyo de Juan habían fortalecido a los cristianos, pero obrado contra sus propósitos malignos. Ahora pensaban que si lograban eliminar a Juan, el último de los doce discípulos, podrían eliminar definitivamente la secta nazarena.

Los asistentes al juicio guardaron silencio mientras Juan avanzaba. Aunque la edad había encorvado sus hombros, mantenía la cabeza levantada mientras hablaba. La gente no pudo menos que asombrarse por su elocuencia. El emperador Domiciano se levantó repentinamente de su trono y gritó:

—¡Mátenlo!

Los acusadores judíos quedaron encantados con el veredicto. Su plan había producido el efecto deseado. Los soldados arrastraron a Juan hasta un enorme barril lleno de aceite hirviendo y lo echaron adentro. Pero Juan, en lugar de hundirse en el aceite, quedó flotando encima como un corcho. Los confundidos soldados lo sacaron. Juan, chorreando aceite pero sin daño alguno, fue llevado ante el asombrado emperador.


La ira de Domiciano desapareció y guardó silencio. Aunque no pudo matar a Juan, tampoco lo puso en libertad. En cambio, lo desterró a la isla de Patmos. Confiaba en que así eliminaría la influencia de Juan sobre la iglesia cristiana, y Juan moriría solo y olvidado.

Pero Domiciano se había equivocado. Juan se fortaleció y prosperó. No podía ir de iglesia en iglesia para fortalecer a los cristianos; tampoco podía predicar a multitudes deseosas de escuchar las enseñanzas de Jesús. Pero Juan encontró a Jesús en las colinas rocosas de la isla de Patmos. Y allí Jesús se le reveló personalmente a Juan. Día tras día vio a Jesús en visión. Él le dijo a Juan: “No temas, porque yo soy el principio y el fin”. Juan se sintió reconfortado al saber que las persecuciones no destruirían la iglesia. Jesús cuidaría su iglesia.

Jesús le dijo a Juan: “Escribe, pues, lo que has visto, lo que sucede ahora y lo que sucederá después” (Apocalipsis 1:19). Ahora Juan supo por qué no había muerto en el aceite hirviendo. Ahora supo por qué él es el único de los doce apóstoles que permanece vivo. La revelación de Jesús debía ser escrita para edificación del pueblo de Dios de entonces y del futuro. De modo que Juan se puso a escribir. Como ahora no tiene que predicar en las iglesias, concentra sus energías en la realización de una sola tarea: escribir las visiones. El emperador esperaba silenciar a Juan desterrándolo a la desolada isla de Patmos. En cambio, así hizo posible que el mensaje de Apocalipsis de Jesús fuera conocido en todo el mundo hasta hoy.

 

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Dios les bendiga!!!

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