Lección 7 de Intermediarios
CONSEJO SALVAVIDAS
¿Has estado viajando por un camino pensando que ibas en la dirección correcta, y de pronto te has dado cuenta de que lo hacías en un sentido totalmente equivocado? Esa era exactamente la experiencia de una de las iglesias que aparecen en nuestra lección.
Apocalipsis 3; Los hechos de los apóstoles, pp. 469-471).
“Yo reprendo y disciplino a todos los que amo. Por lo tanto, sé fervoroso y arrepiéntete. Mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré, y cenaré con él, y él conmigo” (Apocalipsis 3:19, 20).
Alabamos a Dios porque él nos ama y nos ha dado normas y princi pios para guiar nuestras vidas.
Juan se sentó en una piedra de gran tamaño en la isla de Patmos. Su corazón rebosaba de alabanzas a Dios. Ahora sabía por qué Dios le había salvado la vida y lo había enviado a esa isla que era una prisión rocosa.
Jesús le había dado mensajes para siete iglesias. Eran iglesias que él conocía muy bien. Eran Éfeso, Esmirna, Pérgamo y Tiatira. Cristo les había enviado mensajes de ánimo, pero también se había referido a cosas que debían cambiar.
Luego continuó dando mensajes para Sardis, Filadelfia y Laodicea.
Jesús amonestó a la iglesia de Sardis en esta forma: “Conozco tus obras; tienes fama de estar vivo, pero en realidad estás muerto. ¡Despierta! Reaviva lo que aún es rescatable […]. Así que recuerda lo que has recibido y oído; obedécelo y arrepiéntete. Si no te mantienes despierto, cuando menos lo esperes caeré sobre ti como un ladrón. Sin embargo, tienes en Sardis a unos cuantos que no se han manchado la ropa. Ellos […] andarán conmigo […]. El que salga vencedor se vestirá de blanco. […] Reconoceré su nombre delante de mi Padre”.
A la iglesia de Filadelfia dijo: “Conozco tus obras. Mira que delante de ti he dejado abierta una puerta que nadie puede cerrar. Ya sé que tus fuerzas son pocas, pero has obedecido mi palabra y no has renegado de mi nombre. Ya que has guardado mi mandato de ser constante, yo por mi parte te guardaré de la hora de tentación […]. Aférrate a lo que tienes, para que nadie te quite la corona. Al que salga vencedor lo haré columna del templo de mi Dios, y ya no saldrá jamás de allí. Sobre él grabaré el nombre de mi Dios”.
Finalmente, Jesús tenía un mensaje para la iglesia de Laodicea. Es un mensaje diferente de los demás. Jesús no tenía nada bueno que decir de ellos. Este es su mensaje: “Yo conozco tus obras. Sé que no eres ni frío ni caliente. […] Por tanto, […] estoy por vomitarte de mi boca. Dices: ‘Soy rico; me he enriquecido y no me hace falta nada’; pero no te das cuenta de que […] el pobre, ciego y desnudo eres tú. Por eso te aconsejo que de mí compres oro refinado por el fuego, para que te hagas rico; ropas blancas para que te vistas y cubras tu vergonzosa desnudez; y colirio para que te lo pongas en los ojos y recobres la vista. […]
“Mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré, y cenaré con él, y él conmigo. Al que salga vencedor le daré el derecho de sentarse conmigo en mi trono”.
Juan dejó de escribir y se puso a pensar en cada una de las iglesias. Sardis estaba ubicada al sur de Tiatira. Había sido una ciudad muy próspera, pero Éfeso y Pérgamo la habían sobrepasado. Ahora eran mucho más importantes que ella.
Sardis era una ciudad moribunda que vivía de su reputación por haber sido una ciudad famosa en el pasado. Por eso comprenderían bien la idea de estar vivos, pero muertos. Juan cobró ánimo al saber que había en esa ciudad gente que era fiel y leal. Ojalá que el resto despertara a la necesidad de aceptar el mensaje de Dios de gracia y poder.
El mensaje de Filadelfia era diferente de los otros cinco. Era la única iglesia que no tenía faltas. Cristo la alabó y animó. Juan se sintió complacido por eso. Filadelfia era una ciudad pequeña pero maravillosa. Distaba unos 45 kilómetros al sureste de Sardis. Hasta su nombre era hermoso, porque significa “Amor fraternal”.
Esta ciudad había sido edificada por el rey Atalus en honor a su hermano mayor. No había allí muchos miembros de la iglesia, pero eran fieles y leales. Jesús los animó a continuar firmes en el precioso mensaje. Juan alabó mucho a Dios por su admirable gracia.
La última iglesia era Laodicea. Al igual que Filadelfia, también era diferente de las demás. Pero esta vez Cristo no tenía nada bueno que decir de ella. Juan sabía que esa gente podía causar serias dificultades. Eran ricos y orgullosos. La ciudad era el centro de producción de artículos de una preciada lana negra. El apóstol Pablo había trabajado con la iglesia en ese lugar. Había recomendado a los colosenses que intercambiaran cartas con los miembros de la iglesia de Laodicea. Juan esperaba que los laodicenses escucharan el mensaje de Cristo antes de que fuera demasiado tarde.
Juan alabó a Dios por haber enviado esos mensajes a las iglesias. Al final de cada uno Jesús había dicho: “El que tiene oídos oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias”. Juan añadió sus propias oraciones pidiendo que la gente escuche y actúe en forma adecuada para que un día todos se encuentren en el cielo.
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Dios les bendiga!!!
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