Lección 5 de Primarios
¡MEJOR QUE EL ORO!
—Mami! ¡Mami! —llegó gritando Julia de la escuela—. Hoy jugué en la escuela un juego muy bonito. ¿Me puedes comprar uno así? ¡Por favor, cómpramelo!
Su mamá deseaba en verdad poderle comprar ese juego, pero había otras cosas que se debían comprar primero.
—No creo que podamos comprar ese juego ahora. Tal vez más tarde —le dijo el papá.
—Sé que estás desilusionada, Julia — añadió la mamá—. Pero podemos estar agradecidos por tener buena salud y nos tenemos unos a otros. Dios nos ha bendecido de muchas maneras.
—Está bien —dijo Julia sonriendo—. Estoy contenta porque nos tenemos unos a otros. Eso es mejor que el dinero.
Algunas cosas son mejores que el dinero. En nuestra historia bíblica de hoy, Pedro y Juan le dieron a un mendigo algo mejor que dinero. ¿Cómo piensas que se sintió este mendigo?
Hechos 3:1-26; 2:1-4, Los hechos de los apóstoles, pp. 47-49.
“Queremos ver a Jesús” (Juan 12:21).
Al servir a otros doy a conocer a Jesús.
El sol de la tarde caía sobre sus espaldas mientras se apresuraban por las calles en dirección al templo. Era casi la hora de la oración de la tarde y del sacrificio vespertino.
Pedro y Juan llegaron hasta la puerta llamada La Hermosa y le sonrieron a un hombre encorvado, sentado junto a la puerta. Día tras día sus amigos lo llevaban allí y él se sentaba sobre sus piernas torcidas y pedía limosnas a los adoradores que pasaban.
Cuando Pedro y Juan pasaron frente a él ese día, el hombre paralítico extendió su mano. Tal vez estos dos hombres sonrientes le darían una moneda.
De pronto, el Espíritu Santo les indicó a Pedro y Juan que debían hacer algo. Se detuvieron y le dijeron al mendigo:
—¡Míranos!
El mendigo se llenó de esperanza. Esos hombres seguramente iban a darle dinero. Pero las siguientes palabras de Pedro le derrumbaron todas sus esperanzas.
—No tengo oro, ni tengo plata —le dijo Pedro. El hombre dejó de mirarlo. Pero Pedro aun no había terminado de hablar—. Pero tengo algo que sí puedo darte —añadió él—. ¡En el nombre de Jesús de Nazaret, levántate y anda!
El paralítico fijó su vista en Pedro. Como tenía las piernas torcidas, nunca
había aprendido a caminar.
Pero Pedro se inclinó hacia él, lo tomó suavemente de la mano y lo levantó.
Inmediatamente sus pies y sus piernas se volvieron fuertes.
¡No lo podía creer! El paralítico saltaba de gozo. Caminaba y volvía a saltar. Ahora alababa a Dios a grandes voces. Su sonrisa casi no le cabía en el rostro.
El mendigo entró al templo con Pedro y Juan y todos pudieron reconocerlo. La gente lo había visto durante muchos años, sentado a la puerta La Hermosa. Ahora no solamente caminaba, sino que estaba saltando de gozo. Siguió a Pedro y a Juan hasta la Puerta de Salomón, que era parte del templo, y una gran multitud los seguía.
Pedro vio a la gente que se reunía, preguntando sorprendida. Veía el rostro asombrado de la gente y el rostro radiante del paralítico. Se sonrió a sí mismo. Él sabía la razón por la que el Espíritu Santo había sanado a este hombre. El Espíritu Santo deseaba darle a Pedro otra oportunidad para hablar del Señor. Y Pedro la aprovechó.
—Hombres de Israel —comenzó diciendo—. ¿Por qué están sorprendidos? Ustedes nos ven a nosotros como si fuera por nuestro poder que este hombre puede caminar ahora. Pero no es así. Fue el poder de Jesús el que lo sanó. Ustedes lo conocían antes y pueden verlo ahora. Está completamente sano porque confió en Jesús.
Pedro les dijo que Jesús era el Mesías que habían estado esperando. Les dijo que necesitaban seguir a Jesús y que Dios podía perdonarles sus pecados.
Pedro le habló a la multitud hasta que oscureció. ¡Muchas, muchas personas escucharon y creyeron! porque Dios usó a Pedro y a Juan para sanar a ese hombre.
Pedro y Juan se sentían muy felices de servir a Dios y de poder ser usados por él. Y nosotros seremos muy felices cuando sirvamos a Dios al ayudar a otros.
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Dios les bendiga!!!
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