Lección 12 de Primarios
¡SALVOS POR FIN!
María tenía problemas. Serios problemas. Se le había caído accidentalmente una caja con huevos. ¡Qué desastre! Bueno, no había nada que hacer más que decirlo a su mamá... y limpiar el piso.
—Fue un accidente, mamá —le dijo María—. Yo no quería dejar caer la caja con huevos. De verdad fue sin querer.
—Lo sé, María —contestó su mamá—. Me alegro que sucedió en la cocina donde se puede limpiar el piso fácilmente.
A veces ocurren accidentes, pero la gente no siempre lo comprende. Y eso es lo que sucedió en la historia de hoy.
Deuteronomio 4:41-43, Josué 20; Números 35; Patriarcas y profetas, pp. 551-554.
“En la casa de mi Padre hay muchos lugares donde vivir: si no fuera así, yo no les hubiera dicho que voy a prepararles un lugar” (Juan 14:2).
La iglesia es un lugar de refugio donde adoramos juntos.
El pobre hombre iba tambaleando por el camino y respirando con dificultad. El dolor de la herida en su costado lo hacía tropezar. Y de vez en cuando miraba hacia atrás aterrorizado. No veía a nadie que viniera tras él, pero sabía que alguien podía venir.
El hombre continuó su camino tratando de correr más rápidamente. Seguramente ya no estaba tan lejos el lugar a donde quería llegar: la ciudad de Siquem. La ciudad de refugio.
El camino estaba en buenas condiciones. Y todas las encrucijadas tenían señales que marcaban el camino. “¡Refugio!”, decían las señales. “¡Refugio!” Por lo menos no iba a perderse. La única pregunta era, “¿llegaría a tiempo a la ciudad”. Él no había deseado hacerle daño a su vecino.
No quiso lastimarlo. Pero la cabeza del hacha salió volando e hirió a su vecino. Era verdad. Había matado accidentalmente a un hombre.
Sí, lo había hecho. Pero había sido un accidente. Un accidente desafortunado no planeado. Aun así, la familia de su vecino vendría tras él. Una vida por la otra vida. Esa era la ley.
Pero si lograba llegar a la ciudad de refugio, estaría a salvo. Les explicaría a los ancianos de la ciudad lo que había pasado. Y ellos lo protegerían hasta que pudiera ir a juicio ante un tribunal.
Miró nuevamente hacia atrás. Alguien venía corriendo por el camino tras él. Venía muy atrás de él. Nuevamente intentó correr más rápido aún. ¡Tenía que llegar hasta Siquem!
Allí estaban delante las puertas de la ciudad. Los ancianos esperaban allí para ver si le iban a permitir entrar. Corrió más fuerte. ¡Sí, llegaría! ¡Llegó! ¡Dios era muy bueno!
La idea de tener ciudades de refugio era de Dios. Dios sabía que a veces se acusaba a la gente de algo que no había hecho. Y algunas veces ocurrían cosas muy malas por accidente. Así que Dios le dijo a Moisés que apartara ciudades aquí y allá a través de la nación de Israel. Ciudades a donde la gente pudiera correr para su seguridad y donde se le hiciera un juicio justo.
Pero las ciudades de refugio solamente podían proteger a una persona si se quedaba dentro de la ciudad. Si las personas salían fuera de la muralla de la ciudad, podían ser capturadas y lastimadas. A veces la gente que buscaba protección tenía que vivir allí el resto de su vida, a menos que muriera el sumo sacerdote. Si eso sucedía, todos eran perdonados y podían quedar libres.
Hoy también necesitamos un lugar de refugio. Y Dios ha provisto uno para nosotros. LA IGLESIA ES UN LUGAR DE REFUGIO DONDE ADORAMOS JUNTOS.
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Dios les bendiga!!!
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