Lección 5 de Primarios
DOBLEMENTE BENDECIDA
Imagina que recibes el regalo más maravilloso que alguien pudiera darte. Imagina la emoción de abrir un regalo y descubrir que se trata de esa cosa especial que, ¡has deseado toda la vida! Ahora imagina que recibes el doble de lo que esperabas. A Dios le encanta darnos regalos. Frecuentemente nos da más de lo que pedimos o imaginamos. Vamos a leer acerca de una mujer que estaría de acuerdo con esto.
2 Reyes 4:8-37; 8:1-6; Profetas y reyes, pp. 177-180.
"Al que puede hacer muchísimo más que todo lo que podamos imaginarnos o pedir" (Efesios 3:20).
Dios me da más bendiciones de las que puedo pedir o imaginar.
Una mujer del pueblo de Sunem con frecuencia le ofrecía alimentos a Eliseo cuando pasaba por allí. Ella sabía que Eliseo pasaba por este pueblo muy a menudo. Un día, ella y su esposo hablaron acerca de las visitas del profeta.
–Creo que debiéramos tener un lugar donde Eliseo pueda quedarse cuando pasa por Sunem –dijo la mujer–. ¿Qué te parece?
Así que ambos decidieron añadirle una habitación a la casa. Era un cuarto en el techo de la casa, con una cama, una mesa y una silla. Eliseo estaba muy agradecido. Era tan bueno tener un lugar para descansar. Eliseo deseó hacer algo en favor de esta familia, así que le pidió a la mujer que pidiera cualquier cosa que quisiera. La mujer dijo que no deseaba nada.
Más tarde, el siervo de Eliseo recordó que esta mujer no tenía hijos. Eliseo sabía que a Dios le encanta dar regalos. Cuando recordó que la mujer no tenía hijos, supo inmediatamente lo que debía hacer. Sabiendo que a Dios le gusta dar regalos a sus hijos, llamó a la mujer y le dijo:
–De aquí a un año, Dios te va a dar un hijo que lleves en tus brazos.
Un año más tarde, Eliseo regresó al hogar de la mujer en Sunem. Al abrir la puerta, allí estaban sus dos amigos sonriéndole. Y en los brazos de la mujer, ¡había un hermoso bebé! El niño creció sano y fuerte.
Cierto día, el niño estaba ayudando a su padre en el campo. De pronto sintió un fuerte dolor de cabeza. Su padre le pidió a su siervo que lo llevara a casa. Su mamá hizo todo lo que pudo por ayudarlo, pero el niño se puso más y más enfermo. Finalmente, dejó de respirar y murió.
La sunamita ya no tenía el regalo que Dios le había hecho: el más maravilloso de los regalos que pudiera imaginar. La mujer corrió a buscar a Eliseo.
–Yo no te había pedido nada –le dijo–; pero Dios me dio un hijo. Ahora mi hijo ha muerto.
El profeta se apresuró a ir a la casa de la sunamita. Después de orar, Eliseo acostó al niño en la cama y se acostó sobre él. Puso su boca sobre la boca del niño, y sus manos sobre sus manos. Dos veces cubrió el cuerpo del niño con su propio cuerpo. Después de hacerlo dos veces, el niño estornudó. Estornudó siete veces. Al estornudar la séptima vez, abrió los ojos. ¡Estaba despierto y vivo!
Eliseo llamó a la madre del niño. Cuando ella vio a su hijo vivo, se arrodilló y le dio gracias a Dios. Dios le había dado doblemente uno de los mejores regalos de la vida. No había duda de que Dios la amaba. ¡Dios es bueno! Le dio a la sunamita más de lo que había pedido o imaginado.
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Dios les bendiga!!!
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