Lección 5 de Primarios
EL FUEGO DEL PERDÓN
¿Has tenido que decir a alguien algo que no deseabas decir? Isaías no creía que era suficientemente bueno para ser mensajero de Dios. Pero Dios usó un recurso extraño para animarlo.
Isaías 6; Profetas y reyes, pp. 225-230.
“Tu maldad ha sido borrada, y tu pecado, perdonado” (Isaías 6:7).
La gracia de Dios me alcanza cuando mis pecados son perdonados.
Cierto día Isaías visitaba el templo. De pronto tuvo la impresión de estar en el cielo en un salón deslumbrador. Miró y vio al Señor sentado sobre un trono alto y sublime. ¡Resplandeciente como un gigantesco diamante, un arco iris circundaba el espacio sobre el trono! La orla de su manto sobre el estrado del trono llenaba el templo. De un lado, había un altar sagrado con carbones encendidos que despedían una luz anaranjada, de los cuales se elevaba una delgada columna de humo. ¿Y qué eran esas relucientes criaturas que volaban por sobre la cabeza de Dios?
Isaías observó a esos seres. ¡Eran ángeles llamados serafines y tenían seis alas!
Con dos de ellas se cubrían el rostro para no mirar a Dios a causa de su infinita santidad. Con otras dos alas se tapaban los pies, tal vez para evitar tocar a Dios. Y con las dos alas restantes volaban por encima de Dios.
Una música producida por ángeles llenaba el ambiente. Era tan fuerte y poderosa que los quiciales de las puertas se estremecieron.
Pronto el humo que salía del altar llenó todo el salón. Pero Isaías comprendió que no era peligroso; era santo. La presencia de Dios causaba la impresión de formar parte del humo, que producía en Isaías, una sensación de tibieza. Llegó a formar parte de su cuerpo al respirarlo él.
¿Pero qué cantaban los ángeles? Isaías escuchó con atención. Hablaban y se decían: “Santo, santo, santo es el Señor Todopoderoso; toda la tierra está llena de su gloria” (Isaías 6:3). Cuando Isaías supo dónde estaba, comenzó a exclamar:
“¡Ay de mí! ¡No puedo estar aquí delante de Dios! ¡He hablado cosas que no debiera haber dicho! ¡Vivo con gente que no se trata con bondad! ¡Tampoco yo los trato bien algunas veces! ¡Pero aquí estoy! ¿Qué hará Dios conmigo?”
Mientras permanecía allí, confundido, vio que uno de los querubines volaba hacia el altar encendido y tomaba un carbón encendido con una tenaza. Luego voló hacia donde estaba Isaías y le tocó los labios con el carbón, pero no lo quemó ni le produjo dolor. El ángel le dijo suavemente:
—“He aquí que esto ha tocado tus labios, y es quitada tu culpa, y limpio tu pecado”.
El joven Isaías sintió una agradable sensación de alivio. ¡Sus pecados habían sido eliminados instantáneamente! Antes de poder agradecer a Dios por su bendición, él le habló. Se dirigió a él con mucha bondad, como un Padre bondadoso que está preocupado porque sus hijos no quieren escucharlo. Dios le dijo:
—“¿A quién enviaré para que lleve mis mensajes al pueblo?”
Isaías respondió sin demora ni vacilación:
—“Aquí estoy. ¡Envíame a mí!”
Con renovado amor por Dios estaba dispuesto a ser su mensajero. Dios no forzó a Isaías para que fuera un profeta. Primero le mostró su amor y después le dio oportunidad para que eligiera voluntariamente lo que haría.
Este fue el comienzo. Isaías proclamó los mensajes de Dios a su pueblo durante más de sesenta años.
Dios amaba a Isaías tal como él era. A eso llamamos la “gracia“ de Dios. Y Dios todavía manifiesta su amor hacia cada uno de nosotros. Es una actitud parecida a la que mostraban tus padres cuando se inclinaban para alzarte cuando eras un bebé. Dios ofrece la misma promesa de perdón que dio a Isaías en su juventud. Si crees en él y confiesas tus pecados como lo hizo Isaías, el don del perdón es tuyo. Dios es un Padre que cumple sus promesas. Siempre te amará.
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Dios les bendiga!!!
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