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Intermediarios | Lección 6: Tocando lo intocable | 3er Trimestre 2021 | Año B

Intermediarios | Lección 6: Tocando lo intocable | 3er Trimestre 2021 | Año B
Intermediarios | Lección 6: Tocando lo intocable | 3er Trimestre 2021 | Año B

Lección 6 de Intermediarios

TOCANDO LO INTOCABLE

 

¿Alguna vez te ha dado sarampión o varicela, y te has sentido tan mal que has pensado que nunca te vas a mejorar? Tal vez nadie te vino a visitar por temor a contagiarse. Tal vez estuviste en el hospital por unos días. ¿Te imaginas qué habría pasado si te hubieses enfermado tanto que NUNCA hubieses podido regresar a tu casa?


Texto y clase de referencias:
Marcos 1:40-45; El Deseado de todas las gentes, pp. 227-237
Versículo para memorizar:
“Para que con el mismo consuelo que de Dios hemos recibido, también nosotros podamos consolar a todos los que sufren” (2 Corintios 1:4).
Mensaje:
Mostrar compasión hacia los demás es una manera de servir a Dios.

 

Tenía un rostro del que todos se apartaban con horror. No tenía nariz, su mirada como muerta, sin poder parpadear. Era un hombre que no tenía nada por lo cual vivir. Era el rostro de un enfermo de lepra.

Desde el día en que se vio obligado a abandonar a su esposa y a sus hijos a causa de su enfermedad, la gente se corría de su lado cuando él gritaba “¡Inmundo! ¡Inmundo!”. Esa era la regla que los sacerdotes habían impuesto, y todos tenían que cumplirla. Pero la verdad es que él no lo hacía por ser una regla, sino porque no quería que alguien se fuese a contagiar con esta terrible enfermedad.

A través de los años este hombre solo había podido ver a la distancia a su familia, sin poder abrazarlos. Prácticamente había olvidado lo maravilloso que es recibir un cálido abrazo amoroso. Casi lo había olvidado… pero no totalmente.

De vez en cuando escuchaba hablar de alguien llamado “Jesús”, quien supuestamente viajaba de pueblo en pueblo sanando a la gente. Estos rumores parecían muy buenos para ser verdaderos y demasiado maravillosos para ser creídos. Pero en su desesperación, el leproso escogió creer. ¿Qué tenía de malo creer en un buen rumor?

Un día, finalmente, llegó la oportunidad para el leproso. Se tapó la cara con sus vestiduras y se arrastró detrás de una gran roca, observando desde la distancia a Jesús y sus amigos acercarse lentamente hacia el pueblo por el camino arenoso. Pronto, estuvieron lo suficientemente cerca del leproso como para que él actuara o perdiera su oportunidad para siempre.

Repentinamente, el leproso saltó y se acercó a Jesús, levantando sus manos al aire y gritando, para llamar la atención del Hacedor de milagros.

Se deslizó y cayó de rodillas frente a él. No se atrevía a mirar directamente a los ojos de Jesús. Solo dijo humildemente, con la cara al suelo:

—Señor, si quieres, puedes limpiarme.

Mientras permanecía con el rostro pegado contra la arena, podía sentir el calor del suelo subiendo por su cabeza. Pero su cara, que no podía sentir nada, no sentía dolor. De repente, el hombre sintió algo que no había sentido hacía mucho tiempo. ¡Alguien lo tocaba! Se dio cuenta de que una cálida mano se posaba sobre su espalda.

El hombre comenzó a recordar cuán buenos eran los abrazos de su familia y de sus amigos. Sostuvo el aliento. Seguramente Jesús era más poderoso que su enfermedad, ya que no tenía temor de tocarlo. ¿Significaba que Jesús podría sanarlo? El corazón del leproso se llenó de esperanza.

Jesús dijo amorosamente:

—Quiero, sé limpio.


Y el hombre se dio cuenta, por primera vez, que sentía la arena caliente en su cara. Extendió sus manos y vio que las áreas blancas, sin nervios, se habían esfumado. Por primera vez en años, se tocó el rostro con las manos y palpó su nariz con sus dedos. Luego, Jesús le dio al hombre una severa pero gentil advertencia. Tal vez Jesús colocó su brazo sobre su hombro mientras le hablaba. Dijo que el leproso debía seguir las reglas y dejar que el sacerdote lo examinara y viera que las llagas se habían ido. Esto debía hacerlo antes de contarle a alguien más lo que había pasado.

—Después puedes regresar con tu familia —dijo Jesús.

El hombre debe haber aceptado, ¡pero lo ocurrido era demasiado bueno como para mantenerlo en secreto! Debe haber saltado y danzado de tienda en tienda mientras se dirigía al templo, tocando las cosas que no había tocado por años. Los fríos potes de metal, las piñas espinosas, las suaves sedas y los tibios cuellos de los asnos. “¡Jesús lo hizo!” debe haber gritado. “¡Jesús me sanó!”

Finalmente, el hombre caminó hasta la puerta de su casa. ¿Puedes imaginarte cómo se puso su familia al verlo? Entonces, por fin, estoy seguro de que su esposa y sus hijos lo abrazaron por primera vez en muchos años. Estaban juntos de nuevo. ¡Al fin en casa!

 

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Dios les bendiga!!!

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