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Intermediarios | Lección 7: Fe inesperada | 4to Trimestre 2021 | Año B

Intermediarios | Lección 7: Fe inesperada | 4to Trimestre 2021 | Año B
Intermediarios | Lección 7: Fe inesperada | 4to Trimestre 2021 | Año B

Lección 7 de Intermediarios

FE INESPERADA

 

¿Alguna vez has pedido algo en favor de alguien? ¿Has salvado la vida de alguien? Tu vida tiene más influencia en la vida de los demás de lo que te imaginas. Lee la siguiente historia y descubre cómo la fe de un “incrédulo” salvó la vida de un amigo.


Texto y clase de referencias:
Lucas 7:1-10; El Deseado de todas las gentes, pp. 282-284
Versículo para memorizar:
“Fijemos la mirada en Jesús, el iniciador y perfeccionador de nuestra fe” (Hebreos 12:2, NVI).
Mensaje:
Al desarrollarse nuestra fe también lo hace nuestra habilidad para servir.

 

“Señores, ¿podrían ayudarme?” preguntó un oficial del ejercito romano a varios líderes judíos con mirada de preocupación. “Mi siervo está muy enfermo con parálisis. De hecho, está a punto de morir. ¿Podrían por favor pedirle a Jesús que venga a mi casa y lo sane?” A diferencia de algunos oficiales romanos, este centurión no trataba a sus siervos cruelmente. Por el contrario, el siervo se había convertido casi como en un miembro de su familia, y la posibilidad de que pudiera morir lo entristecía grandemente.

“Claro que lo ayudaremos” respondieron, y se apresuraron a buscar a Jesús. Pronto, los líderes judíos encontraron a Jesús y le dijeron, “Hay un oficial romano que necesita ayuda, y merece que lo atiendan. Él siempre nos ha tratado bien, y ha hecho cosas buenas por los judíos. Él aprecia tanto a nuestra nación, que nos ha construido una sinagoga. ¡Tienes que ayuda a este hombre!” Exclamaron.

El corazón de Jesús fue tocado de inmediato. Apenas se enteraba de que alguien estaba enfermo o en necesidad, su respuesta automática era ayudar. A diferencia de los judíos, no iba ayudar al hombre por lo que había hecho. Lo iba a ayudar, no porque lo mereciera, sino porque el hombre había reconocido que necesitaba ayuda.

Jesús se dirigió inmediatamente a la casa del oficial. Lentamente se abrió camino entre la multitud, y no había caminado mucho cuando llegó a sus oídos un mensaje del oficial romano. “Señor, no te tomes tanta molestia, pues no merezco que entres bajo mi techo”. Parece ser que este hombre había estado observando y escuchando a Jesús desde hacía algún tiempo. Había escuchado una y otra vez las historias del amor y del poder sanador de Dios. Reconocía en Jesús algo especial que incluso los judíos habían fallado en ver. Sabía que Jesús no era una persona común, y no se sentía merecedor de ser visitado por él.

El humilde mensaje del centurión no detuvo a Jesús. Continuó directamente hacia la casa del oficial. Jesús sólo tenía un propósito en mente: servir a otros y llevarles bendiciones. A donde quiera que iba, llevaba vida, sanidad y alegría, y este día no sería la excepción. Pero antes de que alcanzara su destino, el oficial romano llegó ante él y continuó su mensaje para Jesús. “Ni siquiera me atreví a presentarme ante ti”, confesó el oficial, “pero con una sola palabra que digas, sé que será sano mi siervo”.


“Como ves, yo tengo soldados bajo mi autoridad. De hecho, sé muy bien lo que significa la palabra autoridad”, continuó el oficial. “Si le digo a uno “ve”, él me obedece; y si le digo al otro “ven”, él viene. Cualquier cosa que le pida a mi siervo él lo hace. Sé que tienes el mismo tipo de autoridad sobre la enfermedad y la muerte, y así como mis siervos me obedecen, la enfermedad mortal obedecerá lo que ordenes. Sólo di la palabra, Señor, y estoy seguro que mi siervo será sanado”.

Cuando Jesús escuchó las palabras del centurión, quedó sorprendido. “¡Ni siquiera en Israel he encontrado una fe tan grande!” exclamó a la multitud que le seguía. Con compasión, se volvió al centurión y le dijo, “Por tu gran fe en mí, tu siervo será sanado”. Cuando el soldado romano regresó a casa, encontró que tal y como Jesús había prometido, su siervo estaba completamente bien, y listo para continuar su trabajo.

Deben haber habido muchas exclamaciones de alegría en la casa del centurión ese día. A causa de la fe del oficial romano, su siervo fue bendecido con el toque de sanidad de Jesús. Pero las bendiciones no se detuvieron allí. Con al paso de los años, mientras esta historia se cuente una y otra vez, las bendiciones seguirán llegando. De la misma manera en que Jesús honró la fe del centurión y sanó a su siervo, Dios honrará también tu fe. ¿Puedes imaginar las bendiciones que podemos brindarle a otros, si ponemos nuestra fe en Jesús como lo hizo el centurión?

 

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Dios les bendiga!!!

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