Lección 6 de Intermediarios
SIN LÍMITE
¿Te has entusiasmado tanto en hacer alguna cosa que hasta te olvidaste de qué hora era? Estabas tan concentrado que ni siquiera pensaste en comer, hasta que de pronto la incomodidad de tu estómago te lo recordó. Eso es lo que le sucedió a una multitud de personas que se habían reunido para escuchar a Jesús. Imagina que tú formabas parte de esa multitud.
Marcos 6:30-44; Juan 6:1- 15; El Deseado de todas las gentes, pp. 332-339.
“¡Dios es mi salvación! Confiaré en él y no temeré. El Señor es mi fuerza, el Señor es mi canción; ¡él es mi salvación!” (ISAÍAS 12: 2).
La gracia de Dios suple todas nuestras necesidades.
Sabía que debiera haber ido en seguida a casa. Pero como era un hermoso día primaveral, decidí seguir a la multitud que iba hacia la playa. Me entretuve escuchando sus conversaciones.
—Lo vimos hace poco —dijo un hombre que olía a mar—. Mi hermano lo siguió en nuestro bote. Yo caminé hacia acá con la esperanza de encontrarlo.
—¿Dónde podrá estar? —preguntó un hombre ataviado con ropa de viaje de buena calidad—. Tengo que verlo antes de ir a pasar la Pascua en Jerusalén.
—Yo deseo que bendiga a mis hijos —dijo una mujer con tres criaturas—. No tienen padre, pero deseo criarlos en el temor de Dios.
—Jesús, Hijo del hombre, ¿dónde estás? —gritó un pescador.
—¿Crees que puede oirte? —preguntó el viajero burlonamente.
—No te puede molestar —balbuceó el pescador.
—¡Mamá, mira! —dijo un niño repentinamente.
La multitud guardó silencio y todos miraron en la misma dirección. Jesús bajaba por la colina. Se detuvo y comenzó a hablar. No parecía impaciente con nosotros o alguna cosa.
No sé cuánto tiempo pasamos allí escuchando sus enseñanzas. Nos dio tanta esperanza, lo cual no hacían los sacerdotes ni los dirigentes. Hasta los niñitos se mantenían tranquilos. De pronto noté que el sol descendía por el oeste. Mi estómago había comenzado a reclamar comida. Oí que los discípulos le decían a Jesús que debíamos irnos porque era hora de comer. Jesús les contestó en forma extraña:
—Denles ustedes de comer.
Uno a quien llamaban Felipe miró extrañado a Jesús y le preguntó:
—¿Dónde podríamos comprar suficiente comida para alimentarlos a todos? También yo me preguntaba lo mismo. La aldea más cercana distaba tres kilómetros, y aquí había bastante más gente que en la mayor parte de las aldeas. Además, se habría necesitado la cantidad del salario de siete meses para pagar por los alimentos.
—¿Cuánta comida pueden encontrar entre la gente? —preguntó Jesús.
Los discípulos se dedicaron a averiguarlo. Yo me había concentrado tanto en escuchar a Jesús que había olvidado mi bolso que contenía panes y peces. Le eché una mirada. Un discípulo llamado Andrés lo miró al mismo tiempo y gritó:
—¡Aquel muchacho parece que tiene comida en su bolso!
Avancé hacia él y le dije que no era mucho lo que tenía: solamente cinco panecillos y dos peces. Se los entregué. Andrés comentó incrédulo que sería imposible alimentar a todos con tan poca comida. Jesús no hizo caso del comentario y ordenó que le llevaran los alimentos.
—Felipe, Pedro y Andrés sienten a la gente en grupos de 50 —dijo Jesús—. Y asegúrense de que todos me vean.
La gente se sentó con expresiones de alivio. Cuando todos habían ocupado sus lugares, Jesús miró hacia el cielo, bendijo el pan, lo partió y entregó los pedazos a sus discípulos. Ellos llenaron cestas con pan y pescado y las distribuyeron entre la gente. Los panes y los peces que mi madre me había dado nunca me habían parecido tan sabrosos.
Los discípulos y Jesús no comieron hasta que todos los demás habían recibido alimento. Sobró una cantidad considerable de comida. La gente estaba feliz.
—Me cuesta creer que Jesús haya hecho esto —comentó el pescador.
—¿Aunque puedes sentirlo en tu estómago? —preguntó riendo el viajero—. ¿Qué más pruebas necesitas?
—No me refiero a eso —dijo el pescador.
—Ya lo sé —replicó el viajero—. Estoy impaciente por regresar a mi país para contarlo a mis amigos.
—¡Sé que Dios proveerá lo necesario para mí y mis hijos! —exclamó la madre que había buscado la bendición de Jesús para sus hijos.
—Jesús nos dio pan —comentó su hijo mayorcito.
Mientras los discípulos distribuían el pan que había sobrado para que lo lleváramos a casa, yo pensaba en la forma como Jesús nos había alimentado con sus propias manos. Sí, yo había provisto la comida, pero él había creado los peces. Había dado la luz del sol, la lluvia y la tierra para cultivar la cebada con que se hacía el pan. Ciertamente tenía poder para librarnos de los romanos, y también del pecado y la muerte.
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Dios les bendiga!!!
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