Lección 2 de Intermediarios
IDENTIDAD EQUIVOCADA
Imagina que acabas de obtener el primer lugar en una competencia nacional. ¿Cómo te sentirías? Todos desean felicitarte y los reporteros quieren hablar contigo. ¿Cuán fácil te parece que será recordar a las personas que participaron en tu entrenamiento y te brindaron su apoyo? En nuestra historia de hoy, Pablo y Bernabé se acordaron de dar a Dios el crédito por el éxito que habían tenido.
Hechos 14:8-18; Los hechos de los apóstoles, pp. 145- 152.
“—Señores, ¿por qué hacen esto? Nosotros también somos hombres mortales como ustedes. Las buenas nuevas que les anunciamos es que dejen estas cosas sin valor y se vuelvan al Dios viviente, que hizo el cielo, la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos” (Hechos 14:15).
Cuando damos a Dios el honor, otros aprenden a adorarlo.
Pablo y Bernabé viajaban una vez más. Traían noticias maravillosas acerca del Dios que era el Creador y Salvador. Pero en los dos últimos pueblos visitados sucedieron dos cosas. Algunos habían escuchado con alegría su mensaje y habían aceptado a Jesús como el Mesías esperado durante tanto tiempo. Pero otros que no lo habían aceptado, causaron grandes problemas a los nuevos creyentes. Casi siempre la gente que se enojaba más con los mensajeros del Mesías eran judíos, como Pablo y Bernabé. Esta vez, los viajeros decidieron ir a predicar a un lugar donde no hubiera judíos que los persiguieran. Eligieron ir a Listra, donde la mayor parte de la gente adoraba en un templo dedicado a un Dios llamado Júpiter.
Como había sucedido en otros lugares, los dos hombres fueron rodeados por gente dispuesta a escuchar su mensaje. Ellos siempre atraían a mucha gente, porque en aquellos lugares, como Listra, no sucedían cosas importantes con frecuencia. Todos acudían para enterarse de lo que los recién llegados tenían que decir o vender.
Pablo miraba a su alrededor mientras predicaba acerca de un Dios que había creado el sol, la luna, las estrellas y todas las demás maravillas de la naturaleza. Pablo se alegraba de poder enseñar por primera vez a esa gente el concepto del Dios Creador. Después les habló del tema de Dios como sanador.
Mientras Pablo observaba la multitud de caras vueltas hacia él, le llamó la atención un hombre que estaba sentado en el suelo al frente de la multitud. Bastaba mirarle las piernas enjutas para darse cuenta de que era incapaz de caminar. Era probable que nunca había caminado en su vida. Cada vez que Pablo miraba al inválido tenía la impresión de que Dios le estaba diciendo que ese era un creyente sincero. Pablo sintió compasión por él, de modo que interrumpió su sermón, miró al inválido directamente a los ojos que revelaban ansiedad, y le dijo:
—Levántate y anda. El hombre inválido, sin un momento de vacilación, dio un brinco y comenzó a caminar por el lugar.
La gente que presenció el milagro quedó estupefacta, sin saber qué decir. De pronto se oyó una voz que comenzó a canturrear en su lengua nativa: “los dioses han venido bajo la semejanza de hombres”. Otros repitieron el mismo refrán hasta que toda la gente cantaba y danzaba con el hombre que había sido un inválido. Pablo y Bernabé se alegraron porque ya no eran objetos de la atención del público y se escurrieron para ir a la casa donde se alojaban. Necesitaban descansar.
Después de disfrutar de algunas horas de paz y tranquilidad, los mensajeros del Mesías oyeron gente que gritaba en la calle. Pensaron que se trataba de un desfile. Era como si todo el pueblo se hubiera reunido en la calle. Un sacerdote iba al frente de la procesión que guiaba un buey, y sus ayudantes iban cargados de flores. Al parecer iban a ofrecer un sacrificio en algún lugar. ¡Pero no! Se habían detenido frente a la casa donde estaban Pablo y Bernabé. Los dos predicadores se miraron algo confundidos, pero no tardaron en comprender de qué se trataba, al poner atención al refrán que la gente había estado canturreando después del sanamiento del inválido: “Los dioses han venido bajo la semejanza de hombres”.
—¡Oh, no! —exclamó Pablo mientras corría hacia la puerta y rasgaba sus ropas
con desesperación.
Bernabé lo seguía a la carrera—.¡No lo hagan! ¡Deténganse! ¡Nosotros no somos dioses!
Pablo corría entre la gente procurando disuadirlos de su intención de adorarlos.
—¿Por qué quieren hacer eso? —siguió gritando evidentemente agitado.
Por fin la gente comenzó a tranquilizarse.
Pablo siguió hablando sin perder tiempo ahora que había obtenido su atención.
—Somos hombres iguales que ustedes. La razón por la cual predicamos es porque deseamos que conozcan y adoren al Dios verdadero, quien nos creó a todos, que nos ha sanado a todos, quien nos salvó a todos. Nos da todas las cosas buenas. Miren las siembras, miren los árboles frutales. Son todos dones que recibimos por su bondad. ¡Nosotros no somos dioses!
La gente no daba muestras de estar convencida, pero suspendieron sus preparativos para realizar un sacrificio. Pablo y Bernabé continuaron hablando con ellos y trataron de convencerlos de que el único Sanador verdadero era el Dios del cielo, de quien ellos eran solamente sus mensajeros.
La vida era extraña. En los últimos dos pueblos que habían visitado los habían condenado como sediciosos. En cambio en este pueblo los habían honrado como dioses. Debían recordar que debían confiar en que Dios les daría fuerzas en los tiempos difíciles, y darle gloria en los tiempos buenos. Ser mensajeros del Mesías nunca les causaba aburrimiento.
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Dios les bendiga!!!
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