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Intermediarios | Lección 4: Un testigo clave | 4to Trimestre 2022 | Año C

Lección 4 de Intermediarios

UN TESTIGO CLAVE

 

¿Has tenido que hablar frente a tu clase o leer algo frente a un grupo en la iglesia? Imagina lo que sería si tuvieras que pararte frente a un grupo de gente airada y explicar por qué amas a Jesús. ¿Cómo te sentirías? ¿Confiarías en que Dios te revelaría lo que debías decir?


Texto y clase de referencias:
Hechos 21:17-22:29; Los hechos de los apóstoles, pp. 320-334.)
Versículo para memorizar:
“Sin embargo, considero que mi vida carece de valor para mí mismo, con tal de que termine mi carrera y lleve a cabo el servicio que me ha encomendado el Señor Jesús, que es el de dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios” (Hechos 20:24).
Mensaje:
Servimos a los de más diciéndoles lo que Jesús significa para nosotros.

 

El último viaje misionero de Pablo había terminado. Ya se encontraba en Jerusalén en los días de la Pascua. La primera mañana después de su llegada, Pablo y sus compañeros de viaje se presentaron ante Santiago y los otros ancianos de Jerusalén. Deseaban compartir las noticias acerca de las bendiciones de Dios derramadas sobre su obra en las numerosas ciudades visitadas por ellos. Habían llevado también ofrendas dadas por los creyentes de esas ciudades para ayudar a la obra de predicación que se realizaba en Jerusalén.

Cierto día, mientras Pablo estaba en el templo, algunos judíos de otra ciudad lo

—¡Varones israelitas, ayuden! Este es el hombre que por todas partes enseña a todos contra el pueblo de Israel, la Ley y el templo; y además de esto, ha metido a griegos en el templo, y ha profanado este santo lugar.

La furia de la multitud aumentaba mientras arrastraban a Pablo fuera del templo con la intención de apedrearlo. El tumulto llamó la atención de los soldados romanos, quienes corrieron para enterarse de lo que sucedía. Cuando los soldados se aproximaron a Pablo, la gente retrocedió. El capitán ordenó a sus hombres que llevaran a Pablo a la fortaleza romana, hasta descubrir la causa del tumulto.

Pablo preguntó cortésmente y en perfecto idioma griego al capitán:

—¿Se me permite decirte algo?

—¿No eres tú el terrorista egipcio quien había llevado a cuatro mil hombres al desierto con la intención de derrocar al gobierno?

—No —contestó Pablo sonriendo—. Soy judío de la muy respetada ciudad de Tarso de Cilicia. Te ruego que me permitas hablar a la gente que está afuera. El capitán, sorprendido, hizo que el grupo se detuviera en las gradas. Pablo se volvió hacia la muchedumbre, la cual comenzó a aquietarse.

Ahora Pablo habló en idioma arameo a la gente que había tratado de matarlo.

—Soy judío como ustedes —comenzó diciendo—. Fui educado aquí mismo en Jerusalén. Fui miembro del Sanhedrin y perseguí a los seguidores de Jesús.

Les habló de la forma sobrenatural como había sido convertido. Cómo su propio corazón cargado de orgullo había sido ganado por el Mesías crucificado. La historia de su experiencia personal revelaba poder. El pueblo escuchó lo que decía este testigo clave de Jesús, el Mesías.

Pablo continuó con la historia. Cuando finalmente llegó a la parte donde Dios le había dado una visión en la que le encargaba llevar el mensaje a los gentiles, los judíos se pusieron furiosos.

—¡Afuera con él! ¡Mátenlo! ¡No merece vivir! —gritaban furibundos.


El capitán romano estaba estupefacto y ordenó a los soldados que azotaran a Pablo hasta que les dijera la verdad. Le desnudaron la parte superior, lo ataron a unos postes y lo dejaron listo para ser azotado. Pablo finalmente logró obtener la atención del capitán:

—¿Acaso no es contra la ley azotar a un ciudadano romano que no ha sido convicto de delito? —preguntó.

—¡Deténganse! —gritó el centurión corriendo hacia el capitán—. Este hombre dice que es ciudadano romano. Sería mejor que tengamos cuidado con lo que le hagamos.

El capitán se unió al centurión y ambos fueron a ver a Pablo.

—¿Eres verdaderamente ciudadano romano? —preguntó el capitán. —Así es —contestó Pablo.

—A mí me costó mucho dinero comprar mi ciudadanía —dijo el capitán mientras le entregaba la ropa.

—Yo soy ciudadano romano de nacimiento —respondió Pablo.

El capitán llamó a un soldado y le ordenó que desatara al prisionero y lo condujera a una de las habitaciones de abajo. Añadió que tenía que aclarar todo ese alboroto. Pablo quedó solo pensando en los acontecimientos que habían sucedido desde su regreso a Jerusalén. No sabía cómo terminaría todo eso. Pero se alegraba porque Dios le había dado una vez más la oportunidad de compartir su historia con tanta gente diferente. Sabía lo que Dios había hecho con él: lo había convertido en un testigo clave de la bondad de Dios manifestada al enviar a Jesús como Mesías. Continuaría dando testimonio acerca de la gracia de Dios mientras pudiera hacerlo, en arameo, en griego y hasta en cadenas si fuera necesario.

 

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Dios les bendiga!!!

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