Lección 1 de Intermediarios
ES TAN BUENO QUE DEBEMOS COMPARTIRLO
¿Trataste alguna vez de explicar tu creencia en Dios a otra persona? ¿Te has sentido asustado o avergonzado porque eres cristiano? ¿Cómo puedes seguir a Jesús y servir a los demás a pesar del prejuicio que puedan tener hacia ti?
Hechos 14:1-7; Los hechos de los apóstoles, pp. 144-146; Comentario bíblico adventista, t. 6, pp. 293, 294.
“Cobramos confianza en nuestro Dios y nos atrevimos a comunicarles el evangelio en medio de una gran lucha” (1 Tesalonicenses 2:2).
Servimos a otros a pesar de cualquier obstáculo.
Dos hombres caminaban muy cansados hacia la ciudad de Iconio, cuando el sol llegaba a su ocaso.
—Tuvimos que sacudir el polvo de nuestro calzado en el otro pueblo —dijo uno de ellos, el más alto—. Y ahora los pies se me han vuelto a llenar de polvo.
Miró a su compañero, de menor estatura que él, esperando que algo de humor lo hiciera sonreír. El viaje efectuado hacia el este a través de las montañas había sido cansador. Pablo miró sorprendido a su compañero como si solo ahora se hubiera dado cuenta de que no estaba solo. Pablo reaccionaba de ese modo a menudo, porque se concentraba tanto en sus pensamientos que perdía el contacto con la gente.
—Pero los creyentes que dejamos en Antioquía —comentó Pablo— estaban tan llenos de gozo, que volvería a pasar por las mismas dificultades que tuvimos sólo por ver la expresión de los rostros de los que creyeron lo que les dijimos acerca del Mesías. ¿Te fijaste en la expresión de sus caras cuando comprendieron que mediante Jesús, Dios podría estar siempre con ellos?
—Finalmente estamos llegando a Iconio —dijo Bernabé mirando a su alrededor cuando entraban en la calle bordeada de tiendecitas en las afueras de la ciudad—. Preguntemos dónde está situada la sinagoga de los judíos.
Habían hecho planes de comenzar su trabajo en esta ciudad griega en la misma forma como lo habían hecho en la ciudad más grande de Antioquía. Predicarían primero en la sinagoga, donde seguramente habría personas, aun gentiles, que esperaban la venida del Mesías.
Las personas que adoraban en la sinagoga se sintieron felices de tener entre ellos a visitantes procedentes de Jerusalén que traían mensajes para compartir. De vez en cuando llegaban visitantes de Jerusalén con noticias para las comunidades judías situadas en las montañas griegas. A menudo iban únicamente para recoger los diezmos y las ofrendas para enviarlos a Jerusalén. Esos visitantes eran siempre bienvenidos. También Pablo y Bernabé lo fueron. El primer sábado que pasaron en ese lugar comenzaron a comunicar las buenas nuevas acerca del Mesías.
Todo anduvo bien por un tiempo. Pablo predicaba en la sinagoga varias veces por semana. Pablo y Bernabé visitaban a judíos y gentiles por igual en sus hogares y negocios. En cualquier parte donde hubiera gente interesada en oír acerca de Jesús, Pablo y Bernabé les hablaban. Pero no todos los que asistían a la sinagoga, ni todos los miembros de una familia recibían el mensaje en forma positiva. Como de costumbre, cada vez que los amigos o las familias no estaban de acuerdo con algo tan importante como lo que Pablo y Bernabé enseñaban, se ponían a discutir unos con otros.
Muchos de los dirigentes judíos no creían que el maravilloso mensaje acerca del Mesías fuera verdadero. Algunos estaban celosos de que tanta gente fuera a escuchar a Pablo y aceptaran las buenas nuevas. Se pusieron especialmente furiosos cuando Dios bendijo a Pablo y Bernabé con la realización de milagros para demostrar que estaba con ellos. Los dirigentes que se oponían a que el nuevo mensaje continuara difundiéndose, informaron a las autoridades de la ciudad acerca de las discusiones y las peleas que se originaban en torno al nuevo mensaje. Querían que las autoridades de la ciudad echaran a Pablo y Bernabé. Entonces las cosas volverían a la normalidad tradicional y los dirigentes de la sinagoga podrían ser los jefes nuevamente.
Cada vez que las autoridades de la ciudad llamaban a Pablo y Bernabé, o a cualquiera de sus seguidores, para interrogarlos, encontraban que sus respuestas eran claras y bien coordinadas. No podían acusarlos de nada. Muchos de los nuevos creyentes se convertían en ciudadanos responsables y colaboradores. ¿Cómo podrían las autoridades negar esas realidades? Cuanto más trataban los judíos celosos de puntualizar lo que el nuevo mensaje tenía de incorrecto, según ellos, tanto más la gente investigaba por cuenta propia y luego creía en esas verdades.
Finalmente los enfurecidos y celosos dirigentes judíos decidieron hacer algo ellos mismos para resolver esa situación. Contrataron a un grupo de rufianes ignorantes que no entendían nada de lo que sucedía y los indujeron a formar un alboroto descomunal, esperando que eso terminara con la muerte de Pablo y Bernabé. Esperaban que los dos predicadores no tuvieran otra oportunidad para defenderse ante las autoridades.
Algunos amigos de los dos mensajeros se enteraron del complot. Se apresuraron a informar a Pablo de lo que sucedía. Les aconsejaron:
—No corran el riesgo de que la turba los dañe. El mensaje que predican acerca del Mesías es demasiado admirable. Salgan de la ciudad por un tiempo, y después vuelvan para que sigan enseñándonos.
Pablo y Bernabé siguieron el consejo de sus amigos. Se fueron antes de que la furiosa turba pudiera apedrearlos. Pero regresarían. Las buenas nuevas que difundían eran demasiado maravillosas para no compartirlas.
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Dios les bendiga!!!
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