Lección 8 de Intermediarios
EL CANTO DE HABACUC
Siempre has tenido preguntas que deseabas aclarar. ¿Por qué? ¿Por qué? Es posible que tus padres te hayan dicho que no quieren escucharte decir “¿Por qué?” otra vez. El profeta Habacuc también tenía preguntas. Cuando hizo sus preguntas a Dios, encontró buenas razones para confiar en él.
Habacuc 3; Profetas y reyes, pp. 281-288.
“Aunque la higuera no dé renuevos, ni haya frutos en las vides; [...] aun así, yo me regocijaré en el Señor, ¡me alegraré en Dios, mi libertador!” (Habacuc 3:17,18).
Dios es nuestro amigo y compañero en todas las circunstancias.
El profeta Habacuc se encontraba confundido. Sabía que los últimos tres reyes de Judá habían sido malvados. Pero ahora Dios estaba permitiendo que los babilonios enemigos conquistaran a Judá. Y eran peores que Judá. Habacuc no podía comprender, de modo que pidió a Dios que le explicara lo que estaba haciendo.
Dios le dijo a Habacuc que las cosas empeorarían más aún. Permitiría que la malvada nación de Babilonia adquiriera mayor poder y capturara no solamente a Judá, sino además a Egipto y Asiria. Pero Dios se aseguraría de que la justicia imperara al final.
A continuación Dios dio a Habacuc un cuadro glorioso en una visión. Y Habacuc descubrió una nueva imagen de Dios: un Dios paciente con sus preguntas, un Dios que era su amigo y compañero en toda circunstancia. Motivado por la nueva imagen de Dios que había adquirido, Habacuc escribió:
“De Temán viene Dios, del monte de Parán viene el Santo. Su gloria cubre el cielo y su alabanza llena la tierra. Su brillantez es la del relámpago; rayos brotan de sus manos; ¡tras ellos se esconde su poder!”.
Habacuc recordó los escritos de Moisés acerca del poder y la gloria de Dios manifestados en el monte Sinaí, cuando la nación de Israel recién constituida comenzaba su viaje hacia la Tierra Prometida. Pero también se le había mostrado a Cristo regresando a este mundo al fin del tiempo para buscar a su pueblo y sacarlo del dolor, la aflicción y el pecado de esta vida sobre la tierra.
Habacuc, en esta hermosa visión había visto un cielo lleno de color glorioso. Melodías de alabanza magnífica resonaban en su mente como si llegaran simultáneamente de todos lados. En medio de todo el colorido se destacaba Cristo, en su viaje de regreso a este mundo, irradiando una intensa luz fulgurante como la del sol matutino. Las palmas de sus manos emitían intensos rayos luminosos, de los lugares donde fueron perforadas por los clavos en la cruz. Habacuc continuó escribiendo:
“Se detiene, y la tierra se estremece; lanza una mirada, y las naciones tiemblan. Se desmoronan las antiguas montañas y se desploman las viejas colinas, pero los caminos de Dios son eternos”.
Habacuc comprendió ahora que cuando Dios estuviera preparado, ninguna poderosa nación se interpondría en su camino mientras liberara a su pueblo; ese pueblo que había confiado en él y que esperaba que él entrara en acción en su favor.
Habacuc volvió a escribir:
“Descubriste tu arco, [...]. Tus ríos surcan la tierra; las montañas te ven y se retuercen. Pasan los torrentes de agua, y ruge el abismo, levantando sus manos. El sol y la luna se detienen en el cielo por el fulgor de tus veloces flechas, por el deslumbrante brillo de tu lanza. [...] Saliste a liberar a tu pueblo, saliste a salvar a tu ungido. [...] Pisoteaste el mar con tus corceles, agitando las inmensas aguas”.
Ahora Habacuc sabía que los tiempos malos no habían terminado, pero Dios estaba en control. Él se encargaría de Babilonia en el momento oportuno y solucionaría el problema del pecado cuando llegara el momento.
Habacuc concluye su canto con palabras de confianza en un Dios en quien él ahora sabe que puede confiar.
“Aun así, yo me regocijaré en el Señor, ¡me alegraré en Dios, mi libertador! El Señor omnipotente es mi fuerza; da a mis pies la ligereza de una gacela y me hace caminar por las alturas”. (Las citas bíbicas se tomaron de Habacuc 3.)
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Dios les bendiga!!!
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